Hacia un nuevo paradigma historiográfico*
Carlos
Barros
Universidad
de Santiago de Compostela
A finales del siglo XX se habla, y con razón,
de la crisis de la historia. El diccionario de la Real Academia Española dice
que la palabra crisis viene a significar dos cosas juntamente: una mutación
importante y una situación difícil. Es decir que hay crisis cuando hay
dificultades pero se está produciendo un cambio, y seguramente lo segundo
explica lo primero. No se suele ver así: cuando se alude a una crisis se piensa
más en problemas y complicaciones que en soluciones y facilidades, lo cual
dificulta la salida.
La historia en crisis
Pero cuando hablamos de la crisis de la
historia algunos pueden estar pensando, también con razón, que hay quien cree
en la crisis de la historia y quien no.
Sin embargo, nuestra disciplina vive su crisis independientemente del grado
de conocimiento que cada colega tenga de ella. Cuando en octubre de 1917
explotó la revolución en la Rusia zarista, podía haber gente que estaba
haciendo calceta mientras sucedían esos
hechos, que no dejaban por ello de ser históricamente extraordinarios1.
¿No estamos acaso los científicos sociales para eso, para ir más allá de la
apariencia y de la cotidianidad de las cosas, tratando de ver lo que pasa en
las profundidades de los momentos históricos, y en las profundidades de nuestra
disciplina doblemente histórica?
La crisis de la historia como disciplina
forma parte de una crisis general, ideológica, política, de valores, que afecta
al conjunto de las ciencias sociales y humanas. Mucho de lo que vamos a hablar
de crisis y salidas podría aplicarse, mutatis
mutandis, a la antropología o a la sociología, pero nos vamos a
referir a aquello que conocemos y que nos interesa más: la historia como oficio
en la transición entre los dos siglos.
El carácter general de esta crisis deriva de
la simultaneidad de la crisis de la historia y la crisis de la escritura de la
historia, y atañe a todas las dimensiones de la profesión de historiador, y de
su relación con la sociedad. Vivimos, por consiguiente, una crisis, una
dificultad/mutación que es global porque afecta a la práctica de la historia
(la manera de investigar y escribir la historia), a la teoría de la historia
(los conceptos y planteamientos teóricos que subyacen en nuestro trabajo), y a
la función social de la historia (devaluada en un mundo futuro que todavía
algunos quieren sin alma, tecnocrático).
La primera víctima de la crisis
historiográfica ha sido el paradigma economicista, determinista y
estructuralista que ha identificado a los nuevos historiadores a partir de la
Segunda Guerra Mundial2. Pero no se ha parado ahí,
como ha puesto en evidencia Georg Iggers3, concierne también a la propia
definición científica de nuestra disciplina, cuyo origen se remonta al
positivismo decimonónico. Críticos de la historia-ciencia propugnan la
equiparación de la historia con la literatura por la vía de su emparentamiento
con la ficción, la narración, la hermenéutica o el "giro ligüístico",
propuesto desde Estados Unidos. Relaciones epistemológicas productivas en su
versión moderada pero destructivas cuando nos retrotraen, lo quieran o no sus
defensores más extremistas, al siglo XIX, cuando la historia era una disciplina
pre-paradigmática, anulando buena parte del capital acumulado por nuestra
disciplina durante más de un siglo. Por este camino la vertiente de dificultad
que tiene nuestra crisis toca fondo, y es entonces cuando tiende a imponerse la
vertiente del cambio paradigmático, imprescindible para proporcionar respuestas
a las anomalías que cuestionan nuestra vieja identidad (la nueva historia).
Vamos a explicar en tres fases cómo se fue
manifestando esta crisis finisecular de la historia4, tomando como referencia las
décadas de los años 70, 80 y 90 (las tendencias que analizamos se muestran con
claridad en el final de cada periodo cronológico). Paralelamente, debemos dejar
claro que nos refiriendo a la evolución de la historiografía internacional, en
general, más que a un país en concreto, salvo que el argumento lo precise.
Todos sabemos que España y América Latina han recibido el impacto de las
historiografías más avanzadas con un desfase cronológico que nos obligaría a
introducir variaciones temporales en el supuesto de nuestras historiografías
nacionales. Desfase que, hay que
decirlo, cada vez es menor. En la última década del siglo, la globalización
historiográfica está acortando la distancias entre las historiografías
nacionales, se trasmiten más rápidamente los cambios: en el siglo XXI viviremos
todavía más simultáneamente las evoluciones de la historia y de la
historiografía.
Primer retorno del sujeto
El contexto sociopolítico e ideológico que
caracteriza los años 70 está marcado por el retroceso de todo lo que supuso Mayo
del 68 en la historia, y en su escritura. En ese contexto de repliegue acusa su
primer golpe el paradigma estructuralista, economicista y determinista,
imperante en nuestra disciplina, y en otras ciencias sociales, durante los años
60. La primera reacción historiográfica al objetivismo rampante, que nos
auguraba un futuro feliz merced al desenvolvimiento ineluctable de las
contradicciones estructurales, fue el retorno del sujeto inscrito virtualmente,
pero jamás desarrollado, en las matrices de la nueva historia, sea annaliste sea marxista. La historia
descubre, pues, el sujeto antes que la sociología y que la filosofía5:
casi veinte
años antes de que los sociólogos se pongan a
investigar y reflexionar sobre el actor social, la elección racional o la acción
colectiva, o de que se pusiera de moda
la filosofía del sujeto...
