Historia de las
mentalidades, historial social
Carlos
Barros
Universidad
de Santiago de Compostela
La constante
preocupación de los fundadores (1929) de la revista y de la escuela de los Annales, Marc Bloch y Lucien Febvre, por
hacer una historia sintética, total, les condujo a estudiar tanto las bases
económicas como las bases sicológicas y culturales de los hechos históricos: en
lucha con una historia positivista, tradicional, que «profesa la sumisión pura
y simple a los hechos»[1],
y con una historia de la filosofía que separa las ideas del tiempo, del
espacio, de la vida social[2].
Resultando por un lado una historia económica y social que poco a poco
hegemoniza -a la par que crece la influencia del marxismo en las ciencias
sociales- la producción historiográfica entre el final de la II Guerra Mundial
y 1969; y por el otro, una historia de las mentalidades que reaparece con tal
fuerza en los años 70 y 80 que es justamente reivindicada como el emblema del
éxito presente de la Nouvelle Histoire[3],
como su último triunfo innovador, puesto que ahora, se asegura: «Las
grandes revoluciones son de ayer. Explotamos lo adquirido, de una manera que no
siempre es atinada»[4].
El caso es que junto a la gestión
y difusión de los conocimientos adquiridos la historiografía tiene hoy un gran
problema que resolver, derivado justamente de la diversidad de métodos, temas y
saberes acumulados últimamente: ¿cómo articular todo ello al objeto de impedir
la fragmentación de la historia en múltiples disciplinas especializadas y
autómas, dependientes de tal o cual ciencia social fronteriza?, ¿cómo ser más
fieles al principado metodológico de una historia global, consustancial a la
historia como ciencia social? Un aspecto que consideramos vital de esta
problemática, que se anuncia como el eje del debate para los años 90, es hacer
converger, en la práctica investigadora y en la teorización historiográfica, la
historia social y la historia de las mentalidades, líneas de investigación que
ahora mismo mantienen separadas: las presiones de la sociedad civil de esta
coyuntura histórica y el movimiento pendular típico del historiador
profesional, el debate de las escuelas historiográficas y la incomunicación
entre ellas...
Del sótano al granero
El formidable salto que han dado
en los pasados veinte años los historiadores franceses, desde Philippe Ariès a
Michel Vovelle, de lo económico a lo mental, desde el sótano al granero, es
desde luego la conquista valiosa de un nuevo territorio. ¿Puede una
historiografía importante, sea o no materialista, dejar de plantearse la
exploración de la acción sicológica de los hombres, sin renunciar a una
explicación global de la historia?[5].
La verdad es que hubo intentos anteriores -aparte de las aportaciones
individuales de Norbert Elias y Erwin Panofsky, entre otros-, o paralelos, a
los Annales de avanzar hacia una
sicología histórica, pero ninguno logró resultados tan amplios y fructíferos
tanto en el mundo universitario y de la investigación como en el ámbito de la
divulgación histórica; la sicohistoria norteamericana todavía arrastra
dificultades para ser aceptada plenamente en los medios profesionales[6],
y la antropología histórica está precisamente alcanzando un perfil propio como
disciplina gracias al auge de la historia de las mentalidades.
El problema del investigador que
quiere en este momento adentrarse por los nuevos senderos de los mental
colectivo no consiste solamente en decidir qué tema, qué fuentes y qué
metodología seguir: precisa resolver la duda de que tales incursiones en los
nuevos territorios no entrañarán la pérdida irreparable de las viejas tierras
antaño recorridas, descubiertas y explotadas con mucho esfuerzo y con buenos
resultados, cuya inutilidad e improcedencia epistemológica parece deducirse de
una historia de las mentalidades que, presentada como alternativa a la historia
económico-social, confronta las diferentes etapas de la historia de los Annales, abriendo virtualmente una fisura
muy seria en el amplio consenso científico del que ha gozado hasta el presente
la nueva historia, dentro y fuera de Francia, lo que beneficiaría en primer
término la vuelta por los fueros de la historia tradicional, ya veremos conque
ropaje.
En resumidas cuentas, se trata
de no reproducir, en otro contexto, los excesos cometidos al denunciar la
historia narrativa y acontecimental (señalemos que ello contribuyó a la
desatención de la Nouvelle Histoire
hacia los conflictos y las revueltas, particularmente hacia la Revolución
Francesa) en nombre de la historia económica y social; la práctica
investigadora y divulgativa de una historia de las mentalidades al margen o en
contraposición con la historia social y económica, podría conducir a la cierta
marginalidad de ambas, de la primera en favor del enriquecimiento de otras
ciencias sociales mejor preparadas para el análisis del «tercer nivel», y de la
segunda en beneficio de la moda del momento, lo cual en parte ya está
ocurriendo. Tengamos muy en cuenta que la historia de las mentalidades, además
de una formidable apertura totalizadora de la historia a nuevos objetos, es una
moda cultural cuyo éxito entre el público no especializado es indefectiblemente
transitorio, provisional.
Huyamos de las falsas
alternativas. La ventaja del relativo retraso de la historiografía española[7]
en la incorporación plena al estudio de las mentalidades, es que posibilita en
total aprender, sin el lastre previo de lineas de investigación consolidadas,
de las luces y de las sombras de los resultados obtenidos por la historiografía
francesa, que reconoce en su balance el debe y el haber: «La historia de las
mentalidades, como fórmula encuentra su pleno éxito en el momento mismo cuando,
como manera de actuar, ella parece revelarse la más frágil»[8].
Para ello es pues necesario que analicemos sumariamente cómo evolucionó el
concepto de mentalidades, su enfoque metodológico y la investigación a que dió
lugar en Francia durante la expansión de las últimas décadas.
Distinguimos claramente tres
tiempos: el relanzamiento de la idea en los años 60, el impulso decisivo de los
años 70 y el apogeo crítico de los años 80. Momentos importantes de dicho
proceso son las obras colectivas: L'Histoire
et ses méthodes (1961), Faire de
l'histoire (1974), La Nouvelle
Histoire (1978), Dictionnaire des
sciences historiques (1986).
El
relanzamiento de los años 60 está esencialmente en linea con la propuesta
originaria de Bloch y Febvre en el período de entreguerras: (1) Una historia de las mentalidades vinculada a la
historia social[9].
A finales de la década Georges Duby respondía a una pregunta sobre «los
problemas y las perspectivas para la constitución de una historia social de las
lógicas mentales y las categorías ideológicas», diciendo que «evidentemente,
ése es el objetivo. Pienso que habrá que esperar mucho tiempo antes de que esta
historia sea posible, pero me parece que es un objetivo apasionante»[10];
al tiempo que manifestaba la preocupación de caer en la tentación idealista de
explicar la historia por la mentalidad, concediéndole a ésta una autonomia
excesiva[11].
(2) Una historia de las mentalidades
vinculada a la sicología colectiva. En su trabajo pionero definiendo
la nueva especialidad, fechado en 1961, Duby propone la historia de las
mentalidades como un «plan de investigación de una historia verdaderamente
sicológica», convocando a los historiadores a «conceder una atención particular
a una de las ciencias que arrastran, especialmente joven y conquistadora: la
sicología social»[12];
y en 1960 Alphonse Dupront presenta una comunicación en el XI Congreso
Internacional de Ciencias Históricas planteando la necesidad de la «historia de
la sicología colectiva», rigurosamente científica, como una nueva disciplina
particular de la historia, con su materia y sus métodos, demandando para ello
«un esfuerzo internacional metódicamente concertado»[13],
que al final no se produjo, focalizándose en Francia la constitución de una
historia de las mentalidades extendida por las disciplinas culturales
tradicionales.
El impulso decisivo de los años
70 parte de un artículo clave de Le Goff publicado en 1974, Las mentalidades: una historia ambigua[14],
donde el autor muestra sus reservas sobre la historia sicológica y social que
se había estado haciendo -también Le Goff- en los años 60: «se habla mucho de
historia de las mentalidades, pero se han dado pocos ejemplos convincentes», y
se pregunta: «¿Hay que ayudarla a ser o a desaparecer?». La respuesta es
positiva, e incluye el principio metodológico de los Annales que guiaba la
nueva historia de las mentalidades: «sería craso error separarla de las
estructuras y la dinámica social. Es, al contrario elemento capital de las
tensiones y de las luchas sociales». Pero hoy sabemos que, salvo excepciones (Les trois ordres ou l'imaginaire du féodalisme -1978-,
de Duby; Vovelle, Agulhon ...), el análisis del mental colectivo en las
estructuras sociales, y más aún en los movimientos sociales, constituyó lo que
la vieja carretera provincial para la nueva autopista de la historia de las
mentalidades, que debía su auge y su atractivo, nos explica Le Goff, al
«desarraigo que ofrece a los intoxicados de la historia económica y social».
Objetivamente la historia social y la historia de las mentalidades se
distancian, relacionándose incluso dicotómicamente: en el futuro el investigador
bien trabajará en el campo de lo social bien trabajará en el campo de lo mental[15].
