Historia
inmediata: marxismo, democracia y socialismo del siglo XXI[*]
Carlos Barros
Universidad de Santiago de Compostela
Jos� Luis Monzant, amigo, colega
y� miembro activo de la red acad�mica
internacional Historia a Debate, que me digno en coordinar y dirigir desde
Santiago de Compostela, con una participaci�n entusiasta y necesaria de miles
de historiadores latinoamericanos, entre los que destaca Jos� Luis y lo que
llamamos el Grupo de Maracaibo. Sobre todo en lo tocante a la Historia
Inmediata,� que es en definitiva de lo
que habla en su escrito el autor, dialogando con el personaje inventado de K.
Trasunto� de� los protagonistas K� de �las
obras geniales� de Franz Kafka como el
Josef K� de El Proceso (1925), que jam�s conocer� el motivo de su condena a
muerte, como en la real Inquisici�n.
��������������� El
libro que presentamos constituye una meritoria confesi�n del autor, que se
desnuda ideol�gicamente en lo pol�tico y lo filos�fico, incluso� �ntimamente, cuando habla de los instintos.
Lo prologamos con gusto porque constituye una aportaci�n autobiogr�fica y
presentista que pocos historiadores y acad�micos ser�an capaces de llevar a
cabo de modo tan descarnado. El g�nero fue iniciado hace veinte y tres
a�os� por Pierre Nora que llam� Essais d�ego-histoire a un conjunto de
relatos de vida social e intelectual de historiadores franceses. Forma
narrativa que desde los Estados Unidos se est� hoy �queriendo recuperar como autobiograf�as de
historiadores, interiorizadas y contextualizadas, que generan fuentes personales
de primer orden, al igual que el texto de Monzant, para una historiograf�a
inmediata.
��������������� La
Conversi�n de K es, por tanto, un
ensayo �narrativo y vital del historiador
Monzant con elementos de ficci�n, desde personajes hasta una misteriosa �ciudad�
donde tienen lugar di�logos dramatizados (literatura did�ctica creada por
S�crates), asimismo inventados.� El
propio autor desarrolla su discurso ideol�gico con bastante carga imaginaria, si
bien valora en un segundo plano proyectos de �mayor vecindad con la realidad�.
Debe saber el lector que el libelo
de� mi amigo, y sin embargo colega, fue redactado
en noches de insomnio con ansia de publicaci�n, desveladora del sentido
liberador de su escritura. �Tard� en
contestar a la invitaci�n por email y Jos� Luis me escribe inquieto, renovando
la demanda, temeroso de que no quiera aceptar el encargo por desacuerdos que
intuye: al fin y al cabo soy parte de la izquierda europea que Jos� Luis dice
que �no existe�. Para animarme a�ade que le parecer�a bien incluso que lo critique
en el prefacio (sin l�mite de p�ginas), lo que no es nada habitual, pero muy del
estilo de Historia a Debate, donde hemos logrado a�o tras a�o beneficiarnos
colectiva y respetuosamente de un debate permanente, sobre temas de
historiograf�a e historia inmediatas.
Tal como viene, �el escrito de Monzant �provoca�
un debate doble, de orden filos�fico y pol�tico, por un lado, que no
vamos a rehusar, y otro de historia inmediata, que pretendemos alentar, pese
que Jos� Luis evita hablar directamente de Ch�vez, Venezuela y la Am�rica
Latina actual. Sobre el debate ideol�gico y te�rico, centrado parcialmente por
el autor en el materialismo hist�rico, debemos tener en cuenta que partimos de
tradiciones marxistas de origen europeo que, en el siglo XX, se divulgaron y
desarrollaron de forma distinta en Latinoam�rica y en la propia Europa.
Definici�n de posiciones de partida que est� asimismo sujeta al debate, que es
necesario clarificar para ir respondiendo a la pregunta -no contestada-� que el autor hizo en Maracaibo al
nicarag�ense Sergio Ram�rez sobre las diferencias hist�ricas y actuales entre
la izquierda europea y latinoamericana.� Cierto
retraso en la difusi�n en Am�rica Latina del marxismo fundado en el siglo XIX
por los alemanes Marx y Engels, junto con unas condiciones econ�mico-sociales
marcadas por la dependencia, el subdesarrollo y una sangrante desigualdad
social, facilitaron la recepci�n de un marxismo esquem�tico, estructuralista y
mecanicista que tuvo su m�xima expresi�n en el libro Conceptos elementales del materialismo hist�rico (Editorial Siglo
XXI, 1969; 51� edici�n en 1985), escrito por Marta Harnecker,� alumna en Francia del padre del
estructuralismo marxista, �y miembro del
PCF, Louis Althusser. El autor califica el compendio de la escritora chilena -despu�s,
cubana- de �ideologizante catecismo marxista�, sin embargo lo recomienda, en
2009, al personaje K aprisionado por su �falsa conciencia� para que se
convierta, pensando -supongo- que como novato deber�a empezar por el
principio.�
En contraste con lo anterior, en
Europa la teor�a de Marx evolucion� del objetivismo anti-humanista de Althusser
a lo que Perry Anderson denomin� en los a�os 70 el �marxismo occidental�, en
buena parte diferente y contrapuesto en aspectos importantes al marxismo-leninismo
sovi�tico (difundido directamente en Am�rica Latina por los partidos
comunistas), que tuvo su cenit filos�fico en la escuela de Frankfort (Horkheimer, Adorno, Marcuse, Habermas) y Antonio Gramsci, fundador del Partido Comunista Italiano; su
cenit historiogr�fico en la escuela de Past
and Present (Hobsbawm, Thompson, Carr) y su expresi�n pol�tica en los a�os
60-70 en el eurocomunismo italiano y espa�ol,�
que vincularon -al tiempo que Alexander Ducbek en Checoeslovaquia- por
vez primera socialismo� y democracia
desde una �ptica comunista, aunque fugaz. Algo que Engels ya hab�a apoyado en
los inicios alemanes de la marxista II Internacional Socialdem�crata (1889), y
que hoy tiene una renovada actualidad internacional -aunque no guste a algunos seguidores
de Harnecker de los a�os 60- a partir de la formulaci�n y pr�ctica venezolana y
latinoamericana del llamado �socialismo del siglo XXI�, que conquist� el poder
democr�ticamente. Dos tradiciones, por tanto, marxismo revolucionario y
marxismo reformista, que en la primera d�cada del siglo XXI, tienden a
encontrarse parad�jicamente en Venezuela y los pa�ses del Alba para
perturbaci�n del marxismo de catecismo, aceptando la calificaci�n excesiva de
mi amigo Jos� Luis, sobre todo porque veremos que no le es tan ajena. Al final
detallaremos m�s que vemos de nuevo en el �socialismo del siglo XXI�,
adelantaremos en todo caso que asume, sin decirlo, lo que tiene de democr�tico
y reformista el marxismo europeo (no estalinista) del siglo XX, lo que genera
no pocos conflictos interiores en la izquierda acad�mica latinoamericana.
Pretendemos, por consiguiente, trasladar
el debate de la ideolog�a marxista a la historia inmediata, especialmente
significativa en Am�rica Latina.� Queremos
transitar de los plurales �paradigmas
marxistas de los siglos XIX y XX a los an�lisis urgentes de la historia turbulenta
que estamos viviendo (diversamente) a los dos lados del Atl�ntico, remont�ndonos
a la ca�da del muro de Berl�n y concediendo una especial importancia al giro
hist�rico a la izquierda de Am�rica Latina en la �ltima d�cada, iniciado
precisamente en el� pa�s real del autor
del libro que nos ocupa. �Sobre la base siempre
de esa nueva regla de �intercambio igual� (que compartimos con el movimiento
altermundista, cuyos debates digitales no suelen ser tan tolerantes, como bien sabe
Monzant, lector asiduo de Rebeli�n)
en el campo de la reflexi�n y el debate. Intercambio igual que no pretende
anular, ni descalificar, las diferencias de tradici�n, situaci�n y opini�n,
como pas� tantas veces en el ideol�gicamente sectario siglo XX �y todav�a pasa hoy, como se ve, por ejemplo, el
duro trato que el autor da al imaginario K, partidario de la oposici�n y luego un
(mal) convertido al marxismo latinoamericano de los 60-80. Di�logo, pues, sin jerarqu�a
previa ni imposici�n de un parte sobre la otra. No vaya a ser que se entienda
mi prefacio cr�tico como lo que se hac�a malignamente en la �izquierda y la extrema izquierda sesentista �y setentista, �donde los compa�eros te hac�an la
�autocr�tica�, s� o s�, como se dice en Argentina. No habr� pues, por mi parte,
penitencia o absoluci�n para Jos� Luis Monzant, que se ha atrevido a decir lo
que piensa, si acaso contribuci�n fraterna a encontrar respuestas que calmen el
dolor existencial que se infiere de su relato autobiogr�fico, en especial en la
parte donde finalmente reconoce estar m�s perdido: las propuestas.
��������������� El
libro del historiador maracucho se lee de un tir�n, es entretenido, a unos le
enfurecer�, a otros le gustar�, los indiferentes no nos interesan, justamente porque
van a considerarlo asunto de inter�s demasiado ideol�gico y latino, o poco
acad�mico. �Al resto, que somos mayor�a
en el universo cr�tico de Historia a Debate (adem�s de los alumnos de Monzant),
se lo aconsejo vivamente, est� adem�s bien escrito y tiene su intriga: uno
nunca sabe lo que le va a pasar ni al pobre K o al autor super agobiado por el
�sistema�: ambos sufren y son infelices, por lo tanto humanos. La obra pone de relieve,
por �ltimo, la irreductible sinceridad, honestidad� y compromiso social del historiador Monzant,
ajeno por lo dem�s a cualquier �mitolog�a militante� o carrerismo pol�tico (es,
o fue, chavista sin carnet ni cargo alguno). El estilo literario, desenfadado, incluso
alegre en la forma pero serio� y dram�tico
en el fondo, descargado del �ardor citatorio y comprobatorio de la academia�
(que suele Monzant frecuentar en sus trabajos historiogr�ficos, como todos
nosotros), facilita una r�pida lectura y ahuyentar� a los �positivistas de la
facultad� que tanto disgustan al autor, pero tambi�n a los acad�micos de lo que
antes se dec�a el �primer mundo�,� que a�n
tienen el feo y colonial h�bito de mirar por encima del hombro a los colegas latinoamericanos.