De manera que la historiografía europea
avanza, en los años 70, más allá de la historia económica y estructural: la
historiografía francesa desarrollando lo que se llamó la historia de las
mentalidades, y que desplegó después como historia del imaginario, antropología
histórica, nueva historia cultural...6; y la historiografía inglesa
impulsando un nuevo tipo de historia social, no estructuralista.
En el primer caso hablamos del paso de los
segundos a los terceros Annales,
del redescubrimiento del sujeto mental ya presente en la obra y la
reflexión de los fundadores de esta escuela. En el segundo caso se trata de un
desarrollo original del materialismo histórico, con una buena base empírica y
antropológica, centrado en el estudio histórico de las revueltas y del cambio
social.
Empero, el redescubrimiento inglés del sujeto
social tuvo lugar demasiado tarde y demasiado pronto. Nos explicamos.
Demasiado tarde porque el paradigma común, esos consensos que compartían los
historiadores en las décadas centrales del siglo, había evolucionado
claramente, en los años 60, hacia un planteamiento economicista, estructuralista
y determinista, que dominó también la lectura académica (y no académica) del
marxismo. Hay que recordar que la reacción de los historiadores marxistas
frente a los excesos del estructuralismo marxistas es muy tardía. 1978 es la
fecha de edición de ese magnífico libro -aunque a su vez criticable como
demostró Perry Anderson, entre otros- de E.P.Thompson, Miseria de la teoría, donde se defiende un
marxismo con sujeto frente al marxismo objetivista, sin conciencia y sin
historia, de los seguidores del estructuralismo althusseriano. Y también
demasiado tarde porque, cuando se manifiesta en Gran Bretaña esta lectura
cultural y humanista de Marx que entendía la historia como la historia de la
lucha de clases, el contexto ideológico y político había cambiado tanto que el
marxismo, cualquiera que fuese su versión, había dejado de interesar, lo cual
arrastró consigo a las tesis doctorales sobre conflictos, revueltas y
revoluciones, que dejaron de hacerse. Y, por último, llegaba demasiado pronto
si consideramos que el interés por la historia social "dura" se
reproduce en los años 90, según hemos analizado en otro lugar7, y sólo ahora se empiezan a darse las condiciones para el tránsito a un nuevo
paradigma que pueda incorporar el sujeto (social y mental).
Estos avances historiográficos que han
devuelto hace veinte años el sujeto al centro de la historia son, por tanto,
una referencia indispensable para las discusiones en curso sobre el nuevo
paradigma que tiene como reto capital la integración, en un sólo enfoque, de la
historia objetiva y de la historia subjetiva (tanto nos refiramos al agente
histórico como al mismo historiador): entre ambas osciló pendularmente la
historiografía del siglo XX. El futuro de la historia de las mentalidades y de
la historia del cambio social está, en consecuencia, en el cambio global de
paradigmas.
La fragmentación
En los años 80 cambia de raíz el contexto
político- ideológico en el mundo, principalmente en USA y en Gran Bretaña. Son
los años del neoconservadurismo, lo que después se llamó neoliberalismo o
pensamiento único, y son los años de la difusión del postmodernismo como
propuesta filosófica de moda. La historiografía occidental se fragmenta
entonces en temas, métodos y escuelas, hasta un límite anteriormente
inimaginable, colegas franceses llamaron a eso el desmigajamiento de la
historia8.
La primera gran fisura fue el retorno del
sujeto en los años 70, mental y/o social, porque hasta ese momento importaban
mayormente la historia económica y la historia de las estructuras sociales9.
Desde entonces tenemos una historia objetiva y una historia subjetiva, y ahí
comienza la diversificación y el alejamiento de unas especialidades de otras:
raramente la historia económica contempla el sujeto; raramente la historia de
las mentalidades incluye lo socio-económico.
Otros dicen, no sin razón, que la
fragmentación de la historia y la inevitable especialización no es más que una
crisis de crecimiento, una prueba de la madurez de nuestra disciplina. Es evidente
que pasar del monocultivo de la historia económico- social a la heterogeneidad
actual, donde interesan para la investigación todos los aspectos del pasado,
supone un gran avance, pero al tiempo una gran problema, porque nos aleja de la
visión global del pasado humano que nos exige la ciencia y la sociedad.
En los años 80 tiene lugar el segundo gran
retorno del sujeto. En este caso se trata del sujeto tradicional -la biografía,
la narración, la historia política-, cuyo regreso arroja un notorio mentís a la
revolución historiográfica del siglo XX, animada por la escuela de Annales, el marxismo y los sectores
reciclados de la historiografía tradicional. Se produce, paralelamente, una
implosión, una explosión desde dentro, del paradigma común de los nuevos
historiadores: una crisis global de las tres grandes corrientes que renovaron
la manera de escribir la historia en el siglo que acaba. Se habló por separado
de la crisis de Annales, de la
crisis de la historia social, de la crisis de la cliometría10:
viendo cada uno la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio, sin
comprender -hasta hoy mismo cuando resulta, si cabe, más evidente- el carácter
global de la crisis de la historia, y menos aún el subyacente cambio de
paradigmas.
