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Prisciliano de Gallaecia,

hechos y mitos*

 

Carlos Barros

 

 

Prisciliano, y el priscilianismo, constituyen uno de los hechos históricos más relevantes de la historia de    Gallaecia -provincia romana que precede a Galicia- en el tránsito de la Antigüedad a la Edad Media, siglos    IV-   VI, junto con la invasión sueva que da origen al Reino de Galicia.

 

Vida

 

Las noticias escritas sobre Prisciliano, finalmente obispo de Ávila, son en su mayoría tardías, datan de los cinco años anteriores a ser degollado en 385[1]. La fuente más directa es la Chronica, escrita en 404, de Sulpicio Severo (biógrafo de San Martín de Tours), teóricamente neutro: “me desagradan tanto los reos como los acusadores”, los también obispos hispanos Itacio y    Idacio[2]. Echa una de cal y otra de arena, retratando a Prisciliano como “de familia noble, muy rico, enérgico, inquieto, elocuente,  instruido por la    mucha lectura,    muy presto para la disertación y el debate, un hombre    ciertamente de éxito, si no hubiera corrompido su extraordinario talento con malas  aficiones”[3]. Su obra y vida confirman esas virtudes y otras más, asegura con admiración:  ascetismo[4], honradez y valentía. Lo que no se podía decir de su perseguidor Itacio: “no tenía nada de valor, nada de santo, pues fue audaz, locuaz, desvergonzado, derrochador,  y  muy dado a los placeres del    vientre  y de la boca”. Sulpicio odiaba este obispo del Algarve que “había llegado a tal grado de necedad que incriminaba a todos… se atrevió, el miserable, a acusar    abiertamente de hereje al obispo Martín, varón    enteramente digno de ser comparado con los apóstoles”[5]. Igual que Prisciliano, San Martín de Tours había iniciado su    andadura como asceta[6], y se había opuesto, al tiempo que San Ambrosio de Milán y el Papa Siricio[7], a su ejecución por el poder civil a partir de las denuncias del corrupto Itacio, obispo de Faro en Lusitania.

Se considera que Prisciliano nació pagano cara los años 40-45 del siglo IV[8], convirtiéndose al cristianismo, principia su apostolado como laico en la segunda mitad del siglo IV[9], dos décadas antes de su ajusticiamiento en Alemania. De formación autodidacta, ejemplar en su    ascetismo a pesar de sus riquezas, gran lector y convincente hablador, hace crecer un movimiento religioso de base en Gallaecia, ganando fuerza inclusive entre los presbíteros y eligiendo obispos. El priscilianismo rematará por extenderse progresivamente a las provincias romanas vecinas de Lusitania, Bética, Tarraconense y Cartaginense, hasta    Aquitania, lo que alarma considerablemente a los obispos de    Lusitania,  Itacio de Faro e Idacio de  Mérida, que consiguen cierto apoyo de la fracción niceana de la Iglesia romana, dentro y fuera de las Hispanias.

Doce años después de la conversión del Imperio al cristianismo, se celebra el Concilio de Nicea (325), donde se establece una alianza entre poder político y poder eclesiástico que busca imponerse sobre las comunidades cristianas salidas de la clandestinidad, potenciando una Iglesia jerárquica y dogmática en la parte occidental del Imperio frente a resistencia de un cristianismo originario y apostólico en el que debemos encuadrar al priscilianismo.

En ausencia de los obispos próximos a Prisciliano, se atacan en el Concilio de Zaragoza (380), sin nombrarlo, sus formas comunitarias y laicistas de religiosidad exigiendo más disciplina eclesiástica, vertical y canónica.  Prisciliano se deja convencer por los obispos priscilianistas, Instancio y    Salviano, que lo nombran obispo de Ávila aprovechando una vacante, con el fin de poder así defenderse mejor[10]. La recia lucha entre los obispos por la orientación de la Iglesia hispana lleva a Prisciliano, y a los suyos, a una amarga peregrinación por los centros de poder dónde podía dilucidarse su futuro[11]: Roma, donde el Papa Dámaso no  quiso recibirlos, y    Tréveris, donde residía el emperador Máximo,  “tirano” que llegó al poder dando un golpe militar y anhelaba el sostén de la Iglesia jerárquica para consolidarse, asumiendo la denuncia por maleficium (brujería[12]) que Itacio y sus cómplices hispanos[13], y germanos, inventaron para poder aplicarle la pena de muerte a  Prisciliano y sus correligionarios que lo acompañaron a Alemania, lo que horrorizó a la Cristiandad pero sirvió de escarmiento para otros grupos que impugnaban, en la teología y en la práctica, el credo niceano.

Los cuerpos supliciados de    Prisciliano y sus amigos, volvieron a Gallaecia, por iniciativa al parecer de Sinfosio obispo priscilianista de Ourense[14], donde fueron enterrados con gran pompa y venerados cómo santos y   mártires: “los    cuerpos de    los    ejecutados fueron llevados a las    Hispanias, y   sus   entierros    fueron celebrados con grandes    exequias. Es más incluso jurar por Prisciliano se consideraba de la mayor devoción”[15]. Mientras tanto tienen lugar los concilios condenatorios de la Iglesia oficial (primero Toledo I, 400; mucho después,  Braga   I, 561, y  Braga  II, 572), el  priscilianismo se hace hegemónico en  Gallaecia entre creyentes, sacerdotes y obispos, que guardarán durante dos siglos encendida la llama sagrada de Prisciliano, gracias -todo hay que decirlo- a la tolerancia y el amparo de los invasores  suevos de 411, paganos y así mismo herejes (arrianos), hasta su conversión definitiva al catolicismo en el año 555. Seguida de la integración de la Gallaecia sueva en el Estado punitivo de los visigodos en 585. En esta segunda mitad del siglo VI, se enmarca la decisiva intervención religiosa y política de San Martín de Dumio[16] contra un priscilianismo preponderante -y la superstición y el paganismo campesino, con menos éxito- con el soporte de los ahora Reis suevos católicos romanos.

 

Concilios

 

El origen, desenrollo y declive del movimiento    priscilianista -galaico, hispano y europeo- es signo, causa y consecuencia de un contexto histórico único: la decadencia de Roma y las invasiones germánicas, y el tránsito de un cristianismo primitivo hacia una niceana Iglesia institucional que supo arrimarse primero al poder romano, en aquel momento en caída libre, y luego al emergente poder monárquico de los germanos[17]. De forma que los partidarios como Prisciliano -y otros a lo largo de la Edad Media- de seguir el ejemplo original de la vida evangélica procuraron el calor popular[18], igual que Jesús en su tiempo, para enfrentarse a una nueva alianza conservadora de los poderes político y eclesiástico.

En ningún lugar de Europa se dio, entre los siglos IV y VI, tan dura y dolorosa batalla entre el modelo comunitario del cristianismo apostólico y el modelo jerárquico del cristianismo dogmático. Pensamos que el quid del conflicto priscilianista está -más que en la teología- en la libre manera que tenían los priscilianistas de vivir la fe cristiana, ajena a cualquier disciplina externa. En las comunidades de base priscilianistas, continuación del cristianismo anterior a la decisión del emperador Constantino de oficializar en 313 la religión de Jesús, los obispos ejercen de representantes o administradores comunitarios[19], más que de autoridad político-eclesiástica.  Solamente así se entiende la extrema dureza de la reacción oficial a la luego denominada herejía priscilianista, severidad desconocida desde los tiempos de las persecuciones del poder romano, cuya memoria estaba todavía viva a finales del siglo IV.

Cuando aún se consideraba ortodoxo a Prisciliano, la Iglesia niceana hispana estima anatema, sin nombrarlo, en el Concilio de Zaragoza (380), cuatro asuntos sobre las formas de la religiosidad priscilianista: mujeres, ascetismo, liturgia y laicismo, por este orden. El patriarcalismo paulista de la Iglesia oficial, en proceso de formación, constituye una parte principal de su dimensión jerárquica. Exige el primer concilio anti-priscilianista “que las mujeres fieles no se mezclen en los grupos de otros hombres que no sean sus maridos”[20], prohibiéndoles asistir a las reuniones comunitarias, también que puedan “aprender o enseñar” los evangelios[21]. Los ayunos del ascetismo priscilianista resultan asimismo condenados al estar originados en la “persuasión de otros o por superstición”, fuera de las iglesias y de sus fechas señaladas para ello (Cuaresma, sábados). Los obispos hispanos reunidos en Zaragoza desautorizan, así mismo, a las comunidades cristianas que no siguen “el ejemplo de los obispos” [niceanos] y se juntan en los montes “o en las haciendas ajenas para celebrar reuniones”. Remata el canon I: “todos    los    obispos [los    priscilianistas no asistieron, recordemos] dijeron:  Sea anatema quien esto hiciere”[22]. Los acusan también de comulgar y celebrar Navidad y Reyes fuera de los edificios de las iglesias: “ni se oculte en su casa, ni se marche a su hacienda, ni se dirija a los montes, ni ande descalzo[23], sino que asista a la iglesia”[24].

