El retorno del sujeto
social en la historiografía española*
Carlos Barros
Universidad
de Santiago de Compostela
Pretendemos
repasar sumariamente la historiografía sobre conflictos sociales, revueltas y
revoluciones, desde la eclosión de los años 70 hasta la recuperación actual del
género, tomando en cuenta dos puntos de vista:
1)
Interhistórico1. Intentando ligar la evolución
de la temática en las diferentes áreas académicas de conocimiento histórico
(especialmente: historia medieval, moderna y contemporánea), desigual -en
historia contemporánea, sin duda, se reflexiona más- pero siempre paralela,
interrelacionada, en tanto que responde a condicionamientos comunes, internos
(disciplinares) y externos (mentales, políticos, sociales).
2)
Desde la historiografía española2. Porque la historiografía
española tiene al respecto una rica tradición (algo parecido se puede decir de
Latinoamérica), desde principios de siglo XX3 hasta las últimas décadas, que
nada tiene que envidiar a la mayor parte de las historiografías extranjeras,
cuya influencia benéfica en algunos casos (escuelas Past and Present y Annales)
seguimos reivindicando, a sabiendas de que sus aportaciones renovadoras a la
historiografía de los conflictos sociales, sin estar agotadas, más bien lo
contrario, nos retrotraen con todo varias décadas atrás; y porque estamos
convencidos de que hoy es posible, además de necesario, que reflexionemos, y
que debatamos, sobre la situación de la historiografía española, directamente,
sin la habitual mediación de autores y escuelas de otros países, en todo caso
referencia imprescindible, en estos tiempos de globalización historiográfica,
que exigen, más que nunca, cuidar el perfil historiográfico propio4,
como único modo de estar presente en los actuales procesos de recomposición de
la comunidad internacional de historiadores.
Entre
los historiadores contemporaneístas se ha generalizado, en los años 80, la
denominación -importada de la sociología- "historia de los movimientos
sociales" para, trascendiendo la historia del movimiento obrero, ampliar el interés del investigador
hacia otros movimientos populares, interclasistas, religiosos, políticos, etc.
Sin embargo, esta etiqueta es difícilmente exportable al conjunto de los
periodos históricos. )Qué nos encontramos durante la mayor parte de
la historia? Grandes y pequeños
conflictos y revueltas, más que movimientos sociales con cierto grado de
organización, ideología y continuidad. Es por eso que sostenemos, para no
limitarnos al tiempo histórico más inmediato, la vieja -y para nada ambigua-
denominación común de conflictos sociales, revueltas y revoluciones5,
al objeto de poder referirnos de forma interhistóricamente homologable a esta
importante faceta del sujeto histórico-social.
La historia social ha rehabilitado, hace ya tiempo, las formas de
protesta social tachadas de "primitivas", "apolíticas" o
"espontáneas", que han dado pié, asimismo, a los más valiosos
esfuerzos de innovación historiográfica,
ingleses y franceses, en el campo de la historia social6. La tendencia actual de la
sociología ha vuelto, por lo demás, a definir los movimientos sociales en
función de las acciones colectivas y los conflictos generados, vinculándolos
con el concepto de cambio social7.
El auge
de los años 70
La
homologación de la historiografía española con las corrientes historiográficas más
avanzadas, del otro lado de los Pirineos, que tiene sus inicios a los años 50
(Vicens Vives), se consolida en los años 70 y 80 con el relevo generacional -el
ascenso de la generación del 68- en los cuadros del profesorado universitario y
supone la ruptura -la "primera ruptura"- con la historia tradicional:
política, institucional, biográfica. Una de las ramas más productivas de esta
nueva historia económico-social es la historia de los conflictos sociales. Sin
duda la más radical políticamente (y también historiográficamente al proponer
lo que después se llamara "la historia desde abajo"). La lucha por la
renovación historiográfica, la lucha por la reforma democrática de la
universidad, y la lucha contra la dictadura franquista, iban juntas en aquellos
lejanos tiempos. Una buena parte de los jóvenes -y menos jóvenes, pensemos en
Tuñón- historiadores que investigan en los años 70 la historia del movimiento
obrero, los conflictos y las revueltas, en la historia de España, estaban
próximos a los partidos de izquierdas, marxistas y comunistas, que
hegemonizaban el ambiente político en las universidades de la época. La
participación, más o menos activa -la carrera académica y la militancia
política se compatibilizaban mal, cuando esta es clandestina-, en el potente
movimiento estudiantil, antes y después de 1968, y la simpatía hacia un
emergente movimiento obrero8, coadyuvaron a introducir los
movimientos sociales históricos como objetos de tesinas y tesis de doctorado,
lo cual se veía a su vez favorecido por la influencia creciente en la academia
de las "modas"9 historiográficas del momento: Annales y marxismo.
El
redescubrimiento10 de los conflictos, las
revueltas y las revoluciones11 forma parte, entonces, de
la revolución historiográfica, española e internacional, del siglo XX. En 1944,
firma Jaume Vicens Vives el prólogo de su Historia
de los remensas en el siglo XV (tema al que ya dedicara su atención
durante la república) y, en 1954, publica El
gran sindicato remensa (1488-1508). Su inquietud por abrir espacio a
la historia contemporánea conduce a Vicens Vives12,
y a su grupo, de las revueltas medievales al movimiento obrero: en 1959, se
publica Orígenes del anarquismo en Barcelona
de Casimir Martí13, quien, en 1960, elabora,
junto con Vicens y Nadal, Los movimientos
obreros en tiempo de depresión económica (Las huelgas: 1929-1936).
Pero es, como sabemos, en los años 70, cuando fructifican y se generalizan en
toda España las nuevas formas de hacer la historia, en general, y la historia
social, en particular.
Una
obra colectiva representativa del empuje de la nueva línea de
investigación es Clases y conflictos sociales en la historia
(1977), resultado conjunto de un seminario y una semana de metodología
histórica en Oviedo, durante el curso 1974-1975, donde participan J. M.
Blázquez (h. antigua), J. Valdeón (h. medieval), G. Anes (h. moderna) y M.
Tuñón (h. contemporánea)14. Julio Mangas (h. antigua),
en el prólogo, parte de una afirmación categórica, sin duda compartida por la
mayoría de los autores: "El materialismo histórico se presenta en mi
opinión, como la única metodología que dispone de un aparato conceptual preciso
y congruente"15. El libro termina con un
apéndice, elaborado por los alumnos, sobre "Modos de producción
capitalistas", deudor de las Formaciones
económicas pre-capitalistas (publicadas por Ciencia Nueva en 1967, y
por Ayuso en 1975) de Carlos Marx16, texto prologado por
Hobsbawm, y condicionado por el marxismo estructuralista de Althusser y
Balibar, que se había convertido en referencia obligada, y entusiasta, de los
jóvenes marxistas españoles: es de Althusser -más que del propio Marx- de dónde
viene el aparato conceptual al que se refiere Mangas. La filiación
estructuralista de la obra se desprende, por otro lado, del mismo título, que
hace surgir los conflictos de la existencia objetiva de las clases
(antagónicas). En los coloquios que siguen, a las exposiciones orales, le hacen
a Valdeón una de esas preguntas que, por aquellos tiempos, tanto nos perturbaban:
"A lo largo de su exposición y en el debate, he visto que las cuestiones
de la marcha de la Historia se reducen a movimientos objetivos, independientes
de la conciencia, de estructuras, dónde, pues, situar el papel del hombre? No
se puede encerrar la historia del hombre en fórmulas matemáticas!"17.
La respuesta lapidaria, habitual por aquel entonces18,
sería espetar que "el marxismo no
es un humanismo", sin embargo, Julio Valdeón, y en general los
historiadores -a quienes por oficio y formación mal les podía sentar un traje
estructuralista negador, en puridad, del sujeto y de su historia-, matiza,
"Yo no veo esa contradicción", aunque recae finalmente -fiel a su
tiempo, de ahí su representatividad- en la determinación estructural, citando
al Marx objetivista: "La conciencia del hombre está determinada por su ser
social... >el hombre hace la
historia, pero en unas condiciones que él no ha elegido"19.
Falta sorprendentemente -quizás no tanto- el Marx que escribió, para la Liga de
los Comunistas, en 1848, que "la historia de la humanidad es la historia
de la lucha de clases", o el Marx joven de los Manuscritos: economía y filosofía (Madrid, 1968)20,
o el Marx historiador del tiempo presente de Las
luchas de clases en Francia (Madrid, 1967) y El 18 Brumario de Luis Bonaparte
(Barcelona, 1968). Más allá de la voluntad -y aun de la práctica- subjetivista
y hasta globalizadora de los nuevos historiadores de los conflictos sociales,
el medio ambiente político-intelectual impuso un enfoque económico-estructural21
que acabó por relegar una línea de investigación que, llevada hasta sus últimas
consecuencias, podría -todavía puede y debe- contribuir a la superación
(dialéctica, si se me permite) de la escisión objeto/sujeto en la historia y en
las ciencias sociales. Pero sigamos con nuestro repaso sumario.
En
historia medieval el paradigma singular es Los
conflictos sociales en el reino de Castilla en los siglos XIV y XV
(1975), de Julio Valdeón, que comienza asegurando que el conocimiento de los
conflictos sociales "es imprescindible para una correcta interpretación
del proceso histórico" y que los conflictos que interesan "son
básicamente aquellos que reflejan las contradicciones fundamentales de la
sociedad", es decir, las contradicciones antagónico-estructurales,
"el conflicto entre señores y campesinos"22,
para concluir equiparando a Castilla y León con el resto de la Europa
bajomedieval en cuanto a este fenómeno de la agudización de las tensiones
sociales, aseveración muy innovadora si tenemos en cuenta que el paradigma
establecido en aquel momento era negar el carácter feudal de la sociedad
medieval castellana. Valdeón insiste metodológicamente en que hay que ir más
allá de una mera tipología, conectando
los conflictos con el contexto, introduciendo las luchas sociales, sobre todo las luchas antiseñoriales, en las
interpretaciones históricas del final de la Edad Media castellana, ya innovadas
por el enfoque dinámico burguesía/nobleza de Viñas Mey o nobleza/monarquía de
Luis Suárez23,
planteamientos, a su vez influídos por la historia social, y que nuestro
historiador marxista de los conflictos medievales no rechaza de plano. La
novedad que aportó el trabajo de Valdeón -representativo y animador de una
notable producción historiográfica sobre las luchas del sujeto social en la
Edad Media penínsular24- trascendió al medievalismo
y a la historia25. Si bien la losa del
ambiente intelectual del momento, marxista y no marxista, se hacía notar. Julio
Valdeón saluda el clásico esquema tripartito -y severamente unidireccional-
crisis económica/desequilibrio social/guerra civil, o sea,
economía/sociedad/política que -argumenta- aplica Vicens Vives a la Cataluña
del siglo XV, como el "camino correcto" para establecer un modelo de
estudio de las tensiones sociales, a pesar de tener conciencia de algunos de
algunos de sus fallos (el descuido de "aspectos tan importantes como las
ideologías y las mentalidades colectivas", y el "determinismo"
de la economía), remitiendo a las "estructuras de base" toda comprensión
de las revueltas sociales26, que de ese modo ven
(auto)limitadas sus perspectivas historiográficas, más atentas a la búsqueda de
causas27
que de efectos históricos -sobre las estructuras sociales28-,
los cuales son manifiestamente infravalorados29, salvo -en esto se
distingue Valdeón de otros historiadores marxistas españoles- en el campo,
prácticamente inédito, de las mentalidades: "Evidentemente en ningún
caso se produjeron cambios sustanciales
en la estructura de la sociedad, a los sumo arrancaron algunas conquistas
parciales los rebeldes. Pero la consecuencia esencial de las conmociones
populares de fines de la Edad Media se registró en las mentalidades
colectivas"30. Por todo lo cual la
contextualización deseada del actor social queda en suspenso, sin que se
demuestre, al contrario, la "función motora" de la lucha de clases
que Marx defendía en algunos de sus escritos, y en su práctica política. La
tardía reacción de la historiografía marxista occidental contra el dominante
estructuralismo -agravada en España por la tardanza de las traducciones al
español31-
llegó cuando la historia de los conflictos sociales iniciaba ya su repliegue32.
En 1981 se publica, en castellano, Miseria
de la teoría de E. P. Thompson, una crítica frontal al "nuevo
idealismo marxista" de Althusser y sus epígonos locales, los sociólogos
Hindess y Hirst, que escribieron algunas perlas que insurreccionaron al
historiador británico: "La historia está condenada al empirismo por la
naturaleza de su objeto (...) El marxismo, como práctica teórica y política, no
se beneficia en nada con su asociación a la historia escrita y a la
investigación histórica. El estudio de la historia no sólo carece de valor
científico, sino también de valor práctico"33.
