Mitos
de la historiografia galleguista[1]
Carlos Barros
Universidad de Santiago de Compostela
��������������� El
nacionalismo gallego rastrea en la historia la demostraci�n del ser nacional de
Galicia. Para afirmar la personalidad gallega pone el acento en los hechos
hist�ricos diferenciales, busca un hilo conductor de una Historia de
Galicia distinta de la Historia de Espa�a oficial. En su
intenci�n ideol�gica, la historiograf�a galleguista no se separa de la
historiograf�a nacionalista en general.
Historiograf�as
nacionales
��������������� �Qu�
ha aportado el nacionalismo a la historiograf�a? Preguntas y problemas,
investigaciones y respuestas, que enriquecen el conocimiento hist�rico al hacer
emerger un sujeto, la naci�n, que en bastantes casos todav�a ocupa un rol
secundario en los discursos historiogr�ficos, especialmente cuando se trata de
naciones sin Estado. Lo que ya no es exactamente el caso de Galicia, Euskadi y
Catalunya, toda vez que la asunci�n, en los �ltimos quince a�os, de
responsabilidades estatales por medio de sus instituciones auton�micas, ha
trasformado en mayor o menor grado la ideolog�a nacionalista en una ideolog�a
oficial m�s, aunque en Galicia (en�
sentido estricto el nacionalismo est� a�n en el oposici�n) el proceso
est� muy lejos de las cotas hegemonizadoras alcanzadas, por ejemplo, en
Catalunya el proceso de reconversi�n ideol�gica.
��������������� La
funci�n necesaria del nacionalismo, esto es, dotar a una comunidad de una
identidad colectiva y de una conciencia solidaria de sus intereses, potenciar
el uso y desarrollo del idioma y de la cultura nacionales, descubrir y promover
el conocimiento de la historia propia, se trastoca en su contrario cada vez que
la reivindicaci�n de la naci�n traspasa el umbral del discurso racional. Esto
significa, en el plano historiogr�fico en que se mueve este trabajo, cuando se
inventa y manipula la historia o se mantiene contra viento y marea
interpretacions desahuciadas por la investigaci�n m�s reciente.
��������������� Los
avances fundamentales de la historiograf�a en Espa�a, durante las dos d�cadas
pasadas, han socavado las bases de las viejas historias nacionales, nos
referimos a la concepci�n de la historia de Espa�a divulgada durante el
franquismo y tambi�n a las historias de Galicia, Euskadi, Catalunya, reechas y
difundidas al mismo tiempo, cuando el centralismo de la dictadura era el
enemigo a batir. Si bien el origen de los dislates historiogr�ficos est� las
m�s de las veces en autores del siglo XIX o inicios del siglo XX, deudores de
un bajo nivel de los conocimientos historiogr�ficos.
��������������� El
dilema de aceptar o no las nuevas evidencias historiogr�ficas que pueden
cuestionan mitos nacionalistas, es m�s pol�tico que historiogr�fico. El
historiador no puede negar los resultados de las investigaciones sin renunciar
a su funci�n (algunos lo hacen). El hombre pol�tico, menos urgido en seguir los
dictados de la ciencia, ubicado en la corta duraci�n, mide m�s los costes
pol�ticos de las desmitificaciones. El historiador profesional que renuncia a
su funci�n cr�tica muy mal servicio presta no s�lo a la historia, sino tambi�n
al nacionalismo, a la historia de su pa�s. Un discurso pol�tico, un proyecto de
reconstrucci�n nacional, que no busque fundamento en la verdad hist�rica, labra
desde luego su propia derrota.
��������������� La
necesaria desmitificaci�n de las historiograf�as nacionalistas no quiere decir,
por tanto, rechazo de la naci�n como tema de investigaci�n acad�mica, inclu�da
la naci�n de naciones (el caso real de Espa�a; el caso virtual de Europa), m�s
bien lo contrario. Y para avanzar en la recuperaci�n y puesta a d�a de las
historiograf�as nacionales, el historiador ha de resistir presiones
deformadoras que vienen tanto del nacionalismo como del antinacionalismo que,
por reacci�n y/o por ignorancia, se niega sin m�s a reconocer hechos
diferenciales objetivamente demostrables y subjetivamente deseables (tambi�n
por el historiador que piensa todav�a que hay que estudiar el pasado para
construir el futuro). No se trata pues de predicar una trasnochada e in�til
neutralidad del historiador, sino de animar, discursos pol�ticos
nacionales y nacionalistas basados en verdades historiogr�ficas. Nada m�s
sencillo, por lo menos desde el punto de vista del historiador de oficio.
Entre
el independentismo y la integraci�n
��������������� El
problema que ha planteado siempre la historia real de Galicia a la
historiograf�a nacionalista es la d�bil tradici�n de confrontaci�n de Galicia
con Castilla, el Estado espa�ol o Espa�a. Se trata de una peculiaridad nacional
m�s de Galicia, pa�s que por lo dem�s se define hist�ricamente, objetiva y
subjetivamente, por la continuidad de una poblaci�n sobre un territorio, por
una lengua, cultura e historia propias, por una conciencia nacional, por unas
compartidas condiciones de producci�n a lo largo del tiempo[2].
��������������� La
conciencia nacional de los gallegos se ha manifestado hist�ricamente de una
manera m�s positiva que negativa. No es ni bueno ni malo: es la patria que
hemos heredado, que tratamos de comprender, que reivindicamos, que queremos
transformar. La falta de una tradici�n independentista de las clases
dirigentes, sobre todo en las Edades Moderna y Contempor�nea, ha hecho del
autonomismo y del federalismo el punto b�sico de referencia para los proyectos
nacionalistas de Galicia. El nacionalismo gallego ni ha sido ni es
independentista, pero lo que hoy no puede o no debe ser, �gustar�a tanto que al
menos hubiera ocurrido en el pasado!
��������������� La
inexistencia de Galicia en el pasado como entidad pol�tica separada -con las excepciones
medievales que mencionaremos- ha dificultado la construcci�n de una concepci�n
hist�rica de Galicia por parte de unos te�ricos nacionalistas que buscaban, y
no encontraban m�s que escasa y circunstancialmente, en la Galicia de otros
tiempos una Irlanda o una colonia tercermundista en lucha por su independencia
nacional. La frustaci�n que ello supuso est� a�n presente en el discurso
nacionalista gallego, ha obstaculizado hasta ahora una justa -esto es,
compleja- valoraci�n de la real historia de Galicia, y en particular de la
tradici�n de revuelta del pueblo gallego.
��������������� Durante
los mil a�os que van desde la implantaci�n de los suevos en Galicia (411) hasta
la llegada con plenos poderes del gobernador Fernando de Acu�a en nombre de los
Reyes Cat�licos (1480), �existi� como tal el reino de Galicia? S�, al inicio de
la Edad Media como reino suevo de Galicia. La representaci�n social de
pertenencia que ten�an los gallegos, al menos en la Baja Edad Media, m�s all�
de la localidad o jurisdicci�n era el reino de Galicia, en todo caso como tal
reino se identificaba Galicia en la documentaci�n real. La Galicia medieval fue
un reino sin rey propio, un reino s�bdito de los reyes
asturianos-leoneses-castellanos. Con todo, hubo breves y significativos
per�odos en que existi� un rey de Galicia: bien como consecuencia del reparto
de la herencia de un rey cristiano del occidente pen�sular, bien como
plataforma previa para la conquista de la Corona castellano-leonesa, heredera
de la unificada monarqu�a goda que absorvi� Galicia en el siglo VI. En ambos
casos, el resultado final fue la reintegraci�n de Galicia en la monarqu�a
castellano-leonesa, pero adem�s de ello, dichos movimientos reflejaron con no
menos claridad: a) la entidad pol�tica diferenciada de Galicia en la Alta Edad
Media, b) el empuje independentista de un sector de la nobleza, al que se
buscaba satisfacer a menudo cuando se nombraba un rey para Galicia.
��������������� Entre
el siglo V y el siglo XII los se�ores de Galicia oscilan pues entre el
independentismo y la integraci�n en la monarqu�a occidental, entre las
revueltas nobiliarias contra su soberano, el rey de Oviedo, Le�n o Toledo, y la
b�squeda de la mayor influencia en la Corte. Con frecuencia ambas estrategias
se unifican: las rebeld�as nobiliarias de Galicia cosntituyen un aspecto de la
lucha por el poder, y frecuentemente por la misma Corona, en Asturias, Le�n y
Castilla[3].
No obstante, al final la contradicci�n de fondo aflora y, a inicios del siglo
XII, la nobleza de Galicia se escinde: a) su sector m�s independentista se
separa de la Corona castellano-leonesa formando, en 1128, el reino de Portugal
con las tierras de la antigua Galicia bracarense (entre el r�o Mi�o y el r�o
Duero); b) su sector m�s integracionista mantiene a la antigua Galicia lucense
(la Galicia actual m�s las partes occidentales de Asturias y Le�n) bajo el
cetro castellano-leon�s.
��������������� El
conde de Traba y el arzobispo Xelm�rez, proclaman en 1109 a Afonso Raim�ndez
como rey de Galicia (ser� el �ltimo), quien no mucho despu�s, en 1126, con el
apoyo e impulso de Galicia, es proclamado rey de Castilla y Le�n con el nombre
de Alfonso VII, Totius Hispanaiae Imperator, en cuya coronaci�n ya no
estar� presente aquella nobleza gallega sure�a del condado portucalense que,
dos a�os despu�s, proclama a Afonso Enriques el primer rey del Portugal
independiente. ��
��������������� Liberada
de su sector separatista, la nobleza que ha optado por una Galicia integrada en
la Corona de Castilla y Le�n, como medio de pesar en la pol�tica pen�nsular,
todav�a manifiesta momentos de rebeld�a en la Baja Edad Media. Nobles gallegos
participan del lado de Portugal en las guerras civiles tardomedievales por la
Corona de Castilla: 1366-1369, apoyando a Pedro I contra Enrique II; 1476-1479,
apoyando a Juana la Beltraneja contra Isabel la Cat�lica. En ambos casos la
derrota del bando portuguesista, reintegracionista (que ve�a el futuro de
Galicia m�s en la unificaci�n Castilla-Portugal que en la separaci�n de
Galicia), consolida la vieja tendencia integracionista. La incorporaci�n del
reino de Galicia a la Espa�a reunificada de los Reyes Cat�licos resulta por
tanto una consecuencia natural de la historia pol�tica de la
Galicia medieval. La clase feudal, a trav�s de un proceso complejo que dura
toda la Edad Media, y no siempre de buen grado (como a finales del siglo XV),
afirma la integraci�n como la mejor soluci�n a sus problemas de clase y a los
problemas de Galicia. Por el lado de los burgueses y los campesinos del reino
medieval de Galicia no vamos encontrar siquiera los fugaces impulsos
independentistas de la nobleza: concentran todas sus energ�as en el conflicto
social interno y persiguen siempre que pueden la ayuda del rey de Castilla para
suavizar o eliminar el se�or�o eclesi�stico (sobre todo las ciudades) y el
se�or�o laico (sobre todo los campesinos).
Mitos
y hechos hist�ricos
��������������� Los
mitos de la historiograf�a nacionalista gallega son, en su mayor parte, de
origen medieval. Conforme la historia de Galicia se conoce mejor, los mitos
caen y son sustitu�dos por hechos verificados e interpretados con rigor. Este
proceso est� todav�a por conclu�r. El retardado proceso de difusi�n y
vulgarizaci�n de las nuevas evidencias historiogr�ficas dificulta la puesta al
d�a del nacionalismo gallego sobre la historia de Galicia. Otro obst�culo est�
en el propio historiador profesional que a veces ha dejado de hacerse las
preguntas planteadas por la historiograf�a galleguista.
��������������� Los
mitos de la historia de Galicia tienen un inter�s espec�fico para el
investigador, son parte imprescindible de la historia intelectual y un aspecto
valioso para una historia gallega de las mentalidades colectivas. Puede que el
imaginario galleguista no exprese correctamente los hechos del pasado, pero
refleja fielmente la ideolog�a y los valores sociales -adem�s de la concepci�n
de Galicia- de una �lite intelectual que no solamente que no s�lo mitific�
nuestro pasado, tambi�n lo descubri�. La Galicia actual tuvo sus precursores en
grandes intelectuales que ahora debemos y podemos revisitar desde un enfoque
cr�tico y sobre todo laico.
��������������� Repasemos
los hechos hist�ricos diferenciales que han sido idealizados por los escritores
e historiadores galleguistas con el fin de reivindicar Galicia y movilizar la
conciencia de los gallegos. En todos los casos, se parte de un dato hist�rico
real que, una vez seleccionado, pasa usualmente por un proceso de reelaboraci�n
que va desde la mera interpretaci�n -en funci�n de la historia de Galicia que
se quiere construir- hasta la invenci�n. El descubrimiento o la revalorizaci�n
de dichos hitos hist�ricos basta, con todo, para justificar un balance
historiogr�ficamente altamente positivo de la contribuci�n historiogr�ficaa de
los historiadores rom�nticos y galleguistas. Los hechos diferenciales enumerados
son a la vez que mitos de la historia imaginaria de Galicia, momentos
importantes de la historia real de Galicia (muchos otros acontecimientos no han
pasado a la leyenda[4]),
por eso conviene separar al respecto el grano de la paja, el dato de la f�bula.
��������������� 1)
Celtismo. Mito fundador de Galicia para Murgu�a y otros historiadores
rom�nticos, que buscaron en la raza (aria) el signo originario de la naci�n;
non pode sosterese na actualidade esta exclusividade c�ltica da poboaci�n
castrexa[5].
La compleja cultura de los castros justifica plenamente la originalidad y
unidad de la Galicia pre-romana. El celtismo supuso una intuici�n clara del
hecho diferencial castre�o.
��������������� 2)
Monte Medulio. Al relatar las guerras c�ntabro-astures, Floro y Orosio
(siguiendo seguramente el perdido libro 35 de las D�cadas de Tito Livio)
dedican una palabras para dar noticia de c�mo un numeroso grupo de
b�rbaros cercados en el Monte Medulio, pr�ximo al r�o Mi�o, e
incapaces de aguantar el asedio o de ir a la batalla contra los romanos, se
suicidan casi todos...por temor a la esclavitud.� A esta visi�n de los vencedores que insin�a
la cobard�a de los guerreros galaicos, opone el galleguismo la leyenda[6]
de los celtas gallegos que prefirieron morrer no Monte
Medulio a deixarse dome�ar polo poder�o de Roma[7].
��������������� Esta
glorificaci�n del suicidio colectivo como la forma m�s sublime de luchar por
Galicia, informa de un rasgo fatalista que es muy caracter�stico del viejo
nacionalismo gallego. Por supuesto que lo loable como tradici�n combativa (en
t�rminos contempor�neos) es la resistencia de las tribus
galaicas-astur-c�ntabras a la ocupaci�n romana, no el es mal ejemplo que supone
la huida del enemigo, y de las consecuencias de una posible derrota, muriendo
voluntariamente y dejando inermes a familiares y vecinos frente a las tropas
invasoras.
��������������� 3)
Prisciliano. Fundador de un movimiento religioso que tuvo una gran
difusi�n en Gallaecia (en el pueblo y tambi�n en el clero) durante m�s de un
siglo, sobre todo despu�s del muerte por decapitaci�n el a�o 385 de
Prisciliano, por inmoralidad y magia, en Tr�veris por orden del emperador
M�ximo. Es el primer hereje condenado a muerte por el brazo secular.
��������������� El
priscilianismo constituye el hecho diferencial m�s importante de la historia de
Galicia en el plano de la religiosidad popular y culta. El galleguismo
reinvindica a Prisciliano potenciando su recuerdo como m�rtir[8],
al igual que sus seguidores en el siglo V y VI. Son indudables los or�genes
judeocristianos de la predilecci�n por los m�rtires como factor pedag�gico de
la intelectualidad galleguista. Prisciliano inicia una lista que termina en el
verano de 1936 con la muerte de Alexandre B�veda, dirigente del Partido
Galleguista.
��������������� 4)
Suevos. Durante ciento setenta y cuatro a�os (411- 585) los invasores
suevos crearon un reino aparte -por primera vez- en las tierras y con las
gentes de la antigua provincia romana de Gallaecia[9],
con capital en Braga; se puede decir que es la fundaci�n de Galicia como
entidad pol�tica; es el per�odo m�s prolongado en que Galicia ha disfrutado de
independencia institucional. El primeiro reino cat�lico da pen�nsua[10],
rivaliza en la bibliograf�a galleguista con la Galicia celta en la funci�n
creadora de la nacionalidad gallega[11].
La incorporaci�n militar del cat�lico reino suevo a la monarqu�a hispano-goda,
obra del arriano rey Leovigildo, sienta el primer precedente integracionista de
la Galicia medieval. Pese a los lamentos por su destrucci�n final� -infortunada Galicia, lamenta
Murgu�a[12]-
la idealizaci�n galleguista del reino suevo tuvo en general un tono positivo.
Ante el dato de la prolongada independencia, pas� a un segundo plano la
integraci�n forzada en la Hispania goda.
��������������� 5)
Santiago. Sin duda el mayor mito de la historia de Galicia, que el culto
jacobeo se trasform� en una tradici�n espa�ola y europea que dura ya once
siglos. No se ha probado que el cuerpo de Santiago el Mayor corresponda con los
restos encontrados hacia los a�os 20 del siglo IX en un sepulcro romano, en el
lugar donde despu�s se edific� la actual capital de Galicia[13].
La larga duraci�n de la creencia colectiva en la predicaci�n, traslaci�n y
enterramiento del Ap�stol Santiago en Galicia, y la acci�n de la Iglesia y de
la monarqu�a, ha producido tales realidades hist�ricas, religiosas y
culturales, econ�micas y pol�ticas, en torno a Santiago y al Camino de
Santiago, que la vieja pol�mica sobre la invenci�n del sepulcro ha quedado
relegada. El historiador actual evita terciar en ella y parte del sobresaliente
hecho hist�rico que supuso y supone para Galicia el culto jacobeo y sus
consecuencias materiales[14].
