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Defensa e ilustración del Manifiesto historiográfico de Historia a Debate*

 

Carlos Barros

Universidad de Santiago de Compostela

 

 

El Manifiesto historiográfico de la red temática internacional Historia a Debate, que vamos a desarrollar aquí, es un texto resumido de 18 proposiciones científicas sobre metodología, historiografía, teoría de la historia y relación de los historiadores con nuestro tiempo, que, traducido a ocho idiomas, ha tenido ya una gran difusión a través de Internet y de diversas publicaciones académicas de Europa y América. En su primer año de existencia se han adherido a esta plataforma historiográfica, 177 investigadores y profesores universitarios de historia de 20 países[1].

Confiamos que estos amplios comentarios ayuden a un mejor conocimiento de nuestras propuestas, permanentemente abiertas y elaboradas por 24 historiadores de España, Francia, México, Estados Unidos, Argentina, Venezuela, Brasil, Cuba  y Ecuador[2], y animen a los lectores partidarios de un compromiso historiográfico renovado, actualizado y global, a contribuir a su apoyo, difusión y desarrollo[3].

 

¿Por qué un Manifiesto?

 

Hemos elegido el término Manifiesto para subrayar lo que tiene nuestra propuesta académica de llamamiento colectivo a una re-nueva escritura de la historia[4] adecuada a los problemas que el siglo que nace está planteando a la historiografía, y a la historia misma. Somos, por consiguiente, conscientes de que el formato elegido para dar a conocer nuestra alternativa historiográfica es en sí mismo un programa. En “tiempos de fragmentación”[5] y conformismo individualista no es habitual que académicos/as de tan diferentes áreas, universidades y países, se encuentren[6], desafiando la “crisis de la historia”, alrededor de posiciones historiográficas comunes y que, a bandera desplegada, proclamen su compromiso colectivo sin complejos.

Hemos visto como el  Manifiesto le tiembla en las manos -metafóricamente- a más de un colega conservador (clásicos y posmodernos) por el hecho de llamarse Manifiesto, y nos parece normal: se trata de una iniciativa conscientemente provocadora de gloriosos antecedentes. “Manifiesto” se llamó aquel editorial, “Cara al viento. Manifiesto de los nuevos ‘Annales”[7], que escribió Lucien Febvre en 1946, dos años después del fusilamiento de Marc Bloch, anunciando la reaparición de la revista-escuela que ambos habían fundado en 1929, donde se aseguraba que “Los Annales cambian, porque alrededor todo cambia: los hombres y las cosas”[8]. Aunque, justo es reconocerlo, el “manifiesto” más famoso e influyente de la historia intelectual y política contemporáneas es aquel que redactaron Marx y Engels en 1848 para la Liga de los Comunistas, antecedente de la I Internacional, y que empezaba diciendo aquello de “un fantasma recorre Europa….”. El Manifiesto Comunista condujo con el paso de los años a otra corriente académica de historiadores, basada en el materialismo histórico, que ejerció un importante influjo en la llamada revolución historiográfica del pasado siglo XX y que tuvo como expresión más acabada la revista-escuela  Past and Present, fundada en 1952 por el grupo de historiadores del Partido Comunista británico.

Ante tan ilustres y subversivos antecedentes, ¿qué aporta este modesto Manifiesto de la red académica internacional HaD?  Tres nuevas dimensiones: 1) por cronología e intenciones el nuestro es un Manifiesto del siglo XXI; 2) su redacción original no está en alemán, francés o inglés, sino en español[9]; 3) supone una respuesta no conservadora[10] a los efectos académico-historiográficos del relevo generacional que tendrá lugar por razones biológicas en dentro de 10 o 15 años.

Si alguien piensa que el movimiento académico de HaD es una reminiscencia de la generación del 68, se equivoca[11]: la mayoría de los firmantes del Manifiesto del año 2001, sobre todo en España, y de una gran parte de los componentes de la red HaD, han nacido en los años 60 y tienen por lo tanto delante una media de 30 años de vida académica. Se trata de una generación intermedia en ascenso, llamada a ocupar los puestos académicos más significativos en la próxima década,  cuando se produzca el gran relevo demográfico del que hablamos en el punto XII del Manifiesto, y de la cual cabe esperar[12] una mayor capacidad para entender lo que hay de nuevo en los trascendentales cambios sociales y culturales, históricos e historiográficos en curso.

El Manifiesto de HaD que, pese a su brevedad, necesitó de ocho años de reflexiones y confrontaciones para plasmarse,  tiene por objeto promover el consenso historiográfico a través del debate y la búsqueda de síntesis creativas, según las enseñanzas de la dialéctica clásica y/o del nuevo pensamiento complejo, y está abierto a futuros desarrollos y revisiones en los que pueden participar aquellos colegas que, coincidiendo con lo esencial del Manifiesto, lo soliciten libremente sin distinción de nacionalidad, edad o estatus académico[13]. La dinámica del Manifiesto no es apta, por lo tanto, para nostálgicos de los sistemas cerrados, hay que rebasar las actitudes autosuficientes de no pocas escuelas e ideologías del “siglo de los extremos”, somos contrarios a las defensas absolutas de tal o cual proposición o línea de investigación -incluidas las nuestras- como si fuesen las únicas válidas. Sectarismo académico que ha facilitado, por reacción, la difusión del “todo vale” de la posmodernidad historiográfica, antesala del triunfal regreso de la historia de los “grandes hombres” y del mito positivista de la “historia tal como fue”, en un movimiento pendular, peligroso para el futuro de nuestra disciplina, que Historia a Debate quiere contrarrestar  con tolerancia, debate y consenso, por este orden.

Prueba de la viabilidad de las propuestas historiográficas y teóricas del Manifiesto, y de la pertinencia de su enfoque abierto y no obstante comprometido, está en la continuidad,  y expansión, de HaD desde sus comienzos en 1993 (I Congreso Internacional Historia a Debate). El gran salto ha tenido lugar en 1999, año de celebración del II Congreso e inicio de la construcción de nuestra red digital que alcanza ya a los departamentos de historia de unas 250 universidades en los cinco continentes. Así y todo, Historia a Debate es un movimiento historiográfico joven. Diez años es poco tiempo para el desarrollo de una corriente académica de ámbito internacional, lo propio de nuestro medio es el tiempo lento, si lo comparamos con el periodismo o la política. Si bien Internet está acelerando las relaciones, el debate y el consenso, permitiendo constituir nuevas y extensas comunidades académicas conectadas en tiempo real, también es cierto que partimos de una basta fragmentación (donde el fragmento más estable es el individuo) y de una honda crisis de las corrientes historiográficas que dominaron  nuestra disciplina en gran parte del siglo XX, factores ambos que dificultan todo proyecto de reconstrucción paradigmática, generando  confusión, dudas e incertidumbre, que han provocado un vacío que HaD aunque quisiera no puede colmar, de ahí que animemos a otros  a seguir nuestro camino, creando comunidades/red y tendencias historiográficas explícitas, según se dice en el punto IX del Manifiesto.

 

  1. TENDENCIA LATINA

 

Destacábamos antes la novedad -para muchos sorpresa e incluso incomodidad- que entraña una alternativa historiográfica internacional de origen hispano. De hecho, para bien y para mal, HaD es la primera tendencia historiográfica latina en la “historia de la historiografía”. Tardamos un tiempo en tomar conciencia de que la posibilidad teórica de un eje historiográfico iberoamericano, planteada inmediatamente después del I Congreso[14], se estaba haciendo realidad[15] y que podía, y debía, transformarse en una corriente académica de vocación global sobre la base historiográfica de un mínimo común denominador, proceso iniciado el 11 de setiembre de 2001 con la salida a la luz del Manifiesto.

Conviene aclarar que Historia a Debate es una red latina pero abierta, multinacional y multilíngüe desde siempre. En los I y II Congresos de Santiago de Compostela han funcionado servicios de traducción simultánea español/francés/inglés. Las transcripciones de las mesas redondas del II Congreso están editadas en sus idiomas originales, al igual que ponencias y comunicaciones, que han sido seleccionadas para su publicación en las Actas, en base a criterios de calidad, adaptación al temario y equilibrio entre continentes y áreas académico-lingüísticas. Tanto en las actividades presenciales como digitales de HaD vienen participando universidades de unos 50 países, sin embargo, cuando hace tres años HaD deviene red académica digital, dando lugar al mayor período de expansión -hasta al presente- y a un notorio sentimiento de pertenencia[16], se reafirma su carácter latino:  los debates tienen lugar predominantemente en castellano, siendo  hispanoparlantes[17] más del 80 % de miembros de las tres listas de correo electrónico (2.247 en agosto de 2002) y más del 50 % de los visitantes de nuestra web trilingüe (una media de 1000 diarios a finales de 2002), si bien se mantienen aproximadamente uel medio centenar de países conectados a HaD, en su mayoría no hispanos. Unos 200 historiadores de habla inglesa, francesa, alemana, etc., siguen pues los debates de HaD a través de las traducciones automáticas español/inglés que hoy por hoy podemos ofrecer[18], lo que demuestra el interés que provoca esta inédita experiencia historiográfica en todo el mundo.

La tendencia actual en Internet, conforme se va generalizando su uso en Europa, América Latina y Asia, es a cierta fragmentación del ciberespacio en comunidades lingüísticas[19], ciertamente contraria a su naturaleza esencial de medio global de comunicación. Tal vez la interactividad mundial/global que supone la red de redes sólo se podrá realizar plenamente cuando los adelantos técnicos hagan posible una traducción automática multilateral y de mayor calidad. Mientras tanto, HaD seguirá combinando su identidad latina con su vocación global, multilíngüe, tanto en medios de comunicación académica convencional (como los congresos) como en la red, apostando cara al futuro por un multilingüismo ponderado basado en el inglés[20] y el español, ¿no son acaso las dos lenguas francas más utilizadas, dentro y fuera de Internet, en el mundo occidental?, y abierto a otras lenguas.

El español es, según Global Reach, el cuarto idioma mundial de los usuarios en Internet (7,2 %), duplicando el uso del francés (3,9 %), por debajo del japonés y del chino, quedando a distancia de todos ellos el inglés (40,2 %), cuyo carácter minoritario se va a acentuar de todos modos en los próximos años: en 2003 los usuarios en inglés se reducirán al 34,6 %, y los usuarios en otros idiomas duplicarán entonces al los anglófonos[21]. Esta progresiva pérdida de la importancia internacional del inglés en las comunicaciones digitales favorecerá en Occidente al español. Estamos ante una posibilidad históricamente inédita para transformar el castellano en la segunda lengua franca occidental, siempre y cuando seamos capaces de desarrollar contenidos proporcionalmente en español, pues ahí donde la hegemonía del inglés en el mundo web era en 2000 todavía del 68,3 % (datos de CiberAtlas), mientras que los contenidos en español son solamente  la tercera parte (2,4%) de lo que nos correspondería por el número de usuarios, y lo mismo pasa con otros países[22]. La falta de contenidos en otros idiomas está frenando gravemente,  por otro lado, la expansión de Internet por el mundo. La responsabilidad del español es, al respecto,  grande, por ser el idioma europeo con más  posibilidades de proyección global.

 

I.1 España-América

 

Partiendo de un pasado historiográfico más receptor que emisor de novedades, ¿es posible ahora, desde España y América Latina, lograr una proyección mundial que vaya más allá del ámbito académico latino? Pensamos que sí y lo estamos ya demostrando. En este mundo globalizado, las preguntas y las respuestas históricas e historiográficas difieren cada vez menos de un país a otro, de un continente a otro. Y el mundo universitario iberoamericano es muy adecuado para generar nuevas síntesis historiográficas.

¿Por qué ha surgido esta alternativa historiográfica en España y se ha extendido tan rápidamente en América Latina? ¿Cómo ha sido posible que ahora, y no antes, comunidades académicas de historiadores de España y de América Latina alimenten, trabajando en red, una corriente historiográfica con acentos propios?

Hagamos historia de la historia. Los historiadores latinos venimos, como el resto de la historiografía académica, de la matriz universal del positivismo decimonónico de origen alemán. Después recibimos la “revolución historiográfica del siglo XX” de factura principalmente francesa e inglesa que se extendió, en las décadas de los años 60 y 70, por España y América Latina, en el marco de intensas luchas históricas, sociales y políticas[23], que marcaron la formación de los historiadores españoles y latinoamericanos más avanzados. Nuestras historiografías tienen en común haber sido, a falta de escuelas propias de irradiación internacional, un crisol casi perfecto de la recepción de las nuevas historias annalistes y marxistas, engendrando una suerte de síntesis y territorio común[24], que no ha existido tan claramente equilibrado en los países de origen[25]. Tenemos por tanto, a uno y otro lado del Atlántico, una historia de la historia común, además de compartir una historia común y constituir una misma comunidad lingüística y cultural, hoy extendida a los EE. UU. Los programas de intercambio de profesores y estudiantes, entre España y América Latina, han favorecido desde 1992 esta fuerte interrelación universitaria, paralela a la emergencia de la red iberoamericana de HaD de actividades digitales y presenciales. Interrelación, historia e historiografía comunes, identidades culturales, que hacen de España el interlocutor obligado para la relación cultural, académica e historiográfica, de América Latina con Europa.

La falta de una tradición propia de escuelas historiográficas de proyección internacional, durante el pasado siglo, hizo del mundo latino, europeo y americano, un terreno virgen para la importación, con frecuencia acrítica, de las novedades historiográficas venidas de Francia, primero, y del mundo angloamericano, después, lo que nos alejó de nuestras específicas raíces y realidades históricas, nacionales y continentales, al tiempo que benefició sin duda a nuestras historiografías con los avances metodológicos e historiográficos más recientes. El balance final fue desde luego positivo, pero hoy la situación es muy otra, aunque perdura en algunas mentalidades académicas los complejos engendrados por tan prolongada relación dependiente.

Nos preguntamos que hubiese pasado si Claudio Sánchez Albornoz, Américo Castro, Bosh Gimpera o Rafael Altamira, no hubiesen tenido que exiliarse, durante la guerra civil española, a Argentina y México, países donde hicieron escuela. El caso de Sánchez Albornoz es ejemplar porque creo una buena escuela de medievalistas en un país como  Argentina que no tiene historia medieval.  ¿Qué hubiese sido de la historiografía española si él y otros historiadores hubiesen podido quedarse en España? ¿Habrían creado una escuela historiográfica específicamente española? No podemos descartarlo. Claudio Sánchez Albornoz, tenido por representante de una historiografía tradicional, positivista e institucionalista, lo que por supuesto  fue, dio asimismo tempranos pasos en el campo de la historia económico-social y aun de la historia de las mentalidades[26]. El exilio de la historiografía republicana española, y la autarquía académica posterior, trajeron consigo un prolongado paréntesis conservador que sólo se cerró, en los años 70, con la asunción, a menudo mimética, de las nuevas historias de Annales y del marxismo que entraban por los Pirineos, haciendo tabla rasa de la historiografía liberal anterior al franquismo.

Este pasado dependiente de las historiografías española y latinoamericana tiene de bueno, según ya dijimos, que abrieron nuestras historiografías a lo nuevo. Carácter receptivo que nos permite hoy, en plena crisis de las historiografías nacionales que tanto nos enseñaron antaño, transformar el retraso en ventaja, porque una gran tradición -me refiero aquí a la tradición renovadora en el siglo XX- puede ser, y es, una pesada losa para la necesaria adaptación del historiador a las nuevas realidades históricas e historiográficas.

 

I.2. Desfocalización, multiculturalismo, red

 

¿Por qué ahora, en el tránsito del siglo XX al siglo XXI, y no antes, es posible una historiografía latina no dependiente? Por la envergadura de los cambios históricos que estamos viviendo desde la caída del muro de Berlín, sobre todo los procesos diversos y contradictorios de una inacabada globalización que desmienten día a día el proclamado fin de la historia de Francis Fukuyama.

Decíamos en la convocatoria del II Congreso: “Y cuando cambia la historia, ¿no cambia asimismo la escritura de la historia?”. El cambio internacional más relevante para nuestro análisis se da, por descontado, en las relaciones historiográficas: “El agotamiento de los focos nacionales de renovación del siglo XX ha dado paso a una descentralización históricamente inédita, impulsada por la globalización de la información y del saber académico y superadora del viejo eurocentrismo” (punto VII del Manifiesto).

Historia a Debate no es el único ejemplo de iniciativa historiográfica, desde la antigua periferia, provocada por el efecto descentralizador y democratizador de la globalización. Un precedente sería la historiografía poscolonial, originada en la India a partir de los estudios subalternos gramscianos[27]. Habría que citar también la propuesta norteamericana de la World History, la historia global entendida como  historia mundial[28]. Surgirán asimismo otros formas de hacer la historia del nuevo movimiento social global, tan distinto de los movimientos sociales del pasado siglo, y del impacto de las nuevas tecnologías de la comunicación sobre la escritura de la historia y la sociabilidad de los historiadores.

Las relaciones historiográficas están sujetas hoy a grandes cambios. Van quedando atrás aquello de que un foco de renovación de ámbito nacional se proyectaba internacionalmente por el sistema de las dependencias historiográficas derivadas de dependencias culturales, económicas y políticas. Ahora son precisas alternativas multinacionales y globales en origen, inclusive para obtener y mantener influencia en el solar académico nacional. Multifocalidad y simultaneidad que resultaría imposible sin Internet, parte importante de los efectos  igualadores de la globalización, mal que les pese a los nostálgicos de las viejas relaciones “coloniales”.

Historia a Debate es síntoma, causa y consecuencia, de la desfocalización historiográfica provocada por una globalización diversa que está dando a luz una nueva historiografía que se manifiesta, o que puede manifestarse[29], en Internet con un grado de interrelación global, libertad, creatividad y adaptabilidad a los cambios, superior a la que ofrecen los medios tradicionales, siempre necesarios[30].

El futuro de esta nueva historiografía que propugnamos, y practicamos, mirando hacia adelante sin hacer tabla rasa del siglo XX, ni volver al siglo XIX, va a depender (punto XVIII del Manifiesto), junto con el desarrollo de Internet, de los avances de esa globalización más democrática, social y  pacífica, que nació en diciembre de 1999 en la ciudad de Seattle… Movimiento social global, con importantes apoyos intelectuales, académicos y políticos, que está logrando ya, pese a su juventud, influir positivamente, desde abajo, en un proceso descontrolado de la economía y las multinacionales, agravado por el terrorismo y las crecientes desigualdades Norte/Sur y Este/Oeste, que no puede ser gobernado autoritaria y unilateralmente, como demuestran los hechos posteriores al 11 de setiembre, por una superpotencia imperial a la manera de Roma o del Antiguo Régimen. Desde el conocimiento del pasado y del presente (enfocado históricamente), los historiadores podemos contribuir a una globalización alternativa que garantice un futuro más humano para todos los mundos, géneros y clases. Nos consideramos parte, pues, de la historia que sigue al “final” de la historia: ¿es acaso casual que el movimiento llamado antiglobalización haya nacido el mismo año en que HaD entró en Internet acelerándose exponencialmente su proceso de articulación como  red académica global?

Trastocados los viejos centros y periferias historiográficos, Historia a Debate propone y practica, en resumen, un nuevo modelo de relaciones historiográficas internacionales, en consonancia con el tiempo presente, cimentado en el intercambio igual, el multiculturalismo historiográfico y el trabajo en red.

Proponemos y practicamos un intercambio igual y multilateral de reflexiones, investigaciones y experiencias historiográficas entre países y continentes. La gran novedad del siglo XXI es, o debería ser, que la aportación de una historiografía no tiene porque estar ya tan determinada por la superioridad económica y política de un país sobre otro. Durante los siglos XIX y XX las innovaciones historiográficas sólo “podían” surgir de los países avanzados económicamente: Alemania, Francia, Inglaterra, Estados Unidos…, según el orden marcado por la sucesión histórica de las grandes potencias[31]. Ahora la situación es distinta: profesores formados en las antiguas metrópolis del saber académico, pueden ya pensar por si mismos y crear escuelas propias en las antiguas periferias, y, lo que es más importante, el mismo proceso de la globalización digital de la información y del saber atenúa progresivamente las distancias entre todos los países y los continentes[32]. El intercambio entre comunidades académicas nacionales será, por tanto, más igual conforme más se desarrolle y democratice la globalización. Estamos viviendo ya este novísimo proceso, hoy ya no serían factibles fenómenos unilaterales de base nacional como la irradiación desde Alemania del positivismo (desde finales del siglo XIX) o de la escuela de Annales desde Francia (sobre todo desde la derrota de Alemania en la II Posguerra mundial).

Las cosas han cambiado mucho desde la caída del muro de Berlín, que en un principio pareció favorecer los intentos desde EE. UU. de liderar iniciativas académicas con propuestas, distintas pero convergentes, como el posmodernismo o el “final de la historia” de Fukuyama, ambas hoy en declive. La descentralización geográfica del mundo universitario estadounidense, su carácter abierto, hace por lo demás dificultosa la exportación, a la francesa, de una posición historiográfica articulada. Norteamérica es más permeable que nadie a la diversidad de Internet, y los tiempos actuales no están para unilateralismos[33], y menos todavía en el mundo académico.

¿Qué pasó con los debates historiográficos que irradiaron desde los EE. UU. en la década de los 90?  Paul Kennedy estudió cinco siglos del Auge y caída de las grandes potencias (1987) para anunciar la decadencia del imperio de los EE. UU a causa del alto coste del mantenimiento de su supremacía militar, debate que no tuvo demasiada difusión, quizás porque todavía no se concretó la predicción, veremos qué pasa en el futuro[34]. Después vino Francis Fukuyama (después asesor de Bush) vaticinando el “final de la historia” (1989), meses antes del inicio de las transiciones en el Este de Europa al capitalismo, tesis que tuvo una extraordinaria difusión internacional aunque pronto se vio desmentida por la marcha acelerada de la historia, de forma que hemos pasado, con el auge de la globalización, del debate del fin de la historia al debate de los fines de la historia (punto XIV del Manifiesto)[35]. La teoria de Fukuyama fue reemplazada por el esquema interpretativo del “choque de las civilizaciones” (1996) de Samuel P. Huntington como horizonte inmediato del futuro de la humanidad. El 11 de setiembre pareció dar la razón a dicha proyección histórica, tanto Bush como Bin Laden citaron a las Cruzadas para ilustrar sus respectivas, y complementarias, guerras entre el Bien y el Mal, si bien el mundo acabó reaccionando contra tan brutal escenario, incluido el autor de la teoría de una “guerra final” entre Occidente y Oriente, entre la civilización cristiana y la civilización islámica. El éxito mundial del libro crítico de N. Chomsky sobre el 11-S muestra, finalmente, tanto la pluralidad del mundo académico americano como las razones de que las propuestas de Fukuyama y Huntington sobre la relación entre el presente y el futuro, apoyadas en datos históricos, no encontraran a fin de cuentas demasiados seguidores[36], pese al revuelo organizado, a diferencia del libro de Chomsky, expresión de un diverso movimiento crítico cultural y político de características mundiales. En un mundo globalizado la unidad de ideas sólo puede darse en la diversidad cultural. Inferimos de nuevo que el intercambio académico será más eficaz, alcanzará un mayor grado de consenso, cuando más igual y diverso sea. Las propuestas metodológicas, historiográficas o histórico-teóricas, han de surgir de bases diversas para alcanzar una aceptación global, en otras palabras: se imponen redes abiertas, multinacionales, multiculturales, más que focos nacionales que irradian sobre otros países.

Así y todo, no podemos dejar de reconocer que una parte nada desdeñable de la historia intelectual pasa hoy por los Estados Unidos -que participa de un dinamismo cultural que también detectamos en América Central y del Sur- y refleja el momento que vivimos. Los historiadores debemos aprender de los cuatro autores citados, y de los debates que generaron, nuevos rasgos que están también en nuestro Manifiesto latino y muestran la universalidad de nuestra alternativa historiográfica: un renovado  y diverso compromiso académico con la sociedad y la política (punto XVI); un nuevo interés por relacionar pasado, presente y futuro, sin  temor a la prospectiva, es decir, haciendo hincapié en la doble relación pasado/futuro y presente/futuro (punto XVII); una unión de la historia con la teoría, tanto en el caso del historiador Kennedy como de los filósofos políticos Fukuyama y Huntington, que los historiadores profesionales debiéramos frecuentar más (punto XIII); una visión desde la historia de los acontecimientos y de los procesos actuales, lo que en HaD llamamos Historia Inmediata (punto VIII); un ámbito global/mundial para los análisis y las predicciones históricas (punto VII). Buenas prácticas que contradicen los vetustos criterios de unilateralismo y verticalidad, elitismo y autoridad de los “grandes autores” fabricados mediáticamente, aspectos también presentes en los casos citados.

El segundo rasgo del nuevo modelo de relaciones historiográficas internacionales que propone y practica HaD es lo que podemos llamar multiculturalismo historiográfico[37]. Es decir la colaboración, el intercambio y el mestizaje en plano de equidad entre las diferentes historiografías nacionales, sin apriorismos sobre la superioridad que tal o cual cultura historiográfica por supuestas o reales razones políticas, económicas o lingüístico-culturales. La nueva sociedad de la información y del conocimiento está generando nuevos sujetos académicos internacionales basados en la comunidad de lengua, cultura e historia, superpuestos a las historiografías nacionales, suerte de “culturas historiográficas” que hay que tener muy en cuenta.

La juventud de la cultura historiográfica específicamente latina, representada por HaD y otras manifestaciones académicas, implica ciertas ventajas en lo que respecta a la cuestión de los idiomas. Por causas histórico-culturales, españoles y latinoamericanos, estamos por lo general más acostumbrados a viajar y servirnos de bibliografía en otros idiomas, que un historiador francés o angloamericano, y por lo tanto más preparados para el inevitable multilingüismo que provoca el proceso de globalización. Comentamos más arriba que el peso relativo del inglés en Internet decrece rápidamente: no va a haber una única lengua franca que unifique a todos los países interconectados por Internet y las nuevas tecnologías. Decía un colega norteamericano en el debate “HuD in English”[38] como empezaba ya a considerarse provinciano defender en los EE. UU. la consigna de “English only”, escribir e investigar sin bibliografía en otras lenguas, no viajar al extranjero para conocer otras historiografías, etc. Si el desarrollo de la globalización del saber lleva, como estamos viendo ya, a las nuevas comunidades académicas globales, los castellano-parlantes estamos por mentalidad, formación y experiencia, mejor preparados que nadie, desde el segundo puesto del ranking de las lenguas utilizadas en Occidente por los usuarios de Internet, para jugar un papel inédito en la historiografía internacional, sobre todo si, desechando malos ejemplos, sabemos coexistir con otras lenguas a tono con las corrientes igualadoras que atraviesan el ciberespacio, expresión de la sociedad que viene.

El tercer rasgo del modelo de relaciones historiográficas internacionales que proponemos y practicamos es, obviamente, el trabajo en red, que hace posible el intercambio igual y el multiculturalismo historiográficos, por un lado, y la superación del individualismo que ha marcado, durante buena parte de los años 80 y 90, el trabajo del historiador, por el otro[39].