Se puede decir que adoptando el estructuralismo, como las restantes ciencias
humanas y sociales, los historiadores pusimos el zorro a vigilar las gallinas.
También
en 1975, Ricardo García Cárcel publica Las
germanías de Valencia. Libro -derivado de una tesis doctoral dirigida
por Joan Reglà34-
que juega el mismo papel de vanguardia historiográfica35
que el trabajo citado de Julio Valdeón36, en el campo de los
modernistas, y está por tanto sujeto a las mismas limitaciones que derivan de
los paradigmas compartidos por el marxismo y las ciencias sociales de la
segunda posguerra que se difunden en la España de los años 70. La obra de
García Cárcel es la puesta el día -hoy todavía no plenamente superada37-
de la investigación sobre la revuelta de las germanías, que tenía como
precedentes los enfoques de la historiografía tradicional, desde el
romanticismo liberal hasta el positivismo, para lo cual se sirvió del típico
paradigma estructural-funcionalista de los años 60: precondiciones
estructurales y coyunturales (subordinadas a las primeras) y pobres efectos
históricos (en su conclusión habla el autor de "la poquedad de la revuelta
agermanada"38), y entre ambos
extremos, tan desigualmente tratados, el desarrollo cronológico de los
acontecimientos y la estructura geográfica y sociológica de las germanías.
Para
la emergente historia contemporánea la referencia paradigmática es, sin lugar a
dudas, Manuel Tuñón de Lara, quien, además de su obra -no sólo empírica,
también volcada en la reflexión metodológica e historiográfica39,
como en el caso de Valdeón-, lleva a cabo año tras año, a lo largo de la década
de los años 70, una labor organizativa clave para comprender el auge en España
de la historia social de los siglos XIX y XX: los Coloquios de Pau40.
Su libro más significativo, a los efectos de esta reseña crítica de la
historiografía de los conflictos sociales, es El
movimiento obrero en la historia de España (1972), que sigue el
consabido esquema tripartito - a veces
cuatripartito, incluyendo la ideología-, es decir, la economía
(estructura y coyuntura), la sociedad (condición obrera) y la política: los
acontecimientos (huelgas y conflictos), las organizaciones y ciertos hechos
directamente políticos (elecciones y guerras); persiguiendo el contexto, en
línea con el paradigma común, más por el lado de las causalidades que por el de
los efectos, en cierta contradicción con
el título del libro, que constituyó en su momento -y todavía constituye
hoy- una referencia monumental, y renovadora, una base sólida para lo que
después será la historia del movimiento obrero en España41.
Tuñón
ha sido, también, un ejemplo -por su biografía, lo que es raro entre
académicos, y por su trayectoria profesional-
de algo que se ha ido perdiendo a lo largo de los años 8042:
el compromiso del historiador ("la vida nacional no puede concebirse sin
los obreros"43, aseguraba, en 1972,
pensando sin duda en presente y en futuro).
En sus trabajos metodológicos,
Tuñón de Lara es explícito al hablar de sus deudas: Labrousse, Braudel y el materialismo histórico. Factores
determinantes, estructuras latentes, coyunturas manifiestas -con su
funcionalismo detonante-, métodos cuantitativos y -en cierta contradicción con
lo anterior- el principio de la centralidad de la lucha de clases44:
"El estudio de los conflictos y de sus factores, a todos los niveles,
constituye hoy la parte central e indispensable de la ciencia histórica"45.
Sin que se llegue a reconocer abiertamente, como en el Manifiesto comunista, que esa
constante histórica conflictiva es -o
puede ser, no se trata de una ley de "cumplimiento obligatorio",
añadiríamos nosotros- el "motor de la historia". Es imposible ver la
incidencia de los actores sociales en la historia si éstos no se hacen mayores
y se "despegan" de las estructuras. Dificultad epistemológica que ha
convertido, a menudo, los trabajos de investigación histórico-social en simples
descripciones positivistas. )Cómo explicar el cambio social si los
conflictos sociales no afectan a las estructuras sociales? Pues de dos maneras,
y ambas marginan a la gente común, al sujeto social, mediante el cambio
tecnológico-económico (respuesta estructural) o mediante el cambio político (respuesta
tradicional). La síntesis, averiguar el interfaz histórico sujeto/objeto, es
todavía tarea del futuro (inmediato).
Con
todo, los trabajos pioneros que hemos analizado críticamente, y otros muchos
que les siguieron, o que les antecedieron, han supuesto un paso de gigante -hay
que recordarlo porque se olvida- en la evolución historiográfica española, en
cuatro sentidos: a) introducen en la universidad la historia del movimiento
obrero y de las revueltas sociales, temas que, hasta los años 70, estaban
marginados académicamente; b) contribuyen a divulgar -o rememorar- fuera de la
academia tradiciones de luchas sociales, por una vida digna y por la libertad
de las personas46, que estaban olvidadas por
sus protagonistas y herederos (la historia al servicio de la recuperación de la
memoria colectiva); c) permiten la superación crítica de los viejos enfoques
romántico-liberales que fabricaron mitos persistentes sobre dichos
acontecimientos; y d) aportan nuevas
explicaciones económico-sociales, pueda que incompletas pero científicamente
superiores a las descripciones eruditas o a las vetustas interpretaciones de
tipo conspirativo sobre "la manipulación de las masas" por parte de
líderes, organizaciones y partidos de "intereses oscuros"47.
Explicaciones económico-sociales que serán, simultáneamente, la gran aportación
por su novedad y el talón de Aquiles por su determinismo de la historiografía
social de los años 70.
La
gente común, los obreros, los campesinos, no existían para la historia que se
escribía hasta que un grupo de jóvenes y menos jóvenes historiadores
-principalmente marxistas y annalistes-,
pronto instalados académicamente, decidieron ocuparse de ellos. No es poca cosa
considerando que, mientras tanto, la sociología, la ciencia política y la
psicología trataban las revueltas como "comportamientos desviados",
obra de delincuentes sociales48, y a sus protagonistas como
masas movidas por motivaciones irracionales49. La historia se anticipó,
pues, a la sociología y a otras ciencias sociales en la recuperación del sujeto
social, antes de mayo del 68, y ahí reside el problema, porque las otras
ciencias humanas ahogaron la prematura subjetividad de la nueva historia, que
no pudo exportar su experiencia a contracorriente por diversas razones, en
primer lugar por algo que nuestra disciplina arrastra desde la primera
revolución paradigmática, el positivismo: cierta incapacidad teórica.
Resumiendo:
los propios pecados de la historiografía y la influencia de la economía, el
estructural-funcionalismo y el cientifismo, dictaron una lectura objetivista y
economicista de la práctica histórica, a partir de la II Guerra Mundial50,
que diluyó nuestros tempranos esfuerzos historiográficos en favor de una
historia con sujeto, es decir, de enfoque más global51.
El
papel tan secundario que el paradigma objetivista dominante hacía jugar al
sujeto de la historia lleva casi a su desaparición de la escena
historiográfica. El mismo Hobsbawm, en su conocido artículo, "De la
historia social a la historia de la sociedad" (1971), nostálgico de una
historia total que no llega52, mantiene la idea de un
fuerte "vínculo entre historia social e historia de la protesta
social", que "sigue constituyendo un laboratorio perfecto para el
historiador", pero toma nota ya del "predominio de lo económico sobre
lo social" a causa de la influencia del marxismo y de la "escuela
histórica alemana", "de la absoluta superioridad de la economía sobre
las otras ciencias sociales", y del "consenso tácito de los historiadores"
de partir del estudio de la estructura económica y social "hacia afuera y
hacia arriba", asegurando que "soy la última persona que desearía
desanimar a los interesados en estos temas [las revoluciones], no en vano he
dedicado buena parte de mi tiempo profesional a ellos. Sin embargo...", y
aconsejando finalmente que se inserten las revoluciones en periodos temporales
más amplios, persiguiendo "la comprensión de la estructura"53. Lo cual no está mal si no no fuese porque,
acusando el impacto objetivista sin luchar frontalmente contra él (como hará
Thompson más tarde), se favorece, cualquiera que sea la intención del autor54, el relegamiento de la acción colectiva en la
historia, el academicismo y la hostilidad a la teoría55.
Cuál
es el problema? Que el estructural-funcionalismo fue pensado para integrar
productivamente el conflicto social en la estructura y evitar, en lo inmediato,
la posibilidad de un cambio social radical56. Su hegemonía en las
ciencias sociales de la posguerra potenció la difusión del Marx maduro del
prólogo a la Crítica de la economía política
(1859), que veía la revolución social como resultado de las
contradicciones (objetivas) entre
fuerzas productivas y relaciones de producción, en detrimento del Marx joven
del Manifiesto comunista (1848)
que veía la historia de la humanidad como resultado de la lucha de clases, con
lo cual no sólo el marxismo quedó desnaturalizado, handicapé, sino que
el conjunto de los historiadores sociales se encontraron, casi sin percatarse,
por causa de los "consensos tácitos" propios de la academia, que tan
bien explicó Kuhn y que refleja el citado artículo de Hobsbawm, sin temas tan
sustantivos de investigación como los conflictos, las revueltas y las
revoluciones. Pero la historia no puede prescindir del sujeto sin suicidarse
como disciplina, por algo regresó con tanta fuerza -tentando ocupar el sitio
que dejó libre el actor social- el sujeto tradicional: individual, político,
narrativo.
El giro
de 1982
En
1982, dos jóvenes historiadores sociales, José Álvarez Junco y Manuel Pérez
Ledesma, publican un artículo, "Historia del movimiento obrero. Una
segunda ruptura?"57, que por su osadía y
ambición58,
representatividad59 y consecuencias, merece
figurar destacadamente en los anales de la reflexión historiografía autóctona60.
Los
autores dicen no renunciar a "la centralidad de las luchas obreras",
afirman que "se puede seguir haciendo historia del movimiento obrero, pero
con nuevas orientaciones", que "nadie puede ignorar su decisiva importancia en los últimos ciento
cincuenta años de historia europea. No hicieron la revolución que soñaban, pero
forzaron una serie de cambios que han marcado profundamente las
sociedades", cambios que "se ven curiosamente minimizados por la
historia del movimiento obrero clásica que, de esta forma, tira piedras contra
su propio tejado"61. Pero dicha centralidad, se
quiera o no, resulta menguada al negársele, a la historia del movimiento
obrero, el "estatuto epistemológico privilegiado" de que
disfrutaba y al sustituirla por la "historia de los movimientos
sociales"62.
Las
críticas que se hacen a la historia del movimiento obrero de los años 70 son de
tres tipos: a) una historia militante, semi-clandestina63,
teleológica, obrerista, beaturrrona64 y autocomplaciente, puro
"realismo social"; b) una historia simplificadora, determinada por la
economía, basada en esquemas preconcebidos que excluyen las hipótesis previas,
dominada por el marxismo vulgar65; c) una historia
tradicional, centrada en el estudio de las ideologías, las instituciones
-sindicatos y partidos obreros- y los individuos -dirigentes obreros-66.
El exceso de la crítica y su unilateralidad67 es tan obvio como probablemente
necesario: no se hace una tortilla sin romper algunos huevos.
Las propuestas de los dos autores son,
consecuentemente: despolitizar la historia social española, hacerla más
académica, liberarla de apriorismos ideológicos, renovarla temática (estudiar a
los trabajadores y sus condiciones de vida y de trabajo, otros movimientos
sociales y políticos, la patronal, partidos no obreros, la relación de las
clases con el Estado) y metodológicamente (aprendiendo de la sociología y otras
ciencias sociales, y de la historiografía inglesa68
y francesa -historia de las mentalidades69-), en suma, "salir del
marco, a veces asfixiante, en que se han movido hasta ahora los estudios de
historia del movimiento obrero"70.
Como programa renovador lo dicho sigue vigente:
quedan no pocas cosas que innovar en la historia los movimientos sociales en España, sobre
todo ahora que retornan historiográficamente los conflictos sociales, pero
también mucho que superar del planteamiento hipercrítico, iconoclasta, de
1982.
Lo primero es apoyar si cabe más
decididamente el resurgir de la historia de conflictos y revueltas, que los
excesos renovadores de los años 80 han contribuido a marginar, pese a la mejor
intención de sus promotores: como historiadores sabemos que los resultados
históricos, y también los historiográficos, son, en buena medida,
involuntarios, entran en juego otros factores, internos y externos, además de
nuestra "elección racional".
