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La historia mixta como historia global*

 

Carlos Barros

*Versión escrita de la disertación, “Historia social y mentalidades: nuevas perspectivas”, dictada el 11 de julio de 2002, en el VII Curso de Verano, “Medievalisme: noves perspectives” [Medievalismo: nuevas perspectivas], organizado en Balaguer por la Càtedra d’Estudis Medievals Comtat d’Urgell (Catalunya) [Cátedra de Estudios Medievales, Condado de Urgell (Cataluña)]. Publicado en: Enfoques. Revista de la Universidad Adventista del Plata, Argentina, año XVIII, nº 1-2, 2006, pp. 91-118 (https://www.redalyc.org/pdf/259/25918106.pdf).

 

Resumen

Cada vez son mayoría, en historia, quienes combinan el trabajo con fuentes con la reflexión; la dedicación a un área cronológica, temática, especializada y el interés por el oficio de historiador en general, procurando la difícil coherencia entre lo que se dice y lo que se hace, sobre todo en tiempos de transición paradigmática. ¿Son posibles nuevas perspectivas en el medievalismo, en la historia en general? La pregunta es pertinente al constatar que la nueva historia se ha hecho vieja, al tiempo que la vieja historia se presenta como nueva. ¿Dónde están las nuevas perspectivas? Hay que rastrear los años 90 para encontrar sus primeras huellas, está todo por hacer, están por construir, inéditas, tal vez latentes.

 

Palabras clave: historia mixta – historia global – historiografía – historia social – interpretación

 

Summary

In history, there is an increasing number of researchers who combine their source research with reflections; a dedication to a chronological, topical, specific area and their interest in the craft of the historian, thus attempting a difficult coherence between what is being said and done, specially in times of paradigmatic transition. Are new perspectives on medievalism or in history as a whole possible? The question is relevant when we think that new history has become old, and at the same time, old is presented as new. Where are the new perspectives? They can be traced for the first time in the 90’s, even though they still have to be formulated and explained, yet unknown, perhaps still latent.

 

Key words: mixed history – global history – historiography – social history – interpretation

 

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Lo primero que quería es hablar del título: “Historia social y mentalidades: nuevas perspectivas”. La propuesta inicial que me hizo Flocel Sabaté era hablar de historia social y nuevas perspectivas. Comentamos que mi experiencia de investigación era más bien mixta, historia social más historia de las mentalidades, doble enfoque con el estado trabajando desde hace 17 años, incluida mi tesis doctoral, haciendo converger además, según los casos, la historia del derecho y otras especialidades históricas y no históricas (interdisciplinaridad externa) como la psicología o la antropología.

 

 

Lo digo porque puede parecer rara la duplicidad del título final, “historia social y mentalidades: nuevas perspectivas”, cuando el resto del programa está formado por especialidades historiográficas bien diferenciadas como es habitual en tiempos de fragmentación. Y más rara os va a parecer todavía la “nueva perspectiva” que propongo, dentro y fuera del medievalismo, no sólo en relación con la convergencia social/mental que puede ser esencial en algunas investigaciones pero no en otras, esto es elevar a categoría metodológica y teórica aquellas convergencias de géneros historiográficos que, desde las hipótesis a las conclusiones, tengan como objetivo explícito avanzar aproximaciones globales de la realidad histórica. Nueva línea de investigación que he bautizado como historia mixta mientras no se nos ocurra una “etiqueta” mejor. Me apoyaré para ello en mi doble condición de medievalista y sin embargo “historiógrafo”, en mi doble experiencia de investigación en historia (medieval) y en historiografía (reciente). Cada vez somos más los que combinamos el trabajo con fuentes con la reflexión; la dedicación a un área cronológica, temática, especializada y el interés por el oficio de historiador en general; procuran- do la difícil coherencia entre lo que se dice (historiográficamente) y lo que se hace (empíricamente), sobre todo en tiempos de transición paradigmática. Partiendo siempre de que los problemas de la profesión y de la escritura de la historia, no “pertenecen” al contemporaneísmo, como piensan equivocadamente –o interesadamente– algunos, sino que, por tradición histórica, imperativo legal, eficacia y diversa filiación académica de los historiógrafos realmente existentes, conciernen a los historiadores de todas las épocas históricas.

 

 

¿NUEVAS PERSPECTIVAS?

 

Vayamos ahora con la segunda parte del título de mi ponencia, que se corresponde asimismo con el título del curso: “nuevas perspectivas”. En realidad, no está nada claro eso de las “nuevas perspectivas”, ¿son realmente posibles, necesarias, incluso deseables? Seamos sinceros, ¿dónde están las nuevas perspectivas? En mi opinión están por construir, inéditas, tal vez latentes; hay que rastrear los años 90 para encontrar sus primeras huellas, está todo por hacer, pero antes habrá que ponerse de acuerdo sobre la posibilidad, la deseabilidad y la necesidad de nuevos enfoques historiográficos.

 

 

¿Son posibles nuevas perspectivas en el medievalismo, en la historia en general? La pregunta es pertinente al constatar que la nueva historia se ha hecho vieja, al tiempo que la vieja historia se hace nueva, mejor dicho, se presenta como nueva. No hay forma de desatar el nudo, salvo rompiéndolo con la espada y haciendo otro nuevo, donde se distingan mejor lo que es anterior y lo que es posterior. En suma, de poco vale hablar del optimismo de la voluntad, negándonos en teoría a abandonar la novedad –en el mejor de los casos– como valor historiográfico, si no practicamos a la vez el optimismo de la inteligencia proponiendo enfoques realmente nuevos, es decir, que tengan en cuenta tanto los defectos de la vieja como de la nueva historia, lo que sólo es posible hoy –y tal vez siempre– a través de síntesis creativas, experimentales, entre lo viejo nuevo y lo nuevo viejo.

 

Pero ¿son realmente deseables “más” nuevas historias? Ahí es donde se ve el cansancio de una gran parte de la historiografía actual. Todos sabemos que lo que se dice en los pasillos, es más significativo con frecuencia que lo que reconocemos en público. La mayoría de los colegas tienen su línea de investigación desde hace bastantes años y no piensan cambiarla, salvo encargos y compromisos externos por lo regular circunstanciales, favorecidos por el imperante “todo vale”, el caso es que a algunos les quedan todavía 30 o 40 años para la jubilación. Yo en lo individual comprendo esta continuidad, que tiene su parte positiva, pero, desde el punto de vista de la profesión y su futuro, me parece negativo por lo que supone de anquilosamiento, lo que nos lleva a la tercera cuestión.

 

 

¿Son verdaderamente necesarias las nuevas perspectivas? ¿Precisamos aún de la innovación metodológica? Sin duda es la pregunta principal y tiene que ver con que seguimos considerando o no la historia como una profesión, como una ciencia. En estos tiempos de cambio de civilización y acelerada revolución tecnológica, de renovación global del mundo que nos rodea, los historiadores no debemos quedar atrás o ser menos que el señor alcalde de Balaguer que, en la intervención inaugural de este curso de verano, nos animaba a actualizar la historia, a reivindicar la historia, a vincular la historia al presente, a unir historia y nuevas tecnologías… No podemos ser menos que nuestros políticos cultos, porque si no, además de defraudar la necesidad de innovación permanente de toda disciplina científica, defraudaremos una acusada demanda social, cuestiones ambas bastante relacionadas.

 

Trascendiendo lo personal, preservando en cualquier caso la libertad académica, si hablamos de lo colectivo, de las perspectivas de la historia y su escritura en la actualidad, después de la (irreversible) crisis de las grandes escuelas del pasado siglo, debemos tener claro que nuestra profesión o se renueva o muere, por efecto de la ley de los rendimientos decrecientes y del subsiguiente acoso externo, perpetrado tanto por parte de los tecnócratas neoliberales contra las llamadas humanidades y la universidad pública en su conjunto, como por parte de otras disciplinas que, como la literatura, empujan a la historia, directa (mercado editorial) e indirectamente (giros lingüístico y narrativista), hacia la desprofesionalización y la ficción.

El último lustro ha menguado, ciertamente, la creencia en las

 

políticas basadas en el fundamentalismo del mercado en Europa y América Latina, pero no ha desaparecido. Las universidades privadas creadas en los conservadores años 80, y parte de los 90, a diferencia de las clásicas como Navarra y Deusto, ya no gastan el dinero en carreras de historia. En países latinoamericanos la situación está mucho peor que en España, al ser las universidades privadas más potentes y el Estado más débil. Por otro lado, el mercado del libro pide divulgación y novela histórica, géneros sin duda importantes, aunque socavan objetivamente el oficio de historiador: yo no creo que a los historiadores nos vayan a pagar por dedicarnos a la divulgación y la ficción de la historia, por enseñar y hacer literatura histórica. Se nos seguirá exigiendo más investigación, más ciencia, por lo que no queda más remedio que redefinir y renovar ambos conceptos.