La principal contribución del
citado artículo, que explica bastante bien el éxito del nuevo dominio así como
su distanciamiento de la historia social, fue la proclamación de ambigüedad que
se anuncia en su título «La principal atracción de la historia de la historia
de las mentalidades está precisamente en su imprecisión (...) Pese, o mejor a
causa de su carácter vago, la historia de la mentalidades está en vías de establecerse
en le campo de la problemática histórica». Y así ocurrió. La indefinición
declarada, y mantenida año tras año, del concepto de mentalidad hizo posible su
asunción por parte de una gran variedad de disciplinas históricas que de este
modo renovaron sus planteamientos (dejándonos obras valiosas) y garantizaron
mejor su difusión pública, aunque quince años después al contemplar dicha
multiplicación y heterogeneidad metodológica y temática -consecuencia también
de la declaración de ambigüedad- es muy difícil no ver el «cajón de sastre» que
quería evitar Le Goff, quien por otro lado no deja de reconocer que «lo que
aportará quizá la definición satisfactoria de esta palabra ambigua «mentalidad»
será la medición cuantitativa de las masas de hechos, opiniones o expresiones
verbales utilizando el método de las escalas de actitudes[16].
El uso de los métodos cuantitativos puestos a punto por los sicólogos sociales
no obstante se relega, como en la década anterior, a un futuro indefinido -«los
historiadores y psicólogos algún día deberán encontrarse y colaborar»-, a la
vez que crecen en importancia las lecciones que la antropología, la otra
ciencia social fronteriza, aporta a la historia de las mentalidades. Hasta el
punto de que, en este momento, el nucleo de la revista Annales más que historia de las
mentalidades hace antropología histórica, por lo demás sumamente interesante.
En 1978 Le Goff presenta la
edición del diccionario La Nouvelle Histoire
saludando el clamoroso y sorprendente éxito de Montaillou, village occitan de Le Roy Ladurie, del que se habían vendido
180.000 ejemplares desde noviembre de 1975 a abril de 1978, como la prueba
visible de que «esta empresa está en el buen camino»[17].
Montaillou como obra maestra de
la antropología histórica, añade Le Goff más adelante en el citado libro,
«manifiesta bien el deseo totalizante de la historia nueva que el término de
antropología histórica, sustituto dilatado de la historia, expresa sin duda de
la mejor manera»[18];
concluyendo así: «Pero la historia económica y social, en la forma que la
practicaban los Annales del
primer período, no es ya el frente pionero de la historia nueva: la
antropología (...) ha devenido el interlocutor privilegiado»[19].
Ariès constara asimismo en su artículo sobre las mentalidades «la decadencia de
los sujetos socio-económicos»[20],
y el mismo Michel Vovelle en enero de 1979, en un seminario -a contracorriente-
del Institut de Recherches Marxistas acerca de «Mentalidades y relaciones
sociales en la historia», anota que la «historia de las mentalidades es hoy una
causa ganada (...) en Francia al menos, las mentalidades, en tanto locomotora
de la historia, parecen haber destronado la historia económica, y aun la
historia social»[21].
De manera que a la inquietud
típica de los años 60 de «atribuir a las estructuras mentales una autonomía
demasiado profunda con respecto a las estructuras materiales que las
determinan»[22],
sucede primero el mentís, «la mentalidad no es reflejo» de las infraestructuras
socioeconómicas, junto con el mantenimiento de que tampoco es «el renacimiento
de un espiritualismo superado»[23],
y por último -1986- la prohibición neta de tener «la menor tentación de un
determinismo que redujera lo cultural a lo social»[24].
Ahora bien, la historia de las mentalidades, es decir su versión más extendida
y apartada de la historia social, no supone en nuestra opinión un rebrote
apreciable de una historia tradicional de tipo idealista, por la sencilla razón
de que por lo regular elude la búsqueda de explicaciones a los hechos sociales
y políticos de mayor trascendencia, inmersa en un proceso de dispersión
disciplinar y de enfriamiento del interés por la historia-problema.
En resumen, durante los años 70,
el triunfo de la historia de las mentalidades, enseña y bandera de la nueva
historia, tiene un coste historiográfico. La historia de las mentalidades ocupa
el centro del escenario de la historiografía -Francia y sus zonas de mayor
influencia-, innovando métodos y encontrando nuevos objetos -pero no nuevos
sujetos-, desplazando a un lugar subordinado a la historia económica y social,
desvinculándose de ella y buscando la historia total más en la antropología que
en la historia social, lo cual supone un sobresaliente discontinuidad en la
historia de los Annales -que
levanta lógicamente no pocas críticas-, discontinuidad que tiene asimismo su
reflejo en la sustitución de la sicología social por la antropología, en el
puesto de colaboradora principal de la historia para la investigación del
universo mental.
La verdad es que también que ha
cambiado el escenario, y la otra cara de la moneda del éxito de la Nouvelle Histoire en el terreno de la
vulgarización histórica y de los medios de comunicación social, es una mayor
dependencia de los consumidores de historia y sus evoluciones mentales; lo que sumado
al descenso de la influencia del estructuralismo y del marxismo en las ciencias
sociales, obtenemos el marco objetivo en que tiene lugar el alejamiento de la
historia social por parte de los sectores más renovadores de la historiografía
francesa. Sin embargo, mientras ésto acontecía en el continente la historia
social florecia en el mundo angloamericano, ¿inciden distintos factores
objetivos? Tal vez debamos nosotros mismos, historiadores, constituirnos en
sujeto y cuestionarnos si la elección, la modificación o el reemplazo de una
paradigma inherente a una ciencia social, ideológica y cultural. Quienes
consideran que las ciencias sociales no existen como tales, o que la historia
no es una ciencia, contestarán como es natural negativamente. Para los demás,
la gran mayoría de los historiadores de profesión, recordemos, con Barraclough,
que un «factor que obstaculiza la adopción de una actitud nueva y más
científica para con la historia es la ineptitud de los historiadores para
disiociarse de su propio medio»[25].
El esplendor en la crisis
Conforme la historia de las
mentalidades acrecienta el prestigio y, sobre todo, la popularidad, su
presencia deviene formalmente invisible en el universo francés de la
investigación histórica. Paradoja que ilustra el punto crítico que alcanza el
fenómeno en el momento mismo de su eclosión. La pregonada vaguedad del afamado
término alcanza de este modo su gráfica plenitud en los años 80.
Duby comentó las dificultades
que tuvo hacia 1956 para fundar en Aixen-Provence un seminario consagrado a las
mentalidades medievales, le decían que «esa palabra no es francesa»[26].
Posteriormente, entre 1965 y 1980, el término mentalidad/es
está presente en la denominación de siete centros de investigación, cátedras o
seminarios de historia: Aix (Vovelle), Besançon (Léveque), Montpellier
(Cholvy), Collége de France (Delumeau), París VIII (Delort), Toulouse
(Godechot), Tours (Chevalier); en cinco de estos casos se relaciona
estrechamente, siguiendo el modelo Duby-Mandrou, la historia de las
mentalidades con la historia social, en los dos restantes, se estudian las
mentalidades religuiosas[27].
Todavía las tesis de Estado sobre mentalidades aparecen enumeradas debajo de la
rúbrica «historia social»[28].
Vayamos ahora a los seminarios de Historia (curso 1979-1980) de la Ecole des Hautes Etudes en Sciences Sociales, centro
neurálgico de la Nouvelle Histoire
en el campo de la investigación: sólo uno de ellos acoge el concepto de
mentalidad, «Histoire sociale des mentalités modernes», dirigido naturalmente
por Robert Mandrou; otro se llama «Psychologie historique» (Morazé) y un
tercero, «Psychologie collective et histoire de la civilisation européenne»
(Dupront); el dato más revelador es desde luego la presencia de seis seminarios
que se reclaman de antropología histórica (también etnohistoria, o antropología
e historia), dirigidos por Jacques Le Goff, André Burguière -ambos de la
redacción de Annales y otros[29].
Finalmente, programa de seminarios y enseñanzas complementarias de la Ecole para el presente curso de 1988-1989:
ninguna referencia en los títulos a las nociones clásicas de mentalidad y
sicología histórica, la solitaria sicología colectiva de Dupront encabeza ahora
una nueva sección, «Anthropologie historique», que emancipada de «Histoire»
compite ahora con ella, a la vez que con la «Anthropologie sociale» de M.
Godelier y otros; la nueva y pujante disciplina, animada por Le Goff, Schmitt y
Burguiére, incluye la arqueología y la cultura material, así como estudios
demográficos, y aun está presente en los nombres de tres seminarios más del
apartado- madre «Histoire»; la antropología histórica de la Ecole será principalmente una antropología
simbólica que pone al descubierto el nuevo dominio del imaginario colectivo,
agente histórico eficaz y ausente por lo general del trabajo de investigación.
En fin, que en la práctica de
los años 80 la escuela de los Annales[30]
no sólo ha sustituido la historia económica y social por la antropología
histórica como frente pionero de la investigación histórica, sino que la
antropología histórica reemplaza también a la historia de las mentalidades en
su sentido estricto y original, a saber, como historia de las mentalidades
sociales. De hecho los temas más en boga y más imitados de la nouvelle historia francesa de las mentalidades[31]
no son sino materias antropológicos: familia, alimentación, cuerpo, sexualidad,
enfermedad, fiesta, brujería ... Estamos convencidos de que el libre desarrollo
de las dos disciplinas, antropología histórica e historia de las mentalidades,
exige ahora superar el malentendido que las confunde, levantando el sambenito
de ambigüedad a lo mental, y respondiendo así a «las incesantes solicitudes de
una historia social que ha impuesto demasiado tiempo parcelaciones a veces
demasiado simples ...»[32];
la originalidad renovadora de la historia de las mentalidades en sus comienzos,
¿no consistía precisamente en dejar atrás, ofreciendo respuestas complejas más
satisfactorias, las relaciones demasiado simples y deterministas entre las
infraestructuras y las superestructuras? Si despegamos el estudio del «tercer
nivel» de la historia social, es imposible que digamos algo nuevo sobre las
articulaciones base/superestructura. A no ser que la búsqueda de la totalidad
histórica a través de la antropología incluya, además del imaginario y de la
cultura material, la antropología social y política -el rol del poder-; los
tiros no parecen ir de momento por esa dirección y, en todo caso, las
posibilidades de que una ciencia social sirva de base para que otra ciencia
social pueda lograr un enfoque global están limitadas objetivamente porque las
bases epistemológicas distintas son distintas (el tiempo para la historia, el
hombre para la antropología), y subjetivamente porque cada una de ellas tiene
una larga y diversa tradición investigadora, académica, institucional. La
potente tendencia actual a la superespecialización condiciona el éxito de la
interdisciplinaridad a que se cimente en la colaboración más que en la anexión.
