La inacabada transición de la historiografía española*
Carlos
Barros
Universidad
de Santiago de Compostela
Tres aspectos principales nos interesa
desarrollar aquí: el virtual papel de la historiografía española en la
transición internacional al nuevo paradigma1, la relación entre transición
política y renovación historiográfica en España, y el problema del relevo
generacional.
El papel internacional de la
historiografía española
Nuestra tesis es que la historiografía
española está en buenas condiciones -objetivas- para jugar un papel en la
síntesis tradición/innovación que va a caracterizar a la historiografía del
siglo XXI, adquiriendo así un perfil internacional propio; por las siguientes
razones:
a) Ausencia de escuelas historiográficas
propias. Lo que se suele citar como un handicap de la historiografía
española se convierte en ventaja cuando las grandes escuelas (extranjeras)
entran en crisis. El exceso de tradición también dificulta la renovación. Las
trabas que han encontrado la dirección de
Annales para avanzar en su
tournant critique, iniciado en
1989, a pesar de la voluntad de sus promotores, es un claro exponente de lo
queremos decir.
b) Ausencia de movimientos pendulares
extremos que, en la práctica
historiográfica, hacen muy difícil la síntesis. Tal es el caso de la
historiografía francesa cuando pasó tajantemente de la historia
económica-social a la historia de las mentalidades2; o de la historiografia
norteamericana al transitar de la cliometría al "giro lingüïstico". La
renovación cautelosa o el conservadurísmo de enfoques, según se mire, rasgos
peculiares de buena parte de la historiografía española, puede favorecer ese
ineluctable equilibrio -porque la innovación ya no adelanta sin la síntesis-
que a otras historiografías, que protagonizaron anteriores etapas de cambio historiográfico, tanto les cuesta.
Sirva como botón de muestra de estos movimientos del péndulo la actitud hacia
el marxismo de historiografías, como la francesa, que pasaron del
enaltecimiento en los años 60 y 70 a la marginación en los años 80 y 90. Y, sin
embargo, estamos convencidos de que haciendo tabla rasa del materialismo
histórico la síntesis no es factible.
c) Ausencia de un centro internacional de
avance historiográfico. Peter Burke argumentó en el Congreso "A histoira a
debate" que la innovación va ahora por la periferia3. Nosotros iríamos más allá: la
carencia de un gran foco reconocido
internacionalmente en el presente (papel que ocuparon primero Alemania,
desde el siglo XIX, y después Francia, en especial en las décadas centrales del
siglo XX) nos conduce a una realidad tan multicéntrica (además de los países
citados, habría que añadir: Gran
Bretaña, EE. UU., Italia...) que cuestiona el mismo concepto-metáfora
centro/periferia: todo el mundo puede ser centro, también España, y los países iberoamericanos4.
En los años 90, la diversidad de focos historiográficos implica una gran
oportunidad para historiografías nacionales antaño dependientes, donde la
diversidad de influencias ha sido más notoria y fructífera. Probablemente, en
ningún otro lugar sabemos mejor de dónde venimos, de dónde viene la
historiografía internacional -la confluencia del marxismo, la escuela de Annales
y la tradición neopositivista- que en España y
determinados países latinoamericanos, lo cual es muy importante para
saber adónde queremos ir.
d) El nuevo rol internacional de España.
Justo es reconocer que, desde la transición a la democracia, la situación
política de España en el mundo, y la imagen que en el extranjero se tiene de
nosotros, han variado enormemente, gracias al ejemplo de la transición política5
y las políticas seguidas en la pasada década. Paralelamente el idioma español
ocupa un sitio preeminente, después del inglés, como lengua hablada y escrita,
en el mundo6.
En diversos campos de la cultura (ante todo, cine y literatura) se ha
progresado en el mismo sentido: rompiendo la barrera autárquica y
subdesarrollada heredada del franquismo, y ofreciendo productos culturales
españoles que han alcanzado un eco internacional notorio. No se puede decir lo
mismo de la historiografía española, prácticamente desconocida fuera de
nuestras fronteras, salvo en ambientes hispanistas7: podemos considerar
inexistentes las traduciones de libros de historia españoles a otros idiomas.
Sin embargo, otras áreas de conocimiento de la universidad española -sobre todo
científicas "duras"- están logrando ya ese reconocimiento internacional.
Existen por lo tanto condiciones externas más que idóneas para que la
historiografía española -y en general las ciencias humanas- ocupe un lugar más relevante en el concierto internacional,
superándose así de una vez por todas la hipoteca de los largos años del
franquismo.
e) La radicalidad de la situación social
de la historia en España. El aspecto más alarmante de la crisis
historiográfica en España es su dimensión social: la "mala fama"de la
licenciatura de historia como una carrera "sin salidas", el desempleo de
licenciados y doctores en historia, y la falta de financiación para la
investigación de temas "humanísticos". No obstante, esta situación adversa se
puede metamorfosearse en un incentivo, mejor dicho, debe transformarse en un
acicate para hacer valer la historia como una profesión socialmente útil y
científicamente necesaria. Con lo que entramos en lo que llamaríamos
-utilizando un esquema viejo pero todavía fértil- las condiciones subjetivas precisas, según nuestro parecer,
para que la historiografía española alcance su plena madurez, donde veremos
que, desde el punto de vista historiográfico, España vive una situación
paradójica, llena de oportunidades, desde finales de los años 80: crisis social
aguda de la historia y, sin embargo,
fuerte revitalización historiográfica.
Rematar la transición
Es sabido que los avatares de la
historiografía española -y por extensión de la universidad, la ciencia y la
cultura- han estado tremendamente condicionados por los cambios políticos
-radicales y contradictorios entre sí- que han jalonado la historia de España
durante el siglo XX, a los cuales los historiadores no han sido ajenos, cuando
no han sido sus víctimas8. Fueron dos las ocasiones (1936 y la transición 1975-1978) en que
acontecimientos políticos indujeron cambios historiográficos profundos en
nuestro país:
A)
La ruptura de la
tradición historiográfica liberal a causa de la guerra civil y de sus
resultados.
B)
La historiografía liberal de las primeras
décadas del siglo pretendía un nivel europeo para la historiografía española,
la divulgación de la historia a través de la Instrucción Pública a fin de engendrar
un público culto, y la elaboración de una historia nacional de España9.
Objetivos que, salvo el segundo y por razones obvias, fueron en alguna medida
alcanzados por los historiadores españoles en el exilio: sirva como muestra el
prestigio internacional de Sánchez Albornoz y su célebre polémica con Américo
Castro sobre la historia de España. En cualquier caso, en la posguerra española
-y en cierta medida también en la
posguerra europea-, nuestra historiografía se estancó desde un punto de vista
metodológico y historiográfico, involucionando sobremanera en el interior de
España, en relación con una historiografía europea que incubó en el periodo de
entreguerras lo que ahora denominamos la revolución historiográfica del siglo
XX.
Una vez restaurada la democracia, y la
monarquía, la renovación historiográfica no enlaza con la tradición
liberal-positivista sino que parte de las nuevas bases: las creadas por las
nuevas tendencias internacionales, Annales
y marxismo, que atraviesan los Pirineos.
Con todo, hay que decir que esta nueva
historia española no ha conseguido aún: ni el pleno reconocimiento
internacional, ni ocupar el terreno de la divulgación histórica -hegemonizado
por escritores, periodistas e historiadores aficionados10-,
ni la reelaboración y difusión de una historia de España que sea la historia de
sus pueblos y no la proyección del hegemonismo castellano, como pensaban tanto
Sánchez Albornoz, fuera de España, como Menéndez Pidal, dentro11;
incluso la enseñanza de la historia -y, en general, los estudios humanísticos-,
después del primer impulso inicial con democratización de la universidad, está
retrocediendo -y no sabemos hasta dónde-.
Por todo ésto, y por otras
cuestiones que iremos desgranando, consideramos inacabada la transición
historiográfica española, paralela a la transición política de la dictadura a
la democracia al menos en parte (cuando
cambia el régimen político ya la historiografía española había puesto las
bases de su renovación), con la peculiaridad de que lo que queda por recorrer coincide con la transición
paradigmática al siglo XXI. Vamos hacia una segunda "normalización académica"
de la historiografía española (la primera tuvo lugar en los años 60 y 70).
C)
La transición
política legitima la nueva historia española.
La sustitución de la historiografía
tradicional -franquista en lo relativo a divulgación y enseñanza; positivista
en cuanto al método- por la nueva
historia ha tenido lugar en el marco de una apasionada lucha política contra la
dictadura, en la que estaba muy implicada al universidad, dividida
generacionalmente por dicha causa: estudiantes y PNNs demócratas por un
lado, catedráticos y demás profesores
del régimen, por el otro (salvo las consabidas excepciones que confirman la regla).
Estos orígenes políticos12
marcan de forma endeleble la renovación historiográfica española, que se
desarrolla en los años 60 y 70 gracias el empuje de jóvenes historiadores
de influencia marxista y aun annaliste, y a la ayuda, asimismo, de
historiadores liberales o historiadores del régimen que mantenían posiciones
aperturistas13.
Veamos pues qué virtudes y qué defectos
supuso para la nueva historiografía española ese compromiso político con el
antifranquismo de sus sectores más avanzados.
