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La historia de las mujeres en el nuevo paradigma de la historia

 

Carlos Barros

Universidad de Santiago

 

 

Creo que el debate está tomando forma, por lo menos la propuesta de la mesa está tomando forma. Esta mañana ya se dijeron cosas sumamente interesantes. Rosario Segura acaba de plantear la situación que tenemos en España: ese estereotipo de "feminista radical", con todos los apéndices que ella ha planteado, existe en la historiografía, que es el campo temático que nos trae aquí. Por otro lado, James Amelang viene de informarnos de una situación más avanzada: la de los Estados Unidos. No estoy muy convencido que nosotros tengamos que seguir el mismo camino, el que han seguido los universitarios/as norteamericanos. Entre otras cosas porque no podemos, entre nosotros no existe un movimiento políticamente correcto tan poderoso como el de los Estados Unidos. Seguramente tendremos que adoptar otras vías para avanzar. Sobre todo la que ya apuntó el propio Amelang, es decir, cambiar la historia general para que cambie el lugar de la historia de las mujeres en la escritura de la historia.

 

Por todo esto quiero felicitar calurosamente al Instituto de Investigaciones Femeninas, y particularmente a Cristina Segura, porque no es habitual que hombres y mujeres nos sentemos a debatir sobre qué va a ser de la historia de las mujeres y qué va a ser de la historia. No es nada habitual. No hay muchos precedentes. Me gustaría que en el futuro nos acostumbrásemos a invitar con más frecuencia a historiadores a debates sobre historia de las mujeres, en el camino de reintegrar la historia de las mujeres en la historia general, a fin de transformar ésta.

Sé que los que estamos aquí, de un lado y de otro, no somos representativos del historiador/a medio, pero en la medida que ampliemos el campo de relación -como diría Milagros Rivera-, con seguridad  adelantaremos en la tarea común de romper los estereotipos machistas y ultrafeministas que coartan el desenvolvimiento de la historia de las mujeres, y su transformación cualitativa en el marco, de una nueva historia general.

 

Confieso que me he interesado por las consecuencias epistemológicas de la historia de las mujeres, por su relación con el debate historiográfico general, porque se me ha emplazado desde aquí. Fue Ángela Muñoz, bien lo sabe ella, la vez que estuve aquí, en la Universidad Complutense, para presentar las conclusiones del congreso ¨Historia a Debate¨ que celebramos en Santiago de Compostela en 1993. Esta mañana, Francisco Salmón decía que tuvo que releer el texto que ha citado sobre la mujer juzgada por ejercer ilegalmente la medicina, porque venía a este acto a hablar sobre la historia de las mujeres. Si esto lo habéis logrado en nuestros casos, que somos españoles y no norteamericanos, y por lo tanto no estamos tan desarrollados... Sé que en Estados Unidos es difícil de encontrar un historiador sensible, avanzado, que no valore la historia de las mujeres, y que eso mismo es mucho más difícil en España. Y si algunos hemos progresado algo en esa dirección es porque nos habéis ayudado, porque nos habéis invitado a vuestros seminarios, porque nos habéis hecho reflexionar y pensar. Opino que si esto se amplia, y se invita a más colegas hombres a actos de este tipo, a más jornadas sobre historiografía feminista, probablemente acabaremos entendiéndonos mejor y convenciéndonos todos, además, del alto grado en que la historia de las mujeres puede contribuir a resolver la crisis actual, epistemológica y social, de la historia.

 

Comparto el diagnóstico que se ha hecho esta mañana, lo que voy a decir es, en cierto sentido, continuación de lo que han planteado en su ponencia conjunta Cristina Segura, Josemi Lorenzo, Ángela Muñoz y Cristina Cuadra: "Las mujeres y la historia: ciencia y política".

 


Todo el mundo acepta que nos encontramos en un momento grave de crisis historiográfica. Pero es algo más que eso, estamos ante un cambio de paradigmas. Venimos del paradigma común que ha funcionado en nuestra disciplina desde la II Guerra Mundial, con sus variedades nacionales, de escuela y de especialidad, y que ha hecho de la historia una ciencia ascendente en la academia y en la sociedad  a partir de los años 50 y 60 -años 60 y 70 en España-. Todo esto está ahora sumido en una profunda crisis, está naciendo queramos o no un nuevo paradigma, o si se quiere un nuevo conjunto de paradigmas compartidos. No hago más que constatar la realidad, estoy pensando en los retornos de los géneros tradicionales como fenómeno historiográfico universal, lo mismo podemos decir del retorno general del sujeto, del interés por la reflexión,  y de otras cosas, no todas buenas. Se están dando consensos inadvertidos, entre los cuales no está, por el momento, la historia de la mujeres, es  por ello que cuando empleamos el término de nuevo paradigma -en el mismo título de estas jornadas-, lo hacemos con un sentido reivindicativo: vamos a luchar porque en el siglo que viene la escritura de la historia sea de determinada manera, y no vamos a dejar -desde nuestro modesto esfuerzo- que la comunidad de historiadores vaya como una pluma arrastrada por el viento, que la resolución final de la crisis sea cualquiera y, menos aún, que la historia pierda su carácter paradigmático, es decir, científico. Cada vez se levantan más voces en este sentido: preguntándose por la objetividad de nuestra disciplina muchos están contestando que la historia la "inventamos" los historiadores, incluso hay colegas que ya piensan así. Por eso son hoy tan necesarios nuevos combates por la historia...

