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Mitos de la historiografia galleguista[1]

 

 

 

 

Carlos Barros

Universidad de Santiago de Compostela

 

 

��������������� El nacionalismo gallego rastrea en la historia la demostraci�n del ser nacional de Galicia. Para afirmar la personalidad gallega pone el acento en los hechos hist�ricos diferenciales, busca un hilo conductor de una Historia de Galicia distinta de la Historia de Espa�a oficial. En su intenci�n ideol�gica, la historiograf�a galleguista no se separa de la historiograf�a nacionalista en general.

 

Historiograf�as nacionales

 

��������������� �Qu� ha aportado el nacionalismo a la historiograf�a? Preguntas y problemas, investigaciones y respuestas, que enriquecen el conocimiento hist�rico al hacer emerger un sujeto, la naci�n, que en bastantes casos todav�a ocupa un rol secundario en los discursos historiogr�ficos, especialmente cuando se trata de naciones sin Estado. Lo que ya no es exactamente el caso de Galicia, Euskadi y Catalunya, toda vez que la asunci�n, en los �ltimos quince a�os, de responsabilidades estatales por medio de sus instituciones auton�micas, ha trasformado en mayor o menor grado la ideolog�a nacionalista en una ideolog�a oficial m�s, aunque en Galicia (ensentido estricto el nacionalismo est� a�n en el oposici�n) el proceso est� muy lejos de las cotas hegemonizadoras alcanzadas, por ejemplo, en Catalunya el proceso de reconversi�n ideol�gica.

 

��������������� La funci�n necesaria del nacionalismo, esto es, dotar a una comunidad de una identidad colectiva y de una conciencia solidaria de sus intereses, potenciar el uso y desarrollo del idioma y de la cultura nacionales, descubrir y promover el conocimiento de la historia propia, se trastoca en su contrario cada vez que la reivindicaci�n de la naci�n traspasa el umbral del discurso racional. Esto significa, en el plano historiogr�fico en que se mueve este trabajo, cuando se inventa y manipula la historia o se mantiene contra viento y marea interpretacions desahuciadas por la investigaci�n m�s reciente.

 

��������������� Los avances fundamentales de la historiograf�a en Espa�a, durante las dos d�cadas pasadas, han socavado las bases de las viejas historias nacionales, nos referimos a la concepci�n de la historia de Espa�a divulgada durante el franquismo y tambi�n a las historias de Galicia, Euskadi, Catalunya, reechas y difundidas al mismo tiempo, cuando el centralismo de la dictadura era el enemigo a batir. Si bien el origen de los dislates historiogr�ficos est� las m�s de las veces en autores del siglo XIX o inicios del siglo XX, deudores de un bajo nivel de los conocimientos historiogr�ficos.

 

��������������� El dilema de aceptar o no las nuevas evidencias historiogr�ficas que pueden cuestionan mitos nacionalistas, es m�s pol�tico que historiogr�fico. El historiador no puede negar los resultados de las investigaciones sin renunciar a su funci�n (algunos lo hacen). El hombre pol�tico, menos urgido en seguir los dictados de la ciencia, ubicado en la corta duraci�n, mide m�s los costes pol�ticos de las desmitificaciones. El historiador profesional que renuncia a su funci�n cr�tica muy mal servicio presta no s�lo a la historia, sino tambi�n al nacionalismo, a la historia de su pa�s. Un discurso pol�tico, un proyecto de reconstrucci�n nacional, que no busque fundamento en la verdad hist�rica, labra desde luego su propia derrota.

 

��������������� La necesaria desmitificaci�n de las historiograf�as nacionalistas no quiere decir, por tanto, rechazo de la naci�n como tema de investigaci�n acad�mica, inclu�da la naci�n de naciones (el caso real de Espa�a; el caso virtual de Europa), m�s bien lo contrario. Y para avanzar en la recuperaci�n y puesta a d�a de las historiograf�as nacionales, el historiador ha de resistir presiones deformadoras que vienen tanto del nacionalismo como del antinacionalismo que, por reacci�n y/o por ignorancia, se niega sin m�s a reconocer hechos diferenciales objetivamente demostrables y subjetivamente deseables (tambi�n por el historiador que piensa todav�a que hay que estudiar el pasado para construir el futuro). No se trata pues de predicar una trasnochada e in�til neutralidad del historiador, sino de animar, discursos pol�ticos nacionales y nacionalistas basados en verdades historiogr�ficas. Nada m�s sencillo, por lo menos desde el punto de vista del historiador de oficio.

 

 

 

Entre el independentismo y la integraci�n

 

��������������� El problema que ha planteado siempre la historia real de Galicia a la historiograf�a nacionalista es la d�bil tradici�n de confrontaci�n de Galicia con Castilla, el Estado espa�ol o Espa�a. Se trata de una peculiaridad nacional m�s de Galicia, pa�s que por lo dem�s se define hist�ricamente, objetiva y subjetivamente, por la continuidad de una poblaci�n sobre un territorio, por una lengua, cultura e historia propias, por una conciencia nacional, por unas compartidas condiciones de producci�n a lo largo del tiempo[2].

 

��������������� La conciencia nacional de los gallegos se ha manifestado hist�ricamente de una manera m�s positiva que negativa. No es ni bueno ni malo: es la patria que hemos heredado, que tratamos de comprender, que reivindicamos, que queremos transformar. La falta de una tradici�n independentista de las clases dirigentes, sobre todo en las Edades Moderna y Contempor�nea, ha hecho del autonomismo y del federalismo el punto b�sico de referencia para los proyectos nacionalistas de Galicia. El nacionalismo gallego ni ha sido ni es independentista, pero lo que hoy no puede o no debe ser, �gustar�a tanto que al menos hubiera ocurrido en el pasado!

 

��������������� La inexistencia de Galicia en el pasado como entidad pol�tica separada -con las excepciones medievales que mencionaremos- ha dificultado la construcci�n de una concepci�n hist�rica de Galicia por parte de unos te�ricos nacionalistas que buscaban, y no encontraban m�s que escasa y circunstancialmente, en la Galicia de otros tiempos una Irlanda o una colonia tercermundista en lucha por su independencia nacional. La frustaci�n que ello supuso est� a�n presente en el discurso nacionalista gallego, ha obstaculizado hasta ahora una justa -esto es, compleja- valoraci�n de la real historia de Galicia, y en particular de la tradici�n de revuelta del pueblo gallego.

 

��������������� Durante los mil a�os que van desde la implantaci�n de los suevos en Galicia (411) hasta la llegada con plenos poderes del gobernador Fernando de Acu�a en nombre de los Reyes Cat�licos (1480), �existi� como tal el reino de Galicia? S�, al inicio de la Edad Media como reino suevo de Galicia. La representaci�n social de pertenencia que ten�an los gallegos, al menos en la Baja Edad Media, m�s all� de la localidad o jurisdicci�n era el reino de Galicia, en todo caso como tal reino se identificaba Galicia en la documentaci�n real. La Galicia medieval fue un reino sin rey propio, un reino s�bdito de los reyes asturianos-leoneses-castellanos. Con todo, hubo breves y significativos per�odos en que existi� un rey de Galicia: bien como consecuencia del reparto de la herencia de un rey cristiano del occidente pen�sular, bien como plataforma previa para la conquista de la Corona castellano-leonesa, heredera de la unificada monarqu�a goda que absorvi� Galicia en el siglo VI. En ambos casos, el resultado final fue la reintegraci�n de Galicia en la monarqu�a castellano-leonesa, pero adem�s de ello, dichos movimientos reflejaron con no menos claridad: a) la entidad pol�tica diferenciada de Galicia en la Alta Edad Media, b) el empuje independentista de un sector de la nobleza, al que se buscaba satisfacer a menudo cuando se nombraba un rey para Galicia.

 

��������������� Entre el siglo V y el siglo XII los se�ores de Galicia oscilan pues entre el independentismo y la integraci�n en la monarqu�a occidental, entre las revueltas nobiliarias contra su soberano, el rey de Oviedo, Le�n o Toledo, y la b�squeda de la mayor influencia en la Corte. Con frecuencia ambas estrategias se unifican: las rebeld�as nobiliarias de Galicia cosntituyen un aspecto de la lucha por el poder, y frecuentemente por la misma Corona, en Asturias, Le�n y Castilla[3]. No obstante, al final la contradicci�n de fondo aflora y, a inicios del siglo XII, la nobleza de Galicia se escinde: a) su sector m�s independentista se separa de la Corona castellano-leonesa formando, en 1128, el reino de Portugal con las tierras de la antigua Galicia bracarense (entre el r�o Mi�o y el r�o Duero); b) su sector m�s integracionista mantiene a la antigua Galicia lucense (la Galicia actual m�s las partes occidentales de Asturias y Le�n) bajo el cetro castellano-leon�s.

 

��������������� El conde de Traba y el arzobispo Xelm�rez, proclaman en 1109 a Afonso Raim�ndez como rey de Galicia (ser� el �ltimo), quien no mucho despu�s, en 1126, con el apoyo e impulso de Galicia, es proclamado rey de Castilla y Le�n con el nombre de Alfonso VII, Totius Hispanaiae Imperator, en cuya coronaci�n ya no estar� presente aquella nobleza gallega sure�a del condado portucalense que, dos a�os despu�s, proclama a Afonso Enriques el primer rey del Portugal independiente. ��

 

��������������� Liberada de su sector separatista, la nobleza que ha optado por una Galicia integrada en la Corona de Castilla y Le�n, como medio de pesar en la pol�tica pen�nsular, todav�a manifiesta momentos de rebeld�a en la Baja Edad Media. Nobles gallegos participan del lado de Portugal en las guerras civiles tardomedievales por la Corona de Castilla: 1366-1369, apoyando a Pedro I contra Enrique II; 1476-1479, apoyando a Juana la Beltraneja contra Isabel la Cat�lica. En ambos casos la derrota del bando portuguesista, reintegracionista (que ve�a el futuro de Galicia m�s en la unificaci�n Castilla-Portugal que en la separaci�n de Galicia), consolida la vieja tendencia integracionista. La incorporaci�n del reino de Galicia a la Espa�a reunificada de los Reyes Cat�licos resulta por tanto una consecuencia natural de la historia pol�tica de la Galicia medieval. La clase feudal, a trav�s de un proceso complejo que dura toda la Edad Media, y no siempre de buen grado (como a finales del siglo XV), afirma la integraci�n como la mejor soluci�n a sus problemas de clase y a los problemas de Galicia. Por el lado de los burgueses y los campesinos del reino medieval de Galicia no vamos encontrar siquiera los fugaces impulsos independentistas de la nobleza: concentran todas sus energ�as en el conflicto social interno y persiguen siempre que pueden la ayuda del rey de Castilla para suavizar o eliminar el se�or�o eclesi�stico (sobre todo las ciudades) y el se�or�o laico (sobre todo los campesinos).

 

Mitos y hechos hist�ricos

 

��������������� Los mitos de la historiograf�a nacionalista gallega son, en su mayor parte, de origen medieval. Conforme la historia de Galicia se conoce mejor, los mitos caen y son sustitu�dos por hechos verificados e interpretados con rigor. Este proceso est� todav�a por conclu�r. El retardado proceso de difusi�n y vulgarizaci�n de las nuevas evidencias historiogr�ficas dificulta la puesta al d�a del nacionalismo gallego sobre la historia de Galicia. Otro obst�culo est� en el propio historiador profesional que a veces ha dejado de hacerse las preguntas planteadas por la historiograf�a galleguista.

 

��������������� Los mitos de la historia de Galicia tienen un inter�s espec�fico para el investigador, son parte imprescindible de la historia intelectual y un aspecto valioso para una historia gallega de las mentalidades colectivas. Puede que el imaginario galleguista no exprese correctamente los hechos del pasado, pero refleja fielmente la ideolog�a y los valores sociales -adem�s de la concepci�n de Galicia- de una �lite intelectual que no solamente que no s�lo mitific� nuestro pasado, tambi�n lo descubri�. La Galicia actual tuvo sus precursores en grandes intelectuales que ahora debemos y podemos revisitar desde un enfoque cr�tico y sobre todo laico.

 

��������������� Repasemos los hechos hist�ricos diferenciales que han sido idealizados por los escritores e historiadores galleguistas con el fin de reivindicar Galicia y movilizar la conciencia de los gallegos. En todos los casos, se parte de un dato hist�rico real que, una vez seleccionado, pasa usualmente por un proceso de reelaboraci�n que va desde la mera interpretaci�n -en funci�n de la historia de Galicia que se quiere construir- hasta la invenci�n. El descubrimiento o la revalorizaci�n de dichos hitos hist�ricos basta, con todo, para justificar un balance historiogr�ficamente altamente positivo de la contribuci�n historiogr�ficaa de los historiadores rom�nticos y galleguistas. Los hechos diferenciales enumerados son a la vez que mitos de la historia imaginaria de Galicia, momentos importantes de la historia real de Galicia (muchos otros acontecimientos no han pasado a la leyenda[4]), por eso conviene separar al respecto el grano de la paja, el dato de la f�bula.

 

��������������� 1) Celtismo. Mito fundador de Galicia para Murgu�a y otros historiadores rom�nticos, que buscaron en la raza (aria) el signo originario de la naci�n; non pode sosterese na actualidade esta exclusividade c�ltica da poboaci�n castrexa[5]. La compleja cultura de los castros justifica plenamente la originalidad y unidad de la Galicia pre-romana. El celtismo supuso una intuici�n clara del hecho diferencial castre�o.

 

��������������� 2) Monte Medulio. Al relatar las guerras c�ntabro-astures, Floro y Orosio (siguiendo seguramente el perdido libro 35 de las D�cadas de Tito Livio) dedican una palabras para dar noticia de c�mo un numeroso grupo de b�rbaros cercados en el Monte Medulio, pr�ximo al r�o Mi�o, e incapaces de aguantar el asedio o de ir a la batalla contra los romanos, se suicidan casi todos...por temor a la esclavitud.A esta visi�n de los vencedores que insin�a la cobard�a de los guerreros galaicos, opone el galleguismo la leyenda[6] de los celtas gallegos que prefirieron morrer no Monte Medulio a deixarse dome�ar polo poder�o de Roma[7].

 

��������������� Esta glorificaci�n del suicidio colectivo como la forma m�s sublime de luchar por Galicia, informa de un rasgo fatalista que es muy caracter�stico del viejo nacionalismo gallego. Por supuesto que lo loable como tradici�n combativa (en t�rminos contempor�neos) es la resistencia de las tribus galaicas-astur-c�ntabras a la ocupaci�n romana, no el es mal ejemplo que supone la huida del enemigo, y de las consecuencias de una posible derrota, muriendo voluntariamente y dejando inermes a familiares y vecinos frente a las tropas invasoras.

 

��������������� 3) Prisciliano. Fundador de un movimiento religioso que tuvo una gran difusi�n en Gallaecia (en el pueblo y tambi�n en el clero) durante m�s de un siglo, sobre todo despu�s del muerte por decapitaci�n el a�o 385 de Prisciliano, por inmoralidad y magia, en Tr�veris por orden del emperador M�ximo. Es el primer hereje condenado a muerte por el brazo secular.

 

��������������� El priscilianismo constituye el hecho diferencial m�s importante de la historia de Galicia en el plano de la religiosidad popular y culta. El galleguismo reinvindica a Prisciliano potenciando su recuerdo como m�rtir[8], al igual que sus seguidores en el siglo V y VI. Son indudables los or�genes judeocristianos de la predilecci�n por los m�rtires como factor pedag�gico de la intelectualidad galleguista. Prisciliano inicia una lista que termina en el verano de 1936 con la muerte de Alexandre B�veda, dirigente del Partido Galleguista.

 

��������������� 4) Suevos. Durante ciento setenta y cuatro a�os (411- 585) los invasores suevos crearon un reino aparte -por primera vez- en las tierras y con las gentes de la antigua provincia romana de Gallaecia[9], con capital en Braga; se puede decir que es la fundaci�n de Galicia como entidad pol�tica; es el per�odo m�s prolongado en que Galicia ha disfrutado de independencia institucional. El primeiro reino cat�lico da pen�nsua[10], rivaliza en la bibliograf�a galleguista con la Galicia celta en la funci�n creadora de la nacionalidad gallega[11]. La incorporaci�n militar del cat�lico reino suevo a la monarqu�a hispano-goda, obra del arriano rey Leovigildo, sienta el primer precedente integracionista de la Galicia medieval. Pese a los lamentos por su destrucci�n final-infortunada Galicia, lamenta Murgu�a[12]- la idealizaci�n galleguista del reino suevo tuvo en general un tono positivo. Ante el dato de la prolongada independencia, pas� a un segundo plano la integraci�n forzada en la Hispania goda.

 

��������������� 5) Santiago. Sin duda el mayor mito de la historia de Galicia, que el culto jacobeo se trasform� en una tradici�n espa�ola y europea que dura ya once siglos. No se ha probado que el cuerpo de Santiago el Mayor corresponda con los restos encontrados hacia los a�os 20 del siglo IX en un sepulcro romano, en el lugar donde despu�s se edific� la actual capital de Galicia[13]. La larga duraci�n de la creencia colectiva en la predicaci�n, traslaci�n y enterramiento del Ap�stol Santiago en Galicia, y la acci�n de la Iglesia y de la monarqu�a, ha producido tales realidades hist�ricas, religiosas y culturales, econ�micas y pol�ticas, en torno a Santiago y al Camino de Santiago, que la vieja pol�mica sobre la invenci�n del sepulcro ha quedado relegada. El historiador actual evita terciar en ella y parte del sobresaliente hecho hist�rico que supuso y supone para Galicia el culto jacobeo y sus consecuencias materiales[14].

 

��������������� Ciertamente el mito de Santiago no es una invenci�n de historiadores, elaborado en el siglo IX se convierte en s� mismo en una verdad hist�rica que el historiador est� obligado a reconocer. No obstante, subiste el dilema -principalmente pol�tico- sobre s� el historiador debe ejercer o no su funci�n cr�tica en relaci�n con el car�cter incierto y legendario de los or�genes de la tradici�n jacobea. En todo caso, lo incierto de la existencia de los restos apost�licos en el ed�culo descubierto no afecta a la realidad de la creencia colectiva secular.

 

��������������� �Qu� juicio mereci� para la historiograf�a nacionalista la inventio jacobea? El catolicismo de buena parte de los te�ricos galleguistas anim� la reivindicaci�n de Santiago como ense�a de Galicia: a invenci�n do corpo do Ap�stolo -�Prisciliano ou Sant-Iago?- fixo da nosa Terra un centro de universalidade[15]. En 1920 las Irmandades da Fala instituyen la fiesta del ap�stol, el 25 de julio, como el D�a de Galicia. A pesar de todo, el Castelao republicano (que no deja de hacerse eco de la tradici�n alternativa priscilianista) se desmarca del Santiago guerrero, matomoros, Patr�n de las Espa�as, y juzga que fue un grave error el papel asumido por Santiago, en nombre de Galicia, en la Reconquista que s�io redundadar�a en proveito e groria de Castela[16], haciendo culpable a Santiago -y al renacimiento urbano medieval- del retroceso del independentismo medieval[17]. Esta ambivalencia (Santiago gallego y universal, s�; Santiago y cierra Espa�a, no) se vuelve a producir con otros mitos relevantes de la historiograf�a galleguista (Xelm�rez, nobleza del siglo XV, irmandi�os).