Decimos virtudes porque la conquista de la
democracia acelera el proceso de innovación historiográfica e institucionaliza
la nueva historia como la historiografía oficial del nuevo régimen democrático.
Simúltaneamente a lo anterior, se produce
un rápido rejuvenecimiento del profesorado universitario, y la
universidad -y dentro de ella los estudios de historia- crece enormemente, permitiendo el acceso de los
hijos de las clases trabajadoras a la universidad, sin lugar a dudas uno de los
grandes triunfos de los sindicatos democráticos de estudiantes de la época de Franco. No ha sucedido lo
mismo con otras reivindicaciones que enarbolamos en los años 60 y 7014,
como la lucha democrática por una universidad al servicio de la cultura y del
pensamiento crítico, levantada contra la universidad tecnocrática del
franquismo desarrollista de los años 60. Las políticas neoliberales de los años
80 han puesto objetivamente de actualidad, mutatis
mutandis, la reivindicación del 68 de una universidad democrática, y
en consecuencia crítica y humanística: otro argumento en favor de la transición
inacabada de la historiografía española.
En el capítulo de los defectos
historiográficos derivados de los orígenes militantes antifranquistas de una
parte substancial de la nueva historia15- nos referimos a la historiografía marxista, en general, y
al contemporaneísmo, en particular-, asumimos para nuestro análisis el concepto
de "historiografía frentepopulista", acuñado por Ucelay da Cal16
y de cierto uso entre los historiadores
catalanes. De entrada puede parecer excesivo caracterizar la historia más
progresista de la transición con un término vinculado a los años 30, a los
tiempos de la guerra civil, pero por eso mismo el calificativo tiene su sentido
y oportunidad. El franquismo "mantuvo frescos los puntos doctrinales y los
rencores, que naturalmente volverían a florecer en los años 70 con la muerte
del régimen dictatorial"17, es decir, hablando claro,
que mientras el país organiza la transición la historiografía mantiene vivo el
espíritu de la guerra civil18. Partiendo de la idea de
que la "historiografía frentepopulista" es "el discurs dominant en el nostre
món historiogràfic", la revista LAvenç
publica, en su número 189 (febrero de 1995), un editorial apuntando que el GAL,
la "cultura del pelotazo", la corrupción política, significan la "mort de lantiga esquerra"19
y por tanto el fin del "còmode consens frontpopulista imperant"20.
Ojalá fuese así, pero nos tememos que la trasnochada división de los
historiadores en "rojos" y "azules", que unos y otros practicamos más de lo que
sería deseable en medios académicos, que sobrevivió a la política de
reconciliación nacional (PCE, 1956), al pacto entre oposición de izquierdas y
reformistas de derechas durante la transición, a la Constitución de "todos" de
1978, al ocaso de la guerra fría y la caída de los bloques militares en
1989, bien puede rebasar el "pequeño
acontecimiento" del desencanto -de una parte de la izquierda- con el PSOE. Es
menester algo más: un debate que cierre
la transición de la historiografía de la era franquista a una historiografía
realmente democrática; donde la lucha de ideas historiográficas ha de estar por
encima de las posiciones políticas, las cuales no debieran de ser un
obstáculo para la convivencia y la
colaboración entre los historiadores21. El propio desarrollo y
homologación internacional de la historiografía española hace necesario que
adaptemos de una manera más plena el funcionamiento de nuestra comunidad
científica al pluralismo democrático. Mientras las clasificaciones tácitas -que
son las que funcionan- de los historiadores se refieran más a etiquetas
políticas que a posiciones historiográficas, el debate no avanzará y la historiografía
española seguira dependiendo el exterior, de historiografías más maduras. Y con
toso ésto no queremos decir que las diferencias políticas no cuentan
historiográficamente, por supuesto que cuentan pero no se pueden reducir a
ellas las diferencias historiográficas, y menos aún si se parte de una maniquea
bipartición en dos "bloques" políticos -que ni siquiera se hallan en la España
actual- que ocultan las diferencias realmente existentes en el interior de cada "bloque", tanto políticas como, y sobre
todo, historiográficas: se puede ser políticamente de izquierdas e
historiográficamente conservador - a muchos nos parece una contradicción, pero
así es en bastantes casos-, y a veces inclusive sucede lo contrario22.
Un ejemplo acerca de la cuestión del
pluralismo historiográfico. Se dijo en estas Jornadas que, en lo tocante a
revisionismo históriográfico, aquí no se estaba tocando la figura de Franco,
según lo visto en los congresos y coloquios hechos sobre el tema con motivo del
centenario, pero ¿cómo va a haber un verdadero debate si no se invita al
adversario revisionista con garantías -aunque sólo fuese por cortesía
académica- de que no va a resultar satanizado23?
No se trata pues de relegar la memoria de la
izquierda, frentepopulista, antifranquista, sino de hacerla valer -también
historiográficamente- por medios democráticos, intelectuales, en positivo, de
otra forma no resolveremos -nosotros, los que venimos de esa tradición- el
problema de su olvido por parte de las nuevas generaciones, nacidas en la
tolerancia y la libertad, como consecuencia del silencio que se impuso
tácitamente, desde los primeros momentos de la transición, sobre todos aquellos
recuerdos colectivos que pudiesen
"dividir" a los españoles y evocar a la guerra civil. Así fue como los
historiadores de izquierda "interiorizaron" su "frentepopulismo". Sólo un
debate abierto y plural, con predisposición tanto a la controversia como al
consenso, facultará la normalización académica plena de la historiografía
española, y ello debería producirse mucho antes de que una generación nacida en
la democracia tome el relevo.
En resumen, la fortaleza en profesionalidad y
en producción de la nueva historia española contrasta con una relativa pero
chocante inadecuación al marco político democrático que ella ayudó a crear, y,
lo que es más importante, todavía no ha conseguido que "aprobemos" asignaturas
pendientes -desde antes del 36- que hacen referencia a objetivos
historiográficos claves: un mayor papel internacional, fundado en un mejor relación
con la sociedad civil española, lo cual presupone avanzar en el camino de la
alta divulgación histórica y de la redefinición histórica de eso que llamamos
España.
Para cumplir dichas metas, poniendo en juego
todas nuestras potencialidades, hay que dejar atrás aquellas cargas que son
consecuencia del largo paréntesis de la
dictadura y aun de las limitaciones de la joven historiografía de la
democracia, hay que rematar la transición historiográfica, iniciada hace veinte
años, superando otras actitudes también provenientes de la atmósfera mental del
franquismo y del antifranquismo, o del desencanto ideológico posterior.
Antinomias improductivas
En cuanto a mentalidades colectivas que influyen en los historiadores, una
herencia clara del anterior régimen consiste en juzgar la relación
historiográfica con el exterior mediante la dicotomía provincianismo/mimetismo.
La esterilidad reside en ambos los dos extremos: a) seríamos
"provincianos" los que ignorantes y felices escribimos la historia al
margen de la historiografía internacional, justificando el aislacionismo con
argumentos anti-"modas" y anti-"colonización", negando la
necesidad de salir al extranjero, practicando incluso cierto proteccionismo; b)
seríamos "miméticos" quienes hacemos todo lo contrario, adorar todo lo que
viene del extranjero -no se viaja, pero
se procura estar al día- que de inmediato se copia sin más: sin atender ni al
contexto de donde nace dicha nueva propuesta temática o metodológica, ni al
contexto historiográfico donde se pretende aplicar24. Con frecuencia los dos extremos se manifestan
en una misma persona; todos hemos
oscilado de una u otra forma entre ambas posiciones, que conducen al mismo
sitio: la subalternidad de la historiografía española, "conservada" de esta
suerte en una eterna minoría de edad. El problema es que no sabemos, todavía,
combinar originalmente lo mejor de cada parte: la valoración de la
historiografía española con las cada vez más imprescendibles conexiones
exteriores. Somos, más inconsciente que conscientemente, prisioneros de las dos
actitudes clásicas, heredadas de la época franquista, sino de antes, hacia las
"modas" extranjeras, sobre todo parisinas: el "no" de los que no ven
en ello más que peligros para el sistema establecido, y el "sí" de
los que no ven en todo lo que viene de fuera más que aires nuevos, aires de
libertad25.
En fin, una antinomia propia de un tiempo distinguido, en España, por un
arraigado subdesarrollo cultural, del todavía no hemos salido totalmente, al
menos en el campo de las ciencias humanas y sociales, y que nos ha impedido
seguir consecuentemente la vías abiertas
en los años 50 por Vicens Vives y, posteriormente, por Tuñón de Lara, buscadores eficaces de equilibrios y síntesis entre
la innovación que viene de fuera y la propia tradición, animadores de
los dos intentos más ambiciosos y recientes de fundar una escuela
historiográfica española renovadora.