Lo
segundo es hacer justicia historiográfica -el reconocimiento personal ya la han
hecho los propios autores en el artículo de marras71-
a Tuñón de Lara después de la inevitable "muerte del padre" ejecutada
por nuestros críticos. No parece que sea de recibo aplicar a Tuñón de Lara el
retrato dogmático, teleológico y tradicional, salvo los condicionamientos y las
limitaciones historiográficos e
ideológicos de la época, tanto más si no se deja claro su papel esencial en la
"primera ruptura"72. La temática de huelgas y conflictos, de ideologías
sindicales y políticas, de sindicatos, partidos y líderes obreros, sabemos hoy sobradamente que no decide por si
misma si una historia es vieja o nueva, es la innovación de los enfoques -amén
de la calidad de los resultados- lo que más vale73.
Además, acaso no escribía el propio Tuñón, autocríticamente, en 1973, que
"el enfoque episódico de la historia laboral (es decir, un contenido
relativamente nuevo y preciso, pero con métodos antiguos), en el que todos
hemos incurrido en mayor o menor escala, parece que está en trance definitivo
de superar"74. No ha sido así, pero las
culpas sería injusto cargárselas todas a Tuñón -como tampoco los efectos
últimos de la renovación a los citados autores-, que tenía clara -no era otra
su experiencia- la necesidad de abrirse a nuevos métodos y temas para tratar la
historia del movimiento obrero, como reconocen -y citan- sus propios críticos
para afianzar sus planteamientos75, y, en concreto, a la
historia de las mentalidades sociales76. Cierto que si dejásemos de
lado la historia del movimiento obrero77, la cuestión cambia,
entonces, la obra de Tuñón de Lara -y la de los propios autores del artículo-,
nos sería menos útil.
Lo
tercero es criticar que los defensores de la "segunda ruptura" se hayan
concentrado justamente en la renovación temática y metodológica, y hayan dejado
el paradigma subyacente incólume. Porque la debilidad de la historia social de
los años 70 está principalmente en el paradigma economicista, estructuralista y
objetivista que la informó, la contradijo y la refrenó. Cuestionan los autores
el reduccionismo económico, pero nada
dicen del corsé estructural y objetivista78, lo cual concuerda con la
conclusión final de nuestra crítica (de la crítica): se quiera o no se echó el niño
por el agujero de la bañera junto con el agua sucia. A pesar de la centralidad
formalmente proclamada de las luchas sociales, la ampliación temática y la
emergencia social e ideológica de lo que -años después- Ignacio Ramonet llamó
pensamiento único, relegaron, en la década de los 80, la investigación
académica de los movimientos obreros, conflictos, revueltas y revoluciones79.
Esta tendencia objetiva del contexto socio-político, esto es, la ola
neoconservadora liderada por M. Thatcher y R. Reagan, ha sido factor decisivo
en el retroceso del sujeto social de la realidad y de las investigaciones
históricas. Ahora bien, faltó esa función crítica del historiador insistiendo
más en aquellos temas que, siendo pertinentes científicamente, podían resultar
desfavorecidos por la coyuntura político-ideológica.
La
necesidad de renovación temática y metodológica manifestada en el artículo de Revista de Occidente era compartida, a principios de los años 80, por una gran
parte de los historiadores sociales80. En el n1 2/3
(1982) de la revista Debats se
publica una mesa redonda sobre "Movimientos sociales", aprovechando
el primer encuentro de historiadores sociales en Valencia, en 1981, con la
participación de J.J. Castillo, J. Termes, P. Gabriel, J. Álvarez Junco, S.
Castillo, S. Juliá, C. Forcadell, M. Pérez Ledesma, J. A. Piqueras, A. Bosch,
J. Paniagua, M. Cerdá y S. Forner. Las conclusiones son parecidas a las del
trabajo anterior, se añaden líneas renovadoras como la historia oral y la historia de las mujeres
-aún hoy poco desarrolladas-, y se
matiza bastante el llamamiento a la ruptura del artículo de Álvarez Junco y
Pérez Ledesma en el sentido que venimos de anotar. Carlos Forcadell prefiere
hablar de "segunda recepción" de la historiográfia europea del
movimiento obrero, considerando que -en comparación con Europa- la historia del
movimiento obrero español era todavía débil: "incluso remitiéndonos al
plano institucional, al estudio de los partidos, de los grupos
dirigentes". Santos Juliá a
continuación insiste: "como ejemplo de que aquí no se ha hecho historia
institucional, recordemos que no tenemos una historia del Partido Comunista
como la que los italiano tienen [y seguimos sin tenerla]. Me da la impresión de
que estamos apurando una historia que no hemos hecho"81.
Se
hacen en esta reunión otras proposiciones interesantes: la edición de una
revista82,
la elaboración de modelos propios de investigación83,
la necesidad de una sociología del historiador "analizando la clase social
de la que procede, la ideología en que se ha formado, y, lo que sería más
complicado, a quién ha servido esta historia"84,
argumenta Álvarez Junco, el cual, más adelante, reconoce sincera y
proféticamente que "nosotros, urbanos, clase media intelectual, que queremos
el poder y estamos rivalizando con otros que lo tienen en este momento"85.
Santiago
Castillo se queja en Valencia de que la mayoría de los que están allí
"tienen que trabajar en una cosa que no tiene nada que ver con la
investigación histórica, dedicando su tiempo libre a este tipo de estudios.
Además dedicando parte de los pocos ingresos estables a fichas, folios,
fotocopias..."86. Bueno, haber investigado y
renovado la historia en esas condiciones es todo un ejemplo para las nuevas
generaciones, que desde luego lo tienen más difícil87.
Así y todo, la mayoría de los participantes en la reunión de Debats eran, todavía, profesores adjuntos
de universidad88.
Añadimos "todavía" porque, en aquel momento, buena parte de los
nuevos historiadores de la economía y la sociedad, en las áreas de conocimiento
histórico más tradicionales, y de la misma generación, habían logrado ya la
"consolidación funcionarial"89, algunos incluso la
cátedra. La verdad es que ser contemporaneísta y marxista no facilitaba las
cosas, de entrada, en la universidad española de los años 7090.
El viraje dado, en este aspecto, en la década de los años 80, gracias a la
renovación historiográfica y a la transición, al acceso al poder del PSOE y a
la consolidación de la democracia, dentro y fuera de la universidad, fue tan
espectacular que ahora estamos obligados a rectificar: llevando el péndulo a
una posición más centrada91 y ayudando en el relevo
generacional.
La
coyuntura política es, en efecto, vital para comprender el giro historiográfico
y académico focalizado en el año 1982. No es casual que la primera gran
victoria electoral por mayoría absoluta del PSOE, que tres años antes
abandonara el marxismo92, tenga lugar este mismo año
de 1982. No se trata tanto de una influencia directa, pues el cambio
historiográfico que estamos analizando es anterior al cambio electoral
favorable a la izquierda, como del hecho de que ambos acontecimientos, de
características manifiestamente distintas, comparten una misma coyuntura
intelectual y mental. La historia es hija de su tiempo, y sufre, como todas las
ciencias humanas y sociales, los cambios "climatológicos",
especialmente en un terreno tan sensible como la historia del movimiento obrero
y de los conflictos sociales, que fue, en un principio, "una forma de militancia
antifranquista" 93.
En
1982 se consolida, por lo tanto, el cambio de hegemonía en el campo
político-social, y también cultural, de las izquierdas, del PCE al PSOE94,
de las luchas sociales de los años 70 a las luchas electorales de los años 80.
Antes ya se había producido la frustración (pactos oposición
antifranquista/reformistas franquistas) de los impulsos revolucionarios nacidos
en la universidad de los años 60 y 70, y la casi desaparición de una serie de
partidos (PTE, ORT, MCE, LCR...) que tuvieron gran influencia entre los
estudiantes universitarios y cultivaban un marxismo clásico con buenas dosis de
esquematismo y dogmatismo, paradójicamente tanto estructuralista como voluntarista95. El fin de la transición conlleva la
desaparición paulatina de la escena política de unos movimientos sociales -el
movimiento obrero se institucionaliza, el movimiento estudiantil se eclipsa-,
que cuando reaparecen, fugazmente, será para confrontarse justamente con la
política laboral, económica y educativa de los gobiernos socialistas. Todas
estas "frustraciones", lo que se llamó "el desencanto", la
necesidad para algunos de "volver a empezar" profesionalmente, la
"reconversión" ideológica de casi todos, acabó en los años 80 con el
compromiso político del intelectual (el canto del cisne fue, sin lugar a dudas,
el referendum sobre la OTAN de 1986) y coadyuvó a desideologizar las líneas de
investigación académica más cercanas al marxismo proponiendo estas
"segundas rupturas"96. Paradójicamente la
moderación política e ideológica no acabó con el "frentepopulismo",
anacrónico en el contexto político y universitario posterior a la transición,
pero continuamente alimentado por las luchas de bandos por el poder académico y electoral,
tendencialmente bipartidistas ("rojos" y "azules", y últimamente "nacionalistas" y
"antinacionalistas").
En
el contexto del regreso en los años 90 del interés por la historia de los
conflictos sociales, fue retomado con fuerza el giro historiográfico de 1982 en
diversas ocasiones97, y reevaluado, por sus
promotores -y por otros colegas más jóvenes- replanteando98
u "olvidando"99 argumentos, continuando y
reconstruyendo el discurso renovador, y/o reaccionado contra él, tratando, en
resumidas cuentas, de orientarse en esta década y media caracterizada
historiográficamente por la honda crisis del paradigma común de la posguerra
-donde hay que insertar nuestro debate sobre la historia del movimiento
obrero-, por la fragmentación galopante de objetos y enfoques, por el
crecimiento desordenado de nuestra disciplina, por el retorno de los géneros
tradicionales, por la emergencia de candidatos a nuevos paradigmas...
El
balance del movimiento renovador de los años 80 es considerado negativamente
por la mayoría de los autores que han vuelto sobre ello, entre 1990 y 1995.
Ángeles Barrio habla de escasa fecundidad; Carlos Gil, citando a la anterior,
entre otros, de que "los frutos de la ruptura no parecen haber alcanzado
la altura de las expectativas creadas"100; Pere Gabriel reconoce que
"pasada ya más de una decena de años, no puede decirse que ese empujón del
péndulo hacia el otro lado haya producido resultados mejores"101,
que "no hemos hecho gran cosa", y condena el "cliché
reduccionista" con que se enjuició la historia social 1959-1982102;
Carlos Forcadell, que ya había hecho notar sus matices críticos en Valencia,
insiste: "está muy extendida la sensación de que los frutos de los
manifiestos metodológicos del 82, aun existiendo, van por detrás de las
exigencias que planteaban"103; José Antonio Piqueras se
interroga sobre cómo se hace la historia social en España y arremete en su
respuesta contra "la entronización del empirismo y la desteorización de la
práctica histórica"104; José Álvarez Junco, en el
I Congreso Internacional Historia a Debate, es el más claro y autocrítico,
acepta el (relativo) fracaso del movimiento renovador105
y pone el dedo en la llaga: "la rutina o la carencia de modelo alternativo
con similar capacidad de explicación global hace del tratamiento
historiográfico de los movimientos sociales en España siga proclamando su
fidelidad a ese modelo [el paradigma heredado]"106.
Hay
mucho de verdad en esta crítica-autocrítica de uno de los firmantes del
artículo de Revista de Occidente,
los viejos paradigmas -y la nueva historia que llegó a España en los años 60 y
70 es ahora ya, la vida no perdona, un viejo paradigma- siguen vigentes
mientras la comunidad de historiadores no los sustituye plenamente mediante el
consenso. Pero se sigue, en nuestra opinión, planteando mal el problema. Si los
historiadores sociales no aceptaron, hasta hoy, reemplazar netamente la
historia del movimiento obrero por la historia de los movimientos sociales, si
no se supo elaborar un paradigma alternativo global, es, en nuestra opinión y
resumiendo, porque se cometieron algunos "errores": a) favorecer,
voluntaria y/o involuntariamente, el abandono de una historia de la historia
del movimiento obrero107, imprescindible para una
historia de los movimientos sociales que se precie, que, al ser negado en la
práctica el primer impulso renovador de Tuñón de Lara y los Coloquios de Pau,
tiende a volver por sus fueros verdaderamente tradicionales; b) dejar fuera de
la crítica la distorsión estructuralista, objetivista y cientifista, del
paradigma común de los historiadores del siglo XX, neutralizando así los
esfuerzos propugnados para vencer al economicismo, para innovar temática y
metodológicamente, para conservar el interés por los actores sociales; c)
desconectar el debate sobre historia del movimiento obrero y de los movimientos
sociales del debate historiográfico general -en cambio que se atiende mejor el
debate de la sociología-, más allá de
los historiadores contemporaneístas, toda vez que no pocos de los problemas
suscitados sólo pueden tener solución si se sale del estrecho marco de los
historiadores sociales de los siglos XIX y XX; d) olvidar la historia global,
error compartido con casi toda la historiografía occidental de las últimas
décadas, y de alguna forma justificado por el estrepitoso fracaso de la
historia "total", concretamente de la lectura estructuralista y
determinista que se hizo de este concepto historiográfico fundamental; e) haber
considerado críticamente el contexto político que ha informado la "primera
ruptura" (una historia repensada por la generación del 68 "de forma
apresurada, semi-clandestina y con una utilidad en gran medida política"108),
y no haber hecho lo mismo con las condiciones políticas, ideológicas y de
mentalidad que coadyuvaron y alimentaron el giro del 82109,
y su posterior incidencia en la historia social de los años 80, sin lo cual no
se comprende su relativo fracaso110. En fin, entrecomillábamos
antes la palabra "errores" porque, hacia 1982, año de grandes
ilusiones renovadoras, esto es, después del golpe del 23-F (1981) y de la toma
de Valencia por parte de Miláns del Bosch, no era fácil preveer el apogeo de la
posmodernidad historiográfica111
o la vuelta de la historia tradicional, la caída del muro de Berlín o la
negativa evolución política nacional112; y porque, en todo caso,
es así, aprendiendo del pasado, como podemos elaborar propuestas más atinadas
para el futuro (inmediato).