 

��������������� 6) Xelm�rez. La Historia Compostelana ha permitido conocer excepcionalmente bien la vida y obra del arzobispo de Santiago, Diego Xelm�rez, en defensa de la Iglesia compostelana y de Galicia, y su rol en la pol�tica castellano-leonesa de la primera mitad del siglo XII. Murgu�a escribi� un libro laudatoria que casi supera a la Historia Compostelana, pues enjuicia a Xelm�rez como la m�s grande figura p�blica de la Espa�a medieval, verdadero l�der del pueblo (olvida la revuelta comunal de 1116-7) y art�fice de la grandeza de la Galicia plenomedieval[18]. Sin este tono hagiogr�fico otros autores han venido a confirmar m�s recientemente la personalidad descollante de Xelm�rez[19]. Claro que el contexto de plenitud feudal, econ�mica, pol�tica y cultural, por el que atraviesa Santiago, el Camino franc�s y Galicia en el siglo XII, es la primera causa de los �xitos de X�lmirez; esta dimensi�n de las grandes individualidades como producto de una �poca, se omite generalmente en beneficio de una concepci�n del devenir hist�rico que prima las grandes personalidades y los hechos pol�ticos. La desmitificaci�n de Xelm�rez pasa por su contextualizaci�n, adem�s de por la objetivaci�n de las fuentes.

 

�������������� En realidad no es, de nuevo, la historiograf�a la que mitifica la figura de Xelm�rez, Nu�o, Hugo y Xiraldo, los can�nigos autores de la Historia Compostelana, los responsables. Y el historiador dif�cilmente escapa del influjo de la Historia y de los datos que ofrece, en todo caso interpretables.

 

��������������� Castelao, critica a Xelm�rez diciendo que a pol�tica deste gran cacique galego fanou irremediablemente a nosa independencia, por engrandecer a Sede Compostel�n motou o pulo intuitivo de Galiza, entreg�ndose � sorte de Castela[20]. Todo por causa de que el arzobispo de Santiago no quiso mantaner a Afonso Raim�ndez como rey de Galicia y lo promovi� a rey de Castilla y Le�n, la acusaci�n es de traici�n a Galicia; se le niega incluso la condici�n de m�rtir galleguista[21]. Un cap�tulo m�s del desencanto nacionalista con la secular tendencia de la historia de Galicia a integrarse en la historia de Espa�a, dando la espalda al esp�ritu de la independencia.

 

��������������� Este juicio cr�tico en absoluto ha borrado a Xelm�rez del imaginario colectivo gallego. Primeramente por el habitual doble posicionamiento de enorgullecerse de los logros de Galicia y de sus hijos (desde Prisciliano a Pablo Iglesias[22]), que es lo que primero llega al gran p�blico, a la vez que se cuestiona lo qu� hicieron y c�mo lo hicieron en funci�n de la historia ideal de Galicia concebida por el nacionalismo contempor�neo (apreciaciones de circulaci�n m�s restringida). Y en segundo lugar porque la influencia cr�tica de Sempre en Galiza (escrito entre 1935 y 1947, durante la II Rep�blica, la guerra civil y el exilio) es reciente, si bien encontramos en la llamada biblia del galleguismo el discurso m�s elaborado de la historia nacionalista de Galicia. El papel capital de Sempre en Galiza en la resistencia cultural antifranquista y en la reconstrucci�n democr�tica del galleguismo pol�tico, est� fuera de toda duda.

 

��������������� 7) Portugal. Portugal es para el nacionalismo gallego la oportunidad perdida de Galicia. El mito galleguista de Portugal encarna lo qu� debi� ser la historia medieval de Galicia: separarse de Castilla y vivir independientemente. Se celebra el nacimiento de Portugal, con toda raz�n, como un triunfo de la nacionalidad gallega: Trunfamos en Portugal, dispois de mortos; unha gran parte de Portugal � 'un retallo sa�do da Galiza; As� nasceu Portugal: nun anaco de terra galega[23]. Lamentando que Galicia entera no siguiera el camino de la separaci�n en el siglo XII: a Portugal faltoulle Galiza e nunca chegou a ser unha naci�n tan forte como Castela[24]. Se preconiza para el futuro la reintegraci�n: � seguro que Galiza e Portugal se axuntar�n alg�n d�a[25].

 

��������������� 8) Los irmandi�os. Redescubierta y ensalzada como la epopeya m�s grande y admirable (Vicetto)[26], la revuelta popular de 1467-1469 ha sido bautizada y divulgada con un diminutivo afectivo: los irmandi�os (Risco, Vicetto). Pero al tiempo que se eleva a los altares de la patria, la mitificaci�n nacionalista recrea -bebiendo en fuentes nobiliarias- la revuelta de los irmandi�os como una gran desfeita, el paradigma imaginario de la gran derrota hist�rica de Galicia, apreciaci�n que contradice la opini�n de sus protagonistas y espectadores, y de sus descendientes[27], y a�n los datos documentales del final de revuelta[28]. A plazo medio y largo hay pocas dudas, en nuestra opini�n, de la victoria social y pol�tica de los irmandi�os,en el cuadro de la transici�n de la Edad Media a la Edad Moderna, si tenemos en consideraci�n lo que pod�a conseguir una revoluci�n antise�orial a finales del siglo XV.

 

��������������� 9) Mariscal Pardo de Cela. La sublimaci�n de Pedro Pardo de Cela tiene lugar a ra�z de su muerte violenta a manos de los enviados de los Reyes Cat�licos (1483); y primeramente corre a cargo de sus deudos y vasallos fieles, y ya contempor�neamente es la historiograf�a galleguista quien simboliza en Pardo de Cela una inexistente Galicia tardomedieval independentista dirigida por su nobleza. M�s adelante estudiaremos en detalle la realidad hist�rica del mariscal y el origen del mito, sin duda un buen ejemplo de la reconstrucci�n ideol�gica nacionalista.

 

��������������� 10) Reyes Cat�licos. Satanizados como los art�fices de la doma y castraci�n del reino de Galicia, de la imposici�n del idioma castellano, el centralismo y la colonizaci�n de Galicia. La historiograf�a actual ha de matizar estas apreciaciones sumarias en aspectos capitales como la base popular de la reimplantaci�n mon�rquica en Galicia (en la primera mitad de su reinado) y la dimensi�n confederal y autonomista del Estado de los Reyes Cat�licos. Castelao que reconoce ambas cuestiones, trata de quintacolumnismo la tendencia popular a apoyarse en los reyes de Castilla contra la nobleza gallega[29], y tiene en cuenta s�lo como argumento para el debate el sentido federalista del testamento de Isabel la Cat�lica[30].

 

��������������� Despu�s de tres siglos en que el instinto de conservaci�n de los gallegos estuvo adormentado polos fracasos[31], viene el Rexurdimento del siglo XIX. Un renacimiento de la lengua y la literatura gallegas, un contexto de reinvindicaci�n cultural y pol�tica de Galicia, que hizo realidad la matriz de lo que ser�a la historiograf�a galleguista y la historia de Galicia.

 

��������������� 11) Guerra de la independencia. La guerra de la independencia es, por un lado, motivo de orgullo por el hero�smo de los gallegos, os primeiros en vernos libres de franceses i sermos os �nicos hespa�oes que mereceron o asombro de Wellington, y no obstante, como es habitual, su desenlace causa la decepci�n galleguista porque la autonom�a y unidad administrativa gallega conseguida alrededor da la Xunta Superior do Reino de Galiza result� anulada por la divisi�n provincial de 1833[32].

 

��������������� 12) M�rtires de Carral. El pronunciamiento liberal de 1846 dirigido por el comandante Miguel Sol�s (que no era gallego) merece la atenci�n del nacionalismo en raz�n de su envergadura, por la participaci�n en �l de un grupo de estudiantes privincialistas (encabezados por Antol�n Faraldo, que luego tuvo que exiliarse) y por el final de Sol�s y sus compa�eros, fusilados en Carral el 26 de Abril. La revuelta se di� a conocer no tanto por la insurrecci�n en s�, o por la constituci�n de la Junta Superior de Galicia, como por su derrota final: los M�rtires de Carral. En l�nea siempre con el fatalismo que impregna esta primera visi�n tradicional de la historia de Galicia. El pretendido independentismo gallego del levantamiento ya ha sido desmitificado por la investigaci�n[33].

 

Edad Media, edad de oro

 

��������������� La mayor�a de los mitos hist�ricos que hemos comentado se refieren a la Edad Media, objetivamente el per�odo hist�rico de mayor relieve para la nacionalidad gallega desde diversos puntos de vista: nacimiento y oficialidad de la lengua, �poca dorada de la literatura, individualizaci�n pol�tica, influencia internacional, clases sociales y formaci�n social diferenciadas. Galicia es una naci�n formada en el Edad Media, y ello se refleja ampliamente en la obra de los nacionalistas gallegos[34], cuya filosof�a hist�rica de Galicia es deudora de un ciclo vida-muerte-resurrecci�n que nos remite de nuevo al cristianismo, y toma impl�citamente como referencia al valor m�s s�lido y permanente de la nacionalidad gallega: el idioma, la cultura.

 

��������������� La vida es la Galicia medieval, la muerte sobreviene al entrar en la Edad Moderna de la mano de los Reyes Cat�licos y la resurreci�n se produce en la rom�ntica segunda mitad del siglo XIX. El Rexurdimento es un movimiento cultural (Rosal�a de Castro, Eduardo Pondal y Curros Enr�quez) que incluye tambi�n las dos primeras historias de Galicia, escritas por Benito Vicetto y Manuel Murgu�a, que, m�s all� de su valor historiogr�fico, foron a base do nacionalismo galego[35].

 

��������������� El eclipse de la Edad Moderna en la concepci�n nacionalista de la historia de Galicia se explica ante todo, adem�s de por la definitiva integraci�n de Galicia en Espa�a, por la marginaci�n y el abandono oficial de la lengua, refugiada en la cultura popular y oral durante cuatro siglos, y la desaparici�n de la literatura gallega hasta el Rexurdimento, cuyo contexto rom�ntico (antimodernista) animaba la b�squeda y promoci�n del alma de cada pueblo y la vuelta a la Edad Media. Frente a las 132 p�ginas que dedica Vicente Risco en su historia de Galicia[36] a la Edad Media, despacha los siglos XVI-XVIII en 28 p�ginas. El desarrollo de una historiograf�a renovada centrada en la historia econ�mico-social devuelve al Antiguo R�gimen gallego su esplendor en los a�os 70 y 80. El car�cter tradicional de la historiograf�a nacionalista gallega, preocupada por la historia de las �lites m�s que por la historia popular, por la historia pol�tica m�s que por la historia econ�mica y social, por la historia intelectual m�s que por la historia de las mentalidades, est� en la base de la endeblez de sus planteamientos, cuya puesta a d�a urge justamente para salvar y desarrollar lo que ha sido su aportaci�n m�s relevante: el descubrimiento de una historia de Galicia. El car�cter fragmentario y heterog�neo de las voluminosas historias de Galicia que se est�n publicando hoy en d�a, demuestra que lo que hemos ganado en rigor lo hemos perdido en sustancia: falta el hilo conductor -y el empe�o divulgador- presente en las historias nacionalistas. De manera que todav�a podemos aprender algo de ellas (a condici�n de criticarlas, de no venerarlas como si de textos sagrados se trataran).

 

��������������� En el esquema historiogr�fico nacionalista el momento fundamental que explica el posterior asoballamiento de Galicia son los acontecimientos de la segunda mitad del siglo XV: 1) derrota de la revuelta irmandi�a, 2) decapitaci�n del noble independentista Pedro Pardo de Cela, 3) doma y castraci�n del reino de Galicia por parte de los Reyes Cat�licos. Tres mitos interrelacionados que constituyen un sistema b�sico para comprender la concepci�n de de Galicia y de la historia de Galicia elaborada por el nacionalismo gallego contempor�neo. El punto de inflexi�n siglo XV/siglo XVI marca la transici�n entre la Edad Media y la Edad Moderna y es, sin duda, esencial para discernir los or�genes de la Galicia contempor�nea.

 

��������������� Vamos a tener en cuenta principalmente las obras de Benito Vicetto, Manuel Murgu�a, Vicente Risco, Ram�n Villar Ponte y Alfonso Rodr�guez Castelao. Todos ellos literatos y escritores que, en un momento dado, se dedican a la historia llevados por su patriotismo, por sus inquietudes pol�ticas. Una primera explicaci�n del exceso de mitificaci�n est� en la falta de fuentes y en el bajo nivel metodol�gico e historiogr�fico de la disciplina hist�rica, lo que esespecialmente cierto en el siglo XIX. Casi un siglo despu�s Castelao acusa la existencia de posiciones cr�ticas hacia la historia rom�ntica de Galicia, pero las propias necesidades del proyecto nacionalista -tal como el lo entend�a- le llev� a mantener el conjunto de los mitos acumulados desde Vicetto.

 

��������������� Por otro lado, al ser el objetivo de las historias de Galicia la divulgaci�n, la formaci�n de una conciencia nacional entre los gallegos a trav�s de la historia, nuestros literatos y periodistas acud�an una y otra vez a la simplificaci�n, potenciando los rasgos m�s susceptibles de idealizaci�n y pedag�gicos; una segunda explicaci�n de la persistencia de la mitolog�a hist�rica galleguista m�s all� de las evidencias historiogr�ficas. Hoy creemos es factible una alta divulgaci�n de la historia, junto con su funci�n formativa, sin caer en las mistificaciones.

 

Nostalgia nobiliar

 

��������������� Quitando la tendencia integracionista de la clase dirigente, no hay acontecimiento que objetivamente haya perturbado m�s el dise�o nacionalista de una Galicia medieval emancipada, que la revoluci�n irmandi�a. Revuelta popular, campesina y ciudadadana, que gobern� Galicia entre 1467 y 1469, apoyada por una gran parte de la Iglesia y por sectores de la hidalgu�a, contra los se�ores de las fortalezas (sobre todo, la gran nobleza laica). Los llamados irmandi�os fueron enaltecidos por la historiograf�a galleguista a la vez que incomprendidos y hasta criticados, especialmente a causa de que haber derrotado y debilitado para siempre a la nobleza gallega, clase social destinada a asumir el volksgeist gallego en el medioevo. Siendo el pueblo gallego parte principal de la naci�n, se celebra su rebeld�a her�ica, pero se cuestiona la oportunidad (revuelta prematura) y hasta sus objetivos antinobiliarios (sirven a los intereses del centralismo en ciernes). Esta interpretaci�n sesgada ha llegado al gran p�blico de una manera simple, seg�n ya dijimos, mediante una imagen derrotista de la revuelta.

 

��������������� En un principio, la historiograf�a rom�ntico-liberal enjuicia negativamente a la nobleza feudal del siglo XV, adoptando el punto de vista de la Galicia de la �poca, fines del siglo XV y principios del siglo XVI, mayoritariamente favorable a los irmandi�os (seg�n las fuentes populares, eclesi�sticas y reales; la opini�n minoritaria est� representada sobre todo por los nobiliarios).

 

��������������� Benito Vicetto hace en su Historia de Galicia una continua apolog�a de los vasallos y burgueses frente al clero y la aristocracia[37], si bien puede m�s su anticlericalismo que su antinobiliarismo, sobre todo si su idea de Galicia est� por medio. Dice Vicetto de los irmandi�os: debemos saludar con emoci�n la memoria de los villanos que se levantaron en aquella guerra para lidiar contra la tiran�a de sus se�ores de soga y cuchillo[38]. De qui�n fue el re-descubridor de los irmandi�os como hecho hist�rico[39], no podemos esperar grandes loas a la nobleza feudal, pero s� por razones nacionalistas a algunos de sus miembros (Pardo de Cela, Conde de Cami�a) que, seg�n nuestro primer historiador galleguista, pusieron en pr�ctica el esp�ritu independentista de la nobleza sueva...

 

��������������� Manuel Murgu�a cuestiona acervamente la ligereza de Vicetto que en Los Hidalgos de Monforte (1851) se inventa a un Pardo de Cela dirigente irmandi�o y a unas hermandades en lucha por la independencia de Galicia, caracteriza la revuelta de los irmandi�os como lucha de clases, condena a la nobleza bajomedieval gallega y celebra la victoria irmandi�a sobre la servidumbre, en dos obras clave: De las guerras de Galicia en el siglo XV y de su verdadero car�cter (1861), y el Discurso preliminar (1865) de su Historia de Galicia[40]. Pero al final tambi�n Murgu�a condiciona, m�s matizadamente que Vicetto, su discurso historiogr�fico a su discurso pol�tico.

 

��������������� En un principio el radical antinobiliarismo de Murgu�a, joven miembro del partido progresista, no distingu�a nacionalidad: Lo mismo que la nobleza de Castilla, era la de Galicia altanera, dura y ambiciosa; lo mismo que aqu�lla tuvo �sta su d�a de poder y su d�a de desgracia, su apogeo y su c�nit; la decadencia de la nobleza feudal era para Murgu�a, al igual que para la mayor�a de los gallegos de la �poca bajomedieval, motivo de alegr�a: antes de desaparecer lanz� sus m�s vivos y siniestros resplandores sobre la tierra[41]. Despu�s de la revoluci�n de 1868 y de la I Rep�blica, Murgu�a modera su discurso pol�tico[42]; entonces el tema de los irmandi�os desaparece de sus obras (v�ase por ejemplo, Galicia, 1888, y El regionalismo gallego, 1889), salvo como incidental tel�n de fondo de la batalla entre nobleza gallega y Reyes Cat�licos. Sin abandonar el liberalismo ni dejarse arrastrar por el carlismo, Murgu�a sienta las bases conceptuales de un regionalismo conservador en sus trabajos sobre el regionalismo gallego de 1889 y 1890, situ�ndolo por encima de los partidos[43], que va influir en su reconstrucci�n de la historia de Galicia. De los nobles gallegos del siglo XV se opina ya de otra manera, pasan de ser los enemigos de los irmandi�os a los enemigos de los Reyes Cat�licos, los cuales manipulan la hostilidad de nuestro pueblo contra la nobleza gallega, que fue el modo m�s seguro de vencerles a todos[44]. Este cambio de partido se justifica por la convicci�n de que la nobleza era por ciencia refractaria a Castilla[45]. A pesar de lo cual, Murgu�a no olvida sus posiciones juveniles (ten�a 28 a�os cuando escribi� su trabajo sobre los irmandi�os y 35 cuando toma parte de la Junta Revolucionaria de Santiago durante la revoluci�n de 1868), y rememora el origen popular y antinobiliar de la Junta del Reino, y dice: en tal manera que los nobles intentaron constituir otra [Junta del Reino] que les fuese privativa pero que tuvo la vida de las rosas, porque no representaba los intereses generales de Galicia y s� s�lo los de una clase[46]. Este circunstancial retorno a la lucha de clases est� muy subordinado a una posicionamiento central pro-nobleza que acabar� por imponerse en la historiograf�a nacionalista. Con todo interesa hoy recobrar este punto de vista popular de la emancipaci�n de Galicia, el reconocimiento de que a finales de la Edad Media era el pueblo irmandi�o quien representaba los intereses nacionales de Galicia y no una nobleza que, practicando masivamente en bandolerismo social, hab�a perdido todo consenso en la sociedad.