Pas probl�me, estaremos mejor sin ellos,
amigo Jos� Luis, ampliaremos tu ciudad imaginaria (volvi�ndola del rev�s como
hizo Marx con Hegel) y arreglaremos el mundo (mejor dicho, intentaremos ayudar en
algo) y no digo �salvar el mundo� porque s� que no te gusta, con toda raz�n.
��������������� Llegado
a este punto, y antes de entrar en materia, siendo mucho, largo y sustancioso lo
que hay que tratar, ruego al querido lector,�
o lectora,� que deje aqu� mismo la
lectura de este anormal pr�logo y pase directamente, sin dilaci�n, al comienzo
del libro de mi amigo Monzant, no vaya a ser que resulten condicionados por mis
leves cr�ticas (la fuertes tienen un destinatario colectivo, de hecho podr�amos
titularlo: Carta abierta a un acad�mico
latinoamericano) y se pierdan la diversi�n. Despu�s, si les placen, pueden
volver a este humilde prefacio / posfacio,�
recuerden entonces que lo dejaron donde se dice:
En la
burbuja
��������������� Tengo
que confesar que la lectura de la primera mitad de libro me causo una gran
impresi�n.� Conocemos a Jos� Luis Monzant
en Historia a Debate, desde el 19 de noviembre 2001, cuando� junto con Jhonny Alarc�n y Norberto
Olivar,� se adhirieron a nuestro
Manifiesto historiogr�fico del 11 de setiembre de 2001, entre cuyos firmantes estaban
ya los historiadores del mismo grupo marabino: Antonio Soto (┼), Roberto
L�pez y Juan Eduardo Romero (posteriormente se adhirieron �ngel Lombardi Jr.,
F�rido Caldera� y otros). A partir de ese
momento, Jos� Luis participa asidua y apasionadamente en el intenso debate de
Historia Inmediata sobre Venezuela, en defensa de Ch�vez, que llev� con energ�a
e inteligencia al III Congreso de nuestra red (Santiago de Compostela, 2004).
De ah� nuestra sorpresa y preocupaci�n cuando empezamos a leer su apasionada
diatriba (�Discurso o escrito violento e injurioso contra alguien o algo�,
seg�n el Diccionario) �ideol�gica� contra el poder, so pretexto de la
conversi�n del tonto de K,� ubicado todo
ello en una ciudad imaginaria�
Empieza� Jos� Luis reivindicando el �vivir en
libertad� como atributo humano, �que no
entiende pol�ticamente sino ligado a los instintos de� �nuestra animalidad�, por un lado, y a la
�ciencia en Marx�, por el otro, interpretada �sta como destrucci�n de la
�ideolog�a�. Pasando as� a criticar acerbamente la democracia (que no distingue
de la dictadura, seguramente porque no la vivi�), la opini�n p�blica (que presupone
totalmente modelada por los medios de la derecha) y la academia (que forma
parte del sistema, como reproductora de �ideolog�a�), olvidando a los
acad�micos cr�ticos, que somos legi�n. Nos alerta, en suma, sobre una derecha invisible,
que lo puede todo, que �est� en todas partes�, contra la que nada o casi nada
se puede hacer. M�s adelante escribir� hasta tres veces, a modo de resumen que �el
capitalismo es diab�licamente perfecto�, no exento de cierta admiraci�n.
Nos imaginamos inevitablemente a
nuestro amigo y colega, pues, como buen personaje kafkiano sufriendo la asfixia
y angustia de un sistema capitalista y falsamente democr�tico. Me record� un
cuadro surrealista que tenemos en casa (hace a�os que est� en el desv�n) donde
se ve un hombre con las manos apoyadas en una burbuja transparente e
impenetrable, de la que no puede salir: met�fora de la dictadura que quer�a
representar. Pero nuestro Monzant� vive
en una democracia pluralista gobernada por Ch�vez y el partido chavista (al cual
sabemos que apoya cr�ticamente), que lleva una d�cada ganando por mayor�a
absoluta las elecciones una tras otra, con la mayor�a de los medios de
comunicaci�n social venezolanos (y mundiales) en contra, precisamente. Malos
historiadores ser�amos si no coloc�ramos en su contexto hist�rico la larga
digresi�n, supuestamente imaginaria, de nuestro amigo historiador.� Y si lo hacemos, malamente podremos aplicar
al �mbito venezolano, incluso latinoamericano, de los �ltimos a�os la� desesperanzada teor�a cr�tica de Monzant
sobre el car�cter inexorablemente burgu�s del sistema econ�mico, pol�tico e
ideol�gico de su� alienante �ciudad de
dios�, donde como en la pel�cula del mismo nombre los� actores exclaman: �lucha y nunca
sobrevivir�s�.
Se comprende la desaz�n del Monzant
ciudadano en un municipio (Maracaibo) y un estado (Zulia) donde la oposici�n de
derecha suele tener m�s votos, pero �no est� el resto de Venezuela, casi en su
totalidad, gobernado por el chavismo? �No tendr�a que ser la oposici�n, y no mi
querido colega, qui�n tendr�a que estar agobiada por el chavismo dominante? A
continuaci�n barrunt� que tal vez mi amigo quiere prepararnos mentalmente
(�ideol�gicamente�) para la inminente ca�da de Ch�vez, consult�� medios antichavistas �y parece que no: una encuesta del jornal El Nacional, con vistas a las elecciones
legislativas de 2010, ofrece un 39 % de venezolanos que opinan que el Gobierno
lo est� haciendo bien o muy bien, ya le gustar�a a nuestro Zapatero... Por lo
tanto, se trata de una crisis personal de ilusi�n, �acompa�ada posiblemente de una de esas crisis
existenciales que,� a partir de los 40
a�os (Monzant naci� en 1967), suele perseguirnos cada cierto tiempo. Lo intu� al
darme cuenta la cantidad de veces que el autor de la �diatriba ideol�gica del
poder� critica a los �viejos� que con la edad se hacen conservadores� y cambian de bando. �En realidad, Jos� Luis escribe el libro para decirnos
-gritarnos, m�s bien- �que no piensa
convertirse en un viejo conservador, ni cambiar de chaqueta, si no que seguir�
donde estaba pero m�s radicalizado, en el sentido de un pensamiento todav�a m�s
cr�tico (en todas las direcciones), escasamente autocritico (hay que leer entre
l�neas, para sentirlo)� y nada
alternativo (falto de propuestas). Con lo que nos alegramos por el amigo y la
causa de la humanidad, pero quedamos preocupados por la aparente falta de modelos
y perspectivas, pese a la voluntad de fondo izquierdista.
Instinto vs.
feminismo
Siguiendo el relato, vemos que Jos� Luis, por un
momento, abandona como interlocutor al idiota de K e inicia un di�logo con
Mariana Veas, chilena y acad�mica (fil�sofa), que le escribe� privadamente, despu�s de leer su art�culo La derecha invisible en Aporrea.org,
para decirle� provocativamente �ya no soy
de izquierda�, atacando esos �t�rminos odiosos� de izquierda y derecha,
capitalismo y socialismo, y concluye: �nadie nos trata como personas y a las
mujeres, por seis mil a�os, menos a�n�. Mariana confiesa que tiene 60 a�os (de
la revolucionaria generaci�n del 68,� como
yo mismo, por fortuna), evolucionando desde el troskismo �setentero al feminismo. Su contraparte,
embebido en su furor ��destructivo�, no
se percata de que de Mariana se expresa desmesuradamente como el mismo Monzant,
quien erre que erre interpreta ineducadamente el� supuesto desencanto de la fil�sofa chilena �como
algo que viene de la madurez�, calific�ndolo incluso como �el cambio de bando
pol�tico que usted parece manifestar�. Todo viene, �desde luego, de que mi amigo Monzant �no valora como seguir en el mismo bando el
cambio de Mariana del marxismo revolucionario al feminismo. Porque en lo dem�s,
Jos� Luis, que por reacci�n defiende justamente la validez del binomio
izquierda / derecha,� no est� tan
distante de �Mariana cuando muestra su decepci�n
(destructiva, para no variar) con �el socialismo sovi�tico, el chino y el
cubano� que �s�lo han implicado la profundizaci�n dictatorial del capitalismo
de Estado para convertirse en algo as� como lo que los polit�logos de derecha,
que tambi�n existen, porque no han dejado de existir, llaman Estado total�. Incluso
se permite Monzant aqu� una referencia oculta al chavismo oficial: �Tampoco
estoy de acuerdo con ponerle nombre al futuro. Me refiero a que no tiene que
llamarse �socialista� necesariamente una sociedad m�s justa que la capitalista�.
Rebaja de aspiraciones marxistas,� que
nos da pistas, junto con su antiestatismo total y su amor por los instintos, de
lo que parece una reconversi�n �ideol�gica� del�
ciudadano Monzant desde el marxismo de Harnecker a una mezcla explosiva
de marxismo, anarquismo y una instintiva anti-Ilustraci�n. Suele decir el autor
que se opone al proyecto moderno por venir de Europa, pero sigue al� europeo Hobbes y su Leviat�n (�Guerra de todos contra todos�; �El hombre es un lobo
para el hombre�) al asumir su maligna y pre-ilustrada concepci�n del ser
humano, cuando dice de s� mismo y otros desencantados: �idealizaron la
izquierda y sus posibilidades; quiz� porque no conocen en realidad la
naturaleza humana�. De nuevo el pesimismo antropol�gico de mi amigo Monzant,� que suele a�adir al discurso del �mal
salvaje� de Hobbes, una lectura harto parcial de Freud: le encanta el Ello
(impulsos primarios), pero no el Yo (principio de realidad) y menos todav�a el
Superyo (conciencia moral) que completan la teor�a del psicoanalista austriaco.
