La peregrinaci�n a Santiago de
Compostela: una aproximaci�n global*
Carlos
Barros
Universidad de Santiago de Compostela
����������� En
lat�n cl�sico peregrinus es �extranjero�, primera acepci�n del t�rmino que
no perder� cuando se cristianice al devenir la peregrinaci�n en parte esencial
del ideal evangelizador[1],� en met�fora
del tr�nsito al m�s all�. San Isidoro de Sevilla, transmisor por excelencia de
la cultura antigua al Medioevo, apunta as�, entre los siglos VI y VII, que
�peregrino� es el que �se encuentra lejos de su patria�. Durante
Roma, Jerusal�n, Compostela
��������������� A mediados del siglo XIII,
leemos en las Partidas de Alfonso X el Sabio que �romero� es el que �va
a Roma� donde yacen los cuerpos de San Pedro y San Pablo, y que �pelegrino� tanto quiere decir, como ome estra�o, que va
a visitar el sepulcro de Hierusalem� o que andan en peregrinaci�n a Santiago�,
o a otros logares de luenga e de estra�a tierra�
[3].
Tres fueron los grandes centros de peregrinaci�n que
hubo en nuestra Edad Media. Una parte�
significativa de la poblaci�n medieval viaj�, en alg�n momento de su
vida, a alguna de� las tres ciudades
santas de la cristiandad para rendir culto a los cuerpos-reliquias m�s
se�alados del Nuevo Testamento: Jes�s en Jerusal�n, San Pedro en Roma y
Santiago el Mayor en Compostela. Tres peregrinaciones mayores que limitan y
encuadran el Occidente medieval como espacio sagrado: Jerusal�n en� Oriente, Roma en el centro, Santiago en
Occidente. La peregrinaci�n a Santiago de Galicia es menos antigua (la
invenci�n del sepulcro data de principios del siglo IX), sus reliquias menos
importantes en jerarqu�a evang�lica y eclesi�stica, no obstante, remata
eclipsando a las otras dos: la peregrinaci�n jacobea termina� por ser sin�nimo de peregrinaci�n� cristiana del siglo XII en adelante, �por
qu�? Las posibles respuestas nos permitir�n saber m�s de la formaci�n del nuevo
mundo medieval y de Europa.
��������������� Una fuente italiana,
��������������� Por exclusi�n, argumenta Georges
Duby en un trabajo poco conocido sobre la peregrinaci�n jacobea[5], quedaba el camino santo a la tierra de Santiago
Ap�stol, en cuya promoci�n y organizaci�n ir�n colaborando los poderes
pol�ticos y eclesi�sticos del Occidente medieval conforme el frente de lucha
contra el Islam se mueve hacia el Oeste y se van obteniendo resultados
territoriales, no s�lo espirituales, en
Pensamos que la peregrinaci�n a Compostela, ciudad
situada en el centro de un pa�s en formaci�n insuficientemente cristianizado[6], no triunfa tanto �por exclusi�n� como por sus diferencias
y ventajas respecto de� otros centros de
atracci�n internacional de peregrinos, por su espec�fica capacidad, en suma, para
satisfacer las necesidades de la nueva religiosidad, expresi�n de las
necesidades de movilidad e interconexi�n, apertura y libertad, comercio y vida
urbana, de la nueva sociedad feudal. Se puede decir que la identificaci�n de la
peregrinaci�n con Santiago
Pese a su relaci�n con �rdenes militares y guerras de
�Reconquista�, la peregrinaci�n jacobea jam�s dejar� de ser ante todo un camino
de paz y concordia, en contraste con las peregrinaciones armadas� para liberar
Santiago de Compostela, lugar �de luenga e de estra�a
tierra�, �perif�rico en relaci�n con los
centros de poder peninsulares y europeos, tampoco suscitaba los temores y las rivalidades
de la bas�lica de San Pedro, centro del poder romano. Las chanciller�as
peninsulares y europeas� que favorecen el
Camino jacobeo sab�an perfectamente que no estaban� potenciando un poder pol�tico que les pudiese
hacer sombra. El reino medieval de Galicia, por no tener ni siquiera ten�a rey
propio[7], poder pol�tico, lo que le permiti� ser durante
siglos el centro religioso del� Occidente
medieval m�s atractivo para gentes peregrinas de todas las clases y