T. S. Kuhn, el autor de la Estructura de las revoluciones científicas,
ha descubierto que los paradigmas compartidos que unifican una disciplina
siguen vigentes mientras no exista un paradigma común que los sustituya. Esto
justifica que en los años 80, y aún en los 90, se siga diciendo en muchas
clases de historiografía lo mismo que hace veinte años, y en muchas memorias de
oposición: la única ocasión en que el profesor universitario está obligado -en
España- a definir su concepto de la historia, y donde es habitual dedicar una
parte del proyecto al positivismo, otra al marxismo y otra a Annales,
calculando quizás el concursante que, siendo tres de los cinco miembros del
tribunal elegidos por sorteo, mal será que no se consideren próximos a una o a
varias de dichas corrientes. Así se vinieron haciendo las memorias de
oposición, excelente fuente para estudiar los paradigmas compartidos de una
disciplina, hasta hace bien poco11, donde se demuestra la
fuerza de inercia de un paradigma que sobrevive, a pesar de la crisis, mientras
no se perfila su alternativa.
La filosofía contra la
historia
En 1989 alcanza su clímax una década marcada
por el neoliberalismo y el posmodernismo, la fragmentación historiográfica y la
crisis de la idea de progreso, que constituye la filosofía base de los tres
movimientos historiográficos más importantes del siglo XX, y en general de las
ciencias sociales, las cuales se han alimentado, desde sus orígenes, al igual
que la historia científica, de la filosofía de la Ilustración.
Los "ataques" desde la filosofía
política a la idea de progreso12, por un lado la tesis de
Francis Fukuyama y por el otro la posmodernidad, tocan de lleno a uno de los
paradigmas compartidos más importantes de los historiadores del siglo XX: la
relación pasado/presente/futuro. Conceptos que hasta no hace mucho estaban bien
imbricados: estudiamos el pasado para comprender el presente y construir un
futuro mejor; un futuro socialista se decía incluso desde el marxismo...
La proclamación del "final de la
Historia" partió de un artículo inteligente e intuitivo del neoconservador
Fukuyama escrito en el verano de 1989, cuando no podía saber el autor que a
fines de ese mismo año caería el Muro de Berlín y se iniciaría la transición
del socialismo real al capitalismo (que luego resultó frustrante, salvaje,
mafioso) en los países de la órbita soviética. Para Fukuyama, intérprete
mediato de Hegel, la Historia había llegado al final del trayecto y todos los
países del mundo se unificarían alrededor del sistema político democrático y de
lo que eufemísticamente se denomina "economía de mercado". La reacción de los
historiadores fue de hostilidad y desprecio, se mató, en suma, al mensajero de
las malas noticias, descalificando su proclama como una argucia política
imperialista. Algunos, sin leer los trabajos de Fukuyama, entendieron inclusive
que pretendía finiquitar la disciplina que nos da de comer, confundiendo la
"h" minúscula, de la historia como sucesión de acontecimientos, con
la "H" mayúscula de la Historia universal13.
Hay que decir que el propio Fukuyama en trabajos posteriores ha ido matizando y
autorrectificando su planteamiento inicial, hasta desmentirlo, reconociendo su equivocación,
en una entrevista al New York Times
(30 de agosto de 1998), una vez conocido el fracaso de las transiciones en el
Este de Europa, especialmente en Rusia, y la crisis de las economías emergentes
de Extremo Oriente, acontecimientos económicos que amenazan con una recesión
económica mundial.
Con todo, ¿qué hemos aprendido del debate
Fukuyama? Pues que la Historia no tiene
una meta prefijada14; conclusión realmente
revolucionaria porque venimos de la tradición judeo-cristiana, cuya lectura
providencialista de la historia hace terminar ésta en el Juicio Final;
teleologismo que la filosofía alemana del siglo XIX continuó, reemplazando la
resurrección de los muertos y la segunda venida de Jesús por el Estado liberal
hegeliano, primero, y por la sociedad comunista de Marx y Engels, después. La
filosofía occidental más influyente ha sido finalista, aceptar ahora que el
futuro está abierto ¿no justifica, aunque no hubiese más motivos, que los hay,
hablar de un nuevo paradigma de la historia, que nos hace más libres, porque
nos sabemos más responsables de nuestro destino?: los futuros son varios, y la
función del historiador, dando a conocer las encrucijadas de la historia, es
hacer ver -a nuestros contemporáneos- que existen futuros alternativos,
contingentes.
Si la humanidad no marcha ineluctablemente
hacia un final feliz, ¿quiere esto decir que hay resignarse con lo que tenemos
y renunciar a "transformar el mundo"? Evidentemente, no, renunciando
a una historia determinista -que hoy es reivindicada, curiosamente, por el
pensamiento único- recuperamos una libertad para el sujeto, sin mesianismos,
que no excluye grandes objetivos, incluso revolucionarios, como lo demuestra el
neozapatismo mexicano.
Decíamos que ha habido asimismo un
"ataque" desde el postmodernismo a la relación
pasado/presente/futuro. Aclarar primero que, cuando hablamos de postmodernismo,
nos referimos, primordialmente, a las obras de Jean-François Lyotard y de
Gianni Vattimo, por su claridad expositiva, la consecuencia de su contenido y
su difusión, sobre todo, en Europa. En Estados Unidos, sin embargo, se
suele incluir, de una manera
inapropiada, a postestructuralistas como Michel Foucault y deconstruccionistas
como Jacques Derrida, bajo la etiqueta de una posmodernidad cuyo
posicionamiento contra el compromiso
intelectual choca con la ejecutoria de dichos autores15.