 

Otra consecuencia de la crisis endógena y exógena de la historia es su creciente desprofesionalización. Valoramos positivamente el auge de las publicaciones, pero ¿indica esto un auge de la disciplina? Muchas de ellas debidas a jóvenes que publican todo lo que pueden por el currículum, sin estar claro hoy que alcancen cierta estabilidad laboral, a lo que no ayuda el descenso de número de alumnos que alguna universidad está aprovechando para licenciar a jóvenes profesores precarios. El endurecimiento del acceso a las plazas de profesores titulares y catedráticos ralentiza la edición de artículos y libros de cierto nivel académico, al tiempo que se produce más historia por parte de profesores de enseñanza media, archiveros y bibliotecarios, aficionados, colegas que tienen otras profesiones, que han estudiado a través de la UNED, etc. En la red Historia a Debate tenemos

 

médicos, ingenieros, jubilados, que se dedican a la historia y que no siempre hacen mala historia, aunque es evidente que la historia fuera de la universidad tiende a lo tradicional, datos y datas, nombres y lugares.

 

La incipiente desprofesionalización de la historia hay que combatirla manteniendo la calidad, lo que depende, como en cualquier otra disciplina universitaria, del impulso innovador que, sin duda, ha ido perdiendo fuerza, en el caso de la historia, desde los años 80. Lo comprobamos en los tribunales académicos que juzgan trabajos de curso, tesinas, tesis de doctorado, concursos y oposiciones. Se dice justamente que se ha de valorar la innovación, pero no siempre se hace, o no se puede hacer, y lo que finalmente se acaba teniendo más en cuenta es la erudición, el trabajo de archivo, la buena redacción y la bibliografía citada. Hay al respecto un claro desfase entre lo que los profesores hicieron en su momento y lo que se exige, o se puede exigir, ahora a los alumnos, a menudo repetición de lo que fue nuevo en los años 60 y 70, cuando no simples transcripciones de documentos presentadas como investigaciones históricas. En resumen, es menester una “nueva nueva historia” y debemos alentar a los jóvenes a intentarlo como otros hicieron –o permitieron– en los años 70.

 

INVERTIR LA FRAGMENTACIÓN

 

A fin de exponer mi propuesta metodológica e historiográfica, empezaré por la teoría y luego hablaré de la experiencia práctica, invirtiendo por lo tanto el proceso que he seguido. Decía Marx que el modo de investigación y el modo de

 

exposición no tienen por qué coincidir. Cito con gusto a don Carlos en desagravio por el artículo de opinión que leíamos ayer por la mañana en la prensa local de Lleida [Lérida].1 La verdad es que parecía que había resucitado la Santa Alianza y que, en consecuencia, estaba vigente aquello de que un fantasma recorre Europa. No acabé de leerlo, pero tenía fresco en la memoria lo que dijo un colega sobre el actual retorno a Marx. El articulillo tenía un tono postmoderno, trasunto frecuente de la pre-modernidad por lo que entraña de olvido displicente de los clásicos de las ciencias sociales modernas.

 

Voy a basar, en esta ocasión, mi propuesta de reunificación de especialidades en el diagnóstico sobre la situación del medievalismo, válido en líneas generales para el conjunto de la historia, que ha hecho aquí Paulino Iradiel, remitiendo a trabajos de Julio Valdeón y José Ángel García de Cortazar, donde se alerta sobre la fragmentación de la disciplina. Por supuesto que especialización significa frecuentemente desarrollo, lo acabamos de ver hoy, y ayer mismo, aunque no he podido estar pero conozco, por ejemplo, los trabajos especializados de José Manuel Nieto Soria. Lo que se critica desde el punto de vista colectivo es la parte negativa de la atomización de los temas, métodos y enfoques, toda vez que la cantidad supera la calidad: la superespecialización nos ha hecho entrar en una etapa de rendimientos decrecientes, de forma que saber más y más de un aspecto parcial de la realidad no incrementa sustancialmente el conocimiento histórico. Fragmentación del saber histórico que lleva a la pérdida de la visión de conjunto, a hacer tabla rasa de las conquistas de la historiografía del siglo XX, de la “revolución historiográfica del siglo XX”, legitimando un retorno de la

 

historia tradicional que supone una evidente vuelta atrás historiográfica por mucho que tenga su vertiente positiva.

 

Vicente Álvarez Palenzuela se ha referido también al presente auge de los géneros tradicionales, los cuales, efectivamente, de manera abusiva y sectaria habían sido excluidos de la historia académica, volviendo ahora con el objeto de restaurar unas temáticas (biografía, acontecimientos, historia política, instituciones) necesarias para un conocimiento cabal del pasado, pero hay que preguntarse si esto no nos hace volver, se quiera o no, visto desde la metodología y la epistemología, a una manera de escribir la historia propia de finales del siglo XIX, camino preparado por el “todo vale”, por la apuesta posmoderna, por la fragmentación como nuevo paradigma historiográfico.

 

Nuestra propuesta de nuevo paradigma es todo lo contrario: la interrelación, la reunificación, la globalización historiográfica. En concreto, ayudaría tremendamente a invertir la fragmentación de la historia medieval, y de otras áreas de conocimiento histórico, buscar la creatividad en la mezcla de géneros historiográficos, compatibilizando especialización con globalización. Se trata de que la historia del siglo XXI no sea la historia del siglo XIX, lo que, por razones de objetividad y contexto, tampoco puede ser. Leopold von Ranke elaboró su concepto de historia, la primera versión científica de nuestra disciplina a finales del siglo XIX. Más de cien años después vivimos en una etapa histórica radicalmente distinta: tendría que volver la sociedad decimonónica para que fuese viable el retorno a Ranke. Por eso muchos pensamos que el regreso de la vieja historia tiene

 

un vuelo corto como propuesta historiográfica, salvo que creyésemos que la escritura de la historia es ajena a la propia historia –dudo que exista un colega consciente y mínimamente formado que piense tal cosa. Hacemos la historia en función de la sociedad en la que vivimos, sujeta a una transición acelerada hacia un nuevo siglo que no sabemos cómo se va a conformar, pero tenemos algunas certezas: el siglo XXI no será el siglo XX, y menos aún el siglo XIX.

 

Tenemos un ejemplo cercano: la historia de España, uno de los grandes retornos que estamos viviendo, junto con la biografía histórica. Algunos ya hemos planteado la necesidad de volver a investigar la historia de España con anterioridad a que el Partido Popular ganara las elecciones en 1996, ante el vacío historiográfico creado por la dedicación generalizada de los historiadores españoles, desde la transición, a investigar la historia de nuestras respectivas Comunidades Autónomas. Pero ¿recuperar historiográficamente la historia de España es lo mismo que volver a los clásicos del siglo XIX y primera mitad del siglo XX? No digo que esto no sea importante, porque la renovación de los años 60-70 en España, inspirada más allá de los Pirineos, nos hizo romper con la tradición liberal de la historiografía española, prácticamente desconocida entre los historiadores de la democracia, pero lo que no tiene sentido histó- rico, ni historiográfico, es volver a hacer la historia como Modesto Lafuente o Menéndez Pidal. Modos de hacer la historia de España que no son aplicables, por ejemplo, a la España de las Autonomías. En ningún momento de los siglos XIX y XX, salvo el breve paréntesis de la II República y de manera limitada a Cataluña y Euskadi, hubo un reconocimiento de la multinacionalidad y

 

multiregionalidad del Estado como el que consta en el título VIII de la Constitución española. Una historia de España actualizada tiene que ser una mezcla creativa de la historiografía gallega, vasca, catalana, andaluza, aragonesa y española en general. La solución no es volver a Menéndez Pidal, a la esencia castellanista de España, a la “unidad de destino en lo universal”. Probablemente la mayoría de los historiadores españoles, aunque no lo reflejan los medios de comunicación interesados en estos temas, estarían más por una nueva historia de España acorde con los tiempos actuales y con proyección de futuro: una historia por consiguiente verdaderamente común, síntesis de todo lo que hemos investigado en las diferentes nacionalidades y regiones y de todo lo que se está haciendo ahora –con cierto retraso– sobre la historia de España en su conjunto (de momento más bien ensayo que investigación, todo hay que decirlo). Sería la mejor forma de contribuir, desde la historia, a la exigencia que tenemos de repensar España, a fin de solucionar los conflictos existentes en el Estado multinacional nacido de la Constitución de 1978 y de mejorar la calidad de nuestra democracia. Esta idea de “repensar España” y el Estado español, mediante una reforma de la Constitución si es preciso, no es una cita de un representante nacionalista (periférico) o de la oposición de izquierdas, sino de don Manuel Fraga Iribarne, presidente de la Xunta de Galicia, que va más allá en esto que Convergencia i Unió, que reivindica solamente una reforma del Estatuto. Pero volvamos al problema general de cómo invertir la fragmentación historiográfica.

