Como vive el modelo
caballeresco�la hidalgu�a gallega bajo medieval: los pazos
de Prob�n[1]
Carlos Barros
Universidad de Santiago de Compostela
��������������� Entendemos
por modelo caballeresco el conjunto de virtudes pertenecientes al oficio
militar de la nobleza medieval. �Porque la noble cavaller�a es el m�s honrrado
ofizio de todos; todos desean subir en aquella honrra�[2].
A mediados del siglo XV se exig�a del caballero dos cosas: a) practicar �el
exer�izio de la guerra�, porque �no son todos cavalleros quantos cavalgan
cavallos; ni quantos arman cavalleros los reyes�; b) guardar �la regla�, porque
�non faze el �vito al monxe�[3].
Los Privilegios de la nobleza se justificaban precisamente porque ejerc�an la
funci�n social de defensores dentro del esquema trifuncional vigente. En
las Cortes de Valladolid de 1451 se reclamaba, en consecuencia, contra los que
se armaban caballeros s�lo para no pagar tributos y �nin son para ello ni saben
lo que cunple al ofi�io e exer�i�io de la cavaller�a�, demanda que se reitera
en las cortes de Burgos de 1453, respondiendo Juan II que �l mandar� examinar a
los nuevos hidalgos �a�erca de los �bitos e cosas pertene�ientes a la
cavaller�a�, para �aprovar los que se fallaren �biles e suficientes para la
dicha cavaller�a�[4].
��������������� Seg�n
el sistema ideol�gico dominante de los tres �rdenes, el oficio militar
(junto con el clerical) no se reduce a una opci�n profesional m�s o menos
importante: es la dedicaci�n que legitima y significa a la clase dirigente. El
C�digo de valores caballeresco, por consiguiente, busca y consigue cierta
universalidad al proponer el ideal del buen caballero como el ejemplo a
seguir por todas las clases sociales, tanto en el combate como en la vida en
general.
��������������� El
modelo caballeresco necesita para ser socialmente eficiente: definici�n
ejemplos vivos y difusi�n. Los medios usados para la formalizaci�n y
vulgarizaci�n del modelo -romances, poes�a, libros de caballer�as, tratados de
nobleza, cr�nicas, nobiliarios, obras jur�dicas-, para nosotros fuentes
literarias y narrativas, y el mensaje idealizado que transmiten, no deben
hacernos pensar que nos movemos en un plano meramente ilusorio, novelesco,
�ideol�gico�: el modelo caballeresco era, adem�s de un ideal, una realidad
social, Los comportamientos individuales y sociales se inspiraban en novelas y
romances caballerescos, y la literatura �copiaba� los modelos vivos de caballeros
andantes[5].
La conclusi�n es que modelos �ideales� e imitadores �de carne y hueso� estaban dentro
de una misma realidad. De ah� que hayamos preferido el concepto de modelo
(ejemplo a imitar) al concepto de ideal, que sugiere o puede sugerir
algo inmaterial e inalcanzable, al margen de lo real. La credibilidad con que
se acog�a en el imaginario colectivo al h�roe caballero no s�lo era debida a
la� confusi�n entre fantas�a y realidad
propia de las mentalidades medievales, tambi�n se explica por el conocimiento
p�blico de la existencia de h�roes reales, cuyas haza�as en ocasiones no se
diferenciaban de las que estaban escritas en libros o se o�an en romances.
��������������� Nuestra
intenci�n es estudiar algunos aspectos del papel -cambiante- del modelo
caballeresco en la vida de la nobleza media y baja gallega, a trav�s del caso
concreto de la familia Pazos de Prob�n, desde las �ltimas d�cadas del siglo XIV
hasta las primeras del siglo XVI. Para lo cual seguiremos la historia elaborada
hacia 1587, por el letrado Juan de Ocampo, sobrino del cronista y destacado
comunero zamorano Flori�n de Ocampo, cuyo t�tulo empieza: Descendencia de
los pa�os de Prob�n ...[6].
Ocampo se sirvi� para la redacci�n de documentos y, sobre todo, de la cr�nica
nobiliaria -que �l contin�a- de Juan Rodr�guez de Padr�n, hasta hoy no
encontrada y a la que tambi�n recurre el P. G�ndara en el siglo XVII en su
nobiliario Armas y Triunfos.
��������������� La
guerra es la ocupaci�n que mejor define al modelo caballeresco, d�ndole un
sentido y un marco moral a la nobleza como clase social. Cuenta Ocampo que
Despu�s de noventa y cinco a�os de diferencia de los Pazos de Prob�n y otros
hidalgos del obispado de Tuy, con los linajes del arzobispado de Santiago,
rob�ndose unos a otros, puso fin a los bandos �el Rey don Fernando El santo que
particularmente los mand� llamar para la guerra contra los moros� (fol. 5 r.-5
v.). Un s�ntoma y un efecto de la crisis en la Galicia del siglo XV del modelo
caballeresco ser� su incapacidad para impedir el enfrentamiento militar,
permanente y sin reglas, en el interior de la clase dirigente. Todav�a hacia
1366: �entend�an los del obispado de Tuy en deleytes y lugurias mugeriles y
deferen�ias entre s� asta que� el mayordomo de Pedro I los enrol� para la
guerra contra Enrique II (fol. 6 r.). La influencia del otro modelo de
comportamiento social que difunde la ideolog�a feudal, el modelo eclesi�stico;
la cristianizaci�n en suma del modelo caballeresco, introduce en �l valores
asc�ticos cuyo mantenimiento se hace depender asimismo de la actividad
guerrera, ant�doto de los h�bitos pecaminosos.
��������������� El
car�cter militar del modelo hace de la valent�a una virtud principal de la que
dependen otras cualidades como la lealtad, la fama y el honor. El valor
caballeresco viene a ser una actitud heroica ante la muerte en el combate, que
en los romances -y en la vida- se resume as�: �m�s vale morir con honra que con
deshonra vivir�[7].
