Chiapas y la escritura de la
historia*
Carlos
Barros
Es nuestra intenci�n enfocar el hecho, y los efectos, de la revuelta chiapaneca iniciada el 1 de enero de 1994 desde el punto de vista hist�rico, m�s que pol�tico o ideol�gico, conscientes de su dimensi�n universal, y, muy especialmente, desde el �ngulo historiogr�fico, esto es, analizando la incidencia del sorpresivo, y sorprendente, alzamiento zapatista de la Selva Lacandona, un rinc�n de una de las regiones de la rep�blica mexicana, encrucijada del llamado primer mundo y del llamado tercer mundo, y parte de esta vasta y din�mica realidad hist�rica que fue y es Am�rica Latina, sobre los debates historiogr�ficos mundiales a las puertas del nuevo siglo, que, naturalmente, no son ajenos a las discusiones que est�n teniendo lugar, paralelamente, en el conjunto de las ciencias humanas y sociales, y en el mundo de la ideolog�a y la pol�tica.
Lo hacemos desde las monta�as del noroeste de
la pen�nsula ib�rica, desde Galicia, una regi�n -tambi�n hist�rica
y nacionalmente marginada- de Espa�a, parte de esa realidad hist�rica en
construcci�n que es Europa, centro en el pasado, y de alguna forma tambi�n en
el presente, de los grandes debates de la cultura y las ciencias sociales.
Espa�a es, en este sentido, el mejor puente para un encuentro� acad�mico, ideol�gico� y cultural, entre dos mundos, el europeo
-marcado todav�a por el eurocentrismo- y el iberoamericano -marcado todav�a por
el indigenismo-, que reemplace las viejas relaciones de dependencia -tambi�n
culturales y acad�micas- por nuevas condiciones de intercambio igual2,
acordes con el nuevo mundo de la globalizaci�n, tal como nosotros lo
entendemos, cr�ticamente, de forma que Europa aprenda de Am�rica Latina -por
ejemplo, de Chiapas- y que Am�rica Latina siga aprendiendo de Europa...
Comprender el pasado por el
presente
Marc Bloch, en un conocido libro que se public�
en el Fondo de Cultura Econ�mica, en la colecci�n Brevarios, con el t�tulo Introducci�n a la historia3, ven�a a decir que hay que comprender el
presente por el pasado4 y esto, de alguna manera, los
historiadores y otros cient�ficos sociales lo hacen (incluso los pol�ticos).
Pero se olvida que los fundadores de la escuela de Annales tambi�n escribieron que hay que comprender el pasado
por el presente, y esto es menos habitual, al menos entre nosotros, los
historiadores de la Europa de hoy, afectados por el desencanto ideol�gicos y la
vuelta al academicismo, promovida -adem�s de por los cambios pol�ticos y
sociales- tanto por el viejo y siempre presente positivismo como por el peor
posmodernismo. El compromiso de los historiadores mexicanos es, por consiguiente,
una notoria excepci�n, venimos por lo tanto a aprender de ustedes. En pocos
lugares del globo5
se ha dando en los a�os 90 esta vuelta del intelectual al compromiso social y
pol�tico, con especial incidencia en el profesorado universitario, como en
M�xico6.
Sus rasgos novedosos, respecto de la experiencia de los a�os 60 y 70, anuncian
probablemente el futuro: desde luego no estamos ante un remake de la experiencia hipermilitante de
la generaci�n del 68.
Un grave d�ficit de mucha historiograf�a
renovadora es olvidar que la historia que escribimos los historiadores es -m�s
a�n debe ser- hija de su tiempo, y que las d�cadas de este portentoso final de
siglo est�n plagadas de acontecimientos que nada tienen que envidiar, en trascendencia,
cualquiera que sea nuestra opini�n sobre su sentido, a los que caracterizaron
el arranque del siglo que acaba. Si ignoramos el contexto hist�rico en el que
tiene lugar la escritura de la historia, dif�cilmente podremos hacer un
an�lisis verdaderamente cient�fico de las tendencias historiogr�ficas actuales,
cuesti�n que est� interesando de manera creciente a todas las historiograf�as
nacionales. El debate historiogr�fico tiene que tomar en consideraci�n pues lo
que pasa fuera de las aulas, si quiere ser fiel al m�todo del historiador de
tener en cuenta el contexto social, pol�tico y mental, cuando analiza las
acciones de los agentes de la historia (en este caso las acciones de los
historiadores, individual y colectivamente considerados, plasmadas en sus
obras).
La historia ha de probar, permanentemente, su
utilidad social . Desde hace un tiempo, las ciencias humanas, lo que llamamos
las humanidades, entre ellas la historia, han sido relegadas a un segundo plano
en el mundo de la educaci�n y la investigaci�n (situaci�n que empieza a cambiar
t�midamente en algunos pa�ses, concretamente en Espa�a). Raz�n de m�s para
demostrar que el dinero que nos pagan por investigar y ense�ar historia tiene
una utilidad para la cultura y los ciudadanos. Concierne a los historiadores,
m�s a�n que a los dirigentes pol�ticos7, mostrar la utilidad social de
nuestra disciplina, �c�mo?, pues ubicando los acontecimientos que vivimos en el
continuum pasado-presente-futuro, coadyuvando a que nuestros conciudadanos
est�n en las mejores condiciones para situar los acontecimientos del presente
en relaci�n con el pasado y el futuro, a fin de poder imaginar, en suma,
futuros alternativos al presente que algunos quieren continuo.
En el libro al que hicimos referencia al
comienzo de esta conferencia, escrito hacia 1942, Marc Bloch cuenta que un ni�o
pregunta a su padre para qu� sirve la historia, contestando m�s
adelante: para vivir mejor, para trabajar en provecho del
hombre, para guiar nuestra acci�n8. �Cu�ntos de los historiadores
de oficio que consideran al fundador de Annales
como su maestro, que son legi�n en todo el mundo, asumir�an hoy el consejo de
Bloch? No muchos, lo que define un aspecto crucial de la crisis global de nuestra
disciplina. Menos a�n se aceptar�a ahora como gu�a de nuestra
acci�n el ejemplo de la transmutaci�n del acad�mico Bloch en resistente
al a�o siguiente de escribir el libro, su tortura y su fusilamiento por los
nazis el 16 de junio de 1944 �Qui�n se lo puede reprochar a los colegas? �D�nde
est� escrito que el que escribe la historia ha de ser un h�roe de
la misma9?