De factura más reciente, fruto en buena
medida de las vicisitudes de las transiciones que estamos analizando -políticas
e historiográficas-, es el binomio pesimismo/optimismo proyectado sobre la situación actual y las
perspectivas de la historiográfia española. Naturalmente, la ideología oficial
es pesimista; y a ello no es ajeno ni el desencanto político -nacional e internacional- de la
generación del 68 que ha protagonizado la "historiografía
frentepopulista", ni la crisis general de la idea de progreso. La
ideología oficial se refleja no sólo en los diagnósticos "negros" sobre la
realidad historiográfica -nacional e internacional- y académica, sino también
en la inexistencia de alternativas. Se trata de una representación mental
negativista que constituye, sin duda, el mayor obstáculo -subjetivo- para
lograr que la historiografía española haga uso pleno de sus facultades y
posibilidades. Consideramos sinceramente vital
que confrontemos, mediante el debate, nuestro imaginario fatalista -o el
voluntarista, aunque menos frecuente- con la realidad objetiva, reemplazando
los juicios de valor por el análisis concreto de las propuestas concretas, es
decir, situando el debate sobre las alternativas, sobre el futuro, sobre las
diversas respuestas a una pregunta clave: ¿qué hacer? En el terreno de las
simples percepciones individuales, es de verdad complicado articular un debate
y menos aún avanzar consensos, la objetivación es por consiguiente ineluctable.
Por descontado que hay datos objetivos sobre
la situación historiográfica que avalan, tanto en España como
internacionalmente, el "pesimismo" pero ¿y los que informan en
sentido contrario, "optimista", sobre los que habríamos de incidir si
lo que nos preocupa es el futuro, si queremos ser actores y no espectadores?
¿Vamos a renunciar al "optimismo de
la voluntad" que Gramsci quería completar con el "pesimismo de la
inteligencia"? En la justa dosificación de inteligencia y voluntad está la
solución: estamos a favor de un optimismo realista, de una inteligencia
voluntariosa -o, mejor aún, de una
voluntad inteligente-, porque no renunciamos ni al progreso historiográfico ni
al progreso en general, y bien sabemos que después de los monstruos engendrados
por la razón moderna es preciso redefinir el concepto mismo de progreso.
Siguiendo con las falsas alternativas, que
reemplazan con excesiva frecuencia los verdaderos debates -por déficit también
de alternativas, reales y autóctonas, sobre las que discutir-, queremos
referirnos ahora a la antinomia autoflagelación/autocomplacencia (planteada
de algún modo en esta Jornadas por Julián Casanova al hacernos ver los límites
de la autocomplacencia26), y que no deja de ser una
prolongación de las antinomias anteriores.
En orden a mentalidades colectivas de los
historiadores españoles, lo muy corriente es todavía encontrarse con el
problema contrario: la autoflagelación. Está demasiado presente entre nosotros
cierto complejo de inferioridad -en relación con las historiografías
extranjeras-, originado en el antiguo régimen, que, francamente, no se corresponde con la realidad del auge
de la historiografía española de los
últimos treinta años. En ningún otro periodo histórico creció tanto nuestra
disciplina (la historiografía liberal-positivista se redujo a grandes
personalidades). De forma que estamos en condiciones de hacer un balance global
bastante sólido, pese al vacio de innovación de los años 8027,
que está ahora resultando contrapesado por la revitalización que la
historiografía española vive en los años 90, manifestada en la proliferación de
congresos28,
revistas29
y asociaciones30,
y en el acortamiento de plazos a la hora de la recepción de innovaciones31
y de las traduciones de obras extranjeras32.
Muchos de los que participamos, en 1993, en
el Congreso de Santiago, tal vez un punto de inflexión de este proceso, hemos sentido que algo estaba
cambiando en la historiografía española, siendo el propio resultado del
Congreso un mentís a las tesis "pesimistas" de las que partíamos33
y una demostración de como en este momento marchamos más al paso de la
historiografía internacional. Lo cual no quiere decir que estemos a las mil
maravillas, sucede simplemente que las condiciones subjetivas han mejorado, las
estamos haciendo mejorar; tendremos que ser prudentes en nuestras expectativas
pero no pacatos, sobre todo a la hora de ser generosos y emplazar nuestro
debate historiográfico en una perspectiva de futuro, a sabiendas de que serán
otros quienes se beneficiarán -o resultarán perjudicados- de ello.
Dos son los protagonistas de este nuevo
impulso de la voluntad inteligente en
España: (a) el interés por la historiografía34-paralelo al existente en
otros países, animado por el clima de debate, y por las asignaturas homólogas
de los planes nuevos-, y (b) la nueva historia social35.
En el primer caso, después de estar años quejándonos -y con toda la razón- de
la ausencia de reflexión36, el progreso es
substancial, dada la escasez de tradición. El auge reciente de la reflexión
historiográfica en España -antes sólo interesaba a individualidades aisladas-
refleja el avance internacional del nuevo paradigma, demuestra que España está
venciendo el retraso usual, si bien -reconozcámoslo- todavía es excesiva
nuestra dependencia del "exterior" a causa de la superviviencia del
complejo de inferioridad de origen franquista/antifranquista, sin anterior.
Para que de la revitalización en curso
resulte el perfil nacional e internacional de la historiografía española que
estamos propugnando, es menester -además de un pensamiento historiográfico
autónomo- una mayor incorporación al debate y a la reflexión de los
historiadores jóvenes37, que en definitiva serán
quienes van a desarrollar la historiografía española en el siglo XXI, y, por
otro lado, la unificación del debate y de la reflexión entre las diversas áreas
de conocimiento histórico38, cuando menos entre
medievalistas, modernistas y contemporaneístas, incrementando la comunicación
inter-áreas, los congresos conjuntos (como el de Santiago y, en general, los
que viene organizando de Zaragoza la Institución Fernándo el Católico39),
etc. Para lo cual es imprescindible resolver otro problema, asimismo heredado
de la transición: la primacía del contemporaneísmo40
en el seno de la "historiografía frentepopulista", por cuanto
conlleva la marginación de aquellas épocas históricas que fueron
"ensalzadas" por el franquismo, la Edad Media y la Edad Moderna.
Terminar, en este sentido, la transición historiográfica en España implica
reequilibrar el interés público y académico -especialmente en la enseñanza
media- en favor de la historia de España
anterior a la república, guerra civil y dictadura franquista (y de la
historia universal anterior al siglo XX o la II Guerra Mundial). Cuestión que desborda, naturalmente, al
ámbito historiográfico, pero no por ello su resolución es menos imperiosa. La
homologación internacional reclama, también, una historiografía que cubra por
igual todas las edades históricas41, que sea capaz de recrear
en los ciudadanos una conciencia histórica verdadera, profunda, esto es, que
vaya más allá de las últimas contiendas civiles, del tiempo vivido por nosotros
y por nuestros padres42. Sobre estas dos
cuestiones, homologación internacional e historia de España, tan
interrelacionadas, todavía añadiremos algo más, aun a riesgo de repetirnos,
puesto que constituyen dos tareas
fundamentales -junto con la incorporación de la nueva generación- tanto para
poner término a la transición historiográfica española, como para lograr que la
historiografía española juegue el papel que le corresponde en el proceso de
formación del nuevo paradigma historiográfico.
Para nosotros no hay mejor índice de las
posibilidades de homologación internacional de la historiografía española que
la experiencia del Congreso Internacional que hemos organizado en julio de 1993
en Santiago de Compostela. Verificamos allí que vamos en el buen camino de la
desmarginalización de la historiografía española, pero todavía falta un buen trecho
por recorrer, en dos sentidos complementarios: (a) una recepción más crítica de
las innovaciones que vienen de fuera; y, sobre todo, (b) un intercambio más
igualitario con las historiografías extranjeras, que es lo más difícil: pensar con la propia cabeza. Para lo cual es
condición necesaria, pero no suficiente, estar al día, potenciar las conexiones internacionales de
la historiografía española, en lo que se ha progresado bastante en lo que va de década, antes nunca se había
viajado tanto -sobre todo los jóvenes-43. Valoramos positivamente el
dinamismo de la historiografia española y la pronta recepción de novedades
internacionales en lo que va de década, los pasos siguientes, en el horizonte del año 2000, han de dirigirse a que
nos sostengamos con nuestros propios pies.
La cuestión ahora es, sobre todo, subjetiva:
cambiar las actitudes colectivas, las propias y también las ajenas, al tiempo
que las prácticas historiográficas. La tradición historiográfica española ha
sido sucesivamente dependiente de Alemania, de Francia, de Gran Bretaña (años
80) y, últimamente, si bien en mucha menor escala ya que no han desaparecido
los influjos anteriores, de EE. UU. y de Italia. De hecho sabemos más de las
historiografías contemporáneas citadas que de la propia historiografía española
(sobre todo de la segunda mitad del siglo XX), y no lo comentamos porque no
valoremos el trabajo que se viene haciendo, y que habrá que seguir haciendo,
por analizar, y difundir, desde España,
las características y la evolución de las restantes historiografías europeas44,
sino por el coste que supone. Tratamos de orientar la historiografía española
indirectamente, sin citar prácticamente autores españoles, por medio de
estudios sobre historiografías extranjeras: una suerte de alienación
historiográfica que pone de manifiesto las dificultades que tenemos para asumir
nuestro pasado historiográfico, en definitiva la propia identidad, y hace que nos pasen despercibidas tentativas españolas valiosas de abrir originales
vías de investigación, que habrá que redescubrir y animar.