 

Metafóricamente nuestra disciplina es, hoy por hoy, un

 

archipiélago, un enorme conjunto de islas de diferentes tamaños, más o menos cercanas pero desconectadas entre sí. Mi propuesta consiste en tender puentes de todo tipo que pongan en comunicación las islas grandes, las pequeñas, algunas unipersonales, como esas ciudades futuristas imaginadas por la ciencia ficción donde torres habitadas de diferentes alturas y tamaños están interconectadas median- te todo tipo de puentes, rampas, pistas, vehículos voladores, trenes, por no hablar de ondas, rayos y otros medios invisibles. Es la manera de que no se caigan las torres y de que sirvan eficazmente al bien común. Pasa algo parecido con las grandes, medianas y pequeñas especialidades historiográficas: sin comunicación transversal no hay vida global, la comunidad académica se debilita y fractura indefinidamente, y los esfuerzos aislados se pierden. La interconexión de líneas de investigación es, además de una necesidad, una virtud al Partido político resultante de la unión de los bloques nacionalistas catalanes Convergència Democrática de Catalunya [Convergencia Democrática de Cataluña] y Unió Democrática de Catalunya [Unión Democrática de Cataluña], asegurar un futuro más creativo, frente al rutinario que nos espera con las viejas, nuevas o novísimas especialidades históricas, cuya existencia autónoma no ponemos en duda, por inercia académica y porque la propia convergencia que propugnamos parte de la realidad de las especialidades, impulsa la renovación de éstas, generando incluso macroespecialidades de carácter mixto para hacer más tupido el tejido reticular que restaure cierta unidad disciplinar.

 

Entre las viejas especialidades que vuelven, venimos citando

 

repetidamente la biografía, Adeline Rucquoi ponía como buen ejemplo “Guillermo el Mariscal” de Duby, yo añadiría también el “San Luis” de Le Goff, pero preguntémonos, ¿por qué éstas son “nuevas biografías”? Porque incluyen al menos dos especialidades, biografía e historia de las mentalidades, además de otras como historia narrativa (Duby) o historia acontecimental (Le Goff). Si bien lo habitual ha sido intentar renovar los géneros tradicionales –por ejemplo, la historia política y la historia militar– en convergencia con la historia social. Hace tiempo que la innovación se abre paso así, por medio de la intradisciplinaridad, que es preciso diferenciar de la interdisciplinaridad con otras ciencias sociales. Intradisciplinaridad que ha fracasado, sin embargo, en realización con la historia narrativa porque, en nuestra opinión, se ha ido por un camino equivocado, procurando la convergencia, fusión o integración alrededor del eje de la ficción, no de la historia. Falta por implementar un trabajo intradisciplinar que aproveche tanto las enseñanzas de la historia narrativa como de la literatura histórica –y no histórica– para una “nueva historia narrativa”, plenamente consciente de sus presupuestos metodológicos y de sus objetivos historiográficos y epistemológicos.

 

Diríamos algo semejante en relación con las nuevas especialidades que fueron: la historia económica, la historia social, la historia de las mentalidades, la historia cuantitativa, etc. Creo que su futuro innovador, cuando no su pervivencia como línea de investigación productiva, está vinculado a este carácter mixto de las investigaciones históricas que planteamos. Ipstein, especialista en historia económica, introdujo ayer en su exposición elementos de historia

 

comparada, historia política, historia institucional, de micro y macroanálisis, buscando la renovación de un género como la historia económica, prácticamente desaparecido de los estudios históricos, fuera de las facultades de economía. Es también mi experiencia personal, desde 1986, con la historia de las mentalidades y la historia social, y otros componentes intra e interdisciplinares, huyendo del “espíritu de especialidad”, como expondremos al final. Lo nuevo de nuestro programa de investigación en historia mixta, respecto de las precedentes o actuales tentativas de carácter espontáneo que surgen de las especialidades, es su dimensión colectiva y su ambición empírico-teórica como “nueva historia global”.

 

Por último, yo aplicaría el mismo planteamiento a los enfoques “novísimos” que se han difundido en los años 80 y 90: historia oral, historia de las mujeres, historia ecológica… Su fuerza renovadora se dilapida al encerrarse en la pura especialización, por ausencia de un marco historiográfico de referencia que posibilite su desarrollo y su aportación al conjunto de la disciplina.

 

Pensaréis seguramente que esto de mezclar géneros y trascender especialidades, algunas bastante establecidas académicamente, va a encontrar “resistencias” por causa de la apatía general, de los intereses creados, del corporativismo de género (historiográfico) y de área (académica). Pero es que esta propuesta no está dirigida al conjunto de la profesión, sino a esas minorías arriesgadas de colegas de diferentes edades, dispuestos a lidiar con nuevos problemas, a experimentar con nuevos enfoques (macro, plurales, transversales), a trabajar con nuevos temas (mestizos). En la

 

red académica Historia a Debate tenemos la intención de crear un “grupo de investigación en red”, interáreas e internacional; en él estáis desde ya, invitados a participar. La idea de una historia mixta estaba ya presente en el punto V, titulado “Contra la fragmentación”, del Manifiesto historiográfico que tenéis en vuestras manos (se puede consultar asimismo en www.h-debate.com), donde se habla de “líneas mixtas de estudio en cuanto a fuentes y temas, métodos y especialidades”, sobre la base de adoptar “lo global como punto de partida, y no como ‘horizonte utópico”, con el objetivo de avanzar paralelamente, en lo empírico y en lo teórico, allá donde las nuevas historias de los años 60 y 70 fracasaron con un concepto idealista de “historia total” que no llegó a concretarse en la investigación, sirviendo de coartada “utópica” para la creciente atomización de la historiografía en los años 80 y 90.

 

¿QUÉ ES LA HISTORIA MIXTA?

 

Resumiré, brevemente, los rasgos definitorios de nuestra propuesta, abierta al debate y a la práctica investigadora:

 

Nombrar

 

Mi primer problema al formalizar esta propuesta de investigación fue darle un nombre, sólo existe aquello que se nombra. Mientras a nadie se le ocurra otra denominación mejor, me he decidido por llamarle historia mixta porque es breve, fácil de recordar y refleja lo esencial de la apuesta historiográfica, pues lo ‘mixto’ remite a combinación de elementos distintos, en nuestro caso, temas, fuentes, métodos,

 

teorías, espacios o tiempos diversos, con unos objetivos claros: superar la fragmentación disciplinar y lograr aproximaciones globales, por lo que nos definimos también como partidarios de una historia mixta como historia global.

 

Variedad de vías

 

No pretendemos que la historia mixta sea la “única” y “verdadera” vía de innovación en este nuevo siglo historiográfico. Otros enfoques renovadores pueden dar igual o mejor resultado que la historia mixta, pensado para con- tribuir a la reconstrucción del paradigma de una historia no fragmentada, o pueden servir para completar en paralelo, desde otro ángulo, la experiencia de investigación que ya hemos emprendido sobre la base del mestizaje historio- gráfico. En esto queremos diferenciarnos netamente de un siglo XX –llamado justamente “de los extremos” por Eric Hobsbawm– con frecuencia sectario en cuanto a la natural diversidad de visiones historiográficas, intolerancia de lo cual todavía quedan restos en la academia. Cada corriente o subcorriente consideró el siglo pasado que su (s) línea (s) renovadora (s) de investigación era única (s), minusvalorando el aporte de las otras nuevas históricas, exagerando las diferencias y negando u ocultando los paradigmas compartidos, que fueron realmente los que protagonizaron la “revolución historiográfica del siglo XX”. A lo que hay que unir hoy el conservadurismo y el individualismo propios del funcionamiento académico tradicional, que se hicieron más patentes conforme fue retrocediendo en los años 80 y 90 el “espíritu de escuela”. Todavía hoy, cuando alguien propone algo nuevo, hay quien descalifica ipso facto diciendo que tal

 

propuesta no va a ningún sitio, que no va a servir para nada, que no es tan nuevo o como último argumento lapidario y “neutral” se dice: “no me interesa”. Desde Historia a Debate preconizamos y practicamos otras actitudes: una reapertura de mentes y métodos donde compitan cientos de flores como la historia mixta/global que nos ocupa.

 

Intradisciplinaridad

 

Nos planteamos hacer intradisciplinaridad más que interdisciplinaridad, de manera que la interdisciplinaridad empiece por nosotros mismos a fin de ga- nar en coherencia y reequilibrar nuestras necesidades internas y externas de alianzas estratégicas.

 

Distinguiéndonos abiertamente, por consiguiente, de las precedentes nuevas historias que potenciaron, hace 30 o 40 años, en exclusiva el diálogo inter- disciplinar con otras ciencias humanas y sociales como vía de innovación, sobre todo Annales, de modo eficaz y productivo en un primer momento para la historia y contribuyendo posteriormente a la acelerada formación de compartimentos interiores con tendencia a la estanqueidad, y debilitando la situación de la historia en relación con otras disciplinas.

 

La red Historia a Debate es, en sí misma, un fenómeno historiográfico de reunificación disciplinar, un fruto maduro de la “interdisciplinaridad aplicada a nosotros mismos”, que predicamos un conjunto de puentes, ondas y cables, que unen el archipiélago de la historia. Historia a Debate se apoya como comunidad académica digital en todas las áreas de

 

conocimiento de las facultades y universidades donde se estudia la licenciatura de historia, y además en las áreas e historiadores de otras facultades donde se imparten asignaturas de historia en licenciaturas y posgrados de otras ciencias sociales y humanidades, lo que constituye una buena base de partida para la historia intradisciplinar que pretendemos, sin por ello abandonar la interdisciplinaridad con otras ciencias sociales que sólo volverá a fortalecer a la historia en condiciones de intercambio igual de temas, métodos y enfoques, lo que exige la recuperación del espí ritu de innovación historiográfica y un reforzamiento interno de la historia como ciencia del pasado.