La antropología histórica es un foco interdisciplinario de investigaciones
pioneras que benefician a las dos ciencias, pero difícilmente puede ser una
alternativa para el conjunto de los historiadores -o para el conjunto de los
antropólogos- en sustitución de la historia social.
La historia de las mentalidades
coadyuvó a propiciar cosas historiográficamente importantes: reclamar la
atención de todos los historiadores acerca de una materia de investigación que
estaba prácticamente abandonada, una fértil y novedosa experiencia conjunta
entre antropólogos e historiadores, la renovación de la historia religiosa, de
la historia de las ideas, de la historia cultural, etc; pero ha fracasado en
conseguir que la historia social y económica asumiese plenamente la dimensión
de lo mental, basta ver cuántos investigadores, que animados por el ejemplo de
los Annales se habían hecho
durante los años 60 historiadores de la sociedad y de la economía, no han
seguido sin embargo el nuevo surco de la historia francesa de las mentalidades.
En su sentido más amplio la
historia de las mentalidades es, recapitulando, la fórmula genérica que abarca
principalmente -hoy, en Francia- tres grandes áreas de conocimiento:
antropología, historia cultural y historia social. Las dos primeras no incluyen
el concepto de mentalidad en la autodefinición de la disciplina, y la tercera
sí pero suscita en la actualidad menor atención, al decaer la historia
socioeconómica francesa como frente de investigación innovadora: la historia
social es la pariente pobre pero honrada de la historia de las mentalidades.
La historia de las mentalidades
nace también de la critica a una historia de las ideas y de la cultura que
analizaba su objeto sin tener en cuenta la sociedad y la sicología colectiva
que regían en aquél tiempo[33].
Lo cual sirvió para que la historia cultural se reformulara como una historia
sociocultural[34],
que adherida a la historia general de las mentalidades reivindica ésta[35],
al igual que la antropología histórica y en estrecho contacto con ella, expandiéndose
como historia social de las ideas, sociología histórica de las prácticas y de
los modelos culturales, historia de la educación, ... Asoma también en la
última historia cultural cierta vocación de recambio respecto de la abstracta
-y tal vez un poco desgastada por el uso ambiguo, pero bien implantada en el
lenguaje historiofráfico- denominación de origen «historia de las
mentalidades», para cuyo cometido aporta su rico patrimonio de temas y métodos.
En lineas generales, hay que decir que la historia cultural ha sabido renovarse
manteniendo determinada continuidad entre la historia social y la historia de
las mentalidades, a pesar de la tendencia general al divorcio; eso sí,
recalcando siempre la autonomía simple de lo mental y de lo cultural en relación
con lo social y lo económico, que en principio puede bloquear tanto la práctica
científica como la vieja concepción del determinismo simple.
Las obras artísticas y
literarias son documentos privilegiados de la historia del imaginario que
sugestionan al historiador de las mentalidades[36]
atrayéndolo a los terrenos tradicionales de la historia cultural, participando
de este mode en el ensanchamiento del campo de las mentalidades al conjunto de
la superestructura de la sociedad.
La historia del imaginario[37]
es, en este momento, el centro de atención hacia el que convergen las dos
disciplinas académicas que hegemonizan en Francia la historia de las
mentalidades, la antropología histórica y la historia cultural -por ese orden-.
Las representaciones imaginarias -imágenes, símbolos y realidades inventadas-
desplazan el interés anterior por otras funciones mentales, y dan lugar a una
nueva subdivisión temática de la historia de las mentalidades que dispersa el
concepto inicial al mismo tiempo que lo amplia extraordinariamente[38].
Este segundo esplendor, que
estamos refiriendo, de los Annales
en los años 80 (el primer apogeo fue con la historia social y económica en la
postguerra), bajo la bandera de las mentalidades, tuvo -tiene- sus críticos
cualificados. En 1981, François Furet, se descuelga con un artículo en la
revista Le Débat, dirigida por
Pierre Nora (en la actualidad ambos directores de estudios en la Ecole), que
tiene por significativo título: «Al margen de los Annales. Historia y ciencias sociales». Furet pone en
evidencia la vaguedad y cuestiona la falta de contenido de la palabra-emblema,
reconociéndole una plasticidad metodológica «casi infinita», atribuyendo por
otra parte a la historia de las mentalidades -que es a menudo «como un
sustituto a la francesa del marximo y del sicoanálisis», dice él- el caer en la
«ilusión de que gracias a ella se percibe una suerte de social global,
reunificando la infra y la superestructura». En nuestra opinión para que eso
tuviese visos de realidad sería preciso una redifinición del término que
juntase la teoría de las mentalidades de los años 30 y 60 con los logros
metodológicos últimos de la antropología histórica y la historia cultural.
Furet achaca la notoriedad de las mentalidades a un sentimiento de nostalgia, a
un deseo de volver «al mundo que hemos perdido»; y concluye afirmando que «esta
prestidigitación semántica no ofrece adquisiciones reales de intelegibilidad»,
condena que hace extensible «mismo cuando ella se bautiza 'etnológica»[39].
El juicio negativo de Furet
sobre la historia de las mentalidades no es más que una parte de una dura
crítica/autocrítica global de la Nouvelle
Histoire. «Todas esas batallas ganadas contra la estrechez y la
autosatisfación de la disciplina, y que finalmente han fundado una institución,
han exinguido poco a poco su razón de ser», afirma Furet, luego de intentar
comprender «veinte y cinco años después, lo que queda de común entre nosotros,
aparte de reminisciencias y sentimientos», y de responder asegurando que en la Ecole de Hautes Etudes «no hemos rehecho
ningún consenso historiográfico». Apreciaciones que, paradójicamente, rematan
constatando que la escuela de los Annales
pierde razón de ser cuando alcanza su máxima influencia en Francia y en el
extranjero, cuando a «falta de adversarios particulares, ella no recibe más que
alabanzas generales»[40].
Dos años más tarde, en 1983, Le Débat vuelve a la carga en la misma
dirección con una nota editorial que abre una encuesta, «¿Dónde va la
historia?»: la nueva historia es un astro muerto; multiplica investigaciones
vacias de resultados; la investigación de vanguardía está ya en otra parte; la
historia-problema está agotada; la historiografía está en un momento de
transición; se busca otra historia[41].
Pierre Chaunu es el primero en responder, con una llamada conservadora a
explotar lo adquirido -incluido el «tercer nivel»-, aunque no deja de
cuestionar la arribada, a través del discurso sobre el discurso, a una
antropología histórica «un poco floja -molle-,
de la cual los verdaderos antropólogos no ven muy bien todavía lo que ella
podría enseñarnos», y para concluir plantea la «libertad de elección» ante el
hecho normal y sano de que la investigación en ciencias sociales obedece a
corrientes de una pluaral sociedad civil (más adelante, no obstante, se muestra
preocupado por una historiografía hoy demasiado cercana a las necesidades de
una sociedad civil en crisis, marchando al «paso brusco de las modas
contradictorias del momento»), escogiendo él la alianza con las ciencias duras:
matemáticas, estadística, informática[42].
En nuestra opinión el aspecto
central del debate sobre la escuela de los Annales
hoy, que dada su influencia en la historiografía española nos implica
directamente, y en particular sobre el futuro de la historia de las mentalidades,
que interesa al tema que estamos desarrollando, es el papel de la historia en
relación con las ciencias sociales y hasta, más allá, con el conjunto de la
sociead. Furet en su provocador artículo de 1981 apunta su opción para salir de
la crisis que atraviesa la nueva historia en la hora de su apogeo: borrar
provisionalmente los tabiques que separan la historia de las disciplinas
vecinas, y constituir un «saber global, ecuménico». No se trata claro está de
perseverar en el objetivo de una historia total, que considera «inasequible»,
sino de renunciar a la «superstición» de la división cronológica y de la
periodización, al pensamiento genealógico como factor definitorio de la
historia, reivindicando, además del carácter histórico de lo inmóvil -lo que no
tiene duda para nosotros-, la necesidad de privilegiar los objetos de larga
duración para de esa manera converger mejor con las ciencias sociales[43].
La historiografia anglosajona
viene criticando con energía esta tendencia reciente de la historiografía
francesa a minusvalorar el cambio en la historia, potenciando sobre todo la
historia inmóvil, permitiendo el predominio de lo sincrónico sobre lo
diacrónico y que la sofisticación metodológica usurpara el papel principal del
proceso histórico en sí mismo, hasta tal punto que las cualidades de un
historiador hoy se miden, dicen, por su aptitud en otra disciplina de presumida
relevancia[44].
Hay que reconocer la pertinencia de estos reproches, siempre y cuando no nos
lleven a un repliegue de la historia sobre sí misma, peligro que hoy parece
lejano.
¿Es posible que hoy ya no sea
como en 1967 «una minoría de la minoría» quienes en Francia, víctimas de cierto
vértigo, estarían dispuestos a aceptar la dilución de la historia en las
ciencias humanas?[45].