Internet y las nuevas tecnologías pueden, y deben, actuar como contrapeso horizontal y transversal, de la verticalidad y la compartimentación inherentes a las viejas formas de asociación y comunicación académicas, con harta frecuencia jerárquicas, rígidas y lentas, y sin embargo necesarias por su dimensión presencial. Y no hablamos sólo de la comunicación a través de la Internet, donde los avances son notorios, sino del trabajo en red, es decir, de nuevas formas de trabajo colectivo en el campo de la investigación, tanto historiográfica como histórica, y de la organización y formación del consenso académico comunitario, tanto internacional como nacional. Es el momento, pues, de pasar del grupo local de investigación (dentro de un departamento o universidad) a la red temática de investigación (interuniversitaria, internacional)[40], aprovechando Internet para multiplicar la agilidad de funcionamiento y la difusión de los resultados. Que es factible en un tiempo relativamente breve construir comunidades académicas caracterizadas por su influencia global, lo demuestra la experiencia de Historia a Debate, doble ejemplo de red temática de reflexión e investigación historiográfica, y de comunidad internacional de historiadores fundamentada en el debate[41], con un alto grado de conciencia de pertenencia que nos ha permitido avanzar con una definición propia (y abierta) de la escritura de la historia y del oficio de historiador en la era global, en proceso de difusión (y reelaboración permanente) a través de la red. Junto con la constitución de nuevos grupos y comunidades virtuales, otra novedad del trabajo académico en red, virtual también en el sentido de posible[42], es su enorme potencial para la difusión de investigaciones e ideas[43], tanto personales[44] como colectivas, que la propia red HaD todavía no ha desarrollado plenamente.

 

  1. HISTORIOGRAFÍA CRÍTICA

 

El cambio de paradigmas historiográficos en curso se inserta en un acelerado cambio histórico que va desde la caída del Muro de Berlín hasta la caída de las Torres Gemelas, y no sabemos lo que nos reserva el porvenir[45]. 1989 supuso un antes y un después, pero a continuación se sucedieron hechos históricos asimismo transcendentales, de signo diverso, hasta el 11 de septiembre de 2001, otro gran punto de inflexión política, social y de mentalidades, en un movimiento histórico adelante-atrás que influye altamente en la escritura de la historia y el oficio de historiador, y cuya evolución última exige, en conclusión, una nueva historiografía crítica que haga un seguimiento de la historia que nos toca vivir y que reaccione con energía frente a sus efectos inmediatos, y por lo tanto reversibles, como el retorno de la vieja historia, la pérdida de autonomía del historiador frente a los diferentes poderes y el relevo generacional de la próxima década.

Lo viejo y lo nuevo se revuelven de tal manera en la salida de la crisis historiográfica de finales del siglo XX que asistimos al extraño fenómeno de una vieja historia, difundida por el historicismo alemán a finales del siglo XIX, que retorne cien años después  como la última “novedad” historiográfica- según decimos en el preámbulo del Manifiesto-, tanto en temas (biografía) como en enfoques (empirismo), lo que nos obliga a un criticismo remozado que, desde el más exquisito respeto académico por todas las formas de escribir la historia, plantee una y otra vez el inexcusable debate[46] de si tiene algún sentido científico que la historia del siglo XXI sea la historia del siglo XIX[47]. Operación que consideramos fracasada de antemano porque el contexto histórico en el que nació el positivismo, hace ya más de un siglo, no tiene nada que ver con el mundo global que viene, y porque no se pueden borrar los miles y miles de buenos artículos y libros que han producido las hegemónicas historiografías del siglo XX, por mucho que hayan tenido su propia responsabilidad en este imprevisto “giro conservador” que será un episodio efímero de la transición historiográfica del siglo XX al siglo XXI si somos capaces de actuar critica y consecuentemente: “regresando al futuro” con lo mejor de las nuevas y viejas historias.

Desde el punto de vista interno, el retorno de la vieja historia es consecuencia directa de las crisis de la escuela de Annales[48], del marxismo historiográfico, del estructuralismo que tanto influyó en ambos movimientos, y del neopositivismo cuantitativista, y de la subsiguiente fuga hacia adelante -que resultó hacia atrás- de un posmodernismo historiográfico que predicó el “todo vale”, enalteció la fragmentación,  negó dogmáticamente la objetividad y la cientificidad de nuestra disciplina, propugnando como solución final la reincorporación -suicida para la historiador de oficio- de la historia al campo de la literatura, alejando a los historiadores del compromiso con el mundo en que vivimos, abandonando, en derfinitiva, la utilidad social y científica que legitima la existencia de una historia profesional en el sistema de investigación y enseñanza[49].

Un argumento recurrente de los partidarios actuales, más o menos explícitos, del “retorno a Ranke” consiste en aducir la complejidad de su discurso historiográfico. Lo cierto es que su  propuesta historiográfica ganó justamente una gran difusión[50] por todo lo contrario, por su gran claridad en dos puntos que dieron origen al mito positivista sobre la historia y sus hacedores: 1) El objetivismo de origen teológico -”la historia es religión”, escribió Ranke en su Historia alemana en tiempo de la Reforma– que define una historia esencialista cuya tarea no es la “de juzgar el pasado”, ni la “de instruir el presente en beneficio de las edadas futuras” (como después propugnó el marxismo y en cierta medida Annales), si no mostrar el pasado “tal como fue” (prólogo a Historias de los pueblos latinos y germánicos). 2) El factor decisivo de la historia son “los grandes hombres”, véase al respecto la antología de Ranke que publicó W. Roces como Grandes figuras de la historia[51], entresacando de sus historias nacionales y “universales” retazos biográficos que constituían el esqueleto de sus obras. Ranke decía ciertamente que “los acontecimientos se desarrollan por la acción combinada de la energía individual y las condiciones del mundo objetivo” (prólogo de Historia de Wallenstein), pero hacía otra cosa: no escribía historia social sino historia meramente política centrada en los grandes hombres del momento. Así, por ejemplo, estudia la Reforma a través de Lutero y “nos dice muy poco de la masa del pueblo” o de la revuelta de los campesinos[52].   No es la única paradoja rankeana, asegura el autor de la frase mítica de la historia “tal como fue”, que “quisiera suprimir mi propio yo”[53] cuando investiga,  pero la realidad es que Ranke dirige, entre 1832-1836, una Revista histórico-política con Federico Carlos Savigny[54] para defender con, artículos políticos y estudios históricos[55], la Restauración y combatir las ideas liberales de origen francés desde un conservadurismo explícito de tipo  político, nacionalista y teológico[56], y por supuesto historiográfico[57].

Debemos juzgar a Ranke, a sus discípulos de ayer y de hoy, del mismo modo que habremos ser juzgados nosotros, por lo que hacemos no solamente por lo que decimos, sin perder de vista el contexto: reconociéndole sus méritos como historiador de archivo, extraordinarios en un romántico siglo XIX que no hacia distingos entre historia y novela, a pesar de la ingenuidad o del autoengaño que entraña pretender, contradiciendo su propia experiencia, que la vida no ha de actuar sobre la ciencia, solamente la ciencia sobre la vida (discurso necrológico dedicado a Gervinus). El cientifismo de Ranke “fracasó” porque la historia es, como bien sabemos, una ciencia con sujeto (punto I del Manifiesto), si bien el concepto objetivista de ciencia del tiempo de Ranke se puede comprender por reacción a la historia subjetivista, sin documentos, que imperaba en aquel tiempo. Disculpa que no tendrían los actuales partidarios del “retorno a Ranke” cuyos argumentos parecen ir más dirigidos contra las viejas y supuestamente derrotadas historiografías marxista y annaliste que contra los recientes ataques del posmodernismo y narrativismo más montaraces a cualquier lectura o relectura de la historia como ciencia.

Cuatro son las reacciones de los historiadores profesionales frente al “retorno a Ranke” anunciado desde los primeros atisbos de crisis de Annales y del materialismo histórico a finales de los años 70[58]: 1) considerar este retorno de manera positiva como un mal menor, última certeza del oficio en crisis por causa de la “ofensiva” literaria, cuando no regreso triunfal, secretamente deseado, de la alternativa salvadora frente a la confusión reinante y la desvalorización de la historia-ciencia; 2) juzgarlo negativamente, un mal mayor a combatir por su carácter reaccionario en términos historiográficos y políticos; 3) aplicar nuevos enfoques a este regreso de las temáticas tradicionales, descalificadas acervamente en su momento por Annales y otras nuevas historias, argumentando ahora que “todo es historia” y que se puede y se debe hacer una nueva historia política[59], biográfica, narrativa, institucional, militar…; 4) cambiar simultáneamente las viejas temáticas y los viejos enfoques, más allá del positivismo y más allá de las nuevas historias de los 70, reconstruyendo, mediante una práctica mixta, global, intradisciplinar, el paradigma historiográfico básico, que es la posición del Grupo Manifiesto de HaD. La vieja y la nueva historia, la historia política y la historia económico-social, la historia de las grandes individualidades y de la gente común, no se pueden “conciliar” sin cambios radicales en la matriz disciplinar de la historia, por eso llamamos también a nuestra propuesta “nuevo paradigma”.

Jacques Le Goff presentó en el I Congreso de HaD (1993) una ponencia sobre la necesaria recuperación de los géneros tradicionales con otros tratamientos metodológicos: especie de autocrítica de la escuela de Annales por uno de sus últimos representantes. Renovar las viejas temáticas sigue siendo una línea interesante, productiva, que nosotros ampliaríamos incluso a la historia narrativa[60], aunque claramente insuficiente, inclusive contraproducente por sus consecuencias historiográficas y no historiográficas, que el historiador colectivo ha de aprender a valorar. No hay que olvidar que el retorno a la vieja historia no es tanto la conclusión de un debate entre historiadores como el resultado de presiones extra-académicas a través de los grandes medios de publicación y difusión de la historia. De forma que si la biografía histórica “se vende” (en términos económicos y políticos) y, como ha pasado en España[61], es el género historiográfico más frecuentado, ¿de qué sirve incluir el contexto social, o incluso mental, al tratar la historia de un “gran hombre”, buscando la renovación del género, si los anaqueles de las librerías, los suplementos de libros de los periódicos y los boletines de novedades editoriales están anegadas de biografías tradicionales de “grandes hombres”? Aunque no sea así, si el centro del estudio de un reinado (medieval, moderno, contemporáneo o actual) es el Rey, ¿dónde colocamos el protagonismo colectivo, la sociedad en su conjunto? De telón de fondo, en el mejor de los casos. Para evitarlo no hay más solución que cambiar a la vez el continente y el contenido, experimentando, creando géneros historiográficos mixtos[62] donde lo individual y lo colectivo, lo político y lo social, se equilibren mejor, mezclándose químicamente, que en las viejas clasificaciones de las especialidades históricas aisladas entre sí por decenios de vidas separadas. Respecto al “mercado del libro”, dios supremo de las orientaciones historiográficas para las grandes editoriales y los colegas más neoliberales, está por demostrar que al público lector le interesa más saber del Rey que del campesino, de las grandes batallas que de la vida social o de las maneras de pensar, sentir o actuar de la gente normal como ellos[63].

Ante tanto “retorno”, recobran hoy desde luego una inesperada actualidad las críticas magistrales a Ranke, Langlois, Seignobos o Menéndez Pidal, hechas por las grandes escuelas historiográficas del siglo XX. La nueva historiografía crítica que proponemos y practicamos en el siglo XXI ha de enseñar a los historiadores en formación, nuestros alumnos, que la historia no es conocer el pasado “tal como fue”, ni se hace sólo con documentos, ni sus protagonistas se pueden reducir a reyes, grandes intelectuales (incluidos grandes historiadores) y jefes de Estado, que encarnen valores esencialistas de naciones ahistóricas. Sin por ello creer que reeditando la historia social y económica de los años 60 y 70 solucionaremos el  problema epistemológico (y político), puesto que fueron sus excesos (v.g. objetivismo, determinismo, economicismo), errores (v.g. la vieja e “idealista” historia total) e incapacidades ante nuevas innovaciones (v.g. historia oral, historia ecológica, historia de las mujeres, historia inmediata, historia digital), lo cual, junto a la falta de beligerancia crítica-autocrítica de los nuevos historiadores conforme alcanzan el poder académico, facilitó el retorno de la aparentemente vencida “historia historizante” en una coyuntura histórica favorable.

Probablemente jamás la historiografía fue tan sensible a los extramuros de la academia. El declive del compromiso cívico[64] de los nuevos historiadores, elemento coadyuvante de  la crisis de las vanguardias de los años 60 y 70, ha dado paso a finales de los años 90, tras un paréntesis posmoderno, a cierto  compromiso del historiador con una sociedad política y mediática que necesita de la historia para re-legitimar discursos y políticas nacionales zarandeados por el torbellino de la globalización y de la contestación étnica, nacional o regional, en el interior de los viejos Estados-nacionales. No habrá, por consiguiente, rearme de la historiografía crítica sin recuperar (punto VIII del Manifiesto) la autonomía de los historiadores e historiadoras “para decidir el cómo, el qué y el por qué de la investigación histórica”. Decimos autonomía y no soberanía, por que no pensamos, como es obvio, que el historiador pueda o deba ser independiente de la sociedad y de la política. Sencillamente nos inquieta que la función social y política del historiador haya estado, en los últimos años del siglo XX, demasiado hipotecada por las políticas historiográficas de determinados poderes políticos, grandes editoriales y medios de comunicación social[65], en detrimento de la relación antes privilegiada del historiador con la sociedad civil y sus necesidades historiográficas, en detrimento de la autonomía del historiador para valorar y decidir sobre los efectos no académicos de su trabajo que puedan resultar más beneficiosos o más perjudiciales para nuestros conciudadanos. Lo que está en juego no es sólo el respeto a la pluralidad historiográfica y política en nuestro campo académico, también el futuro de nuestra disciplina: no es casual que la expansión de los estudios de historia coincidiera, en los años 70 y parte de los 80, con un compromiso más social de los historiadores, y que los actuales problemas en las carreras de historia, y de otras humanidades, se correspondan en el tiempo con el regreso de la historia acontecimental y “heroica”[66] de la mano del fundamentalismo del mercado y de los poderosos medios políticos e informativos que le siguen siendo fieles.

¿Cómo contrarrestar efectos externos tan nocivos desde la propia historiografía?

Lo primero es organizarnos en comunidades y tendencias basadas en proyectos historiográficos: individualmente somos una pluma en el viento. Historia a Debate es una comunidad organizada de historiadores de todo el mundo con el fin, entre otros, de reconquistar el margen que nos corresponde para decidir sobre el qué, el cómo y el para qué de nuestras investigaciones, publicaciones y prácticas educativas, sabedores de que escribiendo y enseñando la historia estamos contribuyendo, queramos o no, a cambiar la historia.

Lo segundo es promover compromisos éticos con los nuevos movimientos sociales, locales, nacionales y globales, con esa sociedad civil que busca nuevas formas de participación democrática en la política y en la historia, compensatorios de otros compromisos, asimismo legítimos, con las opciones políticas y los poderes establecidos. Procurando nuevas formas de compromiso historiográfico[67] del tipo de la Historia Inmediata de HaD en su doble faceta de debates digitales entre historiadores que opinan como ciudadanos sobre hechos relevantes del presente[68], y de nueva línea de investigación histórica de acontecimientos que vivimos en directo y afectan a la historia y a la historiografía[69].  Porque debemos ser sensibles como historiadores, apoyando desde la academia y analizando día a día lo que nos rodea, el actual resurgir de una  sociedad civil que habrá de asegurarnos el contrapunto necesario para poder ejercer libremente, con la suficiente autonomía, el oficio de historiador en la nueva sociedad de la información.

Lo tercero es utilizar los medios alternativos[70] de comunicación social que nos ofrecen las nuevas tecnologías para organizarse y propagar aquellas ideas y producciones históricas e historiográficas que medios tradicionales pueden juzgar demasiado académicas y/o demasiado críticas.

Siempre dentro del pluralismo historiográfico y político que Historia a Debate propone, predicando con el ejemplo de los debates diarios en Internet y de la diversidad de los ponentes en nuestros congresos o en el mismo seminario compostelano. Es hora de dejar atrás el sectarismo académico, nacional o político, que caracterizó en mayor o menor grado a la historiografía del siglo XX. Debemos basar en el debate y el consenso las relaciones entre las diferentes áreas de conocimiento y maneras de entender la escritura de la historia, así como su relación con la sociedad y la política, en definitiva todos hacemos y enseñamos historia, dependiendo también el futuro de nuestra disciplina de su cohesión interna, de nuestra competencia para organizar la unidad en la diversidad disciplinar.

En el punto XII de nuestro Manifiesto nos referimos al relevo generacional inexorable que los demógrafos prevén afectará, entre los años 2010 y 2020, a los puestos de investigación y docencia en todos los niveles de la enseñanza, suponiendo el reemplazo de la generación nacida del baby-boom que siguió a la II Guerra Mundial, marcada por los acontecimientos del 68. Si se produjese en este momento dicho cambio generacional reforzaria más bien el “giro conservador” que estamos viviendo y criticando, por la propia confusión paradigmática todavía existente entre lo viejo y lo nuevo. ¿Qué podrá ocurrir dentro de diez o quince años?

El escenario económico-político-académico más inverosímil y nefasto sería un crescendo privatizador que recorte drásticamente los estudios de historia y otras disciplinas humanísticas sin utilidad “productiva”, dejando un reducto de funcionarios eruditos… y un incremento de los historiadores no profesionales o desprofesionalizados. Decimos inverosímil porque la globalización neoliberal ya no es lo que era: Porto Alegre es ya tan importante como Davos.  Las resistencias sociales e institucionales que se han levantado frente a una globalización económica insensible a los desastres sociales y culturales que ocasiona, en un tiempo excepcionalmente breve (1999-2003), se van a incrementar en el futuro porque responden a causas tecnológicas, económicas, culturales y políticas que están aún en sus comienzos, como todo lo que tiene que ver con la globalización, o las globalizaciones, en curso. En todo caso, la universidad sabrá siempre defender su carácter de servicio público, de lo cual depende el futuro de la historia y de otras ciencias humanas y sociales, como se ha demostrado en España con la movilización de estudiantes, profesores y rectores, contra la Ley Orgánica de Universidades, en noviembre/diciembre de 2001[71].

El escenario más probable y deseable para la segunda década del nuevo siglo es que la globalización haya encontrado la manera de contrarrestar sus dimensiones más desiguales, imperiales y economicistas, si no continuará la lucha entre las diversas formas de entender la nueva sociedad global, puede que ambas cosas a la vez, ya veremos en que grado. En cualquiera de los casos, la universidad continuará ejerciendo su función secularmente humanista, en el marco de las nuevas tecnologías y las nuevas realidades, la historia se investigará y se enseñará de otros modos, sin perder de vista el presente y el futuro, que no se pueden comprender cabalmente sin el pasado.  Siempre y cuando, naturalmente, que eludamos el bando de los pesimistas, generalmente interesados, y sigamos practicando, con inteligencia, el optimismo de la voluntad, preparando a los jóvenes para la historia que viene, cada vez menos protagonizada por los viejos Estados-nación, en relación con los cuales nació la historiografía positivista en el siglo XIX.

A mí como profesor me preocupa el conservadurismo de una parte de los alumnos, lo suelo decir en mis clases, aclarando que no me refiero a lo estrictamente político: el conservadurismo historiográfico es compartido a menudo por jóvenes de ideas políticas diferentes, inclusive opuestas. Muchos estudiantes llegan a la facultad, a veces sin vocación para la historia, con ideas bastantes simples (nombres y lugares, datos y datas) de lo que es la historia, y, hay que reconocerlo, no siempre logramos dotarlos de conceptos y conocimientos más profundos, si bien no suele faltar una minoría interesada por una historia más ambiciosa, renovadora y comprometida[72], de la cual deberían salir -venimos a decir en el punto XII del Manifiesto- los profesores e investigadores que en su momento nos releven. Hacemos pues un llamamiento a nuestra responsabilidad como profesores, tutores y directores de investigaciones, para educar a nuestros estudiantes avanzados a no idolatrar las fuentes, a innovar metodológicamente, a investigar con hipótesis y conclusiones, explicaciones y reflexiones, a no escribir la historia al margen de la vida, a renovar tanto la vieja historia que vuelve como la nueva historia que se nos ha quedado vieja. Tarea nada fácil para llevarla a cabo a título individual. Son necesarios proyectos colectivos de carácter intergeneracional porque hoy lo joven y lo nuevo, a diferencia del 68, no siempre van juntos: decíamos en el citado apartado del Manifiesto que nos encontramos con frecuencia con historiadores jóvenes con conceptos decimonónicos y otros menos jóvenes con interés permanente por lo nuevo…

No creemos estar exagerando el conservadurismo historiográfico entre los jóvenes que quieren ser historiadores: es el reflejo aumentado, entre otros factores, del “giro conservador” (por la vía de los retornos o por la vía posmoderna) que ha sufrido parte de la historiografía renovadora de Annales y del marxismo, influyendo negativamente en la formación de los alumnos. ¿No es cierto acaso que, en los tribunales para puestos docentes o tesis doctorales, se valora cada vez más la erudición y el uso de fuentes, y cada vez menos la renovación del método o la profundidad del análisis, por no hablar de la actualidad del tema o de su interés para el futuro? Para invertir esta situación tenemos a nuestro favor, desde un punto de vista intergeneracional[73], datos recientes que inciden positivamente en el relevo generacional en ciernes: 1) una parte de la nueva generación está comprometiéndose de nuevo en la lucha -con rasgos distintos al 68- por un mundo mejor, lo que supone proyectos colectivos y opciones de cambio para la historia y para su escritura[74]; 2) una parte de la generación intermedia nacida hace 40 años, con dos o tres décadas por delante de vida académica y civil, ocupará los puestos académicos claves en el momento del relevo demográfico y está resultando ya sensible a las muchas novedades del siglo[75]; 3) la generación del 68, heredera directa de la experiencia y las (des)ilusiones de la segunda revolución historiográfica está y estará presente en el cambio historiográfico que proponemos, unos animándolo y otros frenándolo, lo estamos viendo ya, confiamos en que los primeros predominarán conforme el contexto se siga mostrando favorable y crecientes corrientes colectivas, fuera y dentro de la academia, nos empujen hacia adelante demostrándose finalmente que las historiografías de los años 60 y 70 no han sido tan derrotadas por la historia como nos quieren hacer ver los posmodernos y/o premodernos más extremos, aunque ciertamente requieren, tres décadas después, una actualización autocrítica, en cualquier caso menos severa -desde la óptica de HaD- que la que nos quieren imponer el positivismo decimonónico o el subjetivismo absoluto de la posmodernidad.

 

II.1. Historiografía autocrítica

 

En HaD no concebimos una historiografía verdaderamente crítica que no sea autocrítica, ni creemos que tenga futuro, después de la experiencia intensa y dramática del siglo XX, un pensamiento crítico que deje fuera de la crítica sus propias bases paradigmáticas y, lo que es peor, sus prácticas y su propia historia.

Decimos en el punto X del Manifiesto que nos consideramos herederos de la revolución historiográfica del siglo XX.  La gran mayoría de los miembros del GM y del conjunto de la red HaD nos hemos formado en la escuela de Annales, en el marxismo y otras tendencias renovadoras emergentes que facilitaron la conversión del positivismo ingenuo de Ranke en el neopositivismo de la historia cuantitativa y el método hipotético-deductivo. Y nos consideramos los mejores herederos de estas nuevas historias porque nos hacemos cargo asimismo de sus deudas y de sus derrotas. Nos negamos a facilitar el trabajo a los que quieren hacer tabla rasa de nuestro pasado histórico e historiográfico. De Annales y del materialismo histórico quedará más o menos huella en la escritura de la historia de este nuevo siglo en la medida en que seamos capaces de realizar ahora un justo balance historiográfico con los ojos puestos en el futuro.

Hablemos primero de los éxitos, de la actualidad renovada a comienzos del siglo XXI de la vieja crítica elaborada por los nuevos historiadores ante el (transitorio) retorno de las posiciones historiográficas de Ranke, Langlois, Seignobos o Menéndez Pidal.  Yo, como otros colegas, todavía utilizo en clase La introducción a la historia de Marc Bloch (traducción española de Apologie pour l’histoire ou Métier d’historien, escrito 1942), Combates por la historia de Lucien Febvre (1953) o ¿Qué es la Historia? de E. H. Carr (1961), los compendios de metodología histórica e historiografía de la escuela de Annales y del marxismo historiográfico más divulgados. Obras redactadas hace más de medio siglo, que no reflejan por tanto la evolución de estas corrientes historiográficas durante su expansión y su crisis, y menos todavía los avances y debates más recientes, surgidos fuera de estas “grandes escuelas”, pero que dicen más a los estudiantes inteligentes que algunos refritos recientes sobre historiografía contemporánea incapaces de mirar hacia adelante, de explicar la “crisis de la historia” y ofrecer alternativas, como sería su obligación. Han envejecido bien estos textos fundadores de la renovación historiográfica pero han envejecido. No se trata, pues, de volver a la historiografía de la posguerra, difundida hacia los años 60 y 70 en el ámbito académico latino, sino de (re)construir un paradigma que resuelva por la base las contradicciones que hicieron fracasar parcialmente nuestra vieja nueva historia.

Lo primero que  diría en cuanto a la parte negativa del balance de las vanguardias historiográficas que nos precedieron, tiene que ver con esa incapacidad congénita de nuestra disciplina para escapar del sempiterno movimiento pendular historia objetiva / historia subjetiva: las nuevas historias no han sido capaces, aunque se intentó, de ofrecernos una auténtica visión  unitaria, articulada -“total”, según se prometía- de la objetividad y la (doble) subjetividad en la historia, cayendo en continúas paradojas que nos fueron restando credibilidad, por no hablar de la vieja historia que ni siquiera lo intentó. El positivismo fue tan claramente objetivista en relación con las fuentes como subjetivista clásico al hacer prevalecer la historia acontecimental, política, narrativa y las “grandes figuras de la historia”, cuando no la influencia directa de la religión y la política en la investigación autoproclamada neutral como en el caso de Ranke, según vimos. Sin demasiada mala conciencia porque lo que contaba, y cuenta para sus partidarios actuales, es el objetivismo epistemológico que relega al investigador a un papel de notario (conocer el pasado “tal como fue”), perfectamente compatible con las interferencias historiográficas de los intereses políticos de los Estados y las naciones decimonónicos, toda vez que se ocultaban, y ocultan, so pretexto de una acientífica separación entre el objeto y el sujeto de la historia escrita. Objetivismo que, avanzado el siglo XX, el neopositivismo tampoco cuestionó al remitir el papel del sujeto cognoscente a la verificación empírica como criterio finalista de la verdad científica, contra la opinión posterior de Kuhn que sitúa la “última instancia” en las comunidades de especialistas, atravesadas por subjetividades de todo tipo. El pensamiento crítico teóricamente no positivista tampoco supo resolver este problema crucial en el pasado siglo.