 

La interdisciplinaridad fundada en el intercambio desigual favoreció claramente en los años 80 y 90 el desmigajamiento de la historia y su dependencia exterior, coadyuvando al retorno general de la historia tradicional, sin por ello fortificar de manera notoria otras disciplinas y ciencias sociales. Una secuela final de esta interdisciplinaridad “imperialista” heredada del siglo de los extremos es la tentativa fracasada de Hayden White de reinsertar la historia en el campo de la literatura, negando a la manera posmoderna su carácter de cien- cia, retrotrayendo a los historiadores al periodo de la prehistoria pre- paradigmática de nuestra disciplina.

 

En la batalla contra la atomización disciplinar como base para una interdisciplinaridad sana, desde Historia a Debate estamos siendo, así y todo, más moderados que Lucien Febvre en sus Combates por la historia,6 hace ya 70 años, cuando desbarraba contra “el espíritu de especialidad” y nos convocaba a “echar abajo los tabiques y hacer circular por

 

encima de los pequeños despachos cerrados en que operan los especialistas, con todas las ventanas cerradas, la gran corriente de un espíritu común, de una vida general de la ciencia”. Se refería a las diferentes especialidades científicas, pues en el periodo de entre- guerras –la cita original es de 1933– la historia era todavía una disciplina reciente, reducida y bastante unificada, ¿qué habría que decir hoy de una historia académica crecida pero disgregada en decenas de miles de “despachos cerrados” a causa del “espíritu de la muerte”, según acusaba el cofundador de Annales? Nosotros somos más modestos y menos radicales que el joven Febvre (55 años), no pretendemos derrumbar nada, y menos aún las paredes de nuestros despachos, hacemos historia e historiografía en positivo, somos reconstructores; lo nuestro es abrir puertas y ventanas, aprovechando Internet para reunificar en forma reticular la vieja disciplina de la historia, sin menoscabo de la sacrosanta autonomía individual de cada uno de nosotros, ni de la continuidad paralela de especialidades del siglo XIX y XX que los colegas quieran mantener vivas.

 

Nueva globalidad

 

La convergencia historiográfica de géneros que identifica el método de la historia mixta tiene como principal meta epistemológica la consecución empírica de aproximaciones globales históricas, por eso también hablamos de una “nueva historia global”, expresión asimismo utilizada por la historia mundial/global surgida, al calor de la globalización, en el mundo académico anglófono. Transformar la vieja historia universal de la filosofía en ámbito de investigación histórica

 

es, sin lugar a dudas, una interesante vía de renovación historiográfica para este nuevo siglo global. La historia mundial como historia global remite, en cualquier caso, a un concepto si acaso más geográfico que epistemológico, en comparación con la visión de conjunto de determinados hechos históricos que procuramos con la metodología de concentración historiográfica de la historia mixta entendida como una reformulación radical de la vieja “historia total” de Annales y del materialismo histórico, punto de partida más que de llegada, incardinada en la práctica empírica y, por lo tanto, exenta de objetivos previamente definidos como imposibles.

 

La primera convergencia que hemos de colocar en el banco de pruebas de la historia mixta es historia objetiva/historia subjetiva, tanto en lo que se refiere a la interfaz entre los agentes históricos y las condiciones heredadas como entre el historiador y su objeto de investigación. Para lo cual debemos dejar atrás de una vez la metáfora de los pisos en la que hemos sido formados y de uso generalizado en la historia y las ciencias sociales del siglo XX. Alegoría de cemento para representar en una sola dimensión (altura) los “niveles” de la realidad que se imaginaban, y que se imaginan, como un edificio con dos (base y superestructura), tres (economía, sociedad, cultura) o cuatro pisos (añadiendo el “nivel” político). Enfoque epistemológico de gran rigidez derivado del paradigma newtoniano, posteriormente reforzado por el estructuralismo, que no ha aportado verdaderas aproximaciones globales de la realidad histórica, sino más bien visiones fragmentadas mecánicamente de tipo más analítico-descriptivo que sintético-explicativo, aunque

 

superiores, en su momento, a las ofrecidas por la historia tradicional puesto que, por vez primera, se investigaba sistemáticamente la parte del iceberg oculta bajo el “nivel” de la política y sus “grandes hombres”. Ampliación temática que ha desbrozado el camino para la tarea siempre aplazada de la síntesis global, que ahora, en nuestra opinión, ha de constituir parte esencial de las hipótesis de trabajos que han de ser, al mismo tiempo, analíticas y sintéticas, si no queremos repetir los mismos errores.

 

Para afrontar con éxito esta asignatura pendiente, la globalidad histórica e historiográfica, precisamos metáforas menos mecánicas, más complejas y, por lo tanto, más reales, que nos permitan representar la esencial interactividad entre las diferentes partes en que precisamos “dividir” lo real para aprehenderlo. Metáforas sacadas del cosmos como el sistema planetario; de la informática como la interfaz ya citada: “conexión física y funcional entre dos aparatos o sistemas independientes”, según la RAE; o de las matemáticas, como la “cinta de Moebius”, bucle donde lo que es anverso en un sitio es reverso en otro, útil por ejemplo como referencia imaginaria de la historia mixta como historia objetiva/subjetiva. Representaciones mentales que hacen posible una comprensión más global y dinámica, más precisa y científica, de los hechos del pasado y del presente, que las metáforas mecanicistas derivadas de la ciencia del siglo XVII.

Ahora bien, una nueva globalidad fundada en la interactividad precisa algo más que imágenes de referencia: modos de representar técnicamente la diversidad real que nos ayuden a pensar al mismo tiempo con múltiples datos e ideas interrelacionados. Las nuevas tecnologías de la comunicación

 

conllevan la superación de las limitaciones físicas e intelectuales del formato papel, vinculado a la historia como disciplina desde siempre, permitiendo aproximaciones globales con fuerte base empírica que mezclen aspectos diversos de los hechos analizados. Veamos dos ejemplos.

 

Lo multimedia hace posible trabajar simultáneamente con fuentes escritas, sonoras e iconográficas en movimiento, a la hora de pensar, investigar y “escribir” la historia a efectos de la transmisión académica o pública de los resultados.

 

Gracias al hipertexto podemos olvidarnos ya del esquema lineal y unilateral del libro (introducción, contenido en capítulos y conclusión) con la sola posibilidad de algunas breves citas en el texto y notas a pie de página. El lenguaje de la web, además de incluir texto, audio y video, posibilita “escribir” en una dimensión más: líneas, columnas y links que pueden remitir, a su vez, a desarrollos que pueden ser tan largos como el principal, de manera que se puede “leer” el multidiscurso como si fuesen varios libros en uno, siguiendo

diferentes itinerarios, expresando así más fácilmente visiones multilaterales de la realidad. Hasta ahora tanto hipertexto como multimedia, en formato físico como CD-ROM o en la red como HTML, se usan casi exclusivamente para la divulgación de la historia, pero llegará un momento en que mezclando, según interese en cada caso, evidencias sensorial y culturalmente distintas y nuevas formas de “escritura”, se podrá investigar de manera más global rebasando las viejas limitaciones del pensamiento moderno. Las condiciones técnicas ya están creadas, falta que las mentalidades y los usos académicos evolucionen a la par para que, por ejemplo, el

 

CD-ROM no sea solamente el medio para una reproducción económica de una tesis en papel sino un formato inédito para su “escritura”, o para que los tribunales académicos no solamente acepten los nuevos formatos –lo que todavía es minoritario– sino que los fomenten, pero esa es la perspectiva: una historia mixta en sus fuentes, escritura y difusión que, gracias a la revolución tecnológica en curso, pueda llegar a concretar de verdad la “historia total” con la que soñaron nuestros antecesores en el siglo XX.

 

Mixtura de géneros, intradisciplinaridad, interactividad de las partes y multilateralidad de fuentes, formatos y enfoques, que choca frontalmente con el individualismo de la investigación y los lentos modos convencionales de intercambio académico. Las nuevas tecnologías de la comunicación, revolucionando las formas de sociabilidad académica, crean las condiciones para la puesta en práctica de grandes equipos de investigación entre muchos países y especialidades. Equipos mixtos para una historia mixta; en eso estamos.

