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Historia inmediata: marxismo, democracia y socialismo del siglo XXI (problemas y debates)[*]
Carlos Barros
Universidad de Santiago de Compostela
Revisitando cr�ticamente
desde la historia el marxismo latinoamericano de los a�os 60 y 70, hay que
aceptar de una vez que Carlos Marx no ha hecho ciencia al margen� de sus interpretaciones y valores, tampoco
sus seguidores. Venimos defendiendo una noci�n de ciencia donde lo objetivo y
lo subjetivo se interrelacionan. La objetividad es justamente consecuencia de
la subjetividad metodol�gica, ideol�gica y te�rica, cuya diversidad es parte
del contexto objetivo, social y temporal, de los investigadores. Urge la
actualizaci�n del concepto de ciencia hist�rica (el marxismo quiso ser �la� ciencia
de la historia) que redefinimos ahora como �ciencia con sujeto� doble (�agentes
hist�ricos e historiadores�), �la mejor garant�a de la objetividad de sus
resultados� (punto I del Manifiesto historiogr�fico de Historia a Debate, 2001).
S�lo el marxismo
entendido como una religi�n -y hubo mucho de ello, tambi�n en el �mbito
acad�mico- nos puede asegurar una supuesta �ciencia verdadera�, un�voca, que
s�lo desde los Estados marxistas-leninistas se pudo imponer �al conjunto de la sociedad y de la academia,
con los resultados que ya sabemos. No se puede, en rigor hist�rico e
intelectual, estar contra los resultados m�s atroces de las experiencias
socialistas del pasado siglo� y no
cuestionar su origen en una interpretaci�n marxista de tipo estalinista de una �ciencia
verdadera� que pudo llegar a �justificar�, por ejemplo, la matanza de burgueses
e intelectuales alienados� en la� Camboya de Pol Pot �(1975-1979). S� que, cualquiera que sean los
defectos pasados y presentes de la gloriosa revoluci�n cubana, ni sus enemigos
m�s recalcitrantes (salvo que perdieran la chaveta, que los hay) se atreven a
compararla� con el Gulag estalinista o la
masacre perpetrada en los a�os 70 por el Partido� Comunista de Camboya contra sus propios
ciudadanos. Asimismo sabemos que la inmensa mayor�a de los seguidores en
Am�rica Latina de Marta Harnecker, no alcanzaron el poder y fueron muchos de
ellos torturados y asesinados por sus ideales. Pero, �c�mo se le homenajea hoy mejor?
Siendo autocr�ticos con nuestra propia tradici�n y fracasos, en lo pol�tico y
tambi�n en lo te�rico, sirvi�ndonos de nuestros conocimientos acad�micos y
profesionales. El historiador �ideologizado
que sostenga una buena deontolog�a profesional no puede olvidar la historia� y sus lecciones, ni dejar de valorar por
tanto los efectos nocivos, pasados y futuros, de cualquier� ideolog�a�
de poder� que se pueda considerar
depositaria de una ��nica� verdad cient�fica. Tampoco la soluci�n est� en dejar
el uso del poder (Estado, media) para
las clases privilegiadas, encerrando voluntariamente la cr�tica en una elitista
c�psula acad�mica alejada de una sociedad que precisa de pol�ticas sociales y
pluralidad informativa. Soluci�n individual, por consiguiente, pero no social:
para investigar participativamente la inmediatez no queda otra que
acostumbrarse a vivir entre verdades relativas, lo que no excluye certezas
fuertes y objetivas (principio de realidad) sujetas al libre juicio del devenir
hist�rico e historiogr�fico.��
Por otro lado, �se esgrime la �ciencia verdadera� de Marx para
justificar de manera �definitiva� la falta de �tica del capitalismo. Nos
preguntamos si para demostrar que los capitalistas explotan a los obreros es
necesario, hoy en d�a, acudir a una autoridad cient�fica externa e inapelable. �Lo saben incluso quienes votan a las
derechas� porque quieren parecerse a los
empresarios, ganar f�cilmente mucho dinero o imitar a los Estados Unidos. No
digo que no haya tambi�n mucha ignorancia popular, que exija, entre otras
cosas, el compromiso �tico-social y la contribuci�n pedag�gica de los
acad�micos para su disipaci�n, pero sin esa �obligaci�n cient�fica� que se
pretende, en lucha abierta �y razonable
-por los argumentos a emplear-� si acaso
en los ide�logos pro-capitalistas m�s o menos refractarios. Hay que enfatizar en
consecuencia el papel de los sujetos pol�ticos, sociales y acad�micos, cuya
contribuci�n ideol�gica ha de ser m�s convincente que impositiva, cosa dif�cil
-lo reconozco- cuando la polarizaci�n pol�tica es grande (prueba de lo que est�
en juego), pero� imprescindible si se
quiere ser eficaz, incluso dentro de la burbuja zuliana.