A fin de imponer una disciplina jerárquica, inédita en la Gallaecia atlántica, amenazan los asistentes al Concilio de Zaragoza a los obispos no oficiales con la excomunión,  si admitían en sus diócesis  a “aquellos que por medida   disciplinar o sentencia de su obispo  han sido separados de la Iglesia”[25]. Por último: “que nadie se llame doctor, sin tener ese título”. Referencia evidente al propio Prisciliano y demás laicos priscilianistas que dirigían, como el fundador, lecturas colectivas y predicaban a la gente.

Existían, por tanto, en el noroeste peninsular, en la segunda mitad del siglo IV, dos alternativas de religiosidad y modelo de Iglesia cristiana muy diferenciadas: una de influencia laica en contacto con la naturaleza, igualitaria y democrática, y otra más jerárquica y vertical, aunque marginal en la Gallaecia priscilianista, durante el reinado de los suevos arrianos.

Veinticinco años después de las ejecuciones de los líderes    priscilianistas por parte del tirano Máximo tiene lugar, en el año 400, el primer Concilio hispano de Toledo para hacer frente a la amenaza redoblada que suponía la fulgurante expansión en la Gallaecia occidental de la devoción a   Prisciliano y los    mártires de    Tréveris. Los obispos de las otras cuatro provincias peninsulares redactan unos “artículos de la fe católica contra todas las    herejías, y sobre todo contra los Priscilianos” (ahora nombrados explícitamente), que fueron enviados por medio del Papa León a Balconio “obispo de    Gallaecia”, donde reinaba el priscilianismo.

La declaración de Toledo, acerca de los “errores de la secta de Prisciliano”[26], contiene catorce cánones de anatemas  teológicos de carácter  dogmático y cuatro más sobre religiosidad  priscilianista (que podemos sumar a los cuatro ya citados del precedente Concilio de Zaragoza), que pasamos a resumir: a) contra la creencia en la “astrología y las matemáticas”[27] (canon XV); nada se dice del  maleficium (brujería), que había sido utilizado como pretexto para aplicar las penas de muerte en Alemania; b) contra los que optan por el celibato siendo laicos (sobre aquellos que dicen que los “matrimonios… lícitos… son    execrables”,  canon  XVI);  c) contra el vegetarianismo (los que dicen que “debe uno abstenerse de las carnes de las aves o de los    animales”[28], canon  XVII); d) contra la forma de administrar el bautismo (distinta de Roma, canon  XVIII)[29]. Disposiciones anti-priscilianistas que no llegaron a aplicarse, ya que poco después los suevos destruyen la administración romana en la ex­-provincia Gallaecia, constituyendo en su lugar el primer Reino medieval de Galicia.

La Iglesia galaico-prisciliana estará a continuación nada menos que un siglo y medio fuera de la autoridad de Roma y de los obispos de las restantes provincias peninsulares, que siguen reuniendo concilios hispanos, sin la Galicia suevo-prisciliana. Con la conversión al catolicismo del Rey suevo Carrarico hacia 555, y la llegada a Braga -capital del Reino suevo de Galicia- de Martín de  Dumio (también llamado Martín de Braga),  recomienzan como hemos visto,  con denodado vigor, las condenas sumarias del cristianismo galaico “de los Priscilianos”. En 561 tiene lugar el Concilio de Braga I, el primero en la propia Gallaecia. después el martirio de Prisciliano, amparado por la monarquía católica sueva y organizado por Martín Dumiense.

Se juntan con Martín en la Iglesia metropolitana de Braga ocho obispos “de la provincia de    Gallaecia… por mandato del antedicho gloriosísimo  rey  Ariamiro”, porque “hace  ya    mucho    tiempo… deseábamos celebrar una    asamblea episcopal de todos nosotros… por incuria del    tiempo    transcurrido”. Acordando que si bien “hace ya algún tiempo que la peste de la herejía de Prisciliano   fue    descubierta y condenada en las provincias de España… explíquese aún con más detalle a los hombres ignorantes, que habitando en el mismo fin del mundo [in ipsa extremitate mundi] y en las últimas regiones[30] de esta provincia… en estas regiones se extendía el veneno de la    nefanda   herejía   priscilianista”[31].  Corroborando la hegemonía del priscilianismo en los conventos, bracarense y lucense, que juntos definirán los límites del Reino medieval de Galicia.

Se leen a continuación los cánones del Concilio anti-priscilianista de Toledo realizado 161 años antes, después del largo paréntesis de los suevos arrianos, confirmando la extraordinaria vigencia secular del movimiento priscilianista en la parte más extrema de la provincia de los gallaeci. Y luego proponen los obispos presentes en Braga sus propios 14 capítulos, con clara intención punitiva: “para que cualquier clérigo o monje o seglar, que se descubriese que todavía cree o defiende algo semejante, sea amputado del cuerpo de la Iglesia católica inmediatamente, como miembro totalmente podrido”[32]. Las amenazas iban dirigidas, ante todo, a la parte más ilustrada y sacerdotal de las comunidades priscilianistas, incluidos los laicos que predicaban, cantaban y daban misa[33].

En primer lugar, como siempre tratándose de niceanos, la doctrina: procuraban los ortodoxos de Braga para mayor eficacia relacionar las “desviaciones” priscilianistas con herejías contemporáneas conocidas, desprestigiadas y perseguidas, como el gnosticismo y el maniqueísmo. Así claman anatema contra el concepto unionista de la Santísima Trinidad de Prisciliano, donde Padre, Hijo e Espíritu Santo son una misma cosa: Dios[34]. Los hombres -decían los priscilianistas- están hechos de cuerpos físicos y almas divinas, los primeros están hechos por el Diablo[35] (igual que los animales[36]), por lo que es preciso mortificar la carne humana con los ayunos, huyendo de la sexualidad y rechazando alimentarse con la carne impura de otros seres vivos[37].

La división maniquea del mundo, el ascetismo y el celibato, son desde luego anteriores al priscilianismo y seguirán estando presentes durante siglos en la Iglesia medieval, cohabitando con su parte más mundana, rica y pecadora. Otra cosa es -vociferan los niceanos- que pretendan ponerlo en práctica, fuera de la disciplina romana, seglares apoyados por comunidades de creyentes, clérigos y obispos descarriados, después de la bendecida oficialización del cristianismo como religión del Imperio en sus horas más bajas, lo que facilitó cierta continuidad del cristianismo primitivo.

Los obispos galaicos post-priscilianistas del I Concilio de Braga aprovechan, por supuesto, para censurar una vez más la astrología y el zodíaco, que Prisciliano -decían- vinculaba con las diferentes partes del alma y del cuerpo humanos; así como la condena del matrimonio por parte de los priscilianistas más rigurosos; la abstención de comer carne; los severos ayunos fuera de la disciplina oficial o la confraternidad entre hombres y mujeres que no eran parientes, prohibición ahora destinada a clérigos y monjes[38]. El objetivo capital de los Concilios de 561 y 572 era la corrección de la parte sacerdotal de la Iglesia galaica, formada de manera endógena con criterios priscilianistas en los tiempos suevos.

Imponer de manera tardía una disciplina eclesiástica de raíz niceana entraña, primeramente, separar netamente los clérigos de los laicos, dentro y fuera de Iglesia. Comenzado por la forma de vestir y llevar el pelo. Quieren obligar a los lectores a que no canten en la iglesia “en   traje    seglar ni dejarse crecer el bigote… ni se dejen rizos al estilo profano” (Braga I)[39]. “Del corte de cabello de los clérigos: No conviene que los clérigos lleven el pelo largo y oficien de este modo, si no con el pelo cortado y descubiertas las    orejas, y a imitación de Aarón vistan el traje talar para que de este modo lleven el traje conveniente” (Braga II)[40]. Sin embargo, siglos después, en la Galicia medieval, y par tout, Cristo y los apóstoles aparecen representados con melenas, barba, bigotes, rizos y túnicas de seglares pobres, como los justos priscilianistas de la Galicia sueva: victoria póstuma de los mártires de Tréveris jamás reconocida.