Esta disposici�n mental b�sica de arriesgar la vida por la honra impulsa al
caballero a realizar haza�as paradigm�ticas. No cualquier tipo de actos
heroicos, sino aquellos que disfrutan de un mayor reconocimiento p�blico. La
tradici�n selecciona y realza determinados ejemplos de proezas individuales, en
primer lugar por necesidades militares, por ejemplo ser �el primero en atacar
una fortaleza�[8],
pero tambi�n por su capacidad para impactar en las sensibilidades colectivas;
de otro modo, dif�cilmente se integrar�an tales hechos extraordinarios en la
memoria de las gentes. Lo que se logra por dos v�as: suscitando una reacci�n
emotiva y/o una representaci�n mental gr�fica. Condiciones que cumplen los dos
tipos relatados en el nobiliario de Ocampo que vamos a estudiar: �el caballero
alf�rez que muere antes de soltar la bandera�[9],
y el �caballero alcaide que da la vida en defensa del castillo�.
��������������� Cuenta
Ocampo:
Yba
J�come Pa�os de Prob�n por Capit�n de una Compa�ia y traiya por Alf�rez a
Gar��a de Pa�os de Prov�n, su medio hermano, el qual perdi� la vida hen esta
refriega y no la bandera que Gon�alo de Pa�os de Prob�n, su hermano, la
defendi� (fols. 8 v.-9 r.).
��������������� Un
hermano deposit� en sus manos el estandarte, y otro hermano protegi� la bandera
una vez que nuestro protagonista perdi� la vida en su defensa. Al llevar a cabo
este hecho con este tipo de comportamiento heroico, Gar��a salvo su honor, y el
honor de su linaje; de ah� la solidaridad de sus hermanos.
��������������� Otras
circunstancias que rodean a esta haza�a muestran c�mo de lo que se trataba era,
sobre todo, de cumplir con un modelo codificado de comportamiento en el
combate. La causa de la batalla en la que murieron mil hombres fue un
desacuerdo entre los nobles gallego �sobre qui�n hav�a de llevar su gente
delante o atr�s� (fol. 8 v.) cuando iban a participar en la toma de Antequera
en 1410[10].
Para los hidalgos era m�s importante seguir las pautas del modelo caballeresco
que la cuesti�n por la que pon�an en juego su vida, en este caso un tema f�til
(no para cierta mentalidad caballeresca, claro). La fuerza de atracci�n del
modelo queda patente al comprobar que el ponerse en riesgo de muerte coexiste
con el amor a la vida. Los Pazos de Prob�n buscan, despu�s de la batalla, a su
hermano muerto y lo entierran con el hijo �nico de un caballero contrario, pues
murieran uno frente al otro peleando �valerosamente�. Ante los cad�veres de sus
deudos, se conciertan los hidalgos enemigos para �apagar el fuego en�endido
entre sus Cappitanes� (fol. 9 r.). Logran los nobles medios imponer la paz
cambiando los grandes se�ores que capitaneaban los tercios, Moscoso y
Sotomayor, causantes del l�o, por otros capitanes: J�come Pazos de Prob�n
sustituye al frente del tercio Tuy-Orense al se�or Sotomayor (fol. 9 v.),
enemigo sempiterno de su casa. Este incidente sangriento refleja hasta qu�
punto la baja y media nobleza pod�a hacer una lectura del modelo caballeresco
bien distinta de la que hac�an los grandes se�ores.
��������������� El
momento culminante de la genealog�a escrita por Ocampo es la toma en 1476 del
castillo de Tenorio por parte de Pedro �lvarez de Sotomayor, defendido por
G�mez Pazos de de Prob�n hasta la muerte durante la guerra de los Reyes
Cat�licos contra Portugal; Pedro �lvarez de Sotomayor encabezaba el bando
portugu�s en el reino de Galicia. Ocampo reproduce en los cap�tulos VIII, IX y
X (fols. 14 r. a 20 v.) el relato del nobiliario de Juan Rodr�guez de Padr�n,
testigo presencial de los hechos; de manera mucho m�s resumida hace referencia
tambi�n el P. G�ndara a esta misma fuente al describir el cerco de Tenorio[11].
El buen hacer literario de Rodr�guez de Padr�n consigue, a�n hoy, conmover al
lector narrando unos avatares dram�ticos que (el autor se encarga de anunciarlo
al comienzo) conducen a un gran final: �la onrrada muerte del se�or de Pa�os de
Prob�n� (fol. 16 r.).
��������������� El
aprendizaje de la caballer�a implicaba la preparaci�n psicol�gica para saber,
llegada la hora de la verdad, optar por la muerte con honra. Nuestro
protagonista llega a castigar, por no tener la lecci�n aprendida, a un hijo
bastardo (el autor hace notar su ilegitimidad para que se comprenda bien su
traici�n) que le pidi� licencia para marcharse del castillo asediado porque �el
moso ten�a voluntad de larga vida� (fols. 17 v.-18 r.). La punici�n fue tan
dura como grave la falta:
le
vol� de la m�s alta torre diziendo m�s vale muerto que deshonrrado, donde cay�
sobre unas pe�as y se hizo peda�os en pago de su cobard�a (fol. 18 r.)[12]
��������������� Esta
acci�n ejemplarizante surge en el relato inmediatamente despu�s de que Pazos de
Prob�n, enterado de la derrota sufrida por tropas amigas que ven�an a descercar
Tenorio, re�ne a sus hombres: �que ya de ninguna parte esperavan socorro el de
Pa�os de Prob�n les hizo un parlamento en que les dijo c�mo pensavan morir�.
Todos aceptaron seguir con �l hasta el final, excepto un pe�n que avis� al
conde de Cami�a �todo lo que pasava dentro y que sin duda hav�an de ser muertos
antes que rendirse� (fol. 17 v.).