La plena integración internacional de la
historiografía española, basada en el intercambio, requiere en resumidas
cuentas una mayor atención a la investigación de la historiografía española más
reciente, un gran esfuerzo para la elaboración de alternativas historiográficas
-desde España- sobre los problemas de la historiografía internacional, de
modelos "exportables" de investigación45, recreando planteamientos
"importados"... Formar a los jóvenes en esa dirección es vital, puesto que
estamos hablado de metas historiográficas para el siglo que viene, y ello sólo será posible si superamos la
nociva idea de que para reflexionar sobre metodología, historiografía -campo de
investigación que de un modo u otro se está imponiendo- o teoría de la
historia, o para hacer planteamientos temática o metodológicamente renovadores,
es necesario tener años y años de experiencia, o, lo que es aún peor,
determinado estatus académico: la experiencia de nuestra generación fue más
bien la contraria.
¿Qué hacer con la historia
de España?
El lugar en el mundo de la historiografía
española guarda una relación más directa de lo que se piensa con el papel de la
historia "en" España, y ésto a su vez tiene que ver con la atención que los
historiadores prestamos a la investigación y difusión de la historia "de"
España, y ahí damos en hueso.
La historia de España de Viriato, la lista de
los reyes godos y el imperio hacia Dios, ha sido sustituída por la historia de
Galicia, Euskadi, Cataluña, Murcia, Madrid, Castilla-León, Andalucia, Menorca y
demás nacionalidades, regiones y localidades... de España. La transición
política no influyó demasiado, según hemos visto, sobre las alineaciones
-políticas- de los historiadores, pero sí sobre el distribución del poder
político, que, pasando del centralismo franquista al Estado de las autonomias,
determinó46
el tipo de historia predominante en la España democrática: la historia nacional
catalana, vasca y gallega, la historia regional y local47.
España48
como marco de investigación, de reflexión y de síntesis historiográficas, casi
ha desaparecido entre los historiadores profesionales. Con lo que se ha roto,
al mismo tiempo, con la historiografía franquista y con la historiografía
republicana49,
y se prolonga, indebidamente, el envejecido paradigma compartido de las
monografías regionales, cuando la tendencia dominante hoy es la pluralización
de la escalas de investigación, desde la microhistoria a la historia comparada,
así como el retorno del Estado-nación como ámbito historiográfico. A diferencia
de otros aspectos mentados de nuestra inacabada transición historiográfica,
aquí son las insuficiencias de la transición política las que inciden negativamente sobre el tránsito de la
escritura de la historia, en España, de la época de la dictadura a la época de
la democracia. Está claro que "el problema nacional" todavía no ha asumido entre nosotros su
conformación definitiva, cuando menos en la plano de las mentalidades
colectivas y de la cultura.
Se nos anima a investigar, desde España, la
historia de Europa, Asia o África, a practicar un "hispanismo al revés", y no
vamos a negar su necesidad, pero entre la historia regional-local y la historia
de otros países, ¿quién escribe la historia global de España, además de los
colegas hispanistas e iberistas?50
El abandono por parte de la mejor
historiografía española, en los últimos veinte años, de los "temas españoles"
ha traído como consecuencia un envejecimiento de los manuales para la
asignatura "historia de España" de tal o cual época que, en el mejor de los
casos, cuando se han renovado, consisten por lo regular en el yuxtaposición de
historias o monografias regionales de historia económico-social (si se trata de
historia política, cultural, militar, diplomática, biográfica: ni eso51).
Y al desfase entre docencia e investigación, en lo tocante a historia de
España, hay que añadir el desconcierto
actualmente existente sobre la función social del historiador español más allá
de su Comunidad Autónoma (que además entrñe un desconcierto político no es,
desde luego, un consuelo). Para nosotros, no cabe duda: la marginación de la historia
"en" España -y de las ciencias humanas-, y la marginación de la historia "de"
España entre los historiadores españoles, es un mismo problema, o si se quiere
son dos problemas que se alimentan mutuamente. El desinterés de los gobiernos
centrales -empezando por los sucesivos ministros de Cultura y de Educación-
habidos, desde la transición, por la reconstrucción democrática, multinacional
y científica de la historia de España está intimamente ligado a la imagen de
"inutilidad" de la profesión de historiador y de los estudios de historia en
"este país".
¿Qué papel puede jugar la historiografía
española en España y en el mundo si no conseguimos que los españoles conozcan,
y amen, su historia común y diversa, si no les convencemos de que la "España"
actual, democrática y plurinacional, no es la "España" del general Franco, de
la Restauración y del absolutismo
monárquico? Donde los dirigentes políticos están fracasando, ¿no tendríamos los
historiadores que decir algo? ¿Cabe alguna duda científica sobre la realidad
historiográfica de España? No, aunque lo que si caben son dudas ideológicas. Se
puede comprender, políticamente, a un
historiador que, apoyando una opción independentista, desee la desaparición del
Estado español y de España como sociedad
civil, tal como se ha constituído -bien contradictoriamente- los últimos cinco
siglos, y por lo tanto se desentiende absolutamente de la historia de España.
Pero ese no es la caso de la inmensa mayoría de los historiadores gallegos, vascos
y catalanes, por hablar solamente de las nacionalidades históricas, incluídos
aquellos historiadores que se identifican con las opciones electorales
nacionalistas mayoritarias (que para nada levantan la bandera de la
independencia cuando piden el voto).
Planteando este dilema a debate en una clase
de historiografía, uno de mis alumnos argumentó: "a historia de España que a
fagan eles". Ahí se ve la justa indignación por siglos de absolutismo
centralista, pero también la continuidad de las mentalidades heredadas.
¿Quiénes son, en este momento, "ellos",
los "otros"?¿Castilla? ¿Madrid? Unos y otros están haciendo lo mismo que los demás: sus
historias regionales y locales. ¿El gobierno? ¿El Estado? Pasan de historia y
de Cultura con mayúsculas, esa es la pura la verdad. "Ellos" ahora somos todos:
somos nosotros. Y lo mejor que puede
suceder con la historia de España es que se reconstruya desde sus
nacionalidades y regiones, y también desde la "historiografía frentepopulista"
ahora ya tradicional. Es la mejor manera de evitar el resurgimiento del vetusto
nacionalismo españolista de tan mal recuerdo (temor que está en la base de nuestras inhibiciones políticas e
historiográficas al respecto, lo sabemos).
Así como estamos luchando por la
normalización de las lenguas gallega, vasca y catalana, por la reconstrucción
nacional o regional de nuestros respectivos países, dando clases y publicando
en nuestros idiomas nacionales, investigando sobre nuestras historias
nacionales o regionales, ¿no es hora ya de plantearse como objetivo -sin
abandonar lo anterior, claro está- la reconstrucción historiográfica de
concepto de España como nación de
naciones? La pertenencia, objetiva y
subjetiva, del ciudadano a la nación fue excluyente en el siglo XIX -cada
nacionalidad, un Estado- pero se hizo inclusiva a lo largo del siglo XX.
Nacionalidades medievales sin Estado, Estado-nación, Europa como nueva
comunidad nacional en el horizonte: son
los círculos concéntricos de nacionalidad que convierten en arcaico y
decimonónico al nacionalismo insolidario, cuando no agresivo, que ha vuelto por
sus fueros intentando llenar el vacio dejado por el derrumbe del muro de
Berlín.
Para no retroceder al siglo XIX, también en
España, urge ayudar al joven régimen democrático a contestar, desde la
historia, a la difícil pregunta de qué es España en el horizonte del año 2000.
¿Cómo se articula la historia de las regiones y nacionalidades con la historia
de España? Respuestas que exigen ir más allá del 36 y de la Edad Contemporánea,
y que condicionan además el rol futuro de la historia en la enseñanza, la
investigación, la edición y los media de lo que antes llamábamos "este país".
El gran éxito de librería de la Breve
historia de España (1994), de Fernando García de Cortázar y José
Manuel González Vesga, añade una dimesión desconocida, durante
los años 80, a la revitalización de la historiografía española: la historia
tiene ya una demanda de "masas". Anteriormente, los escasos best-séllers de
historia -y escritos por historiadores- solían ser obras de autores extranjeros
(Georges Duby, John Elliott), y no siempre sobre temas españoles, y ahora
tenemos autores españoles, y como tema la historia de España. Algo está
cambiando en la historiografia española. Se retoma un género, las historias no centralistas de España, que tuvo ilustres
precedentes, en vida de Franco: la historia de España de Jaime Vicens Vives
(1952), la historia de España de Alfaguara (1973), la historia de España de
Pierre Vilar (1975), y sus prolongaciones durante la transición: en 1976, sale Historia 16, y, en 1980, la historia de
España de Tuñón de Lara. Después, un silencio de quince años52,
hasta la historia de España de Fernando García de Cortázar, quien en 1990 -a
comienzos la década actual, decisiva una vez más para el futuro de la historia
en España- aparecía como sostenedor de una publicación, "La historia
subversiva. Una propuesta para la irrupción de la historia en el presente", y
de unas jornadas, "Encuentros por una
Historia viva", bien significativos53.