nacionalidades. El itinerario jacobeo estuvo suficientemente alejado de la
guerra, y del poder terrenal, para que todos los europeos lo pudiesen imaginar
y sentir como algo propio. Santiago de Compostela no era solamente� de los gallegos, era tambi�n de los
castellanos, de los navarros y de los aragoneses, no era solamente de los
pueblos ib�ricos era tambi�n de los franceses, de los portugueses, de los
italianos, de los alemanes, de los daneses�
��������������� Podemos resumir en tres los
factores que explican la idoneidad del Camino de Santiago para reflejar,
materializar e impulsar la nueva espiritualidad - con sus peculiares connotaciones
mentales,� sociales, pol�ticas y
econ�micas- que brota de
1)
Santiago el Mayor
se adapta mejor que Pedro� al ideal de
vida apost�lica, evangelizaci�n y predicaci�n, que retorna con fuerza� en el siglo XII, animando el culto a las
reliquias de los ap�stoles y los primeros m�rtires. La peregrinaci�n
genuinamente medieval es consecuencia y causa del renovado inter�s por el Nuevo
Testamento (predicado por vez primera a las masas), del deseo de imitar la
austeridad y pobreza material de los que acompa�aron a Jes�s en su
peregrinaci�n terrenal, y de la primera comunidad cristiana que representaba
Santiago el Mayor[8], en discrepancia con la inmovilidad
veterotestamentaria de una Iglesia altomedieval de patriarcas, profetas y
padres fundadores, que dejaba en un segundo plano el culto a Jesucristo, a la
Virgen, a los santos ap�stoles y m�rtires, �estos �ltimos m�s al alcance por su naturaleza
no divina de los cristianos de base, que cambian en ese tiempo justamente su
onom�stica para parecerse m�s a ellos, causa tambi�n de la peregrinaci�n masiva
a sus tumbas. El ap�stol Santiago estaba entre los m�s admirados porque se
dec�a que hab�a predicado en las tierras m�s inh�spitas, en los confines del
mundo. Ya vimos como Dante celebraba la superioridad evang�lica del hijo de
Zebedeo: �la sepultura de Santiago est� m�s lejos de su patria que la de
cualquier otro ap�stol�. Santiago el Mayor fue, adem�s de compa�ero de Jes�s,
jefe de la primera comunidad cristiana, propagador de su evangelio en el fin
del mundo, seg�n la tradici�n, y el primero de los m�rtires cristianos.
2)
El deseo
colectivo de austeridad y pobreza evang�licas, el ejemplo viajero y m�rtir del
fundador del cristianismo y sus m�s cercanos seguidores, se plasma perfectamente
en la peregrinatio: penitencia y ascesis, rigor y voluntad de superaci�n,
que San Bernardo difunde en el siglo XII descalificando al mundo como morada
del diablo y empujando a los creyentes a expatriarse de la vida terrenal peregrinando
a las ciudades m�rtires, evang�licas y santas. El Camino de Santiago era largo,
dif�cil y plagado de riesgos, pero tambi�n soportable[9]: ni tan duro como viajar hasta el Santo Sepulcro, ni
tan pr�ximo y ligero como los caminos que van a�
Roma, donde se confund�an romeros con prelados traficantes de favores,
nada que ver con el peregrino penitente que buscaba el perd�n de sus
pecados� y la intercesi�n divina a trav�s
del que muri� en la cruz �ciertamente rodeado de ladrones- y sus disc�pulos m�s
directos.
3)
El Camino de
Santiago conduce al peregrino al fin del universo conocido. Eran muchos los
peregrinos que, despu�s de visitar la Catedral y abrazar al ap�stol,
prolongaban unos kil�metros m�s su viaje inici�tico para ver el mar en
Finisterre, con su -todav�a hoy- impresionante horizonte redondo, donde termina
el mundo y comienza el m�s all�. Los extranjeros que van abandonando por miles
y miles su patria terrenal, impulsados por su imaginario escatol�gico, se
encuentran as�, donde la tierra se acaba, el lugar del mundo que m�s se asemeja
a la patria celestial[10], dando por bien terminada la peregrinatio sacra.