 

Temas descubiertos

 

En el siglo XXI el avance de la innovación historiográfica difícilmente puede seguir siendo sinónimo de cambio de temas de investigación como en el siglo XX. Nadie lo hizo mejor que la escuela de Annales, siempre atenta a otras disciplinas para descubrir “nuevos territorios” para el historiador. Mas pasó con la historia lo que antes con la geografía: los descubrimientos se agotaron. Hoy ya no se encuentran temas inéditos de investigación, sobre casi todo existe bibliografía histórica, “todo es historia” y susceptible

 

de una investigación en el pasado. ¿Qué queda para las generaciones futuras? Valdría para- frasear aquel viejo anuncio televisivo: hay otros mundos pero están entre nosotros, y nunca mejor dicho. Yo creo que la innovación futura –presente más bien, porque ya estamos en esa situación– será (es) una cuestión de enfoques más que de temas, una vez que, además, todos los temas se aceptan ya como válidos. Es, sobre todo, una cuestión de enfoques mixtos, porque los enfoques especializados, monotemáticos, consecuencia de la preeminencia final del tema sobre el enfoque entre los nuevos historiadores, ya han aportado por regla general, en la forma fragmentada que los conocimos, lo esencial de su potencial renovador.

 

Tema viejo, paradigma nuevo

 

La historia mixta puede ser una buena vía para recuperar los géneros tradicionales sin el paradigma subyacente del viejo positivismo y sus mitos. El gran fallo de las nuevas historias antipositivistas del siglo XX fue centrarse en la descalificación de los temas en detrimento de la crítica epistemológica, pensando que cambiando los objetos de investigación de los temas políticos a los económico-sociales se superaba automáticamente el objetivismo ingenuo de von Ranke, su concepto del historiador como un notario y la “idolatría de las fuentes”. Una solución válida puede ser investigar la política o la biografía de forma multitemática en el marco de un nuevo paradigma mixto, objetivo/subjetivo, porque si no caeríamos de nuevo en el fetichismo del objeto, reemplazando de manera simplista el cambio de tema por la mezcla de temas.

 

Novedad versus especialidad

 

La historia mixta intradisciplinar es una alternativa a todas y cada una de las diferentes ramas y subramas en que ha quedado dividida nuestra disciplina, facilitando por consiguiente una salida productiva, más allá del currículum vitae y los rendimientos decrecientes, al retorno de los viejos temas, así como al empantanamiento de las nuevas historias del pasado siglo, y aún de las novísimas historias, en las cárceles de las especialidades divorciadas del conjunto de la profesión.

 

En el caso de las especialidades generadas –y generadoras– de la crisis de Annales, del marxismo historiográfico y de la cliometría, a finales de los años 70 y principios de los años 80, se plantea un dilema contrario al positivismo: singulares paradigmas subyacentes potencialmente innovadores, tanto respecto de la nueva como de la vieja historia, drásticamente neutralizados por su tratamiento como temas especializados y separados, lo que sólo se resuelve elevando la intradisciplinaridad y el combate contra el “espíritu de especiali- dad” historiográfica, en categoría epistemológica.

 

Otra ciencia

 

El problema es, “en última instancia”, de orden epistemológico, y es que, para aplicar empíricamente enfoques mixtos y plurales, tenemos que aprender a pensar y a investigar la historia de otra manera, variando de raíz el concepto de ciencia histórica que sigue siendo, en nuestro campo académico, deudor en exceso del concepto

 

decimonónico y positivista de Leopold von Ranke con sus pretensiones absolutas e idealistas de conocer el pasado “tal como fue”, cuando en realidad solamente conocemos el pasado conforme lo construimos, y viceversa, y no hay otra ciencia. Investigar considerando simultáneamente el objeto y el sujeto del proceso de conocimiento, ligando fuentes y especialidades distintas, supone trabajar siempre con dos o más ideas a la vez en la cabeza. Y no es nada fácil, por cuestión de formación y sobre todo de criterio, pues para muchos colegas pensar con más de una idea, tema o método, con- duce al eclecticismo, entendido como conciliación de posturas que no son conciliables, cayendo en la incoherencia. Se confunde así, lamentablemente, pluralidad con eclecticismo, sentándose las bases del pensamiento simplista, sectario y separador, absolutista e idealista, que tiene su origen, paradójicamente, en la ciencia moderna del siglo XVII, como vimos ya en el caso de las metáforas mecanicistas. Los anti-eclécticos no hacen más que aplicar el principio cartesiano de no-contradicción, sabiendo como sabemos que dos cosas contradictorias entre sí pueden ser ciertas, a su manera, según el punto de vista (ciencia con sujeto) o como parte de una realidad dialéctica (ciencia móvil y compleja).

 

 

El problema es, de nuevo, la falta de actualización de los conceptos de ciencia o de racionalidad que manejamos los historiadores, lejos del nuevo concepto relativo de ciencia que vienen aplicando, desde hace cien años, físicos como Heisenberg, Planck o Einstein. Al mismo podemos acercarnos, también, a través de fuentes no cartesianas de la

 

historia y de otras ciencias.

 

La mentalidad medieval

 

Para ampliar nuestro concepto de ciencia y aplicarlo a la historia, debemos apoyarnos en la propia historia. La mentalidad medieval –y en general las mentalidades sociales históricas– fue considerada pre-científica por la ciencia absolutista del Antiguo Régimen por mezclar, los hombres y las mujeres de la Edad Media, lo imaginario con lo real, a la hora de representarse el mundo. Sin embargo, desde mediados del siglo XX, la ciencia pospositivista nos enseña que las verdades científicas consensuadas por una comunidad de especialistas se fundamentan en elementos racionales y no racionales, conscientes y no conscientes, incluyendo a menudo creencias colectivas y representaciones mentales. Se ha acortado así la distancia entre el conocimiento corriente y el conocimiento científico, entre la cultura popular y la cultura savante, adquiriendo de este modo la historia un interés renovado para la ciencia, así como la ciencia para la historia.

 

La dialéctica hegeliana

 

Otra fuente histórica pero filosófica para una racionalidad no cartesiana es la dialéctica hegeliana de la unidad de los contrarios y de resolución de contradicciones mediante la tesis, la antítesis y la síntesis. Muchos historiadores de mi generación tuvimos la fortuna de acceder a Hegel, aunque indirectamente, por medio de las lecturas extraacadémicas que completaron nuestra formación, si bien su historia dialéctica (invertida) pronto quedó sepultada bajo el cemento

 

del objetivismo, el economicismo y el estructuralismo imperantes. La vieja dialéctica es todavía un argumento válido contra el pensamiento simplista que confunde “síntesis” y “término medio”, creyendo a pies juntillas que la manera de resolver un “conflicto antagónico” es eliminar al contrario.

 

El pensamiento complejo

 

Partiendo de Hegel, y con nutrientes científicos más actuales, Edgar Morin ha puesto a nuestra disposición una Introducción al pensamiento complejo que puede ayudarnos, asimismo, a pensar de manera menos cartesiana y más realista, en conexión con las teorías actuales del caos y de la complejidad, superadoras del viejo determinismo.

 

La filosofía de la ciencia

 

Pero la fuente filosófica que mejor puede nutrir la puesta al día de la historia como ciencia es, sin duda, la filosofía de la ciencia, después de la ruptura epistemológica protagonizada por Thomas S. Kuhn, que se ha servido de la historia –criticada acervamente en 1956 por Karl R. Popper en Miseria del historicismo– para atacar la base positivista de la ciencia con nuevos conceptos de paradigma, comunidad de especialistas y revolución científica, trasladando el centro de gravedad de la verdad científica de lo empírico al investigador colectivo, de la acumulación de datos a los saltos paradigmáticos, de la filosofía a la historia de la ciencia.

 

 

 

DE LA TEORÍA A LA PRÁCTICA

 

Decía al principio que dejaría la práctica para el final, invirtiendo en cierta medida el orden cronológico. Hablaré por tanto, brevemente, de mi experiencia investigadora con criterios mixtos, por lo que suponer de aportación de ejemplos prácticos, entre las muchas opciones que habrá que experimentar, de una historia mixta sobre la que de entrada no tenía, naturalmente, una conciencia tan plena sobre sus objetivos. Ejemplos concretos y personales que nos fueron convenciendo, a lo largo de los años, de la productividad del enfoque historiográfico que se propone, de su capacidad para incrementar verdaderamente el conocimiento histórico, así como de la importancia de compatibilizar la empiria con la reflexión, la historia con la historiografía, condición mixta sine qua non para el avance de ambas.

 

Espero que mi experiencia individual sirva, asimismo, para que otros colegas comprueben que hemos seguido un camino parecido, saquen parecidas conclusiones y podamos así, de manera más consciente y colectiva, profundizar en este inadvertido cambio de paradigmas emprendido, destinado si no lo remediamos a no ser reconocido siquiera por nosotros mismos, a perderse entre las nieblas que separan las islas de nuestro académico gulag.

 

La historia mixta que propongo no es una ocurrencia personal, está en el ambiente, otros colegas hacen historia mixta sin saberlo, buscando espontáneamente la forma de no hacer y decir siempre lo mismo, de salir de las cárceles de la especialidad, de aportar visiones más de conjunto de los

 

hechos analizados, igual que nosotros mismos antes de que la maduración del proceso de investigación historiográfica, reflexión y debate, de Historia a Debate, nos permitiera comprender cabalmente las posibilidades teóricas de una práctica espontánea, creando a la vez condiciones para su difusión organizada. La cuestión es que los resultados más renovadores de la investigación en las diferentes especialidades guardan una relación directa con el uso de cierta intradisciplinaridad, ¿hasta dónde podemos llegar si unimos nuestros esfuerzos con plena conciencia de que el objetivo final, perfectamente alcanzable, es una historia y una historiografía más globales?

