La escuela de Annales y la historia que viene
Carlos Barros
Universidad de Santiago de Compostela
Para muchos la "escuela de Annales" ha sido el movimiento historiográfico más importante del siglo XX. Ciertamente ha
compartido con el materialismo histórico, y con sectores neopositivistas significativos como la New Economic History, lo
que se ha dado en llamar la "revolución historiográfica del siglo
XX", que hoy algunos quisieran borrar de la historia de la
historiografía, pero justo es reconocer la preeminencia de Annales
en cuanto a organización y radicalidad en el combate contra la
vieja historia ("historizante", positivista, acontecimental), que le
ha supuesto una enorme irradiación internacional en el pasado
siglo, debida también a su capacidad para generar amplios
consensos asumiendo como propios enfoques como la historia
social de origen marxista o el cuantitativismo neopositivista.
La escuela francesa sustituye la decimonónica historia
política, biográfica y narrativa, por una historia económica, social
y mental, con pretensiones de historia total, propuesta por Marc
Bloch y Lucien Febvre cuando fundaron la revista Annales en
1929, tarea continuada por Fernand Braudel (entre 1956 y 1968)
con un enfoque estructural y economicista, y culminada,
finalmente, por Jacques Le Goff y otros (entre 1969 y 1989)
desarrollando la historia de las mentalidades, posiblemente la
aportación más original de la nueva escuela francesa. La derrota
de Alemania, cuna de la historiografía positivista, en las dos
guerras mundiales creó las condiciones geopolíticas para el triunfo
internacional de la nueva historia francesa, cuya influencia es
fundamental, tanto en su versión "annaliste" como marxista, para
comprender la renovación de la historiografía española en los años
60 y 70.
Hoy la escuela de Annales no existe. Hubo un intento de
resucitarla, en 1989, con la propuesta del "tournant critique"
impulsada por Bernard Lepetit (muerto prematuramente en 1996)
pero fracasó, dándole en parte la razón a los críticos como Hervé
Coutau-Begarie y François Dosse que, en los años 80, decían que
la revista y las instituciones que se crearon a su alrededor, habían
abandonado los postulados fundadores e iniciado una deriva
conservadora. La pérdida de influencia de Francia y del francés a
causa de la globalización dificultan, por lo demás, su improbable
renacimiento en el siglo XXI. Otros países y escuelas han ido
pugnado desde finales de los años 70 por tomar el relevo de la
escuela francesa del siglo XX, cuyo patrimonio es, desde hace
tiempo, de todos los historiadores y cuyo ejemplo ha nutrido
nuevas plataformas historiográficas como la red Historia a Debate
que coordinamos, nacida en España en 1993 y cuya presencia,
dentro y fuera de Internet, alcanza ya más de 40 países.
En los años 90 del pasado siglo ha comenzado un cambio de
paradigmas historiográficos que precipitó, entre otras cosas, la
mencionada crisis irreversible de Annales pero que, en nuestra
opinión, no invalida el interés de muchas de sus propuestas que
han pasado a formar parte del capital historiográfico acumulado.
Partimos de la base -rectificando a Tomas S. Kuhn- de que las
"revoluciones científicas" son, en realidad, una mezcla de rupturas
y continuidades, es por ello que somos contrarios a construir la
historiografía del siglo XXI volviendo al siglo XIX, haciendo
tabla rasa de las cruciales contribuciones historiográficas del siglo
XX, cuya pertinencia futura, naturalmente, habrá que afirmar o
desmentir, reformar o rectificar, según los casos.
Algunos de los paradigmas y enseñanzas de los ahora viejos
Annales que interesaría recordar y poner al día al construir,
autocriticamente, la historiografía del siglo XXI:
1) Su crítica a la historia tradicional que hoy vuelve por sus
fueros con una inusitada fuerza en la investigación y la enseñanza
de la historia. Véase si no el auge de la biografía y la historia
acontecimental (el primado de la cronología, se dice). Hoy se
acepta que la nueva historia se excedió, para imponerse
académicamente, en su crítica al positivismo, pero la vuelta sin
más a la historia de los "grandes hombres", las "grandes batallas"
y las "grandes instituciones" (por ejemplo, las historias últimas de
la transición española) es mucho peor porque, apartando a la
historia de las ciencias sociales, se amenaza su profesionalización,
devolviendo la historia al seno de la literatura. Por eso sigue
siendo útil, para el futuro de la historia, que los alumnos sigan
leyendo viejos libros como "Combates por la historia" de L.
Febvre o "�Qué es la historia?" de E. H. Carr.
2) Su ejemplo como escuela historiográfica con 60 años de
organización colectiva, creación de instituciones, intervención
pública e innovación permanente. Frente a la tendencia
academicista al individualismo pesimista engendrada en los años
80, hay que recordar que los grandes historiadores del pasado lo
fueron también por representar escuelas o tendencias
historiográficas, más incluso, diríamos, que por su genio
individual. En la historiografía, como en la historia, el futuro lo
construyen los que se agrupan para pensar la historia que se
investiga o se enseña, para debatir, para llegar a consensos e
intervenir. Además, si esto no lo hacemos los propios
historiadores, lo harán otros por nosotros, como ha sido en el caso
del "debate de las humanidades" desarrollado en España por
iniciativa política.
3) Su apuesta por una historia total, concepto de origen
marxista pero difundido por Annales. A la fragmentación de los
temas, métodos y escuelas, de los años 80 ha sucedido una
globalización de la economía y la información, la política y la
cultura, a la cual la historiografía no puede ser ajena: afecta a los
historiadores porque afecta a la historia. Ha nacido una nueva
dimensión de la historia global como historia mundial, y son
precisas nuevas tentativas de enfoques globales de la
investigación, la enseñanza y la divulgación de la historia. Para lo
cual hay que abandonar la fallida definición de los nuevos
historiadores de la historia total, como un "horizonte utópico", que
sirvió de coartada para una historia cada vez más fragmentada.
4) Su poco academicista definición del oficio de historiador
como un profesional que tiene que servir, como investigador y
docente, a los hombres de su tiempo. Bloch y Febvre decían que
hay que comprender el pasado por el presente y el presente por el
pasado, que el historiador no es un anticuario y debe nutrirse de la
vida que le rodea, que la historia ha de servir para que la gente
viva mejor, etc. Los historiadores de los terceros Annales, Jacques
Le Goff, Georges Duby o Emmanuel Le Roy Ladurie, lograron
algo muy difícil: que algunos de sus trabajos de investigación (de
períodos no contemporáneos) llegasen a un público muy amplio.
Compromiso social y alta divulgación, conexión academia-sociedad, pasado/presente/futuro: ahí está una de las claves del
triunfo de Annales.
Precisamente, la perdida de influencia pública en los últimos
años de la historia en Francia en favor de la sociología o la
filosofía, tiene que ver con una desconexión con la sociedad, que
ilustra lo que decíamos antes: la escuela de Annales se ha acabado
junto con el siglo XX, pero, como el Cid Campeador, puede ganar
todavía batallas después de muerta.