Concretamente, en lo relativo a la historia de las mentalidades, ¿se trata de
una reacción éxitosa de la historia, ante el empuje de la antropología y la
sociología «que ponían en causa su dominio», que consigue la anexión de nuevos
objetos y nuevas técnicas?[46];
o bien estamos ante la aceptación de la hegemonía provisional de la
antropología en el seno de las ciencias sociales que, sin excluir otras
direcciones de investigación, decide los temas que juegan «el rol de instancia
de totalización»[47].
Creemos que la colaboración interdisciplinaria entre la historia de las
mentalidades y la antropología, y la sicología y las demás ciencias sociales,
deben basarse no en la pugna por ver quién domina a quién, sino en un intenso
intercambio que respete las diversas bases epistomológicas de cada una de las
disciplinas; objetivo que tal vez en España la relación de fuerzas entre las
ciencias sociales puede devenir más factible que en Francia.
Jacques Le Goff anuncía que,
para este año de 1989, en que se cumple el sesenta aniversario de la revista Annales, ésta realizará una encuesta sobre
la crisis de la historia en general y de la escuela de los Annales en particular, y que la redacción
de la revista expondrá al respecto sus opiniones y propuestas, lo que por su
inusualidad es una prueba más de cómo se percibe la urgencia de clarificar y
recomponer la unidad y la perspectiva de futuro de la Nouvelle Histoire; Le Goff, al mismo
tiempo que admite la necesidad del debate, se queja de que las críticas a la Nouvelle Histoire le reprochan «una cosa y
su contrario», ser incapaces de salir del carril de la tradición de Annales y renegar de ella abandonando la
historia total por una historia «en migas», aclarando que la primera crítica es
más general que la segunda[48].
Son tres los niveles que
designan, a la vez, la escuela de los Annales[49]:
a) la revista, cuyo comité de dirección son hoy Le Goff, Burguière, Le Roy
Ladurie, Revel, Ferro, Morazé y Valensi; b) la Ecole
de Hautes Etudes, donde se encuentran además Nora, Furet, Chaunu,
Besançon, Vilar ...; c) el esprit des
Annales, que en su acepción más amplia comprende a quienes se
identifican con las concepciones históricas desarrolladas por Bloch, Febvre y
sus discípulos. Sin duda el centro del debate se encuentra en el segundo nivel.
Un libro representativo de la
crítica conservadora a la escuela de Annales
es el publicado en 1983 por Hervé Coutau-Begarie, Le phenomene «Nouvelle Histoire». Stratégie et idéologie des nouveaux historiens, donde se lamenta
que la escuela no recibe criticas globales y se la rodea de un aire de
sacralidad[50],
situación que el autor trata de remediar descubriendo el importante papel que
juega la estrategia por el poder (Universidad, edición, medios de comunicación
social) en el éxito y las preocupaciones de los annalistes, en cuyo futuro ve sombras, anotando datos como
la falta de maestros indiscutidos como Bloch, Febvre, Braudel y Labrousse, las
críticas internas recibidas (Besancon en 1980) y la concurrencia de otras corrientes
emergentes -al margen de los Annales-
como la representada por Mousnier y Renouvin, acabando por reconocer que siendo
la nueva historia el único grupo organizado, no son de prever grandes cambios,
pero «la rehabilitación del relato, del acontecimiento y de la política ha
comenzado ...»[51].
En defensa de una
historia-ciencia del cambio, que busque la síntesis y la globalidad sin
diluirse en las ciencias sociales, en linea con las primeras generaciones de
los Annales, citaríamos en primer
lugar el libro de François Dosse, L'histoire
en miettes. Des «Annales» a la «nouvelle
histoire» (1987).
Historia
social de las mentalidades
La historia
de las mentalidades conserva un gran atractivo para el investigador, a quien le
plantea el reto y le ofrece la posibilidad de escudriñar los modos de pensar,
de sentir, de imaginar y de actuar de los hombres, el sujeto de la historia, en
un sugestivo esfuerzo interdisciplinar.
Sin embargo, las brumas con que
se cubre a menudo el nuevo objeto de investigación el apartamiento de la
historia social, su desemboque en las playas de la larga duración y de la
historia inmóvil, el apartamiento del tiempo corto, el acontecimiento y la
historia móvil: disuadieron a no pocos historiadores, que vieron en el estudio
de lo mental más riesgo e imprecisión que seguridad y rigor, permaneciendo al
margen del nuevo territorio.
¿Cómo responder a las dos
inquietudes para salir del impasse actual? Juntando historia social e historia
de las mentalidades: reinventando la historia social de las mentalidades. Sin
la mentalidad «no podría hacerse historia social»[52],
pero más cierto es aún que sin la historia social cada vez va a ser más dificil
hacer historia de las mentalidades. El auge de la antropología histórica y de
la historia cultural en los estudios franceses del «tercer nivel», el debate en
curso sobre la escuela de los Annales,
las precedentes debilidades teóricas del concepto y las dificultades reales que
siempre tiene el historiador para adoptar técnicas nuevas: bien pueden
volatizar en un plazo breve los logros positivos de la historia de las
mentalidades, si ésta no se consolida como una disciplina que colabora pero no
se integra en las disciplinas vecinas, si ésta no desarrolla en suma el proyecto
historiográfico original de los Annales.
A principios de la década
pasada, Georges Duby escribía que «si pretendemos que la historia social
progrese y conquiste su independencia, conviene situarla en el punto en que
convergen la historia de la civilización material y la historia del pensamiento
colectivo», y no se refería solamente a la historia social como historia
global, también a la historia social en un sentido más restringido, como
historia de los movimientos sociales, por lo que animaba a estudiar las
actitudes mentales de los participantes en las rebeliones medievales[53].
Claro que advertía, en 1970, «habrá que esperar mucho tiempo» antes de que esa
historia social de las mentalidades sea posible[54].
La tarea sigue en 1989 más pendiente que nunca. Y su propulsión como linea de
investigación habrá de contribuir indudablemente a dar continuidad al «espíritu
de los Annales» en su versión más
permanente, innovadora y atrayente, y menos afectada por el «paso brusco de las
modas contradictorias del momento».
El estudio histórico de las
mentalidades sociales en España tiene a su favor lo siguiente: 1) un interés
por la historia social que no ha decaido al ritmo de Francia; junto a los
estudios -predominantes- de las estructuras sociales y económicas, está presente
toda una tradición en la investigación de movimientos, conflictos y revueltas
sociales, el factor dinámico de la historia social, cuya vigencia lo prueba
verbigracia la aparición en 1988 de la revista Historia
Social. 2) La influencia nada desdeñable de la historia social
inglesa, de gran calidad, cuyas características la hacen idónea para compensar
las insuficiencias actuales de la historiografía francesa. 3) El débil eco de
la historia de las mentalidades durante los pasados veinte años -sin punto de
comparación con la recepción de la historia socioeconómica en los 60 y 70-,
tiene la ventaja de permitirle al investigador sortear con más facilidad los
peligros detectados en la más desarrollada experiencia francesa.
Es posible una historia social
de las mentalidades, que sea historia, que sea social, no mimética, que
establezca un diálogo directo y audaz con las ciencias sociales en función de
las necesidades de la investigación, que no se quede paralizada en la teoría
sino que avance principalmente sobre la base de la práctica investigadora. Tal
linea de investigación supone un frente pionero no sólo por la novedad de la
temática de lo mental en la historia y más en España, sino porque las
mentalidades colectivas aliadas a la historia social, nos conducen a la
cuestión de las articulaciones entre la infra y la supraestructura, y al papel
del hombre-social en los acontecimientos, problemas fundamentales de hoy y de
siempre de la historia, si cabe más de actualidad por el debate en curso acerca
de la historia total y, más allá, de la pertinencia y autonomía de la historia
como ciencia social.
¿Qué puede aportar la historia
social angloamericana al historiador de las mentalidades sociales? Desarrollada
alrededor de la revista Past and Present,
más o menos a la par que la nueva historia francesa, incorpora tres
orientaciones[55],
cuya continuidad resalta hoy su valor historiográfico: a) Más interés por el
cambio que por la estabilidad, por las transformaciones y las crisis sociales
que por las estructuras estáticas; el Debate
Brenner, a partir de 1976, es un claro ejemplo del vigor y de la
madurez de ésta vía investigadora. b) El interés por los conflictos, las
revueltas y las revoluciones sociales, particularmente en las sociedades
preindustriales. c) La atención a la dimensión política de los hechos
históricos y al poder, incluso cuando los sujetos no son virtualmente
políticos. Esta historia social se considera a sí misma superior a la
practicada por los Annales: se
ocupa de «los factores básicos de la historia», entendiendo -justamente- que la
desatención a los fenómenos de cambio quita «dimensión histórica» a la
investigación[56].
La crítica a la historia social de los Annales
por el exceso de cuantificación, está basada en que a veces resulta
innecesaria, con frecuencia no es explicativa y acarrea el peligro de
deshumanizar la historia[57];
sin dejar de reconocer sus razones, ¿no encierra por su parte el riesgo de
renunciar a enfoques metodológicos más precisos, menos impresionistas?, así
como las reservas hacia la historia total -propugnada también por Pierre Vilar-
por su indefinición, por venir a ser una «historia interminable» y resultar la
simple suma de cosas muy distintas[58],
frenan objetivamente explicaciones más exactas y complejas del devenir
histórico, por ejemplo las que incluyen el estudio pleno, económico,
socio-político y mental, de la acción humana en la historia.