También ordenan en los concilios bracarenses que “no se cante en la iglesia ningún otro cántico” o “composición poética” que no sean los textos del Viejo y Nuevo Testamento (Braga I)[41]. Se repite la exigencia once años después: “No está permitido recitar salmos poéticos en la    iglesia ni leer libros apócrifos. No conviene recitar en la iglesia salmos compuestos por particulares y de uso entre el vulgo, ni leer libros que están fuera del canon, sino    solamente los canónicos del Viejo y Nuevo Testamento” (Braga II)[42]. Comienzo, pues, de una pretendida escisión entre el “vulgo” y la Iglesia. que no llegó a implementarse del todo en la Edad Media, y será tarea prioritaria de la contrarreforma católica en los tiempos modernos.

Se prohíben asimismo los ritos que, en la tradición    priscilianista, tenían lugar a campo abierto: “Que no está permitido celebrar la misa sobre la tumba de los    muertos. No está bien que clérigos ignorantes y osados, trasladen    los oficios    y    distribuyan    los    sacramentos en el campo sobre las tumbas” (Braga   II)[43]. La Iglesia post-   priscilianista se encierra dentro de los edificios, relacionándose con la cultura popular desde fuera y desde arriba, persiguiendo el aislamiento de los priscilianistas más señalados, al tiempo que combate en general las supersticiones vulgares y paganas. Discriminar clérigos de laicos, elites de gente común, era la vía para derrotar lo que quedaba de la Iglesia priscilianista, lo consiguieron muy relativamente…

La pervivencia de los hombres-santos priscilianistas, que no habían querido hacerse clérigos, se ve claramente, casi doscientos años después de la muerte de Prisciliano, en el Canon LXX do II Concilio de Braga (572): “No está permitido a  los clérigos y católicos    legos [laicos] recibir    eulogias [bendiciones] de los herejes, ni  orar con    ellos...” Ya que “se trata    más    bien de maldiciones que de bendiciones”[44]. Resulta evidente que los cristianos gallegos de mediados del siglo VI, clérigos y laicos, continuaban creyendo en la autoridad espiritual de los priscilianistas más rigurosos, en competencia con la nueva Iglesia institucional que Martín de Braga y sus obispos querían fortificar, en radical oposición a la tradición priscilianista del cristianismo gallego más añejo, buscando romper su íntima conexión con las culturas laica y popular.

La tarea histórica de San Martín se complementa con la contienda así mismo frontal y paralela con la cultura popular, pre-cristiana y pagana, que la primera cristianización (priscilianista) de la Gallaecia supo tolerar. Después de los dos congresos bracarenses el obispo Martín, que había venido de la Panonia centroeuropea a poner orden en la Gallaecia de “los Priscilianos”, publica De correctione    rusticorum (574) para extirpar, además de la “herejía” priscilianista, las supersticiones y el paganismo de la gente común, cuestión a la que ya habían dedicado los cánones  LXXI-LXXV del II Concilio de Braga (572). Determinando con un “no es lícito” que los cristianos:  metan en sus casas adivinos, acudan a hechiceros[45] o se    purifiquen como los paganos (LXXI); sigan las tradiciones de los gentiles, teniendo en cuenta los elementos, el curso de la Luna, las estrellas y los astros, para casarse, construir una casa, sembrar o plantar (LXXII); celebren fiestas romanas, o ritos paganos como poner hojas de laurel en las casas nuevas[46] (LXXIII); o cojan hierbas medicinales para hacer encantamientos (LXXIV). Añaden al final otra prohibición de género: que las mujeres cristianas no usen fórmulas supersticiosas para tejer la lana (LXXV)[47].

Como es sabido muchas de estas tradiciones populares denunciadas en el siglo VI por Martín de Dumio, perduraron en Galicia durante siglos, fuera y dentro de la Iglesia, que las consiente, cuando no las practica (magia blanca). Dicho de otro modo, el triunfo de la segunda y definitiva cristianización del Reino de Galicia, durante la Edad Media, fue justamente factible porque fue sincrética: cristianizaron masivamente los lugares, ritos y costumbres anteriores. Con su relativo sincretismo Prisciliano fue, sin lugar a duda, un adelantado a su tiempo. Pagando con su vida el retraso de dos siglos en la instalación en la Gallaecia antigua del modelo vertical de poder de la Iglesia niceana. Lo que posibilitó una especial simbiosis Iglesia-cultura popular que distinguió al feudalismo gallego del resto de la Península.

Debemos confesar con todo que, San Martin de Braga, en su obra acusatoria, distingue las supersticiones pre-cristianas del propio priscilianismo, restringiendo la condena a la influencia de las primeras sobre el segundo. Criticando implícitamente la decisión arbitraria dos siglos antes del emperador Máximo, aconsejado por los obispos corruptos Itacio y Idacio, de degollar a Prisciliano y los suyos por brujería. Para Martín de Dumio lo principal era apartar de forma terminante los clérigos de los laicos, componiendo una renovada y disciplinada elite sacerdotal, por encima de la plebe, en connivencia con la nueva monarquía suevo-católica.

Ciento setenta y seis años después de la muerte del fundador de la Iglesia galaico-priscilianista, dictamina Martín en Braga I que los seglares no puedan “alcanzar el grado episcopal [cómo había hecho Prisciliano] sino conforme a las normas canónicas”, debiendo pasar antes el presbítero un año completo en el oficio de lectorado o subdiaconado, a fin de familiarizarse con la disciplina eclesiástica. De manera que “aquel que todavía no aprendió [no] se atreva ya a enseñar”[48]. Pruebas indiciarias de que la Iglesia cristiana del siglo VI en la Gallaecia occidental siguió primando a los justos laicos por encima de la estructura clerical hasta los concilios de Braga, que preludian en el ámbito religioso, la absorción política, en 585, del Reino suevo por parte del Estado hispano-visigodo.

Hagamos notar que desde Braga ya no se insiste tanto, como en los primeros concilios de Zaragoza y Toledo, sobre la prohibición de hacer reuniones y celebraciones fuera de los edificios de las iglesias, en los montes y en las casas particulares. Probablemente porque los curas y obispos salidos de las propias y estabilizadas comunidades priscilianas usaban más los edificios de las iglesias, lo que no quiere decir que no continuaran haciendo actividades litúrgicas en otros lugares, como ya vimos en el caso de las misas y sacramentos campestres sobre las tumbas de los difuntos (Braga II)[49].

Tampoco se prohíben explícitamente en los concilios bracarenses los evangelios apócrifos, más bien su lectura pública, fuera[50] o dentro de las iglesias, según anotamos cuando en el Concilio de Braga II se censuran que se leyeran en las iglesias salmos poéticos hechos por laicos o libros fuera del canon[51].  En el preámbulo del Concilio de Braga I (561) se dice de manera retórica que el engaño de la herejía provenía de “algunas escrituras apócrifas”[52]. Libros prohibidos, desde luego, pero no tanto condenados doctrinalmente. El problema era que los apócrifos eran tan populares que, inclusive mucho después, en el siglo XIII, Jacobo de la Voragine echa mano de ellos para redactar Legenda aurea, la mayor colección de vidas de santos de la Edad Media. En el Concilio de Braga II (572), que San Martín preside como obispo de Braga, ante el rey Mirón, vedan expresamente como ya dijimos los apócrifos en las iglesias, según el canon LXVII: “no está permitido leer libros apócrifos…  sino solamente los canónicos del Viejo y  Nuevo Testamento”[53]. Sin embargo, dentro y fuera de los edificios eclesiásticos los libros apócrifos seguirán circulando libremente en la Edad Media[54]: otro éxito post-mortem de Prisciliano y el priscilianismo[55].

Consideraban las autoridades eclesiásticas de la Gallaecia suevo-católica que el priscilianismo, derrotado políticamente, había dejado de ser un problema doctrinal a la altura del año 572: “no hay ningún problema en esta provincia acerca de la unidad de la fe”[56]. Pero no debía ser tanto así cuando los neoniceanos ponen tanto empeño en resolver el problema de la disciplina eclesiástica (espiritual y ejemplar para la doctrina priscilianista), la reconversión y el control de los clérigos. Aunque en el II Concilio de Braga, San Martín tiene también que plantearse disciplinar a obispos y curas oficiales de vida por lo regular más relajada que los ascetas seguidores de Prisciliano. La religiosidad popular y los hábitos priscilianistas, derivados de los dos siglos precedentes, persistieron durante la Alta Edad Media hasta conectar con el paradójico cambio estratégico pro-cultura popular de la Iglesia plenomedieval[57].