Los filósofos posmodernos y Fukuyama parten
efectivamente de presupuestos opuestos, los primeros niegan la modernidad y el
segundo dice que ésta ha llegado a su plenitud, pero ambos coinciden en una
cosa: nos dejan sin futuro. Ambos enfoques desubican a los historiadores
acometiendo contra el paradigma clásico pasado/presente/futuro, porque si no
tenemos nada que decir sobre el futuro es que tampoco tenemos nada que decir
del pasado.
Fukuyama niega un porvenir alternativo porque
asegura que la Historia ha llegado el fin, y por lo tanto el futuro como algo
esencialmente distinto del presente desaparece; su futuro es, pues, un presente
continuo. Y el postmodernismo reniega de la conquista de un futuro mejor, desde
el conocimiento del pasado y la crítica del presente, al aseverar que el
fracaso de la modernidad arrastra a la idea de progreso. Desde uno u otro sitio se nos sugiere, en una palabra, que no
tenemos futuro como historiadores, salvo como eruditos, sabios marginales y
aislados, sumergidos en un pasado cuya investigación no interesa socialmente.
Cuando hablamos de posmodernidad historiográfica
no queremos asegurar que los historiadores estén al día en la corriente
filosófica en sí: el historiador no lee regularmente filosofía, pero si
comparte -compartimos- con el filósofo de fin de siglo un postmodernismo
ambiental que afecta de lleno a la metodología de la historia y a la filosofía
que, queramos o no, subyace en nuestro trabajo16: la disgregación de la
disciplina y el "todo vale", el desinterés del historiador -como tal-
hacia el mundo que nos rodea y sus problemas, cierto nihilismo existencial
surgido del desencanto pos-68, el individualismo exacerbado, la oposición
anarquista a todo paradigma, etcétera.
Lo que nos lleva a contemplar el
posmodernismo desde su lado ambigüo y negativo. El rasgo vital que define al
historiador posmoderno -que frecuentemente recita esa prosa sin saberlo- es que
se instala cómodamente en la fragmentación y en la crisis de la disciplina sin
voluntad -ni interés- por superar ambas anomalías, que naturalmente no son
contempladas como tales. Esta instalación en la crisis genera tres posiciones:
La primera posición es la de los que
argumentan que si se han hundido los paradigmas historiográficos del siglo XX,
¿para qué buscar otros? Vienen a decir: estamos bien sin paradigmas compartidos
(que algunos, sin leer a Kuhn, "inventando al adversario", equiparan
a vulgares ortodoxias), "todo vale", "se acabaron las
certezas", "qué cada uno haga lo que quiera"... Aplican así,
muchos sin conocerla, la propuesta de Feyerabend de sustituir el racionalismo
por el anarquismo en la teoría del conocimiento17.
Se trata, en el fondo, de una posición conservadora que, como ya dijimos,
perpetúa el presente.
La segunda posición, y la más consecuente, es
mantenida por los que defienden que el nuevo paradigma es la propia
fragmentación con todo lo que supone de libertad para el investigador,
pluralismo y garantía contra toda "ortodoxia" académica y/o política.
Es decir, la acracia metodológica hasta sus últimas consecuencias:
paradójicamente elevada a categoría institucional.
La tercera posición es propugnada por
aquellos que reducen la historia posmoderna a la nueva historia o, con más
propiedad, a la novísima historia: "giro lingüístico", microhistoria
o nueva historia cultural; forzando en ocasiones la intención de sus promotores
que casi nunca pretenden prescindir en bloque del discurso de la modernidad18.
Los tres supuestos (posmodernidad anarquista,
"consecuente" o neopositivista) tienen en común el abandono, en menor
o mayor grado, de la función crítica de la historia y, en el peor de los casos,
la renuncia a toda definición de la historia como ciencia, condicionando
gravemente el futuro de nuestra disciplina en la sociedad y en la academia.
La puntilla del proceso de disgregación y
des-ubicación de la historia como oficio, a lo largo de los años 80, ha sido
oír declamar -y dejar el exabrupto sin respuesta- que el mercado sustituye a
los hombres como sujetos de la historia, en una alucinante giro de la historia
intelectual (y económica) que nos devuelto a un objetivismo, economicismo y
estructuralismo de distinto signo que en los años 60 y 70, pero si cabe más
dañino, epistemológicamente, porque coincide con un retroceso histórico-social
de los valores humanistas que han informado las ciencias humanas y sociales
desde su creación.
Y con esto nos acercamos a los años 90, que
sorprendentemente están resultando decisivos en varios sentidos, también para
el cambio de paradigmas en nuestra disciplina, puesto que, inadvertidamente, se
están poniendo ya las bases de los paradigmas del siglo XXI.
Nuevo siglo, nuevo paradigma
El contexto de los años 90 es la propia
crisis del neoliberalismo y del postmodernismo: se está poniendo de moda hablar
de "terceras vías", también entre la modernidad y la postmodernidad.
Es la hora, pues, de buscar una nueva modernidad: más autocrítica, local y
global, social y cultural, estatal y librecambista, más compleja y difícil, que
no abandone el criticismo pero que tampoco renuncie a la transformación de la
sociedad con la guía de la razón...
Nuestra disciplina está, ciertamente, en
crisis pero ha conservado -incluso incrementado- su dinamismo, y existe una
base estable de la comunidad de historiadores (funcionarios en bastantes
países), que mediante consensos tácitos va reemplazando, o intentando
reemplazar, los paradigmas en crisis.