 

La crisis es epistemológica, muy profunda y está marcando la manera actual de escribir la historia porque, entre otras cosas, la comunidad de historiadores es bastante estable, casi todos somos funcionarios, tenemos institutos, departamentos, centros de investigación, revistas, hay cierta demanda (todavía) de alumnos y de lectores. Entonces, si unos paradigmas no valen, de manera más o menos espontánea, se van sustituyendo por otros: debemos interesarnos por este proceso, es ahí donde la historia de las mujeres puede y debe jugar un papel importante, en la transición hacia la historiografía del siglo XXI.

 

La historia de las mujeres es  síntoma, causa y consecuencia de este cambio de paradigmas que estamos sufriendo. En el siglo XX han tenido lugar dos grandes hechos subversivos, tanto en la historiografía como en la sociedad. El primero fue la emergencia de las clases obreras y populares, gracias al empuje del marxismo, y viceversa. La segunda gran subversión es la historia de las mujeres, gracias al empuje del feminismo, que va más allá de los grandes tendencias historiográficas del siglo XX, tanto del marxismo, como de Annales o, más aún, del neopositivismo. Esa subversión que supone la historia de las mujeres es una revolución, en lo que a nosotros historiadores corresponde, limitada, incompleta: no encuentra cabida en lo que conocemos como Nueva Historia, sea lectura neopositivista, sea lectura annaliste, sea lectura marxista.

 

Hasta ahora los conceptos que renovaron la historiografía en el siglo XX han surgido de historias hechas de, por y para hombres, para nosotros está claro. Entre otras cuestiones porque las sociedades que se estudiaron eran también sociedades de hegemonía masculina. También las novísimas historias (nueva historia cultural, microhistoria, giro lingüístico) son historias de, por y para hombres. Mi propuesta es luchar juntos, hombres y mujeres, porque el nuevo paradigma en construcción normalice el enfoque epistemológico del género, para lo cual podemos inspirarnos en la experiencia de la primera gran subversión que afectó a la historiografía del siglo XX.

 


¿Qué ha pasado con el marxismo historiográfico y con la historia social? Simplemente que han pasado de ser una teoría de la historia y una subdisciplina llenas de estereotipos, provocadores de grandes rechazos, a su asunción -relativa, parcial,  pero muy efectiva- por la mayoría de la comunidad de historiadores. Eso es lo que tenemos que conseguir con la teoría feminista y la historia del género. Así como los historiadores han llegado a manejar, sean marxistas o no, conceptos producidos por el marxismo como clase, cambio social o rol de la economía en la historia. De la misma forma tenemos que lograr que, en el siglo XXI, determinadas nociones como género,  y determinados aportes epistemológicos e historiográficos de la historia de las mujeres, lleguen a formar parte de las reglas del juego, del paradigma común, devengan en paradigma aceptado, compartido.

 

Para ello, siguiendo con el ejemplo del materialismo histórico, no fue necesario que todos los historiadores se convirtiesen al marxismo, y tampoco vamos a esperar a que todos los historiadores, hombres y mujeres, se hagan feministas para que determinados paradigmas de la historiografía feminista sean asumidos colectivamente, ¿no?. La otra alternativa es optar por el aislamiento y, en el peor de los casos, por la marginalidad, como forma de entender la radicalidad. Pienso que el feminismo tiene que ser radical, riguroso, pero aquí estamos hablando de otra cosa: de que sin llegar a ser feministas, todos los historiadores con visión e ilusión de futuro necesitan asumir las virtuales contribuciones de la historia de las mujeres a la historia en general, empezando por el descubrimiento del sujeto femenino que constituye, nada menos, que la mitad de la población.

 

La historiografía feminista inteligente tendría que hacer propuestas, sin renunciar a su propia personalidad, que puedan ser recogidas por colegas, hombres y mujeres,  que no van a militar en el feminismo. Conocemos  las tremendas dificultades  -también generacionales- para que una gran parte de los historiadores-hombres, y bastante historiadoras-mujeres, se reciclen ideológica y mentalmente al feminismo político y cotidiano. Sin embargo, es factible y necesario exigirles que determinados descubrimientos historiográficos de las mujeres debieran formar parte del patrimonio común, en nombre de la ciencia, en nombre de la racionalidad -ciertamente, de una nueva racionalidad-, en nombre de nuestra disciplina y de su futuro.