Desde Marx y Engels, el materialismo histórico ha oscilado siempre entre el objetivismo y el subjetivismo, explicando los cambios de la historia ora por la lucha de clases (Manifiesto de 1848) ora por el choque estructural del desarrollo de las fuerzas productivas con las relaciones de producción (prólogo a la Contribución a la crítica de la economía politica, 1859). Todavía, en 1978, los historiadores E. P. Thompson y Perry Anderson protagonizaron un conocido debate historiográfico y teórico entre un marxismo culturalista y un marxismo estructuralista, respectivamente, durante el cual Thompson  llega al extremo de renunciar a la historia como ciencia[76], distanciándose del propio Marx, dando por hecho que el término ciencia remite inevitablemente a empirismo, cientifismo y objetivismo, con lo que naturalmente no podemos estar de acuerdo, toda vez que no estamos de acuerdo con el viejo concepto de “ciencia sin sujeto” rebasado por la física en la primera mitad del siglo XX y por la filosofía de la ciencia en su segunda mitad.

Y del mismo modo que el marxismo historiográfico osciló entre una historia económico-social estructural (francesa) a una historia social de conflictos, revueltas y revoluciones (inglesa), la escuela de Annales evolucionó, a lo largo de sus fructíferos 60 años de historia (1929-1989), entre la misma historia económica y social de tendencia estructuralista, y una historia de las mentalidades que recupera el sujeto sicológico y antropológico al tiempo que, conforme la disciplina se fragmenta en mil pedazos, rompe sus conexiones con la historia social y económica. La dualidad está, como en el marxismo, en la matriz fundacional definida por Bloch y Febvre, quienes intentaron vagamente unir lo objetivo con lo subjetivo en una “historia total” que existió más bien en el  mundo de las grandes ideas, sin casi relación con la práctica empírica[77]: no generó una línea de investigación, fue pronto declarada “horizonte utópico”, sirviendo de coartada para la creciente fragmentación de disciplina, que hizo desaparecer en los años 80 del lenguaje historiográfico el viejo concepto de “totalidad”, de claro origen marxista, por efecto del péndulo infernal objeto versus sujeto que ha fracturado repetidamente las ciencias humanas y sociales, y muy especialmente la historia[78]. Llevar a la práctica un historia realmente global, objetiva-subjetiva, depurada de cualquier idealismo que sirva de coartada al continuo despiece de la historia, es uno de los grandes objetivos del Manifiesto de HaD (punto V) que también pretendemos desarrollar en el campo de la práctica empírica, sin abandonar la reflexión y el debate, mediante líneas de investigación de carácter objetivo/subjetivo  como Historia Inmediata, Historia Mixta y otras.

En resumen, afirmamos autocríticamente que la escisión entre el objeto y el sujeto instaurada en nuestra disciplina por el viejo positivismo[79] no ha sido superada, ni en la práctica ni en la teoría, por la historiografía annaliste o marxista.  ¿Existían realmente las condiciones objetivas-subjetivas para ello en el pasado siglo?

Desde principios del siglo XX, la nueva física del atómo y del cosmos ha dejado atrás el paradigma newtoniano[80], que había informado el realismo ingenuo de la ciencia positivista, relativizando los conceptos de objetividad, espacio y tiempo, y trastocando radicalmente el viejo concepto de ciencia. Así y todo, la filosofía de la ciencia empezó a desarrollarse, con Popper, fiel al empirismo como criterio último y esencial para definir la verdad científica, concediendo al investigador un mayor margen de maniobra en comparación con la célebre consigna rankeana del pasado “tal como fue”. Algunas tentativas del marxismo y de Annales de reintroducir el doble sujeto colectivo, agentes históricos e incluso historiadores[81], han estado sobredeterminadas, justo es decirlo, por el economicismo y el estructuralismo imperante en los años 60 y parte de los años 70 en las ciencias sociales[82], en el caso del sujeto histórico, y por la extraña pervivencia positivista del concepto de ciencia histórica (también entre los científicos sociales), en el caso del sujeto cognoscente. La nueva historia respetó en la práctica la escisión epistemológica objeto/sujeto difundida a partir de  Ranke, lo cual hizo posible que Annales, por ejemplo, compartiera sin mayor conflicto con el neopositivismo historiográfico géneros y enfoques como  la historia cuantitativa, las monografías regionales, la demografía histórica, y otras aportaciones historiográficas al paradigma común de valor en su momento historiográficamente nada desdeñables, hasta el punto que la historia cuantitativa o serial es considerada como uno de los emblemas de los “Terceros Annales” (1969-1989).

La impugnación de Popper y su neopositivismo, por parte de historiadores y filósofos de la ciencia, empieza seriamente en los años 60, es decir, décadas después de Heisenberg, Planck y Einstein,  con la publicación de  La estructura de las revoluciones científicas de Thomas S. Kuhn, cuyos nuevos conceptos de paradigma y revolución científica tienen alguna aplicación aislada, sin continuidad posterior, en el campo de la historia general en los años 70[83] a fin de explicar la emergencia de la nueva historia, hasta llegar a Historia a Debate. Desde el I Congreso[84] hemos asumido, profunda y críticamente, las nuevas nociones de Kuhn para comprender el cambio de paradigmas en que estamos inmersos y dotarle de una salida hacia adelante[85].

HaD es, sin duda, el intento más serio de la aplicación del método y de los conceptos (reformulados) de la historia pospositivista de la ciencia a la “historia de la historiografía”, en general, y a la historiografía inmediata, en particular: la propia expansión cuantitativa y cualitativa de HaD es inseparable del revolucionario enfoque historiográfico adoptado, que no es ás que la consecuencia de la actualización científica en nuestro campo disciplinar.

Digamos que hay tres maneras, entrelazadas pero distintas, de hacer historiografía: I) estudio cronológico y temático de autores y obras (enfoque positivista); II) estudio evolutivo de tendencias (enfoque correspondiente a la nueva historia); III) estudio del cambio paradigmático en el conjunto de la comunidad de historiadores (enfoque del nuevo paradigma). En nuestra opinión la nueva historiografía (paso III) ha de integrar el análisis de tendencias (paso II) y el análisis de individualidades y sus “grandes obras” (paso I), incluyendo en consecuencia el estudio de los paradigmas singulares de los “grandes historiadores” y las “grandes escuelas” en los paradigmas comunes y plurales que definen la evolución pasada, presente y futura, de la disciplina de la historia. Diríamos incluso que más que hacer hincapié en lo que diferencia a los historiadores y sus tendencias entre sí, es menester estudiar lo que comparten -o pueden compartir, si estamos en una situación de crisis- en un momento dado la (s) comunidad (es) de historiadores en cuanto a conceptos, temas, métodos, elementos de teoría y demás valores y creencias disciplinares.

Debemos confesar que para un historiador del siglo XX no es fácil entender la actual historia de la ciencia, a Kuhn y a sus propuestas, sobre todo su concepto rupturista de verdad científica como producto del consenso -no siempre explícito- de la comunidad de especialistas, cuando fuimos educados, por muy avanzada que fuese la tendencia historiográfica de adhesión, en la creencia de que la verdad es consecuencia de la verificación empírica… y punto. Se nos enseñó a infravalorar lo discutible que pueden ser las precondiciones, procedimientos y resultados, del trabajo empírico con sus temas y fuentes que requieren selección y crítica, interpretación y construcción.  De ahí que los intentos de aplicar la nueva historia de la ciencia a la historia de la ciencia histórica, fuesen raros y tempranamente abandonados en favor de los enfoques clásicos de autores y obras, que ha dado lugar, todo hay que decirlo, a valiosas investigaciones empíricas que incluyen referencias a contextos institucionales, sociales y políticos.

La historia y la historiografía no serás realmente nuevas si no actualizamos los conceptos de historia como ciencia y de historia de la ciencia (histórica) integrando objetividad y subjetividad (punto I del Manifiesto). Existen hoy condiciones cualitativamente distintas[86], la expansión global de HaD lo demuestra, para que entre los historiadores y los historiógrafos más avanzados se asuma de una vez el concepto pospositivista de ciencia, una nueva teoría de la historia como “ciencia con sujeto”, que seccione la infernal varilla del péndulo objeto/sujeto posibilitando, desde la autocrítica, una historia más global y, en consecuencia, una “historia de la historiografía” que tenga por objeto las comunidades de historiadores como instancia decisiva del proceso de conocimiento histórico.

El auge, y la necesidad, del pensamiento complejo favorecen asimismo las condiciones para trabajar intelectualmente con dos ideas a la vez -objeto y sujeto, pero no sólo- en la cabeza, cuando menos, a fin de pasar de los tradicionales análisis simples, que han abierto no pocas veces el camino al dogmatismo, a las síntesis complejas, lo que no quiere decir oscuras, ambigüas o eclécticas[87]. El problema no depende tanto de la inteligencia del investigador como de las estrategias de conocimiento que se apliquen, en nuestro caso, maneras superiores de pensar, investigar y escribir la historia. La innovación metodológica e historiográfica futura[88] pasa por esa historia mixta a que nos hemos referido supra, por la mezcla de dos o más líneas de investigación, temas y fuentes, enfoques o especialidades historiográficas. Juntando, por ejemplo, lo objetivo y lo subjetivo, la historia económico-social y la historia de las mentalidades, la historia a secas y la historia del historiador y sus circunstancias, puesto que la verdad histórica es doblemente relativa, a fuer de científica, según el diverso punto de vista de sus protagonistas (en el pasado) y el diverso punto de vista de sus investigadores (en el presente). La proporción y cualidad de la mezcla dependen, obviamente, del análisis concreto de cada caso histórico concreto, sin que ello quiera decir que no se puedan tirar conclusiones generales a revisar por historiadores e historiógrafos futuros.

¿Ciencia y relatividad? Nada perturba más al historiador positivista, consciente o inconsciente, que los condicionamientos subjetivos de la ciencia y de sus métodos, lo vimos anteriormente en el caso paradigmático de Ranke y lo hemos intuido hace años ante el desconcierto de algunos lectores, tanto profesores como alumnos, ante la tesis 3 de La historia que viene: “Es una falsa alternativa decir que la historia, como no puede ser una ciencia ‘objetiva’ y ‘exacta’, no es una ciencia”[89]. Ocho años después, verificamos que el punto I del Manifiesto proponiendo una nueva “ciencia con sujeto” suscita más adhesiones que resistencias[90]. Adhesiones plurales, como a los restantes puntos del Manifiesto, toda vez que convergemos hacia un terreno común desde diferentes tradiciones, países y continentes. Es importante la dimensión plural y colectiva del sujeto-historiador a que nos referimos cuando hablamos de una “ciencia con sujeto”.

Podía ser restrictiva una lectura primariamente política, social o clasista, de la subjetividad del investigador respecto de su objeto, ineludible en temas históricos polémicos o simplemente inmediatos, si no hacemos converger en la investigación, la interpretación y el debate, historiadores de distintas posiciones político-ideológicas: la objetividad, en estos casos, estaría garantizada por la pluralidad, surgiendo de la confrontación de enfoques, no siempre susceptibles de síntesis superadoras cuando sigue abierto, vivo, el objeto de referencia. ¿Cómo se conserva en estos temas de mayor conflictividad histórico-historiográfica la objetividad y la unidad, relativas pero ciertas, de la comunidad de especialistas[91]?  Exigiendo el rigor posible del método científico y el recurso honesto al dato. Somos partidarios, ciertamente, de una ciencia con sujeto, pero siempre ciencia: no renunciamos a la ciencia, ni a las fuentes, ni a la objetividad, condicionadas, es verdad, pero indispensables como referencia intersubjetiva de la comunidad común y plural de los especialistas, que ha de estar sujeta a la permanente crítica-autocrítica de la historiografía mediata e inmediata, tercer elemento pues de objetivación de las subjtetividades en juego: fuentes, pluralidad de enfoques e historia de la historia o historiografía.

Resumimos lo dicho aseverando que cualquier lectura legítima[92] de tipo político, social, ideológico o religioso, del Manifiesto,  ha de tener en consideración el conjunto de las 18 propuestas, de manera que cualquier compromiso cívico  debería insertarse en una lectura amplia y plural, metodológica y epistemológica, de la historia como “ciencia con sujeto”, para lo cual hay recordar: 1) que la mentalidad de los actores históricos suele ser más importante que la ideología estrictamente política en la explicación de los hechos históricos, incluso si son contemporáneos; 2) que los valores, conceptos y habilidades de los historiadores que pueden influir en el proceso de investigación no suelen ser de orden político[93], salvo en determinados temas y momentos; 3) que la subjetividad política de los investigadores se inserta de forma más productiva en las investigaciones históricas más conflictivas conforme se explicita[94], en debate por consiguiente con otras subjetividades político-historiográficas,  y analizado fuentes, cuyo proceso de selección, tratamiento y análisis ha de ser público, intersubjetivo y abierto a la crítica, para facilitar sin oscurantismo el consenso historiográfico de la comunidad plural de especialistas.

Otra objeción que se nos puede hacer a la reformulación que de la historia científica que proponemos en el Manifesto es su “dependencia” de las actuales ciencias de la naturaleza[95], a lo que se responderíamos con tres argumentos: (1) el paradigma ecologista nos ha enseñado que las historias del pasado humano y del pasado natural son inseparables; es menester, en consecuencia, (2) ampliar la interdisciplinaridad de la historia (punto IV del Manifiesto) a las ciencias naturales, y, por supuesto, a la filosofía de la ciencia, sobre todo a la que se ocupa de la epistemología de la física, y demás ciencias “duras”, desde la historia; (3) el fundamento equitativo de la interdisciplinaridad que propugnamos entraña reconocer y respetar las aportaciones, la autonomía y la autoridad de cada disciplina para aquello que le es propio, sin menoscabo de los necesarios intercambios.

El concepto tradicional de ciencia ha nacido de la física, ha evolucionado con las ciencias de la naturaleza, integrando finalmente elementos de la historia, la sociología y otras ciencias sociales y humanas. ¿Si valió en el siglo XIX la interacción, no exenta de mimetismo (cientifista), de la historia con la ciencia natural cómo no va a valer ahora que el acercamiento entre ambas es mayor y puede ser, por consiguiente, menos desigual el intercambio? Después de Kuhn, físico devenido historiador, nunca tuvimos tantas razones para emparentar la historia académica con la nueva ciencia. No hay anacronismo mayor que seguir empleando los historiadores un concepto decimonónico, absolutista, de ciencia cuando la física y la filosofía de la ciencia nos hablan, al igual que la la historia de la historia, de una ciencia sujeta al consenso histórico de sus protagonistas. Los físicos saben que el Big-Bang es la teoría que mejor explica el origen del universo… hasta que se alcance un nuevo consenso que la supere, más o menos determinado por los resultados experimentales[96]. La verdad científica se discierne y decide a través de la comunidad científica (a su vez influída socialmente), esto es, de manera relativa, pragmática (según la filosofía norteamericana de renovada actualidad). No existe al final del trayecto -inalcanzable, naturalmente- “la” verdad definitiva[97]: lo científico y riguroso, no nos cansemos de repetirlo, es el movimiento histórico de las verdades condicionadas, que es lo que quiere decir “relativas”[98], tanto si hablamos de química, de biología, de historia o de antropología. Hace tiempo que la ciencia moderna ha conseguido liberarse de lo absoluto y de la religión[99], ¿no es hora ya de que los historiadores hagamos lo mismo y pongamos al día nuestro compromiso con la ciencia y el método científico?

La causa última de la incapacidad de las viejas nuevas historias para conjurar el infernal péndulo objetivo/subjetivo estaría, por lo tanto, en el manejo continuo de una noción obsoleta, positivista, determinista e idealista, de lo que es una ciencia[100], al tiempo que se decía combatir al positivismo historiográfico de raíz alemana y se descalificaban de manera asimismo absoluta sus objetos de interés. Con toda evidencia el problema no estaba tanto en los géneros temáticos frecuentados por la historia positivista como en la concepción epistemológica que la sustentaba, informando las metodologías aplicadas. La crítica feroz de las temáticas tradicionales mantuvo ocultas las continuidades positivistas[101] entre los nuevos historiadores que pagaron así la endeblez teórica y epistemológica de la revolución historiográfica del siglo XX. Es por ello que nosotros llamamos “nuevo paradigma” a nuestra alternativa historiográfica para diferenciarla de la “nueva historia” precedente. Se hizo desaparecer de las facultades de historia, en los países más influidos por las nuevas historias,  la investigación sobre los géneros tradicionales (historia política, biográfica, jurídico-institucional, cultural, intelectual, diplomática, militar) pero no así los métodos y enfoques objetivistas que se reprodujeron en la nueva historia económica y social estructuralista, pese a la aparente contradicción que suponía el abandono del acontecimiento, del papel del individuo y demás temas “superestructurales” con la previa proclamación de una “historia total”. La prolongación subterránea del concepto de ciencia del positivismo de origen rankeano dificultó grandemente las propuestas más vanguardistas de Annales y de la historiografía  marxista  ligadas al papel activo (teórico, comprometido, global) del historiador consciente y colectivo, puesto que no “podía” ser reconocida públicamente dicha continuidad sin debilitar la lucha de ideas  y por el poder académico emprendida contra la historia tradicional y sus representantes.

La continuación implícita del positivismo  no sólo afectó al uso de fuentes, la erudición bibliográfica, las monografías, la forma similar de hacer y redactar las investigaciones de los historiadores marxistas, annalistes y neopositivistas, sino que coadyuvó sobremanera a inclinar la balanza de las nuevas historias hacia el objetivismo, el academicismo, el empirismo y la superespecialización, dejando en el olvido la historia con sujetos, el compromiso social, la inquietud por la teoría, el programa de la historia total, favoreciendo así la implosión final de las tendencias  historiográficas que marcaron con sus luces y sus sombras la historiografía del siglo XX.  La recuperación del sujeto acometida, a finales de los años 70, por la escuela francesa con la historia de las mentalidades y por la escuela inglesa con la historia social de conflictos, revueltas y revoluciones, llegó demasiado tarde para resolver las contradicciones internas de las nuevas historias y demasiado pronto para enlazar con el nuevo paradigma en construcción de una historia objetiva-subjetiva. Aunque el esfuerzo no ha sido en vano, gracias a tan importantes precedentes estamos intentando, por ejemplo, desde finales de los años 80, una historia mixta social y mental, histórica e historiográfica, que nos permita inéditas aproximaciones globales del pasado medieval[102] coherentes con la nueva epistemología histórica que estamos construyendo.

Sacando, pues, conclusiones autocríticas -por algo hemos titulado así este apartado- de la malograda relación a lo largo del pasado siglo entre la nueva y la vieja historia, Historia a Debate plantea de forma inédita, en el primer párrafo del Manifiesto 2001, la necesidad de un diálogo crítico y público con las otras corrientes historiográficas de facto competidoras al tiempo que nutrientes: el continuismo de los años 70, el posmodernismo y el “regreso a Ranke”. Así como, en el punto XIII, apostamos por una mayor coherencia entre lo que decimos y lo que hacemos los historiadores[103], a fin de evitar los habituales dobles discursos, exigencia nada fácil de implementar por los variados factores, tradiciones y compromisos, que influyen en nuestras investigaciones individuales, pero a la que no podemos renunciar como HaD si queremos ser eficaces, a medio y largo plazo, en la reorientación emprendida en 1993 del cambio de paradigmas en marcha. Lo cual nos lleva, otra vez, al difícil requerimiento de trabajar con “dos ideas a la vez” en la cabeza, verbigracia: si el positivismo ha hecho un aporte duradero al oficio del historiador, ¿por qué no reconocerlo abiertamente sin dejar de criticar aquellos de sus aspectos que consideremos historiografícamente desfasados o perjudiciales?[104]  ¿Podriamos afirmar, entonces, que hay un positivismo “bueno” (la historia se hace con fuentes)  y un positivismo “malo” (el historiador, y su tiempo, han de  “desaparecer” ante las fuentes[105])? ¿Podemos “fraccionar” la herencia paradigmática recibida, sea del positivismo, sea de la nueva historia? La respuesta sería negativa si creyésemos en la propuesta de rupturismo neto que ha teorizado Kuhn para que una disciplina supere sus momentos de crisis paradigmática o “ciencia extraordinaria”. Desde el punto de vista del Manifiesto de HaD las cosas son más complejas.

Hemos rectificado por la vía de la ampliación, en el punto VI del Manifiesto, el concepto de “revolución científica” de Thomas S. Kuhn que redefinimos como “ruptura y continuidad disciplinar”, enfoque duplo que combina los avances disciplinares por saltos y por acumulación[106], inferido de la evolución histórica de nuestra disciplina así como de la propia historia de las grandes revoluciones sociales y políticas, por lo regular mezclas químicas de ruptura y continuidad. El tradicionalismo historiográfico de nuestro físico devenido historiador[107] traduce “revolución” por ruptura simple, sin prestar atención a la continuación (ya veremos cómo) de partes del viejo paradigma en el nuevo consenso con los resultados (indeseados) obtenidos cuando se infravalora, se niega, se esconde o se descontextualiza dicha prolongación[108]. En suma, el problema a plantear es el siguiente: ¿puede el nuevo consenso paradigmático comprender elementos del viejo paradigma sin perder algo fundamental de su propia coherencia? Para mí la respuesta correcta es no. Si la asimilación de lo viejo por lo nuevo no trae consigo un reacondicionamiento[109] de la herencia recibida, una de dos: o no es realmente nuevo el paradigma emergente, o no es un verdadero paradigma, es decir consecuencia de un consenso disciplinar. Todo paradigma compartido por una comunidad de especialistas, diverso por definición en su forma (elementos de metodología, teoría y otras subjetividades) y en su fondo (confluencia de distintas escuelas, grupos y tendencias), pierde sentido y eficiencia si ambiciona integrar contribuciones antagónicas, en cuestiones fundamentales (epistemológicas), sin tener en cuenta las enseñanzas de la dialéctica que sitúa, asimétricamente, la “síntesis de los contrarios” sobre uno de ellos[110].

El futuro del nuevo paradigma que venimos patrocinando y ensayando en HaD reside en su capacidad para articular de forma compleja, pero clara y coherente, los descubrimientos recientes de la ciencia y del sujeto con las necesidades inmediatas y mediatas de la historia e historiografía, asumiendo las aportaciones útiles de las (viejas) nuevas historias y de las (nuevas) viejas historias previa reconversión, cualitativa y asimétrica[111], a los condicionantes epistemológicos de la nueva matriz disciplinar.

No resulta fácil esto de la síntesis asimétrica. Sirva de ejemplo la relación del historiador con sus fuentes, contribución esencial del positivismo a la acumulación paradigmática que hemos intentado replantear de forma renovada, en el punto II del Manifiesto, sin lograrlo plenamente -en mi opinión- dando lugar a cierto desequilibrio con el fundamental punto I sobre la ciencia con sujeto. Si el historiador (presente) descubre la historia (pasado) al tiempo que la construye, y viceversa (dos ideas a la vez), ¿cómo definir más certeramente el considerable papel activo del historiador, no reconocido por la nueva historia del siglo XX[112], cuando moldea sus fuentes[113]? En el nuevo paradigma, ¿construye también las fuentes el historiador mientras las descubre; descubre el historiador las fuentes conforme las construye? Preguntas perturbadoras que hay que afrontar para superar los fracasos relativos de la revolución historiográfica del siglo XX, para estar historiográficamente a la altura de los nuevos paradigmas de la ciencia, que no terminarán de formarse en nuestro campo académico mientras no dilucidemos mejor sus nuevas bases teóricas (iluminadas por nuevas prácticas). Nuestra hipótesis es, por consiguiente, que la nueva síntesis historiador/fuentes ha de girar sobre el primero (entendido comunitariamente) no sobre las segundas[114].

Nuevos temas y enfoques historiográficos fueron surgiendo, a modo de anomalías kuhnianas, al margen de las nuevas historias, por efecto de éstas y coadyuvando a sus crisis: historia oral, historia de las mujeres, historia ecológica, historia del tiempo presente, historia poscolonial, microhistoria, mundial/global… “Novísimas” historias que suponen la (re)habilitación de nuevas fuentes y nuevas relaciones con las viejas fuentes, una mayor implicación del historiador individual y colectivo en la (re)construcción de sus fuentes. No se encuentra aquello que no se busca: para indagar en determinada dirección hay que tener motivación (nueva temática), saber qué y cómo pesquisar en los archivos (tipos de fuentes), crear conceptos y técnicas para interpretar y extraer datos (metodología), y cada vez más fabricar archivos y fuentes más allá del clásico documento. En realidad, la fuente siempre ha surgido de la interactividad de las múltiples huellas del pasado con el historiador colectivo del presente, y tal vez no lo supimos ver.

La nueva historia habló de nuevas fuentes y de “nueva erudición”, y así lo recogimos así en el punto II del Manifiesto sin percatarnos de la incoherencia que supone juntar “nueva” con “erudición”[115].  Según los diccionarios ‘erudición” quiere decir saber profundo en materias humanísticas, históricas y literarias, deviniendo historiográficamente en un término ligado al saber histórico positivista de base textual, acumulativo y academicista. Habría que pensar -según mi criterio- en una futura redacción del punto II más ajustada al cambio profundo de la relación entre los hechos, las fuentes y los sujetos que investigan, descubren y construyen la historia. Encontrando una relación interactiva historiadores/fuentes que sintonice más con el conjunto del Manifiesto, con la práctica y el estilo de HaD, con las líneas de investigación que habremos de desarrollar como parte del nuevo paradigma en construcción. Nuestras propuestas y experiencias de historiografía e historia inmediatas, de historiografía digital, de historia mixta/global, de conexiones pasado/presente y pasado/futuro, vienen reclamando desde los años 90, con más claridad si cabe que anteriormente, un papel más activo del historiador en la construcción/descubrimiento de las fuentes, vinculadas así más eficazmente a los sujetos y a los objetos de la investigación.

 

III. NUEVA HISTORIOGRAFÍA

 

El empleo constante que venimos haciendo, desde las Actas el I Congreso[116], del concepto de “nuevo paradigma”[117] aplicado a la escritura de la historia tiene, en el actual contexto de cambio acelerado, un doble sentido en cuanto a ámbito y ritmo del devenir historiográfico.

Un primer sentido, amplio y descriptivo, guarda relación con los consensos inadvertidos e inacabados que adoptan las comunidades de historiadores ante los retos derivados de la crisis de las “grandes escuelas” y las pulsiones del presente histórico. Está por ver, aunque sea deseable y trabajamos para ello, que este cambio “objetivo” conduzca en un plazo corto a nuevo periodo de “ciencia normal” con un mínimo contenido paradigmático común[118].