Esta idea que estamos propugnando de
redefinir España, a través de la historia común y diversa de sus pueblos, no va dirigida tanto al poder político como a
la sociedad civil, que es donde se puede esperar una reacción contra la
esquizofrenia actual54. Salvo la imagen del Rey -y
eso gracias al 23F-, los restantes símbolos constitucionales que identifican
legalmente a la España democrática, esto es, el himno, el escudo y la bandera,
están casi totalmente marginados de la vida social, política y cultural: se
usan exclusivamente en actos, edificios y despachos oficiales. En el campo
político, ni siquiera el actual Partido Popular "centrado" hace ondear la
bandera bicolor en sus mítines. Todos los partidos y sindicatos llevan a sus
actos públicos la bandera propia con sus siglas (sobre un fondo blanco,
normalmente), y la bandera de la nacionalidad o región respectiva. En la calle,
la bandera nacional-española no está demasiado prestigiada, sigue teniendo una
imagen franquista, como de extrema derecha, y no digamos el himno: cada vez que
lo escuchamos ¿no nos retumba en los oídos la letra de "Franco, Franco..."?,
¿no continuamos "viendo" a los lados del
águila del escudo constitucional el yugo y las flechas? El caso es que hubo
tiempo para intentar cambiar estas representaciones sociales negativas: casi
veinte años. En el Hotel Convención de Madrid hubo que aceptar la monarquía y
los símbolos de la España franquista para dar luz verde a la España
democrática, mas ahí se quedó todo, contentado el ejército y demás poderes
fácticos, nadie más se volvió a preocupar del asunto. Pudo haberse puesto otra
letra al himno constitucional; pudimos incluso añadir una banda morada a la
bandera roja-y-gualda (del mismo modo que los algunos nacionalistas gallegos
ponen una estrella roja a la bandera gallega); pero nada se hizo, ¿por qué no interesaba?, ¿para no molestar a
los aliados nacionalistas catalanes y vascos? En todo caso, lo creemos muy
sinceramente, porque no se sabía, por ignorancia o dejadez. No se sabía, y
sigue sin saberse, que toda transformación política del presente que no
transforme la percepción del pasado, cava su propia tumba en un terreno nada
despreciable: el imaginario colectivo de unos pueblos que, con o sin ayuda de
la historia, siguen viviendo juntos, y
se sienten "gallegos y españoles", "vascos y españoles", etc.
Las limitaciones de la transición política
inciden negativamente en la transición historiográfica. Al margen de las
carencias culturales de los políticos gobernantes, la responsabilidad de los
historiadores es llevar buen puerto la transición inacabada de la
historiografía española, coadyuvando así a poner fin a la transición política55,
superando dialécticamente las dos historias de España, la "roja y separatista"
y la "fascista y nacional", asumiendo para ello el espíritu reconciliador de la
transición poítica -hasta donde lo permita el rigor y la cientificidad de
nuestro trabajo- y, haciendo caso omiso de la dimisión al respecto de algunos
poderes públicos, dotando a los pueblos de España de una conciencia histórica,
común y diversa, que vaya más allá de la guerra civil y de sus resultados. También para esta tarea es imprescindible
incorporar a los jóvenes historiadores, a las generaciones que nacieron con la
democracia y que, por lo tanto, para bien y para mal, no tienen ningún
referente "frentepopulismo" o franquista que dejar atrás.
La crisis laboral de los
jóvenes historiadores
Afrontar en España la crisis laboral de los jóvenes
historiadores como un problema propio, institucional, de todos los
historiadores, es una cuestión urgente, por varios motivos:
1) Porque son nuestros alumnos, y el
primer compromiso social, como profesores e investigadores, ha de ir dirigido
hacia aquellos jóvenes que estamos formando sabiendo de las escasas
posibilidades que van a tener para trabajar en su profesión. Por no hablar del
problema que supone dicha inestabilidad laboral para la continuidad de los
equipos de investigación.
2) Porque la crisis laboral es inseparable
de la crisis epistemológica. La
crisis de nuestra disciplina es global: social (laboral e institucional),
propiamente historiográfica (de escuelas y paradigmas compartidos), e ideológica y filosófica (crisis del
marxismo y demás filosofías de origen ilustrado que conforman el substrato
teórico la historiografía del siglo XX).
La gravedad de nuestra crisis laboral,
doblemente social -desempleo de jóvenes titulados, y escaso papel de la
historia y los historiadores en la sociedad-, hace, como ya dijimos, de la
historiografía española un escenario ideal para comprender, y afrontar, la
crisis finisecular de la historia.
Siempre y cuando, los historiadores instalados, más allá de toda autocomplacencia
como funcionarios y miembros de la academia, seamos solidarios con los empiezan56,
y sepamos ver, con lucidez, que el debate historiográfico no tiene salida fuera
del debate social, profesional. La crisis de la historia tiene una base social
y material más que evidente. Nuestro entramado académico e instucional,
cimentado en la funcionarización, puede soportar la crisis epistemológica pero
no la crisis laboral, social; de hecho
si esta continuase agravándose, ¿podemos excluir en el futuro "reconversiones"
que nos afecten muy directamente? De
continuar la crisis de historiadores la marea acabará por alcanzarnos a todos,
y, precisamente, hay crisis de historiadores porque hay crisis de la historia,
la peor crisis de la historia.
Cuando en la calle -y en los despachos
oficiales- se comenta que la carrera de historia no tiene salidas, que no sirve
para nada, se cuestiona su utilidad social y, en último extremo, su
cientificidad, ¿podemos permanecer los historiadores de oficio de espaldas a
esa preocupación? Las preguntas que nos hacemos sobre la utilidad y la
cientificidad de la historia como disciplina tienen mucho que ver, seamos o no
conscientes de ello, con lo que piensa la sociedad y los poderes públicos de
los profesionales de la historia, entre otras cosas porque nos incumbe
materialmente: a menos prestigio social menos alumnos de historia, menos plazas
de profesores-investigadores, menos medios para la investigación. Separar las
condiciones materiales y sociales del ejercicio intelectual de nuestra profesión,
la crisis laboral de la crisis de identidad, la crisis de los historiadores de
la crisis de la historia, es caer en el autoengaño.
3) Porque afecta al relevo generacional.
La revitalización historiográfica de los años 90 coincide -otra vez la paradoja
que posibilita la intervención de la voluntad inteligente- con la congelación
de plantillas en las universidades españolas, en el CSIC -junto con la
congelación del dinero disponible para la investigación-, y en la enseñanza
media -en buena parte de las autonomías-. Si la situación no cambia -o sea, si
no la hacemos cambiar- en los próximos
años57,
la perspectiva es que estaremos
impartiendo docencia -y en su caso investigando- las mismas personas los
próximos 20 o 30 años, con todo lo que eso puede conllevar de estancamiento y
ruptura de la cadena de transmisión de conocimientos, sobre todo en el actual momento de transiciones
historiográficas. La historia no tiene futuro si los historiadores que
comienzan no tienen futuro.
4) Porque
implica la desprofesionalización creciente de nuestra disciplina. Cada vez
son más los jóvenes colegas que trabajan en cualquiera otra cosa, y, no
obstante, investigan, publican y hacen su tesis, cuando no son ya doctores y
bedeles, carpinteros o vendedores. El coautor de la Breve historia de España, José Manuel González Vesga,
historiador-guarda jurado, es el ejemplo más conocido, pero hay más: los
miembros de la Escuela Libre de Historiadores de Sevilla, y tantos otros, el
fenómeno no ha hecho más que empezar.
No vamos a negar que esta
desprofesionalización de la historia tiene sus cosas positivas -un mayor
contacto que los profesores
universitarios con la realidad social, por ejemplo- pero, globalmente, es un
retroceso al siglo XIX, es el retorno del historiador aficionado -sólo que
ahora con una formación académica-, y guarda relación con las fuerzas que
empujan la historia hacia la literatura, alejándola de las ciencias sociales.
De nuevo la degradación de la concepción de la historia y el deterioro de su
base material, van juntos, se retroalimentan.
Esos jóvenes historiadores que hacen su tesis
sin beca, que investigan sin cobrar, que dan clases de historia en asociaciones
de vecinos y centros de la tercera edad, sometidos a menudo a una doble jornada
laboral, sabiendo que todo ese esfuerzo no les van a permitir -hoy por hoy-
trabajar en lo suyo, en aquello para lo que fueron formados -con el dinero
público-, muestran una ilusión por la historia encomiable, dan la medida de la
vitalidad que se puede esperar de las nuevas generaciones de historiadores.
Aunque sobre el dinamismo de las
nuevas generaciones también se pueden esgrimir argumentos en sentido contrario.
Lo vemos todos los días en las clases: conformismo; conservadurismo metodológico
e historiográfico; individualismo y competitividad ambiental; desinterés de muchos estudiantes de historia
por una carrera que no fue elegida entre las primeras opciones, etc. Con todo,
tal vez habría que recordar aquí que los jóvenes, y más en un tiempo en que no
hay lucha generacional, reflejan lo que les enseñamos, son a su modo fieles a
su época, a la sociedad que nosotros mismos hemos construido.
En adelante, la decisión que
debemos tomar los profesores numerarios, y a pesar de ello sumamente inquietos
por la situación de nuestra disciplina, es en qué parte de los jóvenes
historiadores nos vamos a apoyar para luchar por el futuro de la historia.
Tampoco hay demasiadas opciones.
Ciertamente, estamos enfocando el problema
laboral de los historiadores en formación desde el punto de vista de los
historiadores establecidos, ¿qué papel le corresponde a los propios jóvenes
licenciados, o doctores, en este crucial "combate por la historia"58?
El de tratar de coger su destino en sus manos59. No es otra la enseñaza que
les podemos legar la generación del 68
-cualesquiera que fuese la derivación ideológica posterior de parte de
sus miembros- a los jóvenes actuales, y
más aún a los jóvenes venideros.