Con todo, la historia social
angloamericana se interroga también por el futuro: descontenta con los
resultados logrados, está hoy en una fase de preocupación metodológica[59].
Voces de alarma plantean si Past and Present
al ganar la respetabilidad y el éxito no ha perdido su instinto de innovación,
su poder de animar e inspirar, poniéndose como ejemplos la distancia de la
revista respecto de nuevos caminos de la práctica historiográfica: historia de
las mujeres, historia de la familia, historia oral, y la experiencia de los
talleres de historia. History Workshops[60].
El alejamiento de la historia social en relación con la sicología es
precisamente una de esas insuficiencias que frenan el desarrollo de la historia
social anglosajona: «Para el historiador riguroso y prudente, la sicología
revela un potencial enorme: pero es un potencial que Past and Present no hace nada por avivar»[61].
En la cooperación con la sicología tenemos pues una vía esencial para la
superación de la crisis actual de la historia social:
La sicología, la
cual se divide ideológicamente dentro de ella misma, tiene, hasta este punto,
mucho más que ofrecer a los historiadores, no porque sea más científica que
otras disciplinas, ni mucho menos porque en su aspecto general se acerque más a
nuestro marxismo. Más bien, porque en su forma freudiana al menos tiene la
virtud de devolvernos a los irreconciliables antagonismos inherentes a la
condición humana (...). No debería sorprender a nadie el que las
presuposiciones psicológicas de la tan contemporánea historia social, dominada
como está por la ideología liberal, renuncie a la psicología freudiana por una
de las alternativas[62].
Muy
tempranamente la historiografía social inglesa abandona el hábito de colocar el
estudio de la ideología como un simple añadido al primordial análisis económico-social
de los movimientos sociales: en 1963, E. P. Thompson investiga la formación de
la clase obrera inglesa a finales del siglo XVIII y principios del siglo XIX,
partiendo de la base de que «una clase es tanto una formación cultural como
económica»[63];
en 1971, estudia la «economía moral» de la multitud en la Inglaterra del siglo
XVIII, concluyendo que la acción directa era consecuencia de prácticas
económicas ilegítimas que la gente veía como atropellos morales, no debiendo el
historiador, decía, caer en «un reduccionismo económico que elimina las
complejidades de motivación, conducta y función»[64],
con lo que entramos de lleno en el concepto de mentalidad. Otro punto de
referencia, de los años 60, es el estudio de E. J. Hobsbwam de los bandidos sociales[65],
que incluía su presencia en la memoria y la mentalidad popular; así, entre 1958
y 1961, R. H. Hilton y otros analizan la cuestión de Robín de los Bosques[66].
Forma parte de esta misma tradición la obra de George Rudé que, en 1964, indaga
los motivos y creencias de la multitud preindustrial y se pregunta, siguiendo a
Le Bon y a Georges Lefebvre, «¿Cómo se desarrolló la `mentalidad colectiva' de
la multitud ...?»[67];
más recientemente ha preferido el concepto de «ideología popular de protesta»[68]
para referirse a lo que nosotros hemos denominado mentalidad de revuelta[69].
Una variante actual de esta sensibilidad anglosajona por la investigación
social del mental colectivo, más próxima quizás a la microhistoria, es la obra
de Darnton sobre la masacre de gatos que llevaron a cabo unos tipógrafos para
vengarse de su patrón[70].
Si los precedentes que venimos
de referir son importantes para el historiador social de las mentalidades, no
lo son menos los que podemos deducir de la historiografía francesa, pese a su
menor inclinación hacia la historia social. Distinguiríamos dos tipos de
estudios: las mentalidades en la revolución y en los movimientos sociales; y
las mentalidades en las estructuras y las relaciones sociales.
La primera dirección es paralela
a la inglesa, y tiene vital importancia para quienes preconizamos la
reincorporación de la historia de las mentalidades «a una más amplia historia
socio-econímica de la cual se había `emancipado' un poco imprudentemente»[71].
De nada valdría lamentarnos por el desgajamiento de las mentalidades del ámbito
de lo histórico-social, si descuidásemos la historia social en su sentido más
restringido, como historia de los movimientos sociales: es la vinculación como
la historia-cambio lo que mejor puede contrarrestar el émiettement de la historia de las
mentalidades en múltiples objetos instalados en la larga duración.
El gran tema de las
investigaciones francesas sobre mentalidades colectivas y revueltas sociales,
desde Lefebvre a Vovelle, es la revolución de 1789. El punto de partida es La grande peur de 1789, publicado por
Georges Lefebvre en 1932[72],
obra que Lucien Febvre reseño elogiosamente desde el punto de vista
metodológico cara a una historia sicológica[73],
y que siendo una de las obras fundadoras de la historia de las mentalidades y
de la escuela de los Annales[74],
no ha recibido posteriormente la atención merecida[75].
Esta investigación paradigmática de Lefebvre analiza monográficamente la
historia de un rumor colectivo, acerca de que los nobles estaban armando a los
bandidos para atacar a la población, cuya propagación en el verano de 1789 por
toda Francia dió un nuevo impulso a la insurrección campesina y popular.
Las mentalidades ya no dejaron
de estar presentes en los estudios de la revolución. Albert Soboul en Les Sans-Culottes parisiens en l'an II[76],
publicado en 1962, introduce la manera de vestir y de comportarse, el
igualitarismo y los sentimientos hostiles hacia la aristocracia y la riqueza,
junto con otros aspectos de la mentalidad popular: como factores importantes en
la explicación del rol de los sans-culottes
en la revolución y el terror.
Michel Vovelle resume todas estas
investigaciones en La mentalité
révolutionnaire. Société et mentalités sous
la révolution française. Inicia el libro comentando lo inhabitual qué
es abordar el hecho revolucionario desde la historia de las mentalidades,
primero porque la historiografía francesa y los Annales están aún ahora redescubriendo el tema de la
revolución, y también porque la historiografía de la revolución la desconfiado
durante un tiempo de la nueva lectura de lo mental[77].
Quizás Pierre Vilar tenía algo de razón cuando en pleno auge de la historia de
las mentalidades aconsejaba, en 1979, a los historiadores marxistas la
investigación de la toma de conciencia social[78],
camino que Thompson había recorrido en Gran Bretaña y que tenía el ilustre
precedente de Lefebvre, experiencias que apuntan, a pesar del tiempo
transcurrido, el grado de complejidad y de innovación que la investigación de
la historia social de las mentalidades puede alcanzar.
Las historiografías moderna y
contemporánea son las que más se preocuparon por abordar las luchas sociales
desde el nuevo ángulo de las mentalidades. Durante los años 70, las
mentalidades colectivas de los actores, obreros, y populares, de la Francia
contemporánea son investigadas por M. Agulhon (La
République au village, 1970), M. Perrot (Les ouvriers en grève. France, 1871-1890, 1974), R. Trempé (Les mineurs de Carmaux, 1971). Maurice
Agulhon propone, en 1980, que a la realidad de las mentalidades, «a menudo
derivada de los análisis de historia social», habría que dedicarle estudios
esclusivos, dejando de ser un subsector de la historia social[79].
Nueve años después, la historia de las mentalidades no llegó a fundar
claramente una disciplina específica de investigación, sin embargo se emancipó
de la historia social, pero en exceso, lo cual también tiene sus ventajas.
Jacques Revel decía hace poco
que «se equivocan cuando dicen que el historiador de las mentalidades no entra
en conflictos sociales, porque su objetivo no es la lucha de tipo económico o
social en el sentido clásico sino una lucha simbólica tan importante como las
otras formas de lucha y que tiene su propia específicidad»[80].
Para nosotros la lucha por los símbolos es parte inseparable de la lucha
económico-social; pero estamos plenamente de acuerdo en que los resultados
obtenidos por la antropología simbólica son capitales para retornar con nuevas
herramientas a la conjunción historia social-historia de las mentalidades.
La historiografía medieval
francesa de las mentalidades ha privilegiado el estudio sincrónico de la
sociedad global. El punto de partida es, desde luego, La société féodale (1939-1940) de Marc
Bloch, donde se estudia a la vez la relación de vasallaje, las clases sociales
y la «atmósfera mental»: las «formas de sentir y de pensar», la «memoria
colectiva» ...[81].
La concepción amplia que tenían los fundadores de los Annales de lo social como totalidad, hacía
de la mentalidad un aspecto de la estructura de la sociedad. Enfoque
estructural que es adoptado por Le Goff y Duby en los años 60 al procederse a
la recuperación del dominio de lo mental. Así en 1965 Jacques Le Goff combina
como Bloch la economía, la sociedad, la lucha de clases y las mentalidades en La civilisation de l'occident médiéval[82];
asimismo pertenecen a esa década sus elaboraciones acerca del tiempo y del
trabajo en los sistemas de valores medievales, los campesinos y los oficios en
las fuentes literarias[83];
su compilación Hérésies et sociétés dans
l'Europe pré-industriale[84];
su estudio sobre las categorías sociales en San Francisco de Asís[85],
etc. Reyna Pastor anota de Georges Duby que la cuestión nodal del conjunto de
trabajos Hommes et structures du Moyen Age
es enlazar historia social y historia de las mentalidades[86],
indagando el feudalismo como mentalidad medieval, la vulgarización de modelos
culturales, el vocabulario de la caballería en su origen ... En 1974, al tiempo
que Le Goff en el volumen «Nuevos temas» de Faire
de l'histoire define la mentalidad como ambigua, Duby, en el volumen
«Nuevos problemas», escribe Histoire sociale
et idéologies des sociétés[87],
mostrando una preocupación por el estudio de las ideologías en el marco de una
historia social de las mentalidades que le llevará, en 1978, a un modélico
estudio de una ideología dominante vista como una mentalidad, Les trois ordres ou l'imaginaire du féodalisme.