El segundo sentido, más restrictivo y reivindicativo, del concepto de “nuevo paradigma” se refiere al consenso historiográfico practicado por Historia a Debate desde sus orígenes[119], plasmado provisional y explícitamente en el Manifiesto de 2001, en debate constructivo con otras posiciones historiográficas, sintetizando criterios y opiniones representativas de una extensa franja de la historiografía internacional[120].  Conviene aclarar que nuestras proposiciones no son, ni pretenden ser “originales” o “portentosas”, están sencillamente en el ambiente, otros colegas lo han pensado al mismo tiempo, o lo están intuyendo y practicando ya espontáneamente sin reflexionar demasiado sus implicaciones, cayendo en cuenta al leer el Manifiesto que tal o cual propuesta -a menudo unas más que otras[121]– le viene como anillo al dedo o la alternativa en su conjunto, ¿cómo si no podríamos generar un “nuevo consenso” que es lo que -repitámoslo una vez más para quienes no han leído a Kuhn[122]– quiere decir “nuevo paradigma”? Nuestra función como Grupo Manifiesto es tratar de descubrir, sintetizar y articular, los componentes de un consenso paradigmático -valga la redundancia- como HaD sin sectarismo hacia otras maneras de pensar la historia, sabedores de que la historia vivida y escrita cambia de dirección rápidamente, luchando con el ejemplo contra la opacidad y la fragmentación que exhiben otras propuestas paradigmáticas, menos organizadas que nosotros pero no menos presentes, y aun contradictorias entre sí[123], superponiéndose en ocasiones en la misma persona. ¿No vive acaso el historiador actual en la contradicción hamletiana de lo que fue, lo que dice y lo que hace? Hacer productivas las contradicciones generadas por la crisis, racionalizarlas[124], es la meta de HaD como nueva tendencia historiográfica cuyo estatus académico y grado de hegemonía final, en el mundo latino y no latino, dependerán de varios factores endógenos y exógenos[125]: el camino recorrido justifica ya el esfuerzo individual y colectivo de estos pasados diez años, aunque somos todavía jóvenes como movimiento de historiadores e historiadoras. Hemos dicho ya, en alguna presentación pública de HaD[126], que tal vez necesitemos otros diez años más para rematar la transición iniciada de la nueva historia al nuevo paradigma…

Desencantos anteriores, lo reciente de la manifestación colectiva de nuestro “programa” historiográfico, el inacabado proceso general de cambios históricos e historiográficos en que estamos inmersos[127], pueden sugerir a algunos la falsa idea de que desde HaD hablamos de un “nuevo paradigma” como de una “nueva utopía” al estilo de la vieja “historia total”: meta irrealizable, suerte de “esperando a Godot”, horizonte inalcanzable. Nada estaría más en las antípodas de nuestro método, prácticas y objetivos, ambiciosos pero exitosos precisamente por realistas, como sabe el lector que ha tenido la paciencia de seguirnos hasta aquí. En breve, Historia a Debate representa ya un nuevo paradigma historiográfico, como comunidad internacional de historiadores que comparte una manera diferente de entender el oficio de historiador en este nuevo siglo. Se percibe claramente la “distinción de estilo” al entrar en contacto con otras realidades historiográficas, incluso dentro de  Internet, nada interesadas en la metodología, la historiografía y la teoría, ajenas al “otro” académico, mirando hacia atrás, individualistas y academicistas; y la “distinción de contenido” al contrastar nuestra propuesta colectiva con publicaciones individuales recientes de historiografía, o con algunos manuales para la enseñanza universitaria, que silencian acientíficamente la crisis historiográfica de finales de siglo pasado, o bien la asumen sin ofrecer más alternativa de futuro[128] que el retorno al positivismo en el adecuado marco de la multiplicación posmoderna de los objetos y de los métodos.

En suma, en HaD hablamos de “paradigma” porque constituimos ya una comunidad profesional basada en un consenso dinámico[129] sobre el quehacer profesional, y decimos “nuevo” porque nuestras formulaciones, incubadas en los años 90 aunque propias del actual siglo -aceptando que históricamente el siglo XXI comienza en 1989-, se renuevan día a día, se desarrollan de manera diferente, sincrónica y diacrónicamente, a otras posiciones historiográficas, desde el momento en que integramos el debate en nuestra teoría y nuestra práctica, admitiendo al “otro” historiográfico como parte de nuestra identidad, lo cual no tiene precedentes en las escuelas historiográficas que nos han antecedido[130], y poco que ver con las corrientes actuales con las que interactuamos de manera harto deficiente, por tratarse de tendencias más bien informales.  Es por ello que animamos a “continuadores”, “retornados” y “posmodernos”-sin demasiado éxito, todo hay que decirlo- a organizarse de alguna manera para facilitar el debate, el intercambio y la búsqueda de un terreno historiográfico común. Puede que jamás lo hagan por falta de convicción, de propuestas de futuro o del individualismo subyacente, emergerán entonces grupos y movimientos -existen algunos en embrión- con toda seguridad más convergentes con HaD, en la forma y el fondo, desde tradiciones y ámbitos geoacadémicos historiográficos distintos a los nuestros, con los cuales será más factible intentar la reconstrucción del consenso historiográfico general.

Así y todo, virtuales interlocutores partidarios conscientes o inconscientes del regreso de Ranke, de la continuación simple del marxismo y de los Annales de los años 60 y 70,  o de la posmodernidad historiográfica, forman parte ya a título individual de la red HaD, y son susceptibles de un mayor compromiso con nuestro proyecto historiográfico plural (también los miembros del GM provenimos de una o varias de las posiciones apuntadas), siempre y cuando naturalmente exista algún interés en enfocar la profesión de una manera colectiva y actualizada. Decimos esto porque es más que probable que dichas proposiciones historiográficas no lleguen a constituirse, tal  como las hemos conocido en la pasada década, en tendencias organizadas con cierta continuidad, proyección de futuro e incidencia reseñable en nuestro ámbito académico[131].

Tengo para mí, en todo caso, que las mejores contribuciones paradigmáticas de nuestras corrientes “rivales” estarán presentes en el nuevo consenso historiográfico en el grado, y en los países, en que conquistemos más espacio académico los que pensamos que el avance de la historiografía implica en la hora actual la admisión del “adversario”, la síntesis de posiciones, en suma no hacer tabla rasa del pasado historiográfico. Si esto es así, e HaD representa como creemos muchos el progreso de esta historiografía de nuevo tipo, se entiende mejor porqué algunos interlocutores actuales, deudores del viejo sistema de relaciones historiográficas inmóviles, excluyentes y jerárquicas, no están siendo capaces de superar el estado latente e individualista de sus posiciones. Es más que probable, pues, que la escuela de Annales, el marxismo o el neopositivismo historiográfico que conocimos queden definitivamente como tradiciones de referencia, como parte esencial de la materias  de estudio histórico de metodología, historiografía y teoría de la historia, sin atisbos de vigencia futura como consecuencia de su influencia decreciente como corrientes organizadas en los debates y los consensos de la historiografía global, salvo aquellas aportaciones paradigmáticas susceptibles de ser incluidas en nuevos consensos historiográficos como el que representa HaD. No excluimos completamente, por supuesto, que nuevos grupos reclamen dichas filiaciones y propongan alternativas de futuro.  Posibilidad que parece paradójicamente mayor en el caso del marxismo[132], que manifiesta algunos signos de recuperación al calor del auge reciente de los movimientos sociales contra el neoliberalismo y el nuevo imperio, que en el caso de la escuela de Annales después de la frustración del “tournant critique”, o la otrora pujante corriente  neopositivista cuyo espacio ha sido ocupado, en este momento, por la vuelta del positivismo decimonónico que semeja  tener más soporte social y político por parte de Estados nacionales acosados por la globalización que la antigua cliometría. Como HaD facilitaremos, desde luego, cualquier movimiento futuro de reciclaje de las escuelas renovadoras del siglo pasado, y estableceremos una privilegiada relación de interlocución -sin jerarquía idiomática o continental- hacia la necesaria reconstrucción del consenso disciplinar, sin por ello dejar de defender, organizar e impulsar, más bien lo contrario, esta nueva tendencia/red que asume en un nuevo contexto científico e histórico los adelantos del marxismo, de Annales y del neopositivismo del siglo XX.

Hay que decir que el retorno a Ranke que venimos comentando como característico de la coyuntura historiográfica internacional presente, viene acompañado en ciertos casos de una interesante revisión de su propuesta objetivista[133], ¿quiere esto decir que, pese a lo dicho, se puede desarrollar a partir de Ranke una propuesta colectiva que acepte claramente el papel constructor de la subjetividad del historiador colectivo en relación con las fuentes y sus objetos de investigación? Lo vemos imposible, se quebraría el vínculo fundacional positivista (presente asimismo en Popper y su falsacionismo), su razón de ser en la historia de la ciencia y de la historiografía, habría que llamarlo de otra forma: ¿nuevo paradigma? Muchos colegas son y seguirán siendo positivistas más o menos “neo” en la práctica, permaneciendo generalmente fuera -”no me interesa”- de los circuitos de debate e innovación historiográficos, ahora más internacionales que nunca.  En los cuales sí está en cambio activa la tendencia posmoderna, elaborada y propagada desde los medios académicos de los EE. UU. (parte importante del actual proceso de globalización cultural, cuando menos hasta el 11-S), y su propuesta formal y concreta[134] de “giro lingüístico”[135], derivada últimamente hacia la “historia-ficción”[136], cuyo momento histórico-historiográfico en nuestra opinión ya ha pasado (la realidad histórica supera ahora a la ficción).

La caída de las Torres Gemelas ha dado la puntilla final, valga la redundancia, al “fin de la historia” de Fukuyama que consideraba cumplido -muy equivocadamente- el programa histórico moderno, pero también a las versiones de la historia inspiradas en el posmodernismo que vienen a rechazar el realismo, el racionalismo, el compromiso y la globalidad: el imperio que reivindica George W. Busch, apoyado por el momento en una mayoría de estadounidenses, no tiene nada de posmoderno, ni se puede reducir a un discurso lingüístico, como tampoco el hambre en el mundo, el terrorismo global o la amenaza apocalíptica del “choque de civilizaciones”. ¿Son posibles nuevos grupos de historiadores posmodernos y relativistas moderados que acepten una nueva “ciencia con sujeto pero ciencia”, las nuevas historias globales o los nuevos compromisos de los historiadores, académicos e intelectuales? Por descontado que sí[137], pero eso ya no sería posmodernismo sino la búsqueda de una nueva Ilustración (global), la reconstrucción paradigmática de la modernidad.

No vemos, en rigor, a L. Ranke, K. Popper o H. White como parte del nuevo consenso que preconizamos sin retorcer sus paradigmas de base, si no es como interlocutores extremos, como parte dialéctica del nuevo consenso/paradigma que estamos construyendo en permanente debate. La verdad es que si existe una posibilidad hoy de reconstruir el paradigma historiográfico es partiendo (críticamente) de las nuevas historias que protagonizaron, con sus luces y sus sombras, la revolución historiográfica precedente. La tenaza historiográfica[138] del positivismo y del posmodernismo en los años 80 y 90 para diluir o erradicar académicamente, en un contexto de desencanto y conservadurismo, la nueva historia ha fracasado[139]. Ni en historia ni en historiografía se puede hacer tabla rasa del pasado, en este caso la “revolución historiográfica del siglo XX”, ¿cómo pudimos olvidarlo?  El punto de partida más sólido para reconstruir hoy la historia científica, retomando al mismo tiempo las ideas de la  innovación y del compromiso, son las nuevas historias del siglo XX, previa una radical metamorfosis que nos permita llevar a buen puerto la urgente revolución pospositivista que neorankeanos y narrativistas han planteado pero no resuelto, justamente porque ambos hacen tabla rasa de los avances historiográficos del siglo XX, negando el sujeto unos y el objeto otros, excluyendo desde posturas extremas y complementarias la convergencia epistemológica objeto/sujeto que HaD propone y practica.

 

III.1 Historiografía convergente

 

Como paradigma plural y abierto[140] que afronta una fase de rivalidad -confusa, transitoria pero real- de paradigmas, HaD dispone de evidentes ventajas de enfoque y articulación (organización, dimensión global, consensos mínimos, trabajo en red, apertura al otro), entre las que destacaríamos dos fundamentales: (1) la identidad hispano-latina que hace posible que rebasemos un caduco eurocentrísmo y entremos a formar parte de una pujante globalización alternativa;  y (2) el interés central por la metodología, la historiografía, la teoría y la relación con la sociedad, sin lo cual sería hoy por hoy imposible innovar lo empírico y desde lo empírico[141]. Los graves problemas epistemológicos e historiográficos que siguieron a la caída de las “grandes escuelas”, ha convertido en inútil, incluso en frustrante, el sistema ya clásico de los nuevos historiadores de solucionar las sucesivas “crisis de la historia”[142]:  emigrar hacia otros temas de investigación sin prácticamente debate, sobre todo epistemológico, de ahí la continuidad positivista. Es por eso que nosotros planteamos primero avanzar, discutir y acordar, un nuevo marco epistemológico para la historia profesional, capaz de hacer frente a los nuevos retos de la historia y de la historiografía, a fin de promover y animar después enfoques de investigación empírica que se correspondan con el nuevo consenso historiográfico, estableciendo para ello las alianzas académicas necesarias, sin abandonar en ningún momento la investigación y la reflexión, la discusión y la acción historiográficas.

El progreso de HaD en estos diez años es consecuencia también de las alianzas más o menos explícitas que hemos ido estableciendo desde España. En un principio con los restos de  las vanguardias historiográficas de Francia e Inglaterra[143], en la búsqueda de ese impulso renovador que ha iluminado la historia del siglo XX. Después con una emergente historiografía latina y americana[144], encontrando así, a partir del II Congreso, esa especial conexión entre historia escrita e historia vivida que tanto chocó, y todavía choca, a los historiadores que han interiorizado e inmovilizado como una foto fija la caída del muro de Berlín, y que anticipa sin lugar a dudas nuestro inmediato porvenir[145]. El eje iberoamericano de HaD nos ha ayudado a pensar por nosotros mismos, a ir dejando atrás juntos -desde uno y otro lado del Atlántico- caducas dependencias historiográficas[146]; a redescubrir que el compromiso del intelectual y del historiador como una necesidad del siglo XXI; a experimentar formas nuevas de sociabilidad historiográfica, internacionales y basadas criterios más interactivos e igualitarios[147], dando lugar a una historiografía trasatlántica desde bases y momentos bien distintos a las dos historiografías angloamericanas que han influido a través del Atlántico en la segunda mitad del siglo XX: el marxismo en los años 60 y 70, y el posmodernismo en los años 80 y 90.

Parte importante de nuestro bagaje de experiencias como red abierta y foro permanente desde 1999, es por consiguiente fruto de una cooperación española, desde Santiago de Compostela y otras universidades, con los sectores más activos de las historiografías latinas trasatlánticas. Hemos construido HaD desde 1993 como la casa común de los colegas de diferentes géneros, edades e ideologías, países, continentes y formación historiográfica, partidarios todos y todas de la reflexión y el debate, dentro y fuera de Internet, sobre el oficio de historiador y la escritura de la historia, lo que no es poca cosa.

Muchos componentes de nuestras listas y visitantes asiduos de la web están de acuerdo, lógicamente, en mayor o menor grado, lo hayan suscrito o no públicamente, con las posiciones contenidas en el Manifiesto, fruto sintético de la experiencia de ocho años de la red HaD en su conjunto. Otros participantes de nuestra comunidad digital están más bien próximos a las actitudes historiográficas que hemos definido, sumariamente, al inicio del Manifiesto como continuadores de los años 60 y 70[148], posmodernos y retornados al viejo positivismo y su historia de los “grandes hombres”. Corrientes difusas con las que hemos  “pactado” tácita y unilateralmente (por falta de interlocutor público[149]) acuerdos  puntuales y móviles, plasmados en el texto del Manifiesto,  apoyándonos en una u otra posición de facto, criticando a ésta o  aquélla, según la cuestión a debate, con una intención que para nada tiene que ver con términos medios, terceras vías o eclecticismo y sí con superación dialéctica y proposiciones cualitativamente nuevas, de mismo modo que una mezcla química produce un compuesto nuevo a partir de diferentes elementos. Con estos interlocutores historiográficos, que se expresan diariamente en nuestros debates digitales y congresos, tenemos a la vez desacuerdos de fondo como HaD/tendencia que no afectan a la libertad y productividad de la red/forum porque quienes la organizamos y dirigimos no  pretendemos, como se ha demostrado en estos 10 años, tener la verdad absoluta sobre nada, y por lo tanto tampoco aceptamos sin debate que nadie diga poseerla: somos una opción historiográfica laica, luego científica.

Además de las citadas tendencias de hecho, sobre cuyas opciones futuras ya hemos reflexionado, existen enfoques temáticos de la investigación que no pueden ser catalogados como tendencias porque no constituyen, ni suelen pretender constituir, una respuesta a la “crisis de la historia”, lo que supondría una apuesta epistemológica sobre la historia inexistente por tratarse habitualmente de simples especialidades historiográficas. Algunos de estas recientes líneas de investigación reflejan, sin que frecuentemente los usuarios lo sepan, el cambio de paradigmas historiográficos que precisamos, abriéndose así la posibilidad de convergencias parciales en el terreno teórico y también de la investigación empírica. La función de HaD es, en estes casos, facilitar a los practicantes más abiertos al debate, la reflexión y el compromiso historiográfico de éstas nuevas especialidades una conciencia más clara de los potenciales efectos historiográficos de su trabajo para el conjunto de la comunidad de historiadores.

Una mayor proyección del nuevo paradigma de HaD sobre la práctica empírica constituye nuestra próxima fase como tendencia y  presenta, de entrada, dos vías de avance: a) la experimentación en red de líneas propias de investigación derivadas de nuestro consenso paradigmático global y llamadas, por consiguiente, a enriquecerlo desde la práctica investigadora; b) el establecimiento de alianzas con los historiadores e historiadoras de otras líneas de investigación cuyo desarrollo presente y futuro se encuentra limitado por los viejos paradigmas del viejo positivismo y aun de la nueva historia de los años 60 y 70.

En el primer caso estaría, por ejemplo, la nueva historia global[150] a que nos referimos en el punto V del Manifiesto, que hemos definido a efectos experimentales como historia mixta de géneros historiográficos[151]; la nueva historiografía fundamentada en los conceptos revisados de paradigma, revolución científica y comunidad de especialistas, que hemos verificado colectiva y exitosamente en lo inmediato como HaD, cuya aplicación al estudio histórico del cambio historiográfico está prácticamente inédito; la historia inmediata de que hablamos en el punto XVI, de la que hay ejemplos sobresalientes, y poco conocidos, entre los miembros latinoamericanos del Grupo Manifiesto, en contraste con una europea historia del tiempo presente con grandes dificultades para abordar realmente el análisis histórico del presente que estamos viviendo[152]. Estamos estudiando la organización de “grupos internacionales de investigación en red” en el seno del GM y de la red HaD sobre éstos y otros temas de investigación avanzada, como la nueva historia narrativa a que nos hemos referido en las conferencias generales del II Congreso[153], además del propio desarrollo del Manifiesto y de la historia de HaD. Tarea capital para el desarrollo cualitativo de HaD y su apuesta historiográfica que nos ha de permitir contribuir, en los próximos años, a la “recuperación de la innovacion” como valor académico, que reivindicamos en el punto III del Manifiesto,  verificando así la viabilidad del nuevo paradigma en construcción, enriqueciendo nuestra posición teórica-historiográfica con la práctica histórico-historiográfica, haciendo en suma más coherente la relación actual entre lo que decimos y lo que hacemos.

La segunda vía de avance del consenso teórico a la práctica investigadoras son las virtuales convergencias con colegas que trabajan líneas temáticas potencialmente próximas. HaD se ha ofrecido desde el I Congreso, y lo va a seguir haciendo en la medida de sus posibilidades, como plataforma para la difusión nacional e internacional de aquellos enfoques de investigación que, por su novedad o reciente actualización, nos puedan proporcionar pistas sobre el futuro inmediato de nuestra disciplina y elementos para la construcción y debate del nuevo paradigma historiográfico. Nos referimos a las historias “novísimas” que surgieron al margen -o en los márgenes- de las grandes escuelas de los años 60 y 70, cuestionando la resurgente matriz positivista y continuando la innovación en el mismo momento en que las nuevas historias de lo económico y lo social agotaban su impulso renovador y entraban en crisis. El tiempo de la “ciencia extraordinaria” principia, justamente, cuando se hace evidente la incapacidad de los paradigmas establecidos[154] para integrar nuevos adelantos historiográficos, aparecidos en los años 80 y 90 más allá de la influencia institucional de Annales, Past and Present y demás representaciones académicas de la nueva historia. Estamos hablando, sin pretender ser exhaustivos, de la historia de las mujeres o del género, la historia ecológica, la historia oral, la historia actual o del tiempo presente, la historia poscolonial, la historia mundial/global y, como lo más reciente, la nueva historia comprometida[155]. Temas, fuentes y enfoques, que ya no caben, si se aplican consecuentemente, con conciencia historiográfica y teórica, en el paradigma común de los historiadores inducido por la “revolución historiográfica del siglo XX”,  precisando de un nuevo paradigma historiográfico para desarrollar libremente sus potencialidades renovadoras, es decir, fuera del gueto de la especialidad. La alternativa para estos prometedores enfoques es convertirse, pues, en un fragmento disciplinar más o abrir las puertas, converger y participar en la reconstrucción paradigmática del conjunto de la disciplina[156], sin por ello abandonar el específico género historiográfico. Una gran parte de los practicantes de estas recientes líneas de investigación se encierran, siguiendo la peor de nuestras tradiciones y desmintiendo su sentido renovador,  en un decadente “espíritu de la especialidad”[157] -en ocasiones confortable cuota de poder- favorecedor de un reduccionismo empirista con su anverso fragmentador[158]  que ya habían conseguido neutralizar, entre finales de los años 70 y principios de los 80, los intentos tardíos de afrontar la crisis del estructuralismo, objetivismo y economicismo, en que habían caído Annales y la historiografía marxista[159]. Ciertamente hoy la situación es distinta: en el mundo global que viene la fragmentación de la historia y de la ciencia no tienen ningún futuro. Las especialidades no van a desaparecer, por supuesto, pero si el “espíritu de especialidad”, y los nefastos corporativismos anexos, que debería de ser reemplazado por un “espíritu común y global” que atraviese las subdisciplinas históricas y las historiografías más avanzadas, que mejor conecten con nuestro tiempo histórico e historiográfico[160].

La manera de que estos enfoques portadores de innovación, organizados por inercia y falta de reflexión historiográfica según el viejo esquema de las especialidades, se actualicen, eludan la marginalidad que amenaza siempre a lo nuevo, desplieguen sus potencialidades fuera del círculo de los practicantes empíricos, es colaborar activamente en el cambio  global de paradigmas historiográficos en que estamos inmersos, insertando aquellos elementos de ruptura metodológica o epistemológica que subyacen en estas líneas de investigación en el nuevo paradigma de la historia a debate. En el siglo de la globalización una innovación historiográfica deja de serlo, o tiene una corta vida, si no combate a la manera de Lucien Febvre[161] la fragmentación interminable heredada de la crisis de las grandes escuelas y potenciada por el posmodernismo ambiental y el positivismo rampante.

Así como procuramos la colaboración crítica con otras corrientes historiográficas “rivales” de ámbito general, con más resultados ciertamente dentro que fuera de HaD[162], habremos de intensificar por más motivos la relación existente, dentro del Grupo Manifiesto o del conjunto de nuestra comunidad/red, con aquellos colegas vinculados a especializaciones críticas o potencialmente críticas de los años 90, u otras que puedan surgir en esta transición historiográfica, desligadas de pequeños intereses corporativos, que entiendan como nosotros que ha llegado la hora de revisar el concepto general de historia, la relación del historiador con sus fuentes y entre sí, con otras disciplinas, con la sociedad, sobrepasando el viejo positivismo y todavía las nuevas historias, en consonancia con la historia que viene y con la historia que queremos. Simultaneando la práctica individual en tal o cual género temático, problemático, local o cronológico, con un compromiso historiográfico global, procurando la coherencia que sea dable en cada momento entre lo que se dice y lo que se hace (punto XIII del Manifiesto), entre la teoría y la práctica[163].

Nos dirigimos sobre todo, aunque no exclusivamente, a quienes hacen y entienden una historia de las mujeres desde la óptica del género y de un feminismo de la igualdad que no niegue la diferencia; una historia ecológica como parte inseparable de la historia humana, dentro por lo tanto de la historia general; una historia oral como nuevo enfoque historiográfico (válido, en principio, para todas las épocas históricas[164]), no solamente como un tipo más de fuentes; una historia del tiempo presente, reciente o actual, como una historia verdaderamente inmediata, y no simple prolongación gremial de la historia contemporánea; una historia poscolonial genuina,  alternativa y complemento crítico a los enfoques metropolitanos[165]; una historia mundial capaz de rebasar el eurocentrismo del ayer y el euroamericanocentrismo de hoy, una historia mundial auténticamente global, multilingüe y multicultural, que no eluda la historia inmediata[166].

HaD mantiene ante estos planteamientos virtualmente renovadores de base empírica, desarrollados en parte como nosotros en los años 90, una actitud convergente de colaboración y debate, fuera y dentro de nuestra comunidad/red, de crítica y de convergencia multilaterales en la investigación y la reflexión. ¿Qué más puede aportar HaD a estos y otros grupos diferenciados de colegas renovadores[167] como red abierta e historiografía incluyente? En un sentido amplio, la posibilidad de formar parte, sin menoscabo de la independencia individual o de grupo, de un observatorio historiográfico de carácter único -y no sólo en el ámbito latino- que permite contextualizar, comparar y relacionar la propia experiencia con el movimiento internacional de la historia. En un sentido restringido, la posibilidad de ubicar la propia investigación o actividad historiográfica en un nuevo paradigma en construcción, abierto y global, a fin de comprender las conexiones e implicaciones de la investigación que se hace particularmente como para contribuir, desde la práctica empírica, a una reconstrucción paradigmática que facilite el despliegue futuro de una historia actual, oral, ecológica, digital, mundial, poscolonial, de género…, doblemente comprometida con la innovación y la sociedad civil.

No descartamos, naturalmente, que algunos de estos enfoques historiográficos den lugar a versiones paralelas, en el marco “programático” de HaD, que llenen el vacío que provocan el “espíritu de especialidad” y la falta de reflexión global. Es el caso de la Historia Inmediata de HaD respecto de la Historia del Tiempo Presente o Actual, dos fenómenos historiográficos nacidos de manera independiente, en momentos muy distintos (años 70 la Historia francesa del Tiempo Presente; en 2001, la Historia Inmediata hispano-latina), y condenados a converger, cooperar y debatir, al menos entre aquellos que compartimos el criterio de la pluralidad de la innovación historiográfica como un valor a preservar[168], y la necesidad de combatir las actitudes caciquiles y corporativas[169] que frenan todavía la adaptación de nuestra disciplina a los cambios históricos e historiográficos.

HaD es mucho más que un foro de debate y punto de encuentro de historiadores comprometidos con el oficio y con nuestro tiempo, quiere ser además un “taller de experimentación” en la investigación empírica que nos ayude a recobrar el impulso renovador, según dijimos en 1999 al redactar el breve texto “¿Qué es HaD?” para la página web. Seguiremos, en suma, para ello dos vías: 1) El desarrollo propio, dentro de HaD, de líneas de investigación convergentes con nuestras posiciones paradigmáticas, como la mencionada historia mixta[170] que procure la creatividad y la globalidad mezclando métodos y fuentes, temas y géneros historiográficos[171]. 2) La cooperación con cualesquier esfuerzo innovador que desde las viejas, nuevas o novísimas historias, se esté haciendo o pueda hacerse en el futuro. Sin excluir, desde luego, la consecución de nuevos contenidos y/o nuevas formas de géneros tradicionales[172] que enriquezcan la historia que viene que será convergente/incluyente en la medida en que vaya poniendo coto a la fragmentación cambiando de base la matriz disciplinar necesitada de una urgente adecuación a la era de la globalización.