Cierto desfase que
encontramos en Am�rica Latina entre una parte de la izquierda acad�mica de los
a�os 60-80 y la izquierda pol�tica y social que ha accedido al poder en la
pasada d�cada, tiene que ver con las dificultades del �pensamiento cr�tico�
setentista (marxismo-leninismo, lucha armada) para adaptarse a los nuevos
tiempos, y, del otro lado, con el car�cter pragm�tico m�s que te�rico de la
nueva izquierda electoralmente emergente, pac�fica y realmente masiva en su base
social. El problema se agranda en el movimiento social global incapaz de asumir
como propios los �xitos de la revoluci�n bolivariana en Am�rica Latina. De
forma que si fue dif�cil transformar el movimiento antiglobalizaci�n en
altermundista, pasando de la simple cr�tica a las alternativas (�otro mundo es
posible�), m�s lo es ahora evolucionar de�
pensamiento alternativo a pensamiento de gobierno, apoyando pol�ticas
p�blicas que resuelvan los problemas de la gente, incluso cuando la orientaci�n
ideol�gica puede resultar cercana (el IX Foro Social Mundial declar� al
respecto, en febrero de 2009, su independencia cr�tica de los� esos gobiernos, sin menoscabo de apoyos
puntuales).
��������������� Reconvertir
el viejo pensamiento cr�tico en pensamiento alternativo con opciones de
gobierno (�partido de lucha, partido de gobierno�, dec�a el desaparecido PCI),
pasa por revisar, a la luz de la historia del siglo XX e inicios del siglo XXI,
el marxismo desde sus comienzos en el siglo XIX hasta sus realizaciones en el
pasado siglo. El materialismo hist�rico ha sido con mucho la filosof�a de la historia m�s influente en el siglo XX, tanto el
�mbito sociopol�tico como acad�mico. No se puede comprender cabalmente el nuevo
siglo sin �ajustar cuentas� con el marxismo contempor�neo, y menos a�n desde el
punto de vista que una ideolog�a que se reclame anticapitalista, o simplemente
progresista. El marxismo ha surgido, durante la revoluci�n industrial, de las
contradicciones del capitalismo: lo l�gico ser�a que el aqu�l siguiese de
alguna forma vigente mientras �ste siga vivo (los historiadores sabemos de la
larga duraci�n de los �modos de producci�n�). Si no fuese as�, ser�a
perturbador, porque una victoria total (como algunos pretendieron desde 1989)
del capitalismo (en su versi�n liberal original) ser�a catastr�fica para la
humanidad: lo vimos en el Este de Europa; lo percibimos con la crisis econ�mica
de 2008-2011. El problema reside en que el marxismo no ha tenido la misma
capacidad de adaptaci�n a los cambios de escenario que el capitalismo. Todo
revisionismo fue tempranamente satanizado, Stalin fosilizo la doctrina
fundadora como �marxismo-leninismo� y el marxismo occidental, en su versi�n no-estructuralista
y cr�tica con la realidad sovi�tica, tuvo escasa influencia fuera del �mbito acad�mico.
�
��������������� Quiz�s el auge inacabado �aunque
ralentizado- �del movimiento
altermundista, nacido en 1999, o la reciente formulaci�n pol�tica del
�socialismo del siglo XXI�,� permitan una
actualizaci�n autocritica del marxismo, o de aquellas contribuciones del
marxismo que forman parte de una nueva ideolog�a de emancipaci�n social capaz
de ir pareja con las m�s exitosas luchas sociales y de gobierno. Una
oportunidad, pues, para una izquierda intelectual que sepa combinar
investigaci�n �con compromiso, tradici�n
ideol�gica con Historia Inmediata, principio de placer (acad�mico) y principio
de realidad.