A sabiendas de que los contextos históricos, sociales e ideológicos, no
son los mismos. Pero hay verdades que permanecen: que nadie espere sentado a
que le resuelvan su problema, corre el riesgo de morir de inanición, y no todos
lo jóvenes son fatalistas, ya lo hemos visto,
no se debería generalizar a la hora de hablar del conformismo social de
los jóvenes de hoy.
En 1989 hubo ya movilizaciones de los
estudiantes italianos en defensa de los estudios de letras. El 21 de noviembre
de 199560,
decenas de miles de estudiantes franceses se manifestaron, junto con los
profesores, en demanda de más plazas de profesores universitarios y de más
dinero para la educación superior, siendo las facultades de letras de las más
afectadas por los dificultades económicas, que, por lo demás, son generales
-dieron lugar asimismo por esas fechas a movilizaciones en Bélgica y Holanda-,
y consecuencia de políticas ultraliberales aplicadas por doquier61,
desde los años 80, que amenazan con mermar severamente los gastos sociales en
educación, sanidad y pensiones a finales de los años 9062.
El desempleo masivo de los jóvenes
licenciados de historia, y la falta de plazas para los jóvenes historiadores
con vocación y formación de investigadores, remiten a dos problemas más
generales que se presentan agravados en España: el paro y la financiación de la
investigación científica. Soportamos un 23 % de paro, el mayor de la Unión
Europea, el doble que en Europa y el cuádruple que en EE. UU., y un gasto del
0, 8 % del PIB en investigación, un tercio del 2, 5 % de Norteamérica.
Hubo un momento, en la década pasada, en que
el paro ha dejado de ser un problema obrero y principió por concernir
seriamente a las clases medias63, principalmente a los jóvenes
titulados universitarios (en la actualidad, están en el paro el 47%), dentro de
los cuales los investigadores -escogidos entre los mejores expedientes- hace
bastante tiempo que han dejado de ser unos privilegiados. Fijémonos sino en el
caso de los becarios de investigación, pre y posdoctorales, del CSIC y de las
universidades, frecuentemente educados en el extranjero, y abocados salvo
excepciones al paro o a la emigración, después de años y años de formación a
cuenta del Estado64. Y, dentro de esta difícil
problemática, los investigadores en historia, y demás ciencias tenidas por
"inútiles" y/o "inexistentes" según la
ideología dominante, están peor que los aspirantes a científicos
aplicados y tecnólogos. No tenemos más que ver las áreas prioritarias de
investigación I + D, tanto en la Unión Europea como en España; las ciencias
humanas y sociales están prácticamente ausentes, y en el caso de la historia la
omisión es total. Otro punto de conexión entre la crisis del paradigma común de
los historiadores del siglo XX (la historia científica) y las endebles
realidades materiales, en este caso como furto directo de las políticas
científicas oficiales, generadoras de desempleados de lujo, en el sentido de
que es un lujo para la sociedad prescindir de sus servicios.
También sucede que cuando los parados o
investigadores son de la carrera de historia, los problemas crecen, por una
cuestión de imagen: los licenciados de letras no están
mucho más parados que los de otras carreras -teóricamente con más salidas, pero
también más masificadas-, pero lo
parecen. Las representaciones colectivas generadas desde el poder nos juegan
aquí una mala pasada. Las políticas educativas, culturales y científicas de
tipo tecnocrático aplicadas en España, desde principios de los años 80, han
marginado y desprestigiado a las ciencias humanas y sociales de tal modo, que
podemos "presumir" de una situación "especial" en el conjunto de Europa. Gran
Bretaña, Alemania, Francia65, empiezan a estar de vuelta
del economicismo en el campo de la educación y la investigación.
El futuro de las ciencias
humanas
Naturalmente, las "humanidades" han venido
reaccionando contra las políticas
tecnocráticas, remozadas por el posmodernismo, en su aplicación a la enseñanza
secundaria. En la década pasada, la historia66, ahora mismo los estudios
clásicos y la filosofía. Los argumentos son semejantes: contra la
"robotización" de la sociedad, enseñar a
pensar críticamente; enseñar a pensar históricamente, diríamos nosotros. En la
campaña electoral del 3 de marzo de 1996, que se inicia cuando estamos acabando
este texto, los partidos políticos hablan incluso del "empobrecimiento
alarmante de la formación en materias humanísticas y científicas"67,
pero después todo sigue igual, o sea mal, o peor, porque son promesas
electorales68,
porque -en España- los contenidos de la educación, y demás temás de "alta
cultura", no suelen interesar a los presidentes de gobierno69,
y porque los sectores sociales y culturales interesados no presionamos lo
suficiente, y lo suficientemente unidos. En algún momento habrá que abrir un
debate público sobre el papel de la
historia, y de las ciencias humanas, y de la Cultura con mayúsculas, en las
aulas, en la sociedad, en la investigación, en los medios de comunicación..., y
en las Cortes que tengan que decidir los presupuestos del Estado; un debate
nacional sobre si la integración en Europa es principalmente una cuestión de
comercio y productividad, como se viene diciendo, o es también una cuestión de
cultura y de educación, de competividad intelectual además de tecnológica. La
verdad es que, en números relativos, estamos hoy más lejos de la Europa de la
Cultura que hace diez o quince años. ¿Cuántos intelectuales o investigadores
españoles son traducidos al francés, inglés o italiano? ¿En qué cabeza cabe que
el desarrollo económico, social y político de un país puede realizarse sin un
desarrollo cultural serio, profundo?
"El siglo XXI será posliberal, quizás incluso
antiliberal", escribía el pasado mes Alain Touraine70.
En esa misma dirección, la Comisión de
Cultura y Desarrollo de la UNESCO recomendaba recientemente modificar las
estrategias de desarrollo, definiendo de nuevo la noción de desarrollo, de modo
que se tenga en cuenta su dimensión humana, aseverando que "los viejos modelos
de desarrollo basados únicamente en el crecimiento económico y la satisfación
material" estaban "condenados al fracaso"71. La sociedad civil
francesa, fiel barómetro -desde los tiempos de Marx- de las corrientes sociales
e ideales, anticipa tal vez el futuro al mantener y/o reponer el papel de la
historia y las ciencias humanas en la enseñanza, al tiempo que reacciona contra
la reducción de los gastos estatales en educación, y se enfrenta al
neoliberalismo rampante, anunciando -según Touraine- su fin.
El lector se preguntará por qué establecemos
una relación tan directa entre una política económica, el neoliberalismo, y la
situación social y académica de la historia y las ciencias humanas. Pensamos
que la vuelta del liberalismo económico -el liberalismo político es otra cosa-
entraña el retorno de una concepción
economicista, materialista vulgar, de la vida político-social, y
cultural, que las ciencias humanas y sociales habían ya sobrepasado72.
Por ello el futuro de éstas depende del fracaso de aquél en favor de otras
políticas, que tengan en cuenta al hombre y a la cultura.
La universidad no puede estar al servicio de
la economía, sin más. En España, se están alzando voces lúcidas que piden "un
debate serio y riguroso sobre la misión de la Universidad" a la vez que se lamentan de que el Ministerio
de Educación y Ciencia, "que se ha quedado prácticamente vacío de competencias
administrativas y de dinero", no haya sido "el impulsor y el promotor de ese
debate". Debate que ha de centrarse en la Ley de Reforma Universitaria, que,
nacida en plena euforia neoliberal, se propuso adecuar las enseñanzas universitarias "a las demandas
del sistema productivo, a las demandas de la empresa". La universidad "tenía
que preparar a la gente para los empleos que existían en el mercado,
sencillamente". Y la "consecuencia de pensar en ella como una una fábrica de
empleados" es su conversión en una "fábrica de parados". La propuesta del
autor, que nosotros asumimos, es que "la LRU necesita, más que una reforma, un
nuevo espíritu, un nuevo impulso", que permita recuperar la función
eminentemente cultural de la universidad: "la función de la Universidad como
principal agente de la cultura en su sentido más amplio ha quedado relegada,
cuando precisamente ése es uno de sus objetivos esenciales". El hecho de que el
autor sea el director de la Fundación Universidad-Empresa, concede si cabe más fuerza a la argumentación73.
Si la historiografía española, e
internacional, se enfrenta a las puertas del siglo XXI a una transición
paradigmática es también porque la sociedad está cambiando. La sustitución,
parcial pero significativa -porque atañe a los jóvenes-, del éxito individual,
el poder y el dinero, como creencias dominantes, por la solidaridad, la ética y
los valores humanísticos, produce mejores condiciones para que la sociedad vuelva a interesarse por su pasado, como medida de
su ilusión de futuro.
¿En qué podemos contribuir los historiadores
a la metamorfosis de valores que vive hoy la sociedad española? Potenciando la
investigación de la historia, su función social y cultural. Para lo cual hay
que cuestionar dos presupuestos políticos que obstaculizan el apoyo
institucional a la investigación histórica en España: a) la ausencia de la
historia, y de las ciencias humanas, en las líneas de investigación I + D, determinantes de la orientación de
buena parte de la investigación pública
y también privada; b) el propio modelo aplicado en España para combinar
la investigación y la enseñanza.
Difícilmente se podrá mejorar ese raquítico
0,8 % del PIB en investigación científica mientras ésta pase por el cuello de botella de la
universidad. Las necesidades docentes y de investigación, en principio no tienen
porque coincidir, pero habitualmente se crean plazas universitarias para
investigadores sólo si hay alumnos, si hay plazas para profesores. La
investigación va de este modo, irremediablemente, por detrás de la enseñanza.