En 1980, todavía Duby insiste en que hay que «estudiar las ideologías» y las
mentalidades, y pone como ejemplo de síntesis la obra de Le Goff sobre la
civilización medieval de 1965[88].
La verdad es que la vía abierta por Les
trois ordres quedó más bien sin desarrollos posteriores[89],
por mucho que el creciente interés por el imaginario podía -puede- agrandar la
encuesta de los sistemas ideológicos, siempre que naturalmente se enfocara como
imaginario social. En todo caso, las obras de Duby son un punto de referencia
inexcusable para una renovada historia de las mentalidades sociales, como lo
son en general las de otros historiadores que después de él salieron de
Alix-en-Provence: Michel Vovelle, Maurice Agulhon, Philippe Joutard -historia
oral-[90],
Paul Veyne -sociología histórica-[91].
De la ambigüedad a la definición
En nuestro criterio la vulgarización
histórica debe de estar en manos de los historiadores, que no pueden situarse
al margen de la época que les toca vivir y han de conmoverse y atender de
alguna manera a todos aquellos temas, grandes y pequeños, públicos y privados,
que más interés suscitan en el hombre de hoy[92]:
sin llegar a trasmutarse en una pluma en el viento, abjurando de su función
social y científica. Es más, el futuro y el prestigio de la historia como medio
de evasión y como medio de formación, depende más de lo que piensan algunos de
que mantenga o no el alto nivel alcanzado como ciencia social autónoma; por
algo el lector busca en el libro de historia algo que difícilmente le puede
ofrecer, por ejemplo, la novela histórica: el qué, el cómo y el por qué de las
sociedades y de las culturas históricas.
Decimos que el futuro de la
historia de las mentalidades como disciplina está en la reanudación, en un
nuevo nivel científico, sus
tradicionales relaciones (nunca rotas del todo) con la historia social,
porque sólo así la historia de las mentalidades contribuirá a la explicación de
la actividad humana en la historia; más allá de una función cultural,
coyuntural, de satisfacer la nostalgía colectiva por un pasado perdido. La
significación científica del estudio de las mentalidades sociales radica en que
nos permite descubrir la determinación en
primera instancia de los hechos históricos, cuya conexión con la
determinación en última instancia, ubicada en las condiciones materiales de
existencia, devendrá factible a través de la unidad social del sujeto humano de
la historia. La continuidad de la historia de las mentalidades tiene, por
tanto, su máximo sentido historiográfico en el marco de una historia de la subjetividad que responda a
la necesaria humanización de la historia desde el punto de vista social,
antropológico, acontecimental, político, etc.
Investigar la subjetividad
humana mediante las mentalidades, exige invertir el proceso de dispersión
expansiva que ha seguido este término en la historiografía francesa, sin renunciar
a la parte positiva de dicho proceso: reconocimiento generalizado de la
necesidad de investigar los modos de pensar, sentir, imaginar y actuar de la
gente; extensión de ese nuevo enfoque a la mayor parte de las disciplinas del
«tercer nivel»; experiencia interdisciplinar con la antropología y el
sicoanálisis (Besançon); y sobre todo la referencia de las obras de los años 60
-y sus continuadores posteriores y actuales- que analizan la mentalidad en la
sociedad, fieles a la idea de una historia de los hombres en sociedad.
Pasar pues del desarrollo
extensivo de la historia de las mentalidades a un desarrollo intensivo, pasar a
la ambigüedad querida a la concreción perseguida de las mentalidades como
concepto[93]
y disciplina de investigación[94],
es una imperiosa necesidad para contrarrestar con la ayuda de la historia
social la avanzada disolución del nuevo territorio en la multiplicidad de los
objetos, de los tiempos y de las disciplinas. La articulación de lo mental, en
su sentido más amplio, que supere el desmigamiento actual será factible cuando
la instancia de totalización, el tema central de la encuesta de las
mentalidades, vuelva a ser el sujeto humano en la historia, en la gran y la
pequeña historia de las sociedades y de las sociabilidades. El tiempo largo, la
historia inmóvil, dejan de ser algo novedoso para el historiador cuando no se
resiste la tentación de enarbolar la lentitud como el anti-cambio, auspiciando
una teoría histórica de las permanencias que nos retrotrae a naturalezas
humanas atemporales, ajenas en definitiva a la historia real: el estudio de las
mentalidades en su contexto histórico y social, utilizando creadoramente los
paradigmas de la sicología y de la historia social, posibilitará recuperar y
articular la corta y la larga duración, la historia-cambio con la historia
lenta. Y qué decir de la tendencia de la historia de las mentalidades a la
absorción por las disciplinas y ciencias sociales vecinas: o bien nos
resignamos y aprestamos a especializarnos en una de esas disciplinas fronterizas,
o bien redefinimos la historia de las mentalidades como disciplina específica
de investigación en relación con aquellos campos que identifican y diferencian
a la historia como ciencia social, y que constituyen la base más sólida de su
prestigio en los ámbitos científicos y culturales, esto es, la historia social
y todavía la historia de los acontecimientos, la historia-historia, cooperando
por lo demás, en plano de igualdad, con todas las restantes ciencias sociales y
especializaciones de la historia.
Para llegar con la historia de
las mentalidades a la seguridad -siempre relativa, ciertamente- de objeto y de
método que hoy ostenta la historia social angloamericana, la historia económica
o la historia demográfica, la multiplicidad de objetos y de métodos producidos
durante veinte años son un inconveniente pero también una facilidad:
proporciona la masa crítica suficiente para un proceso de inventario, selección
y recomposición.
El primer paso es llegar al
consenso siguiente: para delimitar una disciplina abierta, sin murallas, que
incite a la innovación y al diálogo con otras ciencias sociales, no es
necesario mantener indefinido, vago, ambiguo, que abarca todo y no abarca nada,
el concepto de mentalidad. Bastará con precisar, en la definición, la amplitud
del objeto y la conveniencia y posibilidad de una investigación de vanguardia.
El caso es que no hay ningún objeto del conocimiento -y menos aún una
metodología de investigación- que se conserve vivo sine díe sin ser definido
con un mínimo de rigor, o siendo definido equívocamente de manera voluntaria,
admitiendo a priorí enfoques contradictorios, etc. Con ello no queremos decir
que tenga que haber un concepto unívoco reconocido universalmente de la
historia de las mentalidades, de hecho en este momento no lo hay; tampoco
existe un único y absoluto concepto de historia, de cultura o de Edad Media,
pero cada escuela o tendencia o investigador tiene su concepción y aporta sus
matices, cuya publicación siempre es de agradecer, siendo de gran utilidad
científica el debate conceptual, sobre todo si se evita que se transforme en un
debate semático o alejado de la práctica investigadora. En resumidas cuentas,
respecto a la historia de las mentalidades deberíamos huir tanto de la
decalificación previa y global ante la proclamada vocación de vaguedad, como
del abandono actual al empirismo; sigamos el procedimiento habitual, que las
hipótesis conceptuales y metodológicas previas se contrasten y reformulen en
contacto con la praxis de la investigación, y el debate historiográfico
subsiguiente.
Definir (lat. definire) es «delimitar los campos, poner
límite». Ya adelantamos que nuestra proposición de objeto y método con la
antropología histórica y la historia cultural -asegurando los intercambios más
estrechos-, retornando a su vinculación original con la sicología y la historia
social, y cultivando la diversificación de contactos renovadores con las
ciencias sociales a efectos de préstamos metodológicos, tomando conocimiento de
las diferentes corrientes existentes en éstas, pero sin caer en la estrechez
académica de miras y la radicalización del argumento polémico, que con
frecuencia hacen aparecer como incompatibles experiencias y métodos
disciplinarios que objetivamente no lo son.
Jerzy Topolsky asegura lo
siguiente:
La afirmación de
que la investigación histórica, necesariamente, debe formar sus propios
conceptos, parece errónea desde el punto de vista del desarrollo de la ciencia.
Es mucho más adecuado exigir que los historiadores se beneficien de los logros
de otras disciplinas. Esto vale, sobre todo, para los términos que podríamos
llamar ahistóricos: grupo social, producción ...»[95]
La referencia teóricamente más
segura para determinar el objeto de la historia de las mentalidades es la
sicología científica. Con lo que retomamos la posición base de Lucien Febvre en
sus combates por la historia[96].En
1965, el sociólogo Bouthoul decía de la mentalidad: «Es el verdadero sujeto de
la psicología social»[97].
En realidad también la antropología
tiene de común con la sicología el estudio de las estructuras mentales, o si se
quiere de los caracteres síquicos, en las diferentes culturas, empezando por
las llamadas primitivas, si bien su objeto como disciplina es más amplio: el
hombre en todas sus dimensiones. El intercambio fructífero entre sicología y
antropología, basado en la parcial comunidad de objeto[98],
está casi inédito entre la sicología y la historia, es más, este vacío la
retrasado un desarrollo científicamente más atinado de la historia de las
mentalidades, que hoy por hoy recibe más información sobre los procesos
síquicos de la antropología que de la propia sicología, con lo que supone de
limitación de objetos y de métodos; la primera especialización de los
antropólogos en mentalidades primitivas, por ejemplo, ha hecho que conozcamos
pero la manera de investigar los factores conscientes en las mentalidades
históricas, al tiempo que hemos aprendido mejor el valor del pensamiento
simbólico; en general, la complejidad cultural de las sociedades históricas,
clasistas y con Estado, obliga al historiador de las mentalidades a hacer su
propia experiencia metodológica como tuvo que hacer en su momento la
antropología. El desenvolvimiento autónomo de los estudios de las mentalidades
sociales en la historia deberían aportar cosas nuevas al conocimiento general
de la sicología humana.