Unos insisten en la situación de crisis, y otros en el crecimiento de
los estudios de historia. Se llega a decir que nunca se han producido tantas
obras de historia como en estos tiempos. Algunos sostienen que no hay crisis
porque se sigue publicando... En realidad, ambos diagnósticos tienen base, y su
confluencia está dando como resultado una transición entre los paradigmas del
siglo XX y los paradigmas del siglo XXI, que va engendrando nuevos consensos,
percibidos aún con dificultad, que están cambiando la manera de escribir la
historia, y no siempre en el mejor de los sentidos. Los nuevos consensos
tienen, en nuestra opinión, aspectos positivos y negativos. Lo peor es que este
cambio de paradigmas se ha desarrollado, inicialmente, sin el suficiente grado
de autoconciencia, de debate y de reflexión. Para combatir este defecto,
organizamos, en 1993, el I Congreso Internacional Historia a Debate, tratando
de aprehender y comprender los cambios en marcha, cuya segunda edición estamos preparando para los
días 14-18 de julio de 1999, con la meta de contribuir ahora al proceso de
formación de los nuevos paradigmas, es decir, la escritura de la historia en el
siglo XXI, uno de cuyos rasgos será, está siendo ya, un mayor interés por la reflexión
historiográfica: son cada vez más los colegas que combinan, que intentamos
combinar, los trabajos empíricos con la reflexión historiográfica y el debate.
La pregunta que se impone, por tanto, es:
¿cómo se cambia de paradigma? ¿Existe alguna autoridad mundial o nacional que
dicte los paradigmas por los que deber regirse una disciplina? En rigor, no.
Los motores de los cambios paradigmáticos no suelen estar a la luz, y actúan
más por la vía del consenso y de la comunicación que por la vía de la
fuerza. Verificamos que tres son los
caminos que nos han llevado, usualmente, a cambiar la línea de investigación:
1) La ley de rendimientos decrecientes.
Tanto individual como colectivamente, cuando se agota una línea de
investigación se suele buscar otra. Más investigaciones sobre una temática o
metodología en la que se lleva trabajando a veces muchos años no añade más conocimiento histórico, y entonces se
produce el cambio, por ejemplo: el tránsito (en el que inciden además otros
factores) de la historia económica a la historia de las mentalidades, cultural,
antropológica. 2) El mimetismo con
historiografías de vanguardia. Las historiografías del ámbito hispano,
tradicionalmente dependientes de Europa, o de Norteamérica, son un buen ejemplo
(a superar). 3) La influencia de la
sociedad. Factor hoy clave: estamos
ante un fin de siglo que coincide con un cambio de civilización que, no podía
ser de otro modo, afecta a todas las ciencias sociales.
Y la historiografía no siempre va por delante
de la historia. A nuestras diez y seis tesis de "La historia que viene"
(en realidad una conclusión del I
Congreso Historia a Debate) añadiríamos hoy otra, con el número diez y siete,
haciendo hincapié en que "el futuro de nuestra disciplina depende de
nuestra capacidad para adaptarnos a los profundos, vertiginosos y
paradójicos, cambios que se están dando
entre el siglo XX y el XXI". Parece una obviedad, pero la verdad es que
demasiado a menudo nos hacemos la ilusión de que la academia gira al margen del
mundo (o peor todavía, que el mundo gira alrededor de la academia).
Veamos algunos desafíos que plantea el nuevo
siglo, según nuestro punto de vista, al nuevo paradigma de la escritura de la
historia:
1.- Exigencias sociales derivadas de la
globalización. Entendemos por globalización el fenómeno de mundialización
de la economía (previsto por Marx en el Manifiesto
del Partido Comunista) y de la comunicación (la aldea global
anunciada por Mac Luhan), proceso objetivo sólo parcialmente identificable con
las (transitorias) políticas neoliberales19. ¿En qué puede afectar, o
está afectando, la unificación del mundo, informativa y cultural, social y
económica, a la historia que se escribe? ¿Cuáles son los retos que la
mundialización plantea a la historiografía?
-La historia fragmentada de los años 80 no
sirve para el mundo globalizado que viene. Urge retomar el concepto de la
historia global, buscar nuevas formas de llevarlo a la práctica y estudiar, en
suma, por qué fracasó el paradigma de "historia total" de la
historiografía del siglo XX.
-El nuevo paradigma de la historia como
todo será digital. El ordenador no sólo repercute, o va a repercutir, en el
acceso a las fuentes (CD-ROM, archivos digitalizados), en el método de trabajo
(tratamientos de texto y bases de datos) o en el proceso de divulgación, sino
que, y esto es lo más importante, va a cambiar el resultado final de nuestro
trabajo, nos conduce a la construcción de otro objeto (el medio es el mensaje),
naturalmente más global. La posibilidad de introducir, juntamente con texto,
elementos sonoros y visuales (fijos y en movimiento) en un CD-ROM, o en un DVD-ROM,
altera tanto la forma de exponer como la forma de investigar: la simultaneidad
de la evidencia escrita, oral y visual, ¿no hacen posible una reconstrucción
más global de nuestro objeto? Es el caso, asimismo, del hipertexto (que
utilizamos habitualmente navegando en las páginas Web): desborda ampliamente
las posibilidades del libro, hasta hoy medio casi único para la instrumentación
de nuestras investigaciones, donde podemos interpolar algunas citas en el texto
y notas a pié de página, a condición de no salirnos del discurso lineal (cada
libro tiene un principio y un final). Con el hipertexto, mediante enlaces se
podrá acceder a mucha más información colateral, a otro libro, que a su
vez puede llevarnos a otros enlaces, de
manera que ya no hay un principio y un final únicos sino diversas lecturas,
como la misma realidad siempre multidimensional y que de este modo será
reconstruida más fielmente. La historia podrá ser así más global desde el punto
de vista empírico, no sólo teórico. Habría que añadir las posibilidades que nos
ofrecen la realidad virtual20 o la inteligencia
artificial... En resumen: las nuevas tecnologías van a permitirnos empezar a
rebasar las limitaciones técnicas y epistemológicas que nos han impedido en la
práctica dar cuenta de la realidad histórica en su globalidad.