��������������� Los
peones de la fortaleza, pueblo y gente com�n, vasallos en la jerarqu�a feudal,
imitan mayoritariamente el modelo caballeresco. Aunque no reaccionan a los
mismos argumentos que los nobles, Pazos de Prob�n les pide que resistan hasta
la muerte para �vengar a sus hermanos y parientes y que pues todos los que
oyyan hav�an perdido amigos y deudos�, demandando despu�s �lo mesmo mayormente�
de los hidalgos que �lo hav�an jurado� (fol. 17 v.). El juramento y
pleito-homenaje, que prestaban s�lo los hidalgos, ven�a a ser el ritual y la
f�rmula jur�dica caballeresca que conduc�a, en situaciones extremas, a
arriesgarlo todo, poniendo a prueba la asunci�n individual del modelo. Si no
tuviesen validez moral, inclusive disuasoria, malamente le servir�a al alcaide
del castillo cercado el recuerdo del juramento que hab�an hecho para
enfervorizar a los peque�os nobles que le acompa�aban. El propio G�mez Pazos de
Prob�n alude al texto del juramento prestado por los caballeros que se metieron
en el castillo de Tenorio, sumamente expl�cito en cuanto a lo que estamos
afirmando:
cada
uno las manos sobre un Christo Cru�ificado des�a; yo fulano juro a hesta Cruz,
figura de Dios nuestro Se�or, de ser leal vasallo a los Se�ores Reyes Don
Fernando y Do�a Isabel y defender su partido y este Castillo de Thenorio del
Conde de Cami�a o morir en la demanda; y si lo contrario hiziere Dios no me
ajude ni me tenga por hijodalgo gallego (fol. 15 r.)
��������������� A
rengl�n seguido Pazos tuvo conocimiento de que las tropas de Sotomayor cercaran
a su mujer y sus cuatro hijos en el castillo de Pazos de Prob�n, y comenta el
autor la amargura del caballero: �le pes� grandemente y vien quisiera no haver
echo el juramento para volverse� (fol. 15 r.). El conde derroca su castillo,
prende a su familia y se presenta con los prisioneros ante el castillo de
Tenorio: �y le dijo que les mandar�a aorcar si no le entregaba el castillo y se
pon�a en sus manos�, respondiendo G�mez Pazos que �por ninguna cossa entregar�a
el castillo pues lo dev�a a hijodalgo y al pleyto omenaje y juramento que hav�a
echo� (fol. 20 r.). De nuevo su juramento y su condici�n de hidalgo, es decir,
el modelo caballeresco, aparece guiando sus actos.
��������������� La
situaci�n arquet�pica de sitiadores amenazando con matar la familia del
caballero cercado para tomar la fortaleza es una variante del tipo de haza�as
caballerescas de alcaides cercados que estamos analizando. Posiblemente
popularizada en la Pen�nsula a partir de la gesta hist�rica de Alfonso P�rez de
Guzm�n (el Bueno) en 1294, que se neg� a rendir la plaza de Tarifa a
pesar de la amenaza de los musulma-nes de matar a su hijo. Pedro �lvarez de
Sotomayor, conde de Cami�a, prototipo de mal caballero, seg�n se desprende
de la obra de Rodr�guez de Padr�n y Ocampo, emplea m�todos b�rbaros, no
caballerescos, como los moros de Tarifa; se lo va a echar en cara en su
contestaci�n Pazos a Sotomayor dici�ndole que la fama de conde habr�a de
�ganarla de b�rbara en dar muerte a quatro yno�entes sin culpa y ans� que si lo
haz�a perder�a m�s que ninguno� (fol. 20 r.). Al final Herodes-Sotomayor retira
su ultim�tum; no surti� efecto. No es la �nica vez que las fuentes informan del
uso de esta treta por parte de Pedro Madruga; a los hidalgos cercados en el
castillo de Sobroso les puso enfrente a Garc�a Sarmiento: �veis a vuestro
se�or: si no me dais la casa, cortale he la cabe�a�[13].
Sin resultado alguno. Y no porque al de Sotomayor� le faltasen agallas o tuviese escr�pulos para
degollar a un caballero adversario, como veremos despu�s.
��������������� Adem�s
del derecho de venganza y del deber del juramento hidalgo, a Pazos de Prob�n le
importa otro rasgo del modelo caballeresco, aplicado al objetivo de defender el
castillo o morir en la demanda: la fama del linaje. La fama se su linaje
sobre todo. El meollo del argumento son ahora sus propios hijos. Antes de
despe�ar a su hijo bastardo
le
subi� a lo alto de la torre y por estorvar su inten�i�n le dijo muchos exemplos
y ense�o los lugares donde sus t�os y parientes hav�an muerto por defender
aquel Castillo, que hiziese �l lo mesmo y no manchase su nobleza en ir a
ponerse en manos de su enemigo (fol. 18 r.)
��������������� Cuando
Sotomayor le dice que va a ahorcar a sus hijos, nuestro hombre,
sin
considerar cosa ninguna respondi� con gesto grave que mucho le pesar�a que sus
hijos muriesen aorcados que a lo menos la diese muerte ydalga y que qualquiera
que fuese ser�a perpetuarle su fama y el Conde ganarla de b�rbara (fol. 20 r.)
���������������
��������������� Vivir
y morir como hidalgos caballeros para mantener y acrecentar el prestigio social
y la buena memoria de la familia. Este profundo sentido del linaje respond�a a
razones ideales, pero tambi�n materiales: el bienestar econ�mico de la casa
estaba condicionado por la fama p�blica que acumulaban y heredaban las
generaciones. Antiguamente, dicen las Partidas, se escog�an caballeros a
los m�s fuertes por su oficio, carpinteros, herreros, pedreros y carniceros,
pero hu�an en el combate: �E por esto sobre todas las cosas cataron que fuessen
omes de buen linaje, porque se guardassen de fazer cosa porque podiessen caer
en verg�en�a�[14].