 

��������������� No es tanto el giro conservador de Murgu�a lo que provoca el cambio de actitud hacia la decadente nobleza bajomedieval, sino un mayor compromiso regionalista, anti-centralista, que desvaloriza o elimina de la historia aquellos hechos sociales e intereses de clase que no se correspondan con la divisi�n bipartita Galicia/Castilla-Estado espa�ol. La prueba est� en que Castelao, un hombre del Frente Popular del 36, incide a pesar de su progresismo en las actidudes pronobiliarias del viejo Murgu�a.

 

��������������� En el fondo late la idea, com�n a los intelectuales galleguistas hasta hace poco (gracias a la influencia del marxismo), de la historia como la obra de los grandes hombres, el campo de acci�n de unos escogidos grupos dirigentes, quedando reservado al pueblo el papel de masa de maniobra[47]. Esta instalaci�n en la cultura de �lite hace incomprensible para los primeros historiadores y pol�ticos nacionalistas los movimientos sociales de ra�z popular, situando en las tradicionales clases dirigentes sus esperanzas de liberaci�n de Galicia. A la pregunta de si Galicia necesitaba de sus arist�cratas, escribe Castelao, n�s responder�amos que s�, porque todol-os povos necesitaron unha aristocracia como agora necesitan unha �lite; lamentando a continuaci�n el destierro que -despu�s de la revoluci�n irmandi�a- le impusieron los Reyes Cat�licos a los grandes se�ores de Galicia: as� decapitaban a unha naci�n sen que a mesma naci�n se enterase, bulrando ao mesmo tempo o xuicio da hestoria[48]. Verdaderamente, la historia juzg� y conden� a la nobleza gallega del siglo XV, repetidamente impugnada por la revuelta de los vasallos y de las ciudades, por una iglesia cuyos bienes hab�an ocupado fraudulentamente, por una monarqu�a deseosa de intervenir en Galicia en olor a multitud con las banderas de la paz, la justicia y la seguridad. El desacuerdo con la historia real conduce a la historia deseable, seg�n la cual los nobles gallegos ser�an invulnerables se contaran coa simpat�a dos servos ou coa fidelidade dos criados[49]. Esta nostalgia por una historia que nunca sucedi�, no tendr�a mayores consecuencias si ello no restase gravemente objetividad a la historia de Galicia, sobre todo cuando se atribuye a los se�ores feudales una conciencia nacional ap�crifa.

 

��������������� La conciencia gallega de constituir un reino y hablar una lengua diferente a la de otros pueblos peninsulares y europeos, exist�a en el siglo XV, tanto en el pueblo como en la nobleza, pero no disponemos de datos que permitan afirmar que esa mentalidad gallega se expresase pol�ticamente contra Castilla y/o contra el rey de Castilla, que era tambi�n rey de Galicia. Incluso la simpat�a pol�tica de una parte de la nobleza por Portugal, durante las guerras civiles del siglo XIV y XV, se manifiesta en el contexto de la lucha por la Corona de Castilla, es decir, ten�a el objeto de cambiar el rey de Castilla (unificando Castilla y Portugal) y no de romper los lazos con la Corona castellano-leonesa. El integracionismo estaba latente en todas las clases sociales y no era en absoluto contradictorio con una conciencia nacional en positivo. Lo sorprendente es que durante los siglos XIX y XX sigui� siendo as�, tambi�n hoy en d�a, y nadie se inventa una Galicia distinta para afirmar nuestro nacionalismo.

 

��������������� Castelao, al margen de las fuentes que relatan los enfrentamientos puntuales de los se�ores gallegos con el nuevo Estado, hace de la nobleza tardomedieval la fuerza depositaria -en exclusiva- de la dignidad gallega[50], y cuando el pueblo primero (1467) y la monarqu�a despu�s (1483-1486) los echan de Galicia, se queja -con eles marchouse a rebeld�a, o orgulo, a insumisi�n da patria-, descalifica a su sustituta moderna la hidalgu�a intermediaria -En troques, quedounos unha moitedume de fidalgos da �nfima nobreza, impotentes e vaidosos-, y se compadece del pueblo -un povo bulrado, abatido, roubado e sen ningunha espranza de salvaci�n[51]-, sin considerar que el pueblo gallego hab�a luchado lo indecible por librarse de su clase dominante feudal y que nadie se siente deprimido o desesperanzado a la hora del triunfo. Ya apuntamos que nuestras investigaciones son concluyentes respecto al sentimiento colectivo de victoria sobre los caballeros feudales imperante entre los campesinos, la burgues�a y los artesanos gallegos a fines del siglo XV y a principios del siglo XVI[52].

 

��������������� La defensa de una gran nobleza que nadie quer�a en Galicia a fines de la Edad Media, llega hasta la exculpaci�n -por lo dem�s innecesaria-. En verdade ser�a inxusto atribuir a desventura de Galiza � tiran�a dos seus derradeiros se�ores, pues si hubo se�ores malos tambi�n hubo se�ores buenos que construyeron iglesias y obrasp�blicas; y sigue Castelao: Non; a desventura de Galiza iniciouse co ausentismo dos grandes se�ores, imposto polos Reis Cat�licos para engrosaren a grandeza de Castela e, de paso eliminaren as nosas arelas de independencia[53]. Esto �ltimo es a las claras una invenci�n. Sobre la conveniencia o no de la permanencia de los grandes caballeros feudales en Galicia, es indudable que los gallegos de finales del siglo XV y la historiograf�a nacionalista han mantenido posiciones irreconciliables. Obviamente, desde el punto de vista de una historiograf�a profesional lo que vale es lo primero, y desde el punto de vista de un nacionalismo enraizado en su pueblo y en la historia de su pa�s, tambi�n.

 

��������������� La propia idea de Castelao de mostrar el lado positivo de la dominaci�n de la nobleza laica atribuy�dole la concesi�n de los foros[54], olvida un dato fundamental que ya Murgu�a[55] hab�a se�alado: el foro se generaliza hacia mediados del siglo XIII por iniciativa de los se�ores eclesi�sticos, hegem�nicos en Galicia hasta que, a partir de 1369, son desplazados mediante la fuerza por la nobleza trastamarista vencedora en la guerra civil, cuya relaci�n principal con los campesinos gallegos no fue el foro sino la renta jurisdiccional, el tributo extralegal y el agravio directo. Cuando Castelao alardea, muy justamente, de las instituciones forales gallegas que conced�an aos labregos un comezo de propiedade, base dos actuaes minifundios, mientras perdura el latifundio feudal en la Espa�a reconquistada a los moros[56], no tiene en cuenta que la puerta de acceso a la propiedad campesina que suponen los foros se debe a la sustituci�n de la nobleza laica por la iglesia primero y la hidalgu�a despu�s como grupos sociales dirigentes en Galicia, en el tr�nsito del siglo XV al siglo XVI. La ca�da de la nobleza gallega bajomedieval, y las relaciones sociales que encarnaba, se explica en �ltimo t�rmino por causas econ�mico-sociales y, en primera instancia, por la impugnaci�n moral de sus vasallos, y de la mayor parte de los gallegos, que acusaban a los caballeros de los innumerables agravios que aquellos comet�an acuciados por la crisis bajomedieval de los ingresos se�oriales. Si despu�s de la escisi�n portuguesa, no existen datos acreditativos de que los se�ores feudales luchaban por la independencia de Galicia, menos a�n de que los de abajo incluyesen esta cr�tica en la inculpaci�n general a los se�ores; simplemente el problema en el siglo XV gallego no estaba planteado en esos t�rminos, por ello resultaba innecesario descargar a la nobleza de algo que ella no pod�a ni seguramente quer�a hacer.

 

��������������� Nuestro Castelao consciente del peso de los intereses de clase, remata por culpar a la toda la clase se�orial gallega de traicionar a Galicia: no �nimo dos nobres e na testa eclesi�stica de Sant-Iago s�io medraban os egoismos de caste, e por eles Galiza cometeu grandes desvar�os i estivo a piques de morrer asimilada[57]. Las censuras las reparte por igual el autor contra los se�ores eclesi�sticos, cuya hegemon�a se personaliza en Xelm�rez en la Plena Edad Media -que es acusado de entregar Galicia a Castilla[58]-, y contra los se�ores laicos que al final del medievo abandonan Galicia por la Corte: Aqueles se�ores non defend�an m�is que os seus foros, e axi�a se trocaron en ardidos cortes�ns, enxertando os seus nomes na aristocracia hespa�ola, antramentras que o povo galego sofr�a[59]. No se da cuenta, o no quiere darse cuenta, Castelao de que la hu�da hacia arriba de los se�ores gallegos es una prueba m�s del car�cter imaginario de su independentismo.

 

��������������� Ora se inculpa al pueblo ora a los se�ores. Ambivalencia flexible que deriva del h�bito de enjuiciar los hechos hist�ricos y la actuaci�n de las clases, seg�n el dogma previo de la confrontaci�n Galicia/Castilla. As�, despu�s de la revuelta irmandi�a, se celebra la bravura de los nobles feudales en lucha contra los enviados de los Reyes Cat�licos y contra la inquina terrible dos plebeus, que, por ving�rense de pasadas inxurias, axudaban �s castel�ns[60]. La oposici�n de Pedro Madruga a la monarqu�a unificada de Castilla y Arag�n, defendiendo a Do�a Juana contra Isabel I, y despu�s la resistencia individual de los se�ores gallegos las �rdenes de los Reyes de ceder su control sobre los bienes eclesi�sticos y sobre sus nuevas fortalezas, son momentos importantes para la historiograf�a galleguista porque son adaptables al esquema de confrontaci�n con Castilla y su monarqu�a, que tanto se echa en falta en la historia de Galicia.

 

��������������� Si de entrada el pueblo apoya a Acu�a y Chinchilla contra los se�ores feudales, anatema; si finalmente la alta nobleza acaba cediendo a las presiones de los Reyes Cat�licos y acepta el exilio dorado en la Corte castellana, anatema. S�lo se salva Pedro Pardo de Cela, cuya muerte por decapitaci�n, en 1483, por orden de los Reyes Cat�licos se pretende que salve el honor de Galicia y de su nobleza. Cualquiera que hayan sido sus pecados, la muerte hab�a hecho bueno al mariscal. A�os y a�os de cr�tica historiogr�fica no han podido con el mariscal imaginario creado por la tradici�n y enarbolado sin pudor por la historiograf�a patri�tica.

 

Ascenso y ca�da de Pardo de Cela

 

��������������� Si hay un hecho hist�rico donde el mito y la realidad conocida se hayan distanciado tanto, este es el caso del mariscal Pedro Pardo de Cela, cuya muerte violenta ha creado las condiciones para la invenci�n de una biograf�a que lo ha convertido en el m�rtir por excelencia de la literatura galleguista, en el m�ximo representante de esa nobleza gallega que ten�a que haber sido y que no fue. El estudio del proceso de mitificaci�n de Pardo de Cela, puede ser paradigm�tico para comprender los mecanismos ideol�gicos que transmutan un hecho hist�rico en una leyenda interesada, pasando por una tradici�n popular. Empezemos por los datos sabidos a trav�s de las fuentes escritas.

 

��������������� Cuando Vicetto reconoce que no tiene fundamentos documentales que justifiquen su versi�n imaginaria de Pedro Pardo de Cela: echa las culpas a Aponte, Molina y G�ndara que casi no hablan del mariscal,no entiende la verdad como estos ilustres cronistas de los siglos XVI y XVII no lo han situado entre los grandes nobles gallegos de finales del siglo XV[61]. El caso es que Pardo de Cela no fu� m�s que un noble mediano, protagonista de un ascenso fulgurante que le granje� grandes oposiciones populares, eclesi�sticas y reales a causa de la violencia empleada, procedimiento habitual en la �poca[62]. No habr�a llamado la atenci�n si no fuera porque a principios de los a�os 80 las circunstancias hicieron de �l un chivo expiatorio. Y ni a�n as� los genealogistas del reino le dieron desp�es mucha importancia a su muerte (otra cosa fueron los genealogistas de las casas se�oriales que lo ten�an por ascendiente).

 

�������������� Antes del martirio, Pedro Pardo de Cela era un caballero malhechor, lo mismo que Pedro Alvarez de Soutomaior, llamado Pedro Madruga; los diferenciaba la pertenencia de �ste a un linaje de mayor solera y patrimonio, y tambi�n una capacidad de intervenci�n pol�tica m�s acusada. Hay que decir que en general los se�ores laicos gallegos del siglo XV, eran vistos como malhechores en Galicia y en la Corte de Castilla. De ah� la representatividad media del mariscal.

 

��������������� Aponte cuenta como Pedro Pardo de Cela era un simple caballero a sueldo de los Andrade asta que fue gran se�or, pudo entonces reunir -con la ayuda de su yerno Pedro Bola�o- hasta 100 escuderos y 5.000 peones, gracias a que com�a todo el obispado de Mondo�edo[63]. Despu�s de la revuelta irmandi�a, aparece, en 1477, entre los grandes se�ores confederados -el �ltimo de la lista- para resistir al intento real de resucitar las hermandades[64], el a�o siguiente podemos considerar que empiezan los enfrentamientos que cinco a�os despu�s causaran su ruina.

 

��������������� Para Garc�a Oro, Pedro Pardo de Cela no fue m�s que un infortunado caballero del siglo XV, y cree que las causas de su infortunio estaban en la endeblez de su se�or�o, en que no supo rodearse de aliados y en la determinaci�n del gobernador Fernando Acu�a por hacer valer la autoridad real[65]. Habr�a que a�adir el factor circunstancial, la coyuntura pol�tica de 1483, cuando los Reyes Cat�licos obligan a Acu�a y Chichilla a volver a Galicia y obtener resultados inmediatos para restablecer la paz y el orden, devolviendo los se�or�os eclesi�sticos a la iglesia[66].

 

��������������� De su familia hereda Pardo de Cela castillos y casi nada m�s[67]; llegar� a ser un gran se�or de fortalezas, lo que le confiere gran poder coercitivo y pocos medios econ�micos directos. Una buena p�litica matrimonial lo emparenta con importantes familias nobles: se casa con Isabel de Castro, hija del Conde de Lemos y sobrina del obispo de Mondo�edo; casa a sus hijas con caballeros de las casas de Saavedra (que viene en el nobiliario de Aponte) y de Ribadeneira (a su vez emparentado con las casas de Miranda, Bola�o y Ron)[68]. En 1464 es ya encomendero del obispado de Mondo�edo (ya lo fuera su padre Juan N��ez Pardo) y alcalde de Vivero por el rey, cargo que le ser� confirmado el a�o siguiente por Enrique IV al pasar la villa a la corona[69]. Sus ingresos se complementan con las alcabalas de gran parte del obispado de Mondo�edo[70]. Esta dependencia de los ingresos ajenos (generados por la iglesia de Mondo�edo, los vecinos de Vivero y las rentas del rey) para mantener un estatus de gran se�or fue el tal�n de Aquiles del mariscal Pardo de Cela[71], siendo en esto tambi�n representativo de la nobleza gallega del siglo XV que refeudaliza el pa�s e institucionaliza el agravio como parte principal de la renta feudal[72]. Por las fuentes orales sabemos que fueron las rentas del obispado de Mondo�edo las que desencadenaron el conflicto que le llevar� al cadalso. Y por las fuentes judiciales posteriores que el cobro de las rentas reales justific� la confiscaci�n pos-morten de sus bienes.

 

��������������� La falta de sentido econ�mico de esta nobleza advenediza y violenta de origen trast�mara, que tan bien encarna Pardo de Cela, se ve en aquello que Pedro Pardo, Mariscal dixera al dicho Conde [de Lemos] que ynchiese los caballos de los dichos basallos e quel dicho Conde que no queria que no se abia de mantener de los carballos[73]. Este di�logo tuvo lugar en 1469, cuando el mariscal vuelve del exilio (interior o exterior, no lo sabemos), bajo las �rdenes del Conde de Lemos, su suegro, para recuperar sus posesiones tomadas por los irmandi�os. Los vasallos rebeldes hab�an derrocado la fortaleza A Frouseira donde prendieron al Mariscal Pedro Pardo[74], dej�ndole con vida pese a su fama de bandolero, cosa que diez y seis a�os despu�s no har�n los oficiales de la reina Isabel. Pardo de Cela no fue el dirigente de los irmandi�os que ha imaginado el novelista Vicetto[75], sino uno de sus enemigos m�s recalcitrantes.

 

��������������� Pedro Pardo quiso emular a los grandes se�ores aprovechando las oportunidades que ofrec�a el turbulento siglo XV. Sin embargo, un caballero que sirvi� como �l a Fern�n P�rez de Andrade, Alonso de Lanz�s, sigui� el camino contrario: eligi� el bando de los vasallos, y lleg� a ser uno de los capitanes (en el obispado de Lugo) m�s conocidos de los irmandi�os, despu�s de sufrir personalmente los agravios y asaltos de Andrade, Pardo de Cela y otros se�ores[76]. A su vez Alonso de Lanz�s es culpable de la muerte del hermano de Pedro Pardo de Cela[77]. Es conocida asimismo la enemistad del mariscal con el hidalgo Fernando D�az Teixeiro, dirigente militar irmandi�o en Mondo�edo[78].

 

��������������� Tampoco es cierto, como ha dicho la historiograf�a galleguista, que Pardo de Cela militara en el bando de la Beltraneja y de Portugal contra Isabel la Cat�lica en la guerra de sucesi�n 1476-1479[79]. Todo lo contrario, se aline� con el bando isabelino que encabezaba el arzobispo Fonseca y que comprend�a a casi toda la nobleza gallega (aunque el entusiasmo desplegado fue muy desigual), de tradici�n integracionista como sabemos, con la notoria excepci�n de Pedro Alvarez de Soutomaior que defendi� la opci�n portuguesa. As�, en 1476, estuvo el mariscal con todos los otros Pardos y Rivadeneyras en el gran cerco de Pedro Madruga en Pontevedra[80], y en 1477 -seg�n ya dijimos- participa en una confederaci�n se�orial que siendo isabelina, guardando servicio del rey e reina nuestros se�ores, est� pensada para resistir la orden real de recrear la Santa Hermandad[81]; los intereses de clase estaban por encima de cualquier fidelidad pol�tica. A partir de ah� se suceden una serie de problemas puntuales del mariscal con los oficiales de los Reyes Cat�licos sin que ello suponga un cambio de bando. No existe pues noticia documental alguna del alineamiento, en cualquier momento, de Pardo de Cela con Pedro Madruga y los portugueses durante la guerra de sucesi�n.