Pero veamos c�mo termina el di�logo con Mariana Veas (de
lo m�s recomendable, al ser las dos partes inteligentes), que responde
educadamente (�estimado profesor�) al autor que sibilinamente acaba de meterse
con su edad madura, descalific�ndola como �traidora�, sin considerar educadamente
su condici�n femenina, me temo, bien patente cuando con un encanto sin par nuestra
fil�sofa agradece a Jos� Luis �sus palabras de respuesta�, reconoce
autocr�ticamente (siempre tan dif�cil) que su misiva fuera una bomba de racimo,
y no menos finamente contraataca criticando que se siga defendiendo �lo que
hicimos� a �principios de los setenta�: �Fue
entonces cuando acu�amos el �momio�, t�rmino que representaba la destrucci�n
total del otro, del oponente pol�tico� es decir, �marcarlo para eliminarlo� que
es en fin de cuentas la causa de todas las guerras civiles y de las guerras en
general�. A partir de aqu� la fastidias, amigo,�
alg�n instinto tuyo se sublev�, porque sin venir a cuento (no sabemos
siquiera si Mariana est� casada) criticas la �monogamia� como un mal profundo
del capitalismo �diab�licamente perfecto��
con ra�ces lejanas en el �patriarcalismo milenario�, que Mariana hab�a
citado correctamente en el primer mensaje como culpable de que no se las hubiera
tratado como personas durante miles de a�os. Siento que lo que te enfurece,
Jos� Luis, es que la �trovadora del Sur� -como t� dices- proclame, en este
segundo mensaje de fondo m�s serio, eso de que �no estoy desencantada�,
contraponiendo al �vaiv�n instintivo ataque y defensa� la �poes�a que cambia el
mundo porque desarrolla la sensibilidad�, el amor y los �detalles, de persona a
persona, uno a uno; nada de eslogan ni concentraciones, al o�do, bellamente��
Para despedirse de colega a colega� con
�un abrazo fraterno de Mariana Veas�. Deber�as hab�rselo devuelto, Jos� Luis
(todav�a est�s a tiempo), en lugar de reservarle tu peor respuesta.
Desconocedor de que en Chile la palabra �momio�, en masculino, tiene el
significado de reaccionario, te�
resientes por la alusi�n y les dices a tus desprevenidos lectores, enemigos
y amigos, entre los que me incluyo: �Queda dicho que el solo
se�alamiento de los beneficiarios de la ideolog�a �marca� y me convierte en un
�momio�, y no en �una� momia, como siempre hemos dicho. Decir �momio� no deja
de parecerme una curiosidad de g�nero o una suerte de factura feminista,
innecesaria y equivocada, por dem�s, como mucho de lo que se hace en nombre de
esa doctrina revanchista que es el feminismo, o para decirlo en dos palabras,
el feminismo s�lo me parece la inflamaci�n opuesta al machismo�.
Dije al principio que este pr�logo ser�a cr�tico, pero
no ten�a la intenci�n, de verdad, m�s all� de abrir un necesario debate de
inter�s general (otro sobret�tulo que barajo es Historia inmediata: marxismo, democracia y socialismo del siglo XXI).
�Har� una sola excepci�n: el
antifeminismo de Monzant, del que discrepo cordialmente. Porque s� que se trata
de una actitud de fondo instintivo, machista y patriarcal, extendida en las
sociedades latinoamericanas (incluida parte de la izquierda acad�mica y radical)
contra la que se lucha poco o nada. Antifeminismo social y pol�tico que unido a
la inseguridad general,� y al poco valor
de la vida humana, viene a legitimar, se quiera o no, la violencia de g�nero y
las masacres de mujeres tipo Ciudad Ju�rez. Versi�n acad�mica de esta subcultura
supuestamente varonil, y tan necesitada de psicoan�lisis personalizado, es precisamente
el �feminismo como revanchismo� que se recoge -me gustar�a decir que sali� sin
reflexi�n- �en La conversi�n de K. La
diatriba ideol�gica del poder, poniendo al mismo nivel la v�ctima y el
agresor, el g�nero que es dominante y el g�nero que es dominado desde que la
historia es historia, hasta hoy, que empiezan a cambiar dichas relaciones en
algunos lugares, no sin dificultades, con precio de sangre. Un profesor de
filosof�a argentino, Enrique Lynch, afincado en Barcelona, donde present� -�por
qu� no nos sorprende?- una tesis de licenciatura en la UAB sobre �La teor�a del
poder en Thomas Hobbes�, public� en El Pa�s
(19/11/2009) un libelo contra las mujeres (basado en la leyenda acad�mica� que Monzant reproduce, y experiencias
personales me temo) titulado Revanchismo
de g�nero, que ha desatando un maremoto de respuestas indignadas de hombres
y mujeres de la civilizada Espa�a, donde tenemos una de las leyes m�s avanzadas
contra la violencia de g�nero, �y una residual
pero peligrosa �falsa conciencia� sobre la �necesidad� de �defender al var�n�
de la mujer crecientemente emancipada de una manera atroz: mat�ndola f�sica o
simb�licamente. �Ideolog�a� antifeminista hoy bastante combatida,� interna y externamente, por las
organizaciones de izquierda �en todas sus
versiones, a diferencia de los a�os 60 y 70, en Espa�a y otros pa�ses.
No se puede pretender cambiar el mundo en lo social y
dejar como han estado siempre las relaciones de g�nero, amigo Monzant. Ya
tienes aqu� una de las diferencias (relativas, pero reales), generadas por los
distintos contextos y dinamismos internos, que tanto te preocupan entre las
izquierdas latinoamericana y europea. La realidad es que muchas de las
reivindicaciones sociales pendientes de satisfacci�n en Am�rica Latina ya
fueron conseguidas en Europa, no sin coste. Por medio de un ciclo secular de
luchas intelectuales, sociales� y
pol�ticas, desde la Comuna de Paris hasta Mayo del 68, desde la Ilustraci�n anti-feudal
y anti-absolutista hasta el materialismo hist�rico. Las izquierdas europeas,
con sus complejas relaciones complementarias entre reforma y revoluci�n,
triunfaron hace tiempo en resolver la parte m�s lacerante de la pobreza,
asegurando una educaci�n y una salud p�blicas de buen nivel al alcance del
conjunto de la poblaci�n de la que, por ejemplo, los Estados Unidos est�n todav�a
lejos. Estado de bienestar social que hace al capitalismo europeo m�s justo,
democr�tico y diferente del que todav�a sufren amplios sectores de las clases
populares en Am�rica, �frica y Asia (por no hablar de la situaci�n en la Europa
del Este despu�s del socialismo sovi�tico).�
Desde� 1968 la
izquierda europea se plantea, adem�s de lo anterior (que hay que defender y
desarrollar, d�a a d�a, con� pol�ticas
p�blicas de izquierdas), apoyar los nuevos movimientos sociales que han venido
demandando respeto al medio ambiente, terminar con la discriminaci�n de la
mujer, legalizar el divorcio y el aborto (otra causa grave de mortalidad
femenina), permitir a gais y lesbianas vivir libremente sus opciones sexuales
(por fin, posible en M�xico D.F.), etc. Derechos humanos, sociales y civiles
(no instintivos), que la parte m�s representativa e inteligente de la izquierda
latinoamericana est� empezando a incluir en sus luchas, desbordando en el siglo
XXI las paralizantes versiones ideol�gicas de la �izquierda derrotada� (importada,
en buena medida, de una� Europa que ya no
existe) de que suele hablar �lvaro Garc�a Linera (BBCMundo.com,
21/12/2005), y de la que supo apartarse a su modo la colega feminista chilena
que te sac� de sus instintivas casillas.
Ciencia vs. ideolog�a
Dejamos descansar la cuesti�n feminista, querido
colega, y volvamos a tu di�logo menos sangriento sobre el racionalismo
cient�fico con el divertido engendro de K, �que imagino tranquilizador para tu ego, puesto
que sabes que nunca lo vas a convertir (por falta de alternativas), �c�mo
explicar si no que le llames anti-pedag�gicamente idiota una y otra vez? �Hacia la mitad del libro, con todo, el autor cambia
aparentemente de actitud y como ya mencionamos le deja prestado, como alguien
hizo con �l a su edad, el famoso �catecismo marxista� de Marta Harnecker� que tanto te impresion� veintea�ero en la
Universidad del Zulia de los primeros a�os 90, o tal vez antes, en el� colegio elitista Ud�n P�rez de Maracaibo,
instituciones ambas hoy seg�n mi amigo dominadas por j�venes alienados como K,
quien finalmente tom� conciencia: �Tanto se emocion� K, pues, que dizque quer�a
�transformar el mundo��. Incre�ble, desde luego, con lo tonto que dec�as que
era. Salvo que el escritor precise de la falsa conversi�n de K para decirnos
algo que le cuesta reconocer, veremos. El �lter ego de Monzant� sale respond�n y se desdice pronto: �todo es
ideolog�a�. Tambi�n la izquierda, en determinadas condiciones, reconoce el
autor ahora por su propia voz, �falsifica� de alguna manera la realidad: �no
estoy diciendo que no haya ideolog�a de izquierda�la elaboraci�n de ideolog�a
est� asociada al ejercicio del poder�. Proclamando as� su opci�n por un �movimiento
libertario de izquierda� liberado de la �falsedad ideol�gica� de los movimientos
marxistas contaminados por el ejercicio del poder: �el marxismo sovi�tico y sus
sucursales europeas y latinoamericanas, asi�ticas y africanas�. Se deja entrever
el desencanto de nuestro acad�mico egresado de la Universidad del Zulia, en
1995, con los largos a�os de su maduraci�n (desde los 31 a�os)� dentro de la Venezuela chavista (1998-2009).
Insiste m�s adelante Jos� Luis, en plena madurez, en su criticismo total �hacia el poder, sea del signo que sea: �Si
algo fue hecho desde las afueras del poder, �bien pudiera� no ser ideol�gico en
cuanto falsa conciencia que oculta y justifica privilegios, injusticias,
ganancias y beneficios; pero movimiento libertario que alcanza el poder y no
quiere o no puede cambiar las causas de la desigualdad, aunque s� pueda
permanecer en el poder, entonces necesita ideologizar y lo hace�. Es decir, el
�poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente�, m�xima
liberal-burguesa de Lord Acton lanzada en 1887 contra la corrupci�n de la
Iglesia de Roma, y recogida hasta el presente como principio esencial del
anarquismo por medio de Bakunin, adversario de Marx por la cuesti�n poder,
entre otros temas, en la I Internacional de trabajadores (1864-1876).