Los hidalgos eran m�s valientes que los pecheros por su linaje, y por su af�n
de reproducir la buena fama caballeresca de �ste. La conservaci�n de los
privilegios sociales y econ�micos de la hidalgu�a ten�a mucho que ver con la
conservaci�n de la imagen p�blica de los hombres del linaje como hombres
valerosos y esforzados.
��������������� El
tono novelesco y propagand�sti
co de la Descendencia de Juan de Ocampo
dificulta, en ocasiones, la distinci�n de los dos niveles entrelazados de
motivaciones (idealismo y pragmatismo) que empujan a los protagonistas. El
cerco del castillo de Tenorio dur� cinco meses[15];
entre el juramento inicial de los encerrados y el �ltimo asalto pasaron muchas
cosas. En primer lugar, los defensores del castillo hasta el �ltimo momento,
veros�milmente, mantuvieron la esperanza en una victoria, parcial o total.
Militarmente no era tan f�cil tomar por asalto un castillo. A Sotomayor le sale
bien por una circunstancia excepcional, que Pazos de Prob�n trat� de evitar por
todos los medios: un traidor le facilit� de noche la entrada en la fortaleza
(fol. 20 r.-v.)[16].
Antes de esa noche fat�dica Pazos de Prob�n y sus soldados rechazan los ataques
de los sitiadores (fol. 15 v.), se retiran a las torres cuando cae la muralla
(fol. 15 v.), desaf�an y matan a hidalgos del conde en combates individuales
(fol. 16 r.), intentan matar a Sotomayor (fol. 18 r.), etc.; y esperan el
socorro de los caballeros amigos y de los reyes. Figueroa, Garc�a Sarmiento,
Trist�n de Montenegro y Valladares, con gente de Pontevedra, Vigo y Sobroso,
juntan 3.000 hombres para descercar Tenorio; pero los 68 arcabuceros
extranjeros de Sotomayor, con aquella arma de fuego que �jam�s se hav�a visto
en Gali�ia�, los vencen (fol. 17 r.-v.). Otra circunstancia excepcional.
��������������� Los
Reyes Cat�licos env�an dos emisarios para pedir al conde de Cami�a que
levantase el cerco: Fr. Antonio de Pazos de Prob�n y nuestro poeta cronista
Juan Rodr�guez de Padr�n. Fue entonces cuando el de Sotomayor intent� forzar la
rendici�n vali�ndose de la familia del alcaide. Los enviados de los Reyes no
pudieron entrevistarse con G�mez Pazos de Prob�n para entregarle una carta de
los Reyes Cat�licos,
en
que le animavan a su servi�io y que ellos no le pod�an socorrer por haver
entrado el rey� de Portugal en Castilla y
tener ganadas las �iudades de Zamora y Toro, pero que avissavan al Ar�obispo de
Santiago y obispo de Tuy y al se�or de Sobro�o le ayudasen, los quales aunque
lo pusieron por obra fue tarde y a tiempo que no hera menester porque un
esclavo suyo ... (fol. 20 r.)
��������������� Lleg�
antes el traidor a la tienda del conde que los refuerzos de Santiago y Tuy. La
coincidencia sucesiva de eventos colocan a los defensores ante la tesitura
extraordinaria de someter su valor y su juramento a la gran prueba. No siempre
sucede de este modo. Una gran parte de los asedios a fortalezas se resuelven,
en la Galicia del siglo XV, pactando los contendientes o como resulta de hechos
milita-res y pol�ticos que tienen lugar m�s all� de las murallas del castillo.
La fiereza con que Pedro Madruga llev� el cerco de Tenorio (impelido sin duda
por la tentativa de los defensores de asesinarlo mediante enga�o), y la
consecuencia caballeresca y el amor propio de Pazos de Prob�n y sus hombres,
coadyuvan para que la �nica salida fuese, al cabo, el hero�smo:
y
los que quedaron vengaron vien sus vidas peleando como jente desesperada,
mayormente el de Pa�os de Prob�n que �ertifica el de Padr�n (fol. 20 v.)
��������������� El
ataque nocturno cogi� por sorpresa a los guerreros m�s f�sica que moralmente.
La psicolog�a caballeresca y la frustraci�n (que asimismo produc�a deseo de
acometer) que generaron los fallidos empe�os de romper el cerco templaron los
�nimos para la eventualidad, cada vez m�s real, de tener que �morir en la
demenda�, de tener que llevar a la pr�ctica las grandes palabras. Durante el
largo asedio las ideas heroicas se confund�an en la mente de los defensores con
los c�lculos pr�cticos (organizaci�n de la resistencia, obtener ayuda exterior,
mantener la superioridad moral sobre los sitiadores, etc.) para ganar la
batalla y conservar la vida. Cuando estos objetivos se desvanecen: todav�a
queda lugar para el pragmatismo.
��������������� En
el �nimo de G�mez Pazos de Prob�n, por ejemplo, es m�s que probable que
pesasen, al reflexionar sobre la opci�n de morir pelean-do, dos hechos
objetivos: que la rendici�n pod�a no garantizarle la vida; y que una muerte con
honra redundar�a en fama y beneficios para su familia. Lo primero es tan cierto
que Pedro �lvarez de Sotomayor, no mucho despu�s, �procur� con todos sus
pensamientos de les cortar las cabe�as, y p�solo por obra�, matando a Gregorio
de Valladares y Trist�n de Montenegro, y antes a Diego Sarmiento, y tambi�n a
los Avalle[17].