 

��������������� Los enfrentamientos de Pardo de Cela con los oficiales reales (sucesivamente: Ladr�n de Guevara, Francisco Cer�n y Fernando de Acu�a) ser�an marginales para la historia de la Galicia en el tr�nsito de la Edad Media a la Edad Moderna, sino fuera por el desenlace mortal de este conflicto. Los se�ores de Galicia gobernaban sus estados proclamando la lealtad hacia un lejano rey de Castilla, de cuyas rentas gallegas se apropiaban. Cuando la reina Isabel pretende hacer m�s efectiva la autoridad real en Galicia, resucitando las hermandades y buscando el sost�n de las ciudades, surgen grandes conflictos de poder, de jurisdicci�n, entre los enviados de los reyes y cada uno de los grandes se�ores de fortalezas, empezando por los partidarios de Isabel.

 

��������������� El arzobispo Fonseca fue el primero que se encastill�, en 1480, en la catedral de Santiago para resistir al gobernador Acu�a que quer�a el control de las fortalezas arzobispales; el contencioso se resolvi� llev�ndose los reyes al fiel Fonseca a la Corte (nada menos que como Presidente del Consejo Real), dejando que Acu�a y Chichilla continuaran en Galicia su campa�a depuradora[82]. Por el mismo motivo, esto es, el control de las fortalezas episcopales, el tambi�n isabelino Conde de Lemos el mayor se�or de aquel Reyno de Galicia, asedia, en 1483, el castillo de Lugo, que hab�a sido tomado por Acu�a, considerando que dicha intromisi�n constitu�a un agravio hacia su hermano el obispo de Lugo, y no obedece las �rdenes directas de los Reyes Cat�licos para que alzase el sitio, por lo que el propio rey Fernando parti� para el Reyno de Galicia � punir al Conde por aquella osad�a que cometi�, de nada vali� que entoces el Conde de Lemos levantara el cerco, el ej�rcito real continu� hacia Lugo con la intenci�n de escarmentar al mayor se�or de Galicia. En Astorga se enter� el rey de que el Conde (ten�a 80 a�os de edad) hab�a muerto y se suspendi� la operaci�n; en 1486, el conflicto se reanud� con el nuevo Conde de Lemos, Rodrigo Alvarez Osorio[83]. En este contexto de lucha generalizada por el poder nobleza-monarqu�a tienen lugar los incidentes que llevaron a Pardo de Cela al cadalso como cabeza de turco. Salvo en el caso de Pedro Madruga, ninguno de los nobles que tuvieron problemas con los hombres del rey plantearon problemas de disidencia pol�tica con la nueva monarqu�a, m�s bien lo contrario.

 

��������������� Para la implantaci�n de la autoridad real en Galicia fue necesario pero no suficiente la superaci�n de los conflictos con Fonseca y, sobre todo, con Pedro Alvarez Osorio, el viejo Conde de Lemos, decano de la nobleza gallega del siglo XV. Hasta Pedro Madruga, reconvertido al isabelismo triunfante, buscaba en el Conde de Lemos abrigo frente a Acu�a, porque aunque este disimulaba de all� les ven�a el consejo a todos porque lo ten�an por padre[84]. La cuesti�n es que Pedro Alvarez Osorio desobedece a los reyes pero muere en la cama, y su yerno Pardo de Cela desobedece a los reyes y muere ajusticiado por Acu�a (el 17 de diciembre de 1483).

 

��������������� La orfandad nobiliar que supone la p�rdida del Conde viejo de Lemos es percibida por el resto de la nobleza como un golpe tanto o m�s importante que la decapitaci�n ejemplar de Mondo�edo: Ansi que, viendo los se�ores falle�ido al conde de Lemos y muerto a Pedro Pardo, acordaron todos de ser a una; la nueva confederaci�n est� formada por Ulloa, Andrade, Moscoso, Suero G�mez y Pedro Madruga, y tiene como fin obedecer al rey pero no consentir a los governadores todo lo que quisiesen fa�er[85]. Los enviados de los reyes se hab�an hecho m�s peligrosos que las propias hermandades de los vasallos. Neutralizado el rebelde Fonseca, cabeza del partido isabelino, desaparecido el rebelde Conde de Lemos, jefe natural de los se�ores gallegos, el golpe de efecto de Acu�a degollando a un caballero de segundo orden como Pardo de Cela, ayud� mucho sin duda a meter en cintura a los se�ores feudales gallegos (quedaba claro que esta vez iba en serio), que, en 1486, visitando Santiago los Reyes Cat�licos son compelidos de nuevo a marcharse a la Corte, dejando a Galicia en manos de la autoridad real, lo que se consigue con el socorro y el aplauso del pueblo gallego, que obtiene as� desde arriba la paz, la seguridad y la justicia que, desde abajo hab�a conquistado por las armas en 1467.

 

�������������� Ciertamente, con el tiempo la integraci�n plena de Galicia en el nuevo Estado entra�a la centralizaci�n, la dependencia y la marginaci�n (del idioma gallego en primer lugar), pero este problema ni estaba planteado ni preocupaba a los gallegos del siglo XV, y menos a�n a los nobles feudales: esta es la cruda realidad que la vieja historiograf�a galleguista no quiso asumir. Subjetivamente, es un anacronismo pensar que los se�ores gallegos cuando defend�an en los a�os 70 y 80 del siglo XV sus parcelas de poder, frente a los corregidores y gobernadores de los reyes de Castilla y Arag�n, sustentaban un proyecto pol�tico para Galicia distinto del secular integracionismo en la Corona de Castilla y Arag�n. Ni siquiera en el caso de Pedro Madruga, se puede afirmar con rigor que quer�a una Galicia independiente; Pedro Alvarez de Soutomaior, noble fronterizo que serv�a a dos reyes, a la vez Vizconde de Tui y Conde de Cami�a, casado con una noble portuguesa y con muchos intereses y amigos en Portugal (de all� trajo en 1469 sus tropas para combatir a los irmadi�os), no quer�a m�s que ganaran la Corona de Castilla Juana la Beltraneja y su marido el rey de Portugal para de este modo llegar a la unificaci�n de Castilla y Portugal (frente a la alternativa luego triunfadora de la confederaci�n de Castilla y Arag�n). La din�mica hist�rica ped�a, en el umbral de la Edad Moderna, avanzar hacia grandes estados, nadie en la pen�nsula ib�rica planteaba mayores fragmentaciones. Objetivamente, la uni�n de Castilla y Portugal implicaba el reencuentro, en el marco de una entidad pol�tica peninsular m�s amplia, de la Galicia bracarense y de la Galicia lucense, pero nada m�s y nada menos (porque no negamos que ser�a una alternativa mucho m�s beneficiosa para Galicia). Todo lo dem�s es apartarnos del terreno de los hechos demostrables y pasar a las especulaciones, salir de la historia real y entrar en la filosof�a (idealista) de la historia.

 

��������������� Digamos algo ahora sobre la guerra particular de Pardo de Cela con los oficiales reales, a la que venimos haciendo referencia. En 1476, Ladr�n de Guevara con una carta de los Reyes Cat�licos para obtener auxilio contra el bando portugu�s, llega a Vivero, en manos de Pedro Pardo, que seg�n Aponte se le resisti�[86]; sin embargo, el mariscal estar� ese mismo a�o, al igual que Ladr�n de Guevara, en el gran cerco organizado por Fonseca en Pontevedra a las tropas de Pedro Madruga[87]. Este primer conflicto de Pardo de Cela con un oficial de los Reyes Cat�licos, no afect� -como en los dem�s casos estudiados: Fonseca y Conde de Lemos- a su fidelidad a la reina Isabel. La verdad es que transformar estosenfrentamientos locales en un problema pol�tico global vendr�a a agravar la situaci�n de los caballeros implicados, era un lujo que no se pod�an permitir, cuando los nuevos reyes estaban consolidando a ojos vistas su poder, por ello buscaban una y otra vez el sost�n de los Reyes Cat�licos contra las decisiones que consideraban injustas de sus representantes en Galicia. La �nica posibilidad que ten�an era crear contradiciones entre �stos y los reyes, habituados por lo dem�s a actuar como �rbitros. Pardo de Cela demand� y obtuvo reparaci�n de los reyes por el comportamiento agraviante de Ladr�n de Guevara en Vivero; documento que nos ofrece una versi�n de los hechos distinta a lo que dice Aponte[88]. Lo que estaba encima de la mesa en todas estas confrontaciones entre los se�ores y la monarqu�a unificada es qu� jurisdicci�n iba a predominar sobre tal fortaleza, ciudad o jurisdicci�n: �los oficiales del rey o el se�or local? Adem�s los hombres del rey defend�an la jurisdicci�n eclesi�stica frente a las generalizadas usurpaciones nobiliarias laicas. La pol�tica de aliados de la monarqu�a en Galicia aisl� a una nobleza montaraz que ya fuera derrotada estripitosamente por el pueblo en 1467.

 

��������������� Los problemas de Pardo de Cela con los hombres del rey estaban desde el punto econ�mico y de poder en la ciudad de Vivero, la iglesia episcopal de Mondo�edo y las rentas reales recaudadas en el obispado; desde el punto de vista militar la clave estaba en qui�n controlaba las fortalezas del obispado (reedificadas despu�s de la revuelta irmandi�a). Varios documentos del Registro General del Sello -utilizados ya por Francisco May�n a principios de los a�os 60- de 1477 a 1480 han permitido conocer los puntos de desacuerdo entre los Reyes Cat�licos y Pardo de Cela, impulsando el proceso de desmitificaci�n de la figura de �ste. Dos cartas de 1477 ilustran la voluntad de los reyes de mantener a Vivero en situaci�n de realengo y de defender a la iglesia de Mondo�edo frente a caballeros malhechores[89]. Pronunciamientos gen�ricos que se concretan, en 1478[90], en varias requisitorias del rey Fernado el Cat�lico contra Pardo de Cela, cuyo cumplimiento se encomienda al corregidor de Vivero, Francisco Cer�n: que desocupe lugares, cotos y feligres�as en Vivero; que devuelva las alcabalas y otras rentas reales usurpadas; que cese de edificar fortalezas en Vivero y su tierra; que no construya puertos propios en competencia con Vivero... A mediados de a�o, el rey Fernando destierra a Pardo de Cela de Vivero y convoca a todo el obispado a cerrar filas en torno al corregidor Cer�n.

 

��������������� A trav�s de influencias en la canciller�a real, Pardo de Cela hace valer su fidelidad pol�tica y consigue cartas de seguro de los reyes en las siguientes fechas: 27 de agosto de 1478 (contra caballeros y otras personas)[91], 11 de septiembre de 1480 (contra Francisco Cer�n)[92], 4 de noviembre de 1480 (contra caballeros y otras personas)[93]. Cartas de amparo que se entrelazan y alternan con las de abandono y reprensi�n, y son ya incapaces de frenar (en �ste y en los dem�s casos de nobles en cuarentena) el enfrentamiento generado por la incompatibilidad de fondo entre el poder del mariscal y el nuevo poder real en las tierras de Mondo�edo. Se demuestran con todo dos cosas: que los oficiales reales de cada jurisdicci�n o reino act�an con cierta autonom�a respecto de la Corte, y que los reyes daban con frecuencia una de cal y otra de arena, sobre todo a la hora de expedir cartas, no tanto cuando estaba en juego en verdad la autoridad real.

 

��������������� En el verano de 1480, el corregidor Cer�n desarrolla una violenta campa�a contra Pardo de Cela que lleva a �ste a quejarse ante los reyes, porque Cer�n le ha hususpado e husurpa la juridici�n del obispado de Mondo�edo[94], lo que da lugar a la mencionada carta de seguro de septiembre de 1480, a pesar de la cual la confrontaci�n va in crescendo por una raz�n simple: Pardo de Cela no ced�a el poder y las cartas conseguidas en la Corte poco val�an, adem�s se contradec�an entre s�; la contienda pasa pues al terreno militar porque en esta ocasi�n los hombres del rey est�n dispuestos -ten�an las �rdenes para ello- a quedarse en Galicia hasta establecer el nuevo orden. El 3 de agosto de 1480 los Reyes Cat�licos mandan a Galicia con poderes de excepci�n al caballero Fernando Acu�a y al jurista L�pez de Chinchilla. La carta de seguro del 4 de noviembre de la reina Isabel va dirigida precisamente al gobernador Acu�a a fin de que protega a Pardo de Cela de sus enemigos, pero �qui�n protege a Pardo de Cela del nuevo gobernador?

 

��������������� Un a�o despu�s de su llegada a Galicia, tenemos a Fernando de Acu�a cercando al mariscal en A Frouxeira[95]. El asedio es sangriento, seg�n Diego Valera, cronista de los Reyes Cat�licos, dura ocho meses y termina con la rendici�n de la fortaleza con ciertas condiciones; entonces Acu�a la derroca[96]. Los problemas econ�mico-sociales que enfrentan al gobernador real con Pardo de Cela en 1480-1483 no son distintos de los que aparecen en los citados documentos de 1477-1480, s�lo que ahora en cuanto a adversarios locales la ciudad de Vivero cede su protagonismo al obispo de Mondo�edo, y la lucha se centra m�s en el control de las fortalezas del obispado, el car�cter netamente militar de esta fase contribuye a entender mejor el jucio sumar�simo y posterior ajusticiamiento.

 

��������������� Despu�s de la ca�da de A Frouxeira viene la revuelta en Lugo contra Acu�a del suegro del mariscal, el Conde de Lemos, lumbre y luz de los cavalleros de Galicia seg�n Aponte, que pone en evidencia un estado latente de rebeli�n de los se�ores gallegos, cada uno por su lado defendiendo sus fortalezas. Todav�a una confederaci�n se�orial en toda regla contraria a los representantes de los Reyes Cat�licos, ser�a demasiado, podr�a contradecir en alguna medida la lealtad una y otra vez proclamada de todos y cada uno de ellos hacia lsabel (despu�s de la decapitaci�n de Mondo�edo se har�). Incluso Pedro Madruga, que cuando Acu�a asedia A Frouxeira en el norte de Galicia est� tomando en el sur el castillo de Fornelos (el gobernador no puede estar en todas partes, y va tomando las fortalezas rebeldes una tras otra), manda a su mujer a la Corte para ganar la simpat�a de la reina Isabel[97]. A los seis meses de morir el Conde de Lemos, comenta Aponte: cortaron la cabe�a a Pedro Pardo o mariscal. Y todos los se�ores se re�elaban[98].

 

�������������� Es m�s que probable que el sentido de la oportunidad de Acu�a le impulsa a marchar, desde Sarria, contra el castillo de Castrodouro donde se encontraba Pardo de Cela (los motivos concretos son sus violencias contra la gente del obispo de Mondo�edo, seg�n la tradici�n oral). Cuenta Valera que los defensores salieron al campo a pelear, hubo muertos y heridos, y el mariscal tuvo que retraerse a la fortaleza[99]. La tradici�n (Relazon da carta executoria) dice que el mariscal es detenido fuera de la fortaleza, en una casa de la aldea de Castrodouro, el 7 de diciembre, llevado preso a Mondo�edo y ajusticiado diez d�as despu�s, junto con varios de los suyos. El cronista Pulgar a�ade (dato probablemente de origen oral) que los presos pretendieron comprar sus vidas, y que los oficiales reales no aceptaron las grandes sumas de oro para la guerra de los moros ofrecidas por el mariscal[100], el cual tem�a ya por su vida.

 

��������������� La ejecuci�n de Pardo de Cela y sus hombres necesita de m�s explicaciones que la simple negativa a aceptar la autoridad del gobernador real, y renunciar por tanto a las fuentes extraordinarias de ingresos basadas en la coacci�n, porque el resto de la alta nobleza gallega estaba en la misma actitud. Hay que pensar en tal vez en una respuesta a la sangre derramada por Pardo de Cela (Pedro Madruga, sin duda lo superaba) y/o en un escarmiento consciente para la recalcitrante nobleza gallega (pensemos, por ejemplo, en la resistencia a la organizaci�n de las nuevas hermandades), atac�ndola por un flanco d�bil y en una conyuntura adecuada: reci�n desaparecido el Conde de Lemos y compelidos Acu�a y Chichilla por los reyes a conseguir la pacificaci�n mediante las cartas del 31 de marzo de 1383.

 

��������������� La tradici�n oral favorable a Pardo de Cela nos informa del conflicto violento (lo niega primero y lo acepta despu�s) del mariscal con el obispo y los cl�rigos de Mondo�edo (paralelo al que ten�a Pedro Madruga con el obispo de Tui) como explicaci�n directa de la intervenciones armadas de Acu�a contra �l e indirectamente de la propia sentencia de muerte. Habr�a que a�adir la resistencia pertinaz a la autoridad de los oficiales del rey y la negativa a acudir a la Corte a rendir cuentas a los reyes.

 

��������������� No cabe subestimar la intencionalidad disuasora del degollamiento de los caballeros Pedro Pardo de Cela y Pedro Miranda, ni sus efectos positivos para imponer la justicia p�blica en Galicia, pero hay que decir que no se trata de hechos aislados. En el mismo a�o de 1483, Jo�o II de Portugal decapita al Duque de Braganza, y en 1452 Juan II de Castilla hab�a ejecutado a Alvaro de Luna. La traici�n y la desobediencia justifican plenamente desde el punto de vista del derecho en vigor, y de la mentalidad de la �poca, las sumarias ejecuciones reales. Exist�a incluso cierta tradici�n en la Galicia medieval en eso de ajusticiar caballeros -y no digamos en cuanto a la costumbre de los caballeros de darse justicia entre s� de dicho modo-[101].

 

��������������� Todav�a siguieron un tiempo las rebeld�as particulares de los Condes de Cami�a, Altamira y Monterrey, de Diego de Andrade y Suero G�mez de Soutomaior, y de los familiares de Pedro Pardo, pero en el a�o 1483 se hab�a producido en Lugo y Mondo�edo un punto de inflexi�n sin retorno en las relaciones entre la nobleza gallega y la monarqu�a castellano-aragonesa. Los Reyes Cat�licos, en 1486, tienen a�n que blandir ante el Conde de Altamira la amenaza de muerte para obligarlo a marcharse a la Corte[102] (llov�a sobre mojado). En enero de 1486 Pedro Madruga hace testamento y despu�s, no mucho despu�s de dicha fecha, muere en Alba de Tormes cuando por medio del Duque de Alba pretend�a, sin �xito, obtener el favor de los Reyes Cat�licos en la vergonzosa pelea que ten�a con su hijo por la fortaleza y el se�or�o de Soutomaior[103]. Entre el a�o 1483 al a�o 1486, entre el exilio cortesano y la muerte (Pedro Alvarez Osorio, Pedro Pardo de Cela, Pedro Alvarez de Soutomaior), se decide la desaparici�n de la nobleza medieval como clase dirigente en Galicia. Los vasallos no lloraron en general la p�rdida de sus se�ores, m�s bien se alegraron, sobre todo porque vino precedida y/o acompa�ada del derrocamiento -siguiendo m�todos irmandi�os- de las fortalezas reedificadas en la d�cada reaccionaria que sigui� a la Santa Irmandade. Todo un cambio de r�gimen social.