Camino medieval,�
camino de Europa
La presencia
de los restos del ap�stol Santiago en un sepulcro bajorromano descubierto, a
principios del siglo IX, en el lugar deshabitado donde, por tal motivo,� se erigi� la ciudad de Santiago de
Compostela, es una realidad cuestionada hace m�s de un siglo� por�
Louis Duchense,� Claudio S�nchez
Albornoz[11]
y otros importantes historiadores que constataron la inexistencia de pruebas
documentales o arqueol�gicas acerca de la predicaci�n de Santiago el Mayor,
hermano seg�n la tradici�n de Juan el evangelista, en Hispania, y su traslatio
y� entierro en el reino de Galicia,
despu�s de su decapitaci�n� en el a�o 42,
por orden de Herodes Agripa, en Jerusal�n para escarmiento de la primera comunidad
cristiana.
��������������� Pero
no es menos real, hist�ricamente, que la creencia colectiva en la leyenda de
Santiago, y sus reliquias, ha causado hechos hist�ricos de tal envergadura que
el acontecimiento fundador, su sepultura en Galicia, cualquiera que sea su
grado de verosimilitud positivista, pasa a un segundo plano historiogr�fico y
tambi�n epistemol�gico.� La creencia
generalizada durante siglos en la autenticidad de las reliquias jacobeas ha
tenido magnas consecuencias de car�cter universal y local. La significaci�n
hist�rica del Camino de Santiago en lo religioso y en lo cultural, en lo
econ�mico y en lo pol�tico, para la Espa�a cristiana, para la construcci�n de
Europa, para la formaci�n de
�Todas las naciones europeas, y muy especialmente
aquellas por las que pasaban las v�as peregrinas que llevaban a
Compostela,� han coadyuvado a la
construcci�n, aprovechando la red viaria romana, de una tupida red de caminos[12]
con sus nudos, conexiones� y rutas
transversales, plasmadas en lo esencial a mediados del siglo XII en el Codex Calixtinus, que pone fin al
aislamiento e introversi�n de la Europa de
��������������� El Camino de Santiago, prototipo
hist�rico de la peregrinaci�n cristiana, �es un fen�meno medieval que decae
sensiblemente[14] en las �pocas moderna y contempor�nea[15]. Al desaparecer la sociedad feudal,� nacida y desarrollada espec�ficamente en
Europa, con sus servidumbres y� ataduras
locales y su soberan�a repartida, con sus fronteras abiertas y su cultura
com�n, desaparecen las precondiciones hist�ricas que hicieron posible y
necesario el �milagro� de la peregrinaci�n jacobea, que rompe por la v�a de los
hechos cualquiera� idea simplista sobre
el car�cter inm�vil, cerrado y aut�rquico del feudalismo medieval.
��������������� El
auge del Camino de Santiago, en los siglos XII y XIII, resume el apogeo de
Paso a paso -nunca mejor dicho-, invocando la
protecci�n del ap�stol de los milagros, penando y trabajando, el Camino de
Santiago se va a convertir en el� mejor
ejemplo del auge demogr�fico y econ�mico, urbano y comercial de una Plena Edad
Media que rompe con el conformismo religioso anterior, llevando a la pr�ctica
una espiritualidad que vuelve a los or�genes mediante la acci�n individual y
colectiva: todos y cada uno de los creyentes ten�an ahora un papel concreto que
jugar en la nueva cristiandad. Recuperaci�n de valores apost�licos de� pobreza, humildad y predicaci�n, que adquiere
plenamente su sentido hist�rico cuando el nuevo desarrollo econ�mico hace m�s
dolorosas las diferencias entre pobres y ricos, �r�sticos� y burgueses[18]. Los valores sencillos de la masa de peregrinos servir�n,
directamente e indirectamente, como contrapunto de las nuevas desigualdades: el
Camino franc�s ser� un medio ideal de comunicaci�n de la contestaci�n social,
pol�tica y religiosa, que se extiende por toda Europa siguiendo la vasta red de
caminos jacobeos, desde los movimientos comunales del siglo XII[19] hasta las �rdenes mendicantes, muchos de cuyos
agentes y promotores hicieron tambi�n el Camino compostelano[20].