��������������� Pero cuando el lector
acostumbrado a analizar documentos cree ya que tiene �ideol�gicamente� ubicado
el autor en la pura anarqu�a, este da un nuevo salto que nos sorprende
relativamente, despu�s de haber sufrido con �l los agobios enajenadores del
�capitalismo diab�licamente perfecto�. Proclama el autor su axioma fundamental:
�los planteamientos de Marx son ciencia verdadera�, a�adiendo, por si quedaran
dudas que �los marxismos de aqu� y de all� son ideolog�a, que quede claro, y lo
son por tergiversadores, por falsificadores de lo real; no �nicamente porque se
trate de teor�as descontinuadas por editoriales y facultades�. Olvidando que
los marxismos nacen de Marx y que el mismo Monzant sigue con pasi�n la lectura (v�ase
si no el cap�tulo VI de Conceptos
elementales, 15� ed., 1972) que del propio Marx hizo el estructuralismo
marxista (marxista-leninista) �que tan
eficazmente Marta Harnecker difundi� en Am�rica Latina, propagando nociones �aseguradoras y salvadoras de un marxismo
�cient�fico� que descubre contradicciones antag�nicas que inevitablemente
llevan a la superaci�n dial�ctica del capitalismo mediante una transici�n socialista
que conducir� �a la sociedad sin clases
ni Estados, denominada comunista. Esta �ltima parte futurible a Monzant ya no
le interesa, porque supone la toma del poder (fase marxista de la �dictadura
del proletariado�), pero s� y mucho� la �cientificidad�
de la explotaci�n de los obreros por los patronos, que har�a �obligatoria� la
conciencia de clase (conciencia social, si hablamos de los pobres), �marcando� -dir�a,
acusadoramente, Mariana- como pinches ignorantes a quienes no acepten la
�ciencia verdadera� del �genio alem�n�.
��������������� Nuestro autor precisa al fin y
al cabo recurrir al �concepto absolutista
de ciencia (marxista) que niega al positivismo y al neopositivismo (Popper), pese
a sus cr�ticas al marxismo cataqu�tico en otras partes del texto (resuelve la
contradicci�n negando todos los marxismos, salvo a Marx). Reca�da cientifista
(lo que Monzant echa por la puerta, vuelve por la ventana) que precisa para contestar
a preguntas �ticas como �sta: �Si todo es verdad� �cu�l es el papel de la
mentira?�. Dicho de otro modo: �c�mo diferenciamos la verdad de la mentira? Si
el capitalismo es la gran mentira y los socialismos �realmente existentes� le
fueron a la zaga, qu� nos queda: la certeza final en un Marx genuinamente cient�fico
en lo epistemol�gico, dice Monzant. Aunque ello suponga obviar otras
aportaciones fundacionales del diverso Marx, por no hablar de otras lecturas del� fundador del marxismo menos objetivistas y
economicistas, m�s adaptables a la fluida realidad sociopol�tica y cultural.
Cientifismo imperativo que, aunque no sea la intenci�n del autor, puede llegar
a convertir en clones de K -�marcar�, dir�a Mariana- a aquellos que potencialmente
no coincidan con la verdad �cient�ficamente� establecida, dentro y fuera del
marxismo, dentro� y fuera de la
izquierda: tontos �tiles del capitalismo. Ya pas� en el siglo XX, y le cost� la
vida a mucha gente, �aunque no volver� a
pasar porque los sujetos hist�ricos han aprendido de sus errores, y el contexto
econ�mico y social ha cambiado radicalmente desde la ca�da del Muro.
Aunque no lo diga, el autor sit�a su ideolog�a
particular en un contexto sociopol�tico, es un lector atento, y no es tan ajeno
como a veces quiere parecer a los esfuerzos pasados� y actuales por cambiar el mundo (a lo que han
renunciado m�s intelectuales que gente com�n, que no tiene otro camino para
mejorar). Pienso incluso que el inter�s que nos estamos tomando por analizar la
ideolog�a pol�tico-filos�fica de Jos� Luis Monzant, adem�s de la amistad, es
por su representatividad del acad�mico �pensamiento cr�tico� latinoamericano, excepto
�tal vez (no tengo suficientes datos) en
lo relativo al asunto de los instintos, que tiene mucho de privado. �Cuatro ingredientes hemos identificado en la
ideolog�a (�conjunto de ideas�, con su componente imaginario) de Jos� Luis
Monzant, aparentemente contradictorios entre s� porque tiene la habilidad -le
va la cordura en ello- de eludir aquello que pueda ser antag�nico, con el resultado
de cierta coherencia en la diversidad, por lo dem�s caracter�stica com�n de las
nuevas izquierdas en el nuevo siglo.
�Primeramente,
coge el autor del marxismo original el cientifismo socioecon�mico, desde�ando
-al menos en el libro que nos sirve de fuente- tanto la �lucha de clases� (papel
decisivo de los movimientos sociales) como la estrategia axial de la conquista
del Estado con el objeto de transformar la sociedad en un sentido socialista,
fase transitoria del advenimiento de la sociedad sin clases (comunista). Lo que
le permite combinar la cr�tica cient�fica totalizante de Marx al capitalismo,
con la cr�tica anarquista del Estado y del poder en general, medio corruptor de
cualquier proyecto de emancipaci�n social (prejuicio asimismo muy presente en el
movimiento social anti-globalizaci�n). El tercer elemento que adopta Monzant en
su ideolog�a es la �opci�n por los pobres� implementada por la cristiana �teolog�a
de la liberaci�n�, �tomando nota de la
composici�n desclasada de las mayor�as sociales en Am�rica Latina (chocando con
el protagonismo del proletariado en Marx y Bakunin). En cuarto lugar, encontramos
la citada y peculiar teor�a de los instintos que bebe tanto del irracionalismo
hobbesiano como del descubrimiento de Freud sobre el peso en la psique humana de
los impulsos primarios, Eros y Tanatos, olvidando� la finalidad curativa de la teor�a
psicoanal�tica del m�dico vien�s. En suma, toda una propuesta (subyacente) de
actualizaci�n de un pensamiento cr�tico latinoamericano� que desde los a�os 60 (cuando nace el autor)
gira alrededor del marxismo estructuralista, compatible con el estalinismo.
Pensamiento cr�tico basado m�s en la destrucci�n� (t�rmino que emplea repetidas veces) que en
la construcci�n (aparente falta de propuestas), pese a vivirse en
Venezuela� y Am�rica Latina procesos
in�ditos de construcci�n de nuevas realidades pol�ticas y sociales, que algunos
llaman o quieren llamar socialistas. Con lo que resulta evidente la tensi�n �uno
de los motivos larvado del desasosiego existencial de Monzant - entre esta
izquierda acad�mica-pensamiento cr�tico (�destructor de la ideolog�a�, �disconforme
y fustigador�, dice con pasi�n Jos� Luis) y la izquierda pol�tica y social que
accedi� pacifica y democr�ticamente al poder, durante la pasada d�cada, en
buena parte de Am�rica Latina (incluida Venezuela) con programas y
realizaciones de cambio social.�
��������������� Con lo cual, llegamos a lo que Monzant denomina el �ep�logo�
de su discurso contra la �falsa ideolog�a� del poder capitalista. La intriga del
relato dura hasta el final, aunque los espectadores avisados seguro que
identificaron pistas: el autor, sincero como siempre, contesta que �no tengo la
propuesta� cuando le piden, amigos y alumnos, alternativas para liberarse de la
�falsa conciencia� engendrada por un �capitalismo diab�licamente perfecto�.
Incluso el converso frustrado de K le ruega a su acad�mico creador que �haga
ciencia� y �sistematice un programa pedag�gico y did�ctico de
�desideologizaci�n�, pero nada. Menos todav�a se plantea Monzant meterse con
posibles alternativas sociopol�ticas al capitalismo dominante, o teorizaciones
sobre el �socialismo del siglo XXI�. Le basta con el �pensamiento cr�tico�.
Tampoco en el catecismo setentista de Harnecker se habla -evitando tener que
referirse a la Uni�n Sovi�tica- de la sociedad que se quiere construir�
Con todo, aunque afirma
que �si algo no quiero ya a estas alturas de la vida [42 a�os, tiene mi amigo,
qui�n los pillara], es convencer a alguien de nada�, como buen profesor, Jos�
Luis Monzant termina ofreciendo consejos. Respondiendo al leninista ��Qu�
hacer?� con una propuesta clara, por una vez: leer, escribir, publicar, dar
clases; �dar clases ayuda, y esto es a todas luces una contradicci�n m�a, un
exceso de optimismo�, pero �salvar el mundo� ya no�.� No est� mal que reivindiquemos la academia,
que es mucho m�s que la superestructura �ideol�gica� capitalista que retrata al
principio (otra contradicci�n del autor). Tambi�n �nos place otra propuesta que a�ade: �conversar
todos los d�as, aqu� y all�, sobre una cosa y la otra, durante varios minutos,
a veces horas� (Jos� Luis lleva a�os reuni�ndose con otros profesores amigos,
citados al principio de este extra�o pr�logo, �en la fabulosa tertulia de la mesa 15 del Caf�
Irama). Pero ninguna de estas constataciones positivas, desproporcionadamente privadas
(como la negativa a dormirse �en la seguridad antiven�rea de la monogamia�) en
comparaci�n con la cr�tica absoluta y p�blica del sistema social, me evita la
honda inquietud con que termino la lectura de La conversi�n de K, �con las
�ltimas palabra del autor renunciando (aparentemente) a la felicidad: �Para
embrutecer, como para fracasar, como para vivir en la estulticia, en la
negaci�n de lo real bajo el freudiano principio de ilusi�n; en esta fant�stica
falsificaci�n de lo real en la que K vive ahora, lo �nico que hay que hacer es
nada: vivir feliz�.