 

��������������� Bien, antes de dejar la historia y penetrar en los limbos de la leyenda y el mito, dejemos claro lo que sent�an los contempor�neos (disponemos de una serie de testimonios vertidos en las d�cadas que siguen a 1483) de la muerte de la nobleza feudal gallega, simbolizada en la ejecuci�n de Mondo�edo. Por esos a�os se habla poco del trasfondo econ�mico, de la lucha por el poder que enfrent� inevitablemente a Pardo de Cela con los oficiales de los Reyes Cat�licos, las fuentes insisten principalmente en explicaciones moralistas, justificativas, que relacionan la mentalidad justiciera de la �poca con dicha muerte violenta. Decir tambi�n que no se vincula directamente la decapitaci�n de Pardo de Cela con los Reyes Cat�licos, m�s bien con sus enviados Acu�a y Chichilla, sobre �stos parece recaer en primera instancia tanto el m�rito como la culpa, seg�n la actitud sea contraria o favorable hacia el mariscal y los suyos. En cualquier caso, en un documento algo posterior (1487), los Reyes Cat�licos preuben que asumen la justeza de la ejecuci�n y subsiguiente incautaci�n de propiedades: sepades que al tiempo que fue fecha justicia del Mariscal Pedro Pardo de Cela fueron confiscados e aplicados todos sus bienes[104].

 

��������������� La verdad es que los reyes hab�an estado urgiendo a sus enviados una soluci�n inmediata a los conflictos con la nobleza gallega, impacientes porque en tres a�os no se hubiera resuelto mucho: el 28 de junio de 1482, escriben a Acu�a para que pro�edades contra los delinquientes e contra sus bienes, faziendo para ello los ayuntamientos e llamamientos de gentes, citando precisamente los obispados de Lugo y Mondo�edo[105]; el 31 de marzo de 1483, comunican a Acu�a y Chinchilla (que hab�an vuelto a la Corte) que agora nuebamente an su�edido algunos esc�ndalos e ynconvenientes en el reino de Galicia, orden�ndoles que tornedes a �l con los mismos cargos e con los poderes... que de nos llebastes[106]; en otras dos cartas del 31 de marzo[107], les mandan que quiten las encomiendas de obispados y monasterios a los nobles laicos, y que destierren de Galicia al Conde de Monterrey, al Conde de Altamira, a Diego de Andrade, a Fernando de Castro y a Pedro Bola�o. Significativamente no se nombra ni a Pardo de Cela ni a Pedro Madruga; est� claro que no los consideraban ya recuperables como cortesanos. Tal es el contexto oficial en el que tiene lugar el enfrentamiento que lleva a la ejecuci�n y el nacimiento de las tradiciones sobre Pardo de Cela, chivo expiatorio de los pecados de la nobleza gallega.

 

��������������� El cronista Pulgar refleja bien la tradici�n culta, pr�xima a la monarqu�a, que considera justicia ejemplar la que ejercieron Acu�a y Chinchilla al hacer pagar caro sus cr�menes a los caballeros Pedro Miranda y Pedro Pardo, que por su condici�n social no cre�an que pod�a venir tiempo en que la justicia los osase prender[108]. Vasco de Aponte, admirador de la nobleza del siglo XV, que no puede admitir que fueran malhechores los ajusticiados, deja sin explicaci�n las razones de Acu�a para mandarlos matar, cosa que en cambio la tradici�n oral no hace.

 

��������������� La tradici�n popular representada por los testigos del pleito Tabera-Fonseca dice de Pedro Pardo, a la vez que recuerda c�mo aconsej� al viejo Conde de Lemos colgar a los vasallos irmandi�os de los robles, que fue degollado por el gobernador Acu�a porque desde A Frouxeira robaba e hazia males. De los doce testimonios sobre el tema, once reiteran el argumento justiciero y anti-fortaleza, cualesquiera que fuesen sus oficios, vecindades (3 de Lugo, 3 de Betanzos, 1 de Monforte, 1 de Padr�n y4 de aldeas del arzobispado) o posiciones ideol�gicas[109]; s�lo uno de los testigos, de posiciones pr�ximas a la nobleza, se calla el ajusticiamiento del mariscal, solamente hace referencia al derrocamiento de A Frouxeira, afirmando que ello fuera porque se llebantaran contra el rey[110]. Antes admit�an su rebeld�a hacia la monarqu�a que sus fechor�as. A la mayor�a no les parec�a la desobediencia a los reyes tan importante para explicar la punici�n del mariscal como su comportamiento delictivo. En �sto la tradici�n galleguista se separa despu�s radicalmente de la antigua tradici�n popular[111].

 

��������������� En fin que podemos decir sin temor a equivocarnos que para la opini�n p�blica de fines del siglo XV y de inicios del siglo XVI, el mariscal Pardo de Cela no hab�a sido m�s que un malhechor feudal con quien afortunadamente justicia real arregl� cuentas. Ninguna noticia que relacione claramente al mariscal y su muerte con el bando de la Beltraneja, y menos a�n con una estrategia de defensa de Galicia frente al centralismo de los Reyes Cat�licos.

 

��������������� Sin embargo, no todo el mundo pensaba mal del mariscal, en los c�rculos de sus familiares y criados fieles se desarrolla una tradici�n en su favor, que unos tres siglos despu�s pasa a la novela hist�rica y a la ideolog�a (en el sentido de falsa conciencia) galleguista, que presenta como mayoritaria una tradici�n marginal en su tiempo. La muerte por decapitaci�n del caballero mariscal se presta bien al romance y al romanticismo, vayamos pues progresivamente del mito en la tradici�n popular al mito en la tradici�n culta. Cuya importancia no habemos de subestimar (es el tema de este trabajo), porque las creencias y las ideolog�as son hechos relevantes que repercuten en la historia de un pa�s, aparte de que cuando se trata de tradiciones orales cercanas a los hechos narrados son tambi�n una fuente muy valiosa de informaci�n.

 

Pedro Pardo meu se�or

 

��������������� Los Reyes Cat�licos retiran al gobernador Acu�a de Galicia inmediatamente despu�s de la ejecuci�n de Mondo�edo[112], sacando de la escena a algui�n que hab�a cumplido una misi�n necesaria pero violenta e inc�moda de justificar (no parece que haya habido un juicio en regla), generadora por tanto de animosidades[113] que no estaban dirigidas directamente contra los reyes, quienes sustituyen al combativo Fernando de Acu�a por Diego L�pez de Haro, hombre al parecer m�s sutil[114], el cual pese a todo tiene que organizar de inmediato el sitio de la fortaleza de Vilaxo�n donde se hab�a atrincherado, despu�s de morir Pardo de Cela, Fernado Arias de Saavedra que estaba casado con su hija menor -que muere en este cerco-; el yerno del mariscal salva la vida porque el nuevo gobernador tra�a nuevos aires y Diego de Andrade intercede en su favor[115]. En enero de 1484, estimamos que Diego L�pez de Haro tiene ya en su poder la fortaleza de Vilaxo�n[116]. Todav�a el 12 de marzo de 1484, Acu�a transfiere al nuevo gobernador las fortalezas de Lugo y Mondo�edo[117], cuyo control resultara clave para el �xito de su cometido pacificador que dur� casi tres a�os, adem�s del derrocamiento de unas cuarenta y seis fortalezas (reedificadas despu�s de la revoluci�n irmandi�a) de los nobles laicos que dif�cilmente se lo pod�an perdonar al ex-gobernador.

 

��������������� La viuda de Pardo de Cela, Isabel de Castro, trata de recuperar, en el mismo 1484, los bienes del mariscal confiscados por el gobernador Acu�a, sin resultados iniciales, pues los reyes avalaban la expropiaci�n porque dicho mariscal en su vida tovo ocupados e detenidos muchos bienes nuestros, y adem�s albacea y acreedores hab�an puesto mano tambi�n en dichos bienes, lo cual complic� tremendamente el proceso legal. En 1489, el rey Fernando concede a la hija y a sus criados carta de seguro contra algunos caballeros[118]. Por fin, despu�s de 1494, la hija mayor de Pardo de Cela, Beatriz de Castro, consigue la devoluci�n de la jurisdici�n de Carballo de Galdo frente a las pretensiones del albacea Ribadeneira[119]. Esta devoluci�n tendr� en un gran impacto en los ambientes pro-mariscal, impulsa tal vez decisivamente una tradici�n popular favorable.

 

��������������� Los escuderos de Pardo de Cela, despu�s de su muerte, capitaneados por su sobrino Pedro Pardo de Cabarcos, van a la guerra de Granada para congraciarse con los reyes, y tratan de mantener legalmente su condici�n de hidalgos, obtenida de hecho como todo lo que hac�a el mariscal, frente a la opini�n de la nueva hermandad que no los consideraba como tales; en 1515-1517 y en 1528, los representantes reales act�an contra las cartas falsas y los testigos falsos fabricados con dicho fin[120].

 

��������������� En este contexto mental de resistencia primero militar (Vilaxo�n) y despu�s legal de los familiares y criados del difunto mariscal, que defienden sus bienes, estatus y honra, surge la llamada Relazon da carta executoria, una tradici�n oral originariamente en gallego de la que conocemos tres versiones manuscritas. La primera (versi�n A) est� datada hacia 1515 (reproducida en 1674 en el Memorial de la Casa de Saavedra), la segunda (versi�n B; la m�s reducida de las tres) est� datada hacia 1520-1525 (editada por Sanjurjo Pardo en 1854) y la tercera (versi�n C) -en espa�ol y posterior a las anteriores- ha sido dada a conocer por Eduardo Pardo de Guevara[121].

 

��������������� El origen oral de la Relazon se desprende del idioma utilizado (el gallego a principios del siglo XVI no era m�s que una lengua hablada), ajeno a los usos de la Audiencia de Galicia, donde torpemente se quiere simular que se obtuvo una carta executoria, mera trascripci�n de una tradici�n oral exculpatoria, que termina con unas estrofas tipo Romances, o canti�as Gallegas (dice el autor del Memorial de Saavedra) con un encabezamiento (Ahora chora a Casa por seo Se�or) que identifica a familiares[122] y vasallos como posibles autores, pues ven en el protagonista del relato a Pedro Pardo, meu Senor[123]. El car�cter b�sico que tienen la poes�a y su m�sica en la tradici�n, ratifica pues la condici�n principal de fuente oral transcrita de la Relazon, en especial las versiones A y B.

 

��������������� La versi�n C, encontrada en el Archivo Pardo-Montenegro de Mondo�edo, es sin embargo de origen culto y, partiendo de la Relazon, ampl�a su contenido dando noticia de tradiciones orales posteriores a ella (la cadena denominada la Mariscala, por ejemplo), disculpando datos err�neos de las versiones m�s populares (como decir que Pedro Miranda era hijo de Pardo de Cela) y, lo que es m�s importante, abandonando la l�nea exculpadora del mariscal, tomando partido por los Reyes Cat�licos; el romance versificado se sigue reproduciendo en gallego; en suma, se trata de una mezcla de la tradici�n oral popular con informaci�n obtenida en documentos escritos (dice por ejemplo el autor: Consta por pa(pe)les de la Dignidad que en el a�o 1473[124]), pero su(s) autore(s) no abandona la identificaci�n con Pardo de Cela, nuestro Mariscal -dice-, si bien acepta que sus errores y pecados le llevaron a la tumba.

 

��������������� Lo primero que nos brinda la Relazon son datos sobre los hechos (1480-1483) que preceden a la detenci�n de Pardo de Cela; a falta de informaci�n documental, es necesario y conveniente, para compensar la parcialidad de las funtes oficiales, acudir a la tradici�n oral. Todas las versiones insisten en un conflicto previo con el obispo de Mondo�edo por las rentas del obispado. Permanece en un segundo plano la contienda directa entre el mariscal y los oficiales reales por el control de las fortalezas y la deuda fiscal[125]. la carta de Fernando el Cat�lico a Acu�a y Chichilla, del 31 de marzo de 1483, que m�s arriba comentamos, manda precisamente que en adelante ningunos cavalleros, ni otras personas, no tengan ni tomen en ecomienda ningunos lugares, e tierras, e vasallos de las yglesias e ar�obipados, e obispados[126]; en elcontexto de esta orden adquiere todo su sentido el apoyo de los oficiales reales al obispo contra el encomendero Pardo de Cela.

 

��������������� La versi�n A relata como Pardo de Cela, enfrentado con el nuevo obispo por las rentas del obispado pegava nos Cregos, � Segrares, � os matava, � podia mais co Bispo, � outros Cavaleyros: � co esto foron con queyxumes (...) dar conta os se�ores Reys Don Fernando, � Dona Isabela (...) suas Altezas o embiaron a chamar, por provisos, moitas vezes, pra ser informados, � oilo (...) � non foy, entonces lo mandaron prender y el mariscal se meti� en la Frouxeira[127]. La justificaci�n arg�ida por los autores es que Pardo de Cela ten�a derecho a las rentas y jurisdicciones episcopales porque su mujer las hab�a heredado de su t�o I��go de Castro (ser� Pedro Enr�quez de Castro, como bien dice la mejor informada versi�n C), obispo de Mondo�edo, en concepto de dote. Seguramente la concesi�n a Pardo de Cela de la encomienda de Mondo�edo guarda relaci�n con su boda con Isabel de Castro, pero nada m�s, la encomienda no le daba derecho a llevarse las rentas. El mariscal como todos los nobles encomenderos de los obispados y abad�as gallegos se apropiaba de hecho de las rentas. Por otro lado, sabemos por el pleito que sigui� a la ejecuci�n que la dote de Isabel de Castro se reduc�a a 5.000 florines de bienes propios, y que no pudo demostrar el derecho sobre los bienes confiscados del mariscal[128], la mayor parte de ellos indudablemente de origen no patrimonial.

 

��������������� La versi�n C (cuyo autor posiblemente tuvo acceso a las cartas reales previas a la detenci�n) si bien insiste en el argumento de la dote, reconoce abiertamente la violencia y la injusticia que supon�an las intromisiones del mariscal en el obispado, apart�ndose de la l�nea justificadora de la versi�n popular, y detalla mejor las fases progresivas de la confrontaci�n a las que tambi�n se refiere la versi�n A: 1) Conflicto socio-econ�mico: pendencias entre los cobradores de la renta de la Dignidad y los criados del dicho mariscal Pedro Pardo ynsistiendo en perzivirlas biolentamente y contra derecho. 2) Primer aviso real: Diose parte a los Catholicos Reyes deste atentado, y biolenzia en cuya Vista despacharon sus Provisiones para que se aquietase y no molestase a los coletores del obispo. 3) Muerte de cl�rigos: No fue esto bastante pues se propasso a maltratar y erir a los clerigos con muerte de alguno que en nombre de los se�ores obispos recog�an sus rrentas por no attreverse los legos[129]. 4) Segundo aviso real, llamada a la Corte y desobediencia: bolbiose de nuevo a dar quenta a S. A. que fue... mandar un comparendo a muestro Mariscal; y el temeroso y acusado de su conziencia se rresitio a la ovedienzia del rey[130]. 5) Tercer aviso real y orden de detenci�n: por cuya rrazon mando orden a D. Fernando de acu�a Governador que entonces era de galisia para prenderle, y a partir de aqu� cuenta la toma por traici�n de A Fruxeira[131]. No dice qui�n orden� la ejecuci�n del mariscal pero s� que la reina Isabel la apoyaba plenamente como caso de justicia ejemplar, pues se hace eco (tambi�n el cronista Pulgar, con la variante de que para �ste la oferta se la hace a Acu�a) de la tradici�n que narra como Isabel de Castro y otros familiares fueron a ponerse a los pies de los Reyes Cat�licos ofreziendo Una gran suma de dinero por la vida de su marido aquela Catholica y esclarecida Reya D� Ysavel respondio que dios la havia echo rreyna para administrar justicia y no para venderla[132]; as� no cabe duda para el autor de la responsabilidad �ltima de la reina en la sentencia y la ejecuci�n. En fin, que esta versi�n C se aparta grandemente de la versi�n A, acerc�ndose a la tradici�n mayoritaria en la Galicia de fines del siglo XV, y del siglo XVI, que hab�a aplaudido la decapitaci�n de Pardo de Cela[133]. Conforme pasa el tiempo y los descendientes de los familiares y criados del mariscal se instalan en la nueva situaci�n pol�tica, la peque�a pero combativa tradici�n oral en su favor se debilita y desaparece, hasta que es recuperada en 1851 por Vicetto, inici�ndose entonces una nueva tradici�n culta que entronca con las pol�micas ideol�gicas de la segunda mitad del siglo XIX y de la primera mitad del siglo XX (Villar Ponte, Castelao).

 

��������������� En lo que no concuerdan las fuentes narrativas con la tradici�n oral[134] es en la cronolog�a y los detalles de la fase militar del enfrentamiento Acu�a/Pardo de Cela. El cronista Valera separa el asalto y derrocamiento de A Frouxeira (que seg�n Aponte fue a principios de 1482, durando ocho meses el cerco de acuerdo con Valera) de la lucha en Castroudouro que acaba con la detenci�n del mariscal (por tanto a finales de 1483). Hechos que para la tradici�n oral se suceden uno tras otro, como si fuesen un mismo acontecimiento; de la pelea en Castrodouro no se habla, quiz�s para reforzar el papel de los criados traidores en la entrega del mariscal en A Frouxeira. El concepto de tiempo no es el mismo en las fuentes orales y en las fuentes escritas. En cualquier caso, existe compatibilidad entre la cronolog�a de los cronistas y el relato oral, rico en datos como la traici�n de los hombres del mariscal, a su vez armonizable con el informe de Valera de que A Frouxeira se tom� por medio de una negociaci�n, pues se acordaron ciertas condiciones para la rendici�n.

 

��������������� El punto fuerte de la Relazon es pues la intenci�n exculpadora de Pedro Pardo de Cela haciendo responsables a los criados traidores de su desventurada suerte, es decir, se quiere salvar su valor de caballero y su alma de cristiano, la fama en suma, de la condena en la tierra y en el cielo. La responsabilidad real de la iglesia de Mondo�edo que lo denuncia ante los reyes, de �stos que ordenan prenderle y de Acu�a que lo ejecuta sumariamente[135], se traspasa a sus vasallos traidores[136], y en menor grado a los caballeros enemigos.