La peregrinaci�n no es la �nica manifestaci�n del
impulso renovador de la cristiandad medieval que tambi�n se refleja, por
ejemplo, en la sucesi�n de las �rdenes mon�sticas[21], desde os primeros benedictinos a los� �ltimos mendicantes, pasando por Cluny y
Cister, que tambi�n se difundieron por el Camino. ��A diferencia
de la vida monacal,� la acci�n peregrina
es una opci�n abierta� a todos los
cristianos: pobres y ricos, plebeyos y nobles, laicos y cl�rigos; tiene adem�s un
car�cter temporal que la hace compatible con todas las ocupaciones, trabajos y
funciones sociales. La peregrinaci�n es la forma de religiosidad renovada m�s
extendida en el mundo medieval, tanto social como geogr�ficamente,� no se trata por consiguiente de una
prerrogativa exclusiva de cl�rigos, monjes y prelados, que hacen el Camino como
todos los dem�s, sin distinciones de clase, nacionalidad o estatus cultural[22]. Se puede afirmar sin temor a errar que la
peregrinaci�n a Santiago de Compostela es mayoritariamente laica, popular y
desde luego multinacional. Si no fuese tan popular, �competir�an entre s� las
naciones para fomentarla y participar en ella?, �habr�an frecuentado el Camino
tantas personalidades de la Iglesia y el Estado[23]? La dimensi�n civil y masiva de la movilizaci�n
peregrina y su prolongaci�n secular, se entienden mejor si se considera la
estrecha relaci�n existente entre mentalidad, sociedad y econom�a, mixtura indispensable
para cualquier explicaci�n rigurosa �es decir, global- del hecho hist�rico jacobeo[24].
��������������� El ir y venir de miles y miles
de peregrinos por los caminos de Santiago, durante d�cadas, durante siglos,
hace circular nuevas maneras de comprender (a la manera medieval, con la
religi�n omnipresente) el mundo, y tambi�n de transformarlo, en todos los
sentidos, desde la propia religi�n a otros campos del pensamiento y del arte,
desde el rom�nico hasta los movimientos sociales, adem�s de los nuevos modos de
vivir en las ciudades, del comercio o del artesanato, viajando lejos por
promesa o por penitencia,� tambi�n por
conocer �otros logares de luenga e de estra�a tierra�. Nuevos y colectivos
modos de creer, vivir y trabajar, que construir�n Europa desde la sociedad
civil, pac�ficamente,� caminando, sin la
imposici�n militar de un pa�s sobre otro. Precisamente all� donde se intentaron,
y fracasaron, los imperios medievales que quisieron imitar a Roma, no llegaron
a desarrollarse centros de peregrinaci�n tan importantes como Compostela o Jerusal�n[25].
��������������� La Europa medieval fue edificada,
en buena medida, gracias al esp�ritu y la realidad de la peregrinaci�n unida de
sus pueblos durante siglos a lejanos lugares, por lo tanto perif�ricos. Cuando
los pueblos de Europa dejan de viajar juntos es que han vuelto los grandes
Estados y sus imperialismos que,� junto
con las guerras civiles de una cristiandad dividida,� marginar�n durante siglos la idea �medieval,
o sea civil y social.- de Europa,� hasta
su resurgimiento actual, cinco siglos despu�s[26].
Creencia
colectiva, fuerza hist�rica
��������������� El lazo espiritual que une de
mar a mar, sin soluci�n temporal de continuidad, a los europeos es, pues, la
cristiandad medieval[27], que se transforma en fuerza hist�rica creativa
cuando, en determinadas ocasiones, se encarna en las masas[28] como mentalidad que mueve una acci�n colectiva[29] que retroalimenta la creencia y la propia
cristiandad. Un excelente ejemplo de una creencia religiosa devenida fuerza
hist�rica es, sin lugar a dudas, la peregrinaci�n cristiana y medieval que une
a Europa� �hacia dentro�, en positivo,
complementada por unas cruzadas que unen a Europa �hacia fuera�, en negativo,
en contraposici�n al Islam.