 

Por lo tanto, en mi opinión: la historia de las mujeres tiene que salir del gueto. Hasta ahora, en su fase primigenia, pionera, en España, la historia de las mujeres ha sido de, por y para las mujeres. Ha llegado el momento de pasar a la ofensiva, y participar más -y promover- debates generales sobre el futuro de la historia, donde las mujeres feministas intervengan de igual a igual  ayudándonos a llevar a buen puerto la transición paradigmática en curso.

 

Esta mañana se ha visto que hay buen nivel teórico para hablar de historia de las mujeres y de la historia en general. Es algo que no hemos descubierto hoy, lo hemos comprobado en otros lugares donde la historia de las mujeres se abre paso: su capacidad tanto para construir una especialidad historiográfica como para ayudar a la historia a a dónde va y a dónde queremos que vaya.

 

No estoy defendiendo que desaparezca como especialidad la historia de las mujeres, ni tampoco la historiografía feminista, es menester una fuerte base estratégica. Es imprescindible que exista la unión feminismo/historiografía, pero si lo que nos importa es la influencia de las ideas feministas en el campo general de los historiadores, hay que cambiar de chip y mantener un doble frente: la lucha feminista por un lado y la lucha por la reconstrucción del paradigma común de los historiadores del siglo XXI por el otro. Se trata de defender no sólo el interés de las mujeres sino el interés general desde el género. Sin las aportaciones feministas, la resolución de la crisis de la historia tendrá lugar igual, pero tal vez entonces el nuevo paradigma ya no sería tan nuevo...



Hay que ser osados -usando un término caro para Elena Hernández Sandoica-, en el sentido de que la historia de las mujeres ha de manifestar lo que piensa sobre el cambio de paradigmas en curso. No estoy diciendo que se ofrezca dogmáticamente como el "nuevo paradigma", a asumir por la comunidad de historiadores en su conjunto, la historia de las mujeres entendida como especialidad, como hacen otros con sus novísimas líneas de investigación. Ser osados es plantear alternativas globales con el objeto de obtener consensos. Estamos en pleno batalla y la historia de las mujeres debe salir de su especialidad -sin abandonar su base estratégica, sino todo lo contrario- proponiendo soluciones para redefinir nuestra disciplina, para reunificar objeto y sujeto en nuestra disciplina, para renovar el compromiso de los historiadores con la sociedad, para replantear la situación de la historia en el seno de la enseñanza, la investigación, la universidad, la sociedad, y, sobre todo, para resolver la crisis epistemológica de la historia.

 


 ¿Qué piensan las historiadoras feministas sobre todo esto?¿Cómo llevar el punto de vista del género al debate fin de siglo?  Desde luego buscando la alianza con los sectores historiográficos  más vanguardistas. Hay otras especialidades históricas que tienen el mismo problema: no encuentran cabida en los paradigmas compartidos del siglo XX. Por ejemplo, la historia oral. No me refiero tanto a los colegas que consideran la historia oral como una técnica auxiliar más, como a aquellos que la consideran como un enfoque renovado de la historia, lo que encuentra con el rechazo de una parte de la comunidad de historiadores (sobre todo la historia oral sin micrófono que proponemos algunos). Están en el mismo caso los que plantean otra relación historiográfica entre hombre y naturaleza: la historia ecológica. Existen potenciales aliados para una historia de las mujeres que quiera contribuir de verdad a romper con la parte más equivocada, más desfasada, de las tradiciones  historiográficas del siglo XX.

 

Para concluir, una de las posibles aportaciones feministas -además de lo más obvio y principal: la reconsideración del sujeto- al debate general sobre los paradigmas es la cuestión del poder. Nunca había oído tantas veces, como esta mañana, el término poder,  en una reunión de historiadores. Porque en el debate historiográfico entre historiadores-hombres se recurre poco al argumento del poder. En Historia a Debate (1993), pocos hablaron del poder político y casi nadie del poder académico en relación a la historia que se escribe. Para la historia de las mujeres es distinto, se desarrolla contra el poder del hombre en los medios académicos -y no académicos-, es el género masculino quien ha definido nuestra disciplina como ciencia social. Sin el concepto de poder no se entiende bien la relación de la historia de las mujeres con la historia general, y tampoco los problemas actuales de la historia

 

En fin, estos son algunos de los efectos benéficos que puede producir la irrupción de la historia de las mujeres en el debate sobre el futuro de la historia, de nuestro/vuestro futuro.  Cuando se habla de un transición de paradigmas cuyo resultado, por ahora, es incierto, nos estamos refiriendo a algo más que una cuestión teórica, afecta a nuestro/vuestro futuro profesional. Si los historiadores no logramos que la historia recobre su perfil de disciplina útil y científica, quiere decir que habrán triunfado las transformaciones en curso más nefastas, dentro de la sociedad, la política y la academia, que niegan un futuro para la historia, y para las ciencias humanas, por lo tanto es una guerra importante, sobre todo para los/las jóvenes como vosotros. Son necesarios sectores historiográficos subversivos y radicales que plantean problemas y también respuestas. Uno de esos contendientes necesarios es, sin duda, el formado por las historiadoras feministas.

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