 

�������������� Empieza la tradici�n (versi�n A) diciendo que el mariscal muere sen aveyr feito mal contra seu Rey, y acusa a la envidia y malquerencia que se desejavan algus Cavaleiros do Reino, con que competian guerra civis y concluye: por ser mais poderoso o malsinaron, de que despois lles pesou[137]. Esto confirmar�a el relativo abandono sufrido por parte de la nobleza, muerto su suegro el Conde de Lemos, y el comprensible arrepentimiento posterior de �sta, pues la ejecuci�n de Mondo�edo (que tambi�n les cogi� por sorpresa) debilitaba al conjunto de los se�ores gallegos que estaban dando tantos o m�s motivos que Pardo de Cela a los oficiales reales para castigo semejante. Sigamos el texto foy vendido por seos criados en quen se fiava, no ano de mil � catrocentos � oytenta � tres. Sonbos os siguentes, y se nombra a los 22 criados traidores y el lugar de donde eran naturales, a�adiendo al final el nombre de una mujer[138].

 

��������������� Dichos los nombres, que parece lo principal, la versi�n A narra la prisi�n en Castrodouro y la decapitaci�n en Mondo�edo al cabo de diez d�as, morreu con gran arrepentimento de seus pecados, e sin�s de bo Christao[139]. La rapidez con que fue ejecutado se justifica por el temor de los de rey a que o viessen quitar por armas otros caballeros, particularmente Pedro Bola�o[140]. Isabel de Castro, seg�n la versi�n C, basa su demanda ulterior en Valladolid en los defectos de forma de la sentencia de muerte, querell�ndose del juez que havia dado la sentencia de muerte por no haber sido oydo en forma antes apresuradamente y pidiendo que se declare por bueno a dicho Mariscal y que se le devuelvan los bienes secuestrados[141]. El justicia mayor del reino no era otro que Fernando de Acu�a; ahora bien, las indicaciones recibidas en 1480 (y reiteradas en 1483) en cuanto a la justicia a aplicar en Galicia se centraba en el derrocamiento de fortalezas y el destierro de los caballeros malhechores[142]. Ah� se ve la autonom�a de Acu�a y Chinchilla al tomar muy probablemente por su cuenta la decisi�n de ejecutar al mariscal.

 

��������������� La versi�n B a�ade que hubo un gran entierro en la catedral, donde obtuvo Pedro Pardo las solidaridades que no tuvo o no pudo tener en vida: con gran autoridad e solenne festa, con moitos cabaleiros e personas de bon �vito, que al� asistiron � o acompa�aron[143]. Por �ltimo, se dice (en la versi�n A, y lo reproduce la versi�n C)que a su mujer le devolvieron o lugar do Carvallo do Galdo, equivocadamente porque fue su hija quien lo consigui� (y as� consta en el romance, en esto m�s preciso), y con esa base se aprovecha para argumentar que si le devolvieron los bienes es porque su padre no hab�a hecho nada malo: se o mataran por cousa m� quel overa feyto, non lle bolveran seuos bes, ni as netas casaran tan nobremente, con decer que se llevantar con o Bispado de Mondenedo, � queria matar os Cregos, � o Bispo, � falar sen fundamento, sen saber a ra�on que ay[144]. Despu�s se reconocen estas violencias del mariscal en el obispado pero son disculpadas por ser efectuadas en defensa de la dote de su mujer (la mayor parte de las rentas del obispado).

 

��������������� La versi�n C en cambio considera, como sabemos, muy cierta la intromisi�n injusta y violenta de Pardo de Cela en el obispado y la desobediencia posterior a los reyes que salieron en defensa de dicha iglesia, pero sigue a la versi�n A en cuanto al tema de la traici�n de los criados que rindieron A Frouxeira, y a�ade detalles de c�mo se fragu� la entrega nocturna de la fortaleza, haciendo jefe de los conjurados a uno que no coincide con el que seg�n el romance y la versi�n B se comunic� con el capit�n Mudarra para tal fin[145]. Pero eso es lo de menos, lo que importa es el discurso de fondo en torno al romance trasfiriendo responsabilidades.

 

��������������� Lo que unifica a todas la versiones es, sin lugar a dudas, el romance; en la versi�n B aparece una parte prosificada. Jos� Mar�a Alv�rez Bl�zquez ha reproducido sus estrofas dividi�ndolo en un cantar y en el romance propiamente dicho. Muy probablemente es en el momento de poner por escrito el romance, que estaba ya difundido, cuando se van a�adiendo datos (primero los nombres de los traidores) alrededor del victimista tema central de la poes�a: la traici�n colectiva sufrida por Pedro Pardo que le lleva a una injusta muerte. Se trata de demostrar: 1�) que A Frouxeira -que representa al mariscal- jamais se veo vencida; 2�) sino fuera por la traici�n de sus defensores: Vinte � dos foron chamados / Os que vindido o han; 3�) la deslealtad de los criados exime al mariscal de la acusaci�n de traici�n al rey: Eles quedan po tredores, / E seu amo po leal; 4�) lo cual revalidan los reyes despu�s de muerto el mariscal: Pos os Reys a seua filla / Seuas terras mandan dar; 5�) d�ndose a entender que el pecado de los traidores descarga de culpa espiritual al amo: A Deus dar�n conta delo, / Que llos queira perdounar / Co e acabou ha Frouseyra / E a vida do Mariscal. En resumen, el mariscal muere inocente, cargando con la culpa de sus vasallos felones; el paralelismo con Jesucristo y Judas es evidente, y expl�cito: Por trey�on tamben vindido / Iesus nosso Redentor / E por aquestes tredores / Pedro Pardo meu Senor[146]. Queda as� demostrado el martirio de Pardo de Cela, punto de enlace de la tradici�n antigua con la historiograf�a galleguista.

 

�������������� La perspectiva del autor o autores del romance es la del vasallo bueno frente al vasallo malo, fel�n, y subraya el car�cter popular de la tradici�n primigenia, aunque minoritaria en una sociedad en transici�n que hab�a roto las relaciones vasall�ticas diez y seis a�os antes del ajusticiamiento del mariscal[147]. Ahora bien, los a�adidos ulteriores en prosa alteran esta posici�n de partida. En la versi�n C es adopta ya el punto de vista de los se�ores descendientes del mariscal que, integrados en el nuevo Estado, admiten la culpabilidad de Pardo de Cela respecto a la iglesia y a la monarqu�a, y as� echan un capote a los criados traidores diciendo que tal vez actuaron por temor de la pena que merez�an como reveldes a S. M.[148], con lo cual vac�an de sentido legitimador una tradici�n que fue desvaloriz�ndose al pasar de lo oral a lo escrito, a lo largo del siglo XVI, y no digamos al ser retomada por los rom�nticos del siglo XIX.

 

La invenci�n de Vicetto

 

��������������� Desde la impresi�n del Memorial de Saavedra en 1674, no se conoce edici�n alguna de la tradici�n de Pardo de Cela hasta que Benito Vicetto la reproduce en Los hidalgos de Monforte (1851). Con un subterfugio, dejemos hablar � un bi�grafo moderno [que no cita] del mariscal Pardo de Cela, nuestro novel�sta emplea ocho p�ginas en citar entrecomillas un texto de la Relazon que sigue a todas luces a la versi�n C. Seguramente Vicetto dispuso, directa o indirectamente, de una copia en mejor estado que la publicada por Eduardo Pardo, se ve esto claro en las estrofas del romance. El anonimato permite a Vicetto, o a la fuente de donde bebe, no s�lo alargar el texto con su ret�rica, sino quitar y poner, evitando el tono comprensivo hacia la acci�n real contra el mariscal que exhibe la versi�n C. Para ello se salta el comienzo, donde se habla de las violencias de Pedro Pardo contra la iglesia de Mondo�edo, de manera que la narraci�n empieza cuando Acu�a y Chinchilla van a prenderle, se inventa entonces una junta en Santiago donde se condena a muerte al mariscal y todos los hermanos de Galicia que no se sujetaran � la autoridad real[149]. Bot�n de muestra del leitmotiv de la novela: unir artificialmente los irmandi�os a la suerte del mariscal. El resto del relato sigue m�s o menos la versi�n C de la tradici�n, con una redacci�n m�s actual (mediados del siglo XIX), omitiendo los nombres de los traidores (tan lejos de los hechos ya no pod�an interesar al p�blico) e interpolando los datos sobre el asedio del apeo de 1540. Viene por �ltimo la poes�a, se cierran al final las comillas y apostrofa Vicetto: Tal ha sido el fin de aquel hombre, en quien por �ltimo se personifica la revoluci�n[150].

 

��������������� Vicetto descubre la revuelta social de los irmandi�os (1467-1469) a trav�s de los nobiliarios de Aponte, G�ndara y Molina (tambi�n conoc�a la historia manuscrita de Allariz cuando redact� la novela)[151], y aunque nada sab�a del pleito Tabera-Fonseca y nada quer�a saber de las cr�nicas reales o de las virtuales fuentes eclesi�sticas (por ejemplo, la Cr�nica de Santa Mar�a de Iria), tuvo suficiente informaci�n como para darse cuenta de la envergadura de una revuelta que �l tuvo el m�rito de indroducir en la historiograf�a contempor�nea[152]. Pero le faltaba personificar la magn�fica revoluci�n.

 

��������������� Cinco a�os antes de escribir Los hidalgos de Monforte tiene lugar el pronunciamiento contra Narv�ez y los fusilamientos de Carral, aunque fuera de Galicia en ese tiempo, un Vicetto identificado con aquel movimiento liberal identifica en su gran novela hist�rica a los hermanos de Galicia como revolucionarios[153], dem�cratas[154] y republicanos[155]. A la revoluci�n de 1467 le faltaba para ser como la revoluci�n de 1846 el provincialismo (la reivindicaci�n de Galicia al estilo de la �poca) y los m�rtires. Las fuentes nobiliarias le ofrec�an nombres de caballeros que fueron de verdad capitanes irmandi�os (Alonso de Lanz�s, Pedro Osorio, Diego de Lemos) pero no cumpl�an el requisito principal que hac�a id�neo a Pardo de Cela, a saber, su rom�ntica muerte[156] a manos de verdugos realistas, porque Vicetto, proyectando hacia atr�s las luchas de su tiempo, tiene (al rev�s de lo que realmente pas�) por enemigos de los irmandi�os a los representantes de los reyes de Castilla[157]. Total que sin ning�n empacho coloca nuestro autor a Pardo de Cela a la cabeza de los irmandi�os y afirma que ambos luchaban por la independencia de Galicia santo sentimiento de grandeza provincial[158]. La tercera invenci�n nacionalista que consiste en decir que Pardo de Cela estaba en el bando de Beltraneja, no cuenta pr�cticamente para Vicetto, resultaba de momento innecesaria, a la hora de redactar Los hidalgos de Monforte[159].

 

��������������� Vicetto en un principio pone a tres personajes, dos hist�ricos (Pardo de Cela y Pedro Madruga) y uno ficticio (el padre Ares de Arenillo), como gu�as del esp�ritu democr�tico de los irmandi�os contra el abyecto vasallaje clerical y nobiliario. El absurdo que supone poner a dichos caballeros (los feudales de peor fama en la Galicia del siglo XV) al frente de la revuelta de los vasallos (que ellos reprimieron o quisieron reprimir), como un destello de la igualdad y fraternidad moderna[160], no se explica s�lo por el comprensible inter�s novelesco hacia unas vidas azarosas, cuenta mucho la pretensi�n de trasformar con artificios la realmente existente revuelta social en una inexistente revuelta pol�tica y nacional contra el rey de Castilla. No obstante, no pocos de los que criticaron acertadamente a Vicetto por esta fantas�a pol�tica (empezando por Murgu�a) cayeron despu�s de un modo u otro en la deformaci�n de la historia del siglo XV para inventar un pasado gallego que se pareciera al de otras naciones ib�ricas, europeas o tercermundistas en lucha por su autodeterminaci�n (mimentismo que conllevaba la d�bil y confusa reivindicaci�n de las propias tradiciones de lucha, verbigracia, los irmandi�os).

 

��������������� Entre Pedro Pardo y Pedro Madruga, Vicetto opta por el mariscal.Mientras a Pedro Pardo de Cela, la muerte lo hizo bueno, tap�ndose con la leyenda sus pecados, al menos en algunos ambientes; Pedro Alvarez de Soutomaior goz� de una fama de noble b�rbaro m�s extendida, y seguramente m�s merecida (y muri� an�nimamente). Desprestigio del que Aponte se hab�a hecho eco[161] y que hac�a menos recuperable su figura para la reci�n nacida historia de Galicia. Por tanto, Vicetto ten�a su parte de raz�n cuando vituperaba al forajido Pedro Madruga, imaginario dirigente tambi�n de una revuelta irmandi�a que en realidad lo llev� al exilio: Reverso de la medalla patri�tica que representaba Pardo de Cela, el conde de Cami�a bastarde� el santo pensamiento de aquella revoluci�n, y desaparece su memoria en nuestra cr�nicas antiguas, envuelta en el repugnante velo de sus tropel�as, venganzas � iniquidades[162]. Pero se equivoca el escritor haciendo al mariscal m�s patri�tico que Pedro Madruga, o asegurando que sus aspiraciones pol�ticas eran m�s bien personales, sin tener en cuenta que carec�a de m�s apoyo que el de la mesnada que le segu�a[163]; esto �ltimo era m�s aplicable a Cela que a Madruga, porque el Conde de Cami�a y Vizconde de Tui hab�a sabido transcender sus intereses personales, o dicho de otro modo, defenderlos a un nivel m�s alevado, as� como demostrara buenas dotes pol�ticas, al participar en la contraofensiva nobiliar anti-irmandi�a (a la par del arzobispo Fonseca y el Conde de Lemos) en 1469, y al encabezar y mantener el bando de la Beltraneja en Galicia durante todaa la guerra penisular de sucesi�n. En contradicci�n con ello, Benito Vicetto pone a un ficticio Pedro Madruga a las �rdenes del mariscal, como su m�s directo competidor: Al mariscal Pardo de Cela lo apoyaban todos los nobles identificados con el movimiento revolucionario, y hasta el mismo vizconde de Tuy, si bien se reservaba �ste en su d�a arrebatar la corona [de Galicia] que pretend�a ponerse aqu�l en la frente[164].

 

��������������� Borrado Pedro Madruga de su novela, y desaparecidos en la lucha los jefes populares y eclesi�sticos de la revuelta[165], s�lo quedaba el mariscal Pardo de Cela, el cual hab�a logrado reunir bajo su pensamiento de rep�blica y bajo su prop�sito mon�rquico, los restos dispersos de aquellos dos grandes partidos partidos [popular y eclesi�stico] tan comprometidos ya en el movimiento revolucionario[166]. Es imprescindible dejar s�lo al mariscal al frente de la revoluci�n cara a la �ltima escena del drama, el degollamiento de Mondo�edo, que de este modo viene a significar la derrota final de los irmandi�os (�cuya revuelta hab�a terminado 14 a�os antes!), de la nobleza gallega y de las imaginarias ansias de independencia de Galicia. La ideolog�a que se atribuye al mariscal, pensamiento republicano y prop�sito mon�rquico, expresa la contradicci�n en que se mueve nuestro bienintencionado Vicetto, republicano y liberal cuando piensa en t�rminos de revoluci�n social, mon�rquico y conservador cuando lo hace en funci�n de su imaginaci�n provincialista-independentista, y ante todo, un hombre de su tiempo, y pese a sus defectos, que son los de su tiempo, el primer historiador de Galicia.

 

��������������� La nostalgia imaginaria de una Galicia independiente, el deseo retropectivo de una nobleza que en verdad hubiera luchado por la separaci�n de Castilla con el apoyo del pueblo y la iglesia, llevan a Vicetto a recrearse en la quimera de un movimiento irmandi�o donde las ciudades, villas y fortalezas se adher�an de d�a en d�a a sus ideas [de Pardo de Cela], proclamando la independencia de Galicia... de tal modo que los arzobispos, obispos, marqueses, condes y dem�s dignidades realistas... huyeron[167] a Castilla; naturalmente no menciona que Pedro Madruga se refugi� en Portugal de las iras irmandi�as.

 

��������������� �Por qu� no un rey de Galicia para Galicia?[168], se interroga Vicetto haciendo de la historia una correa de transmisi�n de su intencionalidad pol�tica. Haciendo conspirar por su independencia irmandi�a de Galicia a la nobleza, el clero y el pueblo, nuestro escritor quiere olvidar que los objetivos de los irmandi�os fueron sobre todo sociales, antise�oriales, y que para ello tuvieron no poco apoyo de los reyes de Castilla, de Enrique IV y hasta despu�s de Isabel la Cat�lica y su marido Fernando de Arag�n. Este rechazo a la historia real de la Galicia del siglo XV, con su lucha de clases, ser� una constante de la historiograf�a galleguista, al menos hasta mediados del siglo XX.

 

��������������� Termina Vicetto la cuarta y �ltima parte de su gran novela caballeresca as�: Posteriormente, en 1845, Galicia se vi� agitada por iguales deseos de independencia... Esta revoluci�n... tuvo por ep�logo los fusilamiento de Carral... �Desde 1480 a 1845, hab�an transcurrido cuatro siglos! Por una singular coincidencia, 1480 reinaba Isabel I, y en 1845 Isabel II[169]. Los mitos de 1846, con su estela de realidad y de ficci�n, de hab�an reproducido en 1467: revoluci�n, m�rtires, independencia.

 

Una rectificaci�n muy parcial

 

��������������� No crea el lector que Benito Vicetto oculta en Los hidalgos de Monforte el uso abusivo que hace de nombres y hechos hist�ricos, se defiende afirmando que tambi�n ech� mano de documentos: Esta obra no es puramente fant�stica[170], asegura. Y a�os despu�s, al redactar su Historia de Galicia (1865-1873), lleva a cabo una autocritica de lo que dijo en la novela de 1851: Entonces, escribiamos como poetas, y todo nos era dado; hoy escribimos como historiadores, y la imaginaci�n tiene que supeditarse � la esactitud [sic] ineludible del hecho[171]. Lo que no es �bice para que en el tomo siguiente asegure, en apariencia, lo contrario:

 

������������������������������� Lo principal para escribir la historia de un pueblo no son los datos: lo principal es imaginaci�n. De las cien condiciones que debe poseer un historiador, las noventa y nueve debe ser imaginaci�n, la otra lo dem�s. Los datos � los conocimientos est�n a merced de todos: la imaginaci�n es una facultad del alma que no se adquiere ni en las universidades ni en los ateneos y que solo la concede el Tiempo, no el tiempo considerado materialmente como duraci�n, sino al tiempo considerado espiritualmente como ser de los seres, como Ser Supremo, Dios[172].