Ni siquiera los verdaderos protagonistas de la historia, siempre m�s
importantes que los propios historiadores, tienen obviamente dicha
obligaci�n.
�A los
historiadores lo que s� se nos puede demandar es que colaboremos, desde la
investigaci�n y la docencia de la historia, a que los hombres puedan
vivir mejor, siguiendo el planteamiento de Bloch, lo cual quiere decir
apoyar a las gentes que luchan aqu� y ahora para vivir mejor,
principalmente desde el ejercicio de nuestro oficio10,
sin caer en los excesos de la historia militante de los a�os 70, sin hacer concesiones
a los mitos pol�ticos que distorsionan -a sabiendas- lo que conocemos de la
historia, sin contradecir en suma nuestra condici�n de cient�ficos sociales.
Hay que apoyar desde la historia, hoy como ayer, las causas sociales justas,
�ticas, que han resurgido en los a�os 9011, desde luego como
ciudadanos particulares, pero tambi�n como acad�micos �sin apoyarse en los que
luchan hoy para vivir mejor c�mo puede la ciencia hist�rica y el
historiador trabajar en provecho del hombre?, �c�mo recuperar si no
el sentido de progreso que ha caracterizado las grandes escuelas
historiogr�ficas del siglo XX, y por lo tanto el sentido de utilidad social,
hoy m�s necesario que nunca, de la historia como ciencia? Avanzar en la teor�a
(que, en este momento, va muy por detr�s de la pr�ctica), hacia otra
idea de progreso, que sirva para la futura hechura y escritura de la historia,
guarda m�s relaci�n con la identidad cient�fica de nuestra disciplina de lo que
se pueda pensar, si nos atenemos al concepto actual de ciencia y no al que es
propio del positivismo decimon�nico de tanta influencia en nuestra disciplina.
Cuando decimos todo esto, somos conscientes
de que no todos los colegas van a estar de acuerdo con este retorno que
detectamos -y que preconizamos- al compromiso del intelectual, y del
historiador: respetamos a todos aquellos cuyas ideas historiogr�ficas o
pol�ticas12,
para el caso da lo mismo, les impiden asumir, de un modo u otro, esta
responsabilidad de la historia -o de cualquiera otra ciencia o disciplina- para
con la sociedad de su tiempo. Y no estamos defendiendo simplemente una opci�n
personal, progresista, sino que creemos firmemente que a nuestra disciplina le
espera muy poco futuro alejada del mundo y de sus conflictos: �sta y no otra es
la cuesti�n de fondo que tenemos que discutir. Dicho de otro modo, el
des-compromiso radical proclamado por el positivismo perenne, de un lado, y por
el posmodernismo ambiental, por el otro lado, no garantizan un futuro para
nuestra disciplina, esto es, un relevo generacional que suponga un progreso de
las posiciones de la historia en el mundo de la ciencia, la educaci�n, los
nuevos medios de comunicaci�n social: un nuevo paradigma historiogr�fico que
entra�e una nueva primavera para la historia.
Imposible parar el viento
El siglo XX ha estado jalonado de
acontecimientos que influyeron, que todav�a influyen, en la historia y en la
historia de la historia, es decir, tanto en la historia como sucesi�n de
acontecimientos como en la historia que fabricamos los historiadores. Tres
fechas importantes de la segunda mitad del siglo XX son: 1968, 1989 y 1994. Los
acontecimientos a que hacen referencia tienen una entidad desigual, pero
comparten un denominador: su impacto internacional, universal, por su
significaci�n y su representatividad, en la pol�tica, en las mentalidades, y en
las ciencias sociales.
Comprendo perfectamente, aunque no lo
comparta, que el formidable impacto mundial de la revoluci�n de Chiapas genere
cierta incomodidad en el gobierno supremo de Vds13.
Pero es que es imposible parar el viento. Chiapas es mucho m�s que una cuesti�n
interna de la rep�blica mexicana. Es tema de estudio de historiadores,
soci�logos, antrop�logos, politic�logos, comunicadores sociales, de
universidades de todo el mundo. Y tambi�n esto es importante para M�xico, �no?
Tambi�n son mexicanos los Marcos, David, Ana Mar�a, Mois�s..., y todos los
campesinos del Congreso Nacional Ind�gena que en el plant�n del Z�calo
enarbolan estos d�as el lema neozapatista: Nunca m�s un M�xico sin
nosotros.
La atenci�n que el mundo le est� prestando a
M�xico, gracias a Chiapas, todav�a ser�a mayor si se produjese un acuerdo,
entre el gobierno y el EZLN, como el que acaba de lograrse en Irlanda del Norte,
entre el gobierno ingl�s y el IRA. Pero no me imagino a Mr. Clinton, hombre de
tantas ocupaciones, contactado telef�nicamente con Zedillo y el insurgente
Marcos, Labastida y el obispo Don Samuel..., como viene de hacer en Irlanda del
Norte (y se declara dispuesto a realizar incluso en Colombia), para que Vds.
puedan llevar a buen puerto un verdadero acuerdo de paz, es decir, un pacto que
se cumpla (no como el de San Andr�s de Larr�inzar). Tal vez ni siquiera lo
necesiten. Pueda que acaben teniendo un gobierno y un presidente, que
demuestren el mismo valor pol�tico y personal que M. Blair y el gobierno
brit�nico, en relaci�n con el Ulster...
Punto de inflexi�n
Acabo de leer, este s�bado, naturalmente en La Jornada, una interpretaci�n de por qu�
el impacto internacional de la revuelta de Chiapas ha resultado tan
excepcional. La �tica, el humanismo y la democracia ser�an los tres reclamos
esenciales de la lucha zapatista que explican porque ha adquirido una
dimensi�n universal y una fuerza moral inconmensurable14.
Ciertamente, el mundo hac�a a�os que se sent�a hu�rfano de causas justas, pero
la explicaci�n aunque correcta resulta insuficiente. Porque en los peri�dicos
encontramos todos los d�as situaciones y movimientos que reclaman nuestra
solidaridad por esos tres argumentos (que no siempre aparecen juntos), y la
respuesta no es la misma, tal vez porque raramente se trata de una revuelta
social de los desheredados que quieren, en los hechos, cambiar el
mundo (cosa muy nueva de lo vieja que es) o, al menos, cambiar su
mundo.