El papel de HaD a la hora de redefinir conocidos enfoques de interés, faltos de una reflexión paradigmática global, dependerá, hay que tenerlo claro, de nuestra capacidad para desenvolver líneas propias de investigación consecuentes con nuestra teoría historiográfica, en paralelo y/o colaborando con grupos de colegas que vayan en la misma dirección. Cuanto más tienda a enclaustrarse una temática prometedora en una práctica empírica, individualista y aislada[173] (los “pisitos” de Febvre[174]) mayor será nuestra responsabilidad, si bien los años venideros demostrarán que el mestizaje y el debate, la redefinición y la síntesis, constituyen solamente el método que nos llevará a la “nueva nueva historia” en construcción.

Recordemos que las especialidades historiográficas que aquí consideramos nuevas y novísimas tienen su origen en los años 70 y principios de los 80: están por nacer las líneas de investigación histórica que van a caracterizar la historiografía del siglo XXI, las nuevas construcciones con materiales más o menos viejos y nuevas tecnologías que hagan de una vez factible una historia global, completa.

 

  1. OTRA NUEVA HISTORIA

 

El interés reencontrado en los años 90, tiempos de aparentes desencantos y frecuentes retornos, por retomar la innovación metodológica y el compromiso ético, social y político del historiador, junto con la formación de la mayor parte de los participantes en el movimiento de HaD en los paradigmas compartidos por la escuela de Annales, el marxismo historiográfico y otras tendencias renovadoras difundidas en los años 60 y 70[175], que guiaron nuestras primeras investigaciones, puede llevar a algunos lectores a exagerar -lo que nos halaga- la continuidad de nuestra propuesta con la “revolución historiográfica del siglo XX”[176]. Sería más verdad, desde luego, si consideramos la nueva definición del término “revolución” como ruptura/continuidad y sustituimos “siglo XX” por “siglo XXI”.

El primer argumento en pro de la discontinuidad de HaD respecto de la nueva historia es por supuesto histórico: si cambia la historia, cambian los historiadores, cambia la escritura de la historia (convocatoria del II Congreso). La doble crisis de la nueva historia (académica) y de la propia historia del siglo XX exige una “tercera revolución científica” que asegure el futuro de la disciplina en el nuevo siglo, neutralizando en positivo los elementos “contrarrevolucionarios” que han emergido últimamente. Desde HaD tratamos de captar esa “nueva nueva historia” que precisa el mundo que está naciendo, o que ha de nacer, sobre los escombros del Muro de Berlín, las Torres de Nueva York y la ciudad de Bagdad. Un mundo radicalmente distinto, en cualquier caso, del que resultó de las I y II Guerra Mundiales[177] y generó las primeras vanguardias historiográficas “antipositivistas” cuya herencia reivindicamos hoy de manera crítica y autocrítica.

Hay cosas que antes no existían y que, en consecuencia, no pudieron formar parte de las nuevas historias de las anteriores posguerras[178] como el mundo global y presentista de la revolución de las comunicaciones. Paradigmas compartidos por Annales y la historiografía marxista que “fracasaron” -de forma parcial, ¿estaríamos si no hablando de ello en el nuevo siglo?- como la “historia total”, el “pensar la historia” o la relación pasado/presente/futuro, por la endeblez de una base epistemológica que no pudo, o no supo, romper con la ciencia mecanicista y la ingenua modernidad del progreso indefinido de los siglos XVII-XIX. Hoy disponemos en cambio de nociones antipositivistas mucho más eficaces para llevar a buen puerto las propuestas más ambiciosas de la “vieja nueva historia” en sus diferentes versiones, transformando a la vez el fondo y la forma, asumiendo la parte de verdad que contienen las críticas posteriores y convergentes de los partidarios del posmodernismo y de los retornos tradicionales.

Nuestra clave para relacionar el nuevo paradigma del siglo XXI con la nueva historia del siglo XX, y aún con la vieja historia del siglo XIX, es hablar siempre en términos de redefinición, reformulación, reconstrucción… La revolución historiográfica que estamos viviendo como HaD tiende naturalmente a “copiar” y apoyarse -como las grandes y pequeñas revoluciones de la historia- en los ejemplos precedentes de los años 60 y 70, sin conciencia clara a veces del anacronismo que ello puede suponer. Será el avance de la transición historiográfica en la que estamos empeñados quien irá diciendo hasta que punto el nuevo paradigma en construcción es nuevo, hasta que punto nuestra re-nueva historia es nueva, de lo que estamos ya seguros es que la historia no dejará de seguir siendo una ciencia -debatamos qué tipo de ciencia-, de que la actual “reacción” positivista y posmoderna no va a prosperar, pero nos obligará a pensar porque tiene su base…

Somos, además, manifiestamente distintos de las nuevas historias del siglo XX en cuanto al vínculo que proponemos y practicamos con la vieja historia positivista[179], y en cuanto a nuestra apuesta decidida por una nueva historiografía en red, alternativa de comunicación académica que no existía cuando Annales, Past and Present o la New Economic History vivieron sus ciclos de nacimiento, desarrollo y declive. Micheline Cariño de la Universidad mexicana de Baja California Sur comentaba, con motivo del primer aniversario digital de HaD, que habíamos logrado -entre todos- “formar una comunidad con la que sin lugar a dudas Marc Bloch y L. Febvre hubieran soñado y concebido de haber contado con este medio”[180]. Internet genera posibilidades impensables en el siglo XX para la organización de tendencias historiográficas y la remodelación de consensos académicos en un tiempo y un espacio infinitamente más breves y globales que los viejos métodos presenciales del siglo XIX y XX, utilizados por las viejas y las nuevas historias[181] (revistas, congresos, asociaciones, correo postal, intercambios presenciales). HaD es al respecto un excelente ejemplo, y no solamente para nuestro campo académico[182]. Por mucho que, como bien sabemos y sufrimos, el uso del ciberespacio no garantice por si mismo la calidad del contenido[183], es dudoso que se pueda estar en la vanguardia de algo, en este nuevo siglo, fuera de la comunicación digital. Cualquier retraso en comprender la incidencia social y cultural de la revolución de las comunicaciones adquiere tintes de gravedad si hablamos de medios universitarios, de la enseñanza superior, de la investigación: las instituciones ya están poniendo los medios, falta todavía que los usuarios académicos los aprovechemos enteramente y tomemos la iniciativa.

Así y todo la nota distintiva que aclara mejor nuestra continuidad/ruptura con las nuevas historias del siglo XX no es Internet, aunque guarda cierta relación con Internet, sino el reto teórico-práctico de la reformulación de las tres proposiciones más avanzadas -menos positivistas- de Annales y el materialismo histórico: la historia total, la historia pensada y la historia comprometida, cuyos infortunios han allanado el camino para el anunciado regreso de la vieja historia y el cuestionamiento extremo de la historia-ciencia por parte del “giro lingüístico” y del narrativismo.

Hemos rebautizado la historia total como “historia global” porque pensamos que lo global remite a un concepto de totalidad más materialista que idealista[184], más finito que infinito, más siglo XXI que siglo XIX, que la noción de “total” divulgada y malamente aplicada en el siglo XX por Annales, el marxismo y aun el neopositivismo historiográfico. Cambio relativo de terminología que facilita la necesaria diferenciación de la “historia total” de los nuevos historiadores entendida como “horizonte utópico” hacia el que se “avanza” parcelando y especializando cada vez más nuestra disciplina, y la nueva práctica investigadora que propugnamos colocando los enfoques globales en el punto de partida (posible) y no de llegada (imposible) de nuestras investigaciones (punto V del Manifiesto), haciendo converger diferentes métodos, fuentes y géneros historiográficos.

Podemos aseverar que la reflexión e investigación metodológica, historiográfica y teórica, que hemos denominado historia pensada, tan reivindicada como escasamente frecuentada por las antecedentes vanguardias historiográficas, es algo practicado ya de manera cotidiana y creciente en el ámbito de influencia del movimiento de HaD[185]. La experiencia de HaD en sus diez años de historia pensada aporta cinco nuevas dimensiones, que nos hacen entender mejor, retrospectivamente, porque no tuvieron continuidad y alcance tanto los intentos del siglo pasado como otras tentativas (normalmente de tipo clásico, individual) paralelas a HaD en los inicios de los años 90[186]: 1) Combinación de la reflexión con la investigación empírica, eludiendo el maligno “espíritu de especialidad”, sin apartar la historiografía del grueso de la comunidad de historiadores, consecuentes con nuestra opción por una historia mixta como camino de globalidad. 2) Democratización de la actividad pensante sobre el método, la historia y la teoría de la historia.  Queremos una historiografía más democrática. Sostenemos que de entrada cualquier historiador puede, y debe, investigar, reflexionar y debatir, sobre los propios historiadores y sus enfoques, por encima de su área cronológica[187] o especialidad temática, dejando atrás la vetusta y elitista idea de que sólo las “grandes figuras”, en la madurez de su carrera, “pueden” elaborar metodología e historiografía[188]. 3) Atención permanente, no circunstancial o vinculada a la actual coyuntura crítica de la historia, a la reflexión y la historiografía, entrelazada con la investigación empírica individual[189]. 4) Debate permanente. No concebimos la investigación y el pensamiento sobre la historia y el oficio de historiador sin pluralidad, debate y consenso, comunitariamente, organizando tendencias[190], compartiendo territorios[191]. 5) Historiografía inmediata. No reducimos nuestro interés por la metodología, la historiografía y la teoría de la historia al pasado, incorporamos el presente y el futuro. HaD investiga desde hace una década una historiografía del tiempo presente, realmente actual, inmediata, y estudiamos cómo la historia inmediata influye, o puede influir, en la escritura presente y futura de la historia, buscamos adelantarnos a los inevitables efectos de la historia vivida sobre la historia escrita. La continúa expansión de HaD tiene que ver, precisamente, esta nueva forma de hacer historiografía que nos caracteriza y distingue, junto con los otros cuatro rasgos citados, de los anteriores nuevos historiadores, de lo que fuimos antes de resultar transformados por la propia experiencia inédita que estamos impulsando desde 1993…

Tampoco pensamos que sean repetibles, tocante a la historia comprometida, los planteamientos de los años 60 y 70, cuyos excesos, ideologizantes unos (“historia militante”) y academicistas otros[192], dieron impulso en los posmodernos y conservadores años 80 a una reacción positivista que no ha parado del todo[193]. Todavía hoy cuando uno habla[194] del compromiso ético, social y político de los historiadores, hay historiadores (de todas las edades) que saltan como un resorte y se llevan las manos a los brazos del sillón (o a la cabeza). Sin embargo, el compromiso intelectual ha vuelto a ponerse de “moda” por doquier, es un fenómeno de características plurales que está en sus inicios y progresa aceleradamente según los problemas históricos del incipiente proceso de globalización va engendrando enormes movimientos sociales y políticos alternativos que inciden sobremanera sobre la novísima, la nueva y la vieja intelectualidad.

¿Estamos los historiadores preparados para el compromiso que viene? ¿Puede reducirse el nuevo compromiso a lo político, con frecuencia relacionado con el poder[195], olvidando lo social[196]? ¿Cuáles pueden ser las consecuencias futuras para la disciplina de la historia de un repliegue academicista “a la francesa”[197]? HaD no propone solamente, aunque habría razones más que  suficientes, la reconstrucción del viejo concepto de compromiso por motivos éticos universales, de sensibilidad hacia los desposeídos o de contribución política a las “grandes causas” sociales y comunitarias, que vuelven por sus fueros, sino, y sobre todo, porque dicha actualización del compromiso académico responde al interés vital de la historia como comunidad profesional, ¿no está acaso nuestro futuro condicionado por percepción que exista en las mentalidades colectivas y los medios políticos de la utilidad pública y social del oficio de historiador?

Dos rasgos interdependientes diferencian, por consiguiente, la nueva historia comprometida de HaD del compromiso del historiador de los años 60 y 70 (a los que habría que sumar naturalmente su dimensión global): 1) pluralidad frente a sectarismo; 2) profesionalidad frente a academicismo. Lo primero nos distingue de la historiografía marxista más “militante”[198] que vinculó restrictivamente la idea del compromiso del historiador a la lucha partidaria por el socialismo, a la acción política de izquierdas, deslegitimando compromisos historiográficos desde otras ideologías[199]. Lo segundo nos distancia del academicismo, del cuantitativismo y del estructuralismo, sea marxista,  analista o neopositivista, que separan ciencia y sujeto, pasado y presente, aceptando solamente el compromiso del historiador como ciudadano, de manera alternativa a la actividad profesional[200], dejando faltamente al margen de nuestras  inquietudes académicas las causas y consecuencias ideológicas, políticas y sociales, de nuestras investigaciones, en favor siempre de los poderes establecidos y de las motivaciones, conscientemente ocultas o inconscientes, que actúan sobre nuestro trabajo.

En HaD se mantienen mayoritariamente posiciones historiográficas progresistas, en su sentido más amplio, como resulta evidente de la lectura del Manifiesto, de las actas congresuales o de los debates de Internet. Posiciones que se corresponden probablemente con la composición ideológica de izquierda y centro-izquierda la mayoría del profesorado universitario en los países de mayor influencia de nuestra comunidad/red, sin que ello quiera decir, por supuesto, que coincidamos en la misma noción de compromiso historiográfico o en la conveniencia de su recuperación actual[201]. Una cosa es la coincidencia ideológica y otra a veces muy distinta la coincidencia historiográfica. Hay colegas -de todas las ideologías- que, teniendo una militancia partidaria, social o religiosa, practican una historia clásica rechazando, con argumentos academicistas, cualquier interferencia o compromiso político, social o religioso, en tanto que historiador. Se puede ser progresista políticamente y conservador historiográficamente, ¿no es el caso de muchos colegas partidarios del posmodernismo o del retorno a Ranke? Y viceversa, progresistas historiográficamente y conservadores políticamente[202]. Un reflejo, desde luego, de la escisión positivista entre objeto y sujeto. Ahora bien, para que la historia como ciencia con sujeto(s) de HaD haga posible que la innovación metodológica y el compromiso civil vayan juntos, precisamos cambiar el concepto de innovación (más subjetivo, incluyendo el compromiso[203]) y el concepto de compromiso (más objetivo, incluyendo la novedad[204]).

En HaD optamos por una pluralidad de compromisos desde la historia, no solicitamos credenciales políticas, consecuentemente nuestro movimiento se extienda más allá de la izquierda académica, somos una historia sin fronteras -que no es lo mismo que fronteras sin historia, petrificadas-, si no ¿qué tipo de pluralidad seria la nuestra, qué tipos de debates podríamos hacer? En definitiva, somos pluralistas porque somos demócratas, aunque también somos pluralistas porque somos colegas, participantes de una misma comunidad de especialistas, porque tenemos -o deberíamos tener- el mayor interés en que la relación entre academia y sociedad sea lo más diversa, completa e intensa posible. Cualquier “perjuicio” a nuestra posición historiográfica o ideología particular, por el hecho de reconocer al “otro” y dar por lo tanto cierta difusión a sus propuestas y a sus ideas[205], se ve ampliamente compensado por un refuerzo logrado de la historia como profesión de interés social y político, como unidad comunitaria en la diversidad. El ejemplo de HaD como proyecto historiográfico, democrático y abierto, ¿no es acaso una de las razones de su permanente expansión?

La idea explícita[206] del compromiso del historiador está, de todas maneras, tan vinculada históricamente a la izquierda académica, que hay colegas que, sin darse seguramente demasiada cuenta, ven la paja en el ojo ajeno y no la viga en propio. Critican todo lo que suene a retorno del compromiso de los académicos de izquierdas, sin asumir como tales sus propios y legítimos compromisos a la hora de investigar y divulgar la historia: doble rasero que curiosamente se solía atribuir a la izquierda.

El auge reciente de publicaciones sobre biografías reales o la idea histórica de España es, por poner un caso cercano, claramente un compromiso de tipo político, en su sentido más amplio y digno, de diversos historiadores españoles, que nosotros[207]  saludamos positivamente por lo que supone de regreso al compromiso historiográfico en España y de atención a un importante campo de investigación y reflexión abandonado desde la transición, aunque nos gustaría que se afrontasen dichos temas desde puntos de vista metodológicos e historiográficos más renovado, más global y más plural. Es menester una mayor inclusión, junto con los reyes, otros “grandes hombres” y la idea de España, de los sujetos sociales en cada momento y lugar de la “historia común”, y de los sujetos políticos nacionales y regionales no estatales, del hoy y del ayer, lo cual nos permitirá avanzar hacia una indispensable “nueva historia de España” que disfrute del consenso del conjunto de la  comunidad historiográfica y de la propia sociedad, garantizando en todo momento el papel de las minorías historiográficas y políticas.

El peligro de que la derecha académica lleve la iniciativa[208] del compromiso de los intelectuales con la sociedad, la cultura y la política, reside, siguiendo el típico movimiento pendular del pasado “siglo de los extremos”[209], en la no legitimación de otros compromisos que no sean los propios, buscando como es natural la justificación historiográfica en la “neutralidad” positivista, con lo que adquiere su pleno sentido el actual retorno a Ranke, camino preparado por el extremismo posmoderno.

HaD combate y combatirá toda actitud de monopolio historiográfico y/o político de nuestra disciplina, ejerciendo incluso la crítica pública cuando intolerantes de cualquier signo traten de imponerse unilateralmente desde poderes académicos, políticos o mediáticos, obligados a prestar un servicio público y a regirse por las reglas del funcionamiento democrático, ante las que la universidad no puede permanecer obviamente ajena  como piensan y practican algunos[210].

Hemos escrito, en el punto V del Manifesto del 11/9/01, que ha llegado la hora de la incorporación de todos los historiadores a este retorno benéfico del compromiso académico e historiográfico diversificando, en  lo político y en lo social, la creciente interrelación, hoy más necesaria que nunca, de la historia profesional con la sociedad, que financia nuestra función docente e investigadora, eludiendo vínculos exclusivistas con élites de diverso signo[211] interesadas en una historia justamente elitista -en la que puedan reconocerse- que nos hace retroceder historiográficamente y nos aleja como historiadores de las mayorías sociales del  hoy y del mañana[212], incrementando nuestra dependencia de poderes políticos y mediáticos  transitorios.

La reivindicación de una historia más comprometida tiene un sentido diferente en América Latina, donde la necesidad de reequilibrar diferentes tipos de compromisos se presenta al revés que en los Estados Unidos[213], por la gravedad de problemas sociales históricos agudizados en el nuevo siglo por el desastre de los experimentos neoliberales, que han afectado por cierto de lleno a la universidad pública y a los propios historiadores, sensibilizados a la fuerza[214] con una  idea de compromiso intelectual que tuvo una cierta continuidad desde los años 70. Con más motivo es aplicable, pues, a Latinoamérica el nuevo tipo de compromiso que proponemos desde el oficio de historiador más que desde una posición ideológica o partidaria. De forma que si la verdad histórica que conocemos contradice nuestra posición política, o íntimos valores y creencias, seamos capaces de hacer prevalecer lo primero sobre lo segundo, a fin de enriquecer con la verdad científica de los historiadores la política y la ideología, la cultura y la religión…, fortaleciendo al mismo tiempo el prestigio científico y social del oficio de historiador y sus deberes públicos. Hay que tener el valor, por consiguiente, de defender, en determinadas coyunturas, un compromiso crítico y autocrítico a la manera de Emile Zola o Pierre Bourdieu por citar “modelos” franceses. Sin relegar -lo que sería justificable por comodidad personal pero no colectivamente- a lo extra-académico nuestras obligaciones cívicas, porque la profesión de historiador, y las ciencias sociales, no puede subsistir dignamente fuera del servicio público, sin una proyección social y aun política.  No es sólo cuestión de subjetividades: la historia está objetivamente condicionada de tal manera por la sociedad y la política que no tenemos más elección que comprometernos, pues de un modo u otro ya los estamos. Es una falsa alternativa expulsar nuestras responsabilidades éticas y ciudadanas de las aulas, los paraninfos y los despachos, pues lo que echamos por la puerta vuelve subrepticiamente por la ventana, y la academia sale perdiendo desde el momento que no controlamos, a la luz pública y de manera comunitaria, nuestros compromisos y sus efectos no siempre saludables sobre el saber, la política y la sociedad.

Por lo tanto debemos, una y otra vez,  discutir y desvelar qué, cómo, por qué y para qué estudiamos y enseñamos la historia, recelando de las zonas oscuras y de los compromisos inconscientes e implícitos, indagando la forma de ser más eficaces hacia afuera y hacia adentro de nuestra comunidad de especialistas, juntando compromiso historiográfico y compromiso civil no sólo tocante a la Historia Inmediata, modelo de compromiso ciudadano desde la práctica de la investigación histórica, sino también respecto a nuestro trabajo sobre cualquier periodo histórico, lejano o cercano, sin pretender por ello que todas las temáticas de investigación respondan a un interés social o político (viejo tipo de compromiso social que no compartimos), procurando ubicar siempre que sea útil y posible nuestras investigaciones sobre el pasado en relación con el presente vivido, por honestidad intelectual, y com el futuro que viene, por responsabilidad social.

En suma, retomamos el compromiso[215] del historiador en una época académica muy diferente a los años 60 y 70, cuando la militancia política lo inundaba todo, sobre todo en los países donde existían dictaduras, donde a las universidades les cupo allí el honor histórico -a un alto coste- de ser principal motor de la recuperación de las libertades y de la lucha por una sociedad más justa. Compromiso supremo que determinaba la función del historiador o del científico social que quería ir con su tiempo, terminando a veces siendo correa de transmisión de su ideología, lo que, en aquellas circunstancias excepcionales, se contemplaba como un mal menor, mientras que hoy lo vemos como un mal mayor, porque la democracia, cuya estabilidad, autenticidad y desarrollo participativo la universidad ha de defender y promover, impone -o debería imponer- valores universales de autonomía, pluralismo y tolerancia, que marginen a quienes los conculquen, sea en la política y la sociedad, sea en la academia y la historiografía.

Ahora es posible, y necesario, un compromiso historiográfico en consecuencia más libre, autónomo y profesional, que tenga por obligación primera la reivindicación de historia misma como disciplina académica social y científicamente necesaria, ahora que la privatización y las políticas neoliberales pretenden todavía relegarla dificultando, entre otros efectos negativos, el empleo de los jóvenes licenciados e investigadores. La historia ha de ser en primer lugar solidaria consigo misma: existen aún lugares donde los historiadores sufren problemas en el ejercicio libre de su profesión que suelen pasar desapercibidos entre problemas mayores. La exitosa campaña solidaria de HaD con el “caso Dargoltz”[216] sería impensable tres décadas atrás porque la situación de un académico represaliado por escribir un libro no hubiera llamado la atención ante situaciones más graves como los miles de desaparecidos en Argentina, parte de ellos estudiantes y profesores universitarios, también de historia.  Desde HaD creemos que hoy podemos y debemos realizar nuestro compromiso desde -y por- nuestra condición profesional y universitaria, actuando globalmente, como una especie de “historiadores sin fronteras”, a diferencia de los historiadores comprometidos que nos precedieron que se plantearon otras prioridades, puesto que ahora los problemas nacionales o locales están irremisiblemente entrelazados con problemas globales que determinan crecientemente la utilidad social de la historia. La globalización está transformando de raíz el tipo de compromiso historiográfico que nos exige el tiempo presente así como los medios precisos para su realización.

Otra necesidad, respecto de la historiografía de los años 60 y 70, que HaD ha planteado a partir del I Congreso[217] como tarea urgente, es la reconstrucción de la base filosófica ilustrada que ha nutrido en general a las ciencias sociales desde sus orígenes, y en particular a las nuevas historias que nos ha precedido, retomando las experiencias, prácticas y teóricas, del paradójico siglo XX y las críticas que siguieron.  A tal fin, pese a sus excesos demoledores, sería erróneo desconocer lo que tiene de justo la crítica postmoderna[218], incluso cuando ha sido parcial y dramáticamente desmentida, en su lugar de origen, con la caída de las Torres Gemelas, sus causas y sus efectos históricos e historiográficos. Ciertamente, después del 11-S y del ataque unilateral contra Irak ¿qué académico con sentido común sigue dudando sobre si debemos o no seguir intentando que la razón rija de alguna manera la historia? Claro que siendo conscientes de los horrores de la sinrazón en el naciente siglo XXI (terrorismo global y violencia imperial), ¿podemos olvidar los monstruos creados por la razón moderna a lo largo del siglo XX?  Precisamos una nueva y radical racionalidad, apoyada en la historia, que asuma las enseñanzas del “debate Fukuyama” sobre la inexistencia de un final preestablecido, capitalista o comunista, para la Historia con mayúsculas[219], que coadyuve en la procura de nuevos fines históricos que intenten resolver los nuevos y viejos problemas de la humanidad. La derrota de la tesis de Fukuyama nos condujo, pendularmente, a la pesimista tesis asimismo histórica del “choque de civilizaciones” como extrapolación pasado-futuro de las guerras medievales entre el Occidente cristiano y el Oriente musulmán, ¿es necesario recordar que la Edad Media nos dejó asimismo, especialmente en la Península Ibérica, la experiencia de una convivencia secular entre cristianos, judíos y musulmanes? De la historia podemos extraer lo mejor y lo peor para informar el futuro. Es menester, pues, una proyección más racional, global y plural, de la historia sobre el presente y el futuro: será nuestra contribución para que no se repita la irracional guerra que estamos sufriendo estos días del gobierno de los EE. UU. contra Irak al margen de la legalidad internacional y contra la opinión pública mundial.

Se impone, pues, la reinvención de la modernidad, la actualización -y rectificación- histórica del proyecto ilustrado. Y para liberar la razón de sus viejos y nuevos monstruos es menester interdisciplinaridad y relevo generacional.  Interdisciplinaridad porque sería un craso error esperar una respuesta filosófica “pura” -la filosofía está incluso más tocada que otras disciplinas por las derrotas de la Ilustración- a un problema que no es exclusivamente filosófico, si no histórico, sociológico, político… Si la falta de reflexión y teoría está, como reconocemos, en el origen de la “crisis de la historia”, la falta de empiria y práctica está en el origen de la “crisis de la filosofía”. Es por ello que la filosofía que influye hoy remite a referencias empíricas, de la realidad actual y de la realidad histórica, como en los casos citados de Kuhn, Fukuyama y Huntington, animando especialidades con dimensiones pragmáticas como la filosofía de la ciencia y la filosofía política. Urge en consecuencia un mayor compromiso teórico de algunos historiadores, siguiendo el ejemplo de algunas obras de Paul Kennedy, en relación con problemas del presente y del futuro, para contribuir en mayor grado a proveer de datos e ideas a la nueva Ilustración que precisamos: otra forma de compromiso desde la profesión de la historia con nuestros conciudadanos.