 

��������������� Estar�amos de acuerdo con Vicetto en lo relativo a la importancia del conocimiento no basado en fuentes para el trabajo del historiador, pero nada m�s, el canto que hace a la subjetividad y la creatividad del historiador excede cualquier cr�tica razonable al positivismo; el idealismo declarado de Vicetto (com�n a una historiograf�a rom�tica que rompi� amarras con la Ilustraci�n) es pues el punto de nuestro desacuerdo, no solamente epistemol�gico sino tambi�n en cuanto a an�lisis hist�ricos concretos, que deben partir en nuestra opini�n de la aceptaci�n de la historia real de nuestro pueblo. Pero vayamos ya con la rectificaci�n que del Vicetto novelista efect�a el Vicetto historiador. Deudora por lo dem�s de trabajos posteriores, a menudo cr�ticos hacia �l, como el de Murgu�a sobre los irmandi�os (1861), a quien Vicetto resentido no cita, y las biograf�as de Alvarez Villamil (1861) y Villamil y Castro (Cronica de Lugo, 1866) sobre Pardo de Cela.

 

��������������� No cede Vicetto en su defensa de Pardo de Cela, figura altamente simp�tica para el pa�s, pero dice que prefiere referirse a ella a trav�s de otros autores porque pudiera falsearla, haciendola tal vez inveros�mil y por consiguiente inarm�nica en el cuadro de la guerra de los villanos, y continuando el sacrificio que nos impusimos, a�ade, diremos que, seg�n nuestro criterio, el personaje que nos ocupa[173], no entr� en la guerra de los villanos sino incidentalmente, por ocuparse m�s en defender sus tierras de las acomentidas del clero: que �l no se apoder� � la fuerza del obispado de Mondo�edo como el conde de Cami�a del de Tuy[174]. Por tanto ya no sostiene que Pardo de Cela hab�a sido el m�ximo dirigente de los irmandi�os, pero defiende a nuestro �dolofrente a todos sus enemigos: obispo y clero de Mondo�edo, oficiales reales y Reyes Cat�licos, y si es necesario tambi�n ahora contra los propios irmandi�os: su actitud respecto � la nobleza, no pudo ser m�s digna, pues se coloc� � su lado contra las hermandades[175]. Vicetto no duda en abandonar sus simpat�as irmandi�as si con ello salva su ficci�n pol�tica: el supiro postrero que exhal� en nuestro pais la nobleza sueva de pura raza, y hace votos para que aparezca alg�n documento que demuestre lo imposible: el independentismo galleguista de Pardo de Cela; si eso ocurre, concluye, ser� la figura mas bella y magestuosa de la historia de Galicia[176]. El rom�ntico Vicetto sigue buscando literatura en la historia, confundiendo lamentablemente ambas; cuando lo bello de la figura de Pardo de Cela no est� en la historia sino en la recreaci�n literaria, popular y culta, en el romance y la literatura del Rexurdimento, donde lo hist�rico es s�lo el pretexto, donde lo que interesa no es la vida real de Pardo de Cela sino su muerte hermoseada mediante un cantar de los suyos. Existen en consecuencia dos Pardos de Cela, el que hoy nos interesa rescatar de las dulces garras del mito es el Pardo de Cela hist�rico, el otro es competencia de los historiadores de la literatura. La confusi�n de ambos personajes perdura hasta hoy mismo, de un modo u otro, en el discurso nacionalista, demasiado inmune todav�a a la cr�tica hist�rica, interesa por ello pararse en la g�nesis del mito.

 

��������������� De Pardo de Cela sabemos que los irmandi�os le derrocaron sus fortalezas, que fue detenido en A Frouxeira y que al final retorna con las tropas del Conde de Lemos en actitud muy represiva. Vicetto oculta el dato de la prisi�n (a pesar de que lo deb�a conocer pues cita a Molina[177]), se vanagloria de que los revolucionarios le hab�an derrocado tambi�n sus castillos[178] y, claro est�, no puede saber el di�logo mantenido con su suegro sobre si colgar o no a los irmandi�os en las carballeiras[179]. No obstante, enterado de la enemistad entre el capit�n irmandi�o Alonso de Lanz�s[180] y Pardo de Cela cuenta unos enfrentamientos que nunca han existido[181] entre las tropas de ambos por las tierra de Mondo�edo[182], llegando a decir sin base documental alguna que tan s�lo resistia, pues, � los villanos � comuneros Pardo de Cela en el obispado de Mondo�edo[183]. Si no dirigente heroico de los irmandi�os, quer�a Vicetto que el caballero degollado por los Reyes Cat�licos fuese al menos el mayor de los enemigos, m�s que Pedro Madruga, de los gallegos que protagonizaron la epopeya mas grande y admirable que registran en sus anales, todos los antiguos reinos de la antigua Iberia[184]. El romanticismo de Vicetto puede sobre cualquier fidelidad ideol�gica, y la lealtad a su figura literaria favorita estaba por encima de todo. Minusvalora o denigra a los caballeros que jugaron en la historia real un papel que �l hubiera anhelado para su mariscal de ficci�n: Pedro Madruga entre los nobles rebeldes a los reyes, y Alonso de Lanz�s entre los caballeros irmandi�os. Cuando no tiene m�s remedio, da a conocer los nombres de los nobles que fueron realmente capitanes irmandi�os (aportados por Aponte), pero acusa con encono: Esto fue lo que perdi� entonces � los hermandinos, el haber tenido gefes como Alonso de Lanz�s que aspiraban, no � la libertad del pueblo, no � la destrucci�n del feudalismo, sino � hacerse ellos mas opulentos se�ores feudales sobres las ruinas de otros[185]. Vicetto adopta en esta cuesti�n el punto de vista de los contrarios a la Santa Irmandade, quienes terminada la revuelta, hicieron campa�a para destruir de la imagen de los nobles segundones que tomando partido activo por los irmandi�os hab�an merecido lo que la alta nobleza gallega perdiera de modo irreversible: la imagen caballersca y el consenso popular. De Alonso de Lanz�s dec�a incluso un contrario de los irmandi�os tan cualificado como Vasco de Aponte: un mui esforzado caballero[186]; y sentenciaba un labrador, testigo del pleito Tabera-Fonseca, que Lanz�s tomaba la compa�ia de los pobres[187]. Testimonios ambos de principios del siglo XVI.

 

��������������� Ante la imposibilidad de sostener seriamente la idea de un Pardo de Cela que con la ayuda del pueblo irmandi�o hab�a luchado por la independencia de Galicia, nuestro Vicetto, inasequible al desaliento, rectificando en lo secundario (los irmandi�os) pero salvando lo principal (Galicia), cambia de tercio y presenta ahora al mariscal, junto a Pedro Madruga, combatiendo en el bando de la Beltraneja por la independencia de Galicia... con el auxilio de los irmandi�os. Invenci�n que har� fortuna en la historiograf�a galleguista, pese a que las fuentes dicen todo lo contrario.

 

��������������� El propio Vicetto ha tenido que leer en el nobiliario de Aponte, puesto que �l mismo lo edita por vez primera al final del tomo VI de su historia de Galicia, que la �nica referencia acerca de Pardo de Cela y la guerra de sucesi�n es una modesta participaci�n del mariscal en el cerco de los realistas a Pedro Madruga en Pontevedra[188]. Sin embargo, haciendo mal uso de su imaginaci�n, pensando con certeza que el Ser Supremo de la patria todo lo permite, escribe que el mariscal Pardo de Cela en el norte y el Conde de Cami�a en el sur: reusaban obedecer � los actuales monarcas de Espa�a imperando � nombre de la princesa Do�a Juana, que ven�a a ser un pretesto, era lo subjetivo; lo objetivo al parecer, era dominar sus respectivas regiones por s� y para s�...: �ltimos esfuerzos de la raza sueva, encarnados en aquellos dos nobles, aspirando � la independencia de Galicia[189].

 

��������������� Todos los se�ores gallegos quer�an dominar en sus regiones sin interferencias de los oficiales reales, tanto los isabelinos como los amigos de Portugal; de ello no se puede inferir que quer�an la separaci�n de Galicia, m�s a�n si sabemos que la nobleza gallega (entre el Mi�o y el Cant�brico) se mantuvo a lo largo de toda la Edad Media, desde el siglo VI hasta el siglo XV, en esa di�lectica de defender sus estados, sin salirse del marco pol�tico castellano-leon�s, interviniendo en las luchas pol�ticas de Castilla con tal fin.

 

��������������� El �nico dato pro-Beltraneja esgrimido[190] es el enfrentamiento de Pardo de Cela con Ladr�n de Guevara en Vivero (1476), pero s�lo la imaginaci�n hace colegir de este conflicto un cambio de bando pol�tico del mariscal[191], que antes de que acabe el a�o comparte con Guevara el mencionado asedio de Pontevedra. A nadie se le ocurre, por ejemplo, decir que el arzobispo Fonseca o el Conde de Lemos por tener problemas de poder con Acu�a y Chinchilla, y con los propios Reyes Cat�licos, sean partidarios de los portugueses y de la escisi�n de Galicia. Claro que tambi�n es cierto ninguno de ellos fue sumariamente ejecutado por los representantes de la monarqu�a.

 

��������������� Otra operaci�n historiogr�fica de Vicetto -que tuvo menos �xito- fue poner a los irmandi�os detr�s del mariscal imaginado, pro-Beltraneja y pro-independencia, que s�lo alent� � estas [las hermandades] cuando luchaban contra el clero mindoniense � contra los partidarios de Isabel I, absorviendo en este sentido las [hermandades] del obispado en sus huestes[192]. Recordemos que los irmandi�os de Mondo�edo eran en la realidad hist�rica enemigos del mariscal, y que para nada apoyaron a �ste en la lucha que nunca existi� en favor de la Beltraneja. Pero hab�a que trasformar la revoluci�n social en revoluci�n pol�tica. Despu�s de la muerte de Enrique IV (1474) Vicetto dice (prorrogando arbitrariamente el tiempo de la revuelta) que la revoluci�n popular de Galicia (los villanos contra los nobles) tom� nueva fase, haci�ndose m�s eminentemente pol�tica, se transforma en una revoluci�n pol�tica � mejor dicho din�stica[193].

 

��������������� �La revuelta irmandi�a fue una revoluci�n pol�tica? S�, porque fue una gran revoluci�n social, porque se plante� el problema del poder, constituyendo la Xunta da Santa Irmandade do Reino de Galicia (origen indudable de la actual Xunta de Galicia) en nombre del rey de Castilla, Enrique IV, a qui�n apoyaron pol�ticamente las hermandades de Galicia en su pugna civil con el principe Alfonso y la nobleza de Castilla. As� como apoyaron los ex-irmandi�os a Fonseca cuando asedi� al Conde de Cami�a y a los portugueses en Pontevedra, seg�n cuentan los testigos del pleito Tabera-Fonseca, que hablan asimismo del sost�n popular a Acu�a y Chinchilla cuando se pusieron a derrocar, entre 1480 y 1483, las fortalezas reedificadas despu�s de la sublevaci�n irmandi�a (entre ellas A Frouxeira).

 

��������������� Todo lo anterior nos transporta del mito a la historia de Galicia, la cual por otro lado no existir�a sin Vicetto, Murgu�a, Villar Ponte, Risco y Castelao, quienes adem�s nos legaron un proyecto de pa�s, una conciencia nacional, una patria por la que se puede luchar sin abandonar ni el punto de vista popular (cuando los hechos del pueblo gallego lo merezcan) ni el punto de vista de la ciencia.

 

��������������� Pasar de una precursora y decimon�nica historia de Galicia constru�da ideol�gicamente a una historia de Galicia fundada en datos ciertos, implica un proceso de renovaci�n historiogr�fica que, acelerado durante los �ltimos veinte a�os, ha tenido lugar paralelelamente a la puesta al d�a del nacionalismo gallego: a ambos procesos de puesta al d�a dedicamos este trabajo.



[1] Publicado en Mitos de la historiograf�a galleguista, Manuscrits. Revista d�hist�ria moderna, n� 12, Barcelona, 1994, pp. 245-266.

���� [2] C. BARROS, A base material e hist�rica da naci�n en Marx e Engels, Dende Galicia: Marx. Homenaxe a Marx no 1� centenario da s�a morte, A Coru�a, 1985, pp. 139-207.

���� [3] Carlos BALI�AS, Defensores e traditores: un modelo de relaci�n entre poder mon�rquico e oligarqu�a na Galicia altomedieval (718-1037), Santiago, 1988.

���� [4] El car�cter tradicional y acontecimental de la historiograf�a galleguista, y su propio contenido, ha dejado fuera del proceso de mitificaci�n los hechos que reflejan las realidades hist�ricas m�s profundas, sea econ�mico-sociales sea mentales.

���� [5] Ram�n VILLARES, A Historia, Vigo, 1984, p. 26.

���� [6] No hay pruebas de �sto que asevera Vicente Risco: la fama del Medulio se extendi� ampliamente, por sus proporciones de gesta heroica, Historia de Galicia, Vigo, 1971 (2� ed.), p. 34.

���� [7] Alfonso RODRIGUEZ CASTELAO, Sempre en Galiza, Madrid, 1977 (2� ed.), p. 35.

���� [8] �Qu� importa que o heresiarca Prisciliano fose decapitado en Tr�veris e que o seu sangue fose o xerme da reforma cat�lica e do libre pensamento!, Sempre en Galiza, p. 36.

���� [9] Los suevos resultaron conquistados polos invadidos e triunfou a insularidade �tnica e cultural do noso pa�s, Sempre en Galiza, p. 262; el proceso de asimilaci�n de los germanos por parte de la poblaci�n galaico-romana ha sido en realidad posterior a la integraci�n en el reino hispano-visigoda en 585, Casimiro TORRES, Galicia sueva, Santiago, 1977, p. 265.

���� [10] Sempre en Galiza, p. 262.

 

���� [11] Los suevos crearon nuestra esplendente NACIONALIDAD, nos infiltraron las salvadoras doctrinas del cristianismo y echaron las bases sobre que descans� aquella monarqu�a, forma constitutiva de la organizaci�n pol�tica, Jos� RODRIGUEZ GONZALEZ, Compedio de la historia general de Galicia, Santiago, 1928, p. VI.

���� [12] Manuel MURGUIA, Historia de Galicia, III, 1888; ed. f�csimil, vol. V, A Coru�a, 1979p. 157.

���� [13] Destaquemos al respecto la posici�n cr�tica de Claudio SANCHEZ ALBORNOZ, En los albores del culto jacobeo, Compostellanum, vol. XVI, 1-4, pp. 37-72.

���� [14] Con independencia da certeza ou non da presencia dos restos do ap�stolo no tal ed�culo, axi�a convertido en templo (aceptada moi parcialmente pola historiograf�a), o m�is importante a suli�ar � a rapidez con que se difunde o culto xacobeo, Ram�n VILLARES, A historia, p. 67; v�ase para m�s informaci�n, Fernando LOPEZ ALSINA, La 'inventio' del cuerpo de Santiago, Historia de Galicia, fasc. 13, Vigo, 1991.

���� [15] Sempre en Galiza, p. 51; la leg�tima tradici�n culta heterodoxa que identifica los restos con Prisciliano no ha prosperado, ni pod�a prosperar, ante la profundidad, la larga duraci�n y el car�cter internacional de la creencia jacobea.

 

���� [16] �dem, pp. 268, 427.

���� [17] e se disp�is nos faltou a vontade de independencia foi porque o sepulcro de Sant-Iago concentrou ao seu derredor a vida suprema de Galiza, e a cibdade -a�nda que se chame Compostela- non pod�a saber da potente realidade galega, �dem, p. 263.

���� [18] Manuel MURGUIA, Don Diego Gelm�rez, A Coru�a, 1898, pp. 9, 11, 41, 46, 163.

���[19] Gordon BIGGS, Diego Gelm�rez, First Archbishop of Compostela, Washington, 1949 (trad. gal. Vigo, 1983); Reyna PASTOR, Diego Gelm�rez: una mentalidad al d�a. Acerca del rol de ciertas �lites de poder, Conflictos sociales y estancamiento econ�mico en la Espa�a medieval, Barcelona, 1973, pp. 103-131.

���� [20] Sempre en Galiza, pp. 37, 66, 224.

���� [21] Os galegos admiramos o talento caciquil de Xelm�rez; pero non estamos tristes por i�orarmos a data da s�a morte e a sepultura en que xace, porque traicionou os nosos anceios e desviou as nosas enerx�as, creando un Emperador para Toledo en vez de formar un Rei para Compostela, �dem, p. 277.

���� [22] Sempre en Galiza, pp. 36-38.

���� [23] �dem, pp. 37, 265, 335.

���� [24] �dem, p. 335.

���� [25] �dem, p. 225.

���� [26] Carlos BARROS, C�mo construye su objeto la historiograf�a: los irmandi�os de Galicia, Hispania, n� 175, 1990, pp. 855 ss.

���� [27] Carlos BARROS, Mentalidad y revuelta en la Galicia irmandi�a: favorables y contrarios, Santiago de Compostela, 1989, pp. 519-524.

 

���� [28] Carlos BARROS, Revuelta de los irmandi�os. Los gorriones corren tras los halcones, Historia de Galicia, fasc. n� 24, Vigo, 1991, pp. 455-460.

���� [29] Sempre en Galiza, p. 372.

���� [30] �dem, pp. 312-313.

���� [31] �dem, p. 67.

���� [32] ib�dem.

���� [33] Xos� Ram�n BARREIRO FERNANDEZ, El levantamiento de 1846 y el nacimiento del galleguismo, Santiago, 1977, pp. 230-231.

 

���� [34] Sobre el papel sobresaliente que juega la Edad Media en la visi�n que nos da Castelao de la historia de Galicia, v�ase Alfonso MATO DOMINGUEZ, Unha lectura de Castelao: o debate sobre a historia de Galicia en Sempre en Galiza, Actas Congreso Castelao, Santiago, 1989, pp. 383-5, 389.

���� [35] Sempre en Galiza, p. 466.

��� [36] Redactada bajo el r�gimen de Franco (1� ed., 1952) con un tono m�s bien neutro, se aleja de la explicitud nacionalista de trabajos historiogr�ficos anteriores como el prefacio a la historia sint�tica de Galicia de Ram�n Villar Ponte (1927) .

���� [37] Alfonso MATO DOMINGUEZ, Historiograf�a, Gran Enciclopedia Gallega, tomo 17, p. 138.

���� [38] Benito VICETTO, Historia de Galicia, VI, Ferrol, 1872; ed. f�c., Lugo, 1979, p. 130.

���� [39] Carlos BARROS, C�mo construye su objeto la historiograf�a: los irmandi�os de Galicia, Hispania, n� 175, 1990, pp. 855-862.

 

���� [40] �dem, pp. 862-866.

���� [41] Discurso preliminar, p. 45.

���� [42] Justo G. BERAMENDI, Introducci�n a Manuel MURGUIA, Galicia, I, Vigo, 1982, p. XX.

���� [43]En 1890 se crea la Asociaci�n Regionalista Gallega, primera fuerza pol�tica estrictamente gallega, presidida por Murgu�a, que suscribe: por encima de toda idea pol�tica deben estar siempre el amor a la patria y los intereses regionales, �dem, pp. XXI-XXIII.