�����
El propio Marcos en una larga e interesante entrevista con el soci�logo
Yvon Le Bot, director de investigaci�n del CNRS franc�s, restringe
voluntariamente la importancia pol�tica internacional del zapatismo diciendo
que ayud� a recordar que hab�a que luchar y que val�a la pena luchar,
sobre todo que es necesario luchar, pero nada m�s15.� Tambi�n Marcos se queda corto, al menos en el
contexto de su respuesta modesta a la pregunta sobre si 1994 puede ser una base para la recomposici�n
de la izquierda internacional...
La revoluci�n de Chiapas es ni m�s ni menos
que un punto de inflexi�n entre� los a�os
80 neoliberales y posmodernos (en el peor de los sentidos) y unos a�os 90 bien
distintos16,
y, m�s all�, marca por su representatividad la turbulenta transici�n del siglo
XX al siglo XXI.
El libro de Adolfo Gilly, Discusi�n sobre la historia, termina con
otra entrevista, anterior a la ya citada, donde Marcos cuenta como, antes de
que los ind�genas decidieran levantarse, en octubre de 1992, nosotros les
decimos: Est�n locos, ya se derrumb� la Uni�n Sovi�tica, ya no hay campo
socialista, los nicarag�enses ya perdieron las elecciones, El Salvador ya firm�
la paz, los de Guatemala est�n hablando, Cuba est� acorralada, ya nadie quiere
la lucha armada, del socialismo ni se habla o es un pecado. Todo ahorita est�
contra la revoluci�n, aunque no sea socialista, y que entonces los
pueblos respondieron que nosotros no queremos saber lo que est� pasando en
el resto del mundo, nosotros nos estamos muriendo y hay que preguntarle a la
gente, y as� se hizo, y la gente decidi� democr�ticamente la
guerra a pesar de que todo estaba en contra nosotros17
.
Despu�s de la estruendosa ca�da del muro de
Berl�n en 1989, �qui�n pod�a pensar que la lucha recomenzar�a cinco a�os
despu�s en otro lugar del mundo dirigida -al menos inicialmente18-
por un grupo marxista-leninista con un significativo apoyo popular? El repliegue,
que desde finales de los a�os 7019 ha afectado a todo intento,
sea reformista sea revolucionario, de transformar las sociedades en un sentido
progresivo, no se redujo a la pol�tica y a la ideolog�a, incidi� decisivamente
en la econom�a y en las mentalidades colectivas (tambi�n en el mundo acad�mico,
y en las ciencias sociales). Es por ello que el levantamiento chiapaneco del 1
de enero de 1994, cuando el Gobierno de M�xico entraba triunfalmente en el club
del Primer mundo gracias al Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y
Canad�, sorprendi� tanto a tirios y troyanos. Pero siempre es as�. Yo me
acuerdo leer libros donde se hablaba del neocapitalismo y de la sociedad de
consumo, como algo nuevo y definitivo que iba a garantizar la paz social y la
integraci�n de los j�venes..., un poco antes de la rebeli�n, en mayo del 68, de
una generaci�n joven que rechaz� precisamente todo aquello con una enorme
radicalidad20.
Las grandes revueltas siempre sorprenden, a sus protagonistas y a sus
antagonistas: tambi�n las revoluciones del Este de Europa. Salvo a quienes
todav�a hoy sostienen una visi�n pacata, tradicional por conspirativa, de la
historia. El historiador de oficio sabe que las revoluciones no son tanto obra
de una vanguardia, condici�n nunca suficiente y en ocasiones ni siquiera
necesaria21,
como fruto de la coincidencia compleja de factores dif�cilmente previsibles.
Los protagonistas de la revuelta de Chiapas
arriesgaron y acertaron. Cuatro a�os despu�s, podemos comprobar que aquello
contra lo que se hab�an levantado, lo que ahora llamamos gen�ricamente
neoliberalismo, est� de capa ca�da. Incluso el peri�dico de mayor difusi�n en
Espa�a, El Pa�s22,
ha editado un libro Contra el pensamiento
�nico, t�tulo impensable hace unos a�os, del que fuera su director,
Joaqu�n Estefan�a23.
Los ind�genas y universitarios insurgentes en
Chiapas demostraron, de una manera en parte involuntaria,� que el mundo�
despu�s de 1989 no iba por donde parec�a que iba. Por todo ello el
levantamiento de 1994 constituye un punto de inflexi�n en la historia de los
conflictos, las revueltas y las revoluciones, tem�tica de cierta tradici�n en
las historiograf�as occidentales, sobre todo en los a�os 60 y 70, y que ha
retornado en los a�os 90, al menos en algunas historiograf�as24.
La clave del �xito del movimiento de Chiapas
es que recupera unas cosas a la vez que innova otras. Hay mucho de viejo y
mucho de nuevo en la rebeli�n zapatista25. S�ntesis original que se
apoya en el pasado para abrirse al futuro: toma buena nota del fracaso del
socialismo real, y de otras experiencias revolucionarias y reformistas pasadas26,
e indaga nuevos enfoques sin dogmatismos previos, conscientes de que est�n
(re)abriendo debates y ensayando pr�cticas cuyo final es inseguro, con el fin
de seguir intentando transformar la sociedad desde la �tica y la raz�n. Nuevo
enfoques, por ejemplo, sobre la violencia, el poder y la revoluci�n.
As� tenemos una actitud y una pr�ctica en
relaci�n con la violencia muy vieja (la insurrecci�n ind�gena) pero a la vez
muy nueva, respecto de la cl�sica guerrilla latinoamericana: el EZLN es un
grupo armado con una probada voluntad de paz, casi desde el principio de la
revuelta, pues rehuye -pese a las continuas provocaciones- el uso de las armas
desde el 12 de enero de 1994, y se muestra sensible a las manifestaciones
populares que demandaron y demandan parar la guerra27,
de forma que no convierte la necesidad de la violencia en virtud
revolucionaria, huyendo del vanguardismo como una imposici�n sobre las
mayor�as.