 

Tratados

 

Las fuentes que hemos utilizado hasta ahora sobre Prisciliano y el   priscilianismo son parciales y “contrarias”, mayormente las actas punitivas de los concilios. Sin embargo, se conservan otras fuentes, si cabe más valiosas, escritas por el mismo Prisciliano. Lo que nos permite contrapesar las opiniones y los intereses de la Iglesia oficial, tanto romana como hispana, en el contexto peninsular de la lucha entre la Iglesia priscilianista de Gallaecia y las Iglesias de las otras cuatro provincias romanas (Lusitania, Bética, Tarraconense y Cartaginense), sostenidas por el poder eclesiástico y político del Papa de Roma. Los obispos y hombres-santos priscilianistas, obligados a confrontar en ese combate de modelos de vida cristiana, perdieron institucionalmente, luego de un secular período de libertad con los suevos arrianos, al ser absorbidos en 585 por el nuevo Estado visigodo (con base en los campos góticos castellanos-leoneses) de ambición peninsular y catolicismo dogmático.

La publicación en 1889 de los once Tratados de    Würzburg nos posibilita acercarnos al pensamiento de    Prisciliano de manera más directa. Nos habla por lo general en primera persona plural, condicionado siempre por las circunstancias excepcionales en que se redactan cada uno de esos pequeños y estimados textos escritos de su propia mano.

Los dos primeros Tratados, redactados entre 380 y 385, son respuestas apasionadas a las primeras acusaciones de sus perseguidores y vecinos lusitanos[58]: el Tratado I (Liber    apologeticus) contra Itacio, obispo del Algarve, y el Tratado    II (Liber ad Damansum episcopum) contra Idacio[59], obispo de Mérida. De forma convincente, Prisciliano se declara ortodoxo y condena el paganismo, así como todas las herejías pasadas y presentes[60], incluidos los maniqueos[61]. A quienes atribuye de modo crítico -junto con los herejes maranatas- el ancestral culto al Sol y a la Luna[62], además de prácticas mágicas, que fueron utilizadas fraudulentamente por Itacio, Idacio y el emperador Máximo, para sentenciar a muerte al fundador y cuatro de sus compañeros (Felicísimo, Armenio, Latroniano y Eucrocia). Prisciliano se ofende y escandaliza ante el “sacrilegio horroroso… no proclamado hasta ahora bajo la autoridad de ningún hereje”[63], que entraña la imputación falaz del corrupto Itacio formulada “en  nuestra presencia” -en Tréveris- de haber hecho “mágicos    ensalmos” para consagrar “las primicias de  los    frutos” ou “consagrar    ungüento… contra la maldición al Sol y la Luna”, concluyendo que “quien    recitó,    proclamó,    creyó,    practicó,    sostuvo y   inoculó    semejante cosa, no solo sea anatema maranata (1Cor 16, 22), sino que incluso ha de ser perseguido por la espada, pues está escrito: no dejaréis vivir a los hechiceros (Ex 22, 18)”[64]. Que fue, en suma, lo que hicieron con él sus enemigos Máximo, Itacio e Idacio[65]. En el segundo Tratado añade: “condenamos a los maniqueos que son no ya herejes, sino idólatras y hechiceros esclavos del Sol y de la Luna, demonios del invicto”[66].

Nada hablan, por otro lado, Prisciliano -tampoco sus primeros perseguidores- de la astrología y la numerología, aficiones habituales en las elites culturales de las épocas antigua y medieval, y menos aún de la religiosidad popular celto-castreña que Martín Dumiese,  casi que dos siglos después,  desvincula de la obra doctrinal de Prisciliano, denunciando en todo caso, según vimos al estudiar los Concilios de Braga, la natural tolerancia y convivencia de los cristianos galaico-priscilianistas con la cultura popular    prerromana, que tendrá su continuidad en una Edad Media, más priscilianista de lo que se piensa, que cristianiza como ya dijimos, diversas supersticiones populares, inspirándose sin duda en lo que ya se decía, con la boca pequeña, en el II Concilio de Braga, citando la Biblia (Colosenses 3:17): “Todo lo que    hacéis, sea de palabra,  sea de obra,  hacedlo en  nombre del Nuestro Señor Jesucristo dando gracias a Dios”[67].

Prisciliano hacía de las escrituras su única y verdadera fuente doctrinal, Viejo y Nuevo Testamento, que dominaba y citaba de manera profusa, en todas sus versiones. Declarando su ortodoxia al mismo tiempo que -ahí está la novedad- la libre interpretación de los evangelios    canónicos y no canónicos. Prisciliano se basará para ello en el Tratado III (Libro sobre los apócrifos) en el apóstol Pedro que otorgaba “libertad para leer aquello que se había escrito sobre Cristo”, permitiendo “leer a sus discípulos una epístola que no estaba en el canon”. Advirtiendo el hombre-santo galaico que “si pretendemos condenar todo lo que leen, con toda seguridad condenamos [también] lo que está escrito en el canon”[68], mostrando su ingenuidad inocente y un lógico desconocimiento de la capacidad impositiva de un futuro poder jerárquico eclesial basado en el dogma.

Prisciliano se consideraba a sí mismo, por lo demás, el más sabio y elegido -“nuestra capacidad procede de Dios”[69]– intérprete de los textos fundadores del cristianismo[70]. Al tiempo -añadimos nosotros- que signo, causa y consecuencia de la originaria cristianización de    Gallaecia. La suya fue, por consiguiente, una ortodoxia que perdió, retrasando la plena cristianización (romana) de Galicia hasta la Reconquista y la invención del sepulcro del Apóstol Santiago, que, según autores de diverso signo, podría contener paradójicamente los restos del mártir de Tréveris, volveremos sobre ello al hablar de los mitos.

Es preciso, en todo caso, distinguir entre Prisciliano y priscilianismo, entre el fundador y su movimiento comunitario socio-religioso[71], antes y más aún después de su ejecución en el año 385. Vimos como el Concilio de Zaragoza de 380[72], sin nombrar a Prisciliano y al priscilianismo, podemos acercarnos -como el negativo distorsionado de una foto- a cómo eran esas comunidades priscilianistas en la Gallaecia occidental, más próximas a la clandestinidad del cristianismo, primitivo y apostólico, que a la idea institucional y jerárquica de la Iglesia surgida del Concilio de Nicea, convocado en 325 por el emperador Constantino, doce años después de la legalización del cristianismo.

Se trataba de comunidades de base social igualitaria, donde laicos y mujeres jugaban un papel decisivo. Utilizaban para sus ritos y reuniones casas, campos y montes, además de las escasas basílicas e iglesias paleocristianas. Los obispos priscilianistas no eran más que representantes comunitarios, y, según sus acusadores, no solían obedecer ni respetar a los mundanos obispos niceanos (canon V del Concilio de Zaragoza[73]). Los hombres-santos y maestros laicos, ascéticos y célibes, que visten y peinan como seglares, se sentían superiores a los obispos y clérigos niceanos, incluso después de que Prisciliano aceptara, a partir del inicio soterrado de su persecución en Zaragoza, ser nombrado por sus correligionarios obispo de Ávila en 382, para poder luchar en igualdad de condiciones con los obispos hispano-niceanos que querían acabar con él -y lo lograron- y su movimiento, lo que no lograron, pues recibió un monumental impulso después de su martirio.

 

Cánones

 

En realidad, tocante a las costumbres y la organización de las primeras comunidades cristianas de Gallaecia, mayormente    priscilianistas en la segunda mitad del siglo IV, obtenemos muy poca información en los Tratados de Prisciliano que llegaron hasta nosotros. Pero existe para ello una obra mejor, también atribuida a Prisciliano: Cánones a las epístolas de San Pablo[74], que contiene 90 comentarios y resúmenes de las 14 cartas del apóstol Paulo de Tarso. Le fue solicitada por un simpatizante, que firma como obispo Peregrino, “contra la falacia de los herejes”, quién asegura en la introducción: “Fue Prisciliano quien los escribió”. Justifica su publicación porque “en ellos había muchas cosas harto necesarias”, después de corregir -una vez o fundador fue perseguido y decapitado- “las que tenían sentido perverso”, no sabemos bien cuáles (no se conservó el original), si bien el texto publicado exhibe cierta ambigüedad. como la Crónica de Severo, ambos textos vieron la luz en un contexto adverso de satanización oficial de Prisciliano y compañía.