Raramente reconoci� el historiador no tradicional el
papel central que corresponde en ocasiones a la religiosidad de masas, y a la
mentalidad colectiva en general[30], en los hechos hist�ricos: por evitar ser acusado de
parcialidad religiosa, o, m�s com�nmente, por temor a caer en una
historiograf�a idealista, inquietudes justas entre los nuevos historiadores del
pasado siglo. Aunque resulta sorprendente que esta resistencia epistemol�gica
al peso hist�rico de la religi�n, y de la mentalidad, comprensible por los
abusos al respecto de la parte m�s conservadora de la vieja historia, asome precisamente
a la hora de enjuiciar un fen�meno religioso especialmente triunfal[31] como fue la peregrinaci�n medieval.
�C�mo se acostumbra a explicar el �xito del Camino de
Santiago como fen�meno hist�rico?: (1) por el apoyo (cierto) de las
instituciones religiosas (abades, obispos, Papas) y pol�ticas (monarqu�as
peninsulares y europeas); (2) por el desarrollo econ�mico plenomedieval; o (3)
por ambas causas a la vez[32]. Postergando continuamente el lugar hist�rico que
ocupa en la peregrinaci�n la propia creencia, estudiada en el mejor de los casos
(tipolog�a de las motivaciones del peregrino, por ejemplo), por s� y para s�,
separada de los restantes componentes causales y consecuentes del fen�meno
hist�rico. De manera que la �nica influencia hist�rica decisiva del factor
religioso que se reconoce es institucional: la Iglesia jer�rquica promoviendo
el Camino.
Notoria desaparici�n conjunta de lo colectivo y de la
mentalidad, de la subjetividad social y �de la subjetividad mental, �que hace imposible un esquema explicativo
global[33], poniendo de nuevo en evidencia las limitaciones e
inconsecuencias de una historiograf�a estructuralista que ahora toca superar de
manera dial�ctica, naturalmente.
No pretendo enfrentar, por supuesto, el determinismo
de la mentalidad al determinismo del poder o de la econom�a, somos m�s bien partidarios
de explicar las causas hist�ricas de manera mixta[34], compleja[35], global[36], sin caer ciertamente en el indeterminismo
posmoderno, articulando y entrelazando los imaginados[37] niveles de la realidad sin eludir, en cualquier caso,
la jerarquizaci�n de las causas, ��y sus interrelaciones, en funci�n de la
especificidad del hecho analizado.
En el caso que nos ocupa, la creencia colectiva� no s�lo fue el punto de partida de la
peregrinaci�n, tambi�n la base de su desarrollo y decadencia posteriores, �como la base de una pizza, esencial para su hechura, si podemos servirnos �del s�mil culinario. Sin la masividad y
persistencia de la movilizaci�n religiosa hacia Compostela no se habr�a
enarbolado en la guerra contra el Islam el estandarte de Santiago Matamoros, ni
los gritos de combate que lo invocan, ni las apariciones milagrosas tipo
Batalla de Clavijo, tampoco hubiera tenido lugar el celebrado desarrollo urbano
y comercial a lo largo del Camino: sin la religiosidad y la acci�n colectivas,
no habr�a existido un sepulcro de Santiago en el apartado reino de� Galicia, ni una red de� caminos sagrados que recorrieran Europa para
conducir a las gentes hacia su tumba.�
Ahora bien, una buena pizza precisa, adem�s de
una base de calidad, unos buenos ingredientes y una pasada por el horno, donde
cuenta el arte del cocinero (metaf�ricamente, el� historiador), que ha de mezclar todo de tal
forma que, si el trabajo se ha hecho bien, no se puede degustar el producto
final separando la base de los otros ingredientes, ni estos entre s�,� porque entonces el producto pierde todo su
sabor y la operaci�n culinaria (historiogr�fica) su sentido.