Igual en relaci�n con el Estado: los
zapatistas proclaman que no luchan por el poder28,
que -recordemos- es� el objetivo
principal de la revoluci�n desde el punto de vista del marxismo, tanto
reformista como leninista, recobrando una tradici�n anarquista -que se plasma
asimismo en la decisi�n del FZLN de no presentarse a las elecciones- que tal
vez conviene no despachar con una mera descalificaci�n. Habr�a que releer con
visi�n de futuro los debates sobre esta tem�tica de los tiempos de la I
Internacional, �no fracas� tanto la sociedad igualitaria sin Estado del
anarquismo como la dictadura del proletariado del marxismo?
Tenemos, por consiguiente, la exploraci�n de
un nuevo enfoque de la revoluci�n, que para el EZLN quiere decir una revoluci�n
para que la revoluci�n sea posible, una democracia total donde el pueblo pueda
realmente escoger, el reino del sujeto libre y plural29,
cuesti�n nada f�cil de aplicar como se�ala la experiencia misma de los
zapatistas en sus propias comunidades, sus�
errores y, en ocasiones, sus dif�ciles relaciones con los otros grupos
de luchadores sociales actuantes en el Estado de Chiapas.
Adem�s de �stas y otras novedades
conceptuales, hay un impacto nacional de la revoluci�n de Chiapas sobre el que
no debo opinar no vaya a ser que no se me considere injerente en la pol�tica
interna de M�xico ... Es broma, s� les voy a dar mi testimonio y opini�n,
partiendo de la experiencia de la transici�n democr�tica de los a�os 70 en
Espa�a, en mi condici�n de modesto participante -mejor a�n que como estudioso-
en el movimiento estudiantil, en los movimientos obrero y campesino, en las
instancias unitarias de la oposici�n antifranquista...
La transici�n falseada
Despu�s de la lectura del libro coordinado
por Octavio Rodr�guez Araujo sobre la transici�n en M�xico, editado por la UNAM
y La Jornada30,
he inferido que muy pocos aqu� creen en una transici�n verdadera, como la que
hicimos los espa�oles, a la democracia en M�xico, sobre todo tras los
incumplimientos de San Andr�s y la puesta en pr�ctica de la estrategia
gubernamental de guerra de baja intensidad en Chiapas. Algunos de los autores
del libro piensan incluso que la salida pueda significar m�s autoritarismo, y
la verdad es que hay se�ales inquietantes (si juzgamos a Zedillo por lo que
hace y no por lo que dice). Por otro lado, he le�do en la revista Nexos (n� 244, abril 1998) la
transcripci�n de cinco entrevistas televisivas, bajo la r�brica �De qu� hablamos al hablar de la transici�n?,
de intelectuales pr�ximos al gobierno del PRI, que supone un intento -�xitoso,
por el momento, en lo cual han colaborado, muy lamentablemente, los espa�oles
Gonz�lez y Almunia en sus recientes visitas a M�xico- de llamar transici�n a
algo completamente distinto de lo que entendemos los espa�oles por tal: lo que
en Espa�a fue una ruptura pactada se quiere traducir en M�xico por una simple
evoluci�n o reforma del -y desde- el partido de Estado31,
cosa que por lo dem�s tambi�n intentaron los franquistas antes de pactar con
los verdaderos interlocutores del cambio. Lo nuevo de la transici�n espa�ola,
aquello que la ha convertido en un paradigma de la ciencia pol�tica, fue el
acuerdo entre los evolucionistas del r�gimen franquista y la oposici�n clandestina.
El grupo Nexos pervierte
deliberadamente el t�rmino transici�n32
a la manera de Lampedusa: cambiar para que nada cambie33.
Ciertamente, hay elementos que diferencian la
situaci�n de M�xico en los a�os 90 y la situaci�n de Espa�a en los a�os 70,
pero �no es acaso la universalidad de la transici�n espa�ola lo que la ha
convertido en paradigm�tica? Adem�s, no hacer hincapi� en lo que tienen en
com�n ambos procesos, en la consecuencia del cambio democr�tico, �a qui�n
beneficia sino a la continuidad en el poder del partido �nico?, �a qui�n
perjudica sino a los excluidos, en especial a campesinos, principales v�ctimas
de la ortodoxia neoliberal, y a los pueblos ind�genas?�
Desde la comparaci�n con la experiencia
espa�ola, una aut�ntica transici�n en M�xico hacia la democracia deber�a tener
en cuenta, en nuestra opini�n, lo siguiente:
1.- Que cuando hay empate, hay que pactar. Si
en realidad nadie quiere la guerra, porque el contexto internacional no la favorece,
ni puede triunfar la insurgencia y menos una represi�n generalizada, para salir
del embrollo y alcanzar la paz hay que negociar, lo cual siempre supone un
coste para ambas partes34.
2.- El tiempo para reanudar la negociaci�n no
es ilimitado. Cuando el proceso de democratizaci�n no avanza, o se detiene como
sucede ahora en el �mbito parlamentario sin incorporar a la sociedad civil: las
soluciones autoritarias y militaristas ganan terreno en ambos bandos35.�
Una diferencia entre Espa�a y M�xico es que,
en nuestro pa�s, el miedo a la guerra civil, que se cerr� con un n�mero
elevad�simo de muertos y exiliados, coadyuv� a que derechas e izquierdas
convinieran en resolver sus diferencias democr�ticamente, sin armas, mientras que
en M�xico no se siente de igual manera este peligro, existe una aceptaci�n
mayor de una violencia que se manifiesta end�mica y cotidiana, social y
pol�tica, por arriba y por abajo, en el pasado y en el presente...
3.- Es clave la participaci�n del EZLN y de
la sociedad civil insurgente en la transici�n democr�tica. El lugar que en
Espa�a jug� el PCE, cuya legalizaci�n se�al� el punto de no retorno del proceso
democr�tico y la credibilidad de sus resultados, lo ocupa objetivamente en
M�xico el EZLN por s� mismo y por todo lo que representa, nacional e
internacionalmente.
4.-Es necesaria la credibilidad internacional
en los actores principales de la ruptura pactada cosa que, hoy por hoy, est�
m�s garantizada por la parte de Marcos y del EZLN que de EZPL36,
con lo cual parece necesario un cambio de personas y de gobierno, donde ganen
posiciones los� partidarios de resolver
los problemas mediante la negociaci�n. Ah� est� el ejemplo de Colombia donde
acaba de ganar las elecciones el conservador Pastrana gracias a su posici�n
favorable al pacto con la guerrilla.