Me voy a atrever, con tal objetivo, a plantear algunas
cuestiones a resolver: a) Poner al d�a, �como
ya dijimos, el concepto objetivista de ciencia que conoci� y aplic� Marx a
mediados del siglo XIX, transformado a lo largo del siglo XX por Einstein, Heinserberg y la teor�a de
la complejidad, aceptando plenamente el papel de la subjetividad en el proceso
de conocimiento cient�fico. B) Desarrollar la autocritica que inici� Federico Engels
(cartas a Karl Schmidt, 27/10/1890, y a Franz Mehring, 14/7/1893) sobre la infravaloraci�n
por parte de los fundadores del marxismo de la influencia de la ideas, las
mentalidades y la �superestructura� en la historia, empezando por el concepto
de conciencia de clase (A. Gramsci, E. P. Thompson). C) Revisar la �ley
hist�rica� de la sucesi�n de los cinco modos de producci�n (esclavismo,
feudalismo, capitalismo,� socialismo,
comunismo), extra�da de textos dispersos de Marx� y formulada dogm�ticamente por el estalinismo
y el estructuralismo, a partir de la imprevista transici�n del socialismo al
capitalismo en la antigua Uni�n Sovi�tica y otros pa�ses europeos. D) Adaptar
la vieja teor�a del proletariado como enterrador del capitalismo a los nuevos
sujetos sociales que, en este momento, dirigen -o comparten- la iniciativa de
la transformaci�n� social: pobres,
trabajadores informales, campesinos sin tierra, comunidades ind�genas; mujeres,
ecologistas, j�venes solidarios y altermundistas. E) Retomar,� a partir de la experiencia del ALBA,� el debate de la II Internacional sobre la
posibilidad de acceder al poder por medios democr�ticos planteada en Alemania� con el apoyo de Engels, que resurgi� con
Antonio Gramsci y los Frentes Populares en los a�os 30 y con Salvador Allende
en los a�os 60; as� como los or�genes del concepto �dictadura del proletariado�
(Marx, Cr�tica al Programa de Ghota, 1875) y su generalizaci�n urbi et
orbi por
los dirigentes bolcheviques (v�ase Rosa Luxemburgo, Cr�tica de la
revoluci�n rusa, 1918). F) Revisar conjuntamente, a la luz de la historia, los conceptos
marxistas de revoluci�n� y reforma, violencia
revolucionaria y v�a pac�fica al socialismo, a la vista de los fracasos y los
�xitos cosechados por el socialismo reformista y el socialismo revolucionario
desde los tiempos de Marx hasta hoy, que nos ha de conducir a redefiniciones
mixtas, complejas, donde la reforma y la revoluci�n se entrelacen.
Despu�s
de la ca�da del llamado socialismo real en Europa oriental se inici� en Chiapas
(1994) la acci�n hist�rica de nuevos sujetos sociales, que adquirieron una
dimensi�n global en Seattle (1999) y alcanzaron democr�ticamente el poder en
Venezuela (1998), Bolivia (2006) y Ecuador (2007),� con una orientaci�n denominada, desde 2005, ��Socialismo del siglo XXI� por Hugo Ch�vez,
seguido con mayor o menor convencimiento por los gobiernos de los nueve pa�ses
que constituyeron en 2004, partiendo de un tratado comercial, la Alianza
Bolivariana para los Pueblos de Nuestra Am�rica (ALBA). Alianza
pol�tico-comercial que, junto con Brasil y Argentina, forman una mayor�a de
izquierdas en la Organizaci�n de Estados Americanos como no se hab�a visto
antes, que supo defender desde el 28 de junio de 2009 la democracia en Honduras
de manera m�s consecuente que los nuevos Estados Unidos de Barack Obama, cuya
influencia ha mermado considerablemente en el continente centro y sudamericano.
��������������� Nos
interesa aqu� la relaci�n y la comparaci�n, ideol�gica y pol�tica, entre el
socialismo (sovi�tico) del siglo XX y el socialismo (bolivariano) del siglo
XXI, a pesar de su brev�sima historia y relativa indefinici�n, porque nos permite
analizar en vivo algunos puntos que acabamos de plantear sobre la reformulaci�n
autocr�tica del �marxismo. Nuestra
metodolog�a es �pensar hist�ricamente� la inmediatez, convencidos de que la
historia que estamos viviendo �nos
aportar� m�s luz sobre las teor�as y experiencias socio-pol�ticas que las
escasas reflexiones acad�micas, de tono m�s abstracto y a veces justificativo
de ideolog�as pasadas, muy alejadas de la actual realidad revolucionaria (pero
democr�tica) y sus protagonistas, por mucho que unos y otros, como ha pasado
otras veces en la historia, traten de explicar los nuevos procesos mediante s�mbolos,
relatos y �pticas de otros tiempos.