 

Lo realmente nuevo que puedo aportar, desde mi doble condición de investigador y coordinador de Historia a Debate, en esto de los cruces historiográficos es, en suma, contribuir a explicitar una práctica latente, hasta ahora sin valor historiográfico por sí misma, sistematizar algunos de sus resultados, relacionar éstos con el debate historiográfico general, descubrir que lo que hemos bautizado como historia mixta puede ser un factor importante –pero no único– para llevar a buen puerto el cambio de paradigmas en que estamos inmersos, por lo que merece la pena generalizar y hacer madurar nuestra pro- puesta. Unos seguirán haciendo historia mixta de forma individual, incluso sin saberlo o sin reconocerlo, como modo de saber más de los hechos estudiados o de revitalizar especialidades curriculares o temas especializados. Otros vamos a intentar ir más allá con formas nuevas, colectivas y digitales, desarrollando no sólo la práctica sino también en la teoría, de manera mixta, comprometidos con este nuevo modo de entender la

 

investigación, la enseñanza y la divulgación histórica, parte de un esfuerzo general, convergente con otras propuestas, propias y ajenas, por alcanzar un nuevo paradigma o consenso historiográfico: la historia mixta como historia global, diferente de una historia mixta casual, individualista o descomprometida. Ambas vías son, en cualquier caso, compatibles y complementarias: forman parte de la necesaria pluralidad del intento, si bien el motor del cambio propuesto para trascender la fragmentación y globalizar la historia a través del mestizaje historiográfico está, obviamente, en el compromiso colectivo.

 

Creo que ya ha dicho Flocel Sabaté en la presentación, que una parte principal de mi investigación, lo que ha sido mis tesis de licenciatura y doctorado, ha girado sobre las mentalidades sociales en la gran revuelta de la Santa Hermandad del Reino de Galicia, entre 1467 y 1469, en el marco de la transición de la Edad Media a la Edad Moderna. No escogí por consiguiente la vida de un gran rey como tema de investigación, me parecía más importante estudiar los protagonistas colectivos y sus mentalidades, cuya centralidad resultaba evidente por el tema elegido, pero es que, además, la Galicia medieval no tuvo rey propio. El reino medieval de Galicia ha pertenecido siempre, salvo durante breves paréntesis, a la Corona de Asturias, León y Castilla, sucesivamente. Puede que, en algunos temas y momentos, sea verdad lo que decía Vicente Álvarez Palenzuela sobre que lo históricamente relevante es Isabel la Católica y no los cinco mil campesinos, pero no es nuestro caso. Lo más decisivo, a mediados del siglo XV, para la historia de Galicia y su entrada en la modernidad, es la acción histórica, “a voz de

 

hermandad”, de prácticamente toda la población gallega (campesinos, artesanos, pescadores, burgueses, clérigos e hidalgos) contra la oligarquía nobiliaria laica, los señores de las fortalezas. En una coyuntura histórica en la cual el papel jugado por el rey de Castilla y León, Enrique IV, fue secundario respecto de un levantamiento antiseñorial arrolla dor que derrocó las fortalezas y que el propio Enrique IV apoyó, parcialmente, por razones coyunturales, para conservar el apoyo político de la Galicia dominada por los irmandiños en la guerra civil contra la nobleza y su hermano el príncipe Alfonso, a su vez levantados en armas contra el rey legítimo.

 

Considero tan legítimo estudiar una época histórica a través de un “gran hombre”, en este caso El-Rey, como a través del protagonismo de la gente. Para ser rigurosos, insistamos, habría que aplicar un enfoque mixto, un análisis concreto de una situación concreta, que se puede inclinar más hacia el com- ponente individual o colectivo, dependerá del tema, del momento y del lugar. En el caso de la Galicia bajomedieval, todo lo que sea hurtar tiempo al análisis de un protagonismo colectivo –entrelazado naturalmente con los protagonismos individuales, también de nobles, arzobispos y reyes– que alcanza grandes dimensiones, es renunciar a hacer una historia completa, que es de lo que se trata. Incluso la entrada de los Reyes Católicos en Galicia, a partir de 1480, las primeras bases del Estado moderno en este reino periférico a fines de la Edad Media, resulta ininteligible sin tomar en consideración el apoyo popular de los primeros momentos, de muchos de los protagonistas de la revuelta de 1467, a su política de implantación de una justicia pública de resonancias antiseñoriales.

 

La historia mixta que hemos practicado, y que practicamos, para investi- gar globalmente la revuelta irmandiña y otros aspectos relevantes del fin de una época histórica y el comienzo de otra, en un espacio social, cultural y político paradigmático, de características nacionales recién formadas y con una escasa influencia del todavía Estado monárquico, ha seguido caminos bien diversos a la hora de mezclar, según los casos, especialidades, métodos, fuentes, enfoques y sujetos (parte de los trabajos en que nos basamos se pueden consultar en www.cbarros.com).

 

La convergencia mayor de especialidades que hemos experimentado, según hemos comentado ya, ha sido entre la historia social y la historia de las mentalidades; calificamos dicha fusión como “historia social de las mentalidades”. Mantuvimos siempre unidos estos dos campos de investigación, a tenor del tema elegido, combinando una historia objetiva (social) y una historia subjetiva (mental), añadiendo después, según la temática concreta, otras especialidades viejas, nuevas y novísimas: historia del derecho, historia de la literatura, historia oral, historia de las mujeres, historia ecológica, historia de la historia… Atención a la intradisciplinaridad sobre la que ha descansado, asimismo, un esfuerzo interdisciplinar enfocado hacia la antropología y la psicología.

 

La convergencia de métodos podemos ejemplarizarla en dos experiencias de aproximación global. 1) Análisis conjunto cuantitativo y cualitativo como manera de objetivar las subjetividades de los protagonistas y los antagonistas, de los sujetos en favor y en contra de la revuelta. 2) Superposición articulada de la corta, media y larga duración: el instante de la revuelta (tiempo corto), la década posterior de contrarrevuelta, resistencia social e intervención del nuevo Estado (tiempo medio), y la transición a la modernidad (tiempo largo). Dicho con otras palabras: producción social de las mentalidades de revuelta y contrarrevuelta, su transmisión oral y escrita entrelazada con nuevos acontecimientos y, finalmente, los cambios de mentalidad vinculados al cambio de civilización.

 

La mezcla de tipos diferentes de fuentes y de evidencias ha ligado de forma decisiva en mi investigación la oralidad con la escritura, de cuya confluencia ha salido nuestra propuesta y experiencia de una “historia oral medieval y moderna”.

 

Con todo, lo que quizás he utilizado más en mis pasadas experiencias de historia mixta son los enfoques plurales de tipo binario, escudriñando explicaciones globales y dinámicas mediante pares dialécticos; veremos varios ejemplos. La relación entre judíos y cristianos se ha venido tratando desde el ángulo bien de la persecución bien de la convivencia, nosotros hemos enfocado la tolerancia y la exclusión como un mismo fenómeno. Otro tema historiográficamente polémico que exige un par de conceptos dialécticos para su comprensión, para ir más allá de las subjetividades enfrentadas e interesadas sin caer en el término medio ni renunciar a la objetividad, es la valoración final de la revuelta de 1467 en términos de victoria y derrota. Hemos contemplado también simultáneamente, a la hora de estudiar las mentalidades “subalternas”, la coerción y el consenso, como ya hizo Gramsci en su tiempo con su concepto de

 

hegemonía, entrevisto desde las clases dirigentes. Aunque la “historia desde abajo” de History Workshop tampoco es suficiente para dar cuenta de hechos importantes que constituyen verdaderas encrucijadas históricas, es menester coordinar en una única investigación la “historia desde abajo” y la “historia desde arriba”, rebuscando términos que hagan posible integrar la mixtura arriba/abajo: lo intentamos en nuestro trabajo sobre el uso alternativo del derecho por parte de los rebeldes y por parte del poder establecido.