La amistad entre Prisciliano y Peregrino es evidente.    Prisciliano se disculpa por su retraso: “Ocupado en    muchas obligaciones, he respondido demasiado tarde a tu carta, carísimo…”[75]. En su conjunto la obra sobre las epístolas paulinas es coherente con el pensamiento priscilianista, si bien a veces el editor confunde interesadamente comentarios de Prisciliano con resúmenes de Paulo. Prisciliano nos habla además en los Cánones de asuntos más cotidianos, no doctrinales. Los comentarios son siempre en positivo, sin la agresiva presión posterior de la censura conciliar y política, a diferencia de lo que sucede con sus Tratados más importantes.

En estos cánones de temática paulistas, un ortodoxo Prisciliano se declara asceta (“los santos crucifican su Carne”) y pacifista (“la milicia, las armas… el combate de los justos es de naturaleza espiritual”), bautizando como se puede ver como justos a sus seguidores más entregados. Se confiesa partidario de la abstinencia en lo tocante a la carne (“enemiga de Dios”), el vino (“causa de toda lujuria”) y el sexo (“los santos… debe abstenerse de toda obra de la carne… como las vírgenes”), asumiendo en lo personal el voto de pobreza (“por una feliz y voluntaria pobreza los justos rechazan la raíz de todos los males que es la avaricia”).  Siempre desde una posición de tolerancia, sin imposiciones: “no deben ser juzgados por otros ni ellos    juzgar a los demás”; “los más firmes en la fe deben simpatizar con los menos firmes, sin perderse de vista a sí    mismos, para no verse tentados”[76].  En consecuencia, no se puede decir como se dice, en rigor, que el priscilianismo haya sido una secta: más bien un conjunto de comunidades cristianas abiertas, lideradas por una minoría de hombres-santos (laicos y también clérigos), ascetas y sabios, hombres y mujeres, que no pretendían imponer a los demás los rigores de la perfección cristiana, sino predicar con el ejemplo. Siguiendo lo de “por sus obras los conoceréis”, como venía a decir Mateo en su evangelio (7:15) para distinguir los verdaderos de los falsos profetas.

Dice Prisciliano que obispos y clérigos debían ser    irreprensibles y pacíficos, pero los excluye en la jerarquía, ante todo espiritual, de su concepto de Iglesia: “En la jerarquía de la Iglesia Dios eligió en primer lugar a los apóstoles, en segundo lugar a los profetas, y, en tercero, a los maestros”[77]. El autor se identifica, cuando menos, como parte de los primeros y los terceros: “El trabajo del doctor es la lectura y predicación del evangelio, con lo que trabaja el apóstol día y noche”[78].

En cuanto a jerarquía social, los cánones atribuidos a Prisciliano, dónde resume, comenta e interpreta las cartas paulinas, aseveran sin paliativos su igualitarismo social y de género: “Los creyentes se salvan y justifican no por la ley sino por la fe y confesión en Cristo, carentes del yugo de la esclavitud y de la diversidad de los sexos”. Si bien en los textos seleccionados y ordenados por Peregrino, leemos con sorpresa otros sobre la necesidad de enseñar al pueblo sumisión social, de modo que “esté sujeto a las potestades y trabaje con sus manos” y que “amen a sus dueños”. Ordenando lo mismo respecto a las mujeres: que “callen en la iglesia y no tomen el cuidado de la enseñanza…  que la mujer se salve por medio de la generación de hijos”, puesto que “la cabeza del varón es Cristo, y el varón [la cabeza] de la mujer”[79].    Contradicen estos cánones flagrantemente discriminatorios y opresivos, tanto las afirmaciones igualitarias del Nuevo Testamento (Sermón de la Montaña, sobre todo) como la práctica del priscilianismo y lo que dice el mismo Prisciliano sobre la esclavitud y la mujer como ya hemos citado. La interpolación de Peregrino rebate incluso lo que se vociferan los concilios acusatorios sobre el papel (nefasto, según ellos) de la mujer en el movimiento priscilianista. Precisamente, uno de los ejecutados con el fundador en Tréveris fue una mujer: Eucrocia.

La explicación más lógica de esta paradoja es la torpe decisión del editor como ya anotamos, para facilitar la publicación de los cánones de Prisciliano (en el marco ulterior de una exitosa y política Iglesia hispana niceana), de mezclar truculentamente los comentarios de Prisciliano con sus resúmenes de las cartas de San Pablo, muy conservador socialmente y misógino. De manera que no se supiese, cuando se contradecían, si lo decía Prisciliano o San Pablo…

En el ámbito civil, eclesiástico y político, Paulo de Tarso predica que los cristianos deben prestar obediencia a los pastores de la Iglesia, como también los súbditos a los príncipes y demás autoridades legítimas[80],  así como los hijos a los padres, los esclavos a los amos[81] y las mujeres a los maridos[82]. Referencias novotestamentarias sobre la obediencia jerárquica de carácter sociopolítica más en la línea de lo que será una establecida Iglesia niceana que del cristianismo genuinamente priscilianista de contenido civilmente democrático, según el cual no deberían existir: ni el yugo de la esclavitud, ni la discriminación de los sexos. Igualitarismo que sintoniza con lo de que “es más fácil que un camello pase por el ojo de la aguja que un rico entre en el reino de Dios” (Mateo 19:24). Prisciliano, sin explicitarlo, ponía el Sermón de la Montaña por delante de las ideas conservadoras sociales y políticas del romano converso Pablo de Tarso, siguiendo aquello que también decía Jesús de “dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios” (Mateo 22:21), hablando de pagar o no tributo a los romanos.

 

Mito religioso

Establecidos los datos y hechos que las fuentes históricas nos permiten verificar, vamos a referirnos a los mitos, religioso y político-historiográfico, que suscita la historia de Prisciliano y el priscilianismo. Empezando, tanto por cronología como por relevancia, por el mito religioso de los siglos IV-VI que superará al mito nacionalista del siglo XX, en duración y seguimiento por parte de la sociedad galaica.

Durante los 150 años transcurridos entre la muerte de Prisciliano y el fin del Reino suevo, el priscilianismo es preponderante en la Iglesia gallega, que opera de una manera libre y separada del Papa y la Iglesia hispana. De hecho, fracasan todos los intentos de hacer, a lo largo del reinado de los suevos arrianos, un concilio en Galicia a fin de que los cristianos gallegos “entrasen en razón”.

Esta Iglesia suevo-priscilianista alienta el culto a Prisciliano como mártir y santo, surgido de su ejecución en Alemania y el retorno de sus restos a la Gallaecia atlántica. Devoción ampliada y reforzada por la Iglesia priscilianista, bajo el amparo la monarquía arriana, hasta la conversión de ésta al catolicismo romano en 555. Creencia colectiva, popular y pública que se concretará, y focalizará, en el culto y la peregrinación a la tumba de Prisciliano. En 404, Sulpicio Severo, testigo de época, nos dice como ya comentamos que “los cuerpos de los ejecutados fueron llevados a las Hispanias [en plural] y sus entierros fueron celebrados con grandes exequias. Es más, incluso el jurar por Prisciliano se consideraba de la mayor devoción”[83].

Hoy existe consenso entre los estudiosos, desde Justo Pérez de Urbel a los historiadores y teólogos progresistas, sobre que fue en la Gallaecia occidental y atlántica (la Galicia actual más el Norte de Portugal) donde fueron enterrados los cuerpos de los decapitados en Tréveris. Lugar de origen de Prisciliano, con toda probabilidad: donde alcanzará, según diversas fuentes, la máxima expansión el movimiento priscilianista a partir del fatídico año de 385.

Será útil resumir lo que dice sobre el culto, la peregrinación y la tumba de Prisciliano, fray Justo Pérez de Urbel en el año 1977, en una obra con un significativo título: Santiago y Compostela en la historia (con amor y con verdad)[84]. Falangista y alférez provisional en la guerra civil española y prior de la orden benedictina durante el franquismo[85], escribe don Justo, dos años antes de morir, en plena transición a la democracia: (A) “Galicia se convierte en el paraíso de la herejía priscilianista”. Después de 385 los priscilianistas gallegos expulsan al “único obispo católico” romano, Ortigio, que tenía su sede en Celenes, actualmente Caldas de Reis. (B) Añadiendo que “fue en Galicia donde encontraron un sepulcro seguro” para Prisciliano y sus compañeros.  (C) Concluye: lo que arroja “luz sobre… los orígenes históricos de aquel lugar que hoy llamamos Compostela… donde hubo seguramente un culto antes de que hacia el año 830 se descubriesen allí los huesos del Santiago el Mayor”. (E) Con lo cual se pregunta “¿Qué cuerpo sería aquél?” que está enterrado en Compostela. Anotando que hay indicios claro de que sea en realidad Prisciliano. Menciona a tal fin las excavaciones en la Catedral de Santiago de Compostela de los años 40, que pusieron al descubierto una necrópolis cuyas sepulturas están datadas, justamente, entre los siglos IV y VI[86], y orientadas hacia un mausoleo romano de un “jefe venerado”, interpreta Pérez de Urbel.