-Con Internet nace una nueva comunidad
internacional de historiadores. La red digital varia las reglas de la
sociabilidad en la comunidad de historiadores. Las comunidades nacionales de
historiadores seguirán teniendo su importancia, pero la comunidad internacional
estará más próxima, será más decisiva, porque el debate y la comunicación
global será más fácil y libre, en cada especialidad y para el conjunto de los
historiadores. La formación en curso de nuevos paradigmas se verá favorecida
por la red de redes (correo electrónico, páginas Web, grupos de noticias y
chats) conforme la distribución de los usuarios (y de los idiomas usados) se
internacionalice de verdad.
-Con la globalización la historiografía
mundial deviene más policéntrica. Las historiografías occidentales de los
siglos XIX y XX siempre han tenido un centro focal (Alemania, Francia,
Inglaterra...). En 1993, en el I Congreso HaD, Peter Burke decía que, en estos
momentos, la renovación pasa por la periferia, cierto, y añadimos nosotros que
lo vital ahora es que cada historiografía desarrolle su capacidad de pensar por
sí misma, sin ataduras "coloniales", pero, eso sí, con un
conocimiento cercano de lo que sucede en el mundo (más asequible hoy gracias a
las nuevas tecnologías). Ya no hay un gran centro promotor de los cambios:
todas las historiografías pueden ser centro de iniciativa. Desde Estados Unidos
se intenta, de alguna forma, reproducir viejas dependencias, pero no va a
resultar sencillo trasladar la hegemonía mundial norteamericana del mundo del
cine al mundo académico, y menos aún en el campo de las ciencias humanas y
sociales, una vez sobrepasada la "guerra fría" y en tiempos tan
sensibles a toda identidad nacionalitaria, como demuestran las historiografías
pos-coloniales y los "estudios subalternos" en la India, y en otros
países, que acreditan hasta que punto la descentralización y la descolonización
historiográfica son parte ya del nuevo paradigma global.
2.- Exigencias culturales y educativas que
condicionarán el siglo XXI: la respuesta de los historiadores. Estamos
viviendo una vuelta -todavía tímida- a los valores humanísticos21
y formativos que no debería de pasar desapercibida, como consecuencia del repliegue
del economicismo y del tecnocratismo neoliberal que marcó los años 80 y parte
de los 90. En algunos países, como España, se empieza a relanzar el papel de la
historia y las humanidades en la enseñanza22. Los
adalides de la "tercera vía" entre neoliberalismo y socialismo, M.
Blair y M. Clinton, ya hicieron de la educación el eje de sus últimas (y
exitosas) campañas electorales en Gran Bretaña y en USA. Se imponen, pues, nuevos valores y nuevos retos para el papel
de la historia en el nuevo siglo. ¿Cómo investigar y enseñar historia en el
siglo multicultural, multirracial y multinacional, de la globalización?
3.- Exigencias políticas y sociales de los
nuevos (y viejos) sujetos políticos y sociales. Los nuevos (y viejos) sujetos
políticos buscan su identidad en la Historia a nivel local, regional, nacional,
macronacional. La mitificación de la historia por parte de los nuevos (y
viejos) nacionalismos reaviva la función crítica del historiador, como bien ha
señalado E. J. Hobsbwam. Los nuevos (y viejos) sujetos colectivos persiguen
asimismo el compromiso del intelectual, y del historiador, para elaborar su
discurso y su práctica. Es el caso de los nuevos movimientos sociales derivados
de las etnias, los géneros, los grupos de edad, las opciones sexuales... Y es
el caso de los conflictos, las revueltas y las revoluciones que, en la última
década del siglo, retornan23 a la arena de la historia
en el Este de Europa (1989-1991), en Chiapas (1994), en Francia (1995-1998), en
Bélgica contra los pederestas y sus cómplices, en USA movilizando "un
millón" de hombres negros, en España (seis millones de personas, en julio
1997, contra el asesinato de Miguel Ángel Blanco: motivo gráfico del cartel de
Historia a Debate II)24.
Los movimientos sociales cuando son
verdaderamente significativos y autónomos acaban arrastrando a los académicos.