 

Los historiadores de la Edad Media han definido asimismo la relación del hombre hacia la naturaleza como dominación o subyugación. En un trabajo intradisciplinar hemos analizado conjuntamente estos fenómenos antitéticos, y sin embargo verdaderos, tanteando una explicación más integrada y más real. Vínculo bidireccional que también compete atribuir a la relación del hombre con el hombre, al estudio de la violencia social: estudiamos el entrelazamiento de actitudes que podríamos llamar pacifistas con las puramente violentas en los tiempos de revueltas y guerras que nos han ocupado. Siguiendo con el método mixto de indagar a la vez dos aspectos de la realidad aparentemente contradictorios, investigamos la relación social y mental entre el rey y sus súbditos, entre el sujeto individual por excelencia de los medievalistas y el habitual sujeto colectivo, la gente común, desde el doble enfoque imaginario-real. En una conferencia en Vitoria (1991), intitulada “Rebelión fiscal e imaginario real en la Galicia del siglo XV”, un alumno –o tal vez un profesor–, haciendo gala del viejo racionalismo separador que hemos criticado, escribió en el cartel anunciado una interrogación encima de “imaginario real”, pensando quizás

 

que se estaba ante una errata. Posteriormente he titulado el libro que contenía un artículo sobre el tema, Viva El-Rei, para significar la importancia social del imaginario monárquico como resorte mental de los vasallos rebeldes que asaltaban justamente las fortalezas exclamando “¡Viva El-Rey!”, presumiendo a voz en grito de un apoyo, medio inventado medio real: lo imaginario forma de este modo parte de la realidad como motor de la revuelta social, y la realidad entra en el imaginario colectivo a través de las cartas del rey, leídas en público, autorizando la hermandad y los propios derrocamientos. Enfoque mixto de lo real imaginario, o de lo imaginario real, utilizado asimismo en un trabajo anterior (1987) sobre el modelo caballeresco, mixtura que ya había llamado la atención a historiadores de la literatura, especialidad con la que confluimos desde la historia social y la historia de las mentalidades.

 

Mención aparte merece la necesidad epistemológica de reunir, en un mismo proceso de investigación, distintos sujetos históricos. Sigue pendiente un trabajo de biografías colectivas, de pequeños y grandes hombres, tanto de participantes como de opositores a la revuelta de 1467, para lo que disponemos en principio de menos documentación para lo primero que para lo segundo, para los nobles que para los plebeyos, por eso no valen en estos casos las clásicas biografías de “grandes hombres”, tampoco para los protagonistas del acontecimiento social. Si bien para ello es preciso antes aproximarnos a la definición de antagonistas y protagonistas, un cruce de estatus social y la mentalidad colectiva que exige metodología mixta. Nuestro estudio conjunto de los favorables y los contrarios a la revuelta de

 

1467 se ha visto facilitado por la existencia de una fuente posterior que hemos reconstruido como archivo oral. Aunque la Galicia del momento estuvo mayoritariamente a favor de los ir- mandiños, incluida la mayor parte de la iglesia, de la pequeña y mediana nobleza, además de las ciudades y de la gente del rey, por no hablar de la masa campesina y artesanal, he prestado también atención en mi tesis doctoral a la mentalidad de los contrarios al levantamiento contra las fortalezas, sobre todo los contrarios populares, porque los nobles que se vieron derrotados militarmente en 1467, “sen terras et sen vasallos” [“sin tierras, sin vasallos”]–escribe un testigo, cura de aldea, en 1468–, generan una tradición contraria de tipo nobiliario menos interesante y creativa, pues tratan la memoria de los rebeldes con descalificaciones atemporales del tipo “villanos” y “chusma”. Es historiográficamente más valioso conocer la mentalidad de la minoritaria oposición popular a la revuelta, ligada a la clase señorial pero autónoma en sus argumentos y simbolismo.

 

Aquellos hechos sociales, económicos y políticos, que por su impacto histórico han procreado polémicas asimismo históricas, sólo se pueden investigar cabalmente como historia doblemente mixta, entrelazando tiempos y sujetos: juntando para el análisis la mentalidad y la memoria, las subjetividades del instante y sus transmisiones orales y escritas polarizadas, investigando “favorables y contrarios”, un sujeto plural objetivo/subjetivo por sus mentalidades (subjetivas) y por sus condiciones sociales (objetivas), donde individuos y grupos intercambian usualmente, y en todas las épocas históricas, sus papeles de forma que miembros de las “clases dominantes” participan de la rebelión y miembros de

 

las “clases dominadas” apoyan a los privilegiados. Situación cruzada y compleja que sólo una historia mixta como historia global puede dilucidar.

 

Esta serie de enfoques mixtos probados por mí mismo, están en el origen de esta nueva –en cuanto propuesta historiográfica– línea mixta de investigación para el siglo XXI y serán, con toda seguridad, rebasados por trabajos posteriores que se beneficiarán de tres posibilidades inéditas: a) una elaboración y experimentación más colectiva; b) una idea más clara de la relación entre la práctica y la teoría, y por consiguiente de los objetivos epistemológicos globales a alcanzar; c) un nuevo concepto de la historia como ciencia – cuyo punto de partida es el Manifiesto historiográfico de Historia a Debate de 2001– que sitúa ya en el centro de la innovación historiográfica la investigación de una historia mixta como historia global, abriendo a historiadores de todas las temáticas y áreas un espacio académico ilimitado antes camuflado y constreñido entre los muros de las viejas, las nuevas y las novísimas especialidades. Sin un marco historiográfico global –y factible– resultarán imposibles nuevas prácticas de historia global.

 

Dejamos para el final el cruce historiográfico de los sujetos que nos implica más directamente, entre el sujeto de la historia y el sujeto de su escritura. Podríamos hablar incluso del historiador sujeto-objeto, parafraseando a Adeline Rucquoi, sujeto del conocimiento histórico y objeto de la investigación historiográfica que indagando al indagador ha de dilucidar y medir su influencia en la historia y en la sociedad, y viceversa. Una forma de hacer una historia objetiva-subjetiva sería en consecuencia yuxtaponer historia e historiografía, estudiando sin solución de continuidad el hecho histórico, su impacto posterior en la memoria colectiva y –añadimos ahora– en la historiografía, y giro de 180 grados, pues memoria e historia escrita actualizan y reconstruyen el hecho que sirve de base. Relación interactiva entre el historiador y su objeto, entre el pasado y el presente, intermediando la memoria social a veces, que nos lleva al concepto renovado de la historia como “ciencia con sujeto”, pues la historia descubre el pasado conforme lo construye, y a la inversa, posición reactiva del historiador respecto de su objeto de investigación que habría de ampliar a las propias fuentes históricas, asimismo descubiertas y (re)construidas, ocultadas y recuperadas, interpretadas y reinterpretadas, a lo largo del tiempo historiográfico.

 

Hemos intentado esta historia mixta entre historia e historiografía con tres casos concretos de la historia medieval de Galicia que tuvieron cierta proyección posterior: los irmandiños y la historiografía, el mariscal Pardo de Cela y la historiografía galleguista, los judíos de Rivadavia y la historiografía local.

 

De la segunda y tercera investigación concluimos algo importante para el tema que nos ocupa: una historia especializada por épocas y positivista respecto de los hechos históricos y sus fuentes, las dos caras de la misma moneda, no nos dejan ver que en determinados casos la historiografía –y/o la memoria– puede ser más relevante que la propia historia. Así lo históricamente más señalado de la historia de Pardo de Cela, caballero malhechor con fama de tal entre sus contemporáneos, es su muerte (ajusticiado por enviados de

 

los Reyes Católicos) y el relato romanceado propagado por sus allegados, recuperado por la literatura y la historiografía a partir de mediados del siglo XIX como un mártir protonacionalista, incluso popular, contra los datos conocidos de las fuentes de la época (siglo XV). En menor medida es el caso de los judíos de Rivadavia, de los cuales tenemos escasa –aunque cierta y significativa– noticia medieval, sin embargo su presencia histórica ha llegado hasta nosotros amplificada por tres circunstancias posmedievales, que no se dan en ninguna de las otras ciu- dades gallegas con comunidades judías y que han mantenido, impulsado y reconvertido el recuerdo colectivo de manera especial: los procesos inquisitoriales de 1606-1610, un difundido opúsculo de 1915 de un historiador y político local y la actividad contemporánea de un grupo de jóvenes que impulsaron a partir de 1989 la recuperación de la tradición de forma festiva y académica.

 

Indagando conjuntamente pasado y presente, los sucesivos presentes de cada hecho histórico trascendente, podemos descubrir que, en ocasiones, puede ser más esencial para la historia profesional el mito y la tradición, la memoria y la historiografía que el hecho en sí mismo, al modo rankeano, olvidando que los hechos históricos no tienen –tuvieron– vida propia al margen de la memoria (oral) y de la historia (escrita). No se trata sólo de reconocer que la memoria y la historia escrita constituyen objetos de investigación en sí mismos; es que, además, son parte inseparable de la investigación actual del acontecimiento histórico de referencia.

 

 

Desde nuestra concepción de la historia como “ciencia con sujeto”, vale solamente en parte la dura crítica de Hobsbawm a la “invención de la tradición”. Adecuada siempre y cuando el historiador tenga pruebas o indicios razonables de una manipulación de las fuentes, lo que choca con nuestra ética profesional, o cuando nos enfrentamos con una reconstrucción imaginaria parcial, incluso indeseable, desde el punto de vista ético profesional y general, o ambas cosas a la vez. Salvo situaciones así de extremas el historiador no puede hacer bien su trabajo saltándose ahistóricamente la tradición que ha conducido el objeto de investigación hasta nuestros despachos.