En la defensa de Vigo, posterior a la toma de Tenorio, la gente de Sotomayor le
cort� la cabeza a dos hijos de G�mez Pazos de Prob�n y a Garc�a Barba de
Figueroa (fol. 21 v.). No le faltar�a raz�n al alcaide del castillo de Tenorio
si desconfiaba de la fidelidad del conde de Cami�a al modelo caballeresco que
exig�a que al vencido �nin le ha de cortar la cabe�a, nin de degollar (...),
nin a�n despu�s que lo oviesse muerto�[18].
Tanto es as�, escribe Ocampo, que una vez muerto Pazos�
se
defendieron unos pocos sin que hiziesen demostra�ion de rendirse y aunque lo
hizieran el Conde hav�a mandado los pasassen al cuchillo como se hizo (fol. 20
v.)
��������������� Respecto
al c�lculo de beneficiar a su linaje muriendo como un hidalgo gallego es de
suponer que G�mez Pazos de Prob�n, que como buen caballero demostraba con el
ejemplo, se autoaplicaba los razonamientos, anteriormente rese�ados, dirigidos
a sus hijos.
��������������� Carlos,
el capit�n de los arcabuceros de Pedro �lvarez de Soto-mayor, le cont� a
Rodr�guez de Padr�n c�mo muri� matando, llev�ndose con �l al traidor: G�mez
Pazos de Prob�n
armado
de un coselete mat� diez delante d�l y que herido de diferentes arcabu�asos y
saetas vio al moro y arremetiendo a �l le mat� de una estocada en pago de su
trayci�n, cayendo tambi�n muerto (fol. 20 v.)
��������������� El
respeto que infund�a una muerte como �sta era tal que el conde de Cami�a no
s�lo no le cort� la cabeza al cad�ver, sino que dio licencia para que su mujer
e hijos lo pudiesen sepultar en Tuy con sus antepasados (fol. 20 v.).
��������������� Para
que no se perdiese la memoria de lo sucedido, Rodr�guez de Padr�n lo pone por
escrito. A�os despu�s el conde de Lemos, Rodrigo �lvarez Osorio, se escandaliza
de que los de Vigo hicieran pagar tributos a un hidalgo como J�come Pazos de
Prob�n, �pues nieto hes del Se�or de Pa�os de Prob�n que muri� en Tenorio�
(fols. 36 v.-37 r.). Juan de Ocampo, que tanto destaca al h�roe de Tenorio al
narrar los hechos de �los hombres se�alados de esta Casa�, dedica la obra en
septiembre de 1587 al cardenal Quiroga por su amistad con �don Antonio de Pazos
que fue de esta Casa�, y �por ser el Cardenal de lo bueno de Galicia�. Sin
embargo, hac�a 1530-1535, Vasco de Aponte, que no ocultaba cierta admiraci�n
por Pedro �lvarez de Sotomayor, �uno de los grandes sufridores de trabajos que
hav�a en Espa�a toda�[19],
guarda silencio en su nobiliario sobre la haza�a de G�mez Pazos de Prob�n. El
punto de vista adoptado por Aponte, que consiste en referir especialmente las
haza�as de los grandes se�ores, disminu�a su inter�s por gestas como la que nos
ocupa. G�ndara, por lo contrario, procura conciliar m�s su actitud favorable a
los linajes m�s poderosos con la menci�n de hechos como el cerco de Tenorio que
ensalzan el recuerdo de casas nobles menos poderosas pero m�s fieles a la causa
de los Reyes Cat�licos.
��������������� Las
fuentes de que disponemos no nos permiten saber c�mo incidi� en la memoria
popular (tradici�n oral) la muerte valerosa de Pazos de Prob�n y de los dem�s
defensores del castillo. Tampoco disponemos de los nombres de los peones que
murieron combatiendo en Tenorio. Lo que importaba que perdurase era la muerte
del caballero, desde luego para los cronistas de mentalidad caballeresca, pero
tambi�n en cierta medida para la mentalidad popular. La muerte del caballero
nunca pasaba desapercibida. Las nuevas sensibilidades bajomedievales que
fomentaban la alegr�a de vivir y tomaban conciencia del igualitarismo ante la
van a subrayar la atenci�n que suscitaba la muerte hidalga, sobre todo si se
daban las circunstancias que rodearon el fin de G�mez Pazos de Prob�n.
��������������� En
cualquier �poca el hombre que muere por defender sus ideales es causa de
admiraci�n entre todas las clases sociales. En la Edad Media un aspecto de la
ideolog�a dominante consist�a en hacer del valor caballeresco una regla de oro
de la conducta de los se�ores de vasallos. Que un caballero conocido llevase
hasta sus �ltimas consecuencias la actitud heroica hacia la muerte que
implicaba el modelo caballeresco ten�a que maravillar a las gentes. Por
supuesto, la mortalidad de caballeros en la guerra se concentraba en los
estratos bajo y medio de la clase se�orial, tanto en n�meros absolutos como
relativos; en general, no era un suceso cotidiano que un noble, pudiendo
te�ricamente salvar la vida, optase por la muerte en combate. Pero hay algo
m�s. La conmoci�n mental que origina la muerte heroica, �no ten�a tambi�n una
base inconsciente? La imagen de Cristo crucificado para redimir a los hombres,
harto conocida por muy poca formaci�n religiosa que se tuviere; la difusi�n de
�vidas de santos�, donde hombres y mujeres eran degollados, apedreados,
quemados, muertos de mil maneras por no renunciar a sus creencias; es decir, la
fascinaci�n y la adoraci�n que impregnaban la religiosidad bajomedieval ante la
visi�n de la muerte del Hijo de Dios y de los m�rtires santos: configuraba un
cuadro mental emotivo que no dejaba de multiplicar el efecto de la muerte
heroica laica sobre el imaginario colectivo.