Las dudas sobre la tumba de Compostela, y la posibilidad que los huesos encontrados en el siglo IX fueran de Prisciliano y no de Santiago el Mayor, ya las habían planteado antes, fuera de España, otros historiadores desde ámbitos seglares o protestantes como Louis Duchesne, Claudio Sánchez Albornoz o Henry Chadwick. Hoy en día los historiadores de Compostela[87] solemos hablar de la inventio del sepulcro, jugando con su doble significado de ‘invención’ y ‘descubrimiento’. Porque entendemos que, independientemente de quién sean los restos, la creencia cristiana mantenida masivamente a través de los siglos de que allí está enterrado Santiago el Mayor, ha creado una nueva y potente realidad histórica. Ni la Iglesia de Santiago de Compostela, ni la ciudad de Santiago de Compostela, ni la Universidad de Santiago de Compostela, o sea, la Galicia que hoy conocemos[88], serían lo que son sin la inventio del sepulcro hacia el año 830. Si están allí o no el esqueleto de Santiago -algo que hasta ahora ninguna investigación ha confirmado- juega, en consecuencia, un papel histórico menor desde el punto de vista de los historiadores avanzados, no positivistas, que valoramos las mentalidades colectivas como un poderoso factor histórico, además de la economía y la política. Cuestión aparte es el desagravio pendiente de Prisciliano, y su movimiento, por su injusta muerte y la difamación milenaria a la que ha sido sometido. Rehabilitación si cabe hoy más urgente, ante la cierta probabilidad de que sea Prisciliano el santo mártir que descansa eternamente en el mausoleo sagrado sobre el que se fundó Compostela.

 

Mito político

 

De menor influencia y duración que el mito religioso, pero mayor importancia histórica-inmediata, es la dramática historia de Prisciliano como parte del discurso historiográfico del galleguismo contemporáneo.

Lo primero que tenemos que decir es que la versión mítica, historiográfica y política, de Prisciliano y el priscilianismo es de elaboración tardía, si la comparamos con otros mitos históricos del nacionalismo gallego que, por lo general, han tenido su origen en el siglo XIX. Habrá que esperar al galleguismo de la II República para encontrarnos con las primeras reivindicaciones identitarias nítidas de la figura de Prisciliano.

Nuestros primeros historiadores, Benito Vicetto[89] y Manuel Murguía[90], adoptaron una actitud ambigua hacia Prisciliano. Por un lado, lo reivindicaban como una gran figura de la Galicia romana, expresión de la Galicia céltica y, a la vez, de la alta cultura galaica del siglo IV. Por otro lado, vienen a decir que estaba equivocado en su heterodoxia, tratándolo de “hereje” y “heresiarca”. Asumiendo inclusive, acríticamente, las peores acusaciones de la Iglesia niceana, manifestadas en los concilios anti-priscilianistas, y no condenando para más inri el infundio de brujería que lo llevó a la muerte[91]. Ambigüedad que dilucida porque no arrancó la reivindicación y el mito de Prisciliano en el pensamiento galleguista decimonónico.

De hecho, a principio del siglo XX en la época de las Irmandades da Fala, primera versión del nacionalismo gallego, de base más cultural que política, el discurso confuso sobre Prisciliano continúa.  Ramón Villar Ponte en su Historia sintética de Galicia dice lo mismo: “herexía… mestura dos principios cristianos con prácticas e teorías de astroloxía e maxía”, denominando a Prisciliano como dijimos ‘heresiarca’, esto es, “fundador de una herejía”, lo que tendrá continuación después en otros textos galleguistas. Restringiendo su valoración histórica a su importancia como figura “heterodoxa” gallega: “ista figura intresantísima da Historia galega… máis ergueita e distinta do pensamento heterodoxo penínsuar”[92]. Tampoco ayudó hace un siglo el contexto político -dictadura derechista de Miguel Primo de Rivera- al ensalzamiento, por parte del naciente nacionalismo, de una figura considerada herética cuya ejecución tampoco se condena claramente.

Hasta la Segunda República no empieza a hablarse de Prisciliano como un mito positivo. Lo hará en primer lugar Manuel Portela Valladares, fundador de Acción Gallega, político republicano que llegó a ser Presidente del Consejo de Ministros durante la República. En 1932, publica un apéndice titulado El priscilianismo en su libro (con portada e ilustraciones de Alfonso R. Castelao) Ante el Estatuto[93], donde eleva explícitamente a “categoría de mito” a Prisciliano, por la vía de la glorificación: “netamente gallego”, “Cebreiro de galleguidad”, “fidelidad a la tierra gallega”. Proponiéndolo, en total, como el precursor más antiguo de un galleguismo netamente republicano y contemporáneo, olvidando y/o relegando su presunta herejía.

Será con todo Alfonso R. Castelao quien hará llegar hasta sus últimas consecuencias, en Sempre en Galiza (1944) y otras obras, la reivindicación laica e identitaria de Prisciliano. Apoyando, y apoyándose, expresamente en la contribución de Portela Valladares, propone Castelao un cambio radical en el acercamiento del nacionalismo gallego a la figura de Prisciliano.  Primero, lo define como el primer mártir de la historia de Galicia, situándolo en el primer puesto, vestido de obispo, de su “Santa compaña dos inmortaes galegos”, en el discurso “Alba de Groria” dado en Buenos Aires el 25 de julio de 1948, Día de Galicia, donde se encontraba exiliado. De modo que el dirigente del Partido Galeguista retoma el mito religioso del martirio de Prisciliano, creado y mantenido por sus seguidores entre los siglos IV y VI, si bien ahora el mártir de Tréveris, lo es de todos los gallegos. Segundo, si bien Castelao denomina a veces “heresiarca” a Prisciliano, considera positivas y anticipadoras sus propuestas y prácticas religiosas: “xerme da reforma católica e do libre pensamento!”[94], afirma. Añadiendo autocríticamente que, hasta ese momento, “a concencia mística de Galiza deixouse vencer pola intransixencia ibera… e xa non temos azos para reivindicarmos a súa memoria”[95]. Tercero, Castelao no podrá evitar hacerse la misma pregunta que se hará Justo Pérez de Urbel tres décadas después, sobre la tumba de Compostela: “¿Prisciliano ou Sant-Iago?”[96], ironizando más adelante que “de non ser Prisciliano, merecía ser San Paulo”[97].

El primer seguidor del cambio propuesto por Castelao para la reivindicación galleguista de Prisciliano fue Ramón Otero Pedraio en su Historia de la Cultura Gallega (Buenos Aires, 1939)[98]. Don Ramón, que era un católico entusiasta, sugiere a su manera la rehabilitación religiosa de Prisciliano, insistiendo en quería “ante todo ser considerado un ortodoxo”[99], o sea un buen cristiano, y rechazando con rotundidad que fuera un hereje: “una herejía adjetiva no dura exteriormente desde el último tercio del siglo IV hasta mediados del VI”[100]. Preguntándose: “¿Quién negará a Prisciliano la calidad indiscutible en el tiempo y en el valor de haber sido el primer teólogo gallego?”[101] . Reclamando, por último: “Paz y respeto a su memoria”[102].

Sacerdotes y teólogos gallegos, como Xosé Chao Rego[103] y Victorino Pérez Prieto[104], reclaman hoy en día la rehabilitación oficial de Prisciliano, obispo y teólogo del siglo IV, por parte de la Iglesia, reconociendo la injusticia de su ejecución y la importancia fundamental de su obra y predicación para entender la primera cristianización de Galicia, marcada gracias al priscilianismo por una especial comunión entre el pueblo y la religión de Cristo.

Tal vez los tiempos sea más propicios en este siglo XXI para la rehabilitación de Prisciliano, el Vaticano ya pidió perdón en 2004 por la quema de herejes cristianos por la Inquisición (Juan Pablo II[105]), y el Papa Francisco llegó con su ecumenismo más lejos que ningún otro Papa, cuando trató a Lutero en 2016 como un “gran reformador”, porque “en ese tiempo [siglo XVI] la Iglesia no era un modelo de imitar, había corrupción en la Iglesia, había mundanidad, el apego al dinero, al poder, y por esto él protestó”[106].  Por mucho menos, decapitaron hace diez y ocho siglos a Prisciliano los integrantes de una diabólica alianza de un poder imperial decadente y un sector corrupto de la Iglesia “con apego al dinero, al poder”. El alma de Prisciliano de Gallaecia no descansará tranquila hasta se haga justicia. Que sí sea y lo veamos.