El
retorno de los años 90
Aunque
en los años 80 el interés de la historia en general, y de la historia social en
particular, por los conflictos, las revueltas
y los movimientos sociales, disminuyó notablemente, ello no quiere decir
que no se continuasen publicando obras de investigación, algunas muy
interesantes, en historia medieval113, moderna114
y historia contemporánea115, como estela del empuje
anterior y/o por la decisión de algunos historiadores que, más allá de la
"moda"116, siguieron -seguimos-
considerando de sumo interés historiográfico el estudio de la parte más
dinámica de la histórica. Predominan los artículos117
sobre los libros -frutos acostumbrados de tesis de licenciatura y doctorado que
escasean sobre estos temas en los años 80- y, en general, los trabajos de
historia local, en consonancia con la creciente marginación del ámbito español118,
y de la historia de España119. en las investigaciones
académicas.
El
punto de inflexión tendrá lugar entre finales de los años 80 y principios de
los años 90, y los primeros artífices -y a la vez síntomas- de este nuevo auge de la historia de los conflictos
sociales -y del movimiento obrero- serán, principalmente, una serie de congresos,
jornadas y seminarios, que tienden a adoptar un carácter interhistórico al
participar historiadores de diferentes áreas de conocimiento histórico. Los
congresos son ciertamente las actividades académicas que, por su inmediatez y
carácter colectivo, mejor reflejan las coyunturas historiográficas.
Los
tomos VII y VIII del I Congreso de
Historia de Castilla-La Mancha (Toledo, 1988) están dedicados Conflictos sociales y evolución económica en la Edad
Moderna, aunque el contenido no se corresponde bien con el título,
problema que tendrán otros organizadores de congresos ante la falta de hábito de los historiadores de
tratar, durante los años 80, dicha temática conflictiva.
En
1989 se realiza, en el marco de los
cursos de verano de El Escorial, el seminario Revoluciones
y alzamientos en la España de Felipe II (Valladolid, 1992), donde,
de nuevo, no todas las contribuciones responden al título, lo que ya no
sucederá con las reuniones de historiadores que vienen a continuación, sobre
todo con las comunicaciones libres a los congresos. Conmemorando el
bicentenario de la revolución francesa,
se inauguran, este mismo año de 1989, la serie de Jornadas de Estudios
Históricos, organizadas anualmente por el Departamento de Historia Medieval,
Moderna y Contemporánea de Salamanca, con un ciclo de conferencias sobre Revueltas y revoluciones en la historia
(Salamanca, 1990). Con todo, el primer gran congreso en que se manifiesta
abiertamente la vuelta de los conflictos es el organizado por al Institución "Fernando el
Católico" en Zaragoza, asimismo en 1989, sobre Señorío y feudalismo en la Península Ibérica (Zaragoza,
1993).
En
1990, son cuatro las reuniones académicas sobre revueltas y conflictividad
social: un curso de verano de la Universidad Complutense en El Escorial sobre Resistencias hispánicas al imperio: comuneros,
agermanados y erasmistas; un seminario de la UIMP en Cuenca sobre Asociacionismo y conflicto agrario en España (ss. XVIII-XIX-XX);
y el I Congreso de la Asociación de Historia Social, también en Zaragoza, sobre
La historia social en España: actualidad y
perspectivas (Madrid, 1991), con contribuciones mayormente de
historiadores contemporaneístas120 . Habría que añadir, este
mismo año, dentro de los "Grandes Temas" del 17 Congreso
Internacional de Ciencias Históricas celebrado en Madrid, las comunicaciones de
Gonzalo Bueno, Julián Casanova y Julio Aróstegui sobre Revoluciones y reformas: su influencia sobre la
historia de la sociedad.
En
1993, Ignacio Olábarri y Valentín Vázquez de Prada organizan, en Pamplona, las V
Conversaciones Internacionales de Historia, Para
comprender el cambio social. Enfoques teóricos y perspectivas historiográficas
(Pamplona, 1997), con la intención explícita, dicen en el prólogo, de
"resucitar una de las grandes preguntas de la historiografía de mediados
de siglo -la explicación del cambio social-, sabiendo que no disponemos de ismo
alguno que ofrezca una respuesta a la cuestión", a fin de poder hacer
frente al posmodernismo extremo volviendo "a las metodologías
socio-científicas de probada fecundidad en nuestro siglo".
En
1995 se llevaron a cabo dos congresos y un seminario importantes: el VII
Congreso de Historia Agraria en Baeza, organizado por el Seminario de Historia
Agraria, sobre la conflictividad rural en la Edad Media, Moderna y Contemporánea
(publicado en Noticiario de Historia
Agraria, n1 12 y
13, 1996 y 1997); el II Congreso de la Asociación de Historia Social, en
Córdoba, sobre El trabajo a través de la
historia (Madrid, 1996), con una parte importante de las
comunicaciones dedicada a la historia del movimiento obrero y la conflictividad
social121;
y el seminario de la UIMP de Valencia sobre Conflictividad
y represión en la sociedad moderna, publicado en el el n1 22
(1996) de la revista Estudis. Revista de
historia moderna, fruto de un proyecto de investigación (1992-1995)
sobre La dimensión conflictiva de la
sociedad valenciana moderna.
Por
último, en 1997, donde ahora estamos, en Vitoria, el III Congreso de nuestra
Asociación de Historia Social, sobre Estado,
protesta y movimientos sociales, que nos ha obligado a reflexionar
sobre los precedentes, la situación actual y las perspectivas de nuestro campo
de investigación que, para bastantes colegas, pertenecía a una historiografía, la de los años 60 y 70,
que jamás volverá, lo cual en rigor es cierto, y además ni siquiera es
deseable, cuestión aparte es que sus objetos de investigación siguen ahí, son
incluso imprescindibles para que la historia deje atrás la presente crisis
paradigmática y entre con fuerza en el nuevo milenio.
En
cuanto a revistas, la palma se la lleva, naturalmente, Historia Social de Valencia que, así y
todo, ha dedicado cinco dossiers a la historia del movimiento obrero, los
conflictos y las revueltas sociales: n 1, 1988, "Anarquismo y sindicalismo";
n 5, 1989, "Huelgas"; n 15, 1993, "Estado y acción
colectiva"; n 17, 1994, "Conflictividad obrera y conducta
social"; n 20 y 22, 1994 y 1995, "Debates de historia social de
España" (con artículos sobre conflictos y revueltas, revolución y
"lucha de clases" de R. García Cárcel, M. Chust, J. Casanova y P.
Gabriel)122. Resulta paradójico que los dos historiadores
sociales, Santos Juliá y Carlos Forcadell, que, en el encuentro valenciano de
1981, fueron más reticentes a la "segunda ruptura", defendiendo
"que estamos apurando una historia que no hemos hecho", esto es, del
movimiento obrero, los partidos obreros, sus grupos dirigentes123,
infravaloren ahora como "historia social clásica", sin entrar para
nada a analizar si sus enfoques son tradicionales o renovados, los notables
dossiers de Historia Social sobre
movimientos, conflictos y revueltas sociales124. Para nosotros, porfiamos,
no son los objetos -los necesitamos todos- quienes definen la validez de una
investigación histórica, sino sus métodos y sus resultados125.
Internacionalmente está ya agotada la vía de renovar la historia cambiando o
ampliando solamente la temática, descubriendo nuevos objetos, ahora toca
innovar de la manera más difícil y también más decisiva: mediante el método, la
historiografía y la teoría. Nos vamos a encontrar con temas viejos tratados de
manera nueva o con temas nuevos tratados de forma vieja: qué cada barco se
agarre a su vela.
Otras
revistas se han preocupado por descontado, últimamente, por el sujeto social y
su historia. Los n 3 y 4, ambos del año
1990, de Historia Contemporánea
(revista dirigida por Tuñón de Lara), que tratan monográfica y respectivamente
de Movilización obrera entre dos siglos,
1890-1910 y Cambios sociales y
modernización. El n 4 de Ayer, de 1991, dedicado a La huelga general por considerarlo
"un tema de actualidad. Su proclamación en la Federación Rusa, en agosto
de 1991; en Italia, Gaza-Cisjordania y Asturias en octubre o en la República de
Sudáfrica en noviembre, son ejemplos contemporáneos". Los n 56 (1991) y 69
( 1994) de Zona Abierta,
consagrados, respectivamente, a Fluctuaciones
económicas y ciclos de conflicto y a Movimientos sociales, acción e identidad; la introducción al
n 69, subtitulada "algunas viejas razones", se enfrenta a los que
"se unen para certificar la muerte de los movimientos sociales" y se
posiciona por un "concepto de movimiento social sin adjetivos" de
"nuevo" o "viejo" que hay que redefinir. Están, además, los
n 12 (1996) y 13 (1997) de Noticiario de
Historia Agraria, y el n 22 (1996) de Estudis, donde se han publicado las actas de congresos y
seminarios de los que ya hemos hablado.
En
cuanto a libros tenemos algunas novedades "fin de siglo" que avalan
el nuevo impulso que está recibiendo la historia de conflictos y revueltas126,
de manos sobre todo de la nueva generación127, si bien pensamos que -si
nuestros datos y hipótesis son atinados- habrá en el futuro avances mayores
porque los "despoblados" son numerosos y extensos, pensemos sino en
las grandes revueltas, no es acaso cierto que están por hacer investigaciones
monográficas que apliquen las nuevas metodologías al estudio de revueltas tan
importantes como los remensas, las germanías, las comunidades, o las insurrecciones campesinas, obreras y
populares contemporáneas...? Tal ha sido mi experiencia personal: he intentado
reenfocar, en diversas obras128, entrelazando los tiempos,
desde el ángulo de la historia de las mentalidades, la historia oral y la
historia de la criminalidad, la revuelta irmandiña (1467-1469), sus
precedentes, su estallido y su impacto en la memoria colectiva (1467-1674).
Cuando,
a mediados de los años 80, decidí eligir como el centro de mi proyecto de
investigación una revuelta social129, dando rienda suelta a mis
"inquietudes innovadoras" sin renunciar a un tema
"clásico", pero decisivo para una comprensión explicativa y global de
la historia, tenía dos temores (que no me disuadieron de seguir adelante,
obviamente130),
quedarme sólo en tierra de nadie al ubicarme en el cruce de varias
especialidades, y ser "el último de
Filipinas" en hacer un tesis doctoral sobre una revuelta medieval, pero
también una esperanza y una apuesta: contribuir al resurgir historiográfico, e
histórico, del sujeto social. Prueba de que no me invento la incomodidad pasada
es lo que Fernández de Pinedo escribe -en 1992-, en el prólogo a la tesis del Joseba de la
Torre -leída en 1989 y dirigida por Fontana-, sobre la lucha antifeudal en
Navarra: "da la impresión que escribir sobre luchas o conflictos sociales
no resulta de buen gusto"131. En fin, que vale decir
aquí lo de que "los últimos serán los primeros", es por eso que,
cuando me disponía a redactar esta ponencia,
al ordenar mis fichas y hacer mis últimas lecturas, acordé cambiar el
título de mi contribución a este congreso de la reivindicación
("Conflictos, revueltas, revoluciones. Por una historia con sujeto")
a la constatación ("El retorno del sujeto social...").