5.- El problema ind�gena en M�xico hoy
equivale al problema nacional en Espa�a hace veinte a�os. Salvando las
diferencias m�s obvias la cuesti�n de fondo es la misma: integrar a unas
minor�as nacionales o �tnicas en el nuevo sistema democr�tico. Si en Espa�a fue
posible, donde la vieja derecha aseguraba que prefer�a una Espa�a roja a una
Espa�a rota, m�s lo ser� construir un M�xico realmente democr�tico que� integre, con sus derechos, al mundo ind�gena,
una minor�a del 10 % de la poblaci�n que, adem�s, ya era mexicana
antes de que M�xico-naci�n existiera.
6.- Hoy una democracia puramente
parlamentaria, donde los ciudadanos participan votando solamente cada cuatro
a�os, resulta insuficiente. Si la transici�n espa�ola hubiera tenido lugar
veinte a�os despu�s tambi�n tendr�a que resolver este grave problema de la
crisis de la democracia representativa, que se refleja en el desprestigio
generalizado de los pol�ticos, considerados por muchos un mal necesario. Y aqu�
es donde una transici�n mexicana a la democracia que merezca ese nombre puede
aportar novedades, a las viejas democracias europeas, si es capaz de combinar
la democracia delegada de las instituciones con la democracia directa de los
pueblos, tal como estaba planteado en el di�logo de San Andr�s a propuesta de
los representantes zapatistas.
Impacto historiogr�fico
Pero volviendo a lo nuestro, al tema estricto
de la conferencia, yendo de la historia inmediata a la historiograf�a:� �c�mo afecta�
el presente de Chiapas a la comprensi�n del pasado?�Cu�l es, en
conclusi�n, el impacto de la historia sobre la escritura de la historia?
Vamos a relacionar, pues, la revuelta
zapatista con tres cuestiones capitales a debate entre los historiadores, y
otros cient�ficos sociales: el retorno del sujeto, la idea de progreso y el
posmodernismo.
1.- Chiapas marca el retorno del sujeto
social en la historia y en la historiograf�a. He planteado en otro lugar37
como en Espa�a, y pienso que se puede decir lo mismo de Am�rica Latina, en los
a�os 60 y 70, se prest� una gran atenci�n a la investigaci�n de los conflictos,
las revueltas� y las revoluciones.
Despu�s, en los a�os 80, tuvo lugar un repliegue del inter�s de los
historiadores hacia estos temas, sin duda menos rotundo en Am�rica Latina que
en Europa. Mientras que ahora, en los a�os 90, estamos viviendo un inter�s
-menos cargado de historia militante que hace 20 a�os- renovado por los
conflictos, las revueltas y las revoluciones, seg�n hemos detectado en la
historiograf�a de Espa�a, a pesar de que en nuestro pa�s no ha tenido lugar con
tanta claridad como en M�xico y Francia, un retorno hist�rico del sujeto
social, prueba de la manera creciente en que influye en nosotros el contexto
global: vivimos como algo pr�ximo, merced a los nuevos medios de comunicaci�n
social, aquello que sucede en los lugares m�s alejados.
Distinguir�amos tres momentos caracter�sticos
de la vuelta hist�rica del sujeto social -global- en la d�cada de los a�os 90.
Primero, las revoluciones en el Este de Europa, entre 1989 y 1991, con una
participaci�n decisiva de las masas en la calle y� unos objetivos pro-democracia y
pro-capitalistas. Segundo, la revuelta chiapaneca de 1994, con unas metas asimismo
pro-democr�ticas, pero anti-neoliberales,�
que ponen de manifiesto su car�cter de punto de inflexi�n, confirmado
por otros movimientos sociales posteriores, tambi�n en el Este de Europa: la
insurrecci�n popular albanesa de 1997, con un sentido contrario a los
acontecimientos 1989-1991, contra los bancos piramidales montados por el
capitalismo mafioso de la nueva nomenclatura. Tercero, los �ltimos movimientos
sociales en Francia, 1995-1998. Desde las movilizaciones de los estudiantes y
los funcionarios p�blicos contra la pol�tica neoliberal de Alain Jup�, en
diciembre del 95, hasta la revuelta organizada de los parados -por vez primera-
del 98, pasando por las grandes manifestaciones contra la Ley Debr� y contra el
Front National, que han recordado
Mayo del 68 y provocado, inesperadamente, la victoria electoral de Lionel
Jospin y de la gauche plurielle.
Los nuevos movimientos sociales franceses ratifican y amplifican el giro
anti-neoliberal de las luchas sociales que anunci� la revuelta de Chiapas, y
por consiguiente la universalidad de �sta. Francia es Europa, y adem�s -desde
los tiempos de Marx- un buen term�metro para medir la temperatura de las
relaciones sociales en el mundo.
En las revueltas sociales de los 90 nos estamos
encontrando con algo asombroso, para quienes nos formamos en el Mayo franc�s
-aunque fuese en mi caso en el Mayo madrile�o-, y es una in�dita relaci�n entre
movilizaci�n social y cambio de gobierno mediante elecciones38.
Despu�s de Mayo gan� las elecciones el gaullismo, empero, a continuaci�n de las
postreras movilizaciones sociales en Francia gan� la izquierda pol�tica -que
ahora se esfuerza por merecerlo- y, en Albania, la crisis abierta por la
revuelta popular encontr� soluci�n con la victoria electoral de los
ex-comunistas. En M�xico todav�a no se ha dado�
este fen�meno, tal vez la revuelta popular no ha adquirido la
envergadura suficiente, aunque, se reconozca o no, la victoria de Cuaut�moc
C�rdenas en Ciudad de M�xico �no debe mucho a la revoluci�n de Chiapas de 1994?
Es evidente que esta nueva conexi�n entre
rebeld�a social y resultados electorales muestra asimismo la crisis del sistema
pol�tico occidental por falta de cauces de participaci�n pol�tica, m�s all� del
derecho a voto cada cuatro a�os, y reafirma lo dicho sobre la necesidad de
combinar, cara al siglo XXI, democracia representativa y democracia directa, y
la aportaci�n anticipadora del zapatismo.