��������������� Un
dato importante para esta Historia Inmediata de las ideas y las mentalidades
son las contradicciones entre lo que queda de la �izquierda derrotada� del siglo
XX, de orientaci�n mayoritariamente marxista-leninista (con su correlato acad�mico
estructuralista), y la �izquierda triunfante��
en el actual siglo en Am�rica Latina, tanto en los pa�ses del ALBA como
en el Brasil de Lula o el Uruguay de M�gica. Si bien nos afecta ahora m�s el
primer caso, por su ambici�n hist�rica e ideol�gica, vinculada� a la tradici�n marxista de forma ideol�gica, imaginaria
y pol�tica, sobre todo en Venezuela y Bolivia.��
Hablamos
de la �izquierda derrotada� que bautiz� el ex guerrillero y soci�logo Garc�a
Linera, actual vicepresidente de Bolivia, pero hay que contextualizar
hist�ricamente desde una �historiograf�a de valores�.� La derrota en los a�os 60-80 de los
influyentes movimientos guerrilleros (otras opciones socialistas y comunistas, fueron
testimoniales o� �simplemente sucursales) que no debe hacernos
olvidar el enorme coste en vidas humanas -universitarios, en bastantes casos-
que supuso la represi�n desproporcionada por parte de los ej�rcitos �nacionales�, auspiciada por las oligarqu�as
gobernantes y los EE. UU., con el fin -otra cosa es la justificaci�n
ideol�gica- de impedir una transformaci�n de las estructuras sociales que hiciese realidad la
mejora de las condiciones de vida y trabajo de la mayor�a. Tanto sacrificio de
lo mejor de las generaciones j�venes, hace dura y dif�cil cualquier autocritica
de tipo ideol�gico, t�ctico o estrat�gico (como se dec�a en aquellos a�os).
Quien menos lo entiende es el que no vivi� la clandestinidad y la lucha y, por
consiguiente, tampoco va a comprender que todo reconocimiento de �falsas
conciencias� por parte de la izquierda revolucionaria de aquel tiempo, puede implicar
subjetivamente una �traici�n� a los que combatieron y murieron, en ocasiones de
manera atroz. Sin embargo, la fidelidad a los que lucharon y sacrificaron la
vida de manera altruista, �no deber�a estar m�s en los fines de igualdad y
prosperidad social que persiguieron que en los medios y modelos que se
instrumentaron? Los primeros siguen siendo justos� y necesarios, los segundos (violencia, �dictadura
del proletariado�) se revelaron injustos e �innecesarios, cuando no contraproducentes, �no s�lo por la correlaci�n de fuerzas. �C�mo
no valorar entonces que hoy, por la v�a pac�fica y democr�tica, se haya
conseguido aquello que no pudo ser por la v�a armada antidemocr�tica? Sin duda,
los �xitos electorales de hoy vienen de los fracasos insurreccionales de ayer,
y as� lo han comprendido los ex guerrilleros que est�n hoy en la direcci�n de
la �izquierda triunfante�. A base de pragmatismo, todo hay que decirlo, por el
sistema de tanteo, error y acierto, no tanto por una reflexi�n te�rica de tipo
acad�mico o incluso pol�tica que sigue en gran medida anclada en el tipo de marxismo
institucionalizado por la revoluci�n de Octubre en la Rusia de 1917 (cuyos
m�ritos es justo reconocer en su contexto) y sus consecuencias.
No es la
primera vez, desde luego, en la historia del pensamiento pol�tico, que la
teor�a camina detr�s de la pr�ctica, generando contradicciones entre una
replegada izquierda acad�mica y una izquierda pol�tica y social emergente, en
detrimento de unas ciencias sociales que, de este modo, est�n menos y mal interrelacionadas
con la nueva realidad circundante, al menos desde la izquierda.