��������������� Aproxim�monos
ahora al estudio de la relaci�n -estrecha- entre el modelo caballeresco y la
situaci�n de clase, a saber, el estatus de los hidalgos como poseedores de
vasallos y rentas. El per�odo que analizamos es de gran movilidad social. La
posici�n econ�mica del noble estaba condicionada por el ejercicio del oficio de
la caballer�a. Hacia 1369, Enrique II de Trast�mara confisc� las tierras de
Gaspar Pazos de Prob�n, dej�ndole solamente su castillo y cuarenta vasallos
alrededor (fol. 7 v.). Los Pazos se fueron a la guerra, era su oficio, del lado
de Pedro I; resultaron derrotados y descendieron varios escalones en la
jerarqu�a feudal. Los nobles vencedores en la guerra civil, mejores
combatientes seg�n la mentalidad dominante, se beneficiaron de las mercedes
enrique�as y mejoraron su situaci�n econ�mico-social dando paso a la nueva
nobleza trastamarista.
��������������� El
golpe definitivo al patrimonio familiar de los Pazos de Prob�n� lo asest�, naturalmente, la casa de
Sotomayor. Estando el se�or de romer�a en Jerusal�n, tuvo lugar una pendencia
Sotomayor/Pazos de Prob�n por el apacentamiento del ganado, que se resolvi� con
la ocupaci�n del castillo de Pazos de Prob�n, matando los de Sotomayor a la
se�ora (abuela del que muri� en Tenorio) y apropi�ndose de la fortaleza y sus
vasallos (fol. 10 v.). El hijo adolescente, Diego Pazos de Prob�n, sabiendo
la
desgra�ia de su madre pidi� li�en�ia al Rey que hera su don�el para venir ac�
que su padre estava en la romer�a, e haviendo Consejo se lo neg� (fol. 10 v.)
��������������� El
abuelo y los parientes de Diego no tienen �xito en la empresa de venganza y
recuperaci�n de bienes, conforme demandaba el c�digo caballeresco. Ser� �l
quien, dos a�os despu�s de la muerte de su madre, alcance la reparaci�n de la
afrenta y el recobro del estatus de clase. Para ello sigue punto por punto las
pautas de comportamiento caballeresco:
��������������� 1�� Armarse caballero: Diego, que era mozo
pero �exercitado en las armas�, se fue al Bierzo -esta vez sin licencia real-
junto al duque de Arjona, �y �l lo arm� cavallero que pod�a, y dio un cavallo y
armas� (fols. 11 v.-12 r.). Adquirir, mediante el ritual correspondiente, la
cualidad de caballero era condici�n sine qua non para capa-citarse
legalmente para realizar la haza�a prevista. Se nac�a noble pero no caballero,
que exig�a un aprendizaje; el acto simb�lico (pero no gratuito o meramente
formal) de iniciaci�n no pod�a tener lugar antes de los catorce a�os[20];
Diego Pazos de Prob�n superaba esta edad, si bien no llegaba a los veinte a�os.
��������������� 2�� Vengar a su madre: El duque acept�
armarle caballero porque Diego �le dijo a lo que ven�a que hera vengar la
muerte de su madre�, y adem�s lo anim�: �haz�a vien ir a bengar a la su madre y
le hav�a dado un abra�o y echado la su vendi�i�n, porque hera el Duque pariente
de los Paradas� (fols. 11 v.-12 r.). Haza�a caballeresca t�pica la del infante
vengador:
������������������������������� �Helo, helo por do viene
������������������������������� el infante
vengador
������������������������������� caballero a la
jineta
������������������������������� en caballo
corredor![21].
��������������� Siendo
frecuente la vinculaci�n del deber caballeresco de venganza y el sentido filial
de linaje:
������������������������������� Pensativo estaba
el Cid
������������������������������� vi�ndose de
pocos a�os
������������������������������� para vengar a su
padre
������������������������������� matando al conde
Lo�ano;
������������������������������� mirando al bando
temido
������������������������������� del poderoso
contrario[22].
��������������� El
estado de �nimo del reci�n estrenado caballero, dirigi�ndose hacia Galicia,
�pod�a ser muy diferente del que describe el romance? De nuevo ficci�n y
realidad en un mismo plano, intercambi�ndose papeles.
��������������� 3�� Duelo caballeresco: Sin que consten
las formalidades de desaf�o previo, Diego se las arregla para, en el primer
encuentro con los de Sotomayor, pelear con el asesino de su madre, Giraldo de
Montes, al que vence no sin dificultades:
de
una lan�ada cay� del su cavallo y all� lo quiso atropellar su contrario y �l le
espero con la su lan�a, le yri� al cavallo de muerte, y con la rabia corri� y
dio en un barranco donde le mat� que si no fuera desta guisa hera fuerte
fijodalgo de a cavallo y sin duda corriera peligro Diego de Pazos de Prob�n
(fol. 12 r.)
��������������� Muerto
Giraldo al tirarlo su caballo herido por el barranco, el autor dice que Diego
Pazos lo ahorc�: �muerto Giraldo a quien Diego de Pa�os de Prov�n aorc� en un
roble de un monte alto y despu�s le la llaman de Giraldo� (fol. 12 r.-v.). La
muerte por ahorcamiento era infamante para un hidalgo; era una muerte plebeya.
Por otro lado, de acuerdo con el texto, Diego Pazos colg� del �rbol a un
cad�ver. La acci�n simb�lica del vengador triunfante, �qu� sentido tiene?
Pensamos que negar la condici�n hidalga del asesino de su madre: �un mal
ynfan��n fijodalgo que hera Giraldo de Montes que le dio con un pu�al de que
muri� (fol. 10 v.). Posteriormente pretender�a el conde de Cami�a algo
semejante amenazando con ahorcar a los nietos de Diego Pazos de Prob�n,
conforme vimos m�s atr�s. La segunda muerte de Giraldo de Montes tendr�a otra
intenci�n: exponer p�blicamente (en un lugar alto) la prueba de que Diego Pazos
de Prob�n hizo justicia (la horca era s�mbolo del ejercicio de la alta
justicia, civil y criminal) con el asesino de su madre, para que permanezca en
la memoria de las gentes la haza�a del nuevo caballero. Que los vecinos
bautizaran al monte como �de Giraldo� muestra hasta qu� punto tuvo utilidad la
segunda muerte -simb�lica- del malhechor.