 

 

 

* Texto de la conferencia de Carlos Barros en la XXXII Semana de Estudios Medievales sobre “La herencia medieval en la identidad territorial española”. Nájera, La Rioja, 26 de julio de 2022; publicado en: “Prisciliano, hechos y mitos”, Actas de la XXXII Semana de Estudios Medievales sobre “La herencia medieval en la identidad territorial española” (Nájera, La Rioja, 26 de xullo de 2022), Logroño, 2023, pp. 25-80 (https://acrobat.adobe.com/link/review?uri=urn:aaid:scds:US:a9934706-be06-3204-bedb-312b7ec50524).

[1] Fue el primero “hereje” condenado a muerte por el brazo secular a demanda de un sector de la Iglesia hispana tenido por oficial.

[2]  Publica José FREIRE CAMANIEL, Gallaecia. Antigüedad, intensidad y organización de su cristianismo (Siglos I-VII), A Coruña, 2013, p. 278.

[3] op. cit., pp. 272-273.

[4] “podías ver en el muchas buenas cualidades espirituales y corporales. Podía    mantenerse en vela durante mucho tiempo, y soportar el hambre y la sed, era poco deseoso de poseer y muy parco en el gastar”, loc. cit.

[5]  op. cit., p. 278.

[6]  También fue asceta el mismo Severo, su biógrafo, Francisco J. SALMONTE, “Cristianismo y aculturación en tiempos del Imperio Romano”, Antigüedad    y Cristianismo, Murcia, VII, 1990, p. 278.

[7]  Andrés    OLIVARES, “Actitud del Estado romano ante el priscilianismo”, Espacio, Tiempo    y Forma.  Serie    II.  Historia    Antigua, Madrid, Tomo 14, 2001, p. 122; Martín, Ambrosio y Siricio protestaron por la muerte cruel de Prisciliano, probablemente acompañada de torturas, de la mano del Emperador, pero igual lo condenaron como    hereje…

[8]  E. – Ch.  BABUT, Priscillien   et ee    priscillianisme, Paris 1909, 251-252; Francisco DÍEZ DE VELASCO, “Prisciliano: santo o   diablo”, Autoridad   y autoridades de la iglesia    antigua. Homenaje al profesor José Fernández Ubiña, Granada, 2017, p. 223.

[9] “Actitud del Estado romano ante el priscilianismo”, p. 115.

[10]  El priscilianismo practicaba en la Gallaecia una suerte de entrismo en las modestas estructuras eclesiásticas, que se va a acentuar conforme se sienten agredidos por su manera “simplista” -les decían- de vivir el cristianismo.

[11]  En el camino pasaron por    Burdeos (Aquitania, sur de la Galia), donde (según Babut,    loc.  cit.), Prisciliano había ido años atrás a completar su formación teológica, tachada de   heterodoxa por los niceanos.

[12]  Gallaecia. Antigüedad, intensidad   y organización de su cristianismo (Siglos I-   VII), p. 279, n. 1076.

[13]  Terminaron mal:  Itacio fue expulsado de su obispado e Idacio de Mérida tuvo que dimitir, según Sulpicio Severo, José FREIRE  CAMANIEL, op. cit., p. 281.

[14]  Henrique FLÓREZ, España Sagrada, IV, 1859, p. 310.

[15]  Crónica de Sulpicio Severo, trad. de José FREIRE   CAMANIEL, op. cit., p. 281.

[16]  Andrés OLIVARES, “Prisciliano entre la ortodoxia y la heterodoxia. Influencia del ambiente político y religioso en la evolución histórica del priscilianismo (ss. IV-   VI d.  C.)”, Revista de Ciencias de las Religiones, vol. 7, 2002, pp. 114-117.

[17] Lo que permitió a la Iglesia actuar históricamente como un puente cultural entre la Antigüedad y la Edad Media, así como formar parte después del sistema feudal como parte esencial de la nueva clase señorial.

[18] Abilio BARBERO, “El priscilianismo: ¿herejía o movimiento social?”, Conflictos y    estructuras   sociales en la Hispania antigua, Madrid, 1977, p. 77-114.

[19]  De ahí viene la proliferación de obispos como característica del priscilianismo, Manuel C. DÍAZ y DÍAZ, “Orígenes cristianos de Lugo”, Bimilenario de Lugo, Lugo, 1977,  p. 245.

[20] Véase la nota 38.

[21] Canon I del Concilio de Zaragoza, Concilios visigóticos e hispano-romanos, José VIVES, edit., Madrid, 1973, p. 16; sobre el papel de las mujeres en la transmisión oral de priscilianismo, véase la nota 49.

[22]  Canon II del Concilio de Zaragoza, loc.  cit.

[23]  Costumbre priscilianista aún practicada hoy en día en las procesiones populares en Galicia; lo verifiqué yo mismo no hace mucho en la procesión nocturna de la Virgen del Gundián en la parroquia de Ponte Ulla, cerca de Compostela.

[24]  Cánones III y IV, op.  cit ., p. 17.

[25]  Canon V, íbidem.

[26]  Concilios visigóticos e hispano-romanos, pp. 25-28.

[27]  La astrología y la numerología fue tolerada durante toda la Edad Media, fue incluso practicada por cristianos ilustres.

[28]  Entendían que el mundo y los animales eran creación del Diablo.

[29] Concilios visigóticos e hispano-romanos, p. 28.

[30]  Descripción semejante a la empleada por Orosio para situar el Monte Medulio en la Galicia atlántica.

[31] Concilios visigóticos e hispano-romanos, pp. 65-67.

[32] ídem, p. 67.

[33]  Todavía en el renovador Concilio Pastoral de Galicia de 1976, se acordó elaborar un censo de 250 santuarios en el arzobispado de Santiago de Compostela, “procurando no    preterir las costumbres populares aunque se realicen al margen de la liturgia de la Iglesia”, Juan José CEBRIÁN, Santuarios de Galicia, Santiago de Compostela, 1982, pp. 6-7.

[34]  Ratificado por los “Cánones de las cartas del apóstol Pablo”, I, III y XVI, en lo tocante la divinidad de Jesús, Prisciliano, Tratados y Cánones, Bartolomé Segura edit., Madrid, 1975, pp. 129-130.

[35] En el Tratado V sobre la Génesis, Prisciliano niega categóricamente esta afirmación del I Concilio de Braga, donde se ataca a los que justifican el pecado “atribuyendo  al diablo la creación de su cuerpo”,  Prisciliano de Ávila. Tratados, Manuel  J. Crespo, edit., Madrid, 2017, p. 194.

[36] Tratados I.7.26 (seguiremos para citar los Tratados de Prisciliano la edición crítica recientemente publicada de Manuel J. Crespo).

[37]  Concilios visigóticos e hispano-romanos, pp. 67-68.

[38] ídem, p. 69; la censura de la convivencia igualitaria de hombres y mujeres en las ceremonias priscilianas galaicas, enlaza así con lo que será ulteriormente la reiterada “condena” medieval de las barraganas de los clérigos; ya el perseguidor Itacio consideraba en Tréveris la mezcla de hombres y mujeres como algo “deshonesto” y “obsceno”, por mucho que entrara en contradicción con la probada abstemia sexual de los priscilianistas más comprometidos.

[39]  Concilios visigóticos e hispano-romanos, p. 72.

[40]  Canon LXVI, ídem, p. 102; sesenta y un años después el problema continuaba: el Canon XLI sobre la tonsura del IV Concilio de Toledo (633), censura como “los lectores en la zona de Galicia… dejando largos los cabellos, al modo de los seglares… pues este fue el uso de los herejes en España”, ídem, p.  206.

[41] Idem, p. 73.

[42] Idem, p. 102.

[43] Ibidem.

[44] Idem, pp. 102-103.

[45]  En el IV Concilio de Toledo de 633, sigue habiendo un canon específico (número XXIX) sobre Los clérigos que consultan a los magos y adivinos, a quienes se les quiere encerrar en monasterios (leve castigo comparado con lo que se hizo, sin prueba alguna, con Prisciliano y sus compañeros): “sí se descubriese que algún obispo, presbítero o    diácono… consultaba magos, hechiceros, adivinos, agoreros, sortílegos, o los que profesan artes ocultas…”, ídem, p. 203.

[46] Costumbre todavía hoy viva en el mundo rural y los alrededores de las ciudades en Galicia.

[47] Idem, pp. 103-104.