��������������� Ciertamente
el mito de Santiago no es una invenci�n de historiadores, elaborado en el siglo
IX se convierte en s� mismo en una verdad hist�rica que el historiador est�
obligado a reconocer. No obstante, subiste el dilema -principalmente pol�tico-
sobre s� el historiador debe ejercer o no su funci�n cr�tica en relaci�n con el
car�cter incierto y legendario de los or�genes de la tradici�n jacobea. En todo
caso, lo incierto de la existencia de los restos apost�licos en el ed�culo
descubierto no afecta a la realidad de la creencia colectiva secular.
��������������� �Qu�
juicio mereci� para la historiograf�a nacionalista la inventio jacobea?
El catolicismo de buena parte de los te�ricos galleguistas anim� la
reivindicaci�n de Santiago como ense�a de Galicia: a invenci�n do corpo
do Ap�stolo -�Prisciliano ou Sant-Iago?- fixo da nosa Terra un centro de
universalidade[15].
En 1920 las Irmandades da Fala instituyen la fiesta del ap�stol, el 25 de
julio, como el D�a de Galicia. A pesar de todo, el Castelao republicano (que no
deja de hacerse eco de la tradici�n alternativa priscilianista) se desmarca del
Santiago guerrero, matomoros, Patr�n de las Espa�as, y juzga que fue un grave
error el papel asumido por Santiago, en nombre de Galicia, en la Reconquista
que s�io redundadar�a en proveito e groria de Castela[16],
haciendo culpable a Santiago -y al renacimiento urbano medieval- del retroceso
del independentismo medieval[17].
Esta ambivalencia (Santiago gallego y universal, s�; Santiago y cierra Espa�a,
no) se vuelve a producir con otros mitos relevantes de la historiograf�a
galleguista (Xelm�rez, nobleza del siglo XV, irmandi�os).
��������������� 6)
Xelm�rez. La Historia Compostelana ha permitido conocer
excepcionalmente bien la vida y obra del arzobispo de Santiago, Diego Xelm�rez,
en defensa de la Iglesia compostelana y de Galicia, y su rol en la pol�tica
castellano-leonesa de la primera mitad del siglo XII. Murgu�a escribi� un libro
laudatoria que casi supera a la Historia Compostelana, pues enjuicia a
Xelm�rez como la m�s grande figura p�blica de la Espa�a medieval, verdadero
l�der del pueblo (olvida la revuelta comunal de 1116-7) y art�fice de la
grandeza de la Galicia plenomedieval[18].
Sin este tono hagiogr�fico otros autores han venido a confirmar m�s
recientemente la personalidad descollante de Xelm�rez[19].
Claro que el contexto de plenitud feudal, econ�mica, pol�tica y cultural, por
el que atraviesa Santiago, el Camino franc�s y Galicia en el siglo XII, es la
primera causa de los �xitos de X�lmirez; esta dimensi�n de las grandes
individualidades como producto de una �poca, se omite generalmente en beneficio
de una concepci�n del devenir hist�rico que prima las grandes personalidades y
los hechos pol�ticos. La desmitificaci�n de Xelm�rez pasa por su
contextualizaci�n, adem�s de por la objetivaci�n de las fuentes.
��������������� En realidad no es, de nuevo, la
historiograf�a la que mitifica la figura de Xelm�rez, Nu�o, Hugo y Xiraldo, los
can�nigos autores de la Historia Compostelana, los responsables. Y el
historiador dif�cilmente escapa del influjo de la Historia y de los
datos que ofrece, en todo caso interpretables.
��������������� Castelao, critica a Xelm�rez diciendo que
a pol�tica deste gran cacique galego fanou irremediablemente a nosa
independencia, por engrandecer a Sede Compostel�n motou o pulo
intuitivo de Galiza, entreg�ndose � sorte de Castela[20]. Todo por causa de que el arzobispo de Santiago no quiso mantaner a Afonso
Raim�ndez como rey de Galicia y lo promovi� a rey de Castilla y Le�n, la
acusaci�n es de traici�n a Galicia; se le niega incluso la condici�n de m�rtir
galleguista[21].
Un cap�tulo m�s del desencanto nacionalista con la secular tendencia de la
historia de Galicia a integrarse en la historia de Espa�a, dando la espalda al
esp�ritu de la independencia.
��������������� �Este juicio cr�tico en absoluto ha borrado a
Xelm�rez del imaginario colectivo gallego. Primeramente por el habitual doble
posicionamiento de enorgullecerse de los logros de Galicia y de sus hijos
(desde Prisciliano a Pablo Iglesias[22]),
que es lo que primero llega al gran p�blico, a la vez que se cuestiona lo qu�
hicieron y c�mo lo hicieron en funci�n de la historia ideal de Galicia
concebida por el nacionalismo contempor�neo (apreciaciones de circulaci�n m�s
restringida). Y en segundo lugar porque la influencia cr�tica de Sempre en
Galiza (escrito entre 1935 y 1947, durante la II Rep�blica, la guerra civil
y el exilio) es reciente, si bien encontramos en la llamada biblia
del galleguismo el discurso m�s elaborado de la historia nacionalista de
Galicia. El papel capital de Sempre en Galiza en la resistencia cultural
antifranquista y en la reconstrucci�n democr�tica del galleguismo pol�tico,
est� fuera de toda duda.
��������������� 7)
Portugal. Portugal es para el nacionalismo gallego la oportunidad
perdida de Galicia. El mito galleguista de Portugal encarna lo qu� debi� ser la
historia medieval de Galicia: separarse de Castilla y vivir independientemente.
Se celebra el nacimiento de Portugal, con toda raz�n, como un triunfo de la
nacionalidad gallega: Trunfamos en Portugal, dispois de mortos;
unha gran parte de Portugal � 'un retallo sa�do da Galiza;
As� nasceu Portugal: nun anaco de terra galega[23].
Lamentando que Galicia entera no siguiera el camino de la separaci�n en el
siglo XII: a Portugal faltoulle Galiza e nunca chegou a ser unha naci�n
tan forte como Castela[24].
Se preconiza para el futuro la reintegraci�n: � seguro que Galiza e
Portugal se axuntar�n alg�n d�a[25].
��������������� 8)
Los irmandi�os. Redescubierta y ensalzada como la epopeya m�s
grande y admirable (Vicetto)[26],
la revuelta popular de 1467-1469 ha sido bautizada y divulgada con un
diminutivo afectivo: los irmandi�os (Risco, Vicetto). Pero al tiempo que se
eleva a los altares de la patria, la mitificaci�n nacionalista recrea -bebiendo
en fuentes nobiliarias- la revuelta de los irmandi�os como una gran desfeita,
el paradigma imaginario de la gran derrota hist�rica de Galicia, apreciaci�n
que contradice la opini�n de sus protagonistas y espectadores, y de sus
descendientes[27],
y a�n los datos documentales del final de revuelta[28].
A plazo medio y largo hay pocas dudas, en nuestra opini�n, de la victoria
social y pol�tica de los irmandi�os,� en
el cuadro de la transici�n de la Edad Media a la Edad Moderna, si tenemos en
consideraci�n lo que pod�a conseguir una revoluci�n antise�orial a finales del
siglo XV.
��������������� 9)
Mariscal Pardo de Cela. La sublimaci�n de Pedro Pardo de Cela tiene
lugar a ra�z de su muerte violenta a manos de los enviados de los Reyes
Cat�licos (1483); y primeramente corre a cargo de sus deudos y vasallos fieles,
y ya contempor�neamente es la historiograf�a galleguista quien simboliza en
Pardo de Cela una inexistente Galicia tardomedieval independentista dirigida
por su nobleza. M�s adelante estudiaremos en detalle la realidad hist�rica del
mariscal y el origen del mito, sin duda un buen ejemplo de la reconstrucci�n
ideol�gica nacionalista.
��������������� 10)
Reyes Cat�licos. Satanizados como los art�fices de la doma y
castraci�n del reino de Galicia, de la imposici�n del idioma castellano,
el centralismo y la colonizaci�n de Galicia. La historiograf�a actual ha de
matizar estas apreciaciones sumarias en aspectos capitales como la base popular
de la reimplantaci�n mon�rquica en Galicia (en la primera mitad de su reinado)
y la dimensi�n confederal y autonomista del Estado de los Reyes Cat�licos.
Castelao que reconoce ambas cuestiones, trata de quintacolumnismo
la tendencia popular a apoyarse en los reyes de Castilla contra la nobleza
gallega[29],
y tiene en cuenta s�lo como argumento para el debate el sentido federalista del
testamento de Isabel la Cat�lica[30].
��������������� Despu�s
de tres siglos en que el instinto de conservaci�n de los gallegos
estuvo adormentado polos fracasos[31],
viene el Rexurdimento del siglo XIX. Un renacimiento de la lengua y la
literatura gallegas, un contexto de reinvindicaci�n cultural y pol�tica de
Galicia, que hizo realidad la matriz de lo que ser�a la historiograf�a
galleguista y la historia de Galicia.
��������������� 11)
Guerra de la independencia. La guerra de la independencia es, por un
lado, motivo de orgullo por el hero�smo de los gallegos, os primeiros en
vernos libres de franceses i sermos os �nicos hespa�oes que mereceron o asombro
de Wellington, y no obstante, como es habitual, su desenlace causa la
decepci�n galleguista porque la autonom�a y unidad administrativa gallega
conseguida alrededor da la Xunta Superior do Reino de Galiza
result� anulada por la divisi�n provincial de 1833[32].
��������������� 12)
M�rtires de Carral. El pronunciamiento liberal de 1846 dirigido por el
comandante Miguel Sol�s (que no era gallego) merece la atenci�n del
nacionalismo en raz�n de su envergadura, por la participaci�n en �l de un grupo
de estudiantes privincialistas (encabezados por Antol�n Faraldo, que luego tuvo
que exiliarse) y por el final de Sol�s y sus compa�eros, fusilados en Carral el
26 de Abril. La revuelta se di� a conocer no tanto por la insurrecci�n en s�, o
por la constituci�n de la Junta Superior de Galicia, como por su derrota final:
los M�rtires de Carral. En l�nea siempre con el fatalismo que
impregna esta primera visi�n tradicional de la historia de Galicia. El
pretendido independentismo gallego del levantamiento ya ha sido desmitificado
por la investigaci�n[33].
Edad
Media, edad de oro
��������������� La
mayor�a de los mitos hist�ricos que hemos comentado se refieren a la Edad
Media, objetivamente el per�odo hist�rico de mayor relieve para la nacionalidad
gallega desde diversos puntos de vista: nacimiento y oficialidad de la lengua,
�poca dorada de la literatura, individualizaci�n pol�tica, influencia
internacional, clases sociales y formaci�n social diferenciadas. Galicia es una
naci�n formada en el Edad Media, y ello se refleja ampliamente en la obra de
los nacionalistas gallegos[34],
cuya filosof�a hist�rica de Galicia es deudora de un ciclo
vida-muerte-resurrecci�n que nos remite de nuevo al cristianismo, y toma
impl�citamente como referencia al valor m�s s�lido y permanente de la
nacionalidad gallega: el idioma, la cultura.
��������������� La
vida es la Galicia medieval, la muerte sobreviene al entrar en la Edad Moderna
de la mano de los Reyes Cat�licos y la resurreci�n se produce en la rom�ntica
segunda mitad del siglo XIX. El Rexurdimento es un movimiento cultural
(Rosal�a de Castro, Eduardo Pondal y Curros Enr�quez) que incluye tambi�n las
dos primeras historias de Galicia, escritas por Benito Vicetto y Manuel
Murgu�a, que, m�s all� de su valor historiogr�fico, foron a base do
nacionalismo galego[35].
��������������� El
eclipse de la Edad Moderna en la concepci�n nacionalista de la historia de
Galicia se explica ante todo, adem�s de por la definitiva integraci�n de
Galicia en Espa�a, por la marginaci�n y el abandono oficial de la lengua,
refugiada en la cultura popular y oral durante cuatro siglos, y la desaparici�n
de la literatura gallega hasta el Rexurdimento, cuyo contexto rom�ntico
(antimodernista) animaba la b�squeda y promoci�n del alma de cada
pueblo y la vuelta a la Edad Media. Frente a las 132 p�ginas que dedica Vicente
Risco en su historia de Galicia[36]
a la Edad Media, despacha los siglos XVI-XVIII en 28 p�ginas. El desarrollo de
una historiograf�a renovada centrada en la historia econ�mico-social devuelve
al Antiguo R�gimen gallego su esplendor en los a�os 70 y 80. El car�cter tradicional
de la historiograf�a nacionalista gallega, preocupada por la historia de las
�lites m�s que por la historia popular, por la historia pol�tica m�s que por la
historia econ�mica y social, por la historia intelectual m�s que por la
historia de las mentalidades, est� en la base de la endeblez de sus
planteamientos, cuya puesta a d�a urge justamente para salvar y desarrollar lo
que ha sido su aportaci�n m�s relevante: el descubrimiento de una historia de
Galicia. El car�cter fragmentario y heterog�neo de las voluminosas historias de
Galicia que se est�n publicando hoy en d�a, demuestra que lo que hemos ganado
en rigor lo hemos perdido en sustancia: falta el hilo conductor -y el empe�o
divulgador- presente en las historias nacionalistas. De manera que todav�a
podemos aprender algo de ellas (a condici�n de criticarlas, de no venerarlas
como si de textos sagrados se trataran).
��������������� En
el esquema historiogr�fico nacionalista el momento fundamental que explica el
posterior asoballamiento de Galicia son los acontecimientos de la
segunda mitad del siglo XV: 1) derrota de la revuelta irmandi�a, 2)
decapitaci�n del noble independentista Pedro Pardo de Cela, 3)
doma y castraci�n del reino de Galicia por parte de los Reyes
Cat�licos. Tres mitos interrelacionados que constituyen un sistema b�sico para
comprender la concepci�n de de Galicia y de la historia de Galicia elaborada
por el nacionalismo gallego contempor�neo. El punto de inflexi�n siglo XV/siglo
XVI marca la transici�n entre la Edad Media y la Edad Moderna y es, sin duda,
esencial para discernir los or�genes de la Galicia contempor�nea.
��������������� Vamos
a tener en cuenta principalmente las obras de Benito Vicetto, Manuel Murgu�a,
Vicente Risco, Ram�n Villar Ponte y Alfonso Rodr�guez Castelao. Todos ellos
literatos y escritores que, en un momento dado, se dedican a la historia
llevados por su patriotismo, por sus inquietudes pol�ticas. Una primera
explicaci�n del exceso de mitificaci�n est� en la falta de fuentes y en el bajo
nivel metodol�gico e historiogr�fico de la disciplina hist�rica, lo que es� especialmente cierto en el siglo XIX. Casi un
siglo despu�s Castelao acusa la existencia de posiciones cr�ticas hacia la
historia rom�ntica de Galicia, pero las propias necesidades del proyecto
nacionalista -tal como el lo entend�a- le llev� a mantener el conjunto de los
mitos acumulados desde Vicetto.
��������������� Por
otro lado, al ser el objetivo de las historias de Galicia la divulgaci�n, la
formaci�n de una conciencia nacional entre los gallegos a trav�s de la
historia, nuestros literatos y periodistas acud�an una y otra vez a la
simplificaci�n, potenciando los rasgos m�s susceptibles de idealizaci�n y
pedag�gicos; una segunda explicaci�n de la persistencia de la mitolog�a
hist�rica galleguista m�s all� de las evidencias historiogr�ficas. Hoy creemos
es factible una alta divulgaci�n de la historia, junto con su funci�n
formativa, sin caer en las mistificaciones.
Nostalgia
nobiliar
��������������� Quitando
la tendencia integracionista de la clase dirigente, no hay acontecimiento que
objetivamente haya perturbado m�s el dise�o nacionalista de una Galicia
medieval emancipada, que la revoluci�n irmandi�a. Revuelta popular, campesina y
ciudadadana, que gobern� Galicia entre 1467 y 1469, apoyada por una gran parte
de la Iglesia y por sectores de la hidalgu�a, contra los se�ores de las
fortalezas (sobre todo, la gran nobleza laica). Los llamados irmandi�os fueron
enaltecidos por la historiograf�a galleguista a la vez que incomprendidos y
hasta criticados, especialmente a causa de que haber derrotado y debilitado
para siempre a la nobleza gallega, clase social destinada a asumir el volksgeist
gallego en el medioevo. Siendo el pueblo gallego parte principal de la naci�n,
se celebra su rebeld�a her�ica, pero se cuestiona la oportunidad (revuelta
prematura) y hasta sus objetivos antinobiliarios (sirven a los intereses del
centralismo en ciernes). Esta interpretaci�n sesgada ha llegado al gran p�blico
de una manera simple, seg�n ya dijimos, mediante una imagen derrotista de la
revuelta.
��������������� En
un principio, la historiograf�a rom�ntico-liberal enjuicia negativamente a la
nobleza feudal del siglo XV, adoptando el punto de vista de la Galicia de la
�poca, fines del siglo XV y principios del siglo XVI, mayoritariamente
favorable a los irmandi�os (seg�n las fuentes populares, eclesi�sticas y
reales; la opini�n minoritaria est� representada sobre todo por los
nobiliarios).
��������������� Benito
Vicetto hace en su Historia de Galicia una continua apolog�a de los vasallos y
burgueses frente al clero y la aristocracia[37],
si bien puede m�s su anticlericalismo que su antinobiliarismo, sobre todo si su
idea de Galicia est� por medio. Dice Vicetto de los irmandi�os: debemos
saludar con emoci�n la memoria de los villanos que se levantaron en aquella
guerra para lidiar contra la tiran�a de sus se�ores de soga y cuchillo[38].
De qui�n fue el re-descubridor de los irmandi�os como hecho hist�rico[39],
no podemos esperar grandes loas a la nobleza feudal, pero s� por razones
nacionalistas a algunos de sus miembros (Pardo de Cela, Conde de Cami�a) que,
seg�n nuestro primer historiador galleguista, pusieron en pr�ctica el esp�ritu
independentista de la nobleza sueva...
��������������� Manuel
Murgu�a cuestiona acervamente la ligereza de Vicetto que en Los Hidalgos de
Monforte (1851) se inventa a un Pardo de Cela dirigente irmandi�o y a unas
hermandades en lucha por la independencia de Galicia, caracteriza la revuelta
de los irmandi�os como lucha de clases, condena a la nobleza bajomedieval
gallega y celebra la victoria irmandi�a sobre la servidumbre, en dos obras
clave: De las guerras de Galicia en el siglo XV y de su verdadero car�cter
(1861), y el Discurso preliminar (1865) de su Historia de Galicia[40].
