Los irmandiños. La Santa Hermandad del Reino de Galicia[*]
Carlos Barros
Universidad de Santiago de Compostela
El
nombre de irmandiños viene de una peculiar traducción al gallego de
principios del siglo pasado, con connotaciones diminutivas-afectivas, de la
palabra hermandinos, que hace referencia a los miembros de las hermandades
castellanas bajomedievales. Así y todo, en su tiempo los que hoy llamamos irmandiños
fueron conocidos, tanto interna como externamente, como
No quedara fortaleza
Mientras en Castilla las hermandades estaban organizadas desde antes de la Farsa de Ávila (1465), en Galicia no se constituyeron en todo el Reino hasta dos años después, por culpa de la resistencia de los grandes nobles, que temían -con razón- un levantamiento de los vasallos en su contra y un posicionamiento legitimista de Galicia en la guerra civil dinástica en curso. Por fin, Enrique IV envía cartas y representantes a principios de 1467 para formar hermandades en todo el territorio gallego, asegurando así un sostén político, ampliamente mayoritario de Galicia, contra el príncipe Alfonso, proclamado Rey de Castilla por la nobleza rebelde.
Hacia marzo tiene lugar en
Melide la primera Xunta da Santa Irmandade do Regno de Galicia, donde se
decide que las fortalezas del Reino, consideradas popularmente nidos de
malhechores, habrían de pasar al control de las diferentes hermandades, contra
la opinión de una parte de los grandes señores, presentes algunos en dicha asamblea,
de la cual huyeron
De seguido se asedian y toman por asalto los castillos
refractarios a
Durante y después de la gran
revuelta, la tradición oral es unánime al afirmar que no deixaron fortolleza
en todo o reino de Galiza, siendo asimismo frecuente decir y escribir que sólo quedara en pié el castillo de Pambre.
Las fuentes nos facilitan largas listas de fortalezas derrocadas, incluyendo
algunas casas-torres hidalgas fuera y dentro de las ciudades, cuyas murallas
fueron respetadas por ser promotoras y
defensoras de las propias hermandades: los concejos urbanos son una parte
fundamental de
Algunas fortalezas y torres medievales de Galicia fueron reedificadas por los nobles, obligando a sus vasallos, siendo no pocas de nuevo demolidas, con ayuda de los restos de las milicias irmandiñas, por el caballero Fernando de Acuña y el jurista Alonso de Chinchilla enviados, en 1480, por los Reyes Católicos para poner fin a la anarquía nobiliaria que había rebrotado en Reino de Galicia una vez vuelve al poder, en 1469, la nobleza derrotada en 1467.
Mentalidad justiciera
La motivación inmediata de la gran rebelión gallega nos la transmiten de viva voz los supervivientes irmandiños y sus descendientes en el Pleito Tabera-Fonseca (1526-1527): los agravios y daños, fuerzas y males que recibían continuamente desde las fortalezas señoriales. En la documentación anterior a 1467, hemos confirmado el fundamento objetivo de esta denuncia colectiva, ratificada asimismo por las crónicas reales y las fuentes eclesiásticas, algo bien comprensible ya que la oligarquía nobiliaria que había reseñorializado Galicia ocupaba, a mediados del siglo XV, una gran parte de los impuestos reales sobre todo, alcabalas- y del patrimonio de la Iglesia.
El sentimiento de agravio
acumulado que explota, en la primavera de 1467, en forma de ira justiciera contra
los castillos, viene acompañado de una creciente identificación en la mentalidad popular, y no
popular, de los caballeros como los malhechores del Reino, cuyas actividades
delictivas guardan relación, en última estancia, con la merma de ingresos señoriales
provocada por la crisis del sistema feudal, iniciada a mediados del siglo XIV, que
se tradujo en la Corona de Castilla, como es sabido, en la sustitución de la
vieja nobleza por una más agresiva nueva nobleza, por efecto de la victoria
trastamara en la guerra civil 1366-1369. Belicosidad nobiliaria que multiplica secuestros
con rescate, robos y usurpaciones de
autoría directa o indirectamente señorial, utilizando como base coactiva la red
de torres y fortalezas construida por la clase señorial a lo largo de
El señor y los carballos
El alto grado de radicalidad y generalidad del movimiento social irmandiño surge del fallo asimismo generalizado del orden público, agrandado por el sentimiento de intolerabilidad ante los abusos en las mentalidades colectivas, y la inculpación por ello de la gran nobleza y sus fortalezas, en una especial coyuntura política en razón de la guerra civil en Castilla, 1465-1468, entre los partidarios de Enrique IV y de Alfonso de Trastamara. Si bien la inmensa mayoría de los irmandiños son populares, colabora en la rebelión la extensa comunidad de agraviados donde nos encontramos todos los estamentos y clases sociales, que reivindican y logran una justicia ejemplar entre 1467 y 1469: el Reino se asosegó y se podía andar seguros por los caminos, leemos en las fuentes. Lo cual consiguen aplicando una curiosa mezcla de moderación y radicalidad, según los esquemas mentales actuales, pues la gente común respeta por un lado la integridad física de los señores derrotados, concentrando la violencia social en las piedras, al tiempo que rompe la relación vasallática y les niega el pago las rendas jurisdiccionales (no así los foros eclesiásticos).