)Por qué está renaciendo de sus cenizas, en España, la historia de los conflictos y
revueltas sociales132? Se nos ocurren varias
razones de tipo historiográfico: a) el buen momento de la historiografía
española de los 90133 tanto en productividad y
crecimiento, pese a los problemas de inserción laboral de los jóvenes
historiadores, como en espíritu renovador134 y esfuerzo reflexivo135;
b) vivimos un época historiográfica de balance y búsqueda de alternativas,
hacia atrás y hacia adelante, donde todo se renueva y retorna, de manera que
tenemos "de todo" encima de la mesa, también los conflictos, las
revueltas y las revoluciones, que fueron -y son- acontecimientos históricos y
dan pie a formas de escribir la historia muy importantes, junto con la
biografía, la historia política y la
narración, protagonistas hasta ahora de los retornos historiográficos; c) el
relativo fracaso del inacabado giro del 82, que se difundió casi como una
historia social sin sujeto, sin conflictos136; d) la influencia de la
nueva sociología de la acción colectiva, de la acción racional, de los actores
sociales, que redescubre el sujeto, bastante después de la historia, y nos lo
devuelve por la ventana una década después de haberlo querido echar por la
puerta...
Luego
están los contextos, nacional e internacional, de los que no podemos
prescindir, para entender la recuperación de la vieja tradición historiográfica
española de conflictos, revueltas y revoluciones, a las puertas del siglo XXI.
En
el plano nacional el factor más poderoso, en nuestra opinión, es la
consolidación de la democracia bajo los gobiernos socialistas y, en
consecuencia, la normalización137 del conflicto y la huelga,
incluida la huelga general, que pierden así el significado
"subversivo" que tenían antes, con Franco, y aún durante la transición,
lo cual facilita el regreso al mundo académico, y que se revaloricen los hechos
sociales como temas de estudio por parte de las organizaciones sindicales de
clase y las instituciones locales, que en ese intervalo de tiempo, han
constituido fundaciones, centros de estudio e investigación, para recuperar su
memoria histórica y legitimar sus respectivas identidades.
En
el plano internacional hay que reconocer la espectacularidad de la acción
colectiva en la historia en la última década del siglo XX. Consideraremos
cuatro momentos: 1) 1989-1991, revoluciones democráticas en el Este de
Europa con un protagonismo decisivo de la multitud, empezando por los
trabajadores industriales (Polonia), que utiliza todos los medios clásicos para
derrocar el llamado socialismo real: manifestaciones, huelgas generales,
insurrecciones armadas (Rumania); 2) 1994-, revuelta campesina de
Chiapas, en el mismo momento de la entrada de México en el Tratado de Libre
Comercio con EE. UU.. y Canadá, que
suscita una gran ola de simpatía dentro -y fuera- de México, provocando la
vuelta al compromiso político no-partidario de una parte notable de académicos
e historiadores138 (al igual que pasara antes
en el Este de Europa); 3) 1995-1997, movimientos sociales (grandes huelgas y manifestaciones) en Francia de un envergadura desconocida,
desde los años 60-70, primero contra la política neoliberal de Chirac y Jupe, y después, más a la ofensiva, en favor de los
innmigrantes -y contra la montée
de Le Pen- que arrastraron al compromiso
político-social a un sector influyente de los intelectuales, dirigidos por los
cineastas, escritores y artistas139, y que determinó la
sorpresiva victoria de la izquierda el 1 de junio de 1997, y que se empiece a
hablar de Europa social en las reuniones de la UE; 4) marzo de 1997,
insurrección popular en Albania, que añade a su "clasicismo",
radicalidad y espontaneidad140, al igual que el caso
francés, y salvando las distancias, el haber conseguido sus objetivos más
políticos141,
derrocar a Berisha y colocar en el poder -eso sí, por medio de los votos- a la
oposición de izquierdas dirigida por los ex-comunistas, con lo que se ratifica
cierto cambio de signo político de las intervenciones "de masas"
-callejeras y electorales- en el Este de Europa.
El
nuevo e inesperado papel de las revueltas sociales en la vida democrática142,
tal como se está manifestando en países tan distintos de Europa, como Francia y
Albania, después del "fin de la historia" y del "pensamiento
único", y, en general, el "regreso de la cuestión social"143,
plantea a la historia como disciplina, y al conjunto de las ciencias sociales,
el desafío de tratar de comprender -históricamente- el mundo que viene. Para
salir airosos es menester retomar y
reformular la función científica y la sensibilidad social de la historia:
volviendo a analizar el pasado para
construir un futuro mejor; situando, antes que nada, en su contexto histórico,
el incuestionable regreso de los conflictos, las revueltas y las revoluciones
en el umbral del siglo XXI; asumiendo, en resumen, el cambio en el concepto del
tiempo histórico que se deriva de estos acelerados acontecimientos fin de
siglo, cuando lo que parecía el pasado resulta que es el futuro. Así pasa con
los conflictos y las revueltas, desde el punto de vista de la escritura de la
historia, vuelve el interés por estos temas al tiempo que adquieren una
renovada actualidad. Si bien el caso de España es particular, salvo la huelga
general del 14-D de 1988 y algunas movilizaciones de los estudiantes de
secundaria, para nada estamos viviendo, como en Francia, un remozado
protagonismo socio-político de lo que cuando éramos jóvenes llamábamos
"las masas", a sabiendas de la tradición de lucha social que existe
en nuestro país. Sin embargo, el retorno historiográfico de los conflictos es
más notorio en España que en Francia144. Pueda que estemos ante
una manifestación más de las diferencias
de ritmo entre lo historiográfico y lo político-social; no obstante, si hay una
historia hija de su tiempo esa es la historia de los movimientos sociales: o la
aldea global hace que pierdan definitivamente peso las coyunturas nacionales, o
nos estamos anticipando al porvenir nacional145...
La
falta de tiempo y espacio -la ponencia rebasa ya, en folios escritos, el número
habitualmente permitido- no nos va a permitir examinar, en esta ocasión,
crítica y autocríticamente, las recientes investigaciones españolas sobre
luchas sociales, ni conectar con más detalle este retorno de la historia
de los conflictos con el debate historiográfico general, en pleno cambio de
siglo y de paradigmas. Quiero dejar constancia, en todo caso, de la importancia
de hacerlo. La dinámica de la historiografía de movimientos y conflictos
sociales es harto significativa de la
evolución de la historiografía en general, se trata de una temática
"fuerte" cuyo auge y caída ilustran adecuadamente los cambios
historiográficos e históricos. Cómo va a ser, está siendo ya, o debe ser, la
"tercera ruptura" en la historiografía de los movimientos y
conflictos sociales? Qué relación historiográfica guarda con el cambio global
de paradigmas? Qué papel va a jugar el sujeto colectivo en la construcción del
nuevo paradigma de la historia?
*
Ponencia presentada en el III Congreso de Historia Social, Estado, protesta y movimientos sociales, Vitoria (España), 3-5 de
julio de 1997.
1 Véase la tesis 11 de "La
historia que viene", Historia a debate,
I, Santiago, 1995.
2 A fin de ser consecuentes con
nuestras afirmaciones en "Inacabada transición de la historiografía
española", Bulletin d=Histoire
Contemporaine de l=Espagne, n1 24, Bordeaux, 1996.
3 Anselmo LORENZO, El proletariado militante, 2 vol.,
1901-1923; Manuel NÚÑEZ DE ARENAS, Algunas
notas sobre el movimiento obrero español, 1916; Juan José MORATO, Historia de la Asociación del Arte de Imprimir,
1925; Manuel RAVENTÓS, Assaig sobre alguns
episods històrics dels movimients socials a Barcelona en el segle XIX,
1925; Juan DÍAZ DEL MORAL, Historia de las agitaciones campesinas
andaluzas-Córdoba (Antecedentes para una reforma agraria), 1929.
4 El retorno de los conflictos
sociales, menos notorio en otros países con historiografías de más peso
internacional, y la capacidad de autoreflexión demostrada, evidencian la
autonomía y la identidad de la historiografía española.
5 Hobsbawm, en 1971, escribía
atinadamente: los numerosos estudios sobre el
conflicto social, desde las revueltas hasta las revoluciones,
"De la historia social a la historia de la sociedad", Historia Social, n1 10, 1991, p. 22.
6 Carlos GIL ANDRÉS,
"Protesta popular y movimientos sociales en la Restauración", Historia Social, n1 23, 1995, p. 123.
7 Manuel PÉREZ LEDESMA,
"Cuando lleguen los días de la cólera= (Movimientos sociales, teoría e historia)", Zona Abierta, n1 69, 1994, pp. 59-69.
8 Oficialmente también las
ciencias sociales se preguntaban: )adónde va el mundo del trabajo?,
Los conflictos sociales en Europa (Coloquio
de Brujas, 1964), Madrid, 1974.
9 Las comillas son debidas a que
nos resistimos a la usual y abusiva identificación entre "moda" e
"innovación", en perjuicio de esta última.
10
Los historiadores románticos-liberales del siglo XIX ya habían
descubierto las revueltas medievales y modernas, y los precursores de la
historia del movimiento obrero, desde Fernando Garrido y su Historia de las clases trabajadoras
(1860), las huelgas obreras y las "agitaciones campesinas" (véase la
nota 3).
11 Joan Reglà dedica, por ejemplo,
en 1970, buena parte de su Introducción a la
historia. Socioeconomía-Política-Cultura (edición catalana en 1968)
a las revoluciones y los "procesos acelerados" de la historia,
siguiendo naturalmente a Jaume VICENS VIVES, Ensayo
sobre la morfología de la Revolución en la Historia Moderna,
Zaragoza, 1947.
12 Su moderación de burgués reformista
(Josep M. MUÑOZ I LLORET, Jaume Vicens
Vives. Una biografía intelectual, Barcelona, 1997) subraya la
estrecha relación -más allá de las posiciones
políticas de los historiadores- entre renovación historiográfica e
historia social "dura", entre revolución historiográfica e interés
por el sujeto colectivo.
13 Con todo, en este mismo
congreso, el autor ha matizado que Vicens Vives conoció su trabajo ya
terminado.
14 El carácter interhistórico de
las iniciativas renovadoras de hace veinte años se ha visto sepultado, después, por lo que se ha llamado
"la primacía del contemporaneísmo", de muy buenos y muy malos efectos
(sobre todo en el campo de la educación).
15 Clases y conflictos de clases en la historia, Madrid, 1977,
p. 9.
16 Se trata de una de las partes
más divulgadas de los Grundisse,
editados en español unos años antes, en 1972, por la editorial Comunicación.
17 Clases y conflictos de clases en la historia, p. 89.
18 Lo digo autocríticamente porque
sería la que yo mismo habría dado.
19 Clases y conflictos de clases en la historia, p. 89.
20 El ejemplar de que dispongo -no
lo adquirí en su momento, seguramente por falta de interés- está glosado por su
anterior propietario, el cual añadió bajo el nombre del editor-traductor
(Francisco Rubio Llorente), entre paréntesis, "socialdemócrata", lo cual sonaba a grave insulto político en
las aulas universitarias españolas de finales de los 60.
21 Modernidad economicista que
entraba en contradicción con las obras pioneras de la historia de los
movimientos sociales en España más atentas a la subjetividad social y cultural
obrera, y popular, paradójicamente más cercana a Thompson que a la propia
historia social española de los 70, Pere
GABRIEL, "A vueltas y revueltas con la historia social obrera en
España", Historia Social, n1 22, 1995, pp. 47-48, 52.
22 Los conflictos sociales en el reino de Castilla en los siglos XIV y XV,
Madrid, 1975, p. 5.
23 ídem, pp. 10-11.
24 Isabel BECEIRO, La rebelión irmandiña, Madrid, 1977;
Salustiano MORETA, Malhechores-feudales.
Violencia, antagonismos y alianzas de clases en Castilla, siglos XIII-XIV,
Salamanca, 1978; Esteban SARASA, Sociedad y
conflictos sociales en Aragón: siglos XIII-XV (Estructuras de poder y
conflictos de clases), Madrid, 1981; véase asimismo la nota 32.
25 Véase la reseña de Valeriano
Bozal en Zona Abierta, n1 7, 1976, pp. 114-116; el marxismo compartido facilitaba en los años
70 la comunicación interdisciplinar, dentro de la historia y dentro de las
ciencias sociales; el mismo papel de interfaz jugaba la escuela de Annales, que al mismo tiempo compartía un
terreno común -muy evidente en el caso de Vicens Vices- con la historiografía
marxista.
26 "Tensiones sociales en los
siglos XIV y XV", I Jornadas de metodología
aplicada de las ciencias históricas, II, Santiago, 1973, pp.
273-275.
27 Veáse también Michel MOLLAT, Philippe WOLFF, Uñas azules, jacques y ciompi. Las revoluciones populares
en Europa en los siglos XIV y XV, Madrid, 1976 (París, 1970), pp. 237-241.
28 La rígida teoría de la sucesión
de modos de producción, de amplia resonancia entre los historiadores
económico-sociales, impedía ver la relación conflictividad social/cambios
estructurales, incluso cuando se abordaban las grandes transiciones, es por eso
que armó tanto revuelo, entre historiadores no marxistas y aun marxistas, el
herético artículo de Robert Brenner (Past
and Present, 1976) sobre el rol de las clases y la lucha de clases en la transición del
feudalismo al capitalismo, El debate Brenner.