��������������� D�as
despu�s lleg� la noticia de la muerte en Roma del padre de Diego Pazos, que
volv�a de Jerusal�n; de inmediato el heredero, con la ayuda de sus parientes
nobles, ocupa una noche su castillo de Pazos de Prob�n
que
hestaba en poder de los Sotomayor con poca guarda por las muertes del alcayde
Pedro Mel�ndez y de Giraldo de Montes y los echaron fuera sin hazerles ning�n
da�o (fols. 12 v.-13 r.)
���������������
��������������� Se
deduce que tomaron el castillo sin mucha pelea. Los hombres que lo ten�an
probablemente no ofrecieron resistencia: quedar�an sin jefes. Cay� primero el
alcaide Mel�ndez, a quien desafi� y mat� el pariente Antonio Pazos de Berducido
(fol. 11 v.); y luego Giraldo a manos del nuevo se�or de Pazos de Prob�n. Estos
duelos caballerescos, en especial el segundo, decidieron la posesi�n del
castillo con sus 40 vasallos. Los pasos dados por el joven Diego, imitando el
modelo caballeresco, surtieron su efecto: reprodujeron la situaci�n de clase
anterior a la agresi�n de los de Sotomayor.
��������������� As�
fue como el padre de G�mez Pazos de Prob�n recobr� el castillo y el solar
originario de su linaje: comport�ndose como un verdadero caballero. Se
comprende que G�mez heredara un ejemplo y una educaci�n que sembr� en �l la
observancia leal al modelo caballeresco como gu�a para la acci�n ten�a sus
l�mites objetivos. Los Pazos de Prob�n no llegar�n nunca a recuperar el valle[23],
y todas las posesiones que ten�an con anterioridad al triunfo Trast�mara en la
guerra civil del siglo XIV. Igual aconteci� con otros linajes del bando
perdedor afectados por la renovaci�n de la clase se�orial que tuvo lugar en los
reinos de Galicia, Castilla y Le�n. Los Sotomayor fueron de los que encontraron
entonces su oportunidad[24].
Ocampo se propone precisamente en la historia de los Pazos de Prob�n que
estamos citando contar c�mo la destrui� por el suelo Pedro Alvares de
Sottomayor, e incluye esta aseveraci�n en el largo t�tulo de su obra
(edici�n de 1587).
��������������� Un
poco antes de matar a G�mez Pazos, Pedro �lvarez de Sotomayor derroc� su
castillo de Pazos de Prob�n, eliminando de esta manera la posibilidad de que
alg�n v�stago pretendiera repetir la haza�a de su padre, Diego. Y Pedro Madruga
hizo algo m�s: muerto el cabeza de familia en Tenorio, ambicion� acabar con sus
reto�os. A G�mez y Fernando los mata y les corta la cabeza, como ya dijimos; a
Vasco lo gana el conde para su causa, despu�s de tenerlo prisionero en el
castillo de Sotomayor, cas�ndolo en Cami�a, Portugal (fol. 23 r.); quedaba el
que se llamaba como su abuelo, Diego Pazos de Prob�n, que procur� hacer honor a
su nombre: sepult� a sus dos hermanos degollados, y despu�s de un altercado con
el conde de Cami�a, de cuyas manos se libr� abri�ndose camino con la espada, se
acogi� en el castillo del Penzo de Vigo (fol. 22 v.), ense�ando a los
defensores el uso de arcabuces y artiller�a contra el de Sotomayor, que se
quejaba �de su negligen�ia en no haver muerto o puesto en pri�ion a Diego Pa�os
de Prob�n� (fol. 23 v.-24 r.).
��������������� Sin
embargo, el nuevo Diego de Pazos ya no ten�a un castillo con vasallos que
reconquistar, y conforme nos adentramos en la �poca de los Reyes Cat�licos y
nos acercamos al nuevo siglo hay menos sitio para los caballeros andantes de
carne y hueso; de aqu� en adelante s� que van a proliferar los de papel, los
modelos idealizados sin cotejo con la realidad. El linaje sustituir� al valor
como virtud hidalga principal.
��������������� Diego
Pazos se enamora de la hija mayor de �lvaro Alfonso Figueroa. La madre se opone
a la boda porque no ten�a �sino las armas que trahiya y que a su hija la ped�an
los ricos y los mejores de aquella tierra�, respondi�ndole el joven que �aunque
pobre conservava la nobleza de su linaje� (fols. 24 v.-25 r.). Se marcha Pazos
indignado a Portugal, y vuelve para llevar a efecto otra haza�a caballeresca
arquet�pica: el rapto de la novia con fuerza de gente de armas, y la boda
posterior en Ponte de Lima, Portugal. Al fin el padre acept� el casamiento e
hizo a su yerno teniente gobernador de Vigo por el arzobispo de Santiago (fol.
25 r.-v.). El se�or de Figueroa, el amigo de su padre que organizara las tropas
para socorrerle en Tenorio, valoraba la nobleza del linaje de Diego por encima
de todo[25].
Le ayuda igualmente el arzobispo Fonseca d�ndole las piedras del castillo del
Penzo, con las que el matrimonio se hizo una torre en Vigo (fols. 26v.-27 v.).
Con Diego la casa de Pazos de Prob�n se urbaniza; cambio que va a tener su
trascendencia.