Pero al final tambi�n Murgu�a condiciona, m�s matizadamente que Vicetto, su
discurso historiogr�fico a su discurso pol�tico.
��������������� En
un principio el radical antinobiliarismo de Murgu�a, joven miembro del partido
progresista, no distingu�a nacionalidad: Lo mismo que la nobleza de
Castilla, era la de Galicia altanera, dura y ambiciosa; lo mismo que aqu�lla
tuvo �sta su d�a de poder y su d�a de desgracia, su apogeo y su c�nit; la
decadencia de la nobleza feudal era para Murgu�a, al igual que para la mayor�a
de los gallegos de la �poca bajomedieval, motivo de alegr�a: antes de
desaparecer lanz� sus m�s vivos y siniestros resplandores sobre la tierra[41].
Despu�s de la revoluci�n de 1868 y de la I Rep�blica, Murgu�a modera su
discurso pol�tico[42];
entonces el tema de los irmandi�os desaparece de sus obras (v�ase por ejemplo, Galicia,
1888, y El regionalismo gallego, 1889), salvo como incidental tel�n de
fondo de la batalla entre nobleza gallega y Reyes Cat�licos. Sin abandonar el
liberalismo ni dejarse arrastrar por el carlismo, Murgu�a sienta las bases
conceptuales de un regionalismo conservador en sus trabajos sobre el
regionalismo gallego de 1889 y 1890, situ�ndolo por encima de los partidos[43],
que va influir en su reconstrucci�n de la historia de Galicia. De los nobles
gallegos del siglo XV se opina ya de otra manera, pasan de ser los enemigos de
los irmandi�os a los enemigos de los Reyes Cat�licos, los cuales manipulan la
hostilidad de nuestro pueblo contra la nobleza gallega, que fue el modo
m�s seguro de vencerles a todos[44].
Este cambio de partido se justifica por la convicci�n de que la nobleza era
por ciencia refractaria a Castilla[45].
A pesar de lo cual, Murgu�a no olvida sus posiciones juveniles (ten�a 28 a�os
cuando escribi� su trabajo sobre los irmandi�os y 35 cuando toma parte de la
Junta Revolucionaria de Santiago durante la revoluci�n de 1868), y rememora el
origen popular y antinobiliar de la Junta del Reino, y dice:
en tal manera que los nobles intentaron constituir otra [Junta del Reino]
que les fuese privativa pero que tuvo la vida de las rosas, porque no
representaba los intereses generales de Galicia y s� s�lo los de una
clase[46].
Este circunstancial retorno a la lucha de clases est� muy subordinado a una
posicionamiento central pro-nobleza que acabar� por imponerse en la
historiograf�a nacionalista. Con todo interesa hoy recobrar este punto de vista
popular de la emancipaci�n de Galicia, el reconocimiento de que a finales de la
Edad Media era el pueblo irmandi�o quien representaba los intereses nacionales
de Galicia y no una nobleza que, practicando masivamente en bandolerismo
social, hab�a perdido todo consenso en la sociedad.
��������������� No
es tanto el giro conservador de Murgu�a lo que provoca el cambio de actitud
hacia la decadente nobleza bajomedieval, sino un mayor compromiso regionalista,
anti-centralista, que desvaloriza o elimina de la historia aquellos hechos
sociales e intereses de clase que no se correspondan con la divisi�n bipartita
Galicia/Castilla-Estado espa�ol. La prueba est� en que Castelao, un hombre del
Frente Popular del 36, incide a pesar de su progresismo en las actidudes
pronobiliarias del viejo Murgu�a.
��������������� En
el fondo late la idea, com�n a los intelectuales galleguistas hasta hace poco
(gracias a la influencia del marxismo), de la historia como la obra de los
grandes hombres, el campo de acci�n de unos escogidos grupos dirigentes, quedando
reservado al pueblo el papel de masa de maniobra[47].
Esta instalaci�n en la cultura de �lite hace incomprensible para los primeros
historiadores y pol�ticos nacionalistas los movimientos sociales de ra�z
popular, situando en las tradicionales clases dirigentes sus esperanzas de
liberaci�n de Galicia. A la pregunta de si Galicia necesitaba de sus
arist�cratas, escribe Castelao, n�s responder�amos que s�, porque
todol-os povos necesitaron unha aristocracia como agora necesitan unha �lite;
lamentando a continuaci�n el destierro que -despu�s de la revoluci�n irmandi�a-
le impusieron los Reyes Cat�licos a los grandes se�ores de Galicia: as�
decapitaban a unha naci�n sen que a mesma naci�n se enterase, bulrando ao mesmo
tempo o xuicio da hestoria[48].
Verdaderamente, la historia juzg� y conden� a la nobleza gallega del siglo XV,
repetidamente impugnada por la revuelta de los vasallos y de las ciudades, por
una iglesia cuyos bienes hab�an ocupado fraudulentamente, por una monarqu�a
deseosa de intervenir en Galicia en olor a multitud con las banderas de la paz,
la justicia y la seguridad. El desacuerdo con la historia real conduce a la
historia deseable, seg�n la cual los nobles gallegos ser�an invulnerables
se contaran coa simpat�a dos servos ou coa fidelidade dos criados[49].
Esta nostalgia por una historia que nunca sucedi�, no tendr�a mayores
consecuencias si ello no restase gravemente objetividad a la historia de
Galicia, sobre todo cuando se atribuye a los se�ores feudales una conciencia
nacional ap�crifa.
��������������� La
conciencia gallega de constituir un reino y hablar una lengua diferente a la de
otros pueblos peninsulares y europeos, exist�a en el siglo XV, tanto en el
pueblo como en la nobleza, pero no disponemos de datos que permitan afirmar que
esa mentalidad gallega se expresase pol�ticamente contra Castilla y/o contra el
rey de Castilla, que era tambi�n rey de Galicia. Incluso la simpat�a pol�tica
de una parte de la nobleza por Portugal, durante las guerras civiles del siglo
XIV y XV, se manifiesta en el contexto de la lucha por la Corona de Castilla,
es decir, ten�a el objeto de cambiar el rey de Castilla (unificando Castilla y
Portugal) y no de romper los lazos con la Corona castellano-leonesa. El
integracionismo estaba latente en todas las clases sociales y no era en
absoluto contradictorio con una conciencia nacional en positivo. Lo
sorprendente es que durante los siglos XIX y XX sigui� siendo as�, tambi�n hoy
en d�a, y nadie se inventa una Galicia distinta para afirmar nuestro
nacionalismo.
��������������� Castelao,
al margen de las fuentes que relatan los enfrentamientos puntuales de los
se�ores gallegos con el nuevo Estado, hace de la nobleza tardomedieval la
fuerza depositaria -en exclusiva- de la dignidad gallega[50],
y cuando el pueblo primero (1467) y la monarqu�a despu�s (1483-1486) los echan
de Galicia, se queja -con eles marchouse a rebeld�a, o orgulo, a
insumisi�n da patria-, descalifica a su sustituta moderna la hidalgu�a
intermediaria -En troques, quedounos unha moitedume de fidalgos da �nfima
nobreza, impotentes e vaidosos-, y se compadece del pueblo -un povo
bulrado, abatido, roubado e sen ningunha espranza de salvaci�n[51]-,
sin considerar que el pueblo gallego hab�a luchado lo indecible por librarse de
su clase dominante feudal y que nadie se siente deprimido o desesperanzado a la
hora del triunfo. Ya apuntamos que nuestras investigaciones son concluyentes
respecto al sentimiento colectivo de victoria sobre los caballeros feudales
imperante entre los campesinos, la burgues�a y los artesanos gallegos a fines
del siglo XV y a principios del siglo XVI[52].
��������������� La
defensa de una gran nobleza que nadie quer�a en Galicia a fines de la Edad
Media, llega hasta la exculpaci�n -por lo dem�s innecesaria-. En verdade
ser�a inxusto atribuir a desventura de Galiza � tiran�a dos seus derradeiros
se�ores, pues si hubo se�ores malos tambi�n hubo se�ores buenos que
construyeron iglesias y obras� p�blicas;
y sigue Castelao: Non; a desventura de Galiza iniciouse co ausentismo dos
grandes se�ores, imposto polos Reis Cat�licos para engrosaren a grandeza
de Castela e, de paso eliminaren as nosas arelas de independencia[53].
Esto �ltimo es a las claras una invenci�n. Sobre la conveniencia o no de la
permanencia de los grandes caballeros feudales en Galicia, es indudable que los
gallegos de finales del siglo XV y la historiograf�a nacionalista han mantenido
posiciones irreconciliables. Obviamente, desde el punto de vista de una
historiograf�a profesional lo que vale es lo primero, y desde el punto de vista
de un nacionalismo enraizado en su pueblo y en la historia de su pa�s, tambi�n.
��������������� La
propia idea de Castelao de mostrar el lado positivo de la dominaci�n de la
nobleza laica atribuy�dole la concesi�n de los foros[54],
olvida un dato fundamental que ya Murgu�a[55]
hab�a se�alado: el foro se generaliza hacia mediados del siglo XIII por
iniciativa de los se�ores eclesi�sticos, hegem�nicos en Galicia hasta que, a
partir de 1369, son desplazados mediante la fuerza por la nobleza trastamarista
vencedora en la guerra civil, cuya relaci�n principal con los campesinos
gallegos no fue el foro sino la renta jurisdiccional, el tributo extralegal y
el agravio directo. Cuando Castelao alardea, muy justamente, de las
instituciones forales gallegas que conced�an aos labregos un comezo de
propiedade, base dos actuaes minifundios, mientras perdura el
latifundio feudal en la Espa�a reconquistada a los moros[56],
no tiene en cuenta que la puerta de acceso a la propiedad campesina que suponen
los foros se debe a la sustituci�n de la nobleza laica por la iglesia primero y
la hidalgu�a despu�s como grupos sociales dirigentes en Galicia, en el tr�nsito
del siglo XV al siglo XVI. La ca�da de la nobleza gallega bajomedieval, y las
relaciones sociales que encarnaba, se explica en �ltimo t�rmino por causas
econ�mico-sociales y, en primera instancia, por la impugnaci�n moral de sus
vasallos, y de la mayor parte de los gallegos, que acusaban a los caballeros de
los innumerables agravios que aquellos comet�an acuciados por la crisis
bajomedieval de los ingresos se�oriales. Si despu�s de la escisi�n portuguesa,
no existen datos acreditativos de que los se�ores feudales luchaban por la
independencia de Galicia, menos a�n de que los de abajo incluyesen
esta cr�tica en la inculpaci�n general a los se�ores; simplemente el problema
en el siglo XV gallego no estaba planteado en esos t�rminos, por ello resultaba
innecesario descargar a la nobleza de algo que ella no pod�a ni seguramente
quer�a hacer.
��������������� Nuestro
Castelao consciente del peso de los intereses de clase, remata por culpar a la
toda la clase se�orial gallega de traicionar a Galicia: no �nimo dos
nobres e na testa eclesi�stica de Sant-Iago s�io medraban os egoismos de caste,
e por eles Galiza cometeu grandes desvar�os i estivo a piques de morrer
asimilada[57].
Las censuras las reparte por igual el autor contra los se�ores eclesi�sticos,
cuya hegemon�a se personaliza en Xelm�rez en la Plena Edad Media -que es
acusado de entregar Galicia a Castilla[58]-,
y contra los se�ores laicos que al final del medievo abandonan Galicia por la
Corte: Aqueles se�ores non defend�an m�is que os seus foros, e axi�a se
trocaron en ardidos cortes�ns, enxertando os seus nomes na aristocracia
hespa�ola, antramentras que o povo galego sofr�a[59].
No se da cuenta, o no quiere darse cuenta, Castelao de que la hu�da hacia
arriba de los se�ores gallegos es una prueba m�s del car�cter imaginario
de su independentismo.
��������������� Ora
se inculpa al pueblo ora a los se�ores. Ambivalencia flexible que deriva del
h�bito de enjuiciar los hechos hist�ricos y la actuaci�n de las clases, seg�n
el dogma previo de la confrontaci�n Galicia/Castilla. As�, despu�s de la
revuelta irmandi�a, se celebra la bravura de los nobles feudales en lucha
contra los enviados de los Reyes Cat�licos y contra la inquina terrible
dos plebeus, que, por ving�rense de pasadas inxurias, axudaban �s
castel�ns[60].
La oposici�n de Pedro Madruga a la monarqu�a unificada de Castilla y Arag�n,
defendiendo a Do�a Juana contra Isabel I, y despu�s la resistencia individual
de los se�ores gallegos las �rdenes de los Reyes de ceder su control sobre los
bienes eclesi�sticos y sobre sus nuevas fortalezas, son momentos importantes
para la historiograf�a galleguista porque son adaptables al esquema de
confrontaci�n con Castilla y su monarqu�a, que tanto se echa en falta en la
historia de Galicia.
��������������� Si
de entrada el pueblo apoya a Acu�a y Chinchilla contra los se�ores feudales,
anatema; si finalmente la alta nobleza acaba cediendo a las presiones de los
Reyes Cat�licos y acepta el exilio dorado en la Corte castellana, anatema. S�lo
se salva Pedro Pardo de Cela, cuya muerte por decapitaci�n, en 1483, por orden
de los Reyes Cat�licos se pretende que salve el honor de Galicia y
de su nobleza. Cualquiera que hayan sido sus pecados, la muerte hab�a hecho bueno
al mariscal. A�os y a�os de cr�tica historiogr�fica no han podido con el
mariscal imaginario creado por la tradici�n y enarbolado sin pudor por la
historiograf�a patri�tica.
Ascenso
y ca�da de Pardo de Cela
��������������� Si
hay un hecho hist�rico donde el mito y la realidad conocida se hayan
distanciado tanto, este es el caso del mariscal Pedro Pardo de Cela, cuya
muerte violenta ha creado las condiciones para la invenci�n de una biograf�a
que lo ha convertido en el m�rtir por excelencia de la literatura galleguista,
en el m�ximo representante de esa nobleza gallega que ten�a que haber sido y
que no fue. El estudio del proceso de mitificaci�n de Pardo de Cela, puede ser
paradigm�tico para comprender los mecanismos ideol�gicos que transmutan un
hecho hist�rico en una leyenda interesada, pasando por una tradici�n popular.
Empezemos por los datos sabidos a trav�s de las fuentes escritas.
��������������� Cuando
Vicetto reconoce que no tiene fundamentos documentales que justifiquen su
versi�n imaginaria de Pedro Pardo de Cela: echa las culpas a Aponte, Molina y
G�ndara que casi no hablan del mariscal,�
no entiende la verdad como estos ilustres cronistas de los siglos XVI y
XVII no lo han situado entre los grandes nobles gallegos de finales del siglo
XV[61].
El caso es que Pardo de Cela no fu� m�s que un noble mediano, protagonista de
un ascenso fulgurante que le granje� grandes oposiciones populares,
eclesi�sticas y reales a causa de la violencia empleada, procedimiento habitual
en la �poca[62].
No habr�a llamado la atenci�n si no fuera porque a principios de los a�os 80
las circunstancias hicieron de �l un chivo expiatorio. Y ni a�n as� los
genealogistas del reino le dieron desp�es mucha importancia a su muerte (otra
cosa fueron los genealogistas de las casas se�oriales que lo ten�an por
ascendiente).
��������������� Antes del martirio, Pedro Pardo
de Cela era un caballero malhechor, lo mismo que Pedro Alvarez de Soutomaior,
llamado Pedro Madruga; los diferenciaba la pertenencia de �ste a un linaje de
mayor solera y patrimonio, y tambi�n una capacidad de intervenci�n pol�tica m�s
acusada. Hay que decir que en general los se�ores laicos gallegos del siglo XV,
eran vistos como malhechores en Galicia y en la Corte de Castilla. De ah� la
representatividad media del mariscal.
��������������� Aponte
cuenta como Pedro Pardo de Cela era un simple caballero a sueldo de los Andrade
asta que fue gran se�or, pudo entonces reunir -con la ayuda de su
yerno Pedro Bola�o- hasta 100 escuderos y 5.000 peones, gracias a que
com�a todo el obispado de Mondo�edo[63].
Despu�s de la revuelta irmandi�a, aparece, en 1477, entre los grandes se�ores
confederados -el �ltimo de la lista- para resistir al intento real de resucitar
las hermandades[64],
el a�o siguiente podemos considerar que empiezan los enfrentamientos que cinco
a�os despu�s causaran su ruina.
��������������� Para
Garc�a Oro, Pedro Pardo de Cela no fue m�s que un infortunado caballero
del siglo XV, y cree que las causas de su infortunio estaban en la
endeblez de su se�or�o, en que no supo rodearse de aliados y en la
determinaci�n del gobernador Fernando Acu�a por hacer valer la autoridad real[65].
Habr�a que a�adir el factor circunstancial, la coyuntura pol�tica de 1483,
cuando los Reyes Cat�licos obligan a Acu�a y Chichilla a volver a Galicia y
obtener resultados inmediatos para restablecer la paz y el orden, devolviendo
los se�or�os eclesi�sticos a la iglesia[66].
��������������� De
su familia hereda Pardo de Cela castillos y casi nada m�s[67];
llegar� a ser un gran se�or de fortalezas, lo que le confiere gran poder
coercitivo y pocos medios econ�micos directos. Una buena p�litica matrimonial
lo emparenta con importantes familias nobles: se casa con Isabel de Castro,
hija del Conde de Lemos y sobrina del obispo de Mondo�edo; casa a sus hijas con
caballeros de las casas de Saavedra (que viene en el nobiliario de Aponte) y de
Ribadeneira (a su vez emparentado con las casas de Miranda, Bola�o y Ron)[68].
En 1464 es ya encomendero del obispado de Mondo�edo (ya lo fuera su padre Juan
N��ez Pardo) y alcalde de Vivero por el rey, cargo que le ser� confirmado el
a�o siguiente por Enrique IV al pasar la villa a la corona[69].
Sus ingresos se complementan con las alcabalas de gran parte del obispado de
Mondo�edo[70].
Esta dependencia de los ingresos ajenos (generados por la iglesia de Mondo�edo,
los vecinos de Vivero y las rentas del rey) para mantener un estatus de gran
se�or fue el tal�n de Aquiles del mariscal Pardo de Cela[71],
siendo en esto tambi�n representativo de la nobleza gallega del siglo XV que
refeudaliza el pa�s e institucionaliza el agravio como parte principal de la
renta feudal[72].