La vuelta de las grandes manifestaciones en
los a�os 90 es un fen�meno general. Habr�a que hacer referencia -sin salir del
mundo occidental- a las que tuvieron lugar en B�lgica contra los pederastas y
sus complicidades pol�ticas; al mill�n de hombres negros, y despu�s de mujeres,
que se manifestaron en Estados Unidos; a los seis millones de espa�oles que, en
julio de 1997, salieron a la calle contra el asesinato de Miguel �ngel Blanco
(la manifestaci�n m�s numerosa de la historia de Espa�a)...� El siglo XXI se anuncia como un siglo de
masas, como ya lo fue el siglo que acaba, aunque sin duda lo ser� de otra
forma.
Para la historiograf�a fin de siglo este
retorno del sujeto social es una gran novedad porque hasta ahora habl�bamos m�s
bien del retorno del sujeto pensando en un sujeto individual,
pol�tico, narrativo, para nada colectivo, de masas, hombre com�n,
conceptos que parec�an rebasados por la historia y la escritura de la historia
como propuestas del materialismo hist�rico y de la escuela de Annales de los a�os 60 y 70.� En fin, que lo que parece pasado es a menudo
futuro, que como es sabido no se repite jam�s sino como caricatura tr�gica y/o
c�mica...
2- Chiapas y la crisis de la idea de
progreso. La confianza ingenua en la idea del� progreso lineal e indefinido est�, desde hace
tiempo, en crisis. Sabemos que los avances tecnol�gicos y econ�micos no llevan
autom�ticamente a la felicidad humana. El progreso t�cnico trajo la guerra, el
deterioro del medio ambiente y la marginaci�n de un Tercer Mundo,
que ahora est� dentro del Primer Mundo. A rengl�n seguido, se
devalu� la idea de que se progresa transformando la sociedad, y se proclam� el
fin de la historia: la fecha clave es 1989.�
Entonces deviene el 1 de enero de 1994 que entra�a, para muchos, el
recomienzo de la Historia entendida como progreso.
El paradigma compartido de los historiadores
del siglo XX que dec�a que nuestra funci�n es estudiar el pasado para entender
el presente y construir el futuro, se ha problematizado �ltimamente en dos
sentidos: desconexi�n pasado/presente y desconexi�n pasado/futuro. Por un lado
hemos vivido un auge del academicismo, del individualismo y del des-compromiso,
que, acompa�ado por todos los pos, nos aparta tajantemente de las
inquietudes del presente. Por el otro lado, sufrimos el desinter�s por el
futuro, que para nosotros es m�s grave que el desfase de lo actual, porque el
pensamiento �nico niega el futuro como algo distinto del presente,
porque no existe la perspectiva de un futuro mejor para muchos j�venes, en
pa�ses como Espa�a, ni en general para los m�s desfavorecidos del planeta.
Habermas, refiri�ndose a Benjam�n, lo expres�
de la siguiente forma: La esperanza de lo nuevo futuro s�lo se cumple
mediante la memoria del pasado oprimido39.
Y Marcos, escribi� en el diario El Pa�s (29-3-95), en un art�culo titulado
La flor prometida40,
en respuesta a los intelectuales espa�oles firmantes de un escrito demandando
una soluci�n pol�tica para Chiapas: y nosotros s�lo ten�amos nuestra
historia para defendernos (...) un pa�s que se olvida de su pasado no puede
tener futuro (...) apostamos por el presente para tener futuro; y para vivir
morimos. Marcos coincide pues, desde la pr�ctica social y pol�tica, con
Habermas y Benjamin. No s� si los habr� le�do pero esta concordancia de la
revuelta de Chiapas y la Escuela de Franckfurt se�ala, entre otras cosas, el
inter�s de las tradiciones del marxismo heterodoxo para el debate del futuro.
Por nuestra parte, desde la pr�ctica
historiogr�fica, apunt�bamos ya en La
historia que viene (tesis 12) que cara al nuevo paradigma de la
historia es m�s importante la relaci�n pasado/futuro, sin fatalismos ni
mesianismos, que la relaci�n pasado/presente: que sin pasado no hay futuro, que
el futuro de la historia depende de lo que se preocupe la historia por el futuro.
En resumen, cualquiera que sea su desenlace
final, la contribuci�n de la revuelta de Chiapas a la escritura de la historia
es ya irreversible, ha alterado el concepto de tiempo hist�rico, ni c�clico
como quer�a la tradici�n ni lineal determinista como cre�amos hace dos d�cadas:
a saltos, y sin red, tal es el ejemplo de los ind�genas de Chiapas, que se
lanzaron a cambiar el mundo sin saber lo que les esperaba el d�a siguiente y se
encontraron con el �ngel de la Historia.
3. - Chiapas y la postmodernidad. Se
ha dicho que el levantamiento de Chiapas es el mejor ejemplo de una
guerrilla posmoderna. Bueno, para ello tendr�a que ser
guerrilla lo que sus protagonistas rechazan..., y las
insurrecciones populares no parecen ser una caracter�stica del posmodernismo.
Pero s�, la revuelta chiapaneca es posmoderna
por su antidogmatismo y su talante cr�tico (de alguna forma, en estos aspectos
positivos, todos somos posmodernos); pero en absoluto se caracteriza por el
abandono del discurso de la modernidad y la Ilustraci�n (elemento fundamental y
definitorio del pensamiento posmoderno) que pretende la trasformaci�n de la
sociedad, mediante la raz�n y la revoluci�n, sino todo lo contrario, ya que los
neozapatistas representan de alguna forma el retorno de la modernidad (o mejor
a�n, la b�squeda de otra modernidad), �no son por ello criticados como nuevos
ilustrados que han hecho de la trilog�a democracia, justicia y
libertad el eje de su lucha, parangonando a la revoluci�n francesa?
Tampoco es posmoderno41
el EZLN cuando combate la fragmentaci�n del sujeto hist�rico animando un frente
opositor en M�xico o un encuentro intergal�ctico con gentes de todo
el mundo.
Luego de esta incursi�n relacionando historia
inmediata, historiograf�a y filosof�a de la historia, nos preguntamos, en
general, por los posibles escenarios para la escritura de la historia en el
siglo XXI, que se reducen a tres en nuestra opini�n:
1.- El nuevo paradigma puede ser la
continuidad de la fragmentaci�n, del eclecticismo m�s absoluto, la nada, tal
como propone el posmodernismo puro y duro.
2.- El nuevo paradigma puede resultar la
marcha atr�s, hacia el siglo XIX:� hacia
una historia erudita, positivista, alejada del mundo, o hacia una historia que
se identifique con la literatura, o ambas cosas a la vez.