Reconstruir en el siglo XXI un concepto de progreso que viene del siglo XVIII requiere, por descontado, trabajar con dos ideas a la vez: un sí ciertamente a la idea del progreso, y un no al tipo exacto de progreso que marcó la historia del siglo XX. Nuestro objetivo es lograr, en la teoría y en la práctica, nuevas síntesis que hagan posible una modernidad propia de nuestro tiempo, global en el doble sentido de mundial e integral, cuyos beneficios materiales se extiendan a todos los continentes, sin dañar irreversiblemente el sistema ecológico, donde el mantenimiento de la paz y la seguridad no suponga el sacrificio de la libertad y la “guerra preventiva”, donde la tolerancia democrática resulte compatible con las distinciones de clases, géneros, etnias o religiones, hacia adentro y hacia fuera de los viejos estados-naciones. Dejando claro que no estamos hablando de fines históricamente imposibles[220], si no de necesidades urgentes del conjunto de la humanidad que se harán más visibles y evidentes conforme nos adentremos en este nuevo siglo.

Reformular la idea ilustrada significa aquí y ahora transgredir su matriz eurocéntrica y metropolitana, superar el “choque de civilizaciones” sostenido desde irracionalidades contrapuestas (fundamentalismo islámico el 11-S; fundamentalismo protestante el 20 de marzo de 2003), repensando la historia y la filosofía del futuro más inmediato desde el punto de vista de la humanidad. Nueva racionalidad global que ha de contrarrestar los restos de la mentalidad colonial, y su correlato de “autocolonización” periférica, presentes en las filosofías e historiografías de origen occidental, cuya reactivación angloamericana estamos viviendo en este momento[221].  Por estas razones la radical reforma ético-filosófica que propugnamos debe partir ante todo de la periferia o semiperiferia académica, económica y política, en interacción con los sectores avanzados de las universidades ubicadas en las metrópolis, sin olvidar que los criterios centro/periferia están sujetos en este mundo multipolar, mal que les pese a algunos, a una gran movilidad.

La dimensión global, opuesta a parcial, tanto comprendida geográfica como metodológicamente, es capital para la reconstrucción en marcha de las ideas históricas de modernidad, progreso y racionalidad. Es la piedra de toque de lo nuevo del paradigma histórico-historiográfico en construcción. Y no nos referimos únicamente a la mundialización de las ciencias humanas y sociales, o a una recomposición realista de la vieja “historia total”, sino también al nuevo tipo de compromiso que precisamos, cuya doble globalidad, ámbito mundial y enfoque integral, se está expresando nidiamente en el actual movimiento de los intelectuales del mundo contra la guerra de Irak, que ya no aceptan el doble rasero que llevó a intelectuales progresistas occidentales a apoyar, con su silencio o apología,  las bombas de Hiroshima y Nagasaki o el Gulag soviético. Dos ideas a la vez: se está contra la guerra unilateral de los EE.UU. sin que ello quiera decir que se apoye al régimen dictatorial de Sadam Husein. La seguridad, el bienestar y la vida de unos ya no puede ser la condición de la inseguridad, la miseria y la muerte de otros: la nueva idea de progreso sólo puede ser por tanto global.

La universalización de los valores hace posible y necesario, para millones de personas en todos los mundos, una racionalidad histórica vinculada al nuevo y doble concepto de lo global, por encima de las viejas fronteras de la especialidad y de la nacionalidad, a un rigor histórico fundamentado en la globalidad -que presupone la pluralidad- de los métodos, los enfoques y los compromisos. Cuando más desarrollemos los historiadores del siglo XXI la innovación metodológica -desbordando los límites de las historiografías de los años 60 y 70- de una historia con sujeto (s), y su relación con la nueva sociedad de la información, elevando a teoría las conclusiones de nuestras investigaciones sobre los fines alternativos de la historia, interviniendo en el debate cultural e ideológico del presente y del futuro, más creíble e influyente será  la nueva Ilustración que urgen los sujetos históricos del presente. Meta capital de la nueva historiografía, junto con las tendencias avanzadas de otras ciencias humanas y sociales, es hacer que la teoría vaya por delante, o cuando menos a la par, de la acelerada historia que nos toca vivir.

 

IV.1 Historiografía colectiva

 

Quiero terminar refiriéndome a otro lugar común historiográfico: la historia la escriben -se dice o se piensa- los “grandes historiadores”. Regreso de una historiografía rankeana de “grandes hombres” que refleja fielmente la profunda crisis de las nuevas historias colectivas de los años 60 y 70, que el Manifiesto de HaD en su punto IX quiere superar dialécticamente reivindicando, en un nuevo contexto, al historiador como sujeto colectivo. Sé que no todos/as vais a estar de acuerdo, dentro y fuera de la red HaD, con nuestra crítica a la historiografía hiper individualista hoy imperante, sin embargo comprender, investigar y enseñar solamente la evolución historiográfica a través de sus “grandes figuras” es hoy tan superficial, parcial y científicamente limitado, como comprender, investigar y enseñar la historia a través de sus grandes protagonistas individuales[222].

Voy a contaros una anécdota que muestra este retorno de la historiografía de los “grandes hombres”. Visitando la librería Gandhi en la avenida Corrientes[223] me he encontrado algo que es asimismo corriente en librerías de otros países: la oferta de libros de historia, y de otras ramas del saber, clasificada según criterios temáticos, cronológicos y de “grandes autores”. Así encontramos, por ejemplo, un estante dedicado a Eric Hobsbawm y otro a Georges Duby, pero ninguno asignado a la historiografía marxista o a la escuela de Annales como era habitual hace años. Me pregunto, ¿es qué Hobsbawn hubiese llegado a ser un maestro de historiadores al margen de la tendencia historiográfica marxista que lo nutrió, y que él mismo animó? ¿Es qué Duby hubiese llegado a ser maestro de medievalistas, y de historiadores de las mentalidades, sin la escuela de Annales que el promovió? Por supuesto que no. Los “grandes historiadores” que influyen en la historiografía, y en la sociedad, del siglo XX son, casi sin excepción, fruto de grandes corrientes historiográficas e intelectuales, de la coyuntura histórica y, todo hay que decirlo, de la evolución cultural, política y económica del país que les sirve de plataforma: fuerzas ascendentes y contextos geohistóricos que hicieron posibles sus obras renovadoras y su irradiación internacional[224]. Las “grandes figuras” de la escritura de la historia[225] son, por consiguiente, representación, causa y consecuencia, de las coyunturas historiográficas e históricas de cada momento y lugar, no genios a-históricos de una academia que para nada levita sobre la realidad.

Nadie  mínimamente informado puede negar el carácter de obras colectivas[226] de la historiografía marxista inglesa o de la escuela de Annales en el siglo XX, pues bien, cuando entran en crisis y pierden vigencia como tendencias[227], quedan como recuerdo las “grandes figuras” que surgieron en su seno y resumen con su prestigio individual lo que significaron dichos movimientos colectivos en su momento ascendente, viendo así recompensadas -aunque no siempre-  su aportación individual al acervo común con un reconocimiento tan merecido como “desproporcionado”, en el momento en que la corriente intelectual que animaron ha dejado ya de producir nuevos valores y nuevas ideas.

Hoy estamos ante un nuevo punto cero: urge potenciar nuevas corrientes historiográficas, aseveramos en el punto IX del Manifiesto, aprovechando las mejores experiencias precedentes, de las que habrán de salir los historiadores y modos de escribir la historia que influirán en el nuevo siglo. Siendo para ello imprescindible dejar atrás las viejas concepciones elitistas sobre la evolución y (re)construcción de nuestra disciplina resurgidas de la crisis. Repensar la historia entre todos, con nuestra propia cabeza, democratizar el quehacer historiográfico, es condición sine qua non para que se desenvuelvan las innovaciones que necesitan la historia y la historiografía del siglo XXI. En el supuesto siempre de que la historia no sólo tiene pasado sino también futuro, de que la sociedad global de la información precisa tanto o más de la historia como la sociedad industrial del siglo XX, aunque, eso sí, se trata de otra historia.

HaD practica con resultados, desde hace una década, la democratización de la reflexión sobre la historia y los debates historiográficos. Todos tenemos algo que decir, historiadores “consagrados” y no “consagrados”, jóvenes y menos jóvenes, estudiantes avanzados e historiadores no profesionales[228]. Pero no es fácil, formados académicamente en un medio restringido, jerárquico y de comunicación lenta, cuesta adaptarse al contexto nivelador y la comunicación rápida que imponen las nuevas tecnologías y la historiografía global. Sin embargo, más pronto que tarde, quien no tenga sus trabajos publicados en Internet, o no participe en los intercambios digitales, dejará de existir para los nuevos circuitos académicos que está engendrando la nueva internacionalización global, cuya importancia irá aumentando, sin lugar a dudas, conforme nos adentremos en el siglo. HaD está al respecto en una posición de ventaja, si bien tenemos mucho que avanzar, dijimos ya más arriba que tal vez necesitemos diez años más[229] para que HaD como corriente historiográfica complete su formación y alcance su techo.

Los historiadores y las historiadoras de HaD nos definimos como una tendencia historiográfica de nuevo tipo: global, digital, académica que no academicista, hoy por hoy intradisciplinar más que interdisciplinar, interesada por la metodología, la historiografía, la teoría de la historia, desde el punto de vista de la investigación, la reflexión, el debate y la relación con la sociedad, en base al conjunto enriquecedor de nuestras experiencias de trabajo con fuentes[230] sobre diferentes temáticas, lugares y periodos cronológicos. Un dato que puede resultar desconocido para algunos es que la inmensa mayoría de los historiadores conectados a nuestra red, participantes en diverso grado de nuestro movimiento historiográfico[231], no tenemos por especialización la historiografía, inexistente en general como área académica reconocida[232], dedicamos incluso más tiempo de investigación a los temas históricos que a los historiográficos[233]. Si bien nos diferenciamos de otros colegas en que “sí nos interesa” la metodología, la historiografía, la teoría y el debate sobre la historia, así como los problemas del mundo que inciden sobre la escritura actual de la historia, tanto local, regional y nacional, como internacional y global. Intereses profesionales que sólo se pueden satisfacer a través de programas colectivos de investigación e intervención, discusión y consenso: la historiografía exige en mayor medida que la historia un historiador colectivo.

Entramos en un siglo XXI ciertamente cooperativo[234], aunque de forma diferente al siglo XX, sobre la base ahora de una globalización de valores de solidaridad y tolerancia, de ética y compromiso, que están afectando al oficio de historiador: HaD lo prueba. Precisamos una nueva deontología (tratado de los deberes) historiográfica que combata tanto el mito positivista de la neutralidad de la ciencia y de la historia como el viejo compromiso ideológico sectario dispuesto, consciente o inconscientemente, a retorcer los datos históricos para que sirvan a esquemas e intereses pre-establecidos, cualquiera que sea su legitimidad, a la izquierda y a la derecha, de clase o nacionalitario, pues el fin no debería justificar ya más los medios. Vemos hoy, en resumen, al historiador en su papel de académico comprometido como una mezcla del paradigmático  Émile Zola y su “Yo acuso” en al caso Dreyfus, proclamando o denunciando verdades históricas, sean o no del agrado de los poderes establecidos, y el compromiso de los jóvenes solidarios de hoy en día, plasmado en las ONGs y el voluntariado social[235], marcando una frontera generacional de solidaridad global que ha desembocado en el  actual movimiento mundial crítico con la globalización económica de resonancias imperiales, y explica su fuerza y autoridad moral[236].  Renovado compromiso solidario que tiene justamente como peculiaridad una nueva manera de ejercer aquellas profesiones universitarias con mayor incidencia social. Así como hay médicos, periodistas o arquitectos “sin fronteras”, HaD la podemos considerar también, en su dimensión de Academia Solidaria e Historia Inmediata y por su concepción general de una historia re-comprometida, como una suerte de “historiadores sin fronteras”[237].

El mejor indicativo de que llega la “nueva primavera para la historia” que preconizamos en el Manifiesto lanzado al viento nuestro 11 de setiembre, está en la capacidad que demostremos los historiadores para organizarnos en tendencias, comunidades académicas y grupos de investigación de nuevo tipo, en consonancia con el tiempo que nos toca vivir. Somos, desde luego, enanos a hombros de gigantes, pero los gigantes son las corrientes oceánicas que hicieron que la historia avanzara en el pasado y que harán que la historia se renueve hoy y mañana.

A modo de despedida, de colega a colega, incluyendo a los más jóvenes, os convocamos pues a ser miembros activos de este nuevo compromiso historiográfico, a  vivir la profesión de forma menos individualista, a debatir  y consensuar los enfoques y las consecuencias de la historia que escribimos y que enseñamos, para que no sean otros quienes nos dicten la historia que debemos investigar y divulgar, no vaya a ser que la historia que hacen hoy los sujetos sociales se contradiga con la historia que hacemos los historiadores porque entonces a nuestra disciplina no le esperaría una primavera sino un crudo invierno. Muchas gracias y hasta la próxima.

 

* Versión escrita, ampliada y revisada en marzo de 2003 por el autor, coordinador de la red internacional HaD, de una conferencia inicialmente dictada en la Universidad Torcuato di Tella de Buenos Aires, el 15 de octubre de 2001; en el IV Congreso Nacional de Historia de Entre Ríos de Concepción del Uruguay, Argentina, el 18 de octubre de 2001; y en la  Universidad Ricardo Palma de Lima, Perú, el 14 de diciembre de 2001; publicada, entre varios lugares, en “Defensa e ilustración del Manifiesto historiográfico de Historia a Debate”, Revista d’Història Medieval, Valencia, nº 12, 2001-2002, pp. 389-433.

[1] Se puede acceder al texto del Manifiesto en castellano, gallego, catalán, portugués, italiano, alemán, francés e inglés; a la lista actualizada de los historiadores suscritos y comprometidos con su desenvolvimiento y promoción; a los comentarios y debates suscitados; a las investigaciones generadas a partir de su publicación el 11 de setiembre de 2001 en el apartado de “Manifiesto” de www.h-debate.com.

[2] Se pueden consultar, asimismo, versiones y mensajes cruzados, entre junio y setiembre de 2001, en el apartado “Elaboración” del “Grupo Manifiesto” en la web de nuestra red.

[3]  Para entrar en contacto con nosotros, escribir a [email protected].

[4] Suelen preguntarnos si la terminación de su elaboración el 11 de setiembre es una casualidad, realmente coincidió la conclusión de nuestro trabajo por esas fechas, pudimos poner ciertamente un día anterior o posterior, pero decidimos firmarlo simbólicamente el 11 de setiembre para expresar nuestra voluntad de contribuir, desde la historia que se escribe, a una historia alternativa al 11-S y sus consecuencias.

[5] Cuando iniciamos, en 1999, el funcionamiento de HaD como comunidad digital, nos definimos así:  “HISTORIA A DEBATE es una RED estable que, en tiempos de fragmentación comunica y reúne  a historiadores de todo el mundo, mediante actividades presenciales y en la red de redes, dentro y fuera de las instituciones académicas, que busca dinamizar intercambios y contactos multilaterales entre sus miembros más allá de las fronteras de la especialidad y de la nacionalidad, de las diversas filias y fobias, de cualesquiera ideología cerrada” (del texto ¿Qué es HaD? colgado en  web).

[6] El encuentro de tantos y tantas no hubiera sido posible sin la Red: el Manifiesto de HaD es un fruto pionero, en su  elaboración y en su difusión,  de las nuevas formas de sociabilidad académica que está engendrando la revolución tecnológica de la comunicación global.

[7] Lucien FEBVRE, Combates por la historia, Barcelona, 1975, pp. 59-71.

[8]  Bernard Lepetit intentó sin éxito hacer lo mismo en 1989 ( mientras se caía el muro de Berlin) al promover un “tournant critique” de los Annales que hiciese  resurgir de sus cenizas el espíritu renovador de la escuela de Bloch y Febvre,   Carlos BARROS, “El ‘tournant critique’ de Annales”, Revista de Història Medieval, Valencia, nº 2, 1991, pp. 193-197; “La Escuela de los Annales y la historia que viene”, La historia que se fue.  Suplemento cultural del Diario de Sevilla, nº 99, 18 de enero de 2001 (artículos que se pueden examinar e imprimir libremente en www.cbarros.com, como el resto de los trabajos breves del autor).

[9] El reciente  auge  del idioma castellano, dentro y fuera de Internet, y en los propios EE. UU., es un buen anticipo del multiculturalismo plural que viene.

[10] Queremos advertir que la larga experiencia de HaD nos enseña que, en historiografía, los términos conservador y progresista no siempre se corresponden con sus tradicionales definiciones políticas.

[11] La generación de 1968, a la que pertenece a mucha honra el que os escribe, evolucionó de manera bien diversa, se hizo mayor, alcanzó el “poder”, siendo muy aventurado atribuirle en su mayoría, tres décadas después, un interés o una capacidad reales en protagonizar nuevos horizontes de progreso e innovación en la campo de la historia y de la historiografía.

[12] Tiene en su “debe” esta generación de académicos, que ronda hoy los 40 años, el haber crecido a la sombra de la generación del 68 que ha dejado una gran impacto en la historia y la historiografía, y el haber desconocido la experiencia directa de los sujetos históricos e historiográficos en acción, si bien el retorno del sujeto social desde mediados de los años 90, y la aceleración histórica entre siglos, empieza a suplir dicho vacío.

[13]  Los firmantes del Manifiesto constituimos una sublista de la red HaD, que llamamos Grupo Manifiesto (GM), que tiene por cometido seguir los debates y la evolución histórica e historiográfica más inmediatas, dentro y fuera de HaD, ampliando y verificando permanentemente nuestra posición historiográfica común.

[14] Decíamos en la presentación, redactada por el autor, del volumen latinoamericano del I Congreso HaD: “Tenemos que privilegiar las relaciones bilaterales entre las historiografías latinoamericanas y la historiografía española… Es posible, y necesario, un eje historiográfico iberoamericano…”, Historia a Debate. América Latina, Santiago de Compostela, HaD, 1996.

[15] Nuestro emergente eje euroamericano de base hispana corre paralelo al tradicional eje de relaciones historiográficas entre Europa y América de base anglófona:  marxista en los años 70 y 80, y posmoderno en los años 90.

[16] El sentimiento de pertenencia de los miembros de la red HaD se puede estudiar en los mensajes difundidos, y colgados en la web,  de los diferentes debates y, sobre todo, generados por los diversos aniversarios celebrados comunitariamente.

[17] Las tres patas de H-Debate digital son, hoy  por hoy,  España, América Latina y los EE. UU.  hispanos: desde la universidad española se coordina y orienta la red, la aportación mayor a los debates viene de las universidades latinoamericanas, habiendo disminuido, de manera preocupante, la participación en la red de los colegas norteamericanos desde el 11-S.

[18] A  medio plazo aspiramos a obtener financiación para, cuando menos, organizar un servicio de revisión de las actuales traducciones automáticas, que de todas maneras facilitan la comprensión de los mensajes a aquellos colegas que tienen algunos conocimientos de español (se difunden las dos versiones juntas).

[19] Los espacios digitales en alemán, japonés y francés, son potentes, pero están prácticamente restringidos a sus respectivas fronteras nacionales, a diferencia de las redes en español que tienen una potencialidad de crecimiento internacional muy superior, sólo superada por el inglés.

[20] Tenemos en estudio una cuarta lista de correo electrónico en inglés, cuestión sobre la que hemos abierto un debate (ver “HuD in English?” en www.h-debate.com) en el que se han manifestado posiciones encontradas.

[21] Véase https://global‑reach.biz/globstats/index.php3.

[22] Véase  https://cyberatlas.internet.com/big_picture/demographics/

article/0,,5901_408521,00.html.

[23] No menos intensas -aunque menos ideologizadas- que las que están teniendo lugar ahora en América Latina, y en Europa meridional, como consecuencia de la globalización galopante y sus efectos.

[24] El tercer componente fue el neopositivismo, véase “El paradigma común de los historiadores del siglo XX”, Medievalismo, Madrid, Sociedad Española de Estudios Medievales, nº 7, 1997, pp. 235-262.

[25]  A riesgo de simplificar podríamos decir que, desde el punto de vista de la renovación historiográfica, en Francia predominó Annales, en Gran Bretaña el marxismo historiográfico y en EE. UU. el  neopositivismo.

[26] En las Estampas de la vida de León hace mil años (Madrid, 1934) Sánchez Albornoz combina erudición, vida cotidiana e incluso estilo literario con narradores “ficticios”, que nos muestran  un historiador audaz que incursiona en unas historia de las mentalidades todavía sin bautizar.

[27] La frustración que ha supuesto la pronta asimilación de parte de los “estudios subalternos” indios por el posmodernismo y el “giro lingüístico”, en el marco de los Estudios Culturales norteamericanos, no resta interés a su propuesta original, cuya dimensión crítica poscolonial debería formar parte de la globalización historiográfica que necesitamos.

[28] Véase el debate que tenemos abierto sobre historia mundial/historia global en www.h-debate.com.

[29] Somos conscientes de que existen en Internet muchas páginas de historia de contenido tradicional y  nada  interactivas, pero las que cuentan e influyen realmente son aquellas que se adaptan al medio y crean nuevas relaciones, nuevos contenidos, nuevas realidades historiográficas.

[30] Los contactos digitales son insuficientes,  continuamos con las actividades presenciales y  convencionales  (viajes, congresos, publicaciones en papel); lo realmente nuevo tal vez  no sea tanto la red en sí misma como su combinación con las actividades tradicionales, la potencialidad de Internet se manifiesta sin duda en simbiosis con los anteriores modos de comunicación.

[31] La globalización socava la vieja preponderancia de los Estados nacionales variando objetivamente la geopolítica mundial y las relaciones académicas internacionales, sin que ello quiera decir que exista una relación mecánica entre aquélla y éstas: Francia fue en el siglo XX  referencia cultural internacional bastante por encima de su papel en la economía y la política mundial.

[32] No desconocemos la brecha digital existente entre el primero y tercer mundo (que incluye buena parte de lo que fue el segundo), si bien el sector académico resulta menos afectado que otros sectores sociales; el sistema universitario mundial está casi en su totalidad conectado a Internet, y un mayor dinamismo humano suele compensar las menores facilidades de conexión, según la experiencia latinoamericana en HaD.

[33] Lo demuestran las dificultades crecientes del Gobierno de Bush para imponer sus unilaterales puntos de vista, después del 11 de setiembre, a Europa y al mundo, como estamos viendo en la guerra de Irak.

[34] La economía de los EE. UU. depende más que nunca de la industria militar, que está detrás de las guerras norteamericanas contra  Kosovo,  Afghanistán, Irak  y lo que venga después, por la hegemonía mundial y el control del petróleo que hace posible el “modo de vida americano”.

[35] Sirva como ejemplo un reciente libro mexicano-alemán de resonancias cercanas a HaD:  Heinz DIETERICH y otros, Fin del capitalismo global. El Nuevo Proyecto Histórico, Tafalla, 1999.

[36] A lo que ha contribuido el hecho de que el discurso crítico hacia el unilateralismo y el radicalismo del gobierno norteamericano no ha hecho más que incrementarse en todo el mundo desde el 11-S.

[37] Son menester términos nuevos para realidades nuevas: la denominación pionera de lo “políticamente correcto”, nacida en la universidades norteamericanas para preservar los derechos de las minorías, y basada en la discriminación positiva, está siendo reemplazada por la noción, más adecuada a la sociedad global, de multiculturalismo plural, fundamentada en relaciones multilaterales de igualdad, tolerancia y consenso a través del debate.

[38] Véase la nota  20.

[39]  Las diferencias individuales de criterios, e intereses varios, que dificultan la formación de verdaderos equipos colectivos en departamentos, institutos y facultades, se están superando con cierta facilidad en las relaciones académicas que se establecen en la red entre colegas de diferentes  universidades y países con criterios y intereses más comunes y menos competitivos.

[40] Después de la primera experiencia del Grupo Manifiesto para la elaboración, seguimiento y desarrollo de un texto historiográfico común, nos planteamos crear, en el interior de la red HaD, grupos de investigación en red sobre temáticas históricas e historiográficas para experimentar enfoques innovadores y llevar a la práctica empírica los postulados metodológicos y teóricos del Manifiesto.

[41] Una gran parte de las listas académicas de correo electrónico se reducen a la difusión de convocatoria de congresos, libros, consultas bibliográficas y otras informaciones, desde luego profesionalmente útiles, pero alejadas del propósito inicial de las “listas de discusión”.

[42]  No solemos emplear mucho el termino “virtual” en HaD por su significación de “no-real”, al entender que lo digital es tan parte de lo real como lo presencial, utilizamos  aquí la vieja acepción de lo virtual referida a lo que “no es” pero  “puede ser”, que define mejor a Internet, medio de comunicación  en sus comienzos donde lo técnicamente posible está todavía limitado por la lenta adaptación mental de nosotros  usuarios.

[43] Partimos de que la historia se hace con documentos e ideas, reconstruyendo mentalmente los hechos e incluso las fuentes históricas.

[44] Mi experiencia con los 50 trabajos breves de investigación y reflexión, histórica e historiográfica, colgados de mi web personal (www.cbarros.com) es, a este  respecto, espectacular: la red ha multiplicado cuando menos por mil el número de lectores reales de los artículos, en su mayoría ya publicados en revistas académicas tradicionales.

[45] La guerra unilateral de los Estados Unidos contra Irak está llena de graves interrogantes en cuánto a sus efectos sobre la naciente división de Occidente o la delicada situación en Oriente Medio, y de algunas certezas sobre el impulso que puede suponer para el ascendente movimiento anti-globalización.

[46] La perenne falta de debate historiográfico, salvo en HaD (de manera permanente) y en algún otro lugar (esporádicamente), hace permanecer ocultas las razones últimas (a veces poco defendibles en público) de los cambios de temas y enfoques, en perjuicio de la disciplina y su futuro.

[47] Cuando hablamos del retorno del positivismo y de las “grandes figuras de la historia” tomamos como referencia la “revolución historiográfica del siglo XX”, a sabiendas que algunos colegas  han  permanecido siempre fieles a una historia tradicional o se han  adaptado en los años 70 de mala gana a una historia económico-social…

[48]               El fracaso del tournant critique de 1989 certifica la irreversibilidad de la crisis de Annales como escuela historiográfica, al menos en el plazo corto (veáse la nota 8).

[49] En un trabajo anterior, resultado de conferencias dictadas en 1998, hemos valorado el posmodernismo de manera más equilibrada (“Hacia un nuevo paradigma historiográfico”, Memoria  y civilización, Pamplona, nº 2, 1999, pp. 223-242), posición que ha devenido en otra más crítica al percatarnos (II Congreso, 1999) del salto del “giro lingüístico”  a la historia-ficción, y al tomar colectivamente plena conciencia, después del 11 de setiembre, de la inanidad del  posmodernismo para combatir los nuevos fundamentalismos.

[50] Difusión sustentada en la geopolítica de finales del siglo XIX, al igual que sin la derrota alemana en las dos grandes guerras del siglo XX no hubiese sido posible la irradiación posterior de la escuela de Annales, nacida en Estrasburgo en el periodo de entreguerras, y  parte de lucha cultural francesa contra la herencia alemana en Alsacia y Lorena.

[51] Leopold von RANKE, Grandes figuras de la historia, México-Barcelona, 1966.

[52] George P. GOOCH, Historia e historiadores en el siglo XIX, México, 1977 (1ª ed. En inglés, 1913), p. 96.

[53] Grandes figuras de la historia, p. 15.