Hay dos cuestiones, que tienen
que ver con la sicología, que explican hasta cierto punto el hecho de que la
historia de las mentalidades, en contra de la intención de sus fundadores,
evolucionase prácticamente al margen de la sicología: el total desinterés de
los sicólogos por la historia, a diferencia de los antropólogos, salvo algunos
sicoanalístas, justamente la parte más polémica de la sicología; el predominio
de la sicología de la conducta, desde los años 30 a los años 60, sustentada por
el neopositivismo y con una fuerte tendencia a la experimentación y a la
sicología individual y biológica, que poco tenía que ofertar a los
historiadores. Uno y otro problema están conectados entre sí. Duby manifiesta
en 1971 su inquietud por lo costoso que resulta no transportar a la observación
de las mentalidades históricas el reflejo de las mentalidades actuales, y que
no se veía manera de medir los fenómenos mentales que permanecían así
inasequibles al historiador[99].
En efecto, el paradigma conductista (behaviorismo) considera solamente factible
la observación objetiva y la medición científica de la conducta humana, no de
los procesos mentales que subyacen en ella. La caída del positivismo, que trajo
consigo el ascenso de los Annales y de Past
and Present, supuso asimismo la emergencia de la sicología del
conocimiento o cognitiva que nace en los años 60, madura en los años 70 y es en
la actualidad hegemónica entre los sicólogos. Tres consecuencias, de vital
importancia para el historiador de las mentalidades, se derivan de la
revolución cognitiva de la sicología: a) la reaparición de la mente humana como
tema central de la investigación sicológica, y regreso de los problemas
específicamente sicológicos como la conciencia, la memoria, la percepción,
etc.; b) la reaparición del sujeto activo en sicología, ya que el objetivismo
conductista entrañaba una ciencia sin sujeto, mejor dicho con un sujeto pasivo
que recibe estímulos y provoca automáticamente respuestas; c) la medición
científica de la actividad mental humana, dividiéndola en componentes
mesurables, sobre la base de datos públicos, pudiendo otro investigador
verifican los resultados o ensayar otro procedimiento[100].
En suma, si el sicólogo puede analizar y medir científicamente la actividad
mental global, ¿por qué no ha de ser capaz el historiador de medir las
mentalidades antiguas?[101];
aún teniendo en cuenta las limitaciones que impone la documentación conservada
y la imposibilidad de observar directamente como el antropólogo o de
entrevistar personalmente como el sicólogo social, aún sabiendo que hay que
adaptar o crear herramientas en función del medio específico temporal y social
estudiado. El mismo Le Goff se percató en 1974 de que la definición
satisfactoria de la palabra ambigua «mentalidad», según hemos comentado
anteriormente, vendría de la medición de actitudes ...; no hay otro camino a
seguir, máxime cuando hoy lo mental cognitivo, la mentalidad como proceso y estructura
mental, estamos en condiciones de asegurar que ya «forma parte del vocabulario
técnico del psicólogo»[102].
Hacia 1970 constataba
Barraclough, por otra parte, como los avances de una sicología social -y
también los descubrimientos de Freud, afirma- «han permitido aplicar los
conceptos sicológicos a la historia con mucho más rigor y fineza que
precedentemente»[103].
El pleno desarrollo de la sicología social como disciplina cognitiva es el
cuarto factor que nos faltaba para exponer cómo el progreso de la sicología
contemporánea ha creado condiciones objetivas para precisar suficientemente el
concepto de mentalidad que empleamos los historiadores. A diferencia de la
sicología general, más centrada en el individuo y en los procesos sicológicos
básicos y abstractos, la sicología social estudia cómo, en lo concreto, la
sicología y la conducta de los individuos están influenciados por la presencia,
imaginada o real, de otros individuos, superando en consecuencia el
planteamiento sectorial para tratar la actividad mental en su totalidad, en sus
interrelaciones, esto es, en el seno de la sociedad[104].
Por este enfoque que la define, la sicología social fue cognitiva mucho antes
de que el nuevo paradigma revolucionara en los años 60 la sicología
experimental. La historia de las mentalidades será más renovadora y más
rigurosa, cuanto más cognitiva y más docial sea, en su objeto y en su método.
La desvinculación entre la historia de las mentalidades y la historia social,
tuvo lugar mientras la sicología científica se acercaba a la sociología, dicho
desfase codyuvó a que todavía hoy la colaboración entre historiadores y
sicólogos sea una asignatura pendiente de las ciencias sociales.
El objeto de la historia de las
mentalidades no puede ser otro que la actividad mental humana[105]
en su globalidad, con el fin de comprender mejor el comportamiento y las
relaciones de la sociedad, y los hechos que ha protagonizado el sujeto
colectivo de la historia. El objeto del historiador de las mentalidades
coincide, en resumen, con el de la sicología cognitiva[106]
y la sicología social, sin que ello signifique que la investigación de la
actividad, los procesos y las estructuras mentales (precisiones que suele hacer
la sicología para referirse a lo que nosotros generalizando hemos llamado
mentalidad) en la historia, pueda permitirse el lujo de permanecer fuera del
campo de actuación de la sicología conductista y del sicoanálisis. La conducta
social, y aun el acontecimiento histórico en general, es una fuente excelente
para la obtención de datos mentales con una metodología adecuada. Por otro
lado, una historiografía pionera de las mentalidades colectivas no sería tal si
desconociese la contribución paradigmática de Freud a la sicología y a las
ciencias sociales. El nuevo territorio del historiador es tan amplio y tan
preciso como el objeto de la sicología cognitiva, conductista y sicoanalítica:
la mentalidad y la conducta humanas en todas sus facetas sicológicas. La
concurrencia de la antropología y de la sociología en el estudio del mismo
objeto, es para la historia una fuente de información y un ejemplo metodológico
a seguir, al objeto de importar temas y métodos sin resultar fagocitados por
-en este caso- la sicología, ciencia social a buen seguro no demasiado
«imperialista».
[3]
J. LE GOFF, Prólogo a la segunda edición de La
Nouvelle Histoire, París, 1988, p. 10; existe una traducción española
de la edición francesa de 1978 que incluye el diccionario, La Nueva Historia, Bilbao, Ediciones
Mensajero, 1988.
[4]
Pierre Chaunu responde así a la encuesta «Où va l'histoire?» de la revista Le Débat, nº 23, 1983, p. 174; Jacques Le
Goff abunda cinco años después en lo mismo: Pasar
de una época de pioneros a una época de explotadores y de productores no es
nada deshonroso ni frustante. El término de epígonos no es forzosamente
peyorativo, op. cit., p.
11.
[5]
Witold Kula planteó ya en 1958 la necesidad de una sicología histórica, véase
J. TOPOLSKY, Metodología de la historia, Madrid,
1982 (Varsovia, 1973), pp. 417-418.
[7] Hablar de historia de las mentalidades en Castilla y
León resulta imposible y es, al mismo tiempo, extremadamente fácil porque o no
hemos hecho nada o, lo que es equivalente, nos hemos limitado a copiar modelos
de los franceses sin tener en cuenta las diferencias de tiempo y de época,
J. L. MARTIN, «Historia de las mentalidades en Castilla y León», Historia Medieval: cuestiones de metodología,
Valladolid, 1982, pp. 104-108; la situación mejora algo en los años 80, en
España comienza a estar realmente presente la historia de las mentalidades a
través de temas como la familia, la actitud hacia la muerte y la cultura
popular, según recapitulaba en 1985, haciendo especial mención a la Historia
Moderna, Marta CARRERA BONADONA, «La historia de les mentalitats col.lectives a
Catalunya. L'Avenc. nº 106-107,
1987, pp. 40-47; sin embargo, en un encuentro realizado en Galicia, el verano
de 1988, organizado por la Universidad Internacional Menéndez Pelayo sobre «Las
tendencias actuales en historia y perspectivas de investigación», los organizadores
excluyeron la historia de las mentalidades por falta de masa crítica (...) Lo que tornaba estéril la discusión acerca
del estado actual de dicha disciplina, atribuyendo tal situación también a la falta de renovación metodológica del
sector, dados sus escasos contactos con el resto de las Ciencias Sociales,
C. D. MALAMUD, «Tendencias actuales en la investigación histórica», Política Científica, 1988, pp. 41-42.
[9]
Philippe Ariès remarcará posteriormente como para la primera generación de Annales la historia de las mentalidades no era en realidad más que un aspecto, una faceta de
una historia más amplia que se llamaba historia social, «L'histoire
des mentalités», La Nouvelle Histoire,
París, 1978, p. 404.
[10]
G. DUBY, «Historia social y historia de las mentalidades. La Edad Media, 1970»,
La Historia hoy, Barcelona, 1976
(París, 1974), p. 259.
[11]
G. DUBY, «Histoire des mentalités», L'histoire
et ses méthodes, París, 1961, p. 965; «Las sociedades medievales:
una visión de conjunto» (Annales,
1971, Historia social e ideologías de las
sociedades y otros ensayos sobre historia, Barcelona, 1976, p. 9; R.