Por vez primera, desde los años 60 y 70, el intelectual vuelve en algunos
países a un cierto compromiso político y social (lo que está provocando un
agrio pero muy necesario debate). Aquí mismo, en México, se está dando el mejor
ejemplo, particularmente en la UNAM, donde los académicos están trabajando
desde 1994 a favor del compromiso social, ético y democrático con la situación
en Chiapas. No se trata de una dinámica "tercermundista", sino de un
fenómeno tendencialmente global, también en Francia se está dando una vuelta al
compromiso intelectual, desde las
movilizaciones sociales de 1995, especialmente en solidaridad con los
inmigrantes ilegales, protagonizado originalmente por cineastas, artistas y
escritores, pero en el que participan científicos sociales como Pierre
Bourdieu, que ha generado la polémica más importante en las ciencias sociales
francesas -a través de grupo Raisons dAgir-
sobre el compromiso intelectual desde Zola y Sartre, y como Jacques Derrida, que con su libro Spectres de Marx resucitó el debate sobre
el marxismo, tema tabú en la inteligencia francesa desde los tiempos de
Althusser. Estamos, obviamente, ante una militancia bien diferente de la que
conocimos en los años 60 y 7025: menos partidista, menos
unidimensional y absorbente, desde la especialización académica más que desde
la militancia política, al margen de la TV (impermeable al debate y la crítica,
al contrario que Intenet). Era
previsible, ¿cómo poner límites a los "retornos"? Las síntesis que
estamos viviendo entre modernidad y posmodernidad dan lugar a paradojas como la
curiosa desconexión entre historiador y ciudadano que sufren algunos colegas,
comprometidos en su vida civil pero que mantienen por inercia posiciones
academicistas en su trabajo, como investigadores y como docentes, cuando
resulta que el principal desafío político y social del nuevo siglo a la
historia profesional es la búsqueda de un pasado para los sujetos que bullen
para determinar el futuro.
3.-Exigencias científicas: la redefinición
de la historia como ciencia. Hoy es
insostenible la definición positivista decimonónica de la historia (conocer el pasado "tal como fue"),
que tanto eco tiene todavía en nuestra disciplina, porque es inconcebible una
"ciencia sin conciencia" (Edgar Morin), un objeto sin sujeto: las
teorías del caos y la complejidad están abundando en esa dirección. La nueva física
es, de nuevo, la referencia más segura para redefinir científicamente nuestra
disciplina cara al futuro. En la tesis nº 3, de "La historia que viene",
decíamos que "es una falsa alternativa decir que la historia, como no
puede ser una ciencia objetiva y exacta, no es un ciencia", porque hoy
sabemos que la tarea de la ciencia no es averiguar una inexistente verdad
absoluta, que la única verdad científica son las verdades relativas. Tal es
nuestro porvenir: no abandonar la identidad de la historia como ciencia sino volver
a definirla echando mano del concepto de ciencia, de paradigma y de revolución
científica, que hoy aplican la física y que elabora la filosofía de la ciencia.
De hecho, la noción de nuevo paradigma que venimos utilizando
historiográficamente, desde hace años, está sacada de la epistemología y de la
historia de la ciencia.
Después de la crisis
Las últimas tendencias historiográficas
apuntan la vía adecuada para salir de la crisis: avanzan sintetizando lo más
viejo y lo más nuevo26.
El nuevo paradigma no puede ser -es decir,
que no responde a las exigencias del contexto y al consenso de la comunidad- la
simple vuelta a la historia tradicional, individualista, de las grandes
batallas, pero tampoco la huida hacia adelante de la fragmentación posmoderna,
sin perjuicio de que se asuman los aspectos positivos de ambos planteamientos
(que tan pronto convergen como divergen).
La historia y la historiografía del nuevo
siglo no pueden hacer tabla rasa de la historia y de la historiografía del
siglo XX, con sus formidables enseñanzas y errores, y menos todavía puede
volver al siglo XIX: queremos ayudar a nacer un siglo XXI mejor,
pos-postmoderno, pos-neoliberal, contribuyendo desde la historia a construir
otra modernidad, otra ilustración, otra racionalidad, otra historia... y otra
generación: ustedes.
Entre el año 2010 y el año 2020 se va a
producir, por razones biológicas, un gran relevo generacional que incumbe a los
puestos de investigación y de enseñanza. Como es sabido lo nuevo y lo joven no
tiene, automáticamente, porque ser mejor, más progresista o más eficaz, que lo
viejo: el último servicio que debe prestar una parte de la generación del 68,
la más autocrítica y menos arrepentida, antes de desaparecer de los grandes y
pequeños puestos de decisión, es hacer de puente para que la nueva generación,
que ignora en demasía -y por lo tanto mitifica en exceso- la historia reciente,
aprenda de nuestro pasado más inmediato y pueda abrir nuevas avenidas para la historia,
que así sea y que el "espíritu" de Marc Bloch nos ayude.
*Versión escrita de las conferencias dictadas,
con este mismo título, el día 23 de abril de 1998 en la facultad de Ciencias
Sociales de la Universidad Autónoma de Chiapas (San Cristóbal de las Casas), y
el 24 de junio de 1998 en la Facultad de Humanidades y Artes de la Universidad
de Rosario (Argentina).
1En una película inglesa reciente, Two Deaths (1995), varios comensales
celebran un banquete, en casa del médico de Ceaucescu, mientras tiene lugar en
la calle la revolución democrática rumana, aparentando una indiferencia hacia
unos hechos que sin embargo van, antes incluso de finalizar el film, a cambiar
radicalmente sus vidas individuales.
2"El paradigma común de los historiadores
del siglo XX", La formación del
historiador, nº 14, invierno de 1994-95, Michoacán, pp.
4-25; Estudios
Sociales, nº 10, 1996, Santa Fe, pp. 21-44; Medievalismo,
nº 7, Madrid, 1997, pp. 235-262.
3Georg IGGERS, La ciencia histórica en el siglo XX. Las tendencias actuales,
Barcelona, 1995.