Por las fuentes orales sabemos que fueron las rentas del obispado de Mondo�edo
las que desencadenaron el conflicto que le llevar� al cadalso. Y por las
fuentes judiciales posteriores que el cobro de las rentas reales justific� la
confiscaci�n pos-morten de sus bienes.
��������������� La
falta de sentido econ�mico de esta nobleza advenediza y violenta de origen
trast�mara, que tan bien encarna Pardo de Cela, se ve en aquello que
Pedro Pardo, Mariscal dixera al dicho Conde [de Lemos] que ynchiese los
caballos de los dichos basallos e quel dicho Conde que no queria que no se abia
de mantener de los carballos[73].
Este di�logo tuvo lugar en 1469, cuando el mariscal vuelve del exilio (interior
o exterior, no lo sabemos), bajo las �rdenes del Conde de Lemos, su suegro,
para recuperar sus posesiones tomadas por los irmandi�os. Los vasallos rebeldes
hab�an derrocado la fortaleza A Frouseira donde prendieron al Mariscal
Pedro Pardo[74],
dej�ndole con vida pese a su fama de bandolero, cosa que diez y seis a�os
despu�s no har�n los oficiales de la reina Isabel. Pardo de Cela no fue el
dirigente de los irmandi�os que ha imaginado el novelista Vicetto[75],
sino uno de sus enemigos m�s recalcitrantes.
��������������� Pedro
Pardo quiso emular a los grandes se�ores aprovechando las oportunidades que
ofrec�a el turbulento siglo XV. Sin embargo, un caballero que sirvi� como �l a
Fern�n P�rez de Andrade, Alonso de Lanz�s, sigui� el camino contrario: eligi�
el bando de los vasallos, y lleg� a ser uno de los capitanes (en el obispado de
Lugo) m�s conocidos de los irmandi�os, despu�s de sufrir personalmente los
agravios y asaltos de Andrade, Pardo de Cela y otros se�ores[76].
A su vez Alonso de Lanz�s es culpable de la muerte del hermano de Pedro Pardo
de Cela[77].
Es conocida asimismo la enemistad del mariscal con el hidalgo Fernando D�az
Teixeiro, dirigente militar irmandi�o en Mondo�edo[78].
��������������� Tampoco
es cierto, como ha dicho la historiograf�a galleguista, que Pardo de Cela
militara en el bando de la Beltraneja y de Portugal contra Isabel la Cat�lica
en la guerra de sucesi�n 1476-1479[79].
Todo lo contrario, se aline� con el bando isabelino que encabezaba el arzobispo
Fonseca y que comprend�a a casi toda la nobleza gallega (aunque el entusiasmo
desplegado fue muy desigual), de tradici�n integracionista como sabemos, con la
notoria excepci�n de Pedro Alvarez de Soutomaior que defendi� la opci�n
portuguesa. As�, en 1476, estuvo el mariscal con todos los otros Pardos y
Rivadeneyras en el gran cerco de Pedro Madruga en Pontevedra[80],
y en 1477 -seg�n ya dijimos- participa en una confederaci�n se�orial que siendo
isabelina, guardando servicio del rey e reina nuestros se�ores,
est� pensada para resistir la orden real de recrear la Santa Hermandad[81];
los intereses de clase estaban por encima de cualquier fidelidad pol�tica. A
partir de ah� se suceden una serie de problemas puntuales del mariscal con los
oficiales de los Reyes Cat�licos sin que ello suponga un cambio de bando. No
existe pues noticia documental alguna del alineamiento, en cualquier momento,
de Pardo de Cela con Pedro Madruga y los portugueses durante la guerra de
sucesi�n.
��������������� Los
enfrentamientos de Pardo de Cela con los oficiales reales (sucesivamente:
Ladr�n de Guevara, Francisco Cer�n y Fernando de Acu�a) ser�an marginales para
la historia de la Galicia en el tr�nsito de la Edad Media a la Edad Moderna,
sino fuera por el desenlace mortal de este conflicto. Los se�ores de Galicia
gobernaban sus estados proclamando la lealtad hacia un lejano rey de Castilla,
de cuyas rentas gallegas se apropiaban. Cuando la reina Isabel pretende hacer
m�s efectiva la autoridad real en Galicia, resucitando las hermandades y
buscando el sost�n de las ciudades, surgen grandes conflictos de poder, de
jurisdicci�n, entre los enviados de los reyes y cada uno de los grandes se�ores
de fortalezas, empezando por los partidarios de Isabel.
��������������� El
arzobispo Fonseca fue el primero que se encastill�, en 1480, en la catedral de
Santiago para resistir al gobernador Acu�a que quer�a el control de las
fortalezas arzobispales; el contencioso se resolvi� llev�ndose los reyes al
fiel Fonseca a la Corte (nada menos que como Presidente del Consejo Real),
dejando que Acu�a y Chichilla continuaran en Galicia su campa�a
depuradora[82].
Por el mismo motivo, esto es, el control de las fortalezas episcopales, el
tambi�n isabelino Conde de Lemos el mayor se�or de aquel Reyno de
Galicia, asedia, en 1483, el castillo de Lugo, que hab�a sido tomado por
Acu�a, considerando que dicha intromisi�n constitu�a un agravio hacia su hermano
el obispo de Lugo, y no obedece las �rdenes directas de los Reyes Cat�licos
para que alzase el sitio, por lo que el propio rey Fernando parti� para
el Reyno de Galicia � punir al Conde por aquella osad�a que cometi�, de
nada vali� que entoces el Conde de Lemos levantara el cerco, el ej�rcito real
continu� hacia Lugo con la intenci�n de escarmentar al mayor se�or de Galicia.
En Astorga se enter� el rey de que el Conde (ten�a 80 a�os de edad) hab�a
muerto y se suspendi� la operaci�n; en 1486, el conflicto se reanud� con el
nuevo Conde de Lemos, Rodrigo Alvarez Osorio[83].
En este contexto de lucha generalizada por el poder nobleza-monarqu�a tienen
lugar los incidentes que llevaron a Pardo de Cela al cadalso como cabeza de
turco. Salvo en el caso de Pedro Madruga, ninguno de los nobles que tuvieron
problemas con los hombres del rey plantearon problemas de disidencia pol�tica
con la nueva monarqu�a, m�s bien lo contrario. �
��������������� Para
la implantaci�n de la autoridad real en Galicia fue necesario pero no
suficiente la superaci�n de los conflictos con Fonseca y, sobre todo, con Pedro
Alvarez Osorio, el viejo Conde de Lemos, decano de la nobleza gallega del siglo
XV. Hasta Pedro Madruga, reconvertido al isabelismo triunfante, buscaba en el
Conde de Lemos abrigo frente a Acu�a, porque aunque este disimulaba de
all� les ven�a el consejo a todos porque lo ten�an por padre[84].
La cuesti�n es que Pedro Alvarez Osorio desobedece a los reyes pero muere en la
cama, y su yerno Pardo de Cela desobedece a los reyes y muere ajusticiado por Acu�a
(el 17 de diciembre de 1483).
��������������� La
orfandad nobiliar que supone la p�rdida del Conde viejo de Lemos es percibida
por el resto de la nobleza como un golpe tanto o m�s importante que la
decapitaci�n ejemplar de Mondo�edo: Ansi que, viendo los se�ores
falle�ido al conde de Lemos y muerto a Pedro Pardo, acordaron todos de ser a
una; la nueva confederaci�n est� formada por Ulloa, Andrade, Moscoso,
Suero G�mez y Pedro Madruga, y tiene como fin obedecer al rey pero no
consentir a los governadores todo lo que quisiesen fa�er[85].
Los enviados de los reyes se hab�an hecho m�s peligrosos que las propias
hermandades de los vasallos. Neutralizado el rebelde Fonseca, cabeza del
partido isabelino, desaparecido el rebelde Conde de Lemos, jefe natural de los
se�ores gallegos, el golpe de efecto de Acu�a degollando a un caballero de
segundo orden como Pardo de Cela, ayud� mucho sin duda a meter en cintura a los
se�ores feudales gallegos (quedaba claro que esta vez iba en serio), que, en
1486, visitando Santiago los Reyes Cat�licos son compelidos de nuevo a
marcharse a la Corte, dejando a Galicia en manos de la autoridad real, lo que
se consigue con el socorro y el aplauso del pueblo gallego, que obtiene as�
desde arriba la paz, la seguridad y la justicia que, desde abajo
hab�a conquistado por las armas en 1467.
��������������� Ciertamente, con el tiempo la
integraci�n plena de Galicia en el nuevo Estado entra�a la centralizaci�n, la
dependencia y la marginaci�n (del idioma gallego en primer lugar), pero este
problema ni estaba planteado ni preocupaba a los gallegos del siglo XV, y menos
a�n a los nobles feudales: esta es la cruda realidad que la vieja
historiograf�a galleguista no quiso asumir. Subjetivamente, es un anacronismo
pensar que los se�ores gallegos cuando defend�an en los a�os 70 y 80 del siglo
XV sus parcelas de poder, frente a los corregidores y gobernadores de los reyes
de Castilla y Arag�n, sustentaban un proyecto pol�tico para Galicia distinto
del secular integracionismo en la Corona de Castilla y Arag�n. Ni siquiera en
el caso de Pedro Madruga, se puede afirmar con rigor que quer�a una Galicia
independiente; Pedro Alvarez de Soutomaior, noble fronterizo que serv�a a dos
reyes, a la vez Vizconde de Tui y Conde de Cami�a, casado con una noble
portuguesa y con muchos intereses y amigos en Portugal (de all� trajo en 1469
sus tropas para combatir a los irmadi�os), no quer�a m�s que ganaran la Corona
de Castilla Juana la Beltraneja y su marido el rey de Portugal para de este
modo llegar a la unificaci�n de Castilla y Portugal (frente a la alternativa
luego triunfadora de la confederaci�n de Castilla y Arag�n). La din�mica
hist�rica ped�a, en el umbral de la Edad Moderna, avanzar hacia grandes
estados, nadie en la pen�nsula ib�rica planteaba mayores fragmentaciones.
Objetivamente, la uni�n de Castilla y Portugal implicaba el reencuentro, en el
marco de una entidad pol�tica peninsular m�s amplia, de la Galicia bracarense y
de la Galicia lucense, pero nada m�s y nada menos (porque no negamos que ser�a
una alternativa mucho m�s beneficiosa para Galicia). Todo lo dem�s es
apartarnos del terreno de los hechos demostrables y pasar a las especulaciones,
salir de la historia real y entrar en la filosof�a (idealista) de la historia.
��������������� Digamos
algo ahora sobre la guerra particular de Pardo de Cela con los oficiales
reales, a la que venimos haciendo referencia. En 1476, Ladr�n de Guevara con
una carta de los Reyes Cat�licos para obtener auxilio contra el bando
portugu�s, llega a Vivero, en manos de Pedro Pardo, que seg�n Aponte se le
resisti�[86];
sin embargo, el mariscal estar� ese mismo a�o, al igual que Ladr�n de Guevara,
en el gran cerco organizado por Fonseca en Pontevedra a las tropas de Pedro
Madruga[87].
Este primer conflicto de Pardo de Cela con un oficial de los Reyes Cat�licos,
no afect� -como en los dem�s casos estudiados: Fonseca y Conde de Lemos- a su
fidelidad a la reina Isabel. La verdad es que transformar estos� enfrentamientos locales en un problema
pol�tico global vendr�a a agravar la situaci�n de los caballeros implicados,
era un lujo que no se pod�an permitir, cuando los nuevos reyes estaban
consolidando a ojos vistas su poder, por ello buscaban una y otra vez el sost�n
de los Reyes Cat�licos contra las decisiones que consideraban injustas de sus
representantes en Galicia. La �nica posibilidad que ten�an era crear
contradiciones entre �stos y los reyes, habituados por lo dem�s a actuar como
�rbitros. Pardo de Cela demand� y obtuvo reparaci�n de los reyes por el
comportamiento agraviante de Ladr�n de Guevara en Vivero; documento que nos
ofrece una versi�n de los hechos distinta a lo que dice Aponte[88].
Lo que estaba encima de la mesa en todas estas confrontaciones entre los
se�ores y la monarqu�a unificada es qu� jurisdicci�n iba a predominar sobre tal
fortaleza, ciudad o jurisdicci�n: �los oficiales del rey o el se�or local?
Adem�s los hombres del rey defend�an la jurisdicci�n eclesi�stica frente a las
generalizadas usurpaciones nobiliarias laicas. La pol�tica de aliados de la
monarqu�a en Galicia aisl� a una nobleza montaraz que ya fuera derrotada
estripitosamente por el pueblo en 1467.
��������������� Los
problemas de Pardo de Cela con los hombres del rey estaban desde el punto
econ�mico y de poder en la ciudad de Vivero, la iglesia episcopal de Mondo�edo
y las rentas reales recaudadas en el obispado; desde el punto de vista militar
la clave estaba en qui�n controlaba las fortalezas del obispado (reedificadas
despu�s de la revuelta irmandi�a). Varios documentos del Registro General del
Sello -utilizados ya por Francisco May�n a principios de los a�os 60- de 1477 a
1480 han permitido conocer los puntos de desacuerdo entre los Reyes Cat�licos y
Pardo de Cela, impulsando el proceso de desmitificaci�n de la figura de �ste.
Dos cartas de 1477 ilustran la voluntad de los reyes de mantener a Vivero en
situaci�n de realengo y de defender a la iglesia de Mondo�edo frente a
caballeros malhechores[89].
Pronunciamientos gen�ricos que se concretan, en 1478[90],
en varias requisitorias del rey Fernado el Cat�lico contra Pardo de Cela, cuyo
cumplimiento se encomienda al corregidor de Vivero, Francisco Cer�n: que
desocupe lugares, cotos y feligres�as en Vivero; que devuelva las alcabalas y
otras rentas reales usurpadas; que cese de edificar fortalezas en Vivero y su
tierra; que no construya puertos propios en competencia con Vivero... A
mediados de a�o, el rey Fernando destierra a Pardo de Cela de Vivero y convoca
a todo el obispado a cerrar filas en torno al corregidor Cer�n.
��������������� A
trav�s de influencias en la canciller�a real, Pardo de Cela hace valer su fidelidad
pol�tica y consigue cartas de seguro de los reyes en las siguientes fechas: 27
de agosto de 1478 (contra caballeros y otras personas)[91],
11 de septiembre de 1480 (contra Francisco Cer�n)[92],
4 de noviembre de 1480 (contra caballeros y otras personas)[93].
Cartas de amparo que se entrelazan y alternan con las de abandono y reprensi�n,
y son ya incapaces de frenar (en �ste y en los dem�s casos de nobles en
cuarentena) el enfrentamiento generado por la incompatibilidad de fondo entre
el poder del mariscal y el nuevo poder real en las tierras de Mondo�edo. Se
demuestran con todo dos cosas: que los oficiales reales de cada jurisdicci�n o
reino act�an con cierta autonom�a respecto de la Corte, y que los reyes daban
con frecuencia una de cal y otra de arena, sobre todo a la hora de expedir
cartas, no tanto cuando estaba en juego en verdad la autoridad real.
��������������� En
el verano de 1480, el corregidor Cer�n desarrolla una violenta campa�a contra
Pardo de Cela que lleva a �ste a quejarse ante los reyes, porque Cer�n le
ha hususpado e husurpa la juridici�n del obispado de Mondo�edo[94],
lo que da lugar a la mencionada carta de seguro de septiembre de 1480, a pesar
de la cual la confrontaci�n va in crescendo por una raz�n simple: Pardo de Cela
no ced�a el poder y las cartas conseguidas en la Corte poco val�an, adem�s se
contradec�an entre s�; la contienda pasa pues al terreno militar porque en esta
ocasi�n los hombres del rey est�n dispuestos -ten�an las �rdenes para ello- a
quedarse en Galicia hasta establecer el nuevo orden. El 3 de agosto de 1480 los
Reyes Cat�licos mandan a Galicia con poderes de excepci�n al caballero Fernando
Acu�a y al jurista L�pez de Chinchilla. La carta de seguro del 4 de noviembre
de la reina Isabel va dirigida precisamente al gobernador Acu�a a fin de que
protega a Pardo de Cela de sus enemigos, pero �qui�n protege a Pardo de Cela
del nuevo gobernador?
��������������� Un
a�o despu�s de su llegada a Galicia, tenemos a Fernando de Acu�a cercando al
mariscal en A Frouxeira[95].
El asedio es sangriento, seg�n Diego Valera, cronista de los Reyes Cat�licos,
dura ocho meses y termina con la rendici�n de la fortaleza con ciertas
condiciones; entonces Acu�a la derroca[96].
Los problemas econ�mico-sociales que enfrentan al gobernador real con Pardo de
Cela en 1480-1483 no son distintos de los que aparecen en los citados
documentos de 1477-1480, s�lo que ahora en cuanto a adversarios locales la
ciudad de Vivero cede su protagonismo al obispo de Mondo�edo, y la lucha se
centra m�s en el control de las fortalezas del obispado, el car�cter netamente
militar de esta fase contribuye a entender mejor el jucio sumar�simo y
posterior ajusticiamiento.
��������������� Despu�s
de la ca�da de A Frouxeira viene la revuelta en Lugo contra Acu�a del suegro
del mariscal, el Conde de Lemos, lumbre y luz de los cavalleros de
Galicia seg�n Aponte, que pone en evidencia un estado latente de rebeli�n
de los se�ores gallegos, cada uno por su lado defendiendo sus fortalezas.
Todav�a una confederaci�n se�orial en toda regla contraria a los representantes
de los Reyes Cat�licos, ser�a demasiado, podr�a contradecir en alguna medida la
lealtad una y otra vez proclamada de todos y cada uno de ellos hacia lsabel
(despu�s de la decapitaci�n de Mondo�edo se har�). Incluso Pedro Madruga, que
cuando Acu�a asedia A Frouxeira en el norte de Galicia est� tomando en el sur
el castillo de Fornelos (el gobernador no puede estar en todas partes, y va
tomando las fortalezas rebeldes una tras otra), manda a su mujer a la Corte
para ganar la simpat�a de la reina Isabel[97].