MANDROU, «L'histoire des mentalités», Enciclopedia
Universalis, VIII, 1968, p. 438; «Historia social e historia de las
mentalidades. La Francia moderna, 1972», La
Historia hoy, Barcelona, 1976, (París, 1974), p. 270.
[12] L'histoire et ses méthodes, pp. 942, 959;
Mandrou subtitula sus libros de historia de las mentalidades, sin duda los más
destacados de los años 60 de la naciente disciplina, haciendo explícita
referencia a la sicología histórica (Introduction
à la France moderne. Essai de
psychologie historique, 1500-1640, 1961; Magistrats et sorciers en France au XVII siécle. Une analyse de psychologie historique, 1968),
y en 1972 llama la atención sobre la importancia de la sicología social para el
historiador, si bien considera que las posibles transferencia de conceptos de
sicoanálisis «a una psicología social histórica» responden «por ahora» a
procedimientos no científicos, La Historia
hoy, pp. 273-275.
[15]
Michel Vovelle constata, en 1979, la existencia de una última generación de
historiadores de las mentalidades «sin formación ni arraigo de historia
social», Idealogías y mentalidades,
Barcelona, 1985 (París, 1982), p. 97.
[16]
Camino que hemos seguido, fructíferamente, para investigar las actitudes de los
partidarios y de los oponentes a la revuelta de la Santa Irmandade de 1467, Mentalidad
y revuelta en la Galicia irmandiña: favorables y contrarios,
Santiago de Compostela, tesis doctoral inédita, 1988.
[24] J.
REVEL, «Mentalités», Dictionnaire ...,
p. 451; «Gènesi i crisi de la noció de 'mentalitats», L' Avenç, nº 106-7, 1987, p. 18.
[26] Histoire sociale, sensibilités collectives et mentalités.
Mélanges Robert Mandrou, París, 1985, pp. 33-34.
[29] H.
COUTAU-BEGARIE, Le phenomene «Nouvelle
Histoire». Stratégie et idéologie des
nouveaux historiens, París, 1983, pp. 263-267.
[30]
La revista ha dedicado, entre 1969 y 1976, nueve números especiales a
cuestiones de antropología histórica.
[31]
Véase por ejemplo L. M. DUARTE, «Historia das Mentalidades. (Algumas
sugestôes de leitura)», Cadernos de Ciências
Sociais, nº 4, 1986, pp. 85-117.
[34] D.
ROCHE, «De l'histoire sociale à l'histoire socio-culturelle», Mélanges de l'Ecole Française de Rome. Moyen Age-Temps Modernes,
1979, t. 91-1; ni que decir tiene que tiene su origen en los años 69 la
convergencia historia social/historia cultural, así en 1966, Braudel y
Labrousse presiden en París un coloquio acerca de Niveaux de Culture et Groupes
Sociaux (las Actas fueron publicadas conjuntamente, en 1967, por la Ecole y la
Sorbona), que contó con la participación de Duby, Le Goff, Vilar, Dupront,
Hobsbawam ...; mientras que estamos, en 1989, planteándonos todavía conserguir
enteramente el paso de la historia social a la historia social de las
mentalidades.
[35]
R. CHARTIER, «História intelectual e história das mentalidades: uma dupla
reavaliaçâo», A história cultural entre
prácticas e representaçôes, Lisboa, 1988, pp. 29-67 (Revue de
Synthèse, nº 111-112, 1983, pp. 277-307).
[36] J. LE
GOFF, L'imaginaire mediéval. Essais,
París, 1985, pp. III, 149-261; G. DUBY, Mâle
Moyen Age. De l'amour et autres essais, París, 1988, pp. 74-117.
[37] Tema
deudor en Francia de las notables elaboraciones que siguieron al año 1968: P.
M. SCHUHL, L' imagination et le merveilleux,
La pensée et l'action, París, 1969, O. MANNONI, Clefs pour l'imaginaire, París, 1969, J.
P. SARTRE, L'Imaginaire, París,
1970; C. CASTORIADIS, L'institution
imaginaire de la société, París, 1975, 5º ed.
[38]
El estudio del imaginario social nos ha permitido a nosotros aprehender la
mentalidad popular contraria a la
revuelta gallega de 1467, superando así la ausencia de datos documentales
explícitos, C. BARROS, Mentalidad y revuelta
..., pp. 197-243.
[42] Idem, pp. 174, 176, 178; desde luego el
historiador de las mentalidades está todavía muy lejos de aprovechar todas las
posibilidades cognoscitivas que le ofrecen en la actualidad los métodos
cuantitativos, sin que de ninguna manera ello signifique que debamos elevar
tácitamente el empleo de éste o de otro método a la categoría de una teoría de
la historia.
[44] L.
STONE, «Retour au récit ou réflexions sur une Nouvelle Vieille Histoire», Le Débat, nº 4, 1980, pp. 122-123; E. FOX,
E. GENOVESE, «La crisis
política de la historia social. La lucha de clases como objeto
y como sujeto», Historia Social,
nº 1, 1988, p. 84.
[48]
Prólogo a la nueva edición (1988) de La
Nouvelle Histoire, pp. 10, 12; con todo, en el primer número de Annales de 1989, correspondiente a los meses
de enero y febrero, nada se dice aún de la anunciada encuesta, el número está
dedicado preferentemente a la Revolución Francesa y comienza esa parte con un
artículo de Furet y Halévi sobre 1789.
[52]
J-P. POLY, E. BOURNAZEL, El cambio feudal
(siglos X al XII), Barcelona, 1983 (París, 1980), p. 19.
[55] J.
OBELKEVICH, «Past and Present. Marxisme et histoire en
Grande-Bretagne depuis la guerre», Le Débat,
nº 17, 1981, pp. 93-97.
[56]
J. GIL PUJOL, Recepción de la Escuela de Annales
en la historia social anglosajona, Madrid, 1983, pp. 27, 35.
[63]
E. P. THOMPSON, La formación histórica de la
clase obrera. Inglaterra: 1789-1832, I, Barcelona, 1977, p. 13.
[64]
E. P. THOMPSON, Tradición, revuelta y
consciencia de clase. Estudios sobre la crisis de la sociedad preindustrial, Barcelona,
1979, pp. 64-66; sobre el papel del sentimiento de agravio en el estallido de
la revuelta popular, C. BARROS, A
mentalidade xusticieira dos irmandiños, Vigo, 1988, pp. 43 ss.
[65] E.
J. HOBSBWAM, Bandidos, Barcelona,
1976; este tema ha sido desarrollado por la historiografía modernista catalana,
M. CARRERA BONADONA, «La história de les mentalitats a Catalunya», pp. 44-45.
[67]
G. RUDE, La multidud en la historia. Los
disturbios populares en Francia e Inglaterra, 1730-1848, Madrid,
1979, p. 245.
[70] R.
DARNTON, The great cat massacre and other
episodes en french cultural history, Nueva York, 1984.
[75]
Delumeau vuelve a estudiar la cuestión en 1978, desde un punto de vista más estructural,
aunque también recoge la relación miedo-sedición, La peur en Occident, XIV-XVIII siècles, París, 1978, pp.
143-144.
[78]
M. VOVELLE, Ideologías y mentalidades, Barcelona,
1985, p. 8; «Entrevista con Michel Vovelle», Ler
História, nº 8, 1986, p. 108.
[79] La recherche historique en France depuis 1965,
p. 52; ejemplos recientes de estudios conjuntos de historia social y de
historia de las mentalidades: J-F. SOULET, Les Pyrénées au XIX siècle. T. I, Organisation sociale et mentalités;
t. II, Une société en dissidence, Toulouse, 1988; D. LEJEUNE, Les «alpinistes» en France a la fin du XIX et au
début du XX siècle. Etude d'histoire sociale, étude de mentalité,
París 1988.
[88]
«Orientations des recherches historiques en France. 1950-1980», Màle Moyen Age ..., pp. 255-256; véase
asimismo Histoire sociale, sensibilites
collectives et mentalités. Mélanges Robert Mandrou (1985), pp.
34-35.
[89]
Tenemos una notable excepción, O. NICCOLI, I
sacerdoti, i guerrieri, i contadini. Storia dí un immagine della societé,
Mandrou (1985), pp. 34-35.
[92]
Verbigracia, Lawrence Stone incluye entre las cuestiones históricas que apasionan
al gran público: la movilidad social, la protesta popular y las esperanzas
milenaristas, los conflictos sociales, «Retour au récit ou réflexions sur une
Nouvelle Vielle Histoire», Le Débat, nº
4, 1980, p. 132.
[93]
Sobre el papel de los conceptos en el progreso de la historia, P. VEYNE, «La
historia conceptualizante», Hacer la
Historia, I, pp. 75-104.
[94]
La historia de las mentalidades constituye menos una verdadera subdisciplina en
el interior de la investigación histórica que un campo de interés y de
sensibilidad relativamente vasto, quizás heterogenero, J. REVEL, «Mentalités», Dictionnaire de sciences historiques,
París, 1986, p. 450.
[96] L.
FEBVRE, «Histoire et psychologie» (1938), Combats
pour l'histoire, París, 1965, pp. 107-220.
[100]
J. SEOANE, «Panorama actual de la Psicología científica», I Congreso de teoría y metodología de las ciencias,
I, Oviedo, 1982, pp. 417, 420, 421; R. E. MAYER, El futuro de la psicología cognitiva, Madrid, 1985, p. 18.
[101]
Tratamos anteiormente el problema de la doble objetivización, tanto desde la
posición del historiador-sujeto como del protagonista historico-sujeto, C.
BARROS, Mentalidad y revuelta ...,
pp. 1-35.