4Crisis de fin del siglo que es simétrica de
la que vivió la historiografía positivista a principios de siglo XX
5 Con frecuencia, pendientes de la evolución
de otras disciplinas más fuertes en lo teórico, infravaloramos los hallazgos de
nuestras historiografías para luego recibir con entusiasmo ideas parecidas de
otras ciencias sociales: un efecto perverso de una versión de la
interdisciplinariedad que ignora la propia tradición.
6
"La contribución de los terceros Annales y la historia de las
mentalidades. 1969-1989", La otra
historia: sociedad, cultura y mentalidades, Bilbao, 1993, pp. 87-118
7 "El retorno del sujeto
social en la historiografía española", Estado,
protesta y movimientos sociales, III Congreso de Historia Social, Vitoria,
julio 1997.
8 François DOSSE, La
historia en migajas. De "Annales" a la
"nueva historia", Valencia, 1989 (París, 1987); uno de los
errores de este libro, que tanto animó el debate, está en no haberse percatado
de que la fragmentación no solamente afectaba a la escuela de Annales, sino a todas las corrientes
historiográficas y a las relaciones entre ellas.
9 En
España hay que añadir al menos una década más para notar estos cambios
subjetivistas en la manera de investigar la historia.
10 La historia cuantitativa ha sido la
aportación más importante de la corriente neopositivista al paradigma común.
11 Desde
1995 es cada vez más frecuente el uso de las Actas del I Congreso Historia a
Debate para la redacción de los proyectos docentes como medio de asegurar una
visión más actualizada y problematizada de nuestra disciplina.
12
"Ataques" entrecomillas porque no son gratuitos, disponen de una base
objetiva que nos obliga por higiene intelectual a su toma en consideración.
13
Israel SANMARTÍN, La Historia según
Fukuyama, 1989-1995, Santiago, tesis de licenciatura, 1997; el
lector puede comprobar que, lo que si desaparecería con la tesis de Fukuyama,
es la Historia entendida también como reflexión teórica y como compromiso con
el progreso de la Humanidad, dimensiones a las que siempre se resistió, y
resiste, el positivismo historigráfico.
14 La historia de la humanidad no avanza hacia una meta
fijada de antemano, pero tampoco tiene vuelta atrás, tesis 5 de
"La historia que viene", Historia
a Debate, I, Santiago, 1995, p. 101; la caída del comunismo,
confirma la primera parte, y el desastre que supuso, posteriormente, en el Este
de Europa, el desmantelamiento del Estado de bienestar construido por los
comunistas, ratifica la segunda parte.
15 Sobre
el compromiso de Foucault, a finales de los años 70 y principios de los 80, con
los derechos del hombre, a la manera de Sartre, véase François DOSSE, Histoire du structuralisme, II, París,
1992, pp. 424-426; Derrida ha sido uno de los científicos sociales franceses
que se han unido, recientemente, a los cineastas en la defensa de los
inmigrados.
16 El
reduccionismo lingüístico, difundido desde los USA, también se reclama como
historia posmoderna pero su influencia es bastante menor, entre los
historiadores, que el mencionado posmodernismo ambiental.
17 Paul
FEYERABEND, Tratado contra el método.
Esquema de una teoría anarquista del conocimiento, Madrid, 1992
(Londres, 1975).
18 El problema
mayor aquí es caer en la ilusión de pensar que la actual crisis de la historia
se puede resolver cambiando líneas de investigación, apostando por la
innovación, factor necesario pero desde luego para nada suficiente dado el
carácter global -metodológico, epistemológico y social- de la crisis
historiográfica.
19
Reducir globalización a capitalismo sería caer en un error parecido al que
cometió la izquierda política y académica cuando identificó -y combatió- en el
pasado la democracia como un fenómeno burgués.
20 La
modelización informática y la simulación han hecho ya posible la reconstrucción
virtual, en tres dimensiones y con animación, sobre la base de los resultados
de las excavaciones arqueológicas, de ciudades neolíticas, antiguas o
medievales, y de otros monumentos.
21
Algunos reaccionarios pretenden todavía ir en dirección contraria a la historia
(nunca mejor dicho): una perla encontrada en una reciente estancia académica en
la Universidad Nacional del Sur (Argentina): es
superfluo que el Estado siga pagando la formación de literatos, filósofos,
sociólogos y psicólogos, nota editorial en la primera página de
la La
Nueva Provincia (Bahía Blanca, 6 de julio de 1998); otros lo
piensan, son demócratas y hasta izquierdistas, pero no lo dicen, por vergüenza,
claro.
22 Le
sigue, en este camino, Francia, donde el
gobierno de Lionel Jospin, después de la movilización el 15 de octubre de 1998
de medio millón de estudiantes de enseñanza media, ha prometido volver a la
formación ética y cívica de los estudiantes, incrementando el peso de la
filosofía y la literatura (a diferencia de España, la historia no ha dejado de
jugar su papel educativo en la Francia socialista) en los programas, junto con
la informática y las matemáticas.
23 Se
trata del tercer retorno del sujeto (colectivo, social): el primer retorno tuvo
lugar en los años 70 (mental, social), y el segundo en los años 80 (individual,
político).
24 Véase
la nota 7.
25 Una
manera inevitable de "manipular" el debate es afirmar,
naturalmente, lo contrario.
26 En
esto rectificamos a Kuhn que tiene una visión demasiado simple de la revolución
(científica) como ruptura neta entre lo viejo y lo nuevo (paradigmas).