Estructura de clases agraria y desarrollo económico en el Europa preindustrial,
Barcelona, 1988, pp. 44 ss (se comprueba una vez más la tardía recepción en
España de la historiografía marxista angloamericana, crítica con el
estructuralismo y el economicismo).
29 Otros explican los cambios sociales a largo plazo
-estructurales- por la evolución lenta de las economías y las civilizaciones,
más que por las revoluciones, Michel MOLLAT, Philippe WOLFF, op. cit.,
pp. 273-274.
30 "Tensiones sociales en los
siglos XIV y XV", p. 279
31 El retraso español y la
autarquía académica provocados por el franquismo, la potencia de la escuela de Annales y la cercanía de Francia, el
desconocimiento del idioma inglés, han coadyuvado a que se ignoraran, durante
los años 60, las obras que jalonaron la renovación inglesa de la historia
social de las revueltas, los conflictos
y las clases; véase la nota 28.
32
La segunda gran obra de historia medieval sobre conflictos sociales se
edita en ese momento: Reyna PASTOR, Resistencias
y luchas campesinas en la época del crecimiento y consolidación de la formación feudal Castilla y León, siglos X-XIII,
Madrid, 1980.
33 Barry HINDESS, Paul Q. HIRST, Los modos de producción precapitalistas,
Barcelona, 1978 (Londres, 1975), pp. 313-315; E. P. THOMPSON, Miseria de la teoría, Barcelona, 1981
(Londres, 1978), pp. 10-11.
34 Véase la nota 11.
35 Son memorables asimismo los
estudios sobre las comunidades de Castilla: Juan Ignacio GUTIÉRREZ NIETO, Las comunidades como movimiento antiseñorial (La
formación del bando realista en la guerra civil castellana de 1520-1521),
Barcelona, 1973; Joseph PÉREZ, La revolución de las Comunidades de Castilla
(1520-1521), Madrid, 1977; y otros análisis históricos de conflictos
sociales en el Antiguo Régimen como: Antonio DOMÍNGUEZ ORTIZ, Alteraciones andaluzas, Madrid, 1973; J.
M. PALOP RAMOS, Hambre y lucha antifeudal.
Las crisis de subsistencias en Valencia (siglo XVIII), Madrid, 1977;
Bartolomé YUN, Crisis de subsistencias y
conflictividad social en Córdoba a principios del siglo XVI,
Córdoba, 1980.
36 A la hora de elegir tres obras
de referencia que nos permitiesen estudiar las bases paradigmáticas de la
historia del movimiento obrero y de la conflictividad social, hemos tenido muy
en cuenta el marxismo proclamado de los autores, que les hace mucho más
representativos.
37 El libro de Eulàlia Duran (Les germanies als països catalans,
Barcelona, 1982) tiene parecida base teórico-metodológica que la obra de García
Cárcel, si bien amplía el estudio al principado de Cataluña, etc.; lo mismo
pasa con el libro de Stephen Haliczer (Los
comuneros de Castilla. La forja de una revolución, 1475-1521, Valladolid,
1987 -Wisconsin, 1981-) que abraza de manera explícita los principios metodológicos
del estructural-funcionalismo (ídem,
pp. 22-23, 293), organizando su obra de
manera semejante a los historiadores marxistas de influencia althusseriana.
38
Germanías de Valencia,
Barcelona, 1975, p. 240.
39 Introducció a la història del moviment obrer, Barcelona,
1966; Metodología de la historia social en
España, Madrid, 1973.
40 Véase José Luis de la GRANJA,
Alberto REIG TAPIA, edits., Manuel Tuñón de
Lara. El compromiso con la historia. Su vida y su obra, Bilbao,
1993.
41
Josep TERMES, Anarquismo y
sindicalismo en España (1864-1881), Barcelona, 1972; Miquel IZARD, Industrialización y obrerismo. Las Tres Clases de
Vapor, 1869-1913, Barcelona, 1973; Juan Pablo FUSI, Política obrera en el País Vasco (1880-1923),
Madrid, 1975; José ÁLVAREZ JUNCO, La
ideología política del anarquismo español, Madrid, 1976; Juan José
CASTILLO, EL sindicalismo amarillo en España,
Madrid, 1977; Carlos FORCADELL, Parlamentarismo
y bolchevización. El movimiento obrero español (1914-1918),
Barcelona, 1978; José María MARAVALL, Dictadura
y disentimiento político. Obreros y estudiantes bajo el franquismo,
Madrid, 1978; Xavier PANIAGUA, La sociedad
libertaria. Agrarismo e industrialización en el anarquismo español (1930-1939),
Barcelona, 1982; Aurora BOSCH, Ugetistas y libertarios. Guerra civil y revolución en
el País Valenciano, Valencia, 1983; Santos JULIÁ, Madrid, 1931-1934. De la fiesta popular a la lucha de
clases, Madrid, 1984; Julián CASANOVA, Anarquismo y revolución en la sociedad rural aragonesa, 1936-1938,
Madrid, 1985; Manuel PÉREZ LEDESMA, El
obrero consciente. Dirigentes, partidos y sindicatos en la II Internacional,
Madrid, 1987; David RUIZ, Insurrección
defensiva y revolución obrera. El octubre español de 1934,
Barcelona, 1988.
42 Casimir Martí remata su
conferencia en este congreso (Historia e
historiografía del movimiento obrero: mi experiencia) preguntándose
si "la exorcización de todo concepto inspirado en alguna utopía ética o
política, incluso en el caso de ser asumido como hipótesis de trabajo" no
equivale en la práctica a "dar vida a una historiografía útil al orden, o
desorden, establecido".
43 El movimiento obrero en la historia de España, Madrid, 1972,
p. 12.
44 Hay que advertir que el término
"lucha de clases", mientras existió la censura, se sustituyó normalmente
por el de "conflictos sociales".
45 Manuel TUÑÓN, "Problemas
actuales de la historiografía española", Sistema,
n1 1, 1972, p. 44.
46
Rogelio Pérez Bustamente escribe en el prólogo al libro de Javier Ortiz
Real,: "Es algo más, pienso yo, que una lucha de clases que enfrenta a los
señores y a los campesinos..., se trata de defender lo más importante de todo,
la libertad frente al régimen señorial... con la facultad de romper en
cualquier momento su vínculo de dependencia", Cantabria en el siglo XV. Aproximación al estudio de los conflictos
sociales, Santander, 1985, p. 16.
47 Cuando se publicaron en España
los primeros estudios históricos sobre conflictos sociales imperaba
oficialmente -(y tenía su influencia en la
universidad!- la teoría de la conspiración judeo-masónica-comunista para
"explicar" los movimientos sociales tachados de
"subversivos"; el riesgo permanente de la historiografía renovadora
era, y es, en contraposición con lo anterior, negar el rol de los líderes, organizaciones
sindicales y partidos en las luchas sociales...
48 Un panorama ilustrativo al
respecto son los manuales de sociología y politicología manejados en la España
de los años 70, Manuel PÉREZ LEDESMA, "Cuando lleguen los días de la
cólera= (Movimientos sociales, teoría e
historia)", Zona Abierta, n1 69, 1994, p. 52 n 1; cuando el sociólogo Alain Touraine , a finales
de los 70, principia a trabajar sobre los movimientos sociales, ya estaban
puestas las bases historiográficas, en francés y en inglés, años 50 y 60, de la
nueva historia social, ídem, pp.
53-54.
49 Julio SEONE y otros,
"Movimientos sociales y violencia política", Psicología política, Madrid, 1988, p. 201.
50 Carlos BARROS, "El
paradigma común de los historiadores del siglo XX", Estudios Sociales, n1 10, Santa Fe, 1996, p. 39.
51 Josep Fontana, siguiendo a los
historiadores marxistas ingleses, quiso esbozar una vía distinta, no
estructuralista, en la historiografía española, que no tuvo continuidad, para
"la averiguación de los nexos que enlazan los hechos económicos con los
políticos o los ideológicos",, Cambio
económico y actitudes políticas en la España del siglo XIX,
Barcelona, 1973, p. 5.
52 Esta idea de alargar el
concepto de historia social hasta confundirlo con la noción de historia global,
identificando sociedad con totalidad, que también sedujo a Lucien Febvre, no
nos ayuda mucho a los que creemos que el problema historiográfico y teórico de
la historia global sigue sin resolver.
53 Historia Social, n1 10, pp. 5-7, 15, 22-23.
54 Ya hemos hablando de la tardía
reacción de la historiografía occidental,
a los ataques del estructuralismo -y sus aliados objetivos- a la
disciplina histórica, y ésto en el mejor de los casos -la historia social
inglesa- porque en Francia, en tiempos
de Fernand Braudel y los segundos Annales,
no sólo no se reaccionó sino que se llevó hasta sus últimas consecuencias, para
bien y para mal, la adaptación a los paradigmas objetivistas: geohistoria,
larga duración, etc.
55 Para paliar todo ésto, entre
otras cosas, surge en los años 70, en Gran Bretaña, el movimiento del History Workshop y la "historia desde
abajo", Raphael SAMUEL, edit., Historia
popular y teoría socialista, Barcelona, 1984 (Londres, 1981).
56 Tendencias de la investigación en las ciencias sociales,
Madrid, 1982 (UNESCO, 1970), pp. 362-363.
57 Revista de Occidente, n1 12, 1982, pp. 19-41.
58 El hecho de que el término
"ambicioso" -al igual que "optimista"- haya adquirido
connotaciones peyorativas entre no pocos historiadores -por ejemplo, a la hora
de evaluar un proyecto de investigación-, prueba cierto agotamiento
generacional de ideas y de ánimos, y no sólo en España.
59 Pere Gabriel lo ve como el resumen final de una serie
creciente de posiciones críticas, como el fin de un ciclo, "A vueltas y
revueltas con la historia social obrera en España", Historia Social, n1 22, 1995, pp. 45, 52.
60 Uno no deja de sorprenderse que
se haya dejado pasar la ocasión del n1 10 de Historia Social (1991), dedicado a
"Dos décadas de historia social", para reeditar este trabajo, entre
otros; al final va a tener razón Santos Juliá cuando critica a esta publicación
-la mejor de la que disponemos- por no publicar más que traducciones sobre
cuestiones de teoría e historiografía, "La historia social y la
historiografía española", Ayer,
n1 10, 1993, p. 44.
61 Revista de Occidente, n1 12, pp. 38-39.
62
ídem, pp. 38, 40.
63 Otros han llamado a esta
historia supercomprometida, nacida de la militancia antifranquista,
"frentepopulista", Carlos BARROS "Inacabada transición de la historiografía
española", Bulletin d=Histoire
Contemporaine de l=Espagne, n1 24, Bordeaux, 1996, p. 474.
64 Santos JULIÁ, "Fieles y
mártires. Raíces religiosas de algunas prácticas sindicales en la España de los
años treinta", Revista de Occidente,
n1 23, 1983.
65 La reacción contra el marxismo
vulgar no supuso, por parte de los renovadores españoles, en contraposición con
lo sucedido en Inglaterra, la proposición alternativa de "otros" marxismos, empezando por
los que están en el mismo Marx: el éxito político del PSOE, una vez abandonado
el marxismo, digamos que no ayudó nada, en este aspecto, al rearme intelectual
de los historiadores sociales.
66 Se sobreentiende que la crítica
es también autocrítica; los propios autores, antes y después de su artículo-manifiesto,
se dedicaron brillantemente a estos géneros tradicionales: José ÁLVAREZ JUNCO, La ideología política del anarquismo español,
Madrid, 1976; Manuel PÉREZ LEDESMA, El
obrero consciente. Dirigentes, partidos y sindicatos en la II Internacional,
Madrid, 1987; José ÁLVAREZ JUNCO, El emperador del Paralelo. Lerroux y la
demagogia populista, Madrid, 1990 (véase la reseña laudatoria
publicada en la revista dirigida por Tuñón de Lara, Historia Contemporánea, n1 5, 1991, pp. 247-239); Manuel PÉREZ LEDESMA, coord., El Senado en la historia, Madrid, 1995.
67 Con toda evidencia, se tira
piedras en el propio tejado al no valorarse mejor el papel renovador de la
historia social en la España del tardofranquismo y la transición.
68 Las obras principales inglesas
sobre movimientos y revueltas sociales fueron traducidas al español, en los
años 70 y 80, por las editoriales Siglo XXI y Crítica, sin que -hasta los años
90- hayan influido demasiado en la historiografía social española.