��������������� Lo
primero, como siempre, son las fuentes de la Historia Inmediata. En el caso del
�socialismo de siglo XXI� son, en primer lugar, lo que dicen y ante todo lo que
hacen (no siempre coincide) los representantes de las opciones pol�ticas que
han ganado una y otra vez, por mayor�a absoluta, los gobiernos �que forman la alternativa ALBA: Hugo Ch�vez,
Evo Morales, �lvaro Garc�a Linera, Rafael Correa (tambi�n Manuel Zelaya); sin
dejar de contrastar a la vez lo que dicen y hacen otros l�deres de la izquierda
gobernante como Lula y el ex guerrillero Jos� M�gica (Pepe. Coloquios, Montevideo, 2009). Todos
de amplia experiencia sindical, pol�tica, incluso acad�mica en los casos de
Linera y Correa. El analista de Historia Inmediata, acostumbrado a las fuentes
orales y a la �hemeroteca, ha de saber encontrar,
bajo el discurso pol�tico, coyuntural y pol�mico, la nueva ideolog�a de izquierda
que fundamenta la actual v�a pac�fica y democr�tica al socialismo, en su
formulaci�n marxista (PSU de Venezuela, MAS de Bolivia), o que pretende simplemente
una trasformaci�n social en favor de las mayor�as, con un planteamiento menos
ideol�gico, pero igual de importante hist�ricamente. Si a esto a�adimos la
dimensi�n continental del movimiento, en la mejor tradici�n boliviariana y
guevarista, tenemos sin lugar a dudas una nueva versi�n, por la v�a de la
pr�ctica, del marxismo latinoamericano que introduce cambios de fondo respecto
del siglo XX en aquellos temas, precisamente, que lo separaron del marxismo
europeo (no sovi�tico),� gramsciano (no
estructuralista),� de tradici�n comunista
y tambi�n socialista. Cuya teorizaci�n -desde Am�rica Latina- deber�a suponer
una aportaci�n singular para lo que pod�a ser el �marxismo del siglo XXI�,
componente potencialmente importante del movimiento social global, que se
define precisamente en el Foro Mundial de�
Belem do Par� (1/2/2009) como socialista, ecologista y feminista.
��������������� Para
nutrirse de la inmediatez �es necesario
que la izquierda acad�mica de tradici�n marxista invierta su relaci�n con la
izquierda pol�tica y social, reconociendo que la vanguardia est� en un
movimiento real que habla por la v�a de unos hechos a la espera de �una investigaci�n, y una reflexi�n m�s
profunda, sin anteojeras ideol�gicas que interprete, explique y clarifique, el
nuevo� modelo de transformaci�n social
que se quiere implementar como un �socialismo del siglo XXI�, distinto por consiguiente
del socialismo sovi�tico, burocr�tico y autoritario, por un lado, y del
socialismo reformista europeo, que no pocas veces ha cambiado de bando
(�ltimamente abrazando el neoliberalismo y apoyando en parte de la guerra de
Irak).
Cinco son, resumiendo de nuevo, los jalones
principales� para un debate, una
investigaci�n y una reflexi�n productiva sobre el pretendido modelo de
�socialismo del siglo XXI�, con la intenci�n de que no se frustre (arrastrando
el conjunto de la sociedad en su ca�da), para lo cual es necesario considerar
su pr�ctica, sin ignorar la ideolog�a declarada, esto es el principio de
realidad �y la realidad inventada:
A) En la nueva conciencia social y la �participaci�n pol�tica popular (ind�gena
en Bolivia) reside �por supuesto �el primer logro de la revoluci�n social� democr�tica en los pa�ses que m�s se reclaman
del nuevo socialismo reformista-revolucionario. Integraci�n popular en el
sistema democr�tico que tendr� car�cter irreversible en la medida en que las
pol�ticas p�blicas se sigan traduciendo en mejoras sociales y econ�micas para
la mayor�a. La utilidad social del r�gimen democr�tico ha sido siempre la mejor
garant�a para su estabilizaci�n �como la
mejor forma pol�tica para dirimir en paz las diferencias ideol�gicas, sociales
y pol�ticas. Y �ltimamente, en Am�rica Latina, la mejor manera de consolidar
las reformas sociales, que una dictadura podr�a eliminar en un d�a.
B) Hay que crear un verdadero Estado social que
solucione el problema de la pobreza, asegurando dignas condiciones de vida, �resolviendo la asignatura pendiente de la
inseguridad, as� como la vivienda, la salud�
y la educaci�n de las clases populares. Se puede intuir que llevar� a�os
su construcci�n y que los pa�ses m�s pobres (justamente donde triunfa el ALBA)
no tienen otro camino que la recuperaci�n para el nuevo Estado de unos recursos
naturales, cuya explotaci�n pueda generar excedentes que permitan implementar pol�ticas
sociales. No se les puede decir a estos pueblos�
que esperen a que se desarrollen -supuestamente por obra de un capitalismo
liberal, puro y duro- unas amplias clases medias (incluyendo sectores asalariados)
que con sus impuestos est�n dispuestas a financiar un Estado de bienestar al
modo europeo (especialmente fuerte en los pa�ses n�rdicos por obra de la
socialdemocracia). Recordar que tambi�n es el Estado social lo que mejor se
valora en Cuba, incluso en los desaparecidos pa�ses del Este de Europa, pese al
car�cter no democr�tico, autoritario, de partido �nico: modelo sovi�tico hoy en
d�a imposible de mantener all� donde sobrevive a medio y largo plazo, sin
reformas econ�micas y pol�ticas (siguiendo tal vez el modelo bolivariano, y no
al rev�s), y menos imponer violentamente, por factores subjetivos y objetivos,
en nuevos pa�ses.