[54]  Fundador el historicismo alemán, jurista y político conservador, cuyo concepto reaccionario de la historia fue criticado por Marx en 1842, siendo Federico Carlos Canciller de Prusia, así: “de tal manera que los que se pide al navegante no es seguir la corriente, sino retroceder a las fuentes”, José Antonio ESCUDERO, Curso de historia del derecho. Fuentes e instituciones político-administrativas, Madrid, 1985, p. 56.

[55]  Doble manera de hacer la historia (inmediata) que algunos de los seguidores actuales de Ranke pretenden negar de forma inconsecuente a historiadores de ideología y filiación historiográfica diferente a la suya.

[56]  George P. GOOCH, op. cit., pp. 90-91.

[57] El historicismo y el positivismo son enfoques convergentes y complementarios de una misma filosofía objetivista de la ciencia del siglo XIX, que absolutizan el relativismo histórico de los hechos (historicismo) sólo deducibles empíricamente (positivismo), negando al alimón la influencia de los valores éticos, sociales, religiosos y políticos, o la posibilidad de valores y leyes universales, en las ciencias jurídicas, históricas y sociales.

[58]  Lawrence STONE,“The Revival of Narrative: Reflections on a New Old History”Past and Present, nº 85, 1979; Hervé COUTAU-BEGARIE, Le phénomène “nouvelle histoire”. Stratégie et idéologie des nouveaux historiens, París, 1983, p. 320; Juan Pablo FUSI, “Por una nueva historia: volver a Ranke”, Perspectiva Contemporánea, nº1, 1988; el retraso en la materialización del fantasma del “retorno de la vieja historia” se explica tanto por la prolongación de la crisis de la nueva historia como por la falta de una coyuntura política e ideológica adecuada -hasta 1989- para el “ajuste de cuentas”.

[59] Una buena parte de la nueva historia política del mayor interés, entendida como historia del poder guarda, pese a todo, esa visión “desde arriba” que incapacitó a la vieja historia política para comprender la complejidad social y mental de los cambios políticos.

[60]  Somos partidarios de experimentar una “nueva historia narrativa” con cambios respecto de la forma y del fondo tanto respecto de la vieja historia narrativa como de la actual novela histórica, Carlos BARROS, “El retorno de la historia”, Historia a debate. I. Cambio de siglo, Santiago, 2000, pp. 153-173.

[61]               Lo decimos en pasado porque las movilizaciones de la sociedad civil, la universidad y del mundo de la cultura, iniciadas en noviembre de 2001 en España (veáse la nota 212), están cambiando el panorama político y harán lo mismo, con seguridad, con el panorama historiográfico en favor de un retorno del sujeto social en la historiografía española que hemos detectado anticipadamente en  “El retorno del sujeto social en la historiografía española”, Estado, protesta y movimientos sociales, Zarautz, 1998, pp. 191-214;  “Spanisch Historiography”, Swiat historii, Poznan, 1998, pp. 35-62.

 

[62] Sobre la definición de historia mixta  daremos a conocer mejor el porqué de este nombre y su contenido metodológico, como una de las expresiones prácticas del nuevo paradigma de HaD, en la publicación de nuestra conferencia en el VII Curso de Verano de Balaguer (Cataluña), Medievalisme: noves perspectives, organizado por Flocel Sabaté y Joan Farré, en julio de 2002.

[63] Tenemos como referencia el éxito comercial de la literatura histórica, y de la literatura en general, cuyos autores suelen reflejar a todas las clases sociales y ámbitos de la realidad, buscando la identificación con el “mercado” más amplio.

[64] Expresión feliz por Paulino Iradiel en la conferencia inaugural del curso de verano sobre nuevas perspectivas del medievalismo al que hicimos mención en la nota  62.

[65] El caso más llamativo, en España, es El País que abandonó, hacia 1995, su anterior  política cultural e historiográfica con ciertas ambiciones intelectuales; alejamiento del pensamiento crítico que se hace más evidente y paradójico conforme la sociedad, la cultura, la juventud y la universidad españolas, se hacen más críticas en este nuevo siglo..

[66] Sobra decir que para este tipo -clásico, infradivulgativo- de historia narrativa y biográfica no se necesitan historiadores profesionales, de hecho sus autores actuales siguen siendo en muchos casos escritores, periodistas y otros aficionados a la historia.

[67] Véase otros ejemplos de nueva historia comprometida en la nota 155.

[68]  Véase el apartado de Historia Inmediata de nuestra web, especialmente el debate modélico sobre Chávez y la situación actual en Venezuela.

[69]  Hemos tratado de definir el concepto de Historia Inmediata, partiendo de la experiencia colectiva de HaD y en relación con otros conceptos próximos (historia del tiempo presente, historia actual, historia reciente), en la ponencia ¿Es posible una Historia Inmediata?, II Seminario Nuestro Patrimonio Común, organizado por Julio Pérez Serrano y la Asociación de Historia Actual (Cádiz, 22-25 de abril de 2002).

[70]  Sobra decir de nuevo que no excluímos a los medios escritos de comunicación siempre permeables, en contextos democráticos, a la pluralidad cultural y política, y sensibles, en último extremo, a los fenómenos emergentes desarrollados en Internet: el caso más cercano a HaD es la campaña en favor de Dargoltz y los ejemplos más notorios son el movimiento antiglobalización y el movimiento global “Somos Iglesia”, entre otros.

[71] Véase la nota  61.

[72] Esta idea de combinar la innovación metodológica y el compromiso ético-social del historiador es uno de los ejes fundamentales de la propuesta historiográfica de HaD:  problema historiográfico que las corrientes de Annales y del marxismo supieron plantear pero no siempre resolver sin sacrificar una u otra cosa, pensamos que las condiciones objetivas y subjetivas son más propicias en el siglo XXI.

[73]  Si, como suscribimos en el punto XII del Manifiesto, “la generación del 68 fue más bien una excepción” por tratarse de una ruptura generacional neta, cualquier cambio futuro, histórico o historiográfico, será de entrada intergeneracional, está por ver el peso que van a tener en él las diferentes generaciones.

[74]  Nos referimos a la nueva generación solidaria que salió a la luz en Seattle (1999) cuyo desarrollo crítico, impacto global e influencia académica marcarán, ya veremos en qué grado y momento, el nuevo paradigma histórico en construcción.

[75] Constituye en este momento la base mayoritaria de nuestro movimiento historiográfico, aunque es difícil saber en qué medida será capaz de sacudirse la formación individualista recibida para protagonizar públicamente un cambio historiográfico colectivo (véase la nota  12).

[76] E.P. THOMPSON, Miseria de la teoría, Barcelona, 1981 p. 68.

[77]Aunque no fueron enfocadas como historias totales, hay obras como La sociedad feudal de Bloch, el Mediterráneo de Braudel, La civilización del Occidente medieval de Le Goff o la Calaluña en la España moderna de Pierre Vilar, que podrían recuperase críticamente, sobre nuevas bases paradigmáticas, como precedentes de aproximaciones globales de sociedades históricas.

[78] Todavía está por investigar a fondo porque la tradición positivista es, para bien y para mal, más profunda y persistente en la historia que, por ejemplo, en la sociología, la antropología o la sicología.

[79] Carlos BARROS, “El paradigma común de los historiadores del siglo XX”, Medievalismo, Madrid, nº 7, 1997, pp. 252-255.

[80]   Debemos recordar que los fundadores de la ciencia moderna del siglo XVII, Newton y Descartes, eran profundamente religiosos, al igual que Ranke, y basaban su revolucionario concepto de ciencia -considerando el contexto histórico- en la creencia de que, a través de los experimentos físicos (la experiencia de las fuentes para los historiadores), conocemos una realidad verdadera, “perfecta”, un orden establecido por Dios creador omnisciente del universo y razón última de la historia humana.

[81] El esfuerzo por introducir los sujetos sociales fue mucho mayor que la atención prestada a los sujetos historiográficos; en los  países y momentos de mayor influencia de Annales y del materialismo histórico no se resolvió  el débil desarrollo científico de la “historia de la historiografía”, basada principalmente en enfoques positivistas de autores y obras; a las cuestiones del método, la historiografía y la teoría de la historia, pese a las proclamaciones en sentido contrario, no se les dedicó el tiempo que precisaban, lo que a la postre facilitó la crisis final.

[82] Véase “El paradigma común de los historiadores del siglo XX”, pp. 255-262.

[83] V.g. George G. IGGERS, New Directions in European Historiography, Middletown, 1984 (primera edición, 1975); el autor se desmiente a si mismo en Historia a debate. I. Cambio de siglo, Santiago, 2000, p. 343.

[84] Véase “La historia que viene” (Historia a debate. I. Pasado y futuro, Santiago, 1995, pp. 95-117) que es, en realidad, la conclusión del I Congreso por parte de su coordinador, texto redactado en 1994 y publicado como ponencia en las Actas.

[85] Varios de mis trabajos individuales, que se nutren de los debates y las reflexiones de la red, tratan de seguir -desde “La historia que viene”- los avatares del cambio de paradigmas desembocando en la propuesta colectiva del Manifiesto 2001: “La historia que queremos”, Revista de Historia “Jerónimo Zurita”, nº 71, 1995, pp. 309-345; “Hacia un nuevo paradigma historiográfico”, Memoria y civilización, Pamplona, nº 2, 1999, pp. 223-242; “El retorno de la historia”, Historia a debate. I. Cambio de siglo, Santiago, 2000, pp. 153-173.

[86]  No se puede dejar de reconocer la aportación -pese a no ofrecer alternativas- de la crítica que ha hecho el posmodernismo de la ciencia, el concepto de verdad o la historia objetivista, cientifista.

[87] El pensamiento simplista  suele confundir complejidad con ambigüedad, ignorando algo tan simple como que la mayoría de las palabras de los diccionarios poseen varias acepciones sin merma de la claridad conceptual, definida por el contexto, es precisamente el caso del término ‘historia’, objeto y sujeto del conocimiento histórico; el pensamiento simplista por lo mismo el término “eclecticismo”, como si no fuese científicamente bueno mezclar  ideas diversas, incluso contradictorias, en determinadas circunstancias, como nos ha enseñado el principio de  la “unidad de los contrarios” del viejo pensamiento dialéctico.

[88] Pero no exclusivamente, también en esto hay que ir más allá que las vanguardias historiográficas del siglo XX, que con frecuencia restringieron el calificativo de renovador al propio  enfoque  o tema de investigación, excluyendo otras vías, véase la tesis 9  (‘De la necesaria pluralidad de la innovación metodológica’) de “La historia que viene”, p. 105.

[89] “La historia que viene”, pp. 99-100.

[90] Resistencias de colegas posmodernos por el término “ciencia” o de colegas neorankeanos por el término “sujeto”; otros adoptan una mala solución intermedia que consiste en  lo primero optando por una (in)definición neutra de la historia tipo “conocimiento” o “saber”, cuando no “discurso” o “ficción”, dejando el concepto del ciencia histórica al viejo positivismo.

[91] La unidad disciplinar se suele romper cuando se impone en un país la violencia, la dictadura  y/o la guerra civil con su secuela de persecuciones y depuraciones académicas: la historia científica que proponemos y practicamos presupone, pues, un contexto mínimo de libertades políticas y académicas, es por ello que HaD mantiene una acción constante como Academia Solidaria en favor de historiadores perseguidos y en defensa de valores universales de libertad y tolerancia, justicia e igualdad, imprescindibles para que la universidad puede ejercer su función.

[92] No serían legítimas, por consiguiente, desde el punto de vista del Manifiesto, las posiciones antagónicas con los valores universales a que hacíamos referencia en la nota anterior (fundamentalistas, racistas, genocidas, nazifascistas, terroristas), sin por ello pretender HaD limitar la libre expresión en nuestro foro de debate digital de cualesquier opinión que guarde las normas fijadas de identificación suficiente y respeto al interlocutor y a la propia red.

[93]  Un ejemplo reciente son los historiadores comprometidos entre 1996 y 2001 con la idea histórica de España, donde las posiciones patrióticas claramente políticas, legítimas y necesarias (el igual que las referidas a las nacionalidades periféricas), que condicionan subjetivamente el discurso historiográfico, que gana objetividad conforme se asegura la pluralidad de enfoques, el recurso a las fuentes y la crítica de la crítica, historia e historiografía inmediatas.

[94] Es raro que el historiador muestre su tendencia política, en general o en relación sobre el hecho investigado, suele saberse por su biografía o deducirse de lo escrito, es un dato de todas formas imprescindible para un trabajo historiográfico serio (sirva como ejemplo positivo el Diccionario de historiadores españoles contemporáneos de Gonzalo Pasamar e Ignacio Peiró, Madrid, 2002).

[95]   Véase la tesis 4, ‘La redefinición de la historia como ciencia y la nueva física’, de “La historia que viene” (1995).

[96] Los científicos de la naturaleza mantienen en ocasiones teorías parcialmente desmentidas por datos empíricos, o que no han sido todavía verificadas empíricamente; aunque el problema de la historia profesional es más bien el contrario: un evidente déficit teórico que ha hecho pervivir entre nosotros el primitivo concepto positivista de ciencia desechado hace mucho tiempo por las ciencias físicas y aun por otras ciencias sociales.

[97]Ahí radica el error epistemológico de la “historia total” de los años 60 y 70.

[98] Obviamente hay un relativismo extremista, posmoderno, hipersubjetivista, que no compartimos.

[99] Véase la nota 80.

[100] O, si se quiere, de lo que es o no rigor en una investigación histórica, cambiando de terminología no eludimos la cuestión de fondo: el papel del doble sujeto en la escritura profesional de la historia.

[101] Por ejemplo, el análisis cuantitativo de la producción historiográfica belga entre 1932 y 2000, que ha realizado Paul Servais para el seminario HaD del 11/03/03, L’historiographie belge entre monde germanique et monde latin (publicado en nuestra web), refleja una rotunda continuidad en cuanto a los modos de investigación bajo una clara evolución temática.

[102]  Véase el apartado de libros, y los artículos reproducidos, en  www.cbarros.com.

[103]  “Una mayor unidad de la teoría y la práctica hará factible, por lo demás, una mayor coherencia de los historiadores y de las historiadoras, individual y colectivamente, entre lo que se dice, historiográficamente, y lo que se hace, empíricamente”, punto XIII de Manifiesto.

[104] Actitud de superación (dialéctica) que debemos poner en práctica también hacia las nuevas historias del siglo XX, y nos gustaría asimismo que otros aplicasen en el futuro al nuevo paradigma de HaD en construcción.

[105] La versión neopositivista, que debemos asimismo criticar, seria:la verificación empírica es el criterio necesario y suficiente para definir la verdad histórica.

[106] El proceso de acumulación no sólo está presente durante los períodos de rendimiento creciente o “ciencia normal”, atraviesa también los cambios de paradigmas sujetos a una dinámica de sustituciones, reformulaciones y síntesis.

[107] Kuhn se formó como historiador antes de la difusión de las nuevas historias, analista y marxista, que no tuvieron en los EE. UU. la misma incidencia que en Europa -excepto Alemania- y América Latina,  absorbiendo un concepto clásico de “revolución” influido además por el imaginario norteamericano sobre su propia historia.

[108]  No creemos que esta continuidad/discontinuidad sea aplicable solamente a la historia y a la historiografía, ¿no siguió acaso vigente el paradigma newtoniano en la física terrestre cuando se impuso el nuevo paradigma relativista de las emergentes físicas subatómica y cósmica?

[109] Un excelente ejemplo es la reformulación neopositivista que supuso el cuantitativismo, respecto del narrativismo rankeano de nombres, hechos, fechas y lugares, haciendo posible la colaboración fructífera con la historia económico-social de Annales y el marxismo, aunque favoreciendo después, todo hay que decirlo, su deriva objetivista, economicista y estructuralista.

[110] Nuestra hipótesis (autocrítica) es, como bien puede colegir el lector y se comenta en la nota anterior, que la implantación  académica de las nuevas historias, después  de la II Guerra Mundial, en la historiografía occidental se superpuso al positivismo preexistente: la síntesis entre  vieja y nueva historia nunca dejó de girar alrededor del eje neopositivista.

[111] El nuevo paradigma de HaD quiere ser, por supuesto, más heredero de la nueva historia (siglo XX) que de la vieja historia del siglo XIX y sus resurgencias en el siglo pasado.

[112] Lo de que “la historia se hace con textos”  pero con “todos los textos” de L. Febvre (1933)  está bien pero es insuficiente, no contempla -ni podía contemplar- las fuentes orales que han surgido después, y la aseveración de Le Goff en de que “la historia se hace documentos e ideas”, animando la historia-problema y la interpretación de las fuentes, considera asimismo de manera insuficiente -lo mismo que el Manifiesto de 2001- la dimensión constructiva de las fuentes en manos del historiador colectivo, la movilidad de las fuentes respecto de los historiadores, de sus enfoques y de sus épocas.

[113]  Ni siquiera Topolsky con su fructífera diferenciación entre “conocimiento basado en fuentes” y “conocimiento no basado en fuentes” reconoce esta interactividad historiador/fuentes que habremos de deducir consecuentemente de la nueva definición de la historia como “ciencia con sujeto” (véase la nota siguiente)..

[114] Topolsky lo intuyó en 1973 cuando dedujo que el “conocimiento no basado en fuentes” constituía el factor decisivo en el progreso de la investigación histórica (Metodología de la historia, Madrid, 1982, p. 309), pero nada dice de cómo la historia y el historiador condicionan las fuentes.

[115] Micheline Cariño de la Universidad de Baja California Sur puso en evidencia esta contradicción durante la discusión del borrador del Manifiesto (mensaje 12/7/01 del apartado Manifiesto/Grupo Manifiesto/Elaboración/Deliberaciones).

[116] “La historia que viene”, Historia a debate. I. Pasado y futuro, Santiago, 1995, pp. 95-117.

[117]  No sobra recordar que escribimos “paradigma” en el sentido kuhniano de conjunto de “valores y creencias que comparten una comunidad de especialistas”, más allá por tanto de la tradicional acepción de los diccionarios, subsidiaria para nuestro objeto, de ‘ejemplo’ o ‘modelo’, sin nada que ver, en ambos casos, con cualquier identificación interesada, o fruto del desconocimiento, con ‘teoría’, ‘dogma’ o ‘ideología’; ‘paradigma’ como concepto pospositivista de la historia y la filosofía de la ciencia es más bien próximo a las nociones de “hegemonía” y “mentalidad”, incluso de  “civilización” y “cultura”, de las últimas historiografías marxistas y annalistes.

[118] La transición historiográfica en marcha forma parte de otra más general cuyo desenlace presenta aún interrogantes, es pronto para saber si el nuevo proyecto de cambio histórico de globalización alternativa y pacifista, retomando la idea de progreso, alcanzará la suficiente articulación e influencia como para sustentar un “nuevo paradigma historiográfico” mayoritario, en determinadas áreas y países que desborde el retorno a Ranke y la fragmentación posmoderna.

[119] La participación en las actividades de HaD ha supuesto, desde 1993, una manera común de entender el oficio de historiador que ha ido adquiriendo formas más definidas conforme se ha ido ampliando en el espacio e intensificando en el tiempo.

[120] Hemos construido nuevas fuentes historiográficas que nos permiten recoger y organizar dichas opiniones como la Encuesta Internacional “El estado de la historia”, los nueve volúmenes de Actas de los Congresos de HaD o los debates habidos en nuestro foro digital desde 1999.

[121]  Solicitamos a los adherentes al Manifiesto un acuerdo “en lo esencial” porque al 100 % no estamos de acuerdo en su redacción actual ni siquiera quienes lo aprobamos en su momento, por tratarse de una alternativa historiográfica en construcción, por el propio estilo crítico/autocrítico de HaD.

[122] Véase la nota  117.

[123]  Entre “continuadores”, “retornados” y “posmodernos” se podrían establecer todas las combinaciones de oposición binaria (2 contra 1) que nos permiten las matemáticas.

[124] Urge una nueva racionalidad menos sujeta al principio de no-contradicción pues dos cosas que sean contradictorias pueden ser ambas ciertas, compatibles en un nivel superior, simples y habituales paradojas, visiones complementarias de un mismo fenómeno o factores disolventes de la coherencia de una explicación, habrá que verlo en cada caso concreto.

[125]             El factor exógeno más importante es, por supuesto, el tipo de historia inmediata y de modelo de globalización que se vaya imponiendo (véase el punto XVIII del Manifiesto y la nota 118).

[126]  Por ejemplo, en la que tuvo lugar en la universidad de Cádiz el 24 de abril de 2002, cuyas intervenciones están editadas y se pueden consultar en el apartado “Presentaciones” de la web.

[127]  Sobre el nuevo paradigma en términos de futuro, véase “Hacia un nuevo paradigma historiográfico”, Memoria y civilización, Pamplona, nº 2, 1999, pp. 223-242 (publicado asimismo en www.cbarros.com).

[128] Pese al poco tiempo transcurrido desde la difusión del Manifiesto, empiezan a editarse ya libros actualizados y pioneros que terminan con el análisis de HaD como tendencia historiográfica, v.g.  Liliana REGALADO, El rostro actual de Clio. La historiografía contemporánea: desarrollo, cuestiones y perspectivas, Pontificia Universidad Católica del Perú, 2002.

[129] Aquí nos volvemos a separar de Kuhn pues no concebimos el debate como algo exclusivo de los periodos de crisis o  “ciencia extraordinaria”, sino como un componente más del nuevo paradigma historiográfico (véase la tesis 14 de “La historia que viene”, 1995), al menos en lo que toca a la comunidad HaD; dicho de otro modo, si en el concepto kuhniano de “revolución científica” hemos reintroducido cierta continuidad paradigmática, en el concepto de  “ciencia normal” hemos introducido la continuidad del debate.

[130]  La revista Annales tuvo en sus comienzos una gloriosa sección llamada “Débats e combats”, fenecida hace décadas, y Past and Present todavía nos obsequia de vez en cuando con algún debate…; ahora bien, ni para la corriente francesa ni para la corriente inglesa el “debate” tuvo la centralidad paradigmática como fuente de conocimiento histórico e historiográfico que tiene para nosotros.

[131]La prolongada influencia del positivismo en nuestra disciplina, pese a su endeblez organizativa, escasa “militancia” e individualismo, es más bien una excepción.

[132]        Un ejemplo, vinculado a la sociología, que toma como referencia el materialismo histórico, es la propuesta mexicano-alemana de “Nuevo Proyecto Histórico” de 1999 (véase la nota 35),  aunque no conocemos por el momento algo así en nuestro campo disciplinar como no sea el simple continuismo respecto de la historiografía marxista del siglo XX a través de sus grandes autores.

[133] Véanse los mensajes de Lariza Bermúdez (23/7/02) y Carlos Contreras (3/8/02) en el apartado de opiniones sobre el Manifiesto en nuestra web.

[134]  El otro posmodernismo historiográfico, de carácter ambiental y mayor influencia, la fragmentación de la historia que se escribe (la historia vivida está más interrelacionada que nunca), irá reculando conforme crezcan los proyectos colectivos de distinto signo, académicos y no académicos, que están caracterizando al siglo XXI.

[135]  Véase Francisco VÁZQUEZ, “La historia social española y los nuevos paradigmas: encuentros y desencuentros”, Historia a Debate, I, Santiago, 2000, pp. 226-229.

[136] Véase Pedro PIEDRAS, “Historia y metaficción historiográfica”, Historia a Debate, III, Santiago, 2000, pp. 129-136.

[137]  De hecho, ¿no integramos en el Manifiesto el relativismo posmoderno hasta donde lo permite nuestra apuesta por una historia neocientífica?; somos conscientes, con todo, de que nuestra asunción de elementos posmodernos suele quedar oculta por nuestra necesaria crítica al posmodernismo por sus carencias en cuanto a la objetividad, el compromiso y la globalidad que exigen nuestros tiempos histórico e historiográfico.

[138] Véase la nota 158.

[139]  Del mismo modo que hablamos de un fracaso parcial de la revolución historiográfica difundida en los años 60 y 70 debemos evaluar el fracaso parcial de la “contrarrevolución” historiográfica de los años 80 y 90.

[140] Algunos colegas, sobrepasado el susto que todavía les produce la palabra “Manifiesto”, nos transmiten su sorpresa y alegría ante el talante abierto de las 18 tesis, cómo si un Manifiesto no pudiese ser abierto; una prueba más de la tradición sectaria que legamos del siglo XX, presente en la memoria colectiva y en las experiencias individuales-,  y que HaD está rompiendo  demostrando la falsedad de la alternativa: nihilismo posmoderno o retorno al dogmatismo.

[141]  En la tesis 13 de “La historia que viene” hemos escrito hace nueve años que “El historiador del futuro reflexionará sobre metodología, historiografía y teoría de la historia, o no será”; aseveración que cobra todo su sentido aplicada al historiador colectivo.

[142] También es cierto que la “crisis de la historia” con que ha terminado el siglo XX es la más grave desde la constitución de la historia como disciplina profesional cien años atrás.

[143] En el I Congreso HaD de 1993 estuvieron presentes en Santiago de Compostela, por última vez y juntamente en un contexto internacional, cualificadas representaciones de las revistas-escuelas Annales y Past and Present.

[144] En el continente americano la historia tiene una vigencia diaria que confiere un especial dinamismo a sus diferentes historiografías, si bien Europa puede ir a la zaga si se confirma su papel autónomo en la historia internacional que estamos viviendo en relación con el ataque unilateral de los Estados Unidos contra Irak.

[145]  Lawrence Mccrank plantea, en el prólogo la edición norteamericana de una selección de las Actas del II Congreso (en prensa en la editorial Haworth), como el 11 de setiembre le hizo comprender mejor la relación comprometida historia/sociedad que manifestaron historiadores latinoamericanos, y algunos españoles, en el Congreso Internacional de 1999 en Compostela, para escándalo de colegas aislados que todavía no han comprendido en que sentido van realmente los cambios historiográficos actuales.

[146] Otro sector de la historiografía española está procurando la recuperación de nuestra identidad histórica e historiográfica por otra vía: el regreso a la historia de España y a sus clásicos  del siglo XIX y principios del siglo XX.

[147]  No estamos negando las distancias entre una historiografía española o latinoamericana, o entre una historiografía mexicana o guatemalteca, porque las realidades históricas y geopolíticas son distintas y desiguales, sino que pensamos que, en tiempo de globalizaciones, todos tenemos algo original que aportar, y es más aplicable por tanto el principio de intercambio igual al mundo de la universidad y la cultura (y de la política, véanse si no las expectativas creadas por la experiencia de gobierno de Lula en el Brasil y los sucesivos encuentros en Porto Alegre).

[148] No sólo marxistas y annalistes, también neopositivistas practicantes, ayer y hoy, de una historia económica y demográfica cuantitativa sin apenas cambios metodológicos.

[149] No es el caso de HaD que tiene responsables conocidos en las tareas de coordinación y edición de las actividades presenciales como los Congresos y digitales; el “programa” historiográfico que nos une y orienta está firmado por historiadores e historiadoras con nombre, apellidos, institución, localidad y país; las mesas de las presentaciones públicas y jornadas en diferentes universidades y países se forman con colegas cuyas fotos y nombres se pueden consultar en nuestra web, etc.