Aplicando la analog�a a las cr�ticamente citadas
referencias� historiogr�ficas sobre el
Camino, dir�amos que la base religiosa no se puede despegar o aislar de los
componentes econ�micos, institucionales y pol�ticos, tanto si hablamos de
causas como de efectos, de an�lisis como de s�ntesis, de descripciones como de
explicaciones. La creencia colectiva en la autenticidad de las reliquias
compostelanas no deviene fuerza hist�rica por s� misma, espont�neamente,
precisa ser mezclada �y sobredeterminada- con el poder y con la econom�a, con la
sociedad y con mentalidad.
La secular creencia jacobea se manifiesta, act�a y
crece hist�ricamente: 1) gracias a Teodomiro,�
obispo de Iria-Padr�n, que acept� �o instig�- la identidad apost�lica
del sepulcro romano encontrado hacia el a�o 820; 2) gracias a los monarcas que
concedieron privilegios a la Iglesia de Santiago, mejoraron las calzadas y
otras infraestructuras, favorecieron con exenciones y dem�s medidas la urbanizaci�n
y el comercio, la paz, la justicia� y la
seguridad a lo largo del Camino; 3) gracias a la orden de Cluny que foment� la
peregrinaci�n, �y a los Papas que
concedieron indulgencias y a�os jubilares; 4) gracias a los movimientos
organizados de peregrinos, y a los burgueses que dieron consistencia al
itinerario religioso al trasmutarlo en v�a comercial�
Siendo lo contrario -dependencia de los efectos respecto
de la base mental- incluso m�s cierto, pues los prop�sitos no directamente
religiosos, de tipo m�s institucional, pol�tico o econ�mico, de las monarqu�as
cristianas,� prelados, concejos urbanos o
agentes comerciales, pod�an funcionar o no, depend�a de la gente, no pod�an
cumplirse sin la movilizaci�n religiosa de los creyentes comunes, cuya funci�n aut�noma
de transmisi�n oral resulta favorecida cuando el medio principal de
comunicaci�n social es el� rumor. �La prueba es que otros centros de
peregrinaci�n, no menos animados por poderes terrenales, prosperaron menos que
Santiago de Galicia, lugar de enterramiento sacro que, seg�n ya vimos, se
ajustaba mejor que Roma o Jerusal�n (o�
San Mart�n de Tours y San Salvador de Oviedo, por hablar tambi�n de las peregrinaciones
menores) a las necesidades religiosas de los pueblos despu�s de los �terrores�
del �a�o
En resumen, la acci�n pol�tica y econ�mica en favor de
tal o cual� peregrinaci�n es eficaz en la
misma proporci�n �v�ase si no el fracaso de las cruzadas- en que la piedad
popular, de cuya espontaneidad sobran muestras, camina en la misma direcci�n �cuando
no va por delante-, se extiende y persiste en el tiempo, condicionando decisivamente
el �xito de tal o cual iniciativa �desde arriba� (agentes pol�ticos instituciones)
o �desde abajo� (agentes econ�micos y sociales). La trama reticular de los
caminos medievales a Santiago de Compostela �el principal y m�s frecuentado se
conoce como camino franc�s o v�a francigena- es la consecuencia
de una portentosa creencia colectiva con el auxilio capital �aunque menos que
el impulso religioso- de instituciones locales, nacionales y europeas[38],� y el empuje
paralelo y global del sistema feudal en maduraci�n. Creencia religiosa, colectiva
y pacifista que, entrelazada con el inter�s pol�tico y el auge econ�mico, contribuye
grandemente� a las transformaciones hist�ricas
que hicieron del pleno medioevo europeo un mundo mejor, si comparamos con el
alto medioevo o con
*� Versi�n castellana, anotada por el autor,
del� traballo: �Il pellegrinaggio a
Santiago di Compostella�, Il medioevo
europeo di Jacques Le Goff (Daniela Romagnoli, ed.), Milano, Silvana
Editoriale Spa, 2003.