C) Desarrollar una econom�a mixta, p�blica y
privada, es la clave de un nuevo modelo de desarrollo que se puede reivindicar
como socialista (ideolog�a del gobierno) al descansar en un Estado social,
basado en empresas y pol�ticas p�blicas, pero que necesita no menos de la
propiedad privada, desde el aut�nomo hasta la empresa industrial, para disponer
de productos que eleven las posibilidades y el nivel del consumo de las masas,
y sobre todo para ayudar a generar puestos de trabajo, a lo tiene que
contribuir adem�s la inversi�n extranjera. No se trata de socializar la pobreza
sino la riqueza, para lo que se necesita eficiencia, productividad y
competitividad. Sin un buen mercado de productos, y una econom�a
productiva,� no hay bienestar social, ni
socialismo, a la altura de las necesidad humanas del siglo XXI.�
Ya los bolcheviques, encabezados por Lenin, pusieron
en pr�ctica (1921) con buenos resultados una Nueva Pol�tica Econ�mica basada en
aceptar (o restituir) la propiedad privada de la tierra, atrayendo a empresarios
y inversores extranjeros, hasta que Stalin acab� con la experiencia, en 1928, de
una econom�a de orientaci�n socialista pero mixta, iniciando un proceso total
de colectivizaci�n� y nacionalizaci�n que
llev� con el tiempo a la fosilizaci�n y la derrota hist�rica, junto con otros
factores, del modelo de socialismo sovi�tico. Asumir te�rica y estrat�gicamente
la pr�ctica econ�mica mixta del �socialismo del siglo XXI� actualmente
existente,� deriva, en resumen, de la asunci�n
de la inutilidad del modelo absoluto de la planificaci�n y socializaci�n de los
medios de producci�n, de la aceptaci�n en los hechos y la teor�a de la
democracia representativa (y la alternancia como correlato) �y de los imperativos de la globalizaci�n de la
econom�a.�
D) Democracia representativa m�s democracia
directa. Siendo el distintivo hist�rico del �socialismo del siglo XXI� el
acceso al poder� por medio de la
democracia representativa, no deja de asombrarnos, e inquietarnos, la
incomodidad que sienten algunos colegas al comparar la derrota de las
revoluciones armadas del siglo XX (con la excepci�n relativa de Cuba, que se
declar� marxista despu�s de 1959) con el �xito de las revoluciones pac�ficas
(dirigidas en parte por ex guerrilleros y golpistas de izquierda) del siglo XXI.
Es hora de recordar que la democracia tiene or�genes
hist�ricos lejanos, desde Grecia y Roma, pasando por Florencia y Venecia, hasta
la Francia revolucionaria. Cualquier historiador sabe que las formas de
gobierno democr�tico, directo� y/o
representativo, son muy anteriores a la soberan�a popular representada por un
parlamento elegido, tal como fue instituido por la revoluci�n francesa de 1789.
En ning�n sitio est� escrito -salvo en el catecismo marxista-� que unas clases populares, con grado
suficiente de conciencia y organizaci�n pol�tica, en el pasado, presente o
futuro, no puedan en determinadas condiciones, alcanzar por la v�a de la
democracia el poder del Estado. Lo contrario ser�a aceptar para siempre el
secuestro por parte de la burgues�a en su fase contrarrevolucionaria, y otras
oligarqu�as (tambi�n en pa�ses del socialismo llamado real), de la democracia
entendida como expresi�n libre y reglamentada de la voluntad de la mayor�a. Ciertamente
en el siglo XX la burgues�a termin� violentamente con la democracia cuando vio
sus intereses de clase en peligro, lo que ya pasaba mutatis mutandis en la Antig�edad cl�sica con las tiran�as, pero
la situaci�n en el siglo XXI es muy distinta, no es tan f�cil y dura poco, por
la conciencia social y democr�tica que han alcanzado los pueblos y la globalizaci�n
positiva de los derechos humanos y democr�ticos.