3.- El nuevo paradigma como resultado de la
s�ntesis creativa entre la modernidad y la postmodernidad, entre las grandes
escuelas historiogr�ficas del siglo XX, los �ltimos retornos y� las �ltimas tendencias innovadoras. Desde
luego el desenlace m�s probable y m�s atrayente.
Pensamos que esta nueva-vieja historia se
puede adaptar mejor, que lo nov�simo o lo viej�simo, a los retos de la sociedad
global del siglo XXI. As� lo hemos planteado en La historia que viene, que vienen a ser nuestras
conclusiones del I Congreso Internacional Historia a Debate (Santiago de
Compostela, 1993), en cuya tesis 16, como ya apuntamos, asever�bamos que los
a�os 90 ser�an mejores que los a�os 80 para un nuevo paradigma -es decir, un nuevo
consenso sobre como ejercer la profesi�n de historiador- que no hiciese tabla
rasa de la historiograf�a del siglo XX. Se nos acus� de optimistas,
pero la realidad nos est� dando la raz�n. Gracias tambi�n a Chiapas, y a Vds.
por su atenci�n.
*Transcripci�n, revisada y
anotada por el autor, de la conferencia dictada el 20 de abril de 1998 en la
Facultad de Filosof�a y Letras de la Universidad Nacional Aut�noma de M�xico;
el 28 de abril de 1998 en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad
Aut�noma de Chiapas (San Crist�bal de las Casas); el 23 de junio de 1998 en el
Complejo Cultural de la Cooperaci�n de Rosario, y el 17 de julio de 1998 en el
Centro de Estudios Dr. Carlos Auyero de Bah�a Blanca (Argentina).
2V�ase la Introducci�n a Historia a Debate. Am�rica Latina,
Santiago, 1996.
3Apologie pour
l�Histoire ou M�tier d�historien, Par�s, A. Colin, 1949 (1� ed. en espa�ol, M�xico, FCE, 1952);
edici�n cr�tica preparada por Etienne Bloch, Par�s, A. Colin, 1993 (traducci�n
espa�ola, M�xico, FCE-INAH, 1996).
4La formulaci�n es de Lucien
Febvre, que prepar� la primera edici�n del libro y puso algunos de los t�tulos,
pero refleja sin lugar a dudas el contenido de la parte final del primer
cap�tulo de M�tier d�historien.
5Otro ejemplo reciente: los
cineastas, artistas y escritores franceses solidarios con los inmigrados
ilegales en 1997; el rol secundario de los cient�ficos sociales -y
especialmente de los historiadores-, en esta nueva versi�n del Yo,
acuso de Emile Zola, �no es un reflejo m�s de la crisis finisecular de la
historia y las ciencias humanas en Francia?
6 Si, como dice el gobierno
mexicano, el subcomandante Marcos es Rafael Sebasti�n Guill�n Vicente,
ex-profesor de comunicaci�n social de la Universidad Aut�noma Metropolitana
(secci�n Chochimilco), tendr�amos aqu� un buen s�ntoma, la causa y la
consecuencia, de una trascendente relaci�n entre la universidad y la sociedad
mexicanas a fines del siglo XX: a contracorriente de lo que ha sido la
evoluci�n reciente de esta conexi�n en la Europa y Norteam�rica.
7Protagonistas principales del
intenso debate p�blico en Espa�a, a fines de 1997 y principios de 1998, sobre
el papel de la historia y las humanidades en la ense�anza media.
8 Introducci�n a la historia, M�xico, 1952, pp. 9, 14.
9Claro que ello no justifica el
cinismo de algunos historiadores y otros intelectuales que, arrepentidos de su
pasado pol�tico� radical, vituperan sin
verg�enza alguna a los comprometidos del presente.
10 Otra cosa es el compromiso
ciudadano extraordinario (al modo de Bloch en 1943 y 1944, de E. P. Thompson en
su per�odo de dedicaci�n al movimiento pacifista, de Marcos-Guill�n en este
momento), digno de toda admiraci�n (tal vez fuera de nuestro alcance de
profesores universitarios medios), que se produce por lo regular previo
abandono, provisional o indefinido, de la academia, con lo cual no tiene el
mismo inter�s para el debate que nos ocupa sobre la funci�n social de la
historia.
11 Carlos BARROS, El retorno
del sujeto social en la historiograf�a espa�ola, Estado, protesta y movimientos sociales,
III Congreso de Historia Social, Vitoria, julio 1997 (en
prensa).
12 Hay otros factores que llevan
al des-compromiso: el desencanto y el cansancio de los a�os transcurridos; la
inercia y la comodidad de la vida acad�mica; la perspectiva de una carrera
exitosa...
13 En el momento de dictarse esta
conferencia, el gobierno estaba aplicando el art�culo 33 de la Constituci�n
mexicana para expulsar del pa�s a los extranjeros que se inmiscu�an
en la pol�tica interna, apoyando de alguna forma al EZLN, en el Estado de
Chiapas.
14 Luis GONZ�LEZ SOUZA,
Chiapas universal,� La Jornada, 18 de abril de 1998.
15 Yvon LE BOT, Subcomandante Marcos. El sue�o zapatista, Bacelona, 1997, p. 260.
16 Tesis 16 de La historia
que viene, Historia a Debate,
I, Santiago de Compostela, 1995, p. 117.
17 Discusi�n sobre la historia, M�xico, 1995, p. 140.
18 Sobre la reconversi�n de grupo
inicial, las Fuerzas de Liberaci�n Nacional, marxista-leninista y guevarista,
en el fen�meno neozapatista que conoci� el mundo en 1994, merced a su fusi�n
con el movimiento ind�gena chiapaneco, v�ase LE BOT, op. cit., pp. 123 ss.
19 Los acontecimientos 1989-1991
en el Este de Europa, que semejaban enmarcar el futuro por muchos a�os (eso nos
dec�an y eso parec�a), est�n resultando m�s bien la culminaci�n de un ciclo,
los neoconservadores a�os 80, porque despu�s la historia continu�,
aceleradamente: la prueba m�s gr�fica la tenemos al comprobar como las masas
que expulsaron a los comunistas del poder, votaron masivamente a rengl�n
seguido, en los a�os 90,� a sus herederos
socialistas para ver de paliar los desastrosos efectos de la transici�n salvaje
al capitalismo.