A los seis meses de morir el Conde de Lemos, comenta Aponte: cortaron la
cabe�a a Pedro Pardo o mariscal. Y todos los se�ores se re�elaban[98].
��������������� Es m�s que probable que el
sentido de la oportunidad de Acu�a le impulsa a marchar, desde Sarria, contra
el castillo de Castrodouro donde se encontraba Pardo de Cela (los motivos
concretos son sus violencias contra la gente del obispo de Mondo�edo, seg�n la
tradici�n oral). Cuenta Valera que los defensores salieron al campo a pelear,
hubo muertos y heridos, y el mariscal tuvo que retraerse a la fortaleza[99].
La tradici�n (Relazon da carta executoria) dice que el mariscal es
detenido fuera de la fortaleza, en una casa de la aldea de Castrodouro, el 7 de
diciembre, llevado preso a Mondo�edo y ajusticiado diez d�as despu�s, junto con
varios de los suyos. El cronista Pulgar a�ade (dato probablemente de origen
oral) que los presos pretendieron comprar sus vidas, y que los oficiales reales
no aceptaron las grandes sumas de oro para la guerra de los moros
ofrecidas por el mariscal[100],
el cual tem�a ya por su vida.
��������������� La
ejecuci�n de Pardo de Cela y sus hombres necesita de m�s explicaciones que la
simple negativa a aceptar la autoridad del gobernador real, y renunciar por
tanto a las fuentes extraordinarias de ingresos basadas en la coacci�n, porque
el resto de la alta nobleza gallega estaba en la misma actitud. Hay que pensar
en tal vez en una respuesta a la sangre derramada por Pardo de Cela (Pedro
Madruga, sin duda lo superaba) y/o en un escarmiento consciente para la
recalcitrante nobleza gallega (pensemos, por ejemplo, en la resistencia a la
organizaci�n de las nuevas hermandades), atac�ndola por un flanco d�bil y en
una conyuntura adecuada: reci�n desaparecido el Conde de Lemos y compelidos
Acu�a y Chichilla por los reyes a conseguir la pacificaci�n mediante las cartas
del 31 de marzo de 1383.
��������������� La
tradici�n oral favorable a Pardo de Cela nos informa del conflicto violento (lo
niega primero y lo acepta despu�s) del mariscal con el obispo y los cl�rigos de
Mondo�edo (paralelo al que ten�a Pedro Madruga con el obispo de Tui) como
explicaci�n directa de la intervenciones armadas de Acu�a contra �l e
indirectamente de la propia sentencia de muerte. Habr�a que a�adir la
resistencia pertinaz a la autoridad de los oficiales del rey y la negativa a
acudir a la Corte a rendir cuentas a los reyes.
��������������� No
cabe subestimar la intencionalidad disuasora del degollamiento de los
caballeros Pedro Pardo de Cela y Pedro Miranda, ni sus efectos positivos para
imponer la justicia p�blica en Galicia, pero hay que decir que no se trata de
hechos aislados. En el mismo a�o de 1483, Jo�o II de Portugal decapita al Duque
de Braganza, y en 1452 Juan II de Castilla hab�a ejecutado a Alvaro de Luna. La
traici�n y la desobediencia justifican plenamente desde el punto de vista del
derecho en vigor, y de la mentalidad de la �poca, las sumarias ejecuciones
reales. Exist�a incluso cierta tradici�n en la Galicia medieval en eso de
ajusticiar caballeros -y no digamos en cuanto a la costumbre de los caballeros
de darse justicia entre s� de dicho modo-[101].�
��������������� Todav�a
siguieron un tiempo las rebeld�as particulares de los Condes de Cami�a,
Altamira y Monterrey, de Diego de Andrade y Suero G�mez de Soutomaior, y de los
familiares de Pedro Pardo, pero en el a�o 1483 se hab�a producido en Lugo y
Mondo�edo un punto de inflexi�n sin retorno en las relaciones entre la nobleza
gallega y la monarqu�a castellano-aragonesa. Los Reyes Cat�licos, en 1486,
tienen a�n que blandir ante el Conde de Altamira la amenaza de muerte para
obligarlo a marcharse a la Corte[102]
(llov�a sobre mojado). En enero de 1486 Pedro Madruga hace testamento y
despu�s, no mucho despu�s de dicha fecha, muere en Alba de Tormes cuando por
medio del Duque de Alba pretend�a, sin �xito, obtener el favor de los Reyes
Cat�licos en la vergonzosa pelea que ten�a con su hijo por la fortaleza y el
se�or�o de Soutomaior[103].
Entre el a�o 1483 al a�o 1486, entre el exilio cortesano y la muerte (Pedro
Alvarez Osorio, Pedro Pardo de Cela, Pedro Alvarez de Soutomaior), se decide la
desaparici�n de la nobleza medieval como clase dirigente en Galicia. Los
vasallos no lloraron en general la p�rdida de sus se�ores, m�s bien
se alegraron, sobre todo porque vino precedida y/o acompa�ada del derrocamiento
-siguiendo m�todos irmandi�os- de las fortalezas reedificadas en la d�cada
reaccionaria que sigui� a la Santa Irmandade. Todo un cambio de r�gimen social.
��������������� Bien,
antes de dejar la historia y penetrar en los limbos de la leyenda y el mito,
dejemos claro lo que sent�an los contempor�neos (disponemos de una serie de
testimonios vertidos en las d�cadas que siguen a 1483) de la muerte de la
nobleza feudal gallega, simbolizada en la ejecuci�n de Mondo�edo. Por esos a�os
se habla poco del trasfondo econ�mico, de la lucha por el poder que enfrent�
inevitablemente a Pardo de Cela con los oficiales de los Reyes Cat�licos, las
fuentes insisten principalmente en explicaciones moralistas, justificativas,
que relacionan la mentalidad justiciera de la �poca con dicha muerte violenta.
Decir tambi�n que no se vincula directamente la decapitaci�n de Pardo de Cela
con los Reyes Cat�licos, m�s bien con sus enviados Acu�a y Chichilla, sobre
�stos parece recaer en primera instancia tanto el m�rito como la culpa, seg�n
la actitud sea contraria o favorable hacia el mariscal y los suyos. En
cualquier caso, en un documento algo posterior (1487), los Reyes Cat�licos
preuben que asumen la justeza de la ejecuci�n y subsiguiente incautaci�n de
propiedades: sepades que al tiempo que fue fecha justicia del Mariscal
Pedro Pardo de Cela fueron confiscados e aplicados todos sus bienes[104].�
��������������� La
verdad es que los reyes hab�an estado urgiendo a sus enviados una soluci�n
inmediata a los conflictos con la nobleza gallega, impacientes porque en tres
a�os no se hubiera resuelto mucho: el 28 de junio de 1482, escriben a Acu�a
para que pro�edades contra los delinquientes e contra sus bienes,
faziendo para ello los ayuntamientos e llamamientos de gentes, citando
precisamente los obispados de Lugo y Mondo�edo[105];
el 31 de marzo de 1483, comunican a Acu�a y Chinchilla (que hab�an vuelto a la
Corte) que agora nuebamente an su�edido algunos esc�ndalos e
ynconvenientes en el reino de Galicia, orden�ndoles que tornedes a
�l con los mismos cargos e con los poderes... que de nos llebastes[106];
en otras dos cartas del 31 de marzo[107],
les mandan que quiten las encomiendas de obispados y monasterios a los nobles
laicos, y que destierren de Galicia al Conde de Monterrey, al Conde de
Altamira, a Diego de Andrade, a Fernando de Castro y a Pedro Bola�o.
Significativamente no se nombra ni a Pardo de Cela ni a Pedro Madruga; est�
claro que no los consideraban ya recuperables como cortesanos. Tal es el
contexto oficial en el que tiene lugar el enfrentamiento que lleva a la
ejecuci�n y el nacimiento de las tradiciones sobre Pardo de Cela, chivo
expiatorio de los pecados de la nobleza gallega.
��������������� El
cronista Pulgar refleja bien la tradici�n culta, pr�xima a la monarqu�a, que
considera justicia ejemplar la que ejercieron Acu�a y Chinchilla al hacer pagar
caro sus cr�menes a los caballeros Pedro Miranda y Pedro Pardo, que por su
condici�n social no cre�an que pod�a venir tiempo en que la justicia los
osase prender[108].
Vasco de Aponte, admirador de la nobleza del siglo XV, que no puede admitir que
fueran malhechores los ajusticiados, deja sin explicaci�n las razones de Acu�a
para mandarlos matar, cosa que en cambio la tradici�n oral no hace.
��������������� La
tradici�n popular representada por los testigos del pleito Tabera-Fonseca dice
de Pedro Pardo, a la vez que recuerda c�mo aconsej� al viejo Conde de Lemos
colgar a los vasallos irmandi�os de los robles, que fue degollado por el
gobernador Acu�a porque desde A Frouxeira robaba e hazia males. De
los doce testimonios sobre el tema, once reiteran el argumento justiciero y
anti-fortaleza, cualesquiera que fuesen sus oficios, vecindades (3 de Lugo, 3
de Betanzos, 1 de Monforte, 1 de Padr�n y�
4 de aldeas del arzobispado) o posiciones ideol�gicas[109];
s�lo uno de los testigos, de posiciones pr�ximas a la nobleza, se calla el ajusticiamiento
del mariscal, solamente hace referencia al derrocamiento de A Frouxeira,
afirmando que ello fuera porque se llebantaran contra el rey[110].
Antes admit�an su rebeld�a hacia la monarqu�a que sus fechor�as. A la mayor�a
no les parec�a la desobediencia a los reyes tan importante para explicar la
punici�n del mariscal como su comportamiento delictivo. En �sto la tradici�n
galleguista se separa despu�s radicalmente de la antigua tradici�n popular[111].
��������������� En
fin que podemos decir sin temor a equivocarnos que para la opini�n p�blica de
fines del siglo XV y de inicios del siglo XVI, el mariscal Pardo de Cela no
hab�a sido m�s que un malhechor feudal con quien afortunadamente justicia real
arregl� cuentas. Ninguna noticia que relacione claramente al mariscal y su
muerte con el bando de la Beltraneja, y menos a�n con una estrategia de
defensa de Galicia frente al centralismo de los Reyes
Cat�licos.
��������������� Sin
embargo, no todo el mundo pensaba mal del mariscal, en los c�rculos de sus
familiares y criados fieles se desarrolla una tradici�n en su favor, que unos
tres siglos despu�s pasa a la novela hist�rica y a la ideolog�a (en el sentido
de falsa conciencia) galleguista, que presenta como mayoritaria una tradici�n
marginal en su tiempo. La muerte por decapitaci�n del caballero mariscal se
presta bien al romance y al romanticismo, vayamos pues progresivamente del mito
en la tradici�n popular al mito en la tradici�n culta. Cuya importancia no
habemos de subestimar (es el tema de este trabajo), porque las creencias y las
ideolog�as son hechos relevantes que repercuten en la historia de un pa�s,
aparte de que cuando se trata de tradiciones orales cercanas a los hechos
narrados son tambi�n una fuente muy valiosa de informaci�n.
Pedro
Pardo meu se�or
��������������� Los
Reyes Cat�licos retiran al gobernador Acu�a de Galicia inmediatamente despu�s
de la ejecuci�n de Mondo�edo[112],
sacando de la escena a algui�n que hab�a cumplido una misi�n necesaria pero
violenta e inc�moda de justificar (no parece que haya habido un juicio en
regla), generadora por tanto de animosidades[113]
que no estaban dirigidas directamente contra los reyes, quienes sustituyen al
combativo Fernando de Acu�a por Diego L�pez de Haro, hombre al parecer m�s
sutil[114],
el cual pese a todo tiene que organizar de inmediato el sitio de la fortaleza
de Vilaxo�n donde se hab�a atrincherado, despu�s de morir Pardo de Cela,
Fernado Arias de Saavedra que estaba casado con su hija menor -que muere en
este cerco-; el yerno del mariscal salva la vida porque el nuevo gobernador
tra�a nuevos aires y Diego de Andrade intercede en su favor[115].
En enero de 1484, estimamos que Diego L�pez de Haro tiene ya en su poder la
fortaleza de Vilaxo�n[116].
Todav�a el 12 de marzo de 1484, Acu�a transfiere al nuevo gobernador las
fortalezas de Lugo y Mondo�edo[117],
cuyo control resultara clave para el �xito de su cometido pacificador que dur�
casi tres a�os, adem�s del derrocamiento de unas cuarenta y seis fortalezas
(reedificadas despu�s de la revoluci�n irmandi�a) de los nobles laicos que
dif�cilmente se lo pod�an perdonar al ex-gobernador.
��������������� La
viuda de Pardo de Cela, Isabel de Castro, trata de recuperar, en el mismo 1484,
los bienes del mariscal confiscados por el gobernador Acu�a, sin resultados
iniciales, pues los reyes avalaban la expropiaci�n porque dicho mariscal
en su vida tovo ocupados e detenidos muchos bienes nuestros, y adem�s
albacea y acreedores hab�an puesto mano tambi�n en dichos bienes, lo cual
complic� tremendamente el proceso legal. En 1489, el rey Fernando concede a la
hija y a sus criados carta de seguro contra algunos caballeros[118].
Por fin, despu�s de 1494, la hija mayor de Pardo de Cela, Beatriz de Castro,
consigue la devoluci�n de la jurisdici�n de Carballo de Galdo frente a las
pretensiones del albacea Ribadeneira[119].
Esta devoluci�n tendr� en un gran impacto en los ambientes pro-mariscal,
impulsa tal vez decisivamente una tradici�n popular favorable.
��������������� Los
escuderos de Pardo de Cela, despu�s de su muerte, capitaneados por su sobrino
Pedro Pardo de Cabarcos, van a la guerra de Granada para congraciarse con los
reyes, y tratan de mantener legalmente su condici�n de hidalgos, obtenida de
hecho como todo lo que hac�a el mariscal, frente a la opini�n de la nueva
hermandad que no los consideraba como tales; en 1515-1517 y en 1528, los
representantes reales act�an contra las cartas falsas y los testigos falsos
fabricados con dicho fin[120].
��������������� En
este contexto mental de resistencia primero militar (Vilaxo�n) y despu�s legal
de los familiares y criados del difunto mariscal, que defienden sus bienes,
estatus y honra, surge la llamada Relazon da carta executoria, una
tradici�n oral originariamente en gallego de la que conocemos tres versiones
manuscritas. La primera (versi�n A) est� datada hacia 1515 (reproducida en 1674
en el Memorial de la Casa de Saavedra), la segunda (versi�n B; la m�s
reducida de las tres) est� datada hacia 1520-1525 (editada por Sanjurjo Pardo
en 1854) y la tercera (versi�n C) -en espa�ol y posterior a las anteriores- ha
sido dada a conocer por Eduardo Pardo de Guevara[121].
��������������� El
origen oral de la Relazon se desprende del idioma utilizado (el gallego
a principios del siglo XVI no era m�s que una lengua hablada), ajeno a los usos
de la Audiencia de Galicia, donde torpemente se quiere simular que se obtuvo
una carta executoria, mera trascripci�n de una tradici�n oral
exculpatoria, que termina con unas estrofas tipo Romances, o canti�as
Gallegas (dice el autor del Memorial de Saavedra) con un
encabezamiento (Ahora chora a Casa por seo Se�or) que identifica a
familiares[122]
y vasallos como posibles autores, pues ven en el protagonista del relato a
Pedro Pardo, meu Senor[123].
El car�cter b�sico que tienen la poes�a y su m�sica en la tradici�n, ratifica
pues la condici�n principal de fuente oral transcrita de la Relazon, en
especial las versiones A y B.
��������������� La
versi�n C, encontrada en el Archivo Pardo-Montenegro de Mondo�edo, es sin
embargo de origen culto y, partiendo de la Relazon, ampl�a su contenido dando
noticia de tradiciones orales posteriores a ella (la cadena denominada la
Mariscala, por ejemplo), disculpando datos err�neos de las versiones m�s
populares (como decir que Pedro Miranda era hijo de Pardo de Cela) y, lo que es
m�s importante, abandonando la l�nea exculpadora del mariscal, tomando partido
por los Reyes Cat�licos; el romance versificado se sigue reproduciendo en
gallego; en suma, se trata de una mezcla de la tradici�n oral popular con
informaci�n obtenida en documentos escritos (dice por ejemplo el autor:
Consta por pa(pe)les de la Dignidad que en el a�o 1473[124]),
pero su(s) autore(s) no abandona la identificaci�n con Pardo de Cela,
nuestro Mariscal -dice-, si bien acepta que sus errores y pecados
le llevaron a la tumba.
��������������� Lo
primero que nos brinda la Relazon son datos sobre los hechos (1480-1483)
que preceden a la detenci�n de Pardo de Cela; a falta de informaci�n
documental, es necesario y conveniente, para compensar la parcialidad de las
funtes oficiales, acudir a la tradici�n oral. Todas las versiones insisten en
un conflicto previo con el obispo de Mondo�edo por las rentas del obispado.
Permanece en un segundo plano la contienda directa entre el mariscal y los
oficiales reales por el control de las fortalezas y la deuda fiscal[125].
la carta de Fernando el Cat�lico a Acu�a y Chichilla, del 31 de marzo de 1483,
que m�s arriba comentamos, manda precisamente que en adelante ningunos
cavalleros, ni otras personas, no tengan ni tomen en ecomienda ningunos
lugares, e tierras, e vasallos de las yglesias e ar�obipados, e obispados[126];
en el� contexto de esta orden adquiere
todo su sentido el apoyo de los oficiales reales al obispo contra el
encomendero Pardo de Cela.
��������������� La
versi�n A relata como Pardo de Cela, enfrentado con el nuevo obispo por las
rentas del obispado pegava nos Cregos, � Segrares, � os matava, � podia
mais co Bispo, � outros Cavaleyros: � co esto foron con queyxumes (...) dar
conta os se�ores Reys Don Fernando, � Dona Isabela (...) suas Altezas o
embiaron a chamar, por provisos, moitas vezes, pra ser informados, � oilo (...)
� non foy, entonces lo mandaron prender y el mariscal se meti� en la
Frouxeira[127].