As� sucede que, en 1973, un golpe militar sangriento
acab� con la �v�a democr�tica al socialismo� de Salvador Allende, �que revive en el siglo XXI con gobiernos verdaderamente
de izquierdas que son reelegidos de manera estable a�o tras a�o. Sin embargo, muestra
una gran miop�a que algunos gobiernos del ALBA no reivindiquen m�s claramente a
Salvador Allende como precursor de su modelo de socialismo, aunque se le valore
como m�rtir de la causa socialista (a pesar de su humanismo reformista). Peso
retardatario de viejas ideolog�as, que impide asimismo apreciar �mejor el hecho de que ahora la democracia no
puede violentarse tan f�cilmente (Honduras): Fukuyama� no pod�a sospechar que la globalizaci�n de la
democracia como sistema pol�tico tuviera como efecto secundario el uso
alternativo que estamos viviendo en Am�rica Latina, cuando l�deres, partidos y
coaliciones electorales de izquierda radical y orientaci�n anti-imperialista
cumplen a�os gobernado gracias al poder de los votos, sin ser desalojados del
poder por las Fuerzas Armadas y los EE. UU. Insistimos, el principio de la
realidad debe estar por encima del principio de la realidad inventada: ya no
hay �democracia burguesa�, hay democracia y punto, al menos eso tenemos que
reivindicar los dem�cratas de izquierdas, otros est�n deseando que los
gobiernos bolivarianos se desplacen definitivamente hace el autoritarismo para
poder apropiarse de nuevo de la democracia, aunque ello suponga una desgracia
nacional. El problema es que, a veces, en �algunos pa�ses del �socialismo del siglo XXI� se
hace una cosa pero se dice otra, se quiere poner en pr�ctica un socialismo
democr�tico pero sigue rondando en la cabeza de los dirigentes la tradici�n de
un socialismo no democr�tico, sovi�tico, que se sabe no funciona, sobre todo
econ�micamente, pero tiene mayor �legitimidad� revolucionaria. Contradicci�n
que en este caso afecta a parte de la �izquierda triunfante�, no s�lo a la
�izquierda derrotada�, acad�mica o pol�tica.�
��������������� Hoy por hoy excluimos, con todo,
que los dirigentes actuales de los gobiernos del ALBA, cuya inteligencia
pol�tica est� m�s que demostrada (incluso en situaciones dif�ciles de intentos
de golpes de Estado y acciones hostiles de una oposici�n derrotada en las urnas),
cedan a la tentaci�n del autogolpe tipo Fujimori u otra forma generalizada de
exclusi�n pol�tica de sus opositores econ�micos, medi�ticos y pol�ticos. La
cuesti�n a debatir es, pues, que formas de democracia habr�a de sostener o implantar
en pa�ses gobernados por una mayor�a social de izquierda, entendiendo que
existe al respecto cierta� diversidad
hist�rica a donde remitirse.
��������������� Heinz Dieterich, uno de los
pocos acad�micos que se ha atrevido a �teorizar
sobre el �socialismo del siglo XXI�, reconoce la democracia representativa y la
propiedad privada como elementos necesarios, pero identifica de forma simple,
en nuestra opini�n, la democracia participativa con el �socialismo del siglo
XXI�. Nosotros, sin embargo, valorando�
altamente todos los elementos de democracia directa que funcionan o
pueden funcionar en las democracias actuales, consideramos m�s importante para
un �socialismo del siglo XXI� la democracia representativa que la democracia
participativa, por ser la primera la que da o quita el poder del Estado a los
diferentes partidos y clases sociales. Es por ello que� apoyamos la idea de una democracia mixta, tanto
indirecta (elecci�n de representantes) como directa (acci�n sin
intermediarios), de forma equilibrada y regulada por las leyes (asambleas
tradicionales o constituyentes). Ambas formas de democracia tienen hist�ricamente
sus valores, �defectos y variantes, de
ah� su necesaria complementariedad. �La
democracia representativa ha sido efectiva en bastantes ocasiones para evitar o
resistir �el despotismo, salvaguardar el
respeto de las minor�as, el control parlamentario del gobierno, la renovaci�n
de los dirigentes, el pluralismo, las libertades individuales. La democracia
participativa supone la implicaci�n directa de la gente en el gobierno de las
cosas (fuera de los periodos electorales), el control del gobierno desde la
calle, el acceso a la pol�tica de las clases populares� y las minor�as �tnicas. Depende de esta
segunda forma de democracia, en gran medida, la revitalizaci�n de la primera,
en crisis seg�n no pocos autores por la corrupci�n y otros defectos que alejan la
pol�tica tradicional de los ciudadanos, lo que sucede en mayor grado en Am�rica
Latina, toda vez que la vieja democracia -en manos de las oligarqu�as y parte
de las clases medias-� no se ha revelado
eficaz �hist�ricamente para resolver las
brechas sociales� y �tnicas, cayendo una
y otra vez en manos de la dictadura.