69 Sobre su tardía recepción en
España, véase Carlos BARROS, "Historia de las mentalidades: posibilidades
actuales", Problemas actuales de la
Historia, Salamanca, 1993, pp. 59 ss.
70 Revista de Occidente, n1 12, p. 40.
71 "Tuñón de Lara, maestro y
amigo de toda esta generación, incluso de quienes discrepamos a veces de sus
planteamientos", ídem, p.
20; veáse la nota siguiente.
72 Cosa que, sin embargo, si se hace, después, en Manuel
PÉREZ LEDESMA, "Manuel Tuñón de Lara y la historiografía del movimiento
obrero", Manuel Tuñón de Lara. El compromiso
con la historia. Su vida y su obra, Bilbao, 1993, pp. 204 ss.
73 Tesis 8 de "La historia
que viene", Historia a debate,
I, 1995, pp. 104-105.
74 Metodología de la historia social de España, Madrid, 1973,
p. 91.
75 Revista de Occidente, n1 12, p. 38.
76 Que hoy sigue estando muy
ausente de la historia contemporánea de los movimientos sociales pese a Tuñón,
Álvarez Junco y Pérez Ledesma.
77 En cierto sentido, así
fue, como se reconoce en Pere GABRIEL, Josep Ll. MARTÍN, "Clase
obrera, sectores populares y clases medias", La sociedad urbana en el España contemporánea, Barcelona,
1994, pp. 134-135.
78
A pesar de que, en 1981, se había publicado Miseria de la teoría y de que los autores habían sabido
identificar una de sus consecuencias más
negativas: la infravaloración de los resultados históricos de los conflictos.
79 Afortunadamente no del todo
(véanse las notas 41,
113,
114,
117).
80 Las primeras críticas fueron
tradicionales, en favor del empirismo, y contra el "sentimentalismo
obrerista", Juan Pablo FUSI, "Algunas preocupaciones recientes sobre
la historia del movimiento obrero", Revista
de Occidente, n1 123, 1973, pp. 358-368 (también
Política obrera en el País Vasco, 1880-1923,
Madrid, 1975); asimismo contra el moralismo, y el peso de los dirigentes y de
los acontecimientos, Josep FONTANA, La
historia, Barcelona, 1973, pp. 33 ss; se hizo ver la desatención
hacia el movimiento campesino y popular, Jaume TORRAS, Liberalismo y rebeldía campesina,
Barcelona, 1976, pp. 9-11; Miquel IZARD,
"Orígenes del movimiento obrero en España", Estudios sobre historia de España (Homenaje a Tuñón
de Lara), I, Madrid, 1981, pp. 294-297; se dijo que había que
"bajar del grupúsculo a la clase social", Josep TERMES, prólogo a F.
BONAMUSA, Andrés Nin y el movimiento
comunista en España (1930-1037), Barcelona, 1977; se propuso
desideologizar la historia del movimiento obrero y reemplazarla por una
historia de las industrial relations,
Ignacio OLÁBARRI, Relaciones laborales en
Vizcaya (1890-1936), Durango, 1978; "Las relaciones de trabajo
en la España contemporánea: historiografía y perspectivas de
investigación", Anales de Historia
Contemporánea, n1 5, Murcia, 1986; y, por último,
se ofrecieron alternativas teóricas revisionistas al marxismo clásico: Santos
JULIÁ, "Marx y la clase obrera de la revolución industrial", En Teoría, n1 8/9, 1981-1982, pp. 99-135; Ludolfo PARAMIO, "Por una
interpretación revisionista de la historia del movimiento obrero europeo",
ídem, pp. 137-183.
81 Debats, n1 2/3, p. 96.
82 Que será, seis años depués, Historia Social, como recuerda la
presentación del primer número (1988).
83 Se entienden aún menos las
reticencias posteriores de Historia Social
a publicar reflexiones teóricas o historiográficas de autores españoles (véase
la nota 60)
84 La verdad es que a los
historiadores nos turba en exceso que sean conocidos públicamente nuestros
condicionamientos sociales, ideológicos y políticos, claves esenciales para la
interpretación de nuestro trabajo de investigación, Debats, n1 2/3, p. 120; el mejor ejemplo
internacional, en sentido contrario, Essais
d=ego-histoire, París, 1987; Santos Juliá sigue insistiendo
en lo interesante que sería una sociología del historiador en "La historia
social y la historiografía española", Ayer,
n1 10, 1993, p. 46.
85 Debats,
n1 2/3, p. 132.
86 ídem,
p. 100.
87 Un muestra de sus opiniones es
la comunicación de la Escuela Libre de Historiadores de Sevilla en el Congreso
de Santiago: "La universidad más allá de la institución. La historia más allá
de la universidad", Historia a debate,
III, 1995, pp. 257-264.
88 Debats, n1 2/3, pp. 134-135.
89 Término empleado en el
editorial del n1 1 de Historia Social para referirse de nuevo a la situación que tenían
en sus orígenes los promotores de la revista.
90 La dedicación a la militancia
política, y la represión de la dictadura, dificultó la carrera académica -y en
el mejor de los casos la retrasó- de aquellos universitarios de los años 60 y
70 más consecuentes con su compromiso político y moral: el paradigma singular,
aún perteneciendo a la generación anterior, es, otra vez, Manuel Tuñón de Lara
y su tardía incorporación a la universidad.
91 No sólo reorientando la
investigación, también reequilibrando, en la universidad y más aún en la
enseñanza media, la atención concedida a las diversas edades cronológicas para
contrarrestar los efectos negativos de la primacía del contemporaneísmo; es
valioso el esfuerzo que se trasluce, en este sentido, en el libro: Manuel PÉREZ
LEDESMA, Estabilidad y conflicto social.
España, de los iberos al 14-D, Madrid, 1990.
92 José Antonio PIQUERAS, "El
abuso del método, un asalto a la teoría", La
historia social en España. Actualidad y perspectivas, Madrid, 1991,
p. 99.
93 Miquel IZARD, "Orígenes
del movimiento obrero en España", loc.
cit.
94 Es entonces cuando el término
socialdemócrata recobra cierto prestigio (véase la nota 20), para ser, pasando el tiempo, motivo de
añoranza.
95 No mucho más que entre los
militantes del hegemónico PCE, a pesar de su política "reformista" y
"revisionista", según las acusaciones típicas de los
"izquierdistas" universitarios de los años 70.
96 Con la claridad que les
caracteriza, Álvarez Junco y Pérez Ledesma terminan su artículo así: "Ser
infieles a nuestra juventud parece, en este caso al menos, una buena
recomendación intelectual", Revista de
Occidente, n1 12, p. 41.
97 Manuel PÉREZ LEDESMA,
"Historia del movimiento obrero. Viejas fuentes, nueva medotología", Studia Histórica, vol. VI-VII, 1990;
Guillermo A. PÉREZ SÁNCHEZ, "Una manera de hacer historia social o la
confirmación de un nuevo enfoque", La
historia social en España. Actualidad y perspectivas, Madrid, 1991;
José Antonio PIQUERAS, "El abuso del método, un asalto a la teoría", La historia social en España. Actualidad y
perspectivas, Madrid, 1991; Julián CASANOVA, La historia social y los historiadores,
Barcelona, 1991; Ángeles BARRIO, "A propósito de la historia social del
movimiento obrero y los sindicatos", Doce
estudios de historiografía contemporánea, Santander, 1991; Carlos
FORCADELL, "Sobre desiertos y secanos. Los movimientos sociales en la
historiografía española", Historia
Contemporánea, n1 7, 1992; Santos JULIÁ, "La
historia social y la historiografía española", Ayer, n1 10, 1993; Manuel PÉREZ LEDESMA,
"Manuel Tuñón de Lara y la historiografía del movimiento obrero", Manuel Tuñón de Lara. El compromiso con la historia.
Su vida y su obra, Bilbao, 1993; "Cuando lleguen los días de la
cólera= (Movimientos sociales, teoría e
historia)", Zona Abierta, n1 69, 1994 (también en Problemas
actuales de la historia, Salamanca, 1993); Pere GABRIEL, Josep Ll.
MARTÍN, "Clase obrera, sectores populares y clases medias", La sociedad urbana en el España contemporánea,
Barcelona, 1994; José ÁLVAREZ JUNCO, "Movimientos sociales en España: del
modelo tradicional a la modernidad posfranquista", Los nuevos movimientos sociales. De la ideología a la
identidad, Madrid, 1994; "Aportaciones recientes de las
ciencias sociales al estudio de los movimientos sociales", Historia a debate, III, Santiago, 1995;
Pere GABRIEL, "A vueltas y revueltas con la historia social obrera en
España", Historia Social, n1 22, 1995, pp. 43-53; Carlos GIL ANDRÉS, "Protesta popular y
movimientos sociales en la Restauración", Historia
Social, n1 23, 1995, p. 123.
98 Se reformula la propuesta de
1982 sobre la historia del movimiento obrero, ampliando sugerentemente su
temática, aprendiendo de medievalistas y modernistas, pero se sigue dejando
fuera de la investigación las huelgas y
los conflictos, vistiendo un santo para desvestir otro: primer círculo,
organizaciones obreras y dirigentes; segundo círculo, afiliados y sus
condiciones de vida y trabajo; tercer círculo, vida cotidiana y mentalidades de
los obreros "conscientes"; y cuarto círculo, mentalidades y
condiciones de vida y trabajo de los trabajadores en general, Manuel PÉREZ
LEDESMA, "Historia del movimiento obrero. Viejas fuentes, nueva
metodología", Studia Histórica,
vol. VI-VII, 1990, pp. 12-13.
99 No comparto la idea de Santos
Julia (Ayer, n1 10, pp. 39-40), y otros, de que los historiadores sociales de los
años 60 y 70 no eran, en el método y la teoría, marxistas: los más importantes
si lo fueron, y entre ellos están por supuesto los protagonistas del auge de la
historia de conflictos sociales en los años 70, que estamos citando en este
trabajo.
100 Carlos GIL, op. cit., p. 122.
101 Pere GABRIEL, Josep Ll. MARTÍN,
"Clase obrera, sectores populares y clases medias", La sociedad urbana en el España contemporánea,
Barcelona, 199, pp. 134-135.
102
Pere GABRIEL, "A vueltas y revueltas con la historia social obrera
en España", Historia Social,
n1 22, 1995, p. 45.
103 Carlos FORCADELL, op. cit., p. 111.
104 José Antonio PIQUERAS, , op. cit., p. 88.
105 Nos quejamos constantemente de
la falta de "escuelas" en la historiografía española y minusvaloramos
fenómenos originales y autóctonos como Vicens Vives, Tuñón de Lara y el grupo
de jóvenes historiadores sociales del 82 (con notables diferencias internas, pero
no menos concomitancias y acciones conjuntas).
106 José ÁLVAREZ JUNCO, , op. cit., p. 101.
107
El actual florecimiento de la historia del movimiento obrero desmiente
la idea de que se trataba de una temática agotada, a principios de los años 80,
de que estaba la "misión cumplida" como ha recordado Manuel Pérez
Ledesma recientemente, "Manuel Tuñón de Lara y la historiografía del
movimiento obrero", p. 211.
108 Revista de Occidente, n1 2/3, p. 41; se denuncia, por lo demás, en tono francamente
"frentepopulista", el "contenido más político" de la
"ofensiva" de Olábarri y Vázquez de Prada en favor de
"substituir el concepto de >movimiento obrero= por la forma más neutra de >relaciones laborales" (ídem, p. 21) que, a fin de cuentas,
tampoco estaba tan distante de la propuesta, también a la ofensiva -(cómo debe ser!- de nuestros autores, asimismo con pretensiones de
neutralidad: ")No habría que pensar una segunda
ruptura, orientada ahora fundamentalmente por preocupaciones científicas?"
(ídem, p. 41).
109 No es el caso de Piqueras,
véase la nota 92.
110 El mejor antídoto frente a las
mayoritarias evaluaciones autocríticas, son los balances favorables, que
reflejan igualmente la realidad: Manuel PÉREZ LEDESMA, "Manuel Tuñón de
Lara y la historiografía del movimiento obrero", p. 214; Santos JULIÁ,
"La historia social y la historiografía española", p. 40; Guillermo A. PÉREZ SÁNCHEZ, "Una
manera de hacer historia social o la confirmación de un nuevo enfoque",
pp. 429-431.
111 Uno de cuyos exponentes más
lúcidos -la propuesta tiene sus cosas buenas y malas- es Santos JULIÁ, ")La historia en crisis?", Historia
a debate, I, Santiago, 1995, pp. 143-145.
112 OTAN, FILESA, GAL, ROLDÁN,
RUBIO ...
113 José María MONSALVO ANTÓN, Teoría y evolución de un conflicto social. El
antisemitismo en la Corona de Castilla en la Baja Edad Media,
Madrid, 1985; Javier ORTIZ REAL, Cantabria
en el siglo XV. Aproximación al estudio de los conflictos sociales,
Santander, 1985.