[150] El hecho de que la World History utilice este nombre no quiere decir que debamos renunciar, bajo un mismo rótulo y si acaso con más derecho, a la renovación de la historia total o global del marxismo y la escuela de Annales.

[151] Hemos hablado de ello en “Historia social y mentalidades: nuevas perspectivas”, Medievalisme: noves perspectives, VII Curs d’Estiu (Balaguer, 10-12 juliol 2002).

[152] Hablamos de ello en ¿Es posible una Historia Inmediata?, II Seminario Nuestro Patrimonio Común, organizado por la Asociación de Historia Actual (Cádiz, 22-25 de abril de 2002).

[153]  “El retorno de la historia”, Historia a debate. I. Cambio de siglo, Santiago, 2000, pp. 153-173.

[154]  En la segunda mitad de los años 70 se incubaron y desarrollaron sugerentes líneas de trabajo, más o menos dentro de las instituciones de las nuevas historias, según los casos, que pretendían ser una respuesta en sus inicios a la crisis (sin cambiar la base paradigmática: su gran fallo) como la  historia de las mentalidades, la historia “desde abajo”, la nueva historia cultural, la sociología histórica, la historia comparada, la antropología histórica o la microhistoria, que ahora habría que reformular en el marco del nuevo paradigma historiográfico global.

[155]  Nuevos modelos de compromiso ético y social de los historiadores: la recuperación de la memoria histórica entendida como investigación y compromiso; la Network  of Concerned Historians, vinculada a Amnistía Internacional y  dirigida por Antoon de Baets desde Holanda; la History News Network de la George Mason University o la asimismo norteamericana Historians Against the War; redes anglófonas que recuerdan nuestras Academia Solidaria e Historia Inmediata sin que exista, en dichos casos, relación con un proyecto de investigación historiográfica como pasa con HaD.

[156] Véase el caso concreto de la historia de las mujeres en Carlos BARROS, “La historia de las mujeres en el nuevo paradigma de la historia”, La historia de las mujeres en el nuevo paradigma de la historia, Madrid, 1997, pp. 55-61; Mesa redonda “Hombres y mujeres, ¿una historia común”, Historia a Debate. III. Problemas de historiografía, Santiago, 2000, pp. 279-291.

[157]  Aconsejo al lector o lectora (re)leer una carta memorable de Lucien Febvre (enviada en 1933 y  publicada en 1953) contra el “espíritu de especialidad”,  denostado como “espíritu de la muerte” en su aplicación a la ciencia en general, ¡qué habría que decir ahora cuando la superespecialización cuartea la propia historia!, pues lo mismo que escribía el fundador de Annales cuando ridiculizaba los “cien pisitos aislados, cada uno con su portero, su calefacción central y el amo de casa con sus costumbres”, convocándonos a “echar abajo los tabiques y hacer circular por encima de los pequeños despachos cerrados en que operan los especialistas, con todas las ventanas cerradas, la gran corriente de un espíritu común, de una vida general de la ciencia”, Combates por la historia, Barcelona, 1975, pp. 159-163.

[158]  La manifestación más clara de la “tenaza” entre el positivismo y el posmodernismo  contra los restos de la hegemonía de la nueva historia, y cualquier intento de reconstrucción,  es la fragmentación infinita de los métodos y los enfoques que, alejando al historiador especializado del conjunto de la disciplina, y de  la reflexión sobre ella, lo restringe a “su” tema, “su” cronología y “sus” fuentes, neutralizando cualquiera potencialidad crítica de su investigación, cuando no su utilidad científica.

[159]        El materialismo cultural de E.P. Thompson o la historia de las mentalidades de los terceros Annales, y otras tentativas de recuperar el sujeto histórico desde los años 70 (véase la nota 154), llegaron demasiado tarde para la insuflar nueva vida a la historia económica y social en crisis, y demasiado pronto para plantear con éxito el tránsito actual al nuevo paradigma de una ciencia con sujeto.

[160]  Dependerá del peso que acabe teniendo el nuevo paradigma global en cada área del conocimiento histórico e historiografía nacional, y del modo en que tenga lugar el relevo generacional la próxima década.

[161] Véase la nota  157.

[162] El respeto al adversario, y el interés por el debate, propios de las relaciones en el interior de la red HaD no es, por desgracia, generalizable a toda la academia historiográfica.

[163]  La opción fundamental del nuevo paradigma en favor de nuevas formas de  historia global favorecerá una mayor correspondencia entre teoría y práctica, siempre y cuando huyamos de formulaciones abstractas inaplicables.

[164]  En los últimos 15 años, hemos puesto en práctica y conceptualizado la posibilidad de una historia oral medieval y moderna en varias investigaciones y trabajos metodológicos: Mentalidad y revuelta en la Galicia irmandiña: favorables y contrarios, Santiago de Compostela, 1989 (tesis doctoral leída en 1988); Por una historia oral medieval y moderna, Seminario “Historia sociocultural en los años noventa: experiencias, debates y  propuestas” (Alicante, 18 de octubre de 1991); ciclo de conferencias: Por una historia medieval y moderna, El pleito Tabera-Fonseca como archivo  oral (1526-1527), La tradición oral de los irmandiños (1467-1674) (Instituto Mora, México D. F., 26, 27 y 28 de agosto de 1996).

[165] Hacemos votos porque tenga un mayor desarrollo el proyecto inicial indio (revista  Subaltern Studies) de una historia poscolonial basada en el estudio histórico de las clases subalternas y la revisión, desde las ex-colonias, de las historias nacionales y universales  heredadas de las respectivas metrópolis, proyecto desviado tempranamente hacia posiciones  posmodernas, de mucho menos interés historiográfico, donde el análisis del discurso ha relegado a la realidad social, económica y política, y los “estudios culturales” a la historia (Antón VÁZQUEZ ESCUDERO, Os Estudios Subalternos. Unha proposta de historiografía postcolonial, trabajo inédito, Santiago, 2002).

[166] Más datos sobre la historia mundial/global en el debate abierto en nuestra web, en la experiencia cercana de la revista alemana Zeitschrift fuer Weltgeschichte, y en la lista estadounidense de correo electrónico H-World (https://www2.h‑net.msu.edu/~world).

[167] Estamos ya intercambiando links en el tablón de anuncios de nuestra web con listas, webs y revistas de historia, y estudiamos, además, la inclusión en el próximo congreso presencial de HaD de un espacio de nuevos grupos o movimientos historiográficos críticos.

[168] Véase  “La historia que viene”, Historia a debate. I. Pasado y futuro, Santiago, 1995, pp. 105-106.

[169] Conforme avance el relevo generacional las actitudes académicas sectarias, o simplemente cerradas, irán reduciéndose a la marginalidad, al menos en ese sentido trabaja HaD  en más de 50 países de los 5 continentes, y muy especialmente en España y América Latina.

[170]             Véase la nota  62.

[171]  Empezando por la colaboración entre historia de la historia e historia de la ciencia, singularmente esa historiografía de paradigmas o kuhniana sin la cual la Historia a Debate que hoy conocemos no existiría.

[172]  Después del I Congreso, antes por lo tanto de la eclosión de la biografía y otros enfoques tradicionales en España, saludamos los “retornos” y la amplitud sin precedentes de los objetos historiográficos como “una conquista irreversible de la historiografía contemporánea”, al tiempo que planteamos la necesidad de combatir la fragmentación construyendo un nuevo paradigma de la historia que fuese más allá tanto de la vieja como de la nueva historia, tesis 2 y 8 de “La historia que viene” (texto redactado en 1994).

[173] La historia oral, ecológica, del tiempo presente,  de las mujeres, mundial, etc., tienen sus propios desarrollos metodológicos, incluso teóricos, pero raramente desbordan la especialización insertándose en los urgentes debates y reflexiones sobre la metodología, la historiografía y la teoría de la historia en su conjunto;  incluimos en dicha crítica no pocos trabajos valiosos que hemos publicado en las Actas de los Congresos de HaD, cuyo carácter representativo de la historiografía de  cada momento vamos a mantener en el futuro  por lo que tiene de construcción de fuentes historiográficas inmediatas.

[174] Véase la nota 157.

[175] Véase “El paradigma común de los historiadores del siglo XX”, Medievalismo, Madrid, Sociedad Española de Estudios Medievales, nº 7, 1997, pp. 235-262.

[176] Colegas rankeanos y neorankeanos entienden que ha habido una sola revolución científica en nuestra disciplina, la protagonizada por el positivismo, negando la “segunda revolución científica” realizada por Annales, el marxismo y el neopositivismo cuantitativista, sin la cual no se comprende el periodo de mayor expansión de nuestra disciplina en la segunda mitad del siglo pasado.

[177] Nos preguntarnos si el hecho de que las nuevas historias se difundieran durante la larga guerra fría, con sus secuelas sectarias, no influyó en la falta de tolerancia, debate y modos democráticos que echamos de menos en las historiografías del “siglo de los extremos” (Hobsbawm).

[178] Está por ver lo que va a surgir de la posguerra de la primera guerra imperial del siglo XXI, cuyo décimo día se cumple en el momento de hacer esta nota: nos impresiona y llena de esperanza la acción global de los sujetos históricos que piensa como nosotros que “otro mundo es posible”.

[179] Asumimos aportes positivistas en relación con las fuentes pero no el paradigma subyacente, replanteamos el continente y el contenido de la historia de origen rankeana desde la óptica de una nueva ciencia con sujeto: nada que ver por lo  tanto con el doble discurso de la descalificación de los temas y la aceptación tácita de la epistemología de las (viejas) nuevas historias.

[180] Micheline Cariño 6/5/00, “Mensajes Listas”,  www.h-debate.com.

[181] En lo que respecta a formas de comunicación académicas no hubo diferencias cualitativas entre los tiempos de la primera y segunda revolución historiográfica, bastaría este argumento para justificar la necesidad en el siglo XXI de la 2tercera revolución historiográfica” que preconizamos.

[182] Tenemos que reconocer que, a diferencia de los movimientos sociales críticos con la globalización que se conocen y coordinan entre sí a través de Internet, los movimientos académicos críticos, nacidos asimismo en los años 90 o en el siglo XXI, en el ámbito de las ciencias sociales y humanas, apenas sabemos nada unos de otros.

[183]  Conforme la red de redes supere la fase adolescente de su desarrollo se irá resolviendo el problema del bajo nivel de bastantes listas y webs, se irán mejorando y profesionalizando los contenidos, es probable con todo que una parte importante de la actual generación del profesorado universitario y otros investigadores, por cuestión de edad y formación, no llegue a entrar plenamente en la nueva historiografía digital, dependiente como todo lo nuevo de un  relevo generacional que está en sus comienzos.

[184]  Está por investigar la curiosa reconversión de la “totalidad concreta” y materialista de Marx, origen primero del concepto historiográfico de los años 60 y 70, a la totalidad abstracta e idealista que se ha manejado finalmente como paradigma más o menos común de los historiadores del siglo XX.

[185] Las Actas de los Congresos de HaD constituyen una enciclopedia del saber metodológico e historiográfico internacional en la crucial década de los ‘90; los resultados de la Encuesta Internacional,  los debates en red y el Manifiesto historiográfico son asimismo fuentes indispensables para el estudio de la situación, evolución y alternativas de nuestra disciplina en un mundo en cambio.

[186]  En la Introducción a las Actas del II Congreso hemos asumido nuestra  responsabilidad como HaD al comprobar que habíamos devenido, en la segunda mitad de los años 90, en una referencia nacional e internacional casi única para las temáticas de  metodología, historiografía y teoría de la historia, si bien abrigamos la esperanza de que surjan a lo largo de la década en curso otros grupos y/o redes que compartan con nosotros, desde ámbitos  académicos latinos y no latinos, la reflexión, el debate y el compromiso por el futuro de la historia y su escritura.

[187] Existen con todo nefastas “resistencias” corporativas como la pretendida “primacía del contemporaneismo” en España, y tal vez en otros países, sobre el conjunto de la historia y en consecuencia sobre la investigación  y la reflexión historiográficas,  desmentida por los hechos -y la historia de la historiografía- y contraria a la legalidad vigente que distribuye entre las áreas de Historia Antigua, Medieval, Moderna y Contemporánea la docencia, y por lo tanto la investigación, de este tipo de materias transversales, señaladamente la denominada “Tendencias historiográficas actuales”, investigada, debatida  e impartida por muchos de los que formamos HaD.

[188] No debemos olvidar que el valor historiográfico de las incursiones ocasionales de “grandes historiadores” en el territorio de la metodología y la epistemología (los prólogos de Ranke, el Métier de Bloch, los Combats de Febvre, el What is History? de Carr, los últimos trabajos publicados de Hobsbawm, etc.) es proporcional a su liderazgo en vastas corrientes historiográficas, tiene un carácter representativo, colectivo.

[189]             Mientras no arbitremos formas para hacerlo colectivamente (véase la nota ); matizábamos en otro lugar ( véase la nota  141) nuestro aserto en “La historia que viene” de que el “historiador del futuro reflexionará o no será” como algo que hay que entender de forma colectiva y realista: considerando la tradición positivista de nuestra disciplina, sin parangón en otras ciencias humanas y sociales.

[190] En este punto es tal vez donde más continuidad encontramos con los mejores momentos de  las escuelas y movimientos historiográficos renovadores del siglo XX.

[191] Aquí ya nos volvemos a separar de Annales, marxismo y neopositivismo, que oscurecieron los paradigmas compartidos en aras de luchas por la hegemonía nacional y académica que hoy queremos organizar de manera más transparente y democrática, y menos caciquil e imperialista.

[192] La verdad es que muchos de los historiadores de Annales, e incluso académicos marxistas, asumieron no poco la tradición positivista que pretende escindir profesión y sociedad, academia y política, historia y ética, objeto y sujeto, relegando el compromiso del historiador a su actividad como ciudadano más que como profesional que ha de cultivar y enseñar la ética y la utilidad social de la historia.

[193] El retorno al discurso esquizofrénico de Ranke, inclusive puede reactivarse entre aquellos colegas que están reaccionando negativamente ante generalizado retorno general del compromiso intelectual y académico, es el caso de buena parte de la historiografía francesa de influencia annaliste frente al reciente y emergente compromiso civil de la  sociología y la filosofía (Touraine, Bourdieu, Derrida, Bolstanski, Todorov…), a costa de una lamentable  pérdida de influencia de la historiografía francesa  en la opinión pública y en el conjunto de las ciencias humanas y sociales.

[194]        La situación ha cambiado en España, Europa y el mundo, desde la versión primera de este trabajo, por la importancia histórica de las movilizaciones sociales que desembocaron en gran movilización global de millones de personas contra la guerra del 15 de febrero de 2003, muchos de ellos profesores y estudiantes universitarios, también de historia (véase la nota 212).

[195]  El compromiso de académicos e historiadores desde la caída del muro de Berlín estuvo a menudo orientado hacia el poder político y mediático, mientras que el compromiso de los años 70 se vinculó más bien hacia los movimientos sociales.

[196]  En España bastantes colegas aceptan el compromiso patriótico, eminentemente político, sea con España y su Constitución, sea con las nacionalidades, regiones y sus derechos históricos, rechazando muchos no obstante un compromiso social que empieza a ser enarbolado en 2002 y 2003 por actores, escritores y artistas.

[197]        A diferencia de la historiografía francesa (véase la nota 193), la historiografía española juega desde la transición un significativo papel en las Comunidades Autónomas, y en el conjunto de España desde el “debate de las humanidades” (1996-1997); esperamos que la  historia que se escribe sabrá adaptarse al histórico protagonismo de la sociedad civil desde noviembre-diciembre de 2001.

[198]              La historiografía marxista occidental más interesante (Hobsbawm, Thompson, Hilton, Carr, Vilar, Vovelle, Tuñón de Lara, Fontana, etc.) no se puede catalogar desde luego como “historia militante”, ni se diferencia demasiado en la práctica académica (no así en posiciones teóricas) de Annales y el neopositivismo (véase la nota  200).

[199] La multilateralidad y pluralidad del compromiso de nuevo tipo que preconizamos conlleva que las contradicciones políticas e historiográficas que resulten han de resolverse con respecto al adversario, con tolerancia, democráticamente.

[200] Los ejemplos más conocidos son:  Marc Bloch cuando abandona en los años 40 la academia para militar y morir en la Resistencia francesa, y  E.P. Thompson cuando deja en los años 80 la investigación histórica para militar en el movimiento pacifista europeo; ejemplos personales que ennoblecen la profesión de historiador, y sus escuelas respectivas, al tiempo que muestran las dificultades de las vanguardias historiográficas del siglo XX para trascender la escisión objeto/sujeto heredada del positivismo.

[201] Nuestra propuesta de compromiso (punto XVI del Manifiesto) está permanentemente a debate, como todo lo que llevamos escrito aquí.

[202] La recepción, enseñanza y difusión de las escuela de Annales en países latinos durante los años 70 pasó, en no pocas ocasiones, a través de historiadores/as conservadores/as frente a un marxismo con frecuencia militante y hegemónico; HaD es por su propia naturaleza un espacio libre de reflexión y debate, si bien por su temática existe lógicamente más pluralidad política que historiográfica entre los firmantes del Manifiesto.

[203] Una de las causas por las que la Historia del Tiempo Presente no llegó todavía a analizar realmente el presente, frustrando su potencialidad innovadora, a diferencia de la latina Historia Inmediata de HaD, es la falta de compromiso (profesional) con los problemas de la actualidad, cayendo en la trampa positivista de que es necesario dejar transcurrir un tiempo, etc.

[204] Las rigideces ideológicas separan tanto como las académicas el compromiso cívico de la innovación profesional, cuando convergen ambas el resultado es nefasto.

[205]  Sobra decir que las “otras” posiciones o ideologías no desaparecen por el hecho de obviarlas en nuestros debates, el “principio de realidad” es un buen antídoto del sectarismo, dentro y fuera de la academia, sin que ello quiera decir que renunciemos a promover y defender especialmente nuestra posición historiográfica común.

[206] Recordemos en este punto el doble -y bienintencionado- discurso de Ranke que hemos analizado más arriba, origen primero de la ocultación consciente e inconsciente del compromiso de los historiadores por parte de positivistas y aun de nuevos historiadores.

[207] Fuimos de los pocos que proclamamos públicamente, antes del acceso del Partido Popular al Gobierno de España, del “debate de las humanidades” y de sus efectos historiográficos, la urgencia de llenar el importante espacio de la investigación, interpretación y divulgación, de la historia de España abandonado por los nuevos historiadores desde la transición a la democracia, véase Carlos BARROS “La historia que queremos”, Conferencia de clausura de las Jornadas La historia en el horizonte del año 2000: compromisos y realidades, organizado por Esteban Sarasa y Eliseo Serrano, de la Sección de Historia y Ciencias Historiográficas de la Institución Fernando el Católico, y celebrado en Zaragoza los días 9-11 de noviembre de 1995 (publicada en  Revista de Historia “Jerónimo Zurita”, nº 71, 1995, y en otros medios; se puede imprimir  asimismo en www.cbarros.com).

[208]  El caso más evidente son, desde 1989, los EE. UU. frente a algunos países latinoamericanos donde la izquierda académica ha mantenido cierta continuidad durante la travesía del desierto en los años 80 y parte de los 90; la intelectualidad de España y Europa estaría en un situación intermedia con tendencia a aproximarse, e incluso sobrepasar, el compromiso latinoamericano presente en HaD desde 1999.

[209] No hay ejemplo más notorio que el regreso del economicismo a manos del fundamentalismo neoliberal del mercado.

[210] Ante la demanda de miembros de HaD, estamos estudiando ampliar el campo de actuación del apartado de Academia Solidaria, con este u otro nombre, para acoger denuncias académicas.

[211] También la izquierda política y académica ha defendido, y defiende en no pocas ocasiones, una historia tradicional de “grandes hombres”, acontecimental, etc., por deformación historiográfica e ideológica, ausencia de un sujeto social, o ambas cosas a la vez.

[212] El retorno del sujeto social, que hemos analizado “proféticamente” en trabajos anteriores sobre Chiapas y la historiografía española (véase el apartado de historiografía inmediata de www.cbarros.com), ha dado un enorme salto desde 1995,  llegando finalmente a España con la movilización de las universidades contra la LOU en noviembre y diciembre de 2001, la manifestación antiglobalización  de Barcelona del 16 de marzo de 2002, la huelga general del 20 de junio de 2002, la  masiva la lucha civil de gallegos y españoles contra la marea negra  provocada por el Prestige en noviembre de 2002 y las manifestaciones de millones de españoles las jornadas pacifistas del 15 de febrero y el 15 de marzo de 2003.

[213] Véase la nota  208.

[214] No desconocemos que en América Latina la necesidad de buscarse la vida en contextos de crisis económica e inestabilidad política, cuando no de violencia, genera un descompromiso académico por la cuádruple vía -a menudo convergente- del individualismo, el doble discurso, el positivismo y el posmodernismo, que actúa de freno para la puesta al día en el mundo histórico e historiográfico que viene.

[215]        No hemos renunciado a la palabra “compromiso” de manera consciente porque su significado literal de “obligación contraída”, en este caso con nuestro tiempo y sus problemas, sigue vigente y ha adquirido renovada actualidad en su dimensión ético-social a través del voluntariado, las ONGs y la acción social de las iglesias, primero, y la universidad y sus profesionales, después, pues no pueden permanecer ajenas al impulso de solidaridad global que recorre el mundo (véase la nota 235).

[216] Veánse los apartados Academia Solidaria e Historia Inmediata en www.h-debate.com.

[217] Tesis 5 de “La historia que viene”.

[218]  Véanse las notas 49, 137.

[219] Israel SANMARTÍN, “Evolución de la teoría del fin de la Historia de Francis Fukuyama”, Memoria y Civilización, nº1, 1998, pp. 237-238.

[220]  Somos contrarios a alentar desde la historia futuros utópicos, en el sentido literal de irrealizables, justamente criticados por Marx y las ciencias sociales del siglo XX; somos partidarios de coadyuvar a demostrar que “otro mundo es posible”, arrimando la historia que hacemos a los sujetos que generan hoy esperanza y progreso.

[221] La facilidad con que el proyecto imperial de origen académico del Nuevo Siglo Americano de Donald Rumsfeld y cía. ha llegado a ser asumido, en un plazo de cuatro años, por los gobiernos y las opiniones públicas de los EE. UU. y Gran Bretaña, nos indican que estamos ante un muy grave reto intelectual y político.

[222]  Incluso cuando se incluye el contexto en las grandes biografías ¿no se sigue primando el sujeto individual sobre el sujeto colectivo?, ¿no se sigue contemplando limitadamente una época a través de sus grandes personajes?; lo más científico para nosotros sería aplicar enfoques globales, mixtos, sin apriorismos sobre el papel del individuo y del colectivo, el texto y el contexto, que sólo se podrá dilucidad en concreto mediante una investigación global.

[223] Recordar que la versión inicial de este trabajo fue una conferencia dictada por vez primera en la Universidad Torcuato di Tella en la ciudad de Buenos Aires.

[224] Otros historiadores, individualmente también muy capaces, no lograron tamaño prestigio e influencia nacional e internacional por falta de integración en corrientes colectivas que tuviesen con algo nuevo que decir, a los historiadores y a sociedad.

[225]  El papel capital del contexto histórico-historiográfico sobre la emergencia de “grandes historiadores” explica que estos hayan pertenecido usualmente en el siglo XX a los países dominantes en lo económico y lo político, relación de hegemonía sujeta hoy en día a los contrapesos desfocalizadores y democratizadores de una globalización de la información y el saber que debemos aprender a aprovechar.

[226] Lo cual para nada es contradictorio -según la nueva racionalidad- con la existencia de líderes de opinión e investigación historiográficas que impulsan e organizan la tendencia colectiva que representan.

[227] Ejemplo de declive e inadaptación al nuevo siglo del marxismo académico angloamericano es la editorial pesimista de Perry Anderson en nombre de la revista New Left Review (representativa de los años 60 y 70, muy vinculada a la historia y las ciencias sociales) en el nº 2 de 2002, sin autocrítica, a contracorriente de nuevo movimiento social global y del multiculturalismo actual (véase https://www.rebelion.org/izquierda/anderson230601.htm).

[228] HaD es una comunidad/red historiográfica integrada mayoritariamente por profesores universitarios e investigadores profesionales pero incluye asimismo a profesores de enseñanza no universitaria, historiadores no vinculados institucionalmente, académicos de otras disciplinas interesados por la historia y estudiantes avanzados.

[229] Véase la nota 126.

[230]  La historia se hace con “documentos e ideas, con fuentes y con imaginación”, Jacques LE GOFF, Tiempo, trabajo y cultura en el Occidente Medieval, Madrid, 1983, p. 7.

[231]  Empezando por el autor de este trabajo, coordinador de HaD y medievalista de oficio, y  los componentes del Grupo Manifiesto, así como los  ponentes y participantes en nuestros macrocongresos historiográficos, ubicados en las diversas especialidades y .áreas de conocimiento histórico.

[232]  En España la docencia, y por lo tanto la investigación, sobre metodología histórica e historiografía está distribuida por el Consejo de Universidades entre las distintas áreas cronológicas de conocimiento histórico, desde la Antigüedad hasta la Historia Contemporánea; la excepción son las cátedras de “teoría e historia de la historiografía” de Argentina,  aunque es habitual que sus integrantes se dediquen bastante a la investigación histórica de tipo temático y cronológico.

[233] En HaD nos planteamos dedicar más tiempo a la investigación y la reflexión historiográficas: 1) desarrollando los planteamientos del Manifiesto historiográfico; 2) profundizando monográficamente en opiniones y datos aportados en los debates digitales; 3) rebasando los  trabajos de historiografía tipo “estado de la cuestión”sin ideas propias, hecho a base de autoridades, por supuesto extranjeras.

[234]  El inicio del siglo XXI, caracterizado por el retorno del sujeto social, está favoreciendo claramente la recuperación de proyectos colectivos y redes formales de intercambio académico frente a los proyectos puramente individuales, y redes informales, típicos de los posmodernos y conservadores años 80 y 90 (primera mitad).

[235] Nuevas organizaciones y prácticas solidarias que han ido asumiendo en los años 90 dentro de los nuevos movimientos “antiglobalización”, contra la guerra y ecologistas (contra la catástrofe del Prestige en Galicia, es el mejor ejemplo), inéditos compromisos sociales y políticos hasta el punto de reemplazar, junto con las plataformas puntuales de la sociedad civil y el mundo de la cultura, a los partidos y sindicatos tradicionales, que poco a poco se están contagiando asimismo del nuevo espíritu solidario y sus formas de acción.

[236] La primera movilización global descentralizada del 15 de febrero de 2003 contra la guerra de Irak, con más de 10 millones de participantes en todo el mundo (3 millones en España), coordinada a través de Internet por el Foro Social Mundial, y otras plataformas del movimiento “antiglobalización”, es la muestra más reciente de la fuerza y la autoridad de dicho movimiento global de composición plural.

[237]        De manera paralela han surgido felizmente, en el ámbito anglófono de Internet, interesantes páginas webs de historiadores comprometidos con la actualidad, sin llegar aún a constituir una tendencia historiográfica (véase la nota  155).