���������������
Posdata y propuestas
��������������� Como este prefacio tiene mucho
de posfacio, y descontento con la falta de respuestas hist�ricas, pol�ticas y
sociales, del ep�logo del Monzant, concluyo a fin de echarle una mano amiga -como
promet� al inicio- unas propuestas para la discusi�n, a sabiendas de que
venimos de generaciones y tradiciones distintas (aunque convergentes en un �socialismo
del siglo XXI� bien entendido), y de que siendo fieles al estilo de HaD
defendemos que �los debates son para permanecer
abiertos. Me referir� con intenci�n propositiva, a modo de resumen, a
cuestiones de concepto planteadas por Jos� Luis Monzant pero tambi�n a la �izquierda
triunfante� que recorre Am�rica Latina, de la que autor poco dice pero siente
mucho, aplicando en esta toma y daca lo que venimos repitiendo sobre la
Historia Inmediata que debemos hacer: analizar el presente desde la historia,
la historiograf�a y la teor�a. Con la remota esperanza de que ello contribuya a
que el autor rese�ado salga de su diab�lica burbuja y se reconcilie con una
realidad humana, social e ideol�gica, cambiante y cambiable en sentido
positivo, aunque no estoy seguro de que tanto optimismo hist�rico y
antropol�gico pueda hacer m�s feliz a mi amigo acad�mico latinoamericano.
1.-
Ideolog�a/imaginario/mentalidad. Hemos venido escribiendo entre comillas
la palabra �ideolog�a� para referirnos a lo que Marx llam�, hace m�s de siglo y
medio, �falsa conciencia�, diferenci�ndola del uso habitual del t�rmino
ideolog�a como �conjunto de ideas�. Preferimos en realidad la �terminolog�a de �representaci�n social�,
�representaci�n mental� o �imaginario�, que ha elaborado la antropolog�a y la
psicolog�a para referirse a la �realidad inventada�, elemento com�n a todas las
mentalidades individuales y colectivas. Conceptos aplicados con cierto �xito a
los estudios hist�ricos desde los terceros Annales
(1969-1989). Hemos escrito en otro tiempo y lugar (Historia de las mentalidades: posibilidades actuales, 1993) que las
mentalidades de cualquier sujeto est�n formadas �por un componente racional (ideas, conciencia
clara) y cuatro no necesariamente racionales: lo sentimental, lo imaginario, lo
inconsciente y los h�bitos. El imaginario forma parte por consiguiente de toda
subjetividad mental, por mucho que en el caso de la mentalidad dominante en una
sociedad de clases tenga connotaciones sociales�
y �ticas concretas, alienantes, que Marx descubri� para el capitalismo,
pero existen tambi�n en otros tipos de sociedades desiguales. Y no estoy seguro
que lo que extrajo Monzant de Marx, a trav�s de Althusser y Harnecker, sea
aplicable en rigor a su ciudad imaginaria latinoamericana. Puesto que la
invisibilidad de las relaciones de explotaci�n de los proletarios por parte de
los capitalistas� se basa en una relaci�n
de tipo mercantil, fuerza de trabajo por salario (suficiente para sobrevivir,
reproducirse, formarse como mano de obra), que desgraciadamente no podemos
considerar una relaci�n social generalizada en Am�rica Latina, donde buena
parte de las mayor�as sociales est�n compuestas por pobres sin empleos
remunerados, insertos en la econom�a informal, campesinos sin tierras, comunidades
ind�genas fuera del mercado desde la colonia, etc. Tal vez por eso, por la evidente
visibilidad� de la desigualdad social en
un sistema escasamente capitalista, se hizo m�s f�cil en esos pa�ses -empezando
por Venezuela- la toma masiva de conciencia social y pol�tica que llev� al
poder a la izquierda en los �ltimos a�os.
Quiero decir con esto que una teor�a de la ideolog�a
como �falsa conciencia� importada de la Europa industrial del siglo XIX solo puede
funcionar de manera �parcial en una
Am�rica Latina �en v�as de desarrollo�. Lo que favorece la acci�n hist�rica de
actores no proletarios en �un contexto
pol�tico realmente democr�tico, que, sumados al movimiento obrero tradicional,
pueden constituir nuevas mayor�as sociales.
Por lo dem�s, de manera general, la manera de
contrarrestar el peligro de la �falsa conciencia�, individual o colectiva, es
poner lo racional (la propia reflexi�n) por encima de los otros componentes de
la mentalidad.� Una versi�n de la parte
racional de la mentalidad humana es, precisamente, el principio de realidad de
Freud, que ha de predominar, dice su creador, sobre cualquier determinismo
ciego, inconsciente, imaginario o emocional,�
a la hora de la acci�n humana, o por lo menos debemos intentarlo.
Independientemente� de los fracasos en el
camino, que la propia racionalidad con su complejidad (no hablamos del
simplismo cartesiano) nos obliga a (auto) criticar. Lo mismo que dice Monzant, ben�volamente,
sobre la �vecindad de lo real� pero d�ndole la vuelta: buscando una �buena ideolog�a que est� a la altura de la
propia realidad, aunque ello duela y nos haga sentirnos menos bien (principio
de placer) por afectar a la propia identidad.
2.-
Ciencia con sujeto. Hay que aceptar de una vez, pues, que Carlos Marx no
ha hecho ciencia al margen� de sus
interpretaciones y valores, tampoco sus seguidores. Venimos defendiendo, por lo
dem�s, una noci�n de ciencia donde lo objetivo y lo subjetivo se
interrelacionan. La objetividad es justamente consecuencia de la subjetividad
metodol�gica, ideol�gica y te�rica, cuya diversidad es parte del contexto
objetivo, social y temporal, de los investigadores. Urge la actualizaci�n del
concepto de ciencia hist�rica (el marxismo quiso ser �la� ciencia de la
historia) que hemos redefinido como �ciencia con sujeto� doble (�agentes
hist�ricos e historiadores�), �la mejor garant�a de la objetividad de sus
resultados� (punto I del Manifiesto historiogr�fico de Historia a Debate).
S�lo el marxismo entendido como una religi�n -y hubo
mucho de ello, tambi�n en el �mbito acad�mico- nos puede asegurar una supuesta �ciencia
verdadera�, un�voca, que s�lo desde los Estados marxistas-leninistas se pudo imponer
�al conjunto de la sociedad y de la
academia, con los resultados que ya sabemos. No se puede, en rigor hist�rico e
intelectual, estar contra los resultados m�s atroces de las experiencias
socialistas del pasado siglo� y no
cuestionar su origen en una interpretaci�n marxista de tipo estalinista de una �ciencia
verdadera� que pudo llegar a �justificar�, por ejemplo, la matanza de burgueses
e intelectuales alienados (como K antes de su relativa conversi�n) en la� Camboya de Pol Pot �(1975-1979). Ya s� que mi amigo Jos� Luis Monzant
no har�a tal cosa, al contrario (estar�a entre las v�ctimas burguesas y
librepensadoras). Tambi�n s� que, cualquiera que sean los defectos pasados y
presentes de la gloriosa revoluci�n cubana, ni sus enemigos m�s recalcitrantes
(salvo que perdieran la chaveta, que los hay) se atreven a compararla� con el Gulag estalinista o la masacre
perpetrada en los a�os 70 por el Partido�
Comunista de Camboya contra sus propios ciudadanos. Asimismo sabemos que
la inmensa mayor�a de los seguidores�
latinoamericanos de Harnecker, no alcanzaron el poder y fueron muchos de
ellos torturados y asesinados por sus ideales. Pero, �c�mo se le homenajea
mejor? Siendo autocr�ticos con nuestra propia tradici�n y fracasos, en lo
pol�tico y tambi�n en lo te�rico, sirvi�ndonos de nuestros conocimientos
acad�micos y profesionales. El historiador �ideologizado que sostenga una buena
deontolog�a profesional no puede olvidar la Historia Inmediata y sus lecciones,
ni dejar de valorar por tanto los efectos nocivos, pasados y futuros, de
cualquier� ideolog�a� de poder�
que se pueda considerar depositaria de una ��nica� verdad cient�fica.
Tampoco la soluci�n est� en dejar el uso del poder (Estado, media) para las clases privilegiadas,
encerrando voluntariamente la cr�tica en una elitista c�psula acad�mica alejada
de una sociedad que precisa de pol�ticas sociales y pluralidad informativa.
Soluci�n individual, por consiguiente, pero no social: para investigar participativamente
la inmediatez no queda otra que acostumbrarse a vivir entre verdades relativas,
lo que no excluye certezas fuertes y objetivas (principio de realidad) sujetas
al libre juicio del devenir hist�rico e historiogr�fico.��
Por otro lado, �se esgrime la �ciencia verdadera� de Marx para
justificar de manera �definitiva� la falta de �tica del capitalismo. Nos
preguntamos si para demostrar que los capitalistas explotan a los obreros es
necesario, hoy en d�a, acudir a una autoridad cient�fica externa e inapelable. �Lo saben incluso quienes votan a las
derechas� porque quieren parecerse a los
empresarios, ganar f�cilmente mucho dinero o imitar a los Estados Unidos. No
digo que no haya tambi�n mucha ignorancia popular, que exija, entre otras
cosas, el compromiso �tico-social y la contribuci�n pedag�gica de los
acad�micos para su disipaci�n, pero sin esa �obligaci�n cient�fica� que se
pretende, en lucha abierta �y razonable
-por los argumentos a emplear-� si acaso
en los ide�logos pro-capitalistas m�s o menos refractarios. Hay que enfatizar en
consecuencia el papel de los sujetos pol�ticos, sociales y acad�micos, cuya
contribuci�n ideol�gica ha de ser m�s convincente que impositiva, cosa dif�cil
-lo reconozco- cuando la polarizaci�n pol�tica es grande (prueba de lo que est�
en juego), pero� imprescindible si se
quiere ser eficaz, incluso dentro de la burbuja zuliana.