Si no hay "mercado", es decir, una demanda de estudiantes, para tal área de
conocimiento o línea de investigación, no se ofertan plazas y puede acabar
decayendo dicho campo la investigación.
A los profesores universitarios, como es
sabido, no se nos exige lo mismo como docentes que como investigadores. Lo
milagroso en estas circustancias adversas es que, pese a todo, se investiga
mucho y bien en las universidades españolas. Pero para multiplicar por tres el
esfuerzo y colocarnos al nivel de los países desarrollados, no alcanza: hay que
cambiar el modelo. Pasar del modelo actual que concentra la investigación en
los profesores de universidad, a un modelo mixto que potencie, junto a la
universidad, una red de centros dedicados exclusivamente a la investigación y a
formar investigadores, tanto en ciencias "duras" como en ciencias "blandas",
siguiendo la experiencia de otros países económica y culturalmente más
desarrollados.
El establecimiento paralelo a la universidad
de estos centros, además de posibilitar el incremento rápido de los resultados
de la política científica, absorvería el excedente de jóvenes investigadores en
la actualidad abocados al paro. Abriría perspectivas de futuro para la
investigación en general, y para la investigación de nuestra historia en
particular.
* Desarrollamos en este texto la segunda parte del guión que hemos
utilizado en la conferencia de clausura de las Jornadas "La historia en el
horizonte del año 2000: compromisos y realidades" (Zaragoza, 11 de noviembre de
1995).
1 Así como en los años 60 y 70 la nueva historia se impuso con cierto
retraso en España, por razones en último
extremo políticas, pensamos que en los años 90 y 10 del próximo siglo es
posible, si se pone término a nuestra propia transición, avanzar en paralelo a
la historiografía internacional.
2 Hoy se está recuperando en Francia la historia económica, pero -y sin
duda las causas ideológicas pesan- no ocurre lo mismo con la historia social,
en su sentido más estricto.
3 Historia a Debate. I.
Pasado y futuro,
p. 52.
4 México, por ejemplo, con la historia regional.
5 Paradójicamente, conforme analizaremos después, la transición a la
democracia no afectó excesivamente a las mentalidades y alienaciones de los
historiadores españoles.
6 Marqués de TAMARÓN, ed., El peso de
la lengua española en el mundo, Madrid, 1995.
7 Las valoraciones de la historiografía española por parte de colegas
hispanistas tienen una triple ventaja: vienen de historiadores que conocen la
situacíón real de las historiografías de sus respectivos países y pueden
comparar mejor, suelen partir de sectores -sobre todo del hispanismo
modernista- que han jugado una función
destacada en la renovación española de los años 60 y 70, y, por último,
son más conscientes que nosotros mismos de las posibilidades inéditas de España
como potencia cultural mundial.
8 Por ejemplo: Claudio Sánchez Albornoz, Pedro Boch-Gimpera, Manuel
Tuñón de Lara.
9 Gonzalo PASAMAR, "La historiografía profesional española en la
primera mitad del siglo actual: una tradición liberal truncada", Studium, Zaragoza, 2, 1990, pp. 133-156.
10 De la lista de diez libros más vendidos en el apartado de "no-ficción"
según El País (6 de febrero de
1996), seis -entre los que se encuentran los cuatro primeros- son de historia
-y no todos de historia inmediata-, y ninguno de ellos está escrito por un
historiador profesional.
11 Gonzalo PASAMAR, op. cit.,
p. 150.
12Señalarlo no quiere decir, por descontado, que olvidemos las
motivaciones estrictamente académicas y profesionales (de puesta al día y
homologación internacional) y las generacionales ya mencionadas, todas ellas
bien entrelazadas con las políticas, que en aquellos años estaban en un primer
plano.
13 Al explicar el ascenso de la nueva historia se suele infravalorar el
factor aperturista, que no sólo fue clave en el plano político, una vez que se
demostró inviable la ruptura democrática y se empieza a pactar la transición,
sino también en el plano académico, dónde se manifiesta con más facilidad ante
las reorientaciones metodológicas de menos connotaciones políticas como la
escuela de Annales (el maxismo lo tuvo algo más difícil).
14 En los años 1967 y 1968, el autor de este trabajo era delegado del
Sindicato Democrático de Estudiantes de la Universidad de Madrid en la E.T.S.de Ingenieros Industriales.
15 Igual que sucede en el ámbito internacional, militancia
historiográfica y militancia política frecuentemente no coinciden (Annales vs. marxismo, Febvre vs. Bloch),
veáse por ejemplo: Luis DOMÍNGUEZ, Xosé Ramón QUINTANA, "Renovación en la
historiografía española: Antonio Eiras Roel y la recepción del movimiento
Annales en Galicia", Historia a Debate.I.
Pasado y futuro, Santiago, 1995, pp. 319-342.
16 Enric UCELAY DA CAL, "La historiografía en Cataluña (1960-1980):
marxismo, nacionalismo y mercado cultural", Historia
y Crítica, 1, 1991, pp. 135 ss.
17 ídem.
18 Una forma de autojustificar los defectos "frentepopulistas" de la
transición historiográfica española es echar las culpas a la... propia transición política, al hecho de que no
hubiese una verdadera ruptura.
19 El hecho de que los autores identifiquen izquierda con el PSOE
trasluce la conexión entre historiografía frentepopulista y bipartidismo.
20 Claro que sería pasar de la sartén al fuego reemplazar las etiquetas
supuestamente "historiográficas" izquiera/derecha por otras parecidas, o tal vez peores, como
la clasificación de los historiadores en nacionalistas y no nacionalistas,
véase Albert BALCELLS, La història de
Catalunya a debat. Els textes duna polèmica, Barcelona, 1994.
21 Sin menoscabo de que cada uno de nosotros defienda, con toda la
contundencia que se quiera, su particular concepción de la historia, y aun sus
ideas políticas, filosóficas o religiosas.
22 El caso de Philippe Ariès por ejemplo, por no poner otros ejemplos más
cercanos.
23 Javier Tussell se queja, justamente, de que no hubiese un debate sobre
revisionismo en España como el de Alemania sobre el holocausto, los de Francia
sobre 1789 o sobre la resistencia, etc., pero el mismo descalifica como
indignas todas las obras revisionistas sobre la época de Franco, incluídas las
del historiador Luis Suárez, "La dictadura de Franco a los cien años de su
muerte", Ayer, 10, 1993, pp.
13-28.
24 Una consecuencia de esta actitud seguidista es la fea costumbre de
citar solamente a autores extranjeros, dando por sentado que las
aportaciones nacionales, por el hecho de
serlas, no tienen el mismo valor (lo contrario de lo que, verbigracia, quitando
excepciones, hacen bastantes colegas franceses).
25 Un curioso efecto de la vigencia de estas actitudes dicotómicas es la manera habitual que tenemos de debatir
sobre historiografía en España: publicando libros y artículos -excelentes,
muchos de ellos- sobre las historiografías francesa, inglesa, americana,
italiana o alemana.
26 Una manifestación extrema es "negar" que exista la crisis de la
historia: Isidro DUBERT, "A crise historiográfica coma ideoloxía", Historia a debate. Galicia, Santiago,
1995, pp. 31-46.
27 Con actitudes negativas e infructuosas como las mantenidas, por parte
de algunos sectores, hacia la historia
francesa de las mentalidades (véase la bibliografía de la nota 12).
28 "Cincuenta años de historiografía española y americanista" (Madrid, 1989);
"Encuentros por una Historia viva" (Bilbao, 1990); "Historia Social"
(Zaragoza, 1990), "New History, Nouvelle Histoire: hacia una Nueva
Historia" (El Escorial, 1992), "Historiografía contemporánea
española" (Cuenca, 1993); "A Historia a Debate" (Santiago,
1993), "La Historia en el horizonte del año 2000" (Zaragoza, 1995).
29 "La(s) Otra(s) Historia(s)" (Bergara, 1987), "Historia
Social" (Valencia, 1988), "Revista d'Història Medieval"
(Valencia, 1990), "Medievalismo" (Madrid, 1991), "Historia y Crítica"
(Santiago, 1991), "Ayer" (Madrid, 1991), "Taller dHistòria"
(Valencia, 1993).
30 "Asociación de Historia Social" (Madrid, 1989),
"Asociación de Historia Contemporánea" (Madrid, 1990), "Escuela Libre de Historiadores" (Sevilla,
1990).
31 Es el caso de la nueva historia cultural francesa, de la microhistoria
italiana y del "giro lingüïstico" norteamericano.
32Verbigracia, los últimos libros de Furet y Hobsbawm.
33 "Presentación", Historia
a debate. I. Pasado y futuro, Santiago, 1995, pp. 9-10.
34 VV. AA., La historia subversiva. Una propuesta para la
irrupción de la historia en el presente, Bilbao, 1990; VV. AA., Tendencias en historia, Madrid, 1990;
Gonzalo PASAMAR, Historiografía e ideología
en la posguerra española: la ruptura de la tradición liberal,
Zaragoza, 1991; Josep FONTANA, La historia
después del fin de la historia, Barcelona, 1992; VV. AA., Problemas actuales de la historia,
Salamanca, 1993; Pedro RUIZ TORRES, ed., La
historiografía, Madrid, 1993;
Enrique MORADIELLOS, El oficio de
historiador, Madrid, 1994; Saturnino SÁNCHEZ PRIETO, ¿Y qué es la historia? Reflexiones epistemológicas
para profesores de Secundaria, Madrid, 1995; Elena HERNÁNDEZ
SANDOICA, Los caminos de la historia.