��������������� Cuatro son las variantes de
democracia directa que identificamos hoy en d�a, y que habr�a que fortalecer
con el fin de completar y vivificar la siempre imprescindible democracia
parlamentaria (sede de la soberan�a popular), sobre todo en los pa�ses del
ALBA, por sus especiales posibilidades: 1) La democracia de calle, extraparlamentaria
pero asegurada por casi todas las Constituciones, esto es, el uso cotidiano de
los derechos de manifestaci�n, expresi�n, huelga, reuni�n, asociaci�n, etc.,
que est�n ahora en auge en todo el mundo, son indicativo de la crisis y la
vitalidad de la democracia, habiendo mostrado bastantes veces capacidad para influir
en el voto decisivamente. 2) La democracia de refer�ndum, de larga
historia y uso corriente en algunos�
estados norteamericanos y pa�ses europeos (Suiza, por ejemplo), tambi�n
regulada en las constituciones m�s democr�ticas, y utilizada una y otra vez
leg�timamente en los pa�ses del ALBA para cambiar la Carta Magna y otras leyes
(incluyendo la reelecci�n en los cargos, en vigor en Espa�a y otros pa�ses
europeos), y por el movimiento altermundista desde Porto Alegre para organizar
localmente presupuestos participativos. 3) La democracia de asamblea,
poderoso instrumento de participaci�n y movilizaci�n popular,� pero dif�cil de mantener en el tiempo,
derivando en reducidas reuniones de activistas o comit�s elegidos, de f�cil
burocratizaci�n cuando son prolongaci�n del poder del Estado, como ha
demostrado la experiencia sovi�tica. Mucho nos tememos que la falta de
pensamiento (auto) cr�tico mantiene latente, entre los que siguen abominando la
democracia �burguesa� que� llev� al poder
a la izquierda, la hist�ricamente frustrada idea rusa del transitorio �doble
poder� Soviet/Asamblea Constituyente,�
que termina con la disoluci�n de la segunda. Traducido al presenten
significar�a una forma de autogolpe con apoyo popular, en una coyuntura
concreta (por ejemplo, p�rdida de las elecciones), que significar�a sin duda alguna
el fin del �socialismo del siglo XXI�.4) La democracia identitaria, desarrollada
ante todo en Bolivia (democracia comunitaria), donde los pueblos ind�genas son
mayoritarios, destinada a satisfacer los derechos de sus comunidades, asegurar
su autogobierno y canalizar su participaci�n en la pol�tica del Estado. Su
correlato europeo ser�a, en una versi�n m�s representativa, la democracia de
las nacionalidades� y regiones a trav�s
de las autonom�as y los Estados federales. Otra variante ser�a la democracia
municipal. En todos los casos implica la descentralizaci�n del Estado como
forma de acercar la pol�tica a los ciudadanos, una de las causas del deterioro
de la democracia representativa.
��������������� Modos de democracia
participativa que, sobra decirlo, pueden servir tanto a los gobiernan como a
los que est�n en el oposici�n. Tal vez m�s a estos �ltimos que pueden as�,
oponi�ndose al gobierno desde la calle y usando la libertad de expresi�n, transformar
las intenciones de voto, y los �ndices de participaci�n electoral, aprovechando
los errores y las dificultades del gobierno. Los que hoy gobiernan tendr�n que
hacer lo mismo alg�n d�a, cuando sean sobrepasados en las elecciones
parlamentarias y presidenciales, lo que efectivamente puede tardar poco o mucho
tiempo. El partido liberal del Jap�n, por ejemplo, gobern� democr�ticamente
durante 50 a�os, y no menos la socialdemocracia en el Norte de Europa, cuyas
reformas sociales fueron respetadas -por miedo a perder el favor de los
electores- en buena medida por los partidos conservadores que la sucedieron en
el poder. Otra novedad,� pues, que nos
aportar� el socialismo del siglo XXI si, como esperamos, sobrevive a la p�rdida
del poder y lucha desde la oposici�n en defensa de las reformas que implement� desde
el gobierno. De forma que tendr�amos un socialismo m�s vinculado a la sociedad
civil que a la sociedad pol�tica, lo que lo har�a m�s duradero, revolucionario
y eficaz que el socialismo llamado real del siglo XX y la socialdemocracia
electoralista.�
[*] Publicado en �Fuentes. Revista de la Biblioteca y Archivo Hist�rico de la Asamblea �Legislativa Plurinacional, La Paz (Bollivia), a�o 10, vol. 5, n� 13, abril 2011, pp. 36-44.