3.-
Marxismo autocr�tico. Cierto desfase que encontramos en Am�rica Latina
entre una parte de la izquierda acad�mica de los a�os 60-80 y la izquierda
pol�tica y social que ha accedi� al poder en la pasada d�cada, tiene que ver
con las dificultades del �pensamiento cr�tico� setentista (marxismo-leninismo,
lucha armada) para adaptarse a los nuevos tiempos, y, del otro lado, con el
car�cter pragm�tico m�s que te�rico de la nueva izquierda electoralmente emergente,
pac�fica y realmente masiva en su base social. El problema se agranda en el
movimiento social global, incapaz de asumir como propios los �xitos de la
revoluci�n bolivariana en Am�rica Latina. De forma que si fue dif�cil
transformar el movimiento antiglobalizaci�n en altermundista, pasando de la
simple cr�tica a las alternativas (�otro mundo es posible�), m�s lo es ahora evolucionar
de� pensamiento alternativo a pensamiento
de gobierno, apoyando pol�ticas p�blicas que resuelvan los problemas de la
gente, incluso cuando la orientaci�n ideol�gica puede resultar cercana (el IX
Foro Social Mundial declar� al respecto, en febrero de 2009, su independencia
cr�tica de los� esos gobiernos, sin
menoscabo de apoyos puntuales).
��������������� Reconvertir el viejo pensamiento
cr�tico en pensamiento alternativo con opciones de gobierno (�partido de lucha,
partido de gobierno�, dec�a el desaparecido PCI), pasa por revisar, a la luz de
la historia del siglo XX e inicios del siglo XXI, el marxismo desde sus
comienzos en el siglo XIX hasta sus realizaciones en el pasado siglo. El
materialismo hist�rico ha sido con mucho la filosof�a de la historia m�s
influente en el siglo XX, tanto el �mbito sociopol�tico como acad�mico. No se
puede comprender cabalmente el nuevo siglo sin �ajustar cuentas� con el
marxismo contempor�neo, y menos a�n desde el punto de vista que una ideolog�a
que se reclame anticapitalista, o simplemente progresista. El marxismo ha
surgido, durante la revoluci�n industrial, de las contradicciones del
capitalismo: lo l�gico ser�a que el aqu�l siguiese de alguna forma vigente
mientras �ste siga vivo (los historiadores sabemos de la larga duraci�n de los
�modos de producci�n�). Si no fuese as�, ser�a perturbador, porque una victoria
total (como algunos pretendieron desde 1989) del capitalismo (en su versi�n
liberal original) ser�a catastr�fica para la humanidad: lo vimos en el Este de
Europa; lo percibimos con la crisis econ�mica de 2008-2009. El problema reside
en que el marxismo no ha tenido la misma capacidad de adaptaci�n a los cambios
de escenario que el capitalismo. Todo revisionismo fue tempranamente
satanizado, Stalin fosilizo la doctrina fundadora como �marxismo-leninismo� y
el marxismo occidental, en su versi�n no-estructuralista y cr�tica con la
realidad sovi�tica, tuvo escasa influencia fuera del �mbito acad�mico. �
��������������� Quiz�s el auge inacabado �aunque
ralentizado- �del movimiento
altermundista, nacido en 1999, o la reciente formulaci�n pol�tica del
�socialismo del siglo XXI�,� permitan una
actualizaci�n autocritica del marxismo, o de aquellas contribuciones del
marxismo que forman parte de una nueva ideolog�a de emancipaci�n social capaz
de ir pareja con las m�s exitosas luchas sociales y de gobierno. Una oportunidad,
pues, para una izquierda intelectual que sepa combinar investigaci�n �con compromiso, tradici�n ideol�gica con Historia
Inmediata, principio de placer (acad�mico) y principio de realidad.
Me voy a atrever, con tal objetivo, a plantear algunas
cuestiones a resolver: a) Poner al d�a, �como
ya dijimos, el concepto objetivista de ciencia que conoci� y aplic� Marx a
mediados del siglo XIX, transformado a lo largo del siglo XX por Einstein, Heinserberg y la teor�a de
la complejidad, aceptando plenamente el papel de la subjetividad en el proceso
de conocimiento cient�fico. B) Desarrollar la autocritica que inici� Federico Engels
(cartas a Karl Schmidt, 27/10/1890, y a Franz Mehring, 14/7/1893) sobre la infravaloraci�n
por parte de los fundadores del marxismo de la influencia de la ideas, las
mentalidades y la �superestructura� en la historia, empezando por el concepto
de conciencia de clase (A. Gramsci, E. P. Thompson). C) Revisar la �ley
hist�rica� de la sucesi�n de los cinco modos de producci�n (esclavismo,
feudalismo, capitalismo,� socialismo,
comunismo), extra�da de textos dispersos de Marx� y formulada dogm�ticamente por el estalinismo
y el estructuralismo, a partir de la imprevista transici�n del socialismo al
capitalismo en la antigua Uni�n Sovi�tica y otros pa�ses europeos. D) Adaptar
la vieja teor�a del proletariado como enterrador del capitalismo a los nuevos
sujetos sociales que, en este momento, dirigen -o comparten- la iniciativa de
la transformaci�n� social: pobres,
trabajadores informales, campesinos sin tierra, comunidades ind�genas; mujeres,
ecologistas, j�venes solidarios y altermundistas. E) Retomar,� a partir de la experiencia del ALBA,� el debate de la II Internacional sobre la
posibilidad de acceder al poder por medios democr�ticos planteada en
Alemania� con el apoyo de Engels, que
resurgi� con Antonio Gramsci y los Frentes Populares en los a�os 30 y con
Salvador Allende en los a�os 60; as� como los or�genes del concepto �dictadura
del proletariado� (Marx, Cr�tica al Programa de Ghota, 1875) y su
generalizaci�n urbi et orbi por los dirigentes bolcheviques (v�ase Rosa
Luxemburgo, Cr�tica de la revoluci�n rusa, 1918). F) Revisar
conjuntamente, a la luz de la historia, los conceptos marxistas de
revoluci�n� y reforma, violencia
revolucionaria y v�a pac�fica al socialismo, a la vista de los fracasos y los
�xitos cosechados por el socialismo reformista y el socialismo revolucionario
desde los tiempos de Marx hasta hoy, que nos ha de conducir a redefiniciones
mixtas, complejas, donde la reforma y la revoluci�n se entrelacen.
4.- Socialismo del siglo XXI.
Despu�s de la ca�da del llamado socialismo real en Europa oriental se inici� en
Chiapas (1994) la acci�n hist�rica de nuevos sujetos sociales, que adquirieron
una dimensi�n global en Seattle (1999) y alcanzaron democr�ticamente el poder en
Venezuela (1998), Bolivia (2006) y Ecuador (2007),� con una orientaci�n denominada, desde 2005, ��Socialismo del siglo XXI� por Hugo Ch�vez,
seguido con mayor o menor convencimiento por los gobiernos de los nueve pa�ses
que constituyeron en 2004, partiendo de un tratado comercial, la Alianza
Bolivariana para los Pueblos de Nuestra Am�rica (ALBA). Alianza
pol�tico-comercial que, junto con Brasil y Argentina, forman una mayor�a de
izquierdas en la Organizaci�n de Estados Americanos como no se hab�a visto
antes, que supo defender desde el 28 de junio de 2009 la democracia en Honduras
de manera m�s consecuente que los nuevos Estados Unidos de Barack Obama, cuya
influencia ha mermado considerablemente en el continente centro y sudamericano.
��������������� Nos
interesa aqu� la relaci�n y la comparaci�n, ideol�gica y pol�tica, entre el
socialismo (sovi�tico) del siglo XX y el socialismo (bolivariano) del siglo
XXI, a pesar de su brev�sima historia y relativa indefinici�n, porque nos permite
analizar en vivo algunos puntos que acabamos de plantear sobre la reformulaci�n
autocr�tica del �marxismo. Nuestra
metodolog�a es �pensar hist�ricamente� la inmediatez, convencidos de que la
historia que estamos viviendo �nos
aportar� m�s luz sobre las teor�as y experiencias socio-pol�ticas que las
escasas reflexiones acad�micas, de tono m�s abstracto y a veces justificativo
de ideolog�as pasadas, muy alejadas de la actual realidad revolucionaria (pero
democr�tica) y sus protagonistas, por mucho que unos y otros, como ha pasado
otras veces en la historia, traten de explicar los nuevos procesos mediante s�mbolos,
relatos y �pticas de otros tiempos.
��������������� Un
dato importante para esta Historia Inmediata de las ideas y las mentalidades
son las contradicciones entre lo que queda de la �izquierda derrotada� del siglo
XX, de orientaci�n mayoritariamente marxista-leninista (con su correlato
acad�mico estructuralista), y la �izquierda triunfante�� en el actual siglo en Am�rica Latina, tanto
en los pa�ses del ALBA como en el Brasil de Lula o el Uruguay de M�gica. Si
bien nos afecta ahora m�s el primer caso, por su ambici�n hist�rica e
ideol�gica, vinculada� a la tradici�n
marxista de forma ideol�gica, imaginaria y pol�tica, sobre todo en Venezuela y
Bolivia.��
Hablamos
de la �izquierda derrotada� que bautiz� el ex guerrillero y colega soci�logo Garc�a
Linera, actual vicepresidente de Bolivia, pero hay que contextualizar
hist�ricamente desde una �historiograf�a de valores�.� La derrota en los a�os 60-80 de los influyentes
movimientos guerrilleros (otras opciones socialistas y comunistas, fueron
testimoniales o� �simplemente sucursales) que no debe hacernos
olvidar el enorme coste en vidas humanas -universitarios, en bastantes casos-
que supuso la represi�n desproporcionada por parte de los ej�rcitos �nacionales�, auspiciada por las oligarqu�as
gobernantes y los EE. UU., con el fin -otra cosa es la justificaci�n
ideol�gica- de impedir una transformaci�n de las estructuras sociales que hiciese realidad la
mejora de las condiciones de vida y trabajo de la mayor�a. Tanto sacrificio de
lo mejor de las generaciones j�venes, hace dura y dif�cil cualquier autocritica
de tipo ideol�gico, t�ctico o estrat�gico (como se dec�a en aquellos a�os).