[1]
Emilio MITRE, �Las peregrinaciones medievales�, Fronterizos de Cl�o. Marginados, disidentes y desplazados en
[2] Libro
colectivo editado con motivo de la exposici�n-homenaje que tuvo lugar en
[3] Partidas I, 23, 1.
[4]
Emilio MITRE, op. cit., pp. 185-186
[5]
Georges DUBY, �Peregrinaci�n a Santiago�,
El Urogallo. Revista literaria y cultural (Dossier sobre el Camino de
Santiago), Madrid, n� 39 / 40, julio / setiembre 1989, pp. 20-26.
[6]
Manuel C. D�AZ y D�AZ, �La cristianizaci�n de Galicia�, La romanizaci�n de Galicia, A Coru�a, 1976, p. 115.
[7]� El reino medieval de Galicia perteneci�
siempre, quitando breves y transcendentales par�ntesis, a las Coronas de
Asturias, Le�n y Castilla, sobre cuyas Cortes ejerci� notable influencia,
cuando menos asta la conquista de Toledo.
[8] Andr�
VAUCHEZ, La espiritualidad del Occidente medieval
(siglos VIII-XII), Madrid, 1985, pp. 70-74.
[9]� Georges DUBY, op. cit., p. 26.
[10]� Anunciado en el Juicio Final del P�rtico de
la Gloria de la Catedral de Santiago.
[11]
Claudio S�NCHEZ ALBORNOZ, Estudios sobre
Galicia en
[12] Juan
CARRASCO P�REZ, �El camino franc�s a Compostela y la din�mica de los
asentamientos�, Itinerari medievali e
identit� europea (Roberto GRECI, ed.),�
Bologna, 1999, pp. 158-161.
[13]
Walter STARKIE, �Santiago llega a su apogeo�, El Urogallo, Madrid, n� 39 / 40, julio / septiembre 1989, p. 46.
[14]
Xes�s CARRO, A pelengrinaxe ao Xacobe de
Galicia, Vigo, 1965, p. 159.
[15]
Nuevos y poderosos Estados absolutos y nacionales van a interponerse en el
camino.
[16]
Carlos BARROS, �La humanizaci�n de la naturaleza en el Edad Media�, Edad Media, Valladolid, n� 2, 1999, pp.
169-193.
[17]
Sobre la mentalidad medieval como fuente para actualizar nuestro concepto de
racionalidad, v�ase Carlos BARROS, �Historia social y mentalidades: nuevas
perspectivas�, Medievalisme: noves perspectives, LLeida, 2003, p. 96.
[18]
Andr� VAUCHEZ, op. cit., pp. 136-138.
[19]
Entre 1087 y 1184 tiene lugar revueltas comunales en casi todas las ciudades
del Camino de las estrellas, Reyna PASTOR, Conflictos
sociales y estancamiento econ�mico en la Espa�a medieval, Barcelona, 1973,
pp. 21-22.
[20] A
principios del siglo XIII peregrinaron a Compostela Francisco de As�s y Domingo
de Guzm�n,� Xes�s CARRO, op .cit., pp. 109-110.
[21]
Conforme las ordenes m�s antiguas se van distanciando del cristianismo primitivo,
que tambi�n informa al fen�meno peregrino, son sustituidas por otras que
intentan recuperar el esp�ritu monacal original.
[22]
Igual que las representaciones medievales de las �danzas de la muerte� con sus
filas de gentes de todos los estamentos y clases sociales.
[23] Las
fuentes del Camino (relatos de viajeros, documentaci�n compostelana, etc.) y
mucha de la historiograf�a jacobea se preocuparon antes que nada por dejar
constancia de la visita al sepulcro de Galicia de las �grandes figuras�, sin
embargo fueron los peregrinos an�nimos quienes hicieron el Camino y el objeto
predilecto de los �milagros de Santiago� en el C�dice Calixtino, que insta en
el siglo XII a que �los peregrinos, tanto pobres como ricos, han de ser
caritativamente recibidos y venerados por todas la gentes cuando van o vienen
de Santiago�; condenando rigurosamente en el cl�max de la peregrinaci�n
cualquiera tentaci�n elitista: �Hubo antiguamente muchos que incurrieron en la
ira de Dios, porque no quisieron recibir�
a los necesitados y a los peregrinos de Santiago�, Liber Sancti Jacobi. Codex Calixtinus (trad. A. Moralejo, C.