La justificaci�n arg�ida por los autores es que Pardo de Cela ten�a derecho a
las rentas y jurisdicciones episcopales porque su mujer las hab�a heredado de
su t�o I��go de Castro (ser� Pedro Enr�quez de Castro, como bien dice la mejor
informada versi�n C), obispo de Mondo�edo, en concepto de dote. Seguramente la
concesi�n a Pardo de Cela de la encomienda de Mondo�edo guarda relaci�n con su
boda con Isabel de Castro, pero nada m�s, la encomienda no le daba derecho a
llevarse las rentas. El mariscal como todos los nobles encomenderos de los
obispados y abad�as gallegos se apropiaba de hecho de las rentas. Por otro
lado, sabemos por el pleito que sigui� a la ejecuci�n que la dote de Isabel de
Castro se reduc�a a 5.000 florines de bienes propios, y que no pudo demostrar
el derecho sobre los bienes confiscados del mariscal[128],
la mayor parte de ellos indudablemente de origen no patrimonial.
��������������� La
versi�n C (cuyo autor posiblemente tuvo acceso a las cartas reales previas a la
detenci�n) si bien insiste en el argumento de la dote, reconoce abiertamente la
violencia y la injusticia que supon�an las intromisiones del mariscal en el
obispado, apart�ndose de la l�nea justificadora de la versi�n popular, y
detalla mejor las fases progresivas de la confrontaci�n a las que tambi�n se
refiere la versi�n A: 1) Conflicto socio-econ�mico: pendencias
entre los cobradores de la renta de la Dignidad y los criados del dicho
mariscal Pedro Pardo ynsistiendo en perzivirlas biolentamente y contra
derecho. 2) Primer aviso real: Diose parte a los Catholicos
Reyes deste atentado, y biolenzia en cuya Vista despacharon sus Provisiones
para que se aquietase y no molestase a los coletores del obispo. 3) Muerte
de cl�rigos: No fue esto bastante pues se propasso a maltratar y erir
a los clerigos con muerte de alguno que en nombre de los se�ores obispos
recog�an sus rrentas por no attreverse los legos[129].
4) Segundo aviso real, llamada a la Corte y desobediencia:
bolbiose de nuevo a dar quenta a S. A. que fue... mandar un comparendo a
muestro Mariscal; y el temeroso y acusado de su conziencia se rresitio a la
ovedienzia del rey[130].
5) Tercer aviso real y orden de detenci�n: por cuya rrazon mando
orden a D. Fernando de acu�a Governador que entonces era de galisia para
prenderle, y a partir de aqu� cuenta la toma por traici�n de A Fruxeira[131].
No dice qui�n orden� la ejecuci�n del mariscal pero s� que la reina Isabel la
apoyaba plenamente como caso de justicia ejemplar, pues se hace eco (tambi�n el
cronista Pulgar, con la variante de que para �ste la oferta se la hace a Acu�a)
de la tradici�n que narra como Isabel de Castro y otros familiares fueron a
ponerse a los pies de los Reyes Cat�licos ofreziendo Una gran suma de
dinero por la vida de su marido aquela Catholica y esclarecida Reya D� Ysavel
respondio que dios la havia echo rreyna para administrar justicia y no para
venderla[132];
as� no cabe duda para el autor de la responsabilidad �ltima de la reina en la
sentencia y la ejecuci�n. En fin, que esta versi�n C se aparta grandemente de
la versi�n A, acerc�ndose a la tradici�n mayoritaria en la Galicia de fines del
siglo XV, y del siglo XVI, que hab�a aplaudido la decapitaci�n de Pardo de Cela[133].
Conforme pasa el tiempo y los descendientes de los familiares y criados del mariscal
se instalan en la nueva situaci�n pol�tica, la peque�a pero combativa tradici�n
oral en su favor se debilita y desaparece, hasta que es recuperada
en 1851 por Vicetto, inici�ndose entonces una nueva tradici�n culta que
entronca con las pol�micas ideol�gicas de la segunda mitad del siglo XIX y de
la primera mitad del siglo XX (Villar Ponte, Castelao).
��������������� En
lo que no concuerdan las fuentes narrativas con la tradici�n oral[134]
es en la cronolog�a y los detalles de la fase militar del enfrentamiento
Acu�a/Pardo de Cela. El cronista Valera separa el asalto y derrocamiento de A
Frouxeira (que seg�n Aponte fue a principios de 1482, durando ocho meses el
cerco de acuerdo con Valera) de la lucha en Castroudouro que acaba con la
detenci�n del mariscal (por tanto a finales de 1483). Hechos que para la
tradici�n oral se suceden uno tras otro, como si fuesen un mismo
acontecimiento; de la pelea en Castrodouro no se habla, quiz�s para reforzar el
papel de los criados traidores en la entrega del mariscal en A Frouxeira. El
concepto de tiempo no es el mismo en las fuentes orales y en las fuentes
escritas. En cualquier caso, existe compatibilidad entre la cronolog�a de los
cronistas y el relato oral, rico en datos como la traici�n de los hombres del
mariscal, a su vez armonizable con el informe de Valera de que A Frouxeira se
tom� por medio de una negociaci�n, pues se acordaron ciertas
condiciones para la rendici�n.
��������������� El
punto fuerte de la Relazon es pues la intenci�n exculpadora de Pedro
Pardo de Cela haciendo responsables a los criados traidores de su desventurada
suerte, es decir, se quiere salvar su valor de caballero y su alma de
cristiano, la fama en suma, de la condena en la tierra y en el cielo. La
responsabilidad real de la iglesia de Mondo�edo que lo denuncia ante los reyes,
de �stos que ordenan prenderle y de Acu�a que lo ejecuta sumariamente[135],
se traspasa a sus vasallos traidores[136],
y en menor grado a los caballeros enemigos.
��������������� Empieza la tradici�n (versi�n A)
diciendo que el mariscal muere sen aveyr feito mal contra seu Rey,
y acusa a la envidia y malquerencia que se desejavan algus Cavaleiros do
Reino, con que competian guerra civis y concluye: por ser mais
poderoso o malsinaron, de que despois lles pesou[137].
Esto confirmar�a el relativo abandono sufrido por parte de la nobleza, muerto
su suegro el Conde de Lemos, y el comprensible arrepentimiento posterior de
�sta, pues la ejecuci�n de Mondo�edo (que tambi�n les cogi� por sorpresa)
debilitaba al conjunto de los se�ores gallegos que estaban dando tantos o m�s
motivos que Pardo de Cela a los oficiales reales para castigo
semejante. Sigamos el texto foy vendido por seos criados en quen se
fiava, no ano de mil � catrocentos � oytenta � tres. Sonbos os siguentes,
y se nombra a los 22 criados traidores y el lugar de donde eran naturales,
a�adiendo al final el nombre de una mujer[138].
��������������� Dichos
los nombres, que parece lo principal, la versi�n A narra la prisi�n en
Castrodouro y la decapitaci�n en Mondo�edo al cabo de diez d�as, morreu
con gran arrepentimento de seus pecados, e sin�s de bo Christao[139].
La rapidez con que fue ejecutado se justifica por el temor de los de rey a que
o viessen quitar por armas otros caballeros, particularmente Pedro
Bola�o[140].
Isabel de Castro, seg�n la versi�n C, basa su demanda ulterior en Valladolid en
los defectos de forma de la sentencia de muerte, querell�ndose del juez
que havia dado la sentencia de muerte por no haber sido oydo en forma antes
apresuradamente y pidiendo que se declare por bueno a dicho
Mariscal y que se le devuelvan los bienes secuestrados[141].
El justicia mayor del reino no era otro que Fernando de Acu�a; ahora bien, las
indicaciones recibidas en 1480 (y reiteradas en 1483) en cuanto a la justicia a
aplicar en Galicia se centraba en el derrocamiento de fortalezas y el destierro
de los caballeros malhechores[142].
Ah� se ve la autonom�a de Acu�a y Chinchilla al tomar muy probablemente por su
cuenta la decisi�n de ejecutar al mariscal.
��������������� La
versi�n B a�ade que hubo un gran entierro en la catedral, donde obtuvo Pedro
Pardo las solidaridades que no tuvo o no pudo tener en vida: con gran
autoridad e solenne festa, con moitos cabaleiros e personas de bon �vito, que
al� asistiron � o acompa�aron[143].
Por �ltimo, se dice (en la versi�n A, y lo reproduce la versi�n C)� que a su mujer le devolvieron o lugar
do Carvallo do Galdo, equivocadamente porque fue su hija quien lo
consigui� (y as� consta en el romance, en esto m�s preciso), y con esa base se
aprovecha para argumentar que si le devolvieron los bienes es porque su padre
no hab�a hecho nada malo: se o mataran por cousa m� quel overa feyto, non
lle bolveran seuos bes, ni as netas casaran tan nobremente, con decer que se
llevantar con o Bispado de Mondenedo, � queria matar os Cregos, � o Bispo, �
falar sen fundamento, sen saber a ra�on que ay[144].
Despu�s se reconocen estas violencias del mariscal en el obispado pero son
disculpadas por ser efectuadas en defensa de la dote de su mujer (la mayor
parte de las rentas del obispado).
��������������� La
versi�n C en cambio considera, como sabemos, muy cierta la intromisi�n injusta
y violenta de Pardo de Cela en el obispado y la desobediencia posterior a los
reyes que salieron en defensa de dicha iglesia, pero sigue a la versi�n A en
cuanto al tema de la traici�n de los criados que rindieron A Frouxeira, y a�ade
detalles de c�mo se fragu� la entrega nocturna de la fortaleza, haciendo jefe
de los conjurados a uno que no coincide con el que seg�n el romance y la
versi�n B se comunic� con el capit�n Mudarra para tal fin[145].
Pero eso es lo de menos, lo que importa es el discurso de fondo en torno al
romance trasfiriendo responsabilidades.
��������������� Lo
que unifica a todas la versiones es, sin lugar a dudas, el romance; en la versi�n
B aparece una parte prosificada. Jos� Mar�a Alv�rez Bl�zquez ha reproducido sus
estrofas dividi�ndolo en un cantar y en el romance propiamente dicho. Muy
probablemente es en el momento de poner por escrito el romance, que estaba ya
difundido, cuando se van a�adiendo datos (primero los nombres de los traidores)
alrededor del victimista tema central de la poes�a: la traici�n colectiva
sufrida por Pedro Pardo que le lleva a una injusta muerte. Se trata de
demostrar: 1�) que A Frouxeira -que representa al mariscal- jamais se veo
vencida; 2�) sino fuera por la traici�n de sus defensores: Vinte �
dos foron chamados / Os que vindido o han; 3�) la deslealtad de los
criados exime al mariscal de la acusaci�n de traici�n al rey: Eles quedan
po tredores, / E seu amo po leal; 4�) lo cual revalidan los reyes despu�s
de muerto el mariscal: Pos os Reys a seua filla / Seuas terras mandan
dar; 5�) d�ndose a entender que el pecado de los traidores descarga de
culpa espiritual al amo: A Deus dar�n conta delo, / Que llos queira
perdounar / Co e acabou ha Frouseyra / E a vida do Mariscal. En resumen,
el mariscal muere inocente, cargando con la culpa de sus vasallos felones; el
paralelismo con Jesucristo y Judas es evidente, y expl�cito: Por trey�on
tamben vindido / Iesus nosso Redentor / E por aquestes tredores / Pedro Pardo
meu Senor[146].
Queda as� demostrado el martirio de Pardo de Cela, punto de enlace de la
tradici�n antigua con la historiograf�a galleguista.
��������������� La perspectiva del autor o
autores del romance es la del vasallo bueno frente al vasallo malo, fel�n, y
subraya el car�cter popular de la tradici�n primigenia, aunque minoritaria en
una sociedad en transici�n que hab�a roto las relaciones vasall�ticas diez y
seis a�os antes del ajusticiamiento del mariscal[147].
Ahora bien, los a�adidos ulteriores en prosa alteran esta posici�n de partida.
En la versi�n C es adopta ya el punto de vista de los se�ores descendientes del
mariscal que, integrados en el nuevo Estado, admiten la culpabilidad de Pardo
de Cela respecto a la iglesia y a la monarqu�a, y as� echan un capote a los
criados traidores diciendo que tal vez actuaron por temor de la pena que
merez�an como reveldes a S. M.[148],
con lo cual vac�an de sentido legitimador una tradici�n que fue
desvaloriz�ndose al pasar de lo oral a lo escrito, a lo largo del siglo XVI, y
no digamos al ser retomada por los rom�nticos del siglo XIX.
La
invenci�n de Vicetto
��������������� Desde
la impresi�n del Memorial de Saavedra en 1674, no se conoce edici�n
alguna de la tradici�n de Pardo de Cela hasta que Benito Vicetto la reproduce
en Los hidalgos de Monforte (1851). Con un subterfugio, dejemos
hablar � un bi�grafo moderno [que no cita] del mariscal Pardo de Cela,
nuestro novel�sta emplea ocho p�ginas en citar entrecomillas un texto de la Relazon
que sigue a todas luces a la versi�n C. Seguramente Vicetto dispuso, directa o
indirectamente, de una copia en mejor estado que la publicada por Eduardo
Pardo, se ve esto claro en las estrofas del romance. El anonimato permite a
Vicetto, o a la fuente de donde bebe, no s�lo alargar el texto con su ret�rica,
sino quitar y poner, evitando el tono comprensivo hacia la acci�n real contra
el mariscal que exhibe la versi�n C. Para ello se salta el comienzo, donde se
habla de las violencias de Pedro Pardo contra la iglesia de Mondo�edo, de
manera que la narraci�n empieza cuando Acu�a y Chinchilla van a prenderle, se
inventa entonces una junta en Santiago donde se condena a muerte al mariscal
y todos los hermanos de Galicia que no se sujetaran � la autoridad real[149].
Bot�n de muestra del leitmotiv de la novela: unir artificialmente los
irmandi�os a la suerte del mariscal. El resto del relato sigue m�s o menos la
versi�n C de la tradici�n, con una redacci�n m�s actual (mediados del siglo
XIX), omitiendo los nombres de los traidores (tan lejos de los hechos ya no
pod�an interesar al p�blico) e interpolando los datos sobre el asedio del apeo
de 1540. Viene por �ltimo la poes�a, se cierran al final las comillas y
apostrofa Vicetto: Tal ha sido el fin de aquel hombre, en quien por
�ltimo se personifica la revoluci�n[150].
��������������� Vicetto
descubre la revuelta social de los irmandi�os (1467-1469) a trav�s de los
nobiliarios de Aponte, G�ndara y Molina (tambi�n conoc�a la historia manuscrita
de Allariz cuando redact� la novela)[151],
y aunque nada sab�a del pleito Tabera-Fonseca y nada quer�a saber de las
cr�nicas reales o de las virtuales fuentes eclesi�sticas (por ejemplo, la Cr�nica
de Santa Mar�a de Iria), tuvo suficiente informaci�n como para darse cuenta
de la envergadura de una revuelta que �l tuvo el m�rito de indroducir en la
historiograf�a contempor�nea[152].
Pero le faltaba personificar la magn�fica revoluci�n.
��������������� Cinco
a�os antes de escribir Los hidalgos de Monforte tiene lugar el
pronunciamiento contra Narv�ez y los fusilamientos de Carral, aunque fuera de
Galicia en ese tiempo, un Vicetto identificado con aquel movimiento liberal
identifica en su gran novela hist�rica a los hermanos de Galicia
como revolucionarios[153],
dem�cratas[154]
y republicanos[155].
A la revoluci�n de 1467 le faltaba para ser como la revoluci�n de 1846 el
provincialismo (la reivindicaci�n de Galicia al estilo de la �poca) y los
m�rtires. Las fuentes nobiliarias le ofrec�an nombres de caballeros que fueron
de verdad capitanes irmandi�os (Alonso de Lanz�s, Pedro Osorio, Diego de Lemos)
pero no cumpl�an el requisito principal que hac�a id�neo a Pardo de Cela, a
saber, su rom�ntica muerte[156]
a manos de verdugos realistas, porque Vicetto, proyectando hacia
atr�s las luchas de su tiempo, tiene (al rev�s de lo que realmente pas�) por
enemigos de los irmandi�os a los representantes de los reyes de Castilla[157].
Total que sin ning�n empacho coloca nuestro autor a Pardo de Cela a la cabeza
de los irmandi�os y afirma que ambos luchaban por la independencia de Galicia
santo sentimiento de grandeza provincial[158].
La tercera invenci�n nacionalista que consiste en decir que Pardo de Cela
estaba en el bando de Beltraneja, no cuenta pr�cticamente para Vicetto,
resultaba de momento innecesaria, a la hora de redactar Los hidalgos de Monforte[159].
��������������� Vicetto
en un principio pone a tres personajes, dos hist�ricos (Pardo de Cela y Pedro
Madruga) y uno ficticio (el padre Ares de Arenillo), como gu�as del
esp�ritu democr�tico de los irmandi�os contra el abyecto
vasallaje clerical y nobiliario. El absurdo que supone poner a dichos
caballeros (los feudales de peor fama en la Galicia del siglo XV) al frente de
la revuelta de los vasallos (que ellos reprimieron o quisieron reprimir), como
un destello de la igualdad y fraternidad moderna[160],
no se explica s�lo por el comprensible inter�s novelesco hacia unas vidas
azarosas, cuenta mucho la pretensi�n de trasformar con artificios la realmente
existente revuelta social en una inexistente revuelta pol�tica y nacional
contra el rey de Castilla. No obstante, no pocos de los que criticaron
acertadamente a Vicetto por esta fantas�a pol�tica (empezando por Murgu�a)
cayeron despu�s de un modo u otro en la deformaci�n de la historia del siglo XV
para inventar un pasado gallego que se pareciera al de otras naciones ib�ricas,
europeas o tercermundistas en lucha por su autodeterminaci�n (mimentismo que
conllevaba la d�bil y confusa reivindicaci�n de las propias tradiciones de
lucha, verbigracia, los irmandi�os).
��������������� Entre
Pedro Pardo y Pedro Madruga, Vicetto opta por el mariscal.� Mientras a Pedro Pardo de Cela, la muerte lo
hizo bueno, tap�ndose con la leyenda sus pecados, al menos en algunos
ambientes; Pedro Alvarez de Soutomaior goz� de una fama de noble b�rbaro m�s
extendida, y seguramente m�s merecida (y muri� an�nimamente). Desprestigio del
que Aponte se hab�a hecho eco[161]
y que hac�a menos recuperable su figura para la reci�n nacida historia de
Galicia. Por tanto, Vicetto ten�a su parte de raz�n cuando vituperaba al forajido
Pedro Madruga, imaginario dirigente tambi�n de una revuelta irmandi�a que en
realidad lo llev� al exilio: Reverso de la medalla patri�tica que
representaba Pardo de Cela, el conde de Cami�a bastarde� el santo pensamiento
de aquella revoluci�n, y desaparece su memoria en nuestra cr�nicas antiguas,
envuelta en el repugnante velo de sus tropel�as, venganzas � iniquidades[162].