Quien menos lo entiende es el que no vivi� la clandestinidad y la lucha y, por
consiguiente, tampoco va a comprender que todo reconocimiento de �falsas
conciencias� por parte de la izquierda revolucionaria de aquel tiempo, puede implicar
subjetivamente una �traici�n� a los que combatieron y murieron, en ocasiones de
manera atroz. Sin embargo, la fidelidad a los que lucharon y sacrificaron la
vida de manera altruista, �no deber�a estar m�s en los fines de igualdad y
prosperidad social que persiguieron que en los medios y modelos que se
instrumentaron? Los primeros siguen siendo justos� y necesarios, los segundos (violencia, �dictadura
del proletariado�) se revelaron injustos e �innecesarios, cuando no contraproducentes, �no s�lo por la correlaci�n de fuerzas. �C�mo
no valorar entonces que hoy, por la v�a pac�fica y democr�tica, se haya
conseguido aquello que no pudo ser por la v�a armada antidemocr�tica? Sin duda,
los �xitos electorales de hoy vienen de los fracasos insurreccionales de ayer,
y as� lo han comprendido los ex guerrilleros que est�n hoy en la direcci�n de
la �izquierda triunfante�. A base de pragmatismo, todo hay que decirlo, por el
sistema de tanteo, error y acierto, no tanto por una reflexi�n te�rica de tipo
acad�mico o incluso pol�tica que sigue en gran medida anclada en el tipo de marxismo
institucionalizado por la revoluci�n de Octubre en la Rusia de 1917 (cuyos
m�ritos es justo reconocer en su contexto) y sus consecuencias.
No es la
primera vez, desde luego, en la historia del pensamiento pol�tico, que la
teor�a camina detr�s de la pr�ctica, generando contradicciones entre una
replegada izquierda acad�mica y una izquierda pol�tica y social emergente, en
detrimento de unas ciencias sociales que, de este modo, est�n menos y mal interrelacionadas
con la nueva realidad circundante, al menos desde la izquierda.
��������������� Lo
primero, como siempre, son las fuentes de la Historia Inmediata. En el caso del
�socialismo de siglo XXI� son, en primer lugar, lo que dicen y ante todo lo que
hacen (no siempre coincide) los representantes de las opciones pol�ticas que
han ganado una y otra vez, por mayor�a absoluta, los gobiernos �que forman la alternativa ALBA: Hugo Ch�vez,
Evo Morales, �lvaro Garc�a Linera, Rafael Correa (tambi�n Manuel Zelaya); sin
dejar de contrastar a la vez lo que dicen y hacen otros l�deres de la izquierda
gobernante como Lula y el ex guerrillero Jos� M�gica (Pepe. Coloquios, Montevideo, 2009). Todos
de amplia experiencia sindical, pol�tica, incluso acad�mica en los casos de
Linera y Correa. El analista de Historia Inmediata, acostumbrado a las fuentes
orales y a la �hemeroteca, ha de saber encontrar,
bajo el discurso pol�tico, coyuntural y pol�mico, la nueva ideolog�a de
izquierda que fundamenta la actual v�a pac�fica y democr�tica al socialismo, en
su formulaci�n marxista (PSU de Venezuela, MAS de Bolivia), o que pretende simplemente
una trasformaci�n social en favor de las mayor�as, con un planteamiento menos
ideol�gico, pero igual de importante hist�ricamente. Si a esto a�adimos la
dimensi�n continental del movimiento, en la mejor tradici�n boliviariana y
guevarista, tenemos sin lugar a dudas una nueva versi�n, por la v�a de la
pr�ctica, del marxismo latinoamericano que introduce cambios de fondo respecto
del siglo XX en aquellos temas, precisamente, que lo separaron del marxismo
europeo (no sovi�tico),� gramsciano (no
estructuralista),� de tradici�n comunista
y tambi�n socialista. Cuya teorizaci�n -desde Am�rica Latina- deber�a suponer
una aportaci�n singular para lo que pod�a ser el �marxismo del siglo XXI�,
componente potencialmente importante del movimiento social global, que se
define precisamente en el Foro Mundial de�
Belem do Par� (1/2/2009) como socialista, ecologista y feminista.
��������������� Para
nutrirse de la inmediatez �es necesario
que la izquierda acad�mica de tradici�n marxista invierta su relaci�n con la
izquierda pol�tica y social, reconociendo que la vanguardia est� en un
movimiento real que habla por la v�a de unos hechos a la espera de �una investigaci�n, y una reflexi�n m�s
profunda, sin anteojeras ideol�gicas que interprete, explique y clarifique, el
nuevo� modelo de transformaci�n social
que se quiere implementar como un �socialismo del siglo XXI�, distinto por
consiguiente del socialismo sovi�tico, burocr�tico y autoritario, por un lado, y
del socialismo reformista europeo, que no pocas veces ha cambiado de bando
(�ltimamente abrazando el neoliberalismo y apoyando en parte de la guerra de
Irak).
Cinco son, resumiendo de nuevo, los jalones
principales� para un debate, una
investigaci�n y una reflexi�n productiva sobre el pretendido modelo de
�socialismo del siglo XXI�, con la intenci�n de que no se frustre (arrastrando
el conjunto de la sociedad en su ca�da), para lo cual es necesario considerar
su pr�ctica, sin ignorar la ideolog�a declarada, esto es el principio de
realidad �y la realidad inventada:
A) En la nueva conciencia social y la �participaci�n pol�tica popular (ind�gena
en Bolivia), reside �por supuesto �el primer logro de la revoluci�n social� democr�tica en los pa�ses que m�s se reclaman
del nuevo socialismo reformista-revolucionario. Integraci�n popular en el
sistema democr�tico que tendr� car�cter irreversible en la medida en que las
pol�ticas p�blicas se sigan traduciendo en mejoras sociales y econ�micas para
la mayor�a. La utilidad social del r�gimen democr�tico ha sido siempre la mejor
garant�a para su estabilizaci�n �como la
mejor forma pol�tica para dirimir en paz las diferencias ideol�gicas, sociales
y pol�ticas. Y �ltimamente, en Am�rica Latina, la mejor manera de consolidar
las reformas sociales, que una dictadura podr�a eliminar en un d�a.
B) Hay que crear un verdadero Estado social que
solucione el problema de la pobreza, asegurando dignas condiciones de vida, �resolviendo la asignatura pendiente de la
inseguridad, as� como la vivienda, la salud�
y la educaci�n de las clases populares. Se puede intuir que llevar� a�os
su construcci�n y que los pa�ses m�s pobres (justamente donde triunfa el ALBA)
no tienen otro camino que la recuperaci�n para el nuevo Estado de unos recursos
naturales, cuya explotaci�n pueda generar excedentes que permitan implementar pol�ticas
sociales. No se les puede decir a estos pueblos�
que esperen a que se desarrollen -supuestamente por obra de un capitalismo
liberal, puro y duro- unas amplias clases medias (incluyendo sectores asalariados)
que con sus impuestos est�n dispuestas a financiar un Estado de bienestar al
modo europeo (especialmente fuerte en los pa�ses n�rdicos por obra de la
socialdemocracia). Recordar que tambi�n es el Estado social lo que mejor se
valora en Cuba, incluso en los desaparecidos pa�ses del Este de Europa, pese al
car�cter no democr�tico, autoritario, de partido �nico: modelo sovi�tico hoy en
d�a imposible de mantener all� donde sobrevive a medio y largo plazo, sin
reformas econ�micas y pol�ticas (siguiendo tal vez el modelo bolivariano, y no
al rev�s), y menos imponer violentamente, por factores subjetivos y objetivos,
en nuevos pa�ses.
C) Desarrollar una econom�a mixta, p�blica y
privada, es la clave de un nuevo modelo de desarrollo que se puede reivindicar
como socialista (ideolog�a del gobierno) al descansar en un Estado social,
basado en empresas y pol�ticas p�blicas, pero que necesita no menos de la
propiedad privada, desde el aut�nomo hasta la empresa industrial, para disponer
de productos que eleven las posibilidades y el nivel del consumo de las masas,
y sobre todo para ayudar a generar puestos de trabajo, a lo tiene que
contribuir adem�s la inversi�n extranjera. No se trata de socializar la pobreza
sino la riqueza, para lo que se necesita eficiencia, productividad y
competitividad. Sin un buen mercado de productos, y una econom�a
productiva,� no hay bienestar social, ni
socialismo, a la altura de las necesidad humanas del siglo XXI.�
Ya los bolcheviques, encabezados por Lenin, pusieron
en pr�ctica (1921) con buenos resultados una Nueva Pol�tica Econ�mica basada en
aceptar (o restituir) la propiedad privada de la tierra, atrayendo a
empresarios y inversores extranjeros, hasta que Stalin acab� con la experiencia,
en 1928, de una econom�a de orientaci�n socialista pero mixta, iniciando un
proceso total de colectivizaci�n� y
nacionalizaci�n que llev� con el tiempo a la fosilizaci�n y la derrota
hist�rica, junto con otros factores, del modelo de socialismo sovi�tico. Asumir
te�rica y estrat�gicamente la pr�ctica econ�mica mixta del �socialismo del
siglo XXI� actualmente existente,� deriva,
en resumen, de la asunci�n de la inutilidad del modelo absoluto de la
planificaci�n y socializaci�n de los medios de producci�n, de la aceptaci�n en
los hechos y la teor�a de la democracia representativa (y la alternancia como
correlato) �y de los imperativos de la
globalizaci�n de la econom�a.�
D) Democracia representativa m�s democracia
directa. Siendo el distintivo hist�rico del �socialismo del siglo XXI� el
acceso al poder �por medio de la
democracia representativa, no deja de asombrarnos, e inquietarnos, la
incomodidad que sienten algunos colegas al comparar la derrota de las
revoluciones armadas del siglo XX (con la excepci�n relativa de Cuba, que se
declar� marxista despu�s de 1959) con el �xito de las revoluciones pac�ficas
(dirigidas en parte por ex guerrilleros y golpistas de izquierda) del siglo XXI.
Es hora de recordar que la democracia tiene or�genes
hist�ricos lejanos, desde Grecia y Roma, pasando por Florencia y Venecia, hasta
la Francia revolucionaria. Cualquier historiador sabe que las formas de
gobierno democr�tico, directo� y/o
representativo, son muy anteriores a la soberan�a popular representada por un
parlamento elegido, tal como fue instituido por la revoluci�n francesa de 1789.