Cuestiones de historiografía y método, Madrid, 1995; Julio
ARÓSTEGUI, La investigación histórica:
teoría y método, Barcelona, 1995.
35 Para cuyo desarrollo ha sido importante el artículo de José Álvarez
Junco y Manuel Pérez Ledesma: "Historia del movimiento obrero. ¿Una segunda
ruptura?", Revista de Occidente, nº
12, 1982, pp. 19-41.
36 Julio VALDEÓN, "La historiografía española a finales del siglo
XX: miseria de la teoría", Historia a
Debate. I. Pasado y futuro, Santiago, 1995, pp. 309-317.
37 En el Congreso de Santiago hemos constatado que ello es posible,
"Presentación", p. 7.
38 La creación de una nueva área de conocimiento sobre historiografía,
con investigadores provinientes de las actuales áreas, coadyuvaría al objetivo
de reunificar la comunidad de historiadores españoles.
39 La verdad es que la participación de todos está más garantizada cuando
la organización recae en medievalistas y/o modernistas; los colegas
contemporaneístas suelen ser más "endogámicos", por el efecto del
propio desarrollo del área desde la transición y de una mayor tradición en
cuestiones de reflexión historiográfica, todo hay que decirlo.
40 José Luis DE LA GRANJA, "La historiografía española reciente: un
balance", Historia a debate. I. Pasado
y futuro, Santiago, 1993, p. 301.
41 Historiografías democráticas europeas -como la francesa- tienen más
bien el problema contrario: predominio del modernismo y del medievalismo.
42 Conforme el voto del miedo cuente menos en España, más fácil nos será
a los historiadores liberarnos del "frentepopulismo" con su
ultracontemporaneísmo anexo.
43 Durante la renovación historiográfica de los años 70 se viajó mucho
menos por las dificultades existentes tanto de tipo político como idiomático.
44 Nosotros mismos lo hemos intentado en relación con la última
historiografía francesa, "La 'Nouvelle Histoire' y sus críticos", Manuscrits. Revista d'Història Moderna, nº 9, Barcelona, 1991, pp.
83-111; "El 'tournant critique' de Annales", Revista de Història Medieval, Valencia, nº
2, 1991, pp. 193-197; "La contribución de los terceros Annales y la
historia de las mentalidades. 1969-1989", La
otra historia: sociedad, cultura y mentalidades, Bilbao, 1993, pp.
87-118.
45 Nuestro hispanista Bernard Vincent, de la EHESS de París, lo planteó
crudamente en Santiago: Historia a debate.
I. Pasado y futuro, Santiago, 1995, p. 68.
46 Algunas causas: interés de los
gobiernos autónomos -de todos los matices políticos- por la historia propia,
facilidades para la financiación de investigaciones y para la publicación de
libros de materia regional-local, transferencias de las universidades a las
Comunidades Autónomas, afán conmemorativo de las gestas locales, existencia de
un público culto...
47 Se denuncia esta marcada tendencia localista, y a la vez el desinterés
por la historia de países extranjeros, en Juan PRO RUIZ, "Sobre el ámbito territorial de los estudios
de historia", Historia a debate. III. Otros enfoques, Santiago, 1995, pp.
59-66.
48 Ni siquiera se ha generalizado en los ambientes historiográficos de
izquierda el sustantivo "España", todavía decimos "este país", el "Estado
español", como hace veinte años; no ha pasado lo mismo en otros ámbitos
culturales, en los medios de comunicación social o en medios políticos de todos
los signos, incluídos nacionalistas antaño periféricos.
49 Evoquemos aquí la polémica Sánchez-Albornoz / Américo Castro sobre las
tres culturas y la formación histórica de España.
50 Planteamos también este delicado problema al convocar el Congreso de Santiago (El País, 3 de julio de 1993; repoducido en
Historia a debate. I. Pasado y futuro,
pp. 17-18), si bien reconocemos que no le hemos dedicado la atención que se
merece en el programa y, por lo tanto, en las Actas.
51 Todavía resulta imprescindible el Diccionario
de Historia de España, publicado en 1952, en pleno franquismo, que
detiene la historia de España... el 14 de abril de 1931.
52 Por supuesto que se publicaron infinidad de libros de texto,
fascículos para preparar clases u oposiciones, importantes historias de España
de gran formato, pero ya no historias de España como las citadas que fuesen
igualmente proyectos historiográficos, culturales, incluso políticos.
53 Y no es el único que, desde posiciones progresistas -y hasta federalistas-, plantea el problema de
la desnacionalización de España -y la específica responsabilidad de la
izquierda antifranquista-, Cesár ALONSO DE LOS RÍOS, Si España cae..., Madrid, 1994; véase asimismo la nota ?.
54 Dos ejemplos concretos: las televisiones gallega, vasca y catalana
todavía no se pueden ver por los canales normales en toda España; hasta el día
23 de septiembre de 1995, en que un períodico distribuyó el nuevo mapa de
España basado en las Comunidades Autónomas, hemos seguido utilizando el mapa de
la España provincial...
55 La estructura tendencialmente federal del Estado democrático español
no será irreversible hasta que diversidad y unidad no se consoliden en el plano
de la cultura, de las mentalidades, de las emociones y de los símbolos,
impediremos de este modo que algún día puedan volver las "banderas
victoriosas".
56 Un ejemplo a seguir: la participación escrita de José Luis Martín en
la mesa redonda "La historia en las
universidades", Histoira a debate. I. Pasado
y futuro, Santiago, 1995, p. 63.
57 Los cambios políticos que se avecinan
amenazan más bien con la congelación de la oferta pública de empleo.
58 Los "combates por la historia" de Lucien Febvre eran historiográficos,
contra una historia tradicional, positvista, "historizante", hoy,
particularmente en España, son también, y sobre todo, contra la subalternidad
de la historia y las ciencias humanas en una sociedad que muchos quieren regida por el "pensamiento
único".
59 Un ejemplo a seguir: la comunicación presentada en Santiago por la
Escuela Libre de Historiadores, "La
universidad más allá de la institución. La historia más allá de la universidad",
Historia a debate. III. Otros enfoques,
Santiago, 1995, pp. 257-264.
60 El País, 22 de noviembre de 1995, p.
26.
61 La universidad abandonada al mercado, sucumbe, porque la ley de la
oferta y de la demanda desvirtúa su principal función: la cultura, el
pensamiento crítico, la investigación.
62 No es casual que los estudiantes franceses fuesen la avanzadilla -como
en Mayo del 68, aunque en otros y capitales aspectos las diferencias son
notables- de una huelga obrera paradigmática -en diciembre del 95- en defensa
del Estado de bienestar.
63 En las dificultades crecientes de las clases medias está, sin duda,
una parte de la explicación del ascenso electoral del centroderecha en España.
64 El año pasado se recortó todavía un 8,5 % el presupuesto dedicado a
investigación científica "en solidaridad
con otras políticas", según el secretario de universidades en el Congreso de
Diputados (10 de octubre de 1995).
65 Los estudiantes franceses escogen hoy los estudios de letras (entre
los cuales la historia sigue representándose como la primera entre las ciencias
humanas) y de ciencias en una proporción semejante, en la enseñaza media y en
la enseñanza universitaria, de forma que los problemas de los jóvenes
historiadores son menos distintos de los que tienen los demás.
66 Julio VALDEÓN, En defensa de la
historia, Valladolid, 1988.
67 José María Aznar en un acto explicativo del programa electoral del PP
en el campo de la educación (resumen de agencias de prensa: Faro de Vigo, 15 de febrero de 1996;
también Gaceta Universitaria, 21
de febrero de 1996); parecidas preocupaciones se pueden encontrar en el
programa electoral del PSOE en la
campaña electoral de 1993.
68 ¿Quién no asume, por ejemplo, que España debe pasar del 0,8 % al 2%-la
media europea- del PIB en investigación?; lo dice Carlos Robles Piquer,
presidente de la Comisión Nacional de Investigación del PP (en una carta a El País el 15 de febrero de 1996), y el
propio pograma electoral de este partido a las elecciones del 3-III-96; claro
que se prevé que el incremento sea financiado por la empresa privada (El País, 29 de febrero de 1996), lo cual
no parece que vaya a favorecer demasiado a las ciencias humanas...
69 Basta decir que el Ministerio de Cultura tiene un presupuesto rídiculo
de 63 millones de pesetas, inferior al de la consejería de cultura de la Xunta
de Galicia y de otras Comunidades Autónomas.
70 El País, 7 de enero de 1996.
71 La Voz de Galicia, 11
de noviembre de 1995.
72 El hecho de que el economicismo
regrese a finales del siglo XX, cuando las ciencias sociales estaban ya de
vuelta y redescubrían el sujeto, confirma la tendencia apuntada a la síntesis
objeto-sujeto.
73 Antonio SÁENZ DE MIERA, "La misión de la Universidad", El País, 5 de septiembre de 1995.