[48]  Cánones XI, XII y XX, ídem, pp. 73, 75.

[49] ídem, p. 102.

[50] En el Concilio de Toledo I del año 400, advierten contra los priscilianistas excomulgados por andar “reuniendo grupos en los domicilios de las mujeres y leyendo en ellos los apócrifos”, ídem, p. 16; claro está que la persecución oficial contra de las mujeres guardaba relación con el papel que éstas jugaban en la transmisión oral del    priscilianismo.

[51] ídem, p. 102.

[52] ídem, p. 66.

[53] ídem, p. 102.

[54] Armand PUIG, edit., Los evangelios apócrifos, I, Barcelona, 2008, p. 36.

[55] Simultáneamente los Cánones de Prisciliano entran a formar parte habitualmente de las biblias altomedievales, véase la nota 74.

[56] Concilios visigóticos e hispano-romanos, p. 79.

[57]  Manuel C. DÍAZ y DÍAZ, “La cristianización de Galicia”, La romanización de Galicia, A Coruña, 1976, p. 115.

[58] Termina Prisciliano el primer Tratado pidiendo amargamente: “liberarnos a nosotros, que damos testimonio de la verdad, del odio proveniente de una maliciosa murmuración… provocados por las palabras de los calumniadores… que, bajo el título de piadosos, persiguen domésticas enemistades” (Tratados I. 33.7).

[59]  No confundir con el cronista Idacio, obispo de Chaves en la época sueva.

[60] Consideraba a los constructores de herejías corruptos y náufragos de la fe, véase la nota 69.

[61]  Con los maniqueos, no obstante, compartía Prisciliano la concepción dualista Bien/Mal, Dios/Diablo, Luz /Oscuridad que retornará en el siglo XII con cátaros y    albingenses y será combatida en el IV Concilio de Letrán (1215) y luego en el Concilio de Florencia (1442).

[62]  Prisciliano, Tratados y Cánones, Bartolomé Segura edit., p. 45.

[63] El intelectual Prisciliano se considera por encima de las prácticas gentiles de tipo mágico, o supersticioso, que estaban vivas en la cultura popular de su tiempo: las condena teológicamente, mientras que sus seguidores las afrontan sincréticamente, del mismo modo que lo hará  ulteriormente la  Iglesia medieval.

[64] Tratados I. 23. 22.

[65]  Por medio de una sentencia infame y falaz que ningún concilio anti-priscilianista recogió, ni antes ni después de su ejecución, como sabemos.

[66]  Tratados II. 39. 8.

[67] Concilios visigóticos e hispano-romanos, p. 103.

[68] Tratados III.55.12, 18, 19.

[69]  Llama a los que fabricaron las herejías “hombres corruptos de mente y náufragos de la fe (2Tim 3,8) … sus enseñanzas todas las hemos destruido con la luz de los divinos    testimonios a nuestro alcance, no porque nos veamos capaces de pensar algo por    nosotros, como si procediese de nosotros mismos, sino porque nuestra capacidad procede de Dios”, Tratados I. 23. 9.

[70]  El propio Sulpicio Severo lo califica en su crónica de persona “vanidosa” y “engreída”, José FREIRE CAMANIEL, op. cit., p. 272.

[71]  Pasa lo mismo con Jesús y el cristianismo, Marx y el marxismo…

[72]  Concilios visigóticos e hispano-romanos, pp. 16-18.

[73] Ibidem.

[74]  El texto de Prisciliano, editado por Peregrino, tuvo una gran difusión en las biblias de la Alta Edad Media, Marcelino MENÉNDEZ PELAYO, Historia de    los    heterodoxos    españoles, vol. 1, Madrid, 1992, pp. 281-284.

[75] Prisciliano, Tratados y Cánones, pp. 125-126.

[76] Idem, pp. 132-134.

[77]  Idem, p. 134.

[78]  Idem, p. 133.

[79]  Idem, p. 135; véase también la nota 81.

[80]  “Así el que se insubordina contra la autoridad se opone a la ordenación de Dios, y los que se oponen, su propia condenación recibirán” (Epístola a los Romanos), José María    BOVER, Las Epístolas de San Pablo, Barcelona, 1959 (https://   archive.   org/   stream/   lasepistolasdesa00   bove/   lasepistolasdesa00   bove_   djvu.   txt).

[81]  “Los siervos obedeced a vuestros amos temporales con temor y temblor, con    sencillez de vuestro corazón, como a Cristo” (Epístola a los Efesios); “Cuantos están    bajo yugo como esclavos miren a sus propios amos como dignos de todo honor, para que el nombre de Dios y la doctrina no sean blasfemados” (Epístola a Timoteo), ibidem.

[82]  “Las mujeres en las iglesias callen, no les es permitido hablar; antes muestren    sujeción… si algo desean aprender, pregunten en casa a sus propios maridos, porque es    indecoroso a la mujer hablar en la iglesia” (Epístola a los Corintios); “las mujeres sométanse a sus maridos, como al Señor… el varón es cabeza de la mujer, como también Cristo es cabeza de la Iglesia… así como la Iglesia se sujeta a Cristo, así también las    mujeres a los maridos en todo” (Epístola a los Efesios), ibidem.

[83] Crónica de Sulpicio Severo, p. 281.

[84] Justo PÉREZ DE URBEL, Santiago y Compostela en la historia (con amor y con verdad), Madrid, 1977, pp. 82-84.

[85] Ignacio PEIRÓ, Gonzalo PASAMAR, Diccionario Akal de historiadores españoles contemporáneos, Madrid, 2002, p. 486.

[86] Es decir, entre la muerte de Prisciliano (siglo IV) y la conversión de los suevos al catolicismo romano (siglo VI), largo periodo en que el priscilianismo fue hegemónico en Galicia, no sobra repetirlo porque la historiografía sobre los suevos y el Reino de Galicia suele olvidarlo.

[87] Carlos BARROS, “La peregrinación a Santiago de Compostela: una aproximación global”, Anales de Historia Antigua y Medieval, Buenos Aires, vol. 39, 2006 (https://www.h-debate.com/cbarros/spanish/articulos/historia_medieval/peregrinacion.htm).

[88] De la capitalidad religiosa (y no religiosa) de Santiago de Compostela en la Edad Media hemos pasado a la capitalidad política de Santiago en la Galicia autonómica.

[89] Benito VICETTO, Historia de Galicia, II, Ferrol, 1866, p. 175.

[90] Manuel MURGUIA, Historia de Galicia, II, Lugo, 1866, pp. 556, 560, 568, 580, 591.

[91] Benito VICETTO, op. cit., pp. 173-174; Manuel MURGUIA, op. cit., pp. 559, 560, 562, 564 nota 1, 566, 568 nota 1, 577.

[92] Ramón VILLAR PONTE, Historia sintética de Galicia, 1927, A Coruña, pp. 31-32.

[93] Manuel PORTELA VALLADARES, Ante el Estatuto. Unificación y diversificación de las nacionalidades, Barcelona, 1932.

[94] Sempre en Galiza, Madrid, 2 ª ed., 1977, p. 36.

[95] Ibidem.

[96] Idem, p. 51.

[97] Idem, p. 228.

[98] El libro primero de Sempre en Galiza, donde trata el tema de Prisciliano, lo escribe Castelao en 1937, entre Valencia y Barcelona, huyendo del ejército franquista, para la revista galleguista y republicana, Nova Galiza, a la que Otero seguramente podía acceder.

[99] Ramón OTERO PEDRAIO, Historia de la cultura gallega, Buenos Aires, 1939, p. 66.

[100] Idem, p. 62.

[101] Idem, p. 67.

[102] Idem, p. 69.

[103] Xosé CHAO REGO, Prisciliano: profeta contra o poder, Vigo, 1999; Prisciliano, A Coruña, 2002.

[104] Victorino PÉREZ PRIETO Prisciliano na cultura galega, un símbolo necesario, Vigo, 2010; Prisciliano, um Cristão Livre. O Seu Eco na Cultura Galaico-portuguesa, Vila Nova de Famalicão, 2017.

[105] Mensaje del Papa Juan Pablo II en las Actas del Congreso sobre la Inquisición  (15/6/2004) (https://www.vatican.va/content/john-paul-ii/es/letters/2004/documents/hf_jp-ii_let_20040615_simposio-inquisizione.html).

[106] ¿Qué dijo el Papa Francisco sobre Lutero y la corrupción en la Iglesia?, 28/6/2016 (https://www.aciprensa.com/noticias/que-dijo-el-papa-francisco-sobre-lutero-y-la-corrupcion-en-la-iglesia-18302).