Tan amplio fundamento moral, y
por lo tanto social, explica la excepcional duración de la revuelta en el poder,
así como la prácticamente ausencia de represión cuando, en 1469, regresan a
Galicia los señores más refractarios con tres ejércitos formados en León (Conde
de Lemos), Castilla (arzobispo Fonseca) y Portugal (Pedro Madruga). Logran derrotar
a los ejércitos de
El mejor ejemplo fue Alonso de Fonseca, segundo arzobispo de Santiago con ese nombre, único gran prelado que ubicado entre los adversarios de la gran revuelta de 1467 y el primero en pactar con sus antiguos vasallos el regreso al redil aceptando el renovado señor de Compostela respetar sus usos y costumbres y no reedificar jamás las fortalezas de la Tierra de Santiago, todavía hoy por el suelo.
Otro ejemplo menos autocrítico pero significativo, dados los modos violentos propios de la nobleza gallega del momento, fue Pedro Álvarez Osorio, Conde de Lemos que, cuando Pedro Pardo de Cela (ajusticiado, en 1483, por Acuña y Chinchilla, en nombre de Isabel la Católica) le incita a que hinchiese los carballos de los dichos vasallos, responde el conde lucense en gallego el escribano traduce parcialmente- que no quería, que no se abía de mantener de los carballos, con cierta retranca pues venían siendo los innobles puercos quienes vivían en aquel tiempo de bellotas y robledales.
Reconocimiento señorial, pues, de la enorme extensión que había tenido el levantamiento e, indirectamente, de lo problemático que iba resultar, y resultó, devolver a la vieja obediencia feudal a quienes había vivido libres de vasallaje durante dos largos años, cuestión que se resolvió como sabemos fortaleciéndose la función del Estado a expensas de los señores feudales.
Protagonismo coral
La participación del conjunto de
la sociedad gallega en
Los estamentos, grupos y clases
sociales que intervienen activamente en la gran rebelión cumplen, en parte, una
función diferenciada: 1) la burguesía
urbana asume un papel político, demandando una y otra vez al Rey la extensión
de la hermandad a Galicia y coordinando después la nueva institución en los
ámbitos diocesanos (provinciales) y general del Reino; 2) la mayoría social, rural
y urbana, formada por campesinos, artesanos y pescadores, marcan la agenda
antifortaleza y antiseñorial de la revuelta; 3) los caballeros y escuderos de
la mediana y pequeña nobleza, detentan cargos militares de gran importancia al
principio y al final del levantamiento; 4) los clérigos medios (canónigos) y
pequeños (curas de aldea), colaboran aportando los primeros dinero para la Arca
de
Revuelta europea
La significación europea de la
revuelta irmandiña es evidente, junto con el levantamiento catalán de los
payeses de remensa contra los malos usos feudales, cuestión asimismo resuelta
de manera favorable para los campesinos gracias a la sentencia arbitral de
Guadalupe, auspiciada en 1486 por Fernando el Católico. Las tradicionales revueltas medievales tienen
lugar en Europa durante la segunda mitad del siglo XIV, después de la peste
negra de 1348: jacquerie (1358), peasants
revolt (1381), etc. Un siglo después, en
La base popular del Estado
moderno confiere un carácter específico, pues, a la transición peninsular de
En rigor, desde el punto de vista social y
institucional la modernidad se inicia en Galicia en 1467, también en lo
relativo a lo que hoy llamamos autonomía y autogobierno. Como es conocido, la
Junta del Reino de Galicia que funcionó, con escasas atribuciones, durante los
siglos XVI-XVIII, tuvo su origen, al igual que en Asturias, Andalucía y País
Vasco (régimen foral), en las Juntas de las Hermandades de
[*] Publicado en Historia de