20�
A la hora de hacer balance del 68, algunos hacen hincapi�, justamente,
en la revoluci�n cultural que supuso, pero bastantes olvidan -las m�s de las
veces interesadamente- su car�cter anti-capitalista, negando, falseando
incluso, lo que pensaban y hac�an ellos mismos treinta a�os atr�s: la historia
se reescribe desde cada presente.
21 Por ejemplo, la gran revuelta
albanesa de 1997.
22 La misma editorial El
Pa�s-Aguilar acaba de publicar en Espa�a otro libro, en sentido contrario, La impostura de Marcos, donde dos
periodistas, Maite Rico y Bertrand de la Grange, corresponsales que son -o que
han sido- de El Pa�s y Le Monde, analizan el fen�meno
neozapatista desde posiciones e intereses cercanos a la Secretar�a de
Gobernaci�n mexicana.
23 Otro dato significativo: las
reuniones del centro-izquierda latinoamericano, organizadas a alto nivel por
los profesores Roberto Mangabeira y Jorge Casta�eda con el fin de buscar
alternativas al neoliberalismo -para ellos tambi�n representado por Tony Blair
y Fernando Henrique Cardoso-, partiendo de la base de que (en referencia al
Banco Mundial y al FMI) la ortodoxia no funciona...
A los que se portan bien, M�xico, digamos, o Rusia, les va mal. La obediencia
cuesta caro. La rebeli�n da resultado, El Pa�s, 2 de agosto de 1998.
24 V�ase la nota 11.
25 Me dicen colegas informados que
el EPR de M�xico tiene virtualmente m�s poder de fuego, extensi�n territorial y
proyecci�n social, que el EZLN, pero es obvio que est� lejos de su significado
hist�rico (probablemente ni siquiera el EPR existir�a hoy sin el levantamiento
previo del EZLN); sin embargo, una guerrilla todav�a m�s cl�sica, las FAR de
Colombia, que act�an con sus numerosos efectivos a la luz, sin esperar al D�a
D, tampoco ha conseguido la misma incidencia internacional que los insurgentes
de Chiapas: el factor diferencial es siempre cualitativo.
26 La actitud de los dirigentes
neozapatistas, favorecida por su juventud, contrasta, negro sobre blanco, con
la sempiterna incapacidad de muchos revolucionarios -y reformistas- para sacar
consecuencias autocr�ticas sobre su pasado intelectualmente m�s profundas que
el simple arrepentimiento y/o cambio de bando.
27 Todo lo contrario que ETA en
Espa�a, inmune, hasta el momento de re-escribir esta conferencia, al clamor
popular contra sus m�todos violentos enquistados en el peor de los terrorismos.
28 Si bien la orientaci�n zapatista
de crear municipios aut�nomos, y la breve experiencia del gobierno en rebeld�a
de Amando Avenda�o, entra�a una estrategia evidente de doble poder, al tiempo
que se defiende una transici�n democr�tica y constitucional plena.
29 Esta revoluci�n no concluir� en una nueva clase, fracci�n de clase o
grupo en el poder, sino en un espacio libre y democr�tico de lucha
pol�tica (...) Dentro de esta nueva relaci�n pol�tica, las distintas propuestas
del sistema y rumbo (socialismo, socialdemocracia, capitalismo, etc.) deber�n
convencer a la mayor�a de la Naci�n (...) El plebiscito... merece un lugar
relevante en la m�xima ley del pa�s,�� EZLN.
Documentos y comunicados, M�xico, 1994, p. 273.
30 Transici�n a la democracia. Diferentes perspectivas, M�xico,
1996.
31 Un s�ntoma de como los Aguilar
Cam�n, Cavarozzi, C�rdoba, Garret�n, Segovia, falsean el problema pol�tico de
M�xico es que jam�s nombran, en las citadas intervenciones, ni a los zapatistas
ni a Chiapas, c�mo si la realidad despareciese al dejar de nombrarla.
32 Utilizado correctamente y con
anticipaci�n por el EZLN en la Segunda Declaraci�n de la Selva Lacandona del 12
de junio de 1994:� Reiteramos nuestra disposici�n a una soluci�n pol�tica
en el tr�nsito a la democracia en M�xico... El cambio democr�tico es la �nica
alternativa a la guerra,� EZLN. Documentos y comunicados, M�xico,
1994, p. 271.
33 Las transiciones imperfectas, o
sea inacabadas, abundan en Am�rica Latina: v�ase el caso chileno con el
ex-dictador Pinochet de senador vitalicio de la nueva democracia, o el caso de
Argentina, donde la impunidad de los responsables de las desapariciones impide
la reconciliaci�n nacional, y, lo que es peor, donde ni peronistas ni radicales
apoyan p�blicamente la lucha de los familiares de los 30.000 desaparecidos.
34 La pol�tica timorata de Zedillo
de palo y zanahoria, ni carne ni pescado, no tiene futuro, y �l lo sabe; cara a
las elecciones presidenciales de a�o 2.000 incluso el gobernador de Guanajato,
Vicente Fox, del Partido de Acci�n Nacional, ha proclamado que si gana volver�
a la mesa de negociaci�n con el EZLN...
35 De hecho el EPR, y otros grupos
armados, surgen despu�s de 1994, ampliando la base del conflicto y de la
confrontaci�n, y complicando la salida pol�tica, porque la
estrategia pactista del EZLN result� bloqueada, porque la negociaci�n no dio
sus frutos.
36 Nos referimos a Ernesto Zedillo
Ponce de Le�n; claro que las elecciones del 2000 pueden transformar las
cosas...
37 V�ase la nota 11.
38 Esta nueva relaci�n entre
democracia y revuelta desmiente -y supera dial�cticamente- tanto las posiciones
anti-revolucionarias de la socialdemocracia cl�sica como las posiciones
anti-democr�ticas del comunismo ortodoxo.
39 J�rgen HABERMAS, Excurso
sobre la tesis de filosof�a de la historia de Benjamin, Revista de Occidente, n� 85, 1988, p. 64.
40 Este texto no forma parte del
volumen II de EZLN. Documentos y comunicados,
M�xico, 1995.
41 La ubicaci�n m�s realista del
movimiento zapatista, con sus rasgos pre-modernos, modernos y posmodernos,� estar�a en un pos-posmodernismo todav�a en
proceso de definici�n.