��������������� La
fama de buen linaje acumulada, en especial por las haza�as de su padre, G�mez,
y de su abuelo, Diego, permiten a Diego recomponer, de momento, por la v�a del
matrimonio, su estatus de clase. Es m�s, cuando Diego Pazos de Prob�n, mal
adaptado a la ciudad, a su nuevo cargo, a lo nuevo, fracasa y se arruina, su
apellido valdr� todav�a para casar a sus tres hijas con tres nobles, pues �la
nobleza y virtud fue siempre m�s poderosa que todos los thesoros del mundo�
(fol. 30 v.). Por �ltimo, pide en su testamento �que sus des�endientes
con�ervasen el apellido de Pa�os� (fol. 31 r.). No obstante, de �l no van a
heredar ni posesiones ni buena fama, pese a sus buenos comienzos como
caballero.
��������������� El
esforzado hidalgo que muri� matando en Tenorio fue el �ltimo gran caballero, a
vieja usanza, de los Pazos de Prob�n. Las balas de fuego de los �germanos� de
Pedro Madruga que acabaron con Trist�n Montenegro, Garc�a Barba de Figueroa,
G�mez y Fernando Pazos de Prob�n ..., mataron a la caballer�a. El oficio de guerrear
a caballo pierde su hegemon�a cuando cualquier pe�n vasallo que se presente al
combate[26].
En general, los cambios econ�micos y sociales hacen entrar en crisis muchos
valores establecidos, tambi�n el modelo caballeresco, en el per�odo de
transici�n de finales del siglo XV y principios del siglo XVI.
��������������� �C�mo
viven los Pazos de Prob�n la decadencia del modelo caballeresco? Como un drama,
que toc� protagonizar a Diego Pazos en tres actos: 1) una revuelta de hidalgos
y labradores del valle lo depone como gobernador de la jurisdicci�n de Vigo
(fols. 27 v.-28 r.); 2) p�rdida de consenso que agrav� al cometer un acto
anti-caballeresco, matar a pu�aladas de noche y a escondidas al hidalgo Rodrigo
Villar, jefe de los rebeldes (fol. 28 r.), por lo cual el gobernador de Galicia
por los Reyes Cat�licos, Acu�a, lo conden�, en rebeld�a, a morir degollado; 3)
su �ltima aventura fue aplicar el modelo caballeresco al oficio del comercio,
que su mujer ven�a ejerciendo con notable �xito. Contra la voluntad de su mujer
mercader (que se integr� en la nueva clase social para mantener la familia)
carg� dos naves, gastando en ello lo que ten�an, y siendo asaltado por los
moros lo perdi� todo; estuvo tres a�os cautivo; su mujer logr� rescatarlo y
muri� pobremente en su torre de Vigo (fol. 30 r.-v.), pero con un gran apellido
que llevaran grandes caballeros.
��������������� El
papel central jugado por la mujer de Diego Pazos de Prob�n es por s� mismo
indicativo de la crisis del modelo caballeresco, cuyas virtudes son
eminentemente masculinas[27].
A la mujer correspond�a el rol de reproducir el linaje, pero no transmit�a
nobleza (s�lo los hijos leg�timos del var�n). Al caballero correspond�a
defender a la mujer, en particular a la viuda; y a todos los �d�biles�. A
J�come Pazos de Prob�n, hijo de Diego, los vecinos de Vigo lo empadronaron,
oblig�ndolo a pagar tributos, neg�ndose por tanto su condici�n de noble, porque
�trat�ndolos mal de palabra se ynclinaron contra �l� (fol. 36 r.). Su mujer
�jur� de no dormir en cama con �l ni comer a su mesa� mientras no sacase en
Valladolid la carta ejecutoria de hidalgu�a; y lo cumpli� (fol. 36 r.).
��������������� J�come
Pazos
siendo
mo�o dio aparien�ia de no ser menos que sus passados y as� se all� en la
conquista del reyno de N�poles donde fue Alf�res de Infanter�a (fol. 36 r.)
��������������� Si
interpretamos el t�rmino apariencia como �lo que a la vista tiene buen parecer
y puede enga�ar en lo intr�nseco y sustancial�[28],
profundizaremos en el sentido de la cita. El modelo caballeresco contin�a, pero
de otra manera. Tras la apariencia de las mismas cualidades de valor, lealtad,
fama y linaje, se encierra otra realidad bien diferente de los, a partir de
ahora, tan ensalzados literaria- mente caballeros medievales. El oficio militar
pierde su preeminencia social e ideol�gica globalizante para transformarse en
una importante profesi�n (de los tres estados medievales se pasar� a una
concepci�n de multiplica los estados u oficios) organizada por el nuevo Estado.
Los nobles que sigan la carrera de las armas van a llevar a cabo sus haza�as
valerosas como oficiales de un ej�rcito permanente, fuera de Galicia y de
Castilla-Le�n, defendiendo unas fronteras estatales o la expansi�n del imperio
en Europa y Am�rica.
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��������� �
��������� ��������
[1] Publicado en C�mo vive el modelo
caballeresco la hidalgu�a gallega bajomedieval: los Pazos de Prob�n, Galicia en la Edad Media �(Actas del Coloquio de Galicia, 13-17 julio de
1987), Madrid, Sociedad Espa�ola de Estudios Medievales, 1990, pp. 231-246
(reproducido, traducido al gallego y actualizado como �Faza�as cabaleirescas�
en el libro �Viva El-Rei! Ensaios
medievais, Vigo, 1996).
���� [2] Gutierre DIEZ DE GAMES, El Victorial
Cr�nica de Don Pero Ni�o, conde de Buelna, ed. Juan de MATA CARRIAZO,
Madrid, Espasa-Calpe, 1940, p�g. 42.
�
���� [6] Utilizaremos la copia manuscrita que nos fue
amablemente facilitada por la familia de Xos� Mar�a ALVAREZ BLAZQUEZ, cronista
de la ciudad de Vigo recientemente fallecido.
���� [7] Romance del rey Mars�n del ciclo
carolingio; v�ase tambi�n Romance sobre un desaf�o sobre el Cid, Cancionero
de Romances viejos, M�xico, Universidad, 1972, p�gs. 40