Torres, J. Feo), Viveiro, 1999, p. 575.
[24]
Podemos ampliar esta necesidad de una �historia mixta� a todos los hechos y
procesos hist�ricos complejos y relevantes, v�ase el trabajo antes citado
�Historia social y mentalidades: nuevas perspectivas�.
[25] Sin
dejar de considerar la contraposici�n ya anotada entre el pacifismo do Camino
jacobeo y el militarismo de las Cruzadas a Tierra Santa.
[26] En
la Europa actual no se utiliza suficientemente el precedente medieval� del primer itinerario europeo, como forma de
construir pac�ficamente un nuevo orden internacional, frente a los partidarios
de un nuevo �choque de civilizaciones� entre el Oriente isl�mico y el Occidente
cristiano.
[27]
Homogeneidad social, religiosa y cultural al tiempo que fragmentaci�n de la soberan�a,
paradoja medieval de dif�cil comprensi�n desde la racionalidad moderna.
[28] La
mezcla jacobea de Nuevo Testamento, milagros y comercio, resume el doble sincretismo
de la implantaci�n popular del cristianismo en el Occidente medieval, m�s el
renacimiento econ�mico feudal como elemento racionalizador contrario /
complementario de una religi�n cargada de superstici�n (v�ase �La humanizaci�n
de la naturaleza en el Edad Media�, pp. 185-191), que incrementa sus exigencias
espirituales en la medida en que se solucionan las dificultades econ�micas,
L�opold GENICOT, �L��r�mitisme dans son contexte �conomique et social�, L�eremitismo in Occidente nei secoli XI e
XII, Mil�n, 1965, pp. 45-69.
[29] La
espiritualidad (protecci�n apost�lica, perfecci�n espiritual, penitencia) es,
en nuestra opini�n, la principal motivaci�n de la peregrinaci�n de masas a
Compostela, favorecida �e favorecedora- por un nuevo contexto demogr�fico,
econ�mico e pol�tico.
[30] Sobre
el papel de las mentalidades y de la �primera instancia� en las revueltas
sociales, v�ase Carlos BARROS, �La mentalidad justiciera en las revueltas
sociales de
[31] Tal
vez por eso mismo hab�a que demostrar el papel central da econom�a y,
subsidiariamente, de la pol�tica.
[32] La
interpretaci�n del �xito del Camino a Compostela que hace Georges Duby (causa
pr�xima, acci�n institucional y pol�tica; causa general, crecimiento econ�mico)
es bien representativa de lo que venimos diciendo, op. cit., pp. 20-22.
[33]
Siendo Georges Duby uno de los m�ximos promotores de la historia de las
mentalidades de Annales, se entiende
bien porque esta acab� por desenvolverse al margen� de las historias social, econ�mica e
pol�tica, as� mismo separadas entre s� o en proceso de separaci�n, �poni�ndose�
fin �en aquel momento- a la�
posibilidad de una �historia total�.
[34]
V�ase �Historia social y mentalidades: nuevas perspectivas�.
[35]
V�ase la propuesta 7 de �La historia que viene�, Historia a debate. I.
Pasado y futuro, Santiago, 1995, pp. 103-104.
[36]
V�ase el punto V, �Contra la fragmentaci�n�, del Manifiesto historiogr�fico de Historia a Debate (www.h-debate.com/Spanish/manifiesto/manifiesto_had.htm).
[37]
Fracas� la operaci�n del estructural-funcionalismo de separar en niveles lo que
est� indisolublemente unido en la realidad,�
despu�s del an�lisis �nunca lleg�
la �s�ntesis, hoy sabemos que tienen que
ir desde el principio juntas y entrelazadas como en la realidad.
[38] Cuyas
figuras no ten�an porque participar menos que las masas populares en la creencia
apost�lica cuando se un�an al Camino, no olvidemos que