Pero se equivoca el escritor haciendo al mariscal m�s patri�tico
que Pedro Madruga, o asegurando que sus aspiraciones pol�ticas eran m�s
bien personales, sin tener en cuenta que carec�a de m�s apoyo que el de la
mesnada que le segu�a[163];
esto �ltimo era m�s aplicable a Cela que a Madruga, porque el Conde de Cami�a y
Vizconde de Tui hab�a sabido transcender sus intereses personales, o dicho de
otro modo, defenderlos a un nivel m�s alevado, as� como demostrara buenas dotes
pol�ticas, al participar en la contraofensiva nobiliar anti-irmandi�a (a la par
del arzobispo Fonseca y el Conde de Lemos) en 1469, y al encabezar y mantener
el bando de la Beltraneja en Galicia durante todaa la guerra penisular de
sucesi�n. En contradicci�n con ello, Benito Vicetto pone a un ficticio Pedro
Madruga a las �rdenes del mariscal, como su m�s directo competidor: Al
mariscal Pardo de Cela lo apoyaban todos los nobles identificados con el
movimiento revolucionario, y hasta el mismo vizconde de Tuy, si bien se
reservaba �ste en su d�a arrebatar la corona [de Galicia] que pretend�a ponerse
aqu�l en la frente[164].
��������������� Borrado
Pedro Madruga de su novela, y desaparecidos en la lucha los jefes populares y
eclesi�sticos de la revuelta[165],
s�lo quedaba el mariscal Pardo de Cela, el cual hab�a logrado reunir bajo
su pensamiento de rep�blica y bajo su prop�sito mon�rquico, los restos
dispersos de aquellos dos grandes partidos partidos [popular y eclesi�stico]
tan comprometidos ya en el movimiento revolucionario[166].
Es imprescindible dejar s�lo al mariscal al frente de la revoluci�n cara a la
�ltima escena del drama, el degollamiento de Mondo�edo, que de este modo viene
a significar la derrota final de los irmandi�os (�cuya revuelta hab�a terminado
14 a�os antes!), de la nobleza gallega y de las imaginarias ansias de
independencia de Galicia. La ideolog�a que se atribuye al mariscal, pensamiento
republicano y prop�sito mon�rquico, expresa la contradicci�n en que se mueve
nuestro bienintencionado Vicetto, republicano y liberal cuando piensa en
t�rminos de revoluci�n social, mon�rquico y conservador cuando lo hace en
funci�n de su imaginaci�n provincialista-independentista, y ante todo, un
hombre de su tiempo, y pese a sus defectos, que son los de su tiempo, el primer
historiador de Galicia.
��������������� La
nostalgia imaginaria de una Galicia independiente, el deseo retropectivo de una
nobleza que en verdad hubiera luchado por la separaci�n de Castilla con el
apoyo del pueblo y la iglesia, llevan a Vicetto a recrearse en la quimera de un
movimiento irmandi�o donde las ciudades, villas y fortalezas se adher�an
de d�a en d�a a sus ideas [de Pardo de Cela], proclamando la independencia de
Galicia... de tal modo que los arzobispos, obispos, marqueses, condes y dem�s
dignidades realistas... huyeron[167]
a Castilla; naturalmente no menciona que Pedro Madruga se refugi� en Portugal
de las iras irmandi�as.
��������������� �Por
qu� no un rey de Galicia para Galicia?[168],
se interroga Vicetto haciendo de la historia una correa de transmisi�n de su
intencionalidad pol�tica. Haciendo conspirar por su independencia irmandi�a de
Galicia a la nobleza, el clero y el pueblo, nuestro escritor quiere olvidar que
los objetivos de los irmandi�os fueron sobre todo sociales, antise�oriales, y
que para ello tuvieron no poco apoyo de los reyes de Castilla, de Enrique IV y
hasta despu�s de Isabel la Cat�lica y su marido Fernando de Arag�n. Este
rechazo a la historia real de la Galicia del siglo XV, con su lucha de clases,
ser� una constante de la historiograf�a galleguista, al menos hasta mediados
del siglo XX.
��������������� Termina
Vicetto la cuarta y �ltima parte de su gran novela caballeresca as�:
Posteriormente, en 1845, Galicia se vi� agitada por iguales deseos de
independencia... Esta revoluci�n... tuvo por ep�logo los fusilamiento de
Carral... �Desde 1480 a 1845, hab�an transcurrido cuatro siglos! Por una
singular coincidencia, 1480 reinaba Isabel I, y en 1845 Isabel II[169].
Los mitos de 1846, con su estela de realidad y de ficci�n, de hab�an
reproducido en 1467: revoluci�n, m�rtires, independencia.
Una
rectificaci�n muy parcial
��������������� No
crea el lector que Benito Vicetto oculta en Los hidalgos de Monforte el
uso abusivo que hace de nombres y hechos hist�ricos, se defiende afirmando que
tambi�n ech� mano de documentos: Esta obra no es puramente
fant�stica[170],
asegura. Y a�os despu�s, al redactar su Historia de Galicia (1865-1873),
lleva a cabo una autocritica de lo que dijo en la novela de 1851: Entonces,
escribiamos como poetas, y todo nos era dado; hoy escribimos como
historiadores, y la imaginaci�n tiene que supeditarse � la esactitud [sic]
ineludible del hecho[171].
Lo que no es �bice para que en el tomo siguiente asegure, en apariencia, lo
contrario:
������������������������������� �Lo principal para escribir la historia de un
pueblo no son los datos: lo principal es imaginaci�n. De las cien condiciones
que debe poseer un historiador, las noventa y nueve debe ser imaginaci�n, la
otra lo dem�s. Los datos � los conocimientos est�n a merced de todos: la
imaginaci�n es una facultad del alma que no se adquiere ni en las universidades
ni en los ateneos y que solo la concede el Tiempo, no el tiempo considerado
materialmente como duraci�n, sino al tiempo considerado espiritualmente como
ser de los seres, como Ser Supremo, Dios[172].
��������������� Estar�amos de acuerdo con
Vicetto en lo relativo a la importancia del conocimiento no basado en fuentes
para el trabajo del historiador, pero nada m�s, el canto que hace a la
subjetividad y la creatividad del historiador excede cualquier cr�tica
razonable al positivismo; el idealismo declarado de Vicetto (com�n a una
historiograf�a rom�tica que rompi� amarras con la Ilustraci�n) es pues el punto
de nuestro desacuerdo, no solamente epistemol�gico sino tambi�n en cuanto a
an�lisis hist�ricos concretos, que deben partir en nuestra opini�n de la
aceptaci�n de la historia real de nuestro pueblo. Pero vayamos ya con la
rectificaci�n que del Vicetto novelista efect�a el Vicetto historiador. Deudora
por lo dem�s de trabajos posteriores, a menudo cr�ticos hacia �l, como el de
Murgu�a sobre los irmandi�os (1861), a quien Vicetto resentido no cita, y las
biograf�as de Alvarez Villamil (1861) y Villamil y Castro (Cronica de Lugo,
1866) sobre Pardo de Cela.
��������������� No cede Vicetto en su defensa de
Pardo de Cela, figura altamente simp�tica para el pa�s, pero dice
que prefiere referirse a ella a trav�s de otros autores porque pudiera
falsearla, haciendola tal vez inveros�mil y por consiguiente inarm�nica en el
cuadro de la guerra de los villanos, y continuando el
sacrificio que nos impusimos, a�ade, diremos que, seg�n
nuestro criterio, el personaje que nos ocupa[173],
no entr� en la guerra de los villanos sino incidentalmente, por ocuparse
m�s en defender sus tierras de las acomentidas del clero: que �l no se apoder�
� la fuerza del obispado de Mondo�edo como el conde de Cami�a del de Tuy[174].
Por tanto ya no sostiene que Pardo de Cela hab�a sido el m�ximo dirigente de
los irmandi�os, pero defiende a nuestro �dolo� frente a todos sus enemigos: obispo y clero
de Mondo�edo, oficiales reales y Reyes Cat�licos, y si es necesario tambi�n
ahora contra los propios irmandi�os: su actitud respecto � la nobleza, no
pudo ser m�s digna, pues se coloc� � su lado contra las hermandades[175].
Vicetto no duda en abandonar sus simpat�as irmandi�as si con ello salva su
ficci�n pol�tica: el supiro postrero que exhal� en nuestro pais la
nobleza sueva de pura raza, y hace votos para que aparezca alg�n
documento que demuestre lo imposible: el independentismo galleguista de Pardo
de Cela; si eso ocurre, concluye, ser� la figura mas bella y magestuosa
de la historia de Galicia[176].
El rom�ntico Vicetto sigue buscando literatura en la historia, confundiendo
lamentablemente ambas; cuando lo bello de la figura de Pardo de Cela no est� en
la historia sino en la recreaci�n literaria, popular y culta, en el romance y
la literatura del Rexurdimento, donde lo hist�rico es s�lo el pretexto, donde
lo que interesa no es la vida real de Pardo de Cela sino su muerte hermoseada
mediante un cantar de los suyos. Existen en consecuencia dos Pardos de Cela, el
que hoy nos interesa rescatar de las dulces garras del mito es el Pardo de Cela
hist�rico, el otro es competencia de los historiadores de la literatura. La
confusi�n de ambos personajes perdura hasta hoy mismo, de un modo u otro, en el
discurso nacionalista, demasiado inmune todav�a a la cr�tica hist�rica,
interesa por ello pararse en la g�nesis del mito.
��������������� De Pardo de Cela sabemos que los
irmandi�os le derrocaron sus fortalezas, que fue detenido en A Frouxeira y que
al final retorna con las tropas del Conde de Lemos en actitud muy represiva.
Vicetto oculta el dato de la prisi�n (a pesar de que lo deb�a conocer pues cita
a Molina[177]),
se vanagloria de que los revolucionarios le hab�an derrocado tambi�n sus
castillos[178]
y, claro est�, no puede saber el di�logo mantenido con su suegro sobre si
colgar o no a los irmandi�os en las carballeiras[179].
No obstante, enterado de la enemistad entre el capit�n irmandi�o Alonso de
Lanz�s[180]
y Pardo de Cela cuenta unos enfrentamientos que nunca han existido[181]
entre las tropas de ambos por las tierra de Mondo�edo[182],
llegando a decir sin base documental alguna que tan s�lo resistia, pues,
� los villanos � comuneros Pardo de Cela en el obispado de Mondo�edo[183].
Si no dirigente heroico de los irmandi�os, quer�a Vicetto que el caballero
degollado por los Reyes Cat�licos fuese al menos el mayor de los enemigos, m�s
que Pedro Madruga, de los gallegos que protagonizaron la epopeya mas
grande y admirable que registran en sus anales, todos los antiguos reinos de la
antigua Iberia[184].
El romanticismo de Vicetto puede sobre cualquier fidelidad ideol�gica, y la
lealtad a su figura literaria favorita estaba por encima de todo. Minusvalora o
denigra a los caballeros que jugaron en la historia real un papel que �l
hubiera anhelado para su mariscal de ficci�n: Pedro Madruga entre los nobles
rebeldes a los reyes, y Alonso de Lanz�s entre los caballeros irmandi�os.
Cuando no tiene m�s remedio, da a conocer los nombres de los nobles que fueron
realmente capitanes irmandi�os (aportados por Aponte), pero acusa con encono:
Esto fue lo que perdi� entonces � los hermandinos, el haber tenido gefes
como Alonso de Lanz�s que aspiraban, no � la libertad del pueblo, no � la destrucci�n
del feudalismo, sino � hacerse ellos mas opulentos se�ores feudales sobres las
ruinas de otros[185].
Vicetto adopta en esta cuesti�n el punto de vista de los contrarios a la Santa
Irmandade, quienes terminada la revuelta, hicieron campa�a para destruir de
la imagen de los nobles segundones que tomando partido activo por los
irmandi�os hab�an merecido lo que la alta nobleza gallega perdiera de modo
irreversible: la imagen caballersca y el consenso popular. De Alonso de Lanz�s
dec�a incluso un contrario de los irmandi�os tan cualificado como Vasco de
Aponte: un mui esforzado caballero[186];
y sentenciaba un labrador, testigo del pleito Tabera-Fonseca, que Lanz�s
tomaba la compa�ia de los pobres[187].
Testimonios ambos de principios del siglo XVI.
��������������� Ante la imposibilidad de
sostener seriamente la idea de un Pardo de Cela que con la ayuda del pueblo
irmandi�o hab�a luchado por la independencia de Galicia, nuestro Vicetto,
inasequible al desaliento, rectificando en lo secundario (los irmandi�os) pero salvando
lo principal (Galicia), cambia de tercio y presenta ahora al mariscal, junto a
Pedro Madruga, combatiendo en el bando de la Beltraneja por la independencia de
Galicia... con el auxilio de los irmandi�os. Invenci�n que har� fortuna en la
historiograf�a galleguista, pese a que las fuentes dicen todo lo contrario.
��������������� El propio Vicetto ha tenido que
leer en el nobiliario de Aponte, puesto que �l mismo lo edita por vez primera
al final del tomo VI de su historia de Galicia, que la �nica referencia acerca de
Pardo de Cela y la guerra de sucesi�n es una modesta participaci�n del mariscal
en el cerco de los realistas a Pedro Madruga en Pontevedra[188].
Sin embargo, haciendo mal uso de su imaginaci�n, pensando con certeza que el
Ser Supremo de la patria todo lo permite, escribe que el mariscal Pardo de Cela
en el norte y el Conde de Cami�a en el sur: reusaban obedecer � los
actuales monarcas de Espa�a imperando � nombre de la princesa Do�a Juana,
que ven�a a ser un pretesto, era lo subjetivo; lo objetivo al parecer,
era dominar sus respectivas regiones por s� y para s�...: �ltimos esfuerzos de
la raza sueva, encarnados en aquellos dos nobles, aspirando � la independencia
de Galicia[189].
��������������� Todos los se�ores gallegos
quer�an dominar en sus regiones sin interferencias de los oficiales reales,
tanto los isabelinos como los amigos de Portugal; de ello no se puede inferir
que quer�an la separaci�n de Galicia, m�s a�n si sabemos que la nobleza gallega
(entre el Mi�o y el Cant�brico) se mantuvo a lo largo de toda la Edad Media,
desde el siglo VI hasta el siglo XV, en esa di�lectica de defender sus estados,
sin salirse del marco pol�tico castellano-leon�s, interviniendo en las luchas
pol�ticas de Castilla con tal fin.
��������������� El �nico dato pro-Beltraneja
esgrimido[190]
es el enfrentamiento de Pardo de Cela con Ladr�n de Guevara en Vivero (1476),
pero s�lo la imaginaci�n hace colegir de este conflicto un cambio de bando
pol�tico del mariscal[191],
que antes de que acabe el a�o comparte con Guevara el mencionado asedio de
Pontevedra. A nadie se le ocurre, por ejemplo, decir que el arzobispo Fonseca o
el Conde de Lemos por tener problemas de poder con Acu�a y Chinchilla, y con
los propios Reyes Cat�licos, sean partidarios de los portugueses y de la
escisi�n de Galicia. Claro que tambi�n es cierto ninguno de ellos fue
sumariamente ejecutado por los representantes de la monarqu�a.
��������������� Otra operaci�n historiogr�fica
de Vicetto -que tuvo menos �xito- fue poner a los irmandi�os detr�s del
mariscal imaginado, pro-Beltraneja y pro-independencia, que s�lo alent� �
estas [las hermandades] cuando luchaban contra el clero mindoniense �
contra los partidarios de Isabel I, absorviendo en este sentido las
[hermandades] del obispado en sus huestes[192].
Recordemos que los irmandi�os de Mondo�edo eran en la realidad hist�rica
enemigos del mariscal, y que para nada apoyaron a �ste en la lucha que nunca
existi� en favor de la Beltraneja. Pero hab�a que trasformar la revoluci�n
social en revoluci�n pol�tica. Despu�s de la muerte de Enrique IV (1474)
Vicetto dice (prorrogando arbitrariamente el tiempo de la revuelta) que
la revoluci�n popular de Galicia (los villanos contra los nobles) tom�
nueva fase, haci�ndose m�s eminentemente pol�tica, se transforma en una
revoluci�n pol�tica � mejor dicho din�stica[193].
��������������� �La revuelta irmandi�a fue una
revoluci�n pol�tica? S�, porque fue una gran revoluci�n social, porque se
plante� el problema del poder, constituyendo la Xunta da Santa Irmandade do
Reino de Galicia (origen indudable de la actual Xunta de Galicia) en nombre
del rey de Castilla, Enrique IV, a qui�n apoyaron pol�ticamente las hermandades
de Galicia en su pugna civil con el principe Alfonso y la nobleza de Castilla.
As� como apoyaron los ex-irmandi�os a Fonseca cuando asedi� al Conde de Cami�a
y a los portugueses en Pontevedra, seg�n cuentan los testigos del pleito
Tabera-Fonseca, que hablan asimismo del sost�n popular a Acu�a y Chinchilla
cuando se pusieron a derrocar, entre 1480 y 1483, las fortalezas reedificadas
despu�s de la sublevaci�n irmandi�a (entre ellas A Frouxeira).
��������������� Todo lo anterior nos transporta
del mito a la historia de Galicia, la cual por otro lado no existir�a sin
Vicetto, Murgu�a, Villar Ponte, Risco y Castelao, quienes adem�s nos legaron un
proyecto de pa�s, una conciencia nacional, una patria por la que se puede
luchar sin abandonar ni el punto de vista popular (cuando los hechos del pueblo
gallego lo merezcan) ni el punto de vista de la ciencia.
��������������� Pasar de una precursora y
decimon�nica historia de Galicia constru�da ideol�gicamente a una historia de
Galicia fundada en datos ciertos, implica un proceso de renovaci�n
historiogr�fica que, acelerado durante los �ltimos veinte a�os, ha tenido lugar
paralelelamente a la puesta al d�a del nacionalismo gallego: a ambos procesos
de puesta al d�a dedicamos este trabajo.