���� [44] Manuel MURGUIA, Or�genes y desarrollo del regionalismo en Galicia [Barcelona, 1890], publica Vicente RISCO, Manuel Murgu�a, Vigo, 1976, p. 145.

���� [45] ib�dem.

���� [46] Or�genes y desarrollo del regionalismo, p. 151; se refiere sin duda a la confederaciones nobiliarias formandas entre la revuelta irmandi�a y la revuelta de los comuneros, entre las que destaca la que se constituy� contra Acu�a despu�s de la decapitaci�n de Pardo de Cela.

���� [47] No es as�, sin embargo, en el terreno cultural, donde se reconoce el papel del pueblo en la creaci�n y conservaci�n de la lengua y de las tradiciones gallegas; as�, cuando los se�ores llegan a traicionar a Galicia, escribe Castelao, cont�bamos con poder m�xico da terra e do povo, que fixeron posible a perduraci�n de nosa nacioalidade, Sempre en Galiza, p. 278.

���� [48] Sempre en Galiza, p. 381.

���� [49] �dem, p. 372.

���� [50] Nas s�as obscuras concencias pu�aba o alborexo d-unha nova di�idade galega, cic�is tan varil como a que enxendrou Portugal. Empezaban a sent�rense galegos galegos por enriba de todo, �dem, p. 371.

���� [51] �dem, p. 381.

���� [52] Carlos BARROS, Mentalidad y revuelta en la Galicia irmandi�a: favorables y contrarios, Santiago de Compostela, Universidad, 1989, pp. 517 ss.

���� [53] �dem, p. 379.

���� [54] os se�ores galegos, sendo tan inhum�ns como se conta, daban terras aos campesi�os, en condici�ns que, ben mirado, levaban en s� mesmas un certo principio de liberdade para o futuro, pois o canon foral..., �dem, p. 383.

���� [55] Manuel MURGUIA, El foro. Sus or�genes, su historia, sus condiciones, Madrid, 1882, p. 119.

���� [56] Sempre en Galiza, p. 191.

���� [57] �dem, p. 278.

���� [58] �dem, pp. 224, 277.

���� [59] �dem, p. 37.

���� [60] �dem, p. 372.

���� [61] Benito VICETTO, Historia de Galicia, VI, pp. 188-189.

��� [62] Ejemplos de violencia contra cl�rigos para quedarse con su dinero en Jos� GARCIA ORO, Galicia en la Baja Edad Media, Santiago, 1977, p. 158; y contra hidalgos adversarios en Vasco de APONTE, Recuento de las casas antiguas del reino de Galicia, Santiago, 1986, p. 133.

���� [63] Vasco de APONTE, Recuento de las casas antiguas del reino de Galicia, Santiago, 1986, pp. 132, 142, 167, 170.

���� [64] Jos� GARCIA ORO, Galicia en la Baja Edad Media, Santiago, 1977, pp. 255, 258.

 

���� [65] Jos� GARCIA ORO, Galicia en la Baja Edad Media, Santiago, 1977, pp. 170-171.

�����[66] Laura FERNANDEZ VEGA, La Real Audiencia de Galicia, III, A Coru�a, 1982, pp. 11-17.

���� [67] Eduardo PARDO DE GUEVARA, El Mariscal Pardo de Cela y la Galicia de fines del siglo XV, Lugo, 1981, p. 111.

���� [68] Eduardo PARDO DE GUEVARA, op. cit.. pp. 110-111; Jos� GARCIA ORO, op. cit., pp. 157-158.

���� [69] �bidem.

 

���� [70] ibidem.

���� [71] Pegerto SAAVEDRA, Econom�a, Pol�tica y Sociedad en Galicia: la provincia de Mondo�edo, 1480-1830, Madrid, 1985, p. 34; Da Idade Media a Idade Moderna: As bases do Antigo R�xime Galego, III Xornadas de Historia Galega, Ourense, 1986.

���� [72] Carlos BARROS, Vivir sin se�ores. La conciencia antise�orial en la Baja Edad Media gallega, Se�or�o y feudalismo en la Pen�nsula Ib�rica (siglos XII-XIX), Zaragoza, 11/14 de diciembre de 1989, pp. 628-630; Mentalidad justiciera de los irmandi�os, siglo XV, Madrid, 1990.

���� [73] Declaraci�n oral de un vecino de Monforte en el pleito Tabera-Fonseca, Angel RODRIGUEZ GONZ�LEZ, Las fortalezas de la Mitra composte�lana y los irmandi�os, I, Pontevedra, 1984, p. 162.

 

���� [74] Bartolom� MOLINA, Descripci�n del Reyno de Galicia [1550, Mondo�edo], Madrid, 1675, p. 107; asimismo le derrocaron los irmandi�os las restantes fortalezas de su propiedad, Memorial de la Casa de Saavedra, Granada, 1674, p. 139.

���� [75] Carlos BARROS, C�mo construye su objeto la historiograf�a: los irmandi�os de Galicia, Hispania, n� 175, 1990, pp. 861-862.

���� [76] Carlos BARROS, Mentalidad justiciera de los irmandi�os, siglo XV, Madrid, 1990, p. 229.

���� [77] Eduardo PARDO DE GUEVARA, op. cit., p. 111 n 43.

���� [78] Francisco MAYAN FERNANDEZ, El Mariscal Pardo de Cela y la Iglesia de Mondo�edo a la luz de nueva documentaci�n hist�rica, Vivero, 1962, p. 38.

���� [79] Francisco MAYAN, op. cit., pp. 43-45; Eduardo PARDO, op. cit., 133-138.

���� [80] Vasco de APONTE, op. cit., p. 232.

���� [81] Jos� GARCIA ORO, op. cit., p. 258.

 

���� [82] Jos� GARCIA ORO, op. cit., pp. 145-149.

���� [83] Fernando de PULGAR, Cr�nica de los Reyes Cat�licos, BAE n� 70, pp. 380-381, 432.

���� [84] Vasco de APONTE, op. cit., p. 253.

���� [85] Vasco de APONTE, op. cit., p. 254.

���� [86] Vasco de APONTE, op. cit., p. 148.

���� [87] �dem, pp. 230, 232.

���� [88] Francisco MAYAN, op. cit., p. 44.

���� [89] Jos� GARCIA ORO, op. cit., p. 160.

 

���� [90] Jos� GARCIA ORO, op. cit., pp. 161-163; Franciso MAYAN, op. cit., pp. 49-51.

���� [91] Archivo General de Simancas, Registro General del Sello, fol. 67.

���� [92] Laura FERNANDEZ VEGA, La Real Audiencia de Galicia, II, Santiago, A Coru�a, 1982, p. 249 n 12.

���� [93] Publica Francisco MAYAN, op. cit., pp. 54-55.

���� [94] Jos� GARCIA ORO, op. cit., p. 163.

���� [95] Eduardo PARDO DE GUEVARA, op. cit., p. 147 n 15 (sigue a Aponte).

���[96] Francisco MAYAN, op. cit., p. 56

���� [97] Vasco de APONTE, op. cit., pp. 253-254.

���� [98] �dem, p. 253.

���� [99] Francisco MAYAN, op. cit., p. 56.

���� [100] Fernando PULGAR, Cr�nica de los Reyes Cat�licos, BAE n� 70, p. 357.

���� [101] Carlos BARROS, Violencia y muerte se�orial en Galicia a finales de laEdad Media, Studia Hist�rica, Salamanca, 1991, pp. 125, 133-134.

���� [102] �dem, p. 134.

���� [103] Vasco de APONTE, op. cit., p. 260.

���� [104] Jos� GARCIA ORO, op. cit., p. 167.

���� [105] Laura FERNANDEZ VEGA, La Real Audiencia de Galicia, III, pp. 10-11.

���� [106] �dem p. 14.

���� [107] �dem, pp. 12-13, 16-17.

���� [108] Fernando PULGAR, op. cit., p. 357.

���� [109]Angel RODRIGUEZ GONZ�LEZ, Las fortalezas de la Mitra composte�lana y los irmandi�os, I, Pontevedra, 1984, pp. 134, 137, 176, 188, 245, 417, 420, 425, 428, 489, 565.

���� [110] �dem, p. 215; lo mismo dice Aponte, op. cit., p. 123.

 

���� [111] Esta situaci�n no se corresponde con la realidad actual del nacionalismo gallego, reconstruido sobre una base popular m�s clara que el nacionalismo hist�rico, sobre el cual se centra nuestra cr�tica historiogr�fica.

���� [112] Laura FERNANDEZ VEGA, La Real Audiencia de Galicia, I, p. 108; el gobernador saliente en ning�n momento pierde el favor real, en 1493, lo tenemos de virrey en Sicilia en nombre de los Reyes Cat�licos, RAH, Colecci�n Salazar y Castro, tomo I, fol. 217-218.

���� [113] La confederaci�n nobiliaria inmediatamente posterior de los nobles que en marzo los reyes quer�an llevarse a la Corte, de que nos da noticia Aponte es una prueba, v�ase la nota 106.

���� [114] Antonio LOPEZ FERREIRO, Galicia en el �ltimo tercio del siglo XV, Vigo, 1968, p. 111.

���� [115] y el rey le asegur� la vida porque le sirvi� en la de M�laga, m�s nunca le quiso ver, Vasco de APONTE, op. cit., pp. 123-124; la relaci�n amigable de L�pez de Haro y Diego de Andrade evidencia los cambios habidos a partir del reemplazamiento de Acu�a.

���� [116] Jos� GARCIA ORO, op. cit., p. 169.

���� [117] �dem, p. 174.

���� [118] Bolet�n de la Comisi�n de Monumentos de Lugo, IX, pp. 33-34.

���� [119] Jos� GARCIA ORO, op. cit, pp. 165-169.

���� [120] Bolet�n de la Comisi�n de Monumentos de Lugo, VII, pp. 77-79.

�����[121] Jos� Mar�a ALVAREZ BLAZQUEZ, Literatura popular gallega en torno a Pardo de Cela, Cuadernos de Estudios Gallegos, 62, 1965, pp. 350-378; Eduardo PARDO DE GUEVARA, op. cit., pp. 185-196.

 

���� [122] Los Pardo, los Ribadeneiras, los Saavedra, los Ron, los Miranda, los Bola�o, y otros m�s, si tenemos en cuenta las bodas de sus nietas.

���� [123] Memorial de la Casa de Saavedra, Granada, 1674, fol. 138.

���� [124] Edurdo PARDO DE GUEVARA, op. cit., p. 188.

���� [125] Sabemos que la apropiaci�n de las rentas reales es aducida por los reyes como motivo de las confiscaci�n de bienes despu�s del degollamiento, Jos� GARCIA ORO, op. cit., p. 166.

���� [126] Laura FERNANDEZ VEGA, La Real Audiencia de Galicia, III, pp. 16-17.

���� [127] Memorial, fol. 138.

���� [128] Jos� GARCIA ORO, op. cit., p. 168.

���� [129] Sobre el car�cter de agravio insoportable de las muertes en las confrontaciones sociales ya hemos escrito en Mentalidad justiciera de los irmandi�os, siglo XV, p. 52.

���� [130] La versi�n A habla de que fue convocado a la Corte muitas veces.

���� [131] Eduardo PARDO DE GUEVARA, op. cit., pp. 185-188.

���� [132] �dem, p. 188.

���� [133] El cambio de actitud se produce en lo referente a los choques con la iglesia de Mondo�edo y a la desobediencia a los reyes, por lo dem�s porf�a el autor en lavar la imagen del ilustre ascendiente: esta es la historia del Mariscal Pedro Pardo depurada de otras patra�as que cuentan deel; se refiere a que se dec�a que hab�a dado un abrazo apretado a un se�or obispo, y a que los deudos de el havian muerto al Alcalde mayor de Mondo�edo que se retiraba de la Ciudad por su muerte (�dem, p. 193); todo esta proliferaci�n de tradiciones en favor y en contra muestra el fuerte impacto de la muerte violenta de Pedro Pardo en las mentalidades de la �poca.

���� [134] M�s interesada en el discurso narrativo que en la exactitud de los hechos y las fechas, salvo dos que son vitales para la intenci�n de la narraci�n: el d�a y a�o de la prisi�n y de la ejecuci�n.

���� [135] A la manera sumaria de los irmandi�os cuando asaeteaban a los malhechores, pero degoll�ndolo en atenci�n a su condici�n de caballero.

���� [136] Castelao plantea algo parecido al acusar de quintacolumnismo a los irmandi�os que atacaron a la nobleza en vez de apoyarla y defenderla frente a los reyes de Castilla.

���� [137] Memorial, fol. 137.

���� [138] Ibidem.

���� [139] �dem, fol. 137v; en ninguna de las versiones viene eso de que su cabeza sali� rodando diciendo �credo, credo credo!, invenci�n posterior a la Relazon y que sorprendentemente todav�a encontramos en historias de Galicia recientes, Ram�n VILLARES, A Historia, p. 96; Vicetto dice que el responsable de la invenci�n es el clero, Historia de Galicia, VI, p. 197.

���� [140] Memorial, fol. 137 v; el mismo argumento fue esgrimido para justificar el ajusticiamiento de la familia del zar en Rusia por los bolcheviques, y el de Ceascescu en Rumania en 1989.

���� [141] Eduardo PARDO DE GUEVARA, op. cit., p. 191.

���� [142] Publica Laura FERNANDEZ VEGA, La Real Audiencia de Galicia, III, pp. 7-9.

���� [143] Jos� Mar�a ALVAREZ BLAZQUEZ, op. cit., p. 363.

���� [144] Memorial, fol. 137 v.

���� [145] Eduardo PARDO DE GUEVARA, op. cit., p. 188; Jos� Mar�a ALVAREZ BLAZQUEZ, op. cit., p. 363.

���� [146] Jos� Mar�a ALVAREZ BLAZQUEZ, op. cit., pp. 366-367.

���� [147] Carlos BARROS, Vivir sin se�ores. La conciencia antise�orial en la Baja Edad Media gallega, Actas del Congreso Se�or�o y feudalismo en la Pen�nsula Ib�rica (siglos XII-XIX), Zaragoza, Instituci�n Fernando el Cat�lico, 1991, pp. 617-655 (en prensa).

���� [148] Eduardo PARDO DE GUEVARA, op. cit., p. 188.

���� [149] Benito VICETTO, Los hidalgos de Monforte, II, A Coru�a, 1903 (5� ed.), p. 425.

 

���� [150] �dem, p. 431.

���� [151] �dem, pp. 54, 60, 70, 418, 422-423.

���� [152] Carlos BARROS, C�mo construye su objeto la historiograf�a: los irmandi�os de Galicia, Hispania, n� 175, 1990, pp. 855-862.

���� [153]Los hidalgos, I, p. 55.

���� [154] Los hidalgos, II, p. 57.

���� [155] �dem, p. 426.

���� [156] La insistencia de la historiograf�a galleguista desde sus comienzos en la pedagog�a del martirio revela una vocaci�n fatalista que contribuye a explicar su marginalidad hasta tiempos muy recientes.

���� [157] �dem, pp. 62, 70, 71, 73, 419, 421.

 

���� [158] �dem, p. 56.

���� [159] Hemos encontrado una referencia pero s�lo insin�a la relaci�n entre dicho supuesto alineamiento con el tambi�n supuesto independentismo: El mariscal Pardo de Cela, invocando los derechos de la Beltraneja, se pone � la cabeza de los hermanos de Galicia, �dem, I, p. 55.

���� [160] �dem, II, pp. 56-57; el igualitarismo fraternal y su modernidad ser�a aplicable a los irmandi�os, pero nunca a los caballeros feudales de la �poca.

 

���� [161] En cambio, que mencionara tan poco a Pardo de Cela, como sol�a quejarse Vicetto, �no favoreci�la invenci�n de la vida del mariscal?.

���� [162] Los hidalgos, II, pp. 422-423.

���� [163] ibidem.

���� [164] �dem, pp. 57-58.

���� [165] Ciertamente la mayor�a de los dirigentes irmandi�os, los m�s conocidos en su tiempo, no fueron nobles sino ciudadanos y campesinos, Vicetto muestra una gran perspicacia al hacer notar ese protagonismo popular, as� como la participaci�n de eclesi�sticos (est� probada la existencia de can�nigos que fueron diputados irmandi�os), pero sus l�mites mentales e ideol�gicos le imped�an imaginar una revoluci�n no dirigida por miembros de la clase dirigente, por ello hace caudillos principales a Pardo de Cela y a Pedro Madruga, que eran personajes importantes del siglo XV de Galicia, ingenuamente con eso quer�a tambi�n nuestro liberal decimon�nico dar mayor relieve a la revoluci�n de los irmandi�os.

���� [166] Los hidalgos, II, p. 421.

���� [167]Los hidalgos, II, p. 421.

���� [168] �dem, pp. 150-151; sobre la voluntad independentista de la nobleza y sobre todo de Pardo de Cela, v�ase adem�s, �dem, pp. 52, 56, 70.

 

���� [169]Los hidalgos, II, p. 432.

���� [170] �dem, p. 54 n 1.

���� [171] Historia de Galicia, VI, p. 94.

���� [172] �dem, VII, p. 239 n 1.

���� [173] Los circunloquios muestran todo lo que le cuesta a Vicetto desprenderse de sus invenciones, aunque sea parcialmente; es digno de admiraci�n por ello.

���� [174] Historia, VI, pp. 202-203.

���� [175] �dem, p. 203.

���� [176] �dem, p. 204.

���� [177] �dem, pp. 94, 109, 203.

���� [178] �dem, p. 203.

���� [179] Es en 1926 cuando publica Couselo Bouzas su libro basado en el pleito Tabera-Fonseca con este dato.

���� [180] Aunque los grandes adversarios de Lanz�s eran los Andrade.

���� [181] Porque no existen fuentes que lo corroboren, falla pues el criterio y la prueba de la verificaci�n.

���� [182] �dem, pp. 109-112, 130.

���� [183] �dem, p. 112.

���� [184] �dem, p. 130.

���� [185] �dem, p. 126 n 1.

���� [186] Publica Benito VICETTO, Historia, VI, pp. 407, 464; en la edici�n de D�az y D�az que estamos citando, Recuento, pp. 107, 225.

���� [187] Angel RODRIGUEZ GONZ�LEZ, Las fortalezas de la Mitra composte�lana y los irmandi�os, I, Pontevedra, 1984, p. 126.

���� [188] Historia, VI, p. 468.

���� [189] �dem, pp. 77, 92, 175, 189 y 193 (citando a Alvarez Villamil), 204 (vacila respecto a la presunci�n de independentismo).

���� [190] �dem, p. 189.

���� [191] Subyace siempre en la manipulaci�n una mentalidad dogm�tica, esto es, simplificadora y simplista: si estaba contra los reyes, estaba por Galicia, si estaba por Galicia, quer�a la independencia.

���� [192] �dem, p. 203.

���� [193] �dem, pp. 130-131.

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