114 Eulàlia DURAN, Les germanies als països catalans, Barcelona,
1982; Martín ALMAGRO, Las alteraciones de
Teruel, Albarracín y sus comunidades en defensa de sus fueros durante el siglo
XVI, Teruel, 1984; J. VIDAL PLA,
Guerra del segadors i crisi social. Els exiliatis Filipistes (1640-1652), Barcelona,
1984; P. ÁLVAREZ FRUTOS, La revolución
comunera en tierras de Segovia, Segovia, 1988.
115 Véase la nota 41.
116
El debate ejemplar que tuvieron los historiadores del movimiento obrero,
hacia 1982, no se correspondió con otros
parecidos entre medievalistas o entre modernistas, y menos aún tuvieron lugar
debates conjuntos, no obstante la evolución de la temática fue bastante
parecida, lo cual nos conduce a dos conclusiones: la importancia de los
factores condicionantes externos, y la urgencia en reforzar la sociabilidad
horizontal, la convergencia entre especialidades históricas y la intervención colectiva de la comunidad
de historiadores en su propio destino, incluso a a contracorriente de la
evolución política.
117
Por ejemplo, en historia medieval: J. PÉREZ-EMBID, "Violencias y
luchas campesinas en el marco de los dominios cisterciense castellanos y
leoneses de la Edad Media", El pasado
histórico de Castilla y León, I, Burgos, 1984, pp. 161-178; Reyna
PASTOR, "Consenso y violencia en el campesinado medieval", En la España medieval. Estudios en memoria del
profesor D. Claudio Sánchez Albornoz, II, Madrid, 1986, pp. 731-742;
María del Pilar GIL GARCÍA, "Conflictos sociales y oposición étnica: la
comunidad mudéjar de Crevillente. 1420", III
Simposio Internacional de Mudéjarismo, Teruel, 1986, pp. 305-312; J.
PORTELLA, A. SANZ, "Reacción senyorial i resistencia pagesa al domini de
la catedral de Girona (segle XVIII), Recerques,
n1 7, 1986, pp. 141-151; artículos
de José María Mínguez, Josep María Salrach, Eva Serra y Tomas de Montagut en el
dossier sobre revueltas campesinas de L=Avenç, n1 93, 1986; Mercé AVENTIN, Josep M. SALRACH, "Le rôle de la
monarchie dans les révoltes paysannes de la péninsule ibérique (XIV-XVe
siècles)", Révolte et Societé,
I, París, 1988, pp. 62-71.
118 Juan PRO RUIZ, "Sobre el
ámbito territorial de los estudios de historia", Historia a debate, III, Santiago, 1995,
pp. 59-66.
119 Carlos BARROS, "Inacabada
transición de la historiografía española", Bulletin d=Histoire Contemporaine de l=Espagne, n1 24, Bordeaux, 1996, pp. 481-486.
120 Ramón del Río, Joseba de la
Torre, Pedro Carasa, María José Lacalzada y Miquel Izard.
121 Ángel Rodríguez, David Ruiz,
Juanjo Romero, Frances-A. Martínez, Carlos Sola, Mercedes Gutiérrez, Carlos
Gil, Antonio Barragán, Ángel Smith, Carlos Hermida, Roque Moreno, José Goméz,
Carme Molinero, Pere Ysás y Ramón García.
122 Además se pueden encontrar
artículos sueltos sobre conflictos sociales en los n1 2, 3, 8, 13, 14 y 16.
123 Debats, n1 2/3, p. 96.
124 Carlos FORCADELL, "Sobre
desiertos y secanos. Los movimientos sociales en la historiografía
española", Historia Contemporánea,
n1 7, 1992, p. 113; Santos JULIÁ,
"La historia social y la historiografía española", Ayer, n1 10, 1993, p. 44.
125 Tesis 8 de "La historia que
viene", Historia a debate,
I, 1995.
126 Merece especial mención la obra
de Manuel PÉREZ LEDESMA, Estabilidad y
conflicto social. España, de los iberos al 14-D, Madrid, 1990, que
incorpora la triple novedad de su carácter interhistórico -para nada habitual
entre los contemporaneístas, como sabemos-, de su ámbito español y de su
intención sintética; anotar igualmente las siguientes: Revolts populars contra el poder de l=Estat, Barcelona, 1992; Emilio
CABRERA, Andrés MOROS, Fuenteovejuna. La
violencia antiseñorial en el siglo XV, Barcelona, 1991; Salvador
MARTÍNEZ, La rebelión de los burgos,
Madrid, 1992; Juan DÍAZ PINTADO, Conflicto
social, marginación y mentalidades en La Mancha (s. XVIII), Ciudad
Real, 1987; Jerómino LÓPEZ- SALAZAR, Mesta,
pastos y conflictos en el Campo de Calatrava (s. XVI), Madrid, 1987;
Rebelión y resistencia en el mundo hispánico
del siglo XVII, Lovaina, 1992; M. ORTEGA LÓPEZ, Conflicto y continuidad en la sociedad rural española
del siglo XVIII, Madrid, 1993; J. OLIVARES, Comunitats rurals i Reial Audiència 1600-1658.
Aportació a una teoria de la conflictivitat social en el feudalisme a l=Edat Moderna, Barcelona, 1995; Emilio MAJUELO, Lucha de clases en Navarra: 1931-1936,
Pamplona, 1989; Joseba de la TORRE, Lucha
antifeudal y conflictos de clases en Navarra: 1808-1820, Bilbao,
1992; Joan SERRALLONGA, La lucha de clases:
orígenes del movimiento obrero, Madrid, 1993; Pedro RÚJULA, Rebeldía campesina
y primer carlismo. Los orígenes de la Guerra Civil en Aragón, 1833-1835,
Zaragoza, 1995; Carlos VELASCO, Axitacións
campesinas na Galicia do século XIX, Santiago, 1995; Carlos GIL
ANDRÉS, Protesta popular y orden social en
La Rioja de fin de siglo, 1890-1905, Logroño, 1995; Guillermo PÉREZ
SÁNCHEZ. Ser trabajador: vida y respuesta
obrera (Valladolid 1875-1931), Valladolid, 1996; Ángeles GONZÁLEZ, Utopía y realidad. Anarquismo, anarcosindicalismo y
organizaciones obreras, 1900-1923, Sevilla, 1996; Pilar ROVIRA, Mobilització social, canvi polític i revolució.
Associacionisme, Segonda Repúbica i Guerra Civil, Alzira, 1996;
Pedro BARRUSO, El movimiento obrero en
Gipuzkoa durante la II República,
San Sebastián, 1996; Santiago de PABLO, Trabajo, diversión y vida cotidiana. El País Vasco en los años treinta,
Vitoria, 1996; José Vicente IRIARTE, Movimiento
obrero en Navarra (1967-1977), Pamplona, 1996; véanse además las
notas 41,
128.
127 Aunque las generaciones
aparecen modélicamente intercaladas y entrelazadas en este movimiento
pro-retorno historiográfico de los conflictos sociales, observamos el predominio
de los jóvenes -que tienen, también hay que decirlo, mayores necesidades
curriculares- en la investigación, si bien en la reflexión, por ahora, se nota
menos.
128 Mentalidad justiciera de los irmandiños, siglo XV,
Madrid, 1990 (Vigo, 1988); Mentalidad y revuelta en la Galicia irmandiña:
favorables y contrarios, Santiago de Compostela, 1989; (Viva El-Rei!
Ensaios medievais,
Vigo, 1996, pp. 137-269.
129 Los vasos comunicantes
interhistóricos funcionaban hace diez años tal vez menos que hoy, desconocía -y
no me preocupaban- los debates del 82 de los historiadores del movimiento
obrero, pero era plenamente consciente de que nadaba a contracorriente tanto en
la elección del tema (revuelta social) como en la elección de la metodología
(historia de las mentalidades).
130 Tan convencido -que no
arrepentido- estaba de ello que no propuse, contra mis intereses personales,
este tema de los conflictos como una cuestión
a discutir en el I Congreso Historia a Debate de 1993, me equivoqué y
espero que, en 1999, el II Congreso Historia a Debate rectifique este
"error" y contribuya a consolidar recuperación del sujeto social de
la historia, dentro y, con más razón, fuera de España.
131
Joseba de la TORRE, op. cit.,
p. 9.
132 Otro síntoma evidente es el hecho
que ya apuntamos de que, diez años después, se haya relanzado la reflexión
historiográfica sobre el movimiento obrero y la protesta social, véase la nota 97.
133
Presentación de Historia a debate,
I, Santiago, 1995, pp. 9-10.
134 "Historia de las mentalidades:
posibilidades actuales", Problemas
actuales de la Historia, Salamanca, 1993, p. 65.
135 "Inacabada transición de
la historiografía española", , Bulletin
d=Histoire Contemporaine de l=Espagne, n1 24, Bordeaux, 1996, p. 479.
136 De hecho los primeros en
animarse -y animar a otros- con el retorno de los conflictos y de la historia
social son los promotores del giro, aunque no todos; es altamente significativo
que las dos expresiones organizativas
que tienen su origen remoto en el grupo del 82, la asociación Historia
Social y la revista Historia Social, son paralelas al fenómeno de recuperación
historiográfica del sujeto social.
137 "Los españoles
comprensivos con los conflictos laborales", titula El País (9 de abril de 1990) la
información sobre los resultados de un sondeo de opinión sobre las huelgas y
otras cuestiones.
138
Un símbolo de la nueva actualidad de las revueltas son las inmediatas
reediciones (una de ellas por cuenta del ejército) de la tesis doctoral del
profesor de la UNAM, y asesor del EZLN, Antonio GARCÍA DE LEÓN, Resistencia y utopía. Memorial de agravios y crónicas
de revueltas y profecías acaecidas en la provincia de Chiapas durante los
últimos quinientos años de historia, México, 1985.
139 El papel subalterno de los
científicos sociales, concretamente de los historiadores, en las luchas
sociales, a pesar del testimonio personal de Pierre Bourdieu, Alain Touraine y
Jacques Derrida, evidencia una dimensión primordial de la crisis de las
ciencias sociales en Francia, país que inventó y reinventó al intelectual
comprometio (Zola, Sartre): la desconexión con la sociedad.
140 Alain WOODS, "El
significado de una revolución", Viento
Sur, n1 32, 1997, pp. 41-50; el autor,
presa fácil aún de esquemas preconcebidos, no le presta la atención debida al
desencadenante del estallido, la quiebra de los bancos piramidales, en especial
desde el punto de vista de las mentalidades colectivas de quienes -todo un
pueblo, habría que decir- se han sentido agraviados, económica y moralmente, al
perder sus ahorros y al frustarse, por si fuera poco, la posibilidad imaginaria
de hacerse rápidamente ricos.
141 Cosa que todavía no consiguió
la revuelta indígena y campesina mexicana, aunque hay avances serios hacia una
transición política: )es qué alguien piensa que la victoria del Cuauhtémoc Cárdenas el 6 de
julio en el Distrito Federal, después de fracasar dos veces en las elecciones
presidenciales -una de ellas por fraude-, hubiera sido factible sin el
acontecimiento-fundador del 1 de enero de 1994?
142 No olvidemos que en el mayo
francés del 68, paradigma de las revueltas occidentales, la lucha social no tuvo traducción positiva
en el plano electoral: la reacción inmediata de los votantes fue contraria a
los estudiantes y obreros revoltés.
143 Es el título de los IV
Encuentros de la Fundación Viento Sur que tendrán lugar en la Dehesa de la
Villa de Madrid (11-13 de julio de 1997).
144 Aunque también allí se nota que
algo pasa entre los historiadores jóvenes: Alessandro Stella, investigador del
CNRS, empieza con una confesión su gran investigación sobre los ciompi: "En los años 1970, yo he
formado parte en Italia del movimiento político que sigue a la revuelta del
68", La révolte des ciompi. Les hommes,
les lieux, le travail, París, 1993; otro ejemplo, Jérôme
Baschet, del grupo de antropología
histórica del occidente medieval de la EHESS de París, quien se trasladará el
próximo curso (1997-1998), como profesor
invitado, a la universidad mexicana de San Cristóbal de las Casas, en el estado
de Chiapas.
145 Cuando el texto revisado de
esta ponencia descansaba ya en un sobre postal -a nombre de Santiago Castillo,
presidente de la Asociación de Historia Social- se han sucedido las
manifestaciones de millones de vascos y españoles contra el terrorismo de ETA (10-15
de julio de 1997), desbordando en ocasiones a los políticos, ocupando las
calles, al borde del motín frente las sedes de HB, demostrando en suma que,
también en España, vuelve a la calle el sujeto de la historia.