En ning�n sitio est� escrito -salvo en el catecismo marxista- en� que unas clases populares, con grado
suficiente de conciencia y organizaci�n pol�tica, en el pasado, presente o
futuro, no puedan en determinas condiciones, alcanzar por la v�a de la
democracia el poder del Estado. Lo contrario ser�a aceptar para siempre el
secuestro por parte de la burgues�a en su fase contrarrevolucionaria, y otras
oligarqu�as (tambi�n en pa�ses del socialismo llamado real), de la democracia
entendida como expresi�n libre y reglamentada de la voluntad de la mayor�a. Ciertamente
en el siglo XX la burgues�a termin� violentamente con la democracia cuando vio
sus intereses de clase en peligro, lo que ya pasaba mutatis mutandis en la Antig�edad cl�sica con las tiran�as, pero
la situaci�n en el siglo XXI es muy distinta, no es tan f�cil y dura poco, por
la conciencia social y democr�tica que han alcanzado los pueblos y la globalizaci�n
positiva de los derechos humanos y democr�ticos.
As� sucede que, en 1973, un golpe militar sangriento
acab� con la �v�a democr�tica al socialismo� de Salvador Allende, �que revive en el siglo XXI con gobiernos verdaderamente
de izquierdas que son reelegidos de manera estable a�o tras a�o. Sin embargo, muestra
una gran miop�a que los gobiernos del ALBA no reivindiquen m�s claramente a
Salvador Allende como precursor de su modelo de socialismo, aunque se le valore
como m�rtir de la causa socialista (a pesar de su humanismo reformista). Peso
retardatario de viejas ideolog�as, que impide asimismo apreciar �mejor el hecho de que ahora la democracia no
puede violentarse tan f�cilmente (Honduras): Fukuyama� no pod�a sospechar que la globalizaci�n de la
democracia como sistema pol�tico tuviera como efecto secundario el uso
alternativo que estamos viviendo en Am�rica Latina, cuando l�deres, partidos y
coaliciones electorales de izquierda radical y orientaci�n anti-imperialista
cumplen a�os gobernado gracias al poder de los votos, sin ser desalojados del
poder por las Fuerzas Armadas y los EE. UU. Insistimos, el principio de la
realidad debe estar por encima del principio de la realidad inventada: ya no
hay �democracia burguesa�, hay democracia y punto, al menos eso tenemos que
reivindicar los dem�cratas de izquierdas, otros est�n deseando que los
gobiernos bolivarianos se desplacen definitivamente hace el autoritarismo para
poder apropiarse de nuevo de la democracia, aunque ello suponga una desgracia
nacional. El problema es que, a veces, en �algunos pa�ses del �socialismo del siglo XXI� se
hace una cosa pero se dice otra, se quiere poner en pr�ctica un socialismo
democr�tico pero sigue rondando en la cabeza de los dirigentes la tradici�n de
un socialismo no democr�tico, sovi�tico, que se sabe no funciona, sobre todo
econ�micamente, pero tiene mayor �legitimidad� revolucionaria. Contradicci�n
que en este caso afecta a parte de la �izquierda triunfante�, no s�lo a la
�izquierda derrotada�, acad�mica o pol�tica.�
��������������� Hoy por hoy excluimos, con todo,
que los dirigentes actuales de los gobiernos del ALBA, cuya inteligencia
pol�tica est� m�s que demostrada (incluso en situaciones dif�ciles de intentos
de golpes de Estado y acciones hostiles de una oposici�n derrotada en las urnas),
cedan a la tentaci�n del autogolpe tipo Fujimori u otra forma generalizada de
exclusi�n pol�tica de sus opositores econ�micos, medi�ticos y pol�ticos. La
cuesti�n a debatir es, pues, que formas de democracia habr�a de sostener o implantar
en pa�ses gobernados por una mayor�a social de izquierda, entendiendo que
existe al respecto cierta� diversidad
hist�rica a donde remitirse.
��������������� Heinz Dieterich, uno de los
pocos acad�micos que se ha atrevido a �teorizar
sobre el �socialismo del siglo XXI�, reconoce la democracia representativa y la
propiedad privada como elementos necesarios, pero identifica de forma simple,
en nuestra opini�n, la democracia participativa con el �socialismo del siglo
XXI�. Nosotros, sin embargo, valorando�
altamente todos los elementos de democracia directa que funcionan o
pueden funcionar en las democracias actuales, consideramos m�s importante para
un �socialismo del siglo XXI� la democracia representativa que la democracia
participativa, por ser la primera la que da o quita el poder del Estado a los
diferentes partidos y clases sociales. Es por ello que� apoyamos la idea de una democracia mixta, tanto
indirecta (elecci�n de representantes) como directa (acci�n sin
intermediarios), de forma equilibrada y regulada por las leyes (asambleas
tradicionales o constituyentes). Ambas formas de democracia tienen hist�ricamente
sus valores, �defectos y variantes, de
ah� su necesaria complementariedad. �La
democracia representativa ha sido efectiva en bastantes ocasiones para evitar o
resistir �el despotismo, salvaguardar el
respeto de las minor�as, el control parlamentario del gobierno, la renovaci�n
de los dirigentes, el pluralismo, las libertades individuales. La democracia
participativa supone la implicaci�n directa de la gente en el gobierno de las
cosas (fuera de los periodos electorales), el control del gobierno desde la
calle, el acceso a la pol�tica de las clases populares� y las minor�as �tnicas. Depende de esta
segunda forma de democracia, en gran medida, la revitalizaci�n de la primera,
en crisis seg�n no pocos autores por la corrupci�n y otros defectos que alejan la
pol�tica tradicional de los ciudadanos, lo que sucede en mayor grado en Am�rica
Latina, toda vez que la vieja democracia -en manos de las oligarqu�as y parte
de las clases medias-� no se ha revelado
eficaz �hist�ricamente para resolver las
brechas sociales� y �tnicas, cayendo una
y otra vez en manos de la dictadura.
��������������� Cuatro son las variantes de
democracia directa que identificamos hoy en d�a, y que habr�a que fortalecer
con el fin de completar y vivificar la siempre imprescindible democracia
parlamentaria (sede de la soberan�a popular), sobre todo en los pa�ses del
ALBA, por sus especiales posibilidades: 1) La democracia de calle,
extraparlamentaria pero asegurada por casi todas las Constituciones, esto es,
el uso cotidiano de los derechos de manifestaci�n, expresi�n, huelga, reuni�n, asociaci�n,
etc., que est�n ahora en auge en todo el mundo, son indicativo de la crisis y
la vitalidad de la democracia, habiendo mostrado bastantes veces capacidad para
influir en el voto decisivamente. 2) La democracia de refer�ndum, de larga
historia y uso corriente en algunos�
estados norteamericanos y pa�ses europeos (Suiza, por ejemplo), tambi�n
regulada en las constituciones m�s democr�ticas, y utilizada una y otra vez
leg�timamente en los pa�ses del ALBA para cambiar la Carta Magna y otras leyes
(incluyendo la reelecci�n en los cargos, en vigor en Espa�a y otros pa�ses
europeos), y por el movimiento altermundista desde Porto Alegre para organizar
localmente presupuestos participativos. 3) La democracia de asamblea, poderoso
instrumento de participaci�n y movilizaci�n popular,� pero dif�cil de mantener en el tiempo,
derivando en reducidas reuniones de activistas o comit�s elegidos, de f�cil
burocratizaci�n cuando son prolongaci�n del poder del Estado, como ha
demostrado la experiencia sovi�tica. Mucho nos tememos que la falta de
pensamiento (auto) cr�tico mantiene latente, entre los que siguen abominando la
democracia �burguesa� que� llev� al poder
a la izquierda, la hist�ricamente frustrada idea rusa del transitorio �doble
poder� Soviet/Asamblea Constituyente,�
que termina con la disoluci�n de la segunda. Traducido al presenten
significar�a una forma de autogolpe con apoyo popular, en una coyuntura
concreta (por ejemplo, p�rdida de las elecciones), que significar�a sin duda alguna
el fin del �socialismo del siglo XXI�.4) La democracia identitaria, desarrollada
ante todo en Bolivia (democracia comunitaria), donde los pueblos ind�genas son
mayoritarios, destinada a satisfacer los derechos de sus comunidades, asegurar
su autogobierno y canalizar su participaci�n en la pol�tica del Estado. Su
correlato europeo ser�a, en una versi�n m�s representativa, la democracia de
las nacionalidades� y regiones a trav�s
de las autonom�as y los Estados federales. Otra variante ser�a la democracia
municipal. En todos los casos implica la descentralizaci�n del Estado como
forma de acercar la pol�tica a los ciudadanos, una de las causas del deterioro
de la democracia representativa.
��������������� Modos de democracia
participativa que, sobra decirlo, pueden servir tanto a los gobiernan como a
los que est�n en el oposici�n. Tal vez m�s a estos �ltimos que pueden as�,
oponi�ndose al gobierno desde la calle y usando la libertad de expresi�n, transformar
las intenciones de voto, y los �ndices de participaci�n electoral, aprovechando
los errores y las dificultades del gobierno. Los que hoy gobiernan tendr�n que
hacer lo mismo alg�n d�a, cuando sean sobrepasados en las elecciones
parlamentarias y presidenciales, lo que efectivamente puede tardar poco o mucho
tiempo. El partido liberal del Jap�n, por ejemplo, gobern� democr�ticamente
durante 50 a�os, y no menos la socialdemocracia en el Norte de Europa, cuyas
reformas sociales fueron respetadas -por miedo a perder el favor de los
electores- en buena medida por los partidos conservadores que la sucedieron en
el poder. Otra novedad,� pues, que nos
aportar� el socialismo del siglo XXI si, como esperamos, sobrevive a la p�rdida
del poder y lucha desde la oposici�n en defensa de las reformas que implement� desde
el gobierno. De forma que tendr�amos un socialismo m�s vinculado a la sociedad
civil que a la sociedad pol�tica, lo que lo har�a m�s duradero, revolucionario
y eficaz que el socialismo llamado real del siglo XX y la socialdemocracia
electoralista.� Qu� nosotros lo veamos,
amigo Monzant, hasta el tonto de K se alegrar�a.
[*] �Pr�logo
a Jos� Luis MONZANT, La conversi�n de K.
La diatriba ideol�gica del poder, Maracaibo, Pierre Menard Editor, 2009.