 

La historia que hacemos es mixta por opción metodológica y porque la realidad histórica que investigamos es asimismo mixta; si no fuese así, malamente estaríamos hablando de un avance historiográfico. Lo que aplicado a la mixtura metodológica pasado-tradición-historiografía quiere decir que lo real histórico se reconstruye presente a presente por agentes históricos e historiográficos que emplean, que empleamos, para ello criterios racionales y no racionales, emocionales e imaginarios, conscientes e inconscientes, voluntarios e involuntarios, etc. En suma, que la mixtura imaginario-real es causa y consecuencia de la mixtura historia-historiografía: al analizar los hechos históricos y su impacto temporal en la sociedad y en la academia, nos encontramos inevitablemente con la imaginación histórica, si la separamos artificialmente de otras realidades más aceptables para nosotros, habremos mutilado nuestro objeto, que no existe al margen de los sujetos cognoscentes y reproductores en el tiempo, académicos y civiles. Desde

 

nuestra concepción global –también en el tiempo– de la historia, tanto las historiografías como las tradiciones, más o menos “inventadas”, son parte de la historia pasada que tratamos, y a veces constituyen la parte más principal.

 

Un gran y cercano ejemplo es la fundación de Santiago de Compostela, que tiene su origen en el mito histórico de la presencia de los restos del Apóstol Santiago Zebedeo en un sepulcro bajorromano descubierto, “inventado”, a principios del siglo IX en las cercanías de Iria-Padrón, en el reino medieval de Galicia. Louis Duchense, primero, y Claudio Sánchez Albornoz, después, combatiendo la invención de la tradición, pusieron en evidencia la falta de datos históricos acerca de la predicación de Santiago el Mayor en Hispania, su traslatio y su entierro en Galicia. Un dictamen desde luego correcto desde el punto de vista de un concepto de la historia “tal como fue”, pero no tanto desde la historia entendida como una “ciencia con sujeto” continuo. La otra realidad histórica es que la creencia colectiva en esta fabulosa leyenda del Apóstol Santiago y sus reliquias ha producido, a lo largo de once siglos y especialmente durante la Edad Media, tales hechos históricos –e historiográficos, existe una rica historiografía jacobea trufada de polémicas– que el acontecimiento fundacional, sea “falso” sea “verdadero”, pasa a un segundo plano historiográfico, junto con el debate positivista sobre la autenticidad de los restos depositados en la catedral de Santiago.

 

Entre los hechos históricos desencadenados por la creencia general y multisecular en la autenticidad de las reliquias jacobeas, no me refiero solamente al camino de Santiago y su

 

importancia histórica para España y Europa en la Edad Media. Alrededor del sepulcro atribuido en las mentalidades colectivas al hijo de Zebedeo, nació una ciudad que devino capital histórica de Galicia, un arzobispado metropolitano y el señorío feudal más importante de un reino de Galicia que se transforma en nacionalidad medieval al mismo tiempo que alcanza su clímax la masiva peregrinación interior y exterior al sepulcro sagrado de Santiago, que ubica de manera inequívoca y diferenciada al nuevo país en el extremo occidental del mundo conocido. Prueba de la consistencia presente de este monumental precipitado histórico de orígenes legendarios es la unanimidad con que se acepta actualmente, pese al laicismo reinante. El día de Santiago, el 25 de julio, tienen lugar dos celebraciones políticas paralelas, el Patrón de España por parte de las instituciones gallegas y españolas, y el Día da Patria Galega por parte del nacionalismo gallego.

 

La ausencia de pruebas empíricas claras sobre la identidad de los huesos encontrados –otra tradición dice son del hereje gallego Prisciliano– hacia los años 20 del siglo IX, no altera para nada la portentosa historia de Santiago y sus obras, en el intervalo siglo IX-siglo XXI, una vez que millones de personas han vivido y vivirán, han actuado y actuarán, como si allí estuviesen realmente dichos restos. Lo imaginario es real y lo real es imaginario, la historia se hace tradición y la tradición se hace historia: sin una concepción mixta y global- temporal de la historia, jamás lo comprenderíamos.

 

NUEVO CONOCIMIENTO

 

Resumimos y terminamos: seguiremos experimentando con la historia mixta como historia global, ahora en equipo, a fin de mejorar los resultados obtenidos individualmente y consolidar –revisando, ampliando, matizando, desarrollando– la propuesta que hoy hemos definido como parte de un nuevo paradigma (consenso) historiográfico de carácter global, cuya prueba de fuego está en demostrar que es posible adquirir con esta nueva metodología un conocimiento histórico nuevo, contribuyendo a invertir la atomización de la disciplina y su anexo: la ley de rendimientos decrecientes.

 

Sobre mi experiencia personal, apenas unas notas finales sobre desafíos y resultados.

 

La historia mixta que queremos promover no va a resultar tan fácil, aun- que lo parezca o queramos que lo parezca, porque supone ir a contracorriente de un pensamiento atomizador, especializado e individualista, en repliegue pero todavía fuerte, heredado de la crisis historiográfica de los años 80 y parte de los 90. Así constatamos que investigar a la vez el pasado y el presente, abordar el hecho histórico como un continuo del que forma parte el propio historiador, no tiene realmente precedentes  teóricos. La relación pasado- presente-futuro del materialismo histórico es otra cosa, busca definir el compromiso social del historiador, no guiar sus investigaciones concretas, sitúa cada momento temporal en un nivel, separadamente, y luego los relaciona entre sí: estudiar el pasado para conocer –o criticar– el presente y construir un futuro mejor. Marc Bloch, en Métier d’historian, reivindica comprender el pasado por el presente, y el presente por el pasado, pero no va más allá de la historia regresiva, en lo primero, o del análisis de las causas históricas de lo actual,

 

en lo segundo. Siempre separando para después juntar, lo que final- mente no se hace: la historia mixta propone trabajar al menos con dos enfoques a la vez de manera continua, superpuesta, entrelazada, como en la “cinta de Moebius”.

 

Un ejemplo de las disfunciones del usual modo de investigar fragmentando es mi estudio citado sobre hombre y naturaleza en la Edad Media. Los historiadores de la economía como Cipolla concluyen que el hombre domina la naturaleza, y los historiadores de las mentalidades como Fumagalli nos dicen que el hombre está dominado por la naturaleza medieval: el conocimiento histórico sobre el tema ya no puede avanzar más si no se investiga simultáneamente la economía y la mentalidad, entre otros factores, sin experimentar una historia mixta como historia global.

 

Otro efecto saludable, prueba del buen camino iniciado, son las virtuales revisiones de hechos históricos cuya interpretación parecía establecida como consecuencia del cambio de un enfoque de la especialidad a la mixtura global. Citaré dos muestras sacadas de mis trabajos, que a mí mismo me sorprendieron: me reduje a poner en marcha una metodología mixta con la mentalidad abierta hacia sus posibles resultados, sin preconceptos que los condicionasen. La revuelta irmandiña se venía considerando en la historiografía tradicional como una gran derrota de los sublevados, hasta que aplicando las convergencias descritas de tipos de fuentes, tiempos, sujetos y especialidades, me encontré con un sentimiento mayoritario de la victoria irmandiña, difícilmente rebatible al no poder ya cambiar las mentalidades de los protagonistas, testigos y sucesores que se

 

apoyaban además, para ello, en argumentos empíricos verificables, si bien los contrarios también tenían sus argumentos factuales, que resultaron menos convincentes para los sujetos de la historia y la tradición subsiguiente, no así para la historiografía contemporánea deudora todavía hoy del análisis interesadamente derrotista de nobiliario de Vasco de Aponte, contrario declarado a la Santa Hermandad. La segunda muestra de resultados imprevistos es sobre el derecho medieval de pernada. El medievalismo ha dado por hecho, sin que hubiese habido jamás, por cierto, una investigación seria que lo probase, que el derecho de pernada no existió en la Edad Media. Mezclando fuentes orales y escritas, historia social y de las mentalidades, historia del derecho y de género, me he encontrado con un número importante de casos sobradamente documentados del ius primae noctis [lit. “derecho de la pri- mera noche”], versión clásica y variantes. Desde el momento en que emigramos de las fuentes escritas a las fuentes orales, del derecho promulgado al derecho aplicado, consuetudinario y de revuelta (uso alternativo), que tenemos en cuenta al mismo tiempo lo social (tributos feudales sobre el cuerpo), lo mental y el género (diferencia entre violación y derecho de pernada, fuerza y consenso, familiares hombres y víctima mujer), el resultado es claro y perturbador para muchos. Con toda seguridad, otros hechos establecidos por la historia especializada están esperando un enfoque renovado de historia mixta, no los defraudemos (me refiero a aquellos sujetos, en todos los niveles sociales, que han podido quedar disminuidos u olvidados en nuestro gulag académico).

 

En fin, termino de verdad; dicen que este nuevo siglo va a ser

 

global, diverso, mestizo, multicultural, multilateral, ojalá, que por nosotros no quede, contribuyamos a ello desde una historia más mixta, más compleja, más humana, menos especializada, más global, más abierta, más tolerante y científicamente más efectiva.

 

 

Carlos Barros

Universidad de Santiago de Compostela Facultad de Geografía e Historia

Dpto. de Historia Medieval y Moderna

Plaza de la Universidad, 1

15703 Santiago de Compostela, ESPAÑA