[1] Publicado en
Mitos de la historiograf�a galleguista, Manuscrits. Revista d�hist�ria moderna, n� 12, Barcelona, 1994, pp.
245-266.
����� [2] C. BARROS, A base material e hist�rica da naci�n en Marx e
Engels, Dende Galicia: Marx. Homenaxe a Marx no 1� centenario da s�a
morte, A Coru�a, 1985, pp. 139-207.
����� [3] Carlos BALI�AS, Defensores e traditores: un modelo de relaci�n
entre poder mon�rquico e oligarqu�a na Galicia altomedieval (718-1037),
Santiago, 1988.
����� [4] El car�cter tradicional y acontecimental de la historiograf�a
galleguista, y su propio contenido, ha dejado fuera del proceso de mitificaci�n
los hechos que reflejan las realidades hist�ricas m�s profundas, sea
econ�mico-sociales sea mentales.
����� [6] No hay pruebas de �sto que asevera Vicente Risco: la fama del
Medulio se extendi� ampliamente, por sus proporciones de gesta heroica, Historia
de Galicia, Vigo, 1971 (2� ed.), p. 34.
����� [8] �Qu� importa que o heresiarca Prisciliano fose decapitado en Tr�veris e
que o seu sangue fose o xerme da reforma cat�lica e do libre pensamento!, Sempre en Galiza, p. 36.
����� [9] Los suevos resultaron conquistados polos
invadidos e triunfou a insularidade �tnica e cultural do noso pa�s, Sempre
en Galiza, p. 262; el proceso de asimilaci�n de los germanos por parte de
la poblaci�n galaico-romana ha sido en realidad posterior a la integraci�n en
el reino hispano-visigoda en 585, Casimiro TORRES, Galicia sueva,
Santiago, 1977, p. 265.
����� [11] Los suevos crearon nuestra esplendente NACIONALIDAD, nos
infiltraron las salvadoras doctrinas del cristianismo y echaron las
bases sobre que descans� aquella monarqu�a, forma constitutiva de la
organizaci�n pol�tica, Jos� RODRIGUEZ GONZALEZ, Compedio de la historia
general de Galicia, Santiago, 1928, p. VI.
����� [12] Manuel MURGUIA, Historia de Galicia,
III, 1888; ed. f�csimil, vol. V,
A Coru�a, 1979� p. 157.
����� [13] Destaquemos al respecto la posici�n cr�tica de Claudio SANCHEZ
ALBORNOZ, En los albores del culto jacobeo, Compostellanum,
vol. XVI, 1-4, pp. 37-72.
����� [14] Con independencia da certeza ou non da presencia dos restos do
ap�stolo no tal ed�culo, axi�a convertido en templo (aceptada moi parcialmente
pola historiograf�a), o m�is importante a suli�ar � a rapidez con que se
difunde o culto xacobeo, Ram�n VILLARES, A historia, p. 67; v�ase
para m�s informaci�n, Fernando LOPEZ ALSINA, La 'inventio' del cuerpo de
Santiago, Historia de Galicia, fasc. 13, Vigo, 1991.
����� [15] Sempre en Galiza, p. 51; la leg�tima tradici�n culta
heterodoxa que identifica los restos con Prisciliano no ha prosperado, ni pod�a
prosperar, ante la profundidad, la larga duraci�n y el car�cter internacional
de la creencia jacobea.
����� [17] e se disp�is nos faltou a vontade de independencia foi porque o sepulcro
de Sant-Iago concentrou ao seu derredor a vida suprema de Galiza, e a cibdade
-a�nda que se chame Compostela- non pod�a saber da potente realidade galega, �dem, p. 263.
�� ���[19] Gordon BIGGS, Diego Gelm�rez, First
Archbishop of Compostela, Washington, 1949 (trad. gal. Vigo, 1983); Reyna PASTOR, Diego
Gelm�rez: una mentalidad al d�a. Acerca del rol de ciertas �lites de
poder, Conflictos sociales y estancamiento econ�mico en la Espa�a
medieval, Barcelona, 1973, pp. 103-131.
����� [21] Os galegos admiramos o talento caciquil de Xelm�rez; pero non
estamos tristes por i�orarmos a data da s�a morte e a sepultura en que xace,
porque traicionou os nosos anceios e desviou as nosas enerx�as, creando un
Emperador para Toledo en vez de formar un Rei para Compostela, �dem,
p. 277.
����� [26] Carlos BARROS, C�mo construye su objeto la historiograf�a:
los irmandi�os de Galicia, Hispania, n� 175, 1990, pp. 855 ss.
����� [27] Carlos BARROS, Mentalidad y revuelta en la Galicia irmandi�a:
favorables y contrarios, Santiago de Compostela, 1989, pp. 519-524.
����� [28] Carlos BARROS, Revuelta de los irmandi�os. Los gorriones
corren tras los halcones, Historia de Galicia, fasc. n� 24, Vigo,
1991, pp. 455-460.
����� [33] Xos� Ram�n BARREIRO FERNANDEZ, El levantamiento de 1846 y el
nacimiento del galleguismo, Santiago, 1977, pp. 230-231.
����� [34] Sobre el papel sobresaliente que juega la Edad Media en la visi�n
que nos da Castelao de la historia de Galicia, v�ase Alfonso MATO DOMINGUEZ,
Unha lectura de Castelao: o debate sobre a historia de Galicia en Sempre
en Galiza, Actas Congreso Castelao, Santiago, 1989, pp. 383-5,
389.
����� [36] Redactada bajo el r�gimen de Franco (1� ed., 1952) con un tono
m�s bien neutro, se aleja de la explicitud nacionalista de trabajos
historiogr�ficos anteriores como el prefacio a la historia sint�tica de Galicia
de Ram�n Villar Ponte (1927) .
����� [39] Carlos BARROS, C�mo construye su objeto la historiograf�a:
los irmandi�os de Galicia, Hispania, n� 175, 1990, pp. 855-862.
���� [43]� En
1890 se crea la Asociaci�n Regionalista Gallega, primera fuerza pol�tica
estrictamente gallega, presidida por Murgu�a, que suscribe: por encima de
toda idea pol�tica deben estar siempre el amor a la patria y los intereses
regionales, �dem, pp. XXI-XXIII.
����� [44] Manuel MURGUIA, Or�genes y desarrollo del regionalismo en
Galicia [Barcelona, 1890], publica Vicente RISCO, Manuel Murgu�a,
Vigo, 1976, p. 145.
����� [46] Or�genes y desarrollo del regionalismo, p. 151; se
refiere sin duda a la confederaciones nobiliarias formandas entre la revuelta
irmandi�a y la revuelta de los comuneros, entre las que destaca la que se
constituy� contra Acu�a despu�s de la decapitaci�n de Pardo de Cela.
����� [47] No es as�, sin embargo, en el terreno cultural, donde se reconoce
el papel del pueblo en la creaci�n y conservaci�n de la lengua y de las
tradiciones gallegas; as�, cuando los se�ores llegan a traicionar a Galicia,
escribe Castelao, cont�bamos con poder m�xico da terra e do povo, que
fixeron posible a perduraci�n de nosa nacioalidade, Sempre en Galiza,
p. 278.
���� [50] Nas s�as obscuras concencias pu�aba o alborexo d-unha nova di�idade
galega, cic�is tan varil como a que enxendrou Portugal. Empezaban a sent�rense galegos galegos por
enriba de todo, �dem, p. 371.
����� [52] Carlos BARROS, Mentalidad y revuelta en la Galicia irmandi�a:
favorables y contrarios, Santiago de Compostela, Universidad, 1989, pp. 517
ss.
����� [54] os se�ores galegos, sendo tan inhum�ns como se conta, daban
terras aos campesi�os, en condici�ns que, ben mirado, levaban en s� mesmas un
certo principio de liberdade para o futuro, pois o canon foral..., �dem,
p. 383.
����� [55] Manuel MURGUIA, El foro. Sus or�genes, su historia, sus
condiciones, Madrid, 1882, p. 119.
���� �[62] Ejemplos de violencia contra cl�rigos para quedarse con su dinero
en Jos� GARCIA ORO, Galicia en la Baja Edad Media, Santiago, 1977, p.
158; y contra hidalgos adversarios en Vasco de APONTE, Recuento de las casas
antiguas del reino de Galicia, Santiago, 1986, p. 133.
����� [63] Vasco de APONTE, Recuento de las casas antiguas del reino de
Galicia, Santiago, 1986, pp. 132, 142, 167, 170.
����� [67] Eduardo PARDO DE GUEVARA, El Mariscal Pardo de Cela y la
Galicia de fines del siglo XV, Lugo, 1981, p. 111.
����� [71] Pegerto SAAVEDRA, Econom�a, Pol�tica y Sociedad en Galicia: la
provincia de Mondo�edo, 1480-1830, Madrid, 1985, p. 34; Da Idade
Media a Idade Moderna: As bases do Antigo R�xime Galego, III Xornadas
de Historia Galega, Ourense, 1986.
����� [72] Carlos BARROS, Vivir sin se�ores. La conciencia
antise�orial en la Baja Edad Media gallega, Se�or�o y feudalismo en la
Pen�nsula Ib�rica (siglos XII-XIX), Zaragoza, 11/14 de diciembre de 1989,
pp. 628-630; Mentalidad justiciera de los irmandi�os, siglo XV, Madrid,
1990.
����� [73] Declaraci�n oral de un vecino de Monforte en el pleito
Tabera-Fonseca, Angel RODRIGUEZ GONZ�LEZ, Las fortalezas de la Mitra composte�lana
y los irmandi�os, I, Pontevedra, 1984, p. 162.
����� [74] Bartolom� MOLINA, Descripci�n del Reyno de Galicia [1550,
Mondo�edo], Madrid, 1675, p. 107; asimismo le derrocaron los irmandi�os las
restantes fortalezas de su propiedad, Memorial de la Casa de Saavedra,
Granada, 1674, p. 139.
����� [75] Carlos BARROS, C�mo construye su objeto la historiograf�a:
los irmandi�os de Galicia, Hispania, n� 175, 1990, pp. 861-862.
����� [78] Francisco MAYAN FERNANDEZ, El Mariscal
Pardo de Cela y la Iglesia de Mondo�edo a la luz de nueva documentaci�n
hist�rica, Vivero, 1962, p. 38.
����� [92] Laura FERNANDEZ VEGA, La Real Audiencia de Galicia, II,
Santiago, A Coru�a, 1982, p. 249 n 12.
����� [101] Carlos BARROS, Violencia y muerte se�orial en Galicia a
finales de la� Edad Media, Studia
Hist�rica, Salamanca, 1991, pp. 125, 133-134.
����� [109]� Angel RODRIGUEZ GONZ�LEZ,
Las fortalezas de la Mitra composte�lana y los irmandi�os, I,
Pontevedra, 1984, pp. 134, 137, 176, 188, 245, 417, 420, 425, 428, 489, 565.
����� [111] Esta situaci�n no se corresponde con la realidad actual del
nacionalismo gallego, reconstruido sobre una base popular m�s clara que el
nacionalismo hist�rico, sobre el cual se centra nuestra cr�tica
historiogr�fica.
����� [112] Laura FERNANDEZ VEGA, La Real Audiencia de Galicia, I, p.
108; el gobernador saliente en ning�n momento pierde el favor real, en 1493, lo
tenemos de virrey en Sicilia en nombre de los Reyes Cat�licos, RAH, Colecci�n
Salazar y Castro, tomo I, fol. 217-218.
����� [113] La confederaci�n nobiliaria inmediatamente posterior de los
nobles que en marzo los reyes quer�an llevarse a la Corte, de que nos da
noticia Aponte es una prueba, v�ase la nota 106.
����� [115] y el rey le asegur� la vida porque le sirvi� en la de M�laga,
m�s nunca le quiso ver, Vasco de APONTE, op. cit., pp. 123-124; la
relaci�n amigable de L�pez de Haro y Diego de Andrade evidencia los cambios
habidos a partir del reemplazamiento de Acu�a.
� �����[121]
Jos� Mar�a ALVAREZ BLAZQUEZ, Literatura popular gallega en torno a Pardo
de Cela, Cuadernos de Estudios Gallegos, 62, 1965, pp. 350-378;
Eduardo PARDO DE GUEVARA, op. cit., pp. 185-196.
����� [122] Los Pardo, los Ribadeneiras, los Saavedra, los Ron, los Miranda,
los Bola�o, y otros m�s, si tenemos en cuenta las bodas de sus nietas.
����� [125] Sabemos que la apropiaci�n de las rentas reales es aducida por
los reyes como motivo de las confiscaci�n de bienes despu�s del degollamiento,
Jos� GARCIA ORO, op. cit., p. 166.
����� [129] Sobre el car�cter de agravio insoportable de las muertes en las
confrontaciones sociales ya hemos escrito en Mentalidad justiciera de los
irmandi�os, siglo XV, p. 52.
����� [133] El cambio de actitud se produce en lo referente a los choques con
la iglesia de Mondo�edo y a la desobediencia a los reyes, por lo dem�s porf�a el
autor en lavar la imagen del ilustre ascendiente: esta es la historia del
Mariscal Pedro Pardo depurada de otras patra�as que cuentan deel; se
refiere a que se dec�a que hab�a dado un abrazo apretado a un se�or obispo,
y a que los deudos de el havian muerto al Alcalde mayor de Mondo�edo que se
retiraba de la Ciudad por su muerte (�dem, p. 193); todo esta
proliferaci�n de tradiciones en favor y en contra muestra el fuerte impacto de
la muerte violenta de Pedro Pardo en las mentalidades de la �poca.
����� [134] M�s interesada en el discurso narrativo que en la exactitud de
los hechos y las fechas, salvo dos que son vitales para la intenci�n de la
narraci�n: el d�a y a�o de la prisi�n y de la ejecuci�n.
����� [135] A la manera sumaria de los irmandi�os cuando asaeteaban a los
malhechores, pero degoll�ndolo en atenci�n a su condici�n de caballero.
����� [136] Castelao plantea algo parecido al acusar de
quintacolumnismo a los irmandi�os que atacaron a la nobleza en vez
de apoyarla y defenderla frente a los reyes de Castilla.
����� [139] �dem, fol. 137v; en ninguna de las versiones viene eso de
que su cabeza sali� rodando diciendo �credo, credo credo!, invenci�n
posterior a la Relazon y que sorprendentemente todav�a encontramos en historias
de Galicia recientes, Ram�n VILLARES, A Historia, p. 96; Vicetto dice
que el responsable de la invenci�n es el clero, Historia de Galicia, VI,
p. 197.
����� [140] Memorial, fol. 137 v; el mismo argumento fue esgrimido
para justificar el ajusticiamiento de la familia del zar en Rusia por los
bolcheviques, y el de Ceascescu en Rumania en 1989.
����� [145] Eduardo PARDO DE GUEVARA, op. cit., p. 188; Jos� Mar�a
ALVAREZ BLAZQUEZ, op. cit., p. 363.
����� [147] Carlos BARROS, Vivir sin se�ores. La conciencia
antise�orial en la Baja Edad Media gallega, Actas del Congreso
Se�or�o y feudalismo en la Pen�nsula Ib�rica (siglos XII-XIX),
Zaragoza, Instituci�n Fernando el Cat�lico, 1991, pp. 617-655 (en prensa).
����� [152] Carlos BARROS, C�mo construye su objeto la historiograf�a:
los irmandi�os de Galicia, Hispania, n� 175, 1990, pp. 855-862.
����� [156] La insistencia de la historiograf�a galleguista desde sus
comienzos en la pedagog�a del martirio revela una vocaci�n fatalista que
contribuye a explicar su marginalidad hasta tiempos muy recientes.
����� [159] Hemos encontrado una referencia pero s�lo insin�a la relaci�n
entre dicho supuesto alineamiento con el tambi�n supuesto independentismo: El
mariscal Pardo de Cela, invocando los derechos de la Beltraneja, se pone � la
cabeza de los hermanos de Galicia, �dem, I, p. 55.
����� [160] �dem, II, pp. 56-57; el igualitarismo fraternal y su
modernidad ser�a aplicable a los irmandi�os, pero nunca a los caballeros
feudales de la �poca.
����� [161] En cambio, que mencionara tan poco a Pardo de Cela, como sol�a
quejarse Vicetto, �no favoreci�� la
invenci�n de la vida del mariscal?.
����� [165] Ciertamente la mayor�a de los dirigentes irmandi�os, los m�s
conocidos en su tiempo, no fueron nobles sino ciudadanos y campesinos, Vicetto
muestra una gran perspicacia al hacer notar ese protagonismo popular, as� como
la participaci�n de eclesi�sticos (est� probada la existencia de can�nigos que
fueron diputados irmandi�os), pero sus l�mites mentales e ideol�gicos le
imped�an imaginar una revoluci�n no dirigida por miembros de la clase
dirigente, por ello hace caudillos principales a Pardo de Cela y a Pedro
Madruga, que eran personajes importantes del siglo XV de Galicia,
ingenuamente con eso quer�a tambi�n nuestro liberal decimon�nico dar mayor
relieve a la revoluci�n de los irmandi�os.
����� [168] �dem, pp. 150-151; sobre la voluntad
independentista de la nobleza y sobre todo de Pardo de Cela, v�ase adem�s, �dem,
pp. 52, 56, 70.
����� [173] Los circunloquios muestran todo lo que le cuesta a Vicetto
desprenderse de sus invenciones, aunque sea parcialmente; es digno de admiraci�n
por ello.
����� [179] Es en 1926 cuando publica Couselo Bouzas su libro
basado en el pleito Tabera-Fonseca con este dato.
����� [181] Porque no existen fuentes que lo corroboren, falla pues el
criterio y la prueba de la verificaci�n.
����� [186] Publica Benito VICETTO, Historia, VI, pp. 407, 464; en la
edici�n de D�az y D�az que estamos citando, Recuento, pp. 107, 225.
����� [187] Angel RODRIGUEZ GONZ�LEZ, Las fortalezas de la Mitra composte�lana
y los irmandi�os, I, Pontevedra, 1984, p. 126.
����� [189] �dem, pp. 77, 92, 175, 189 y 193 (citando a Alvarez
Villamil), 204 (vacila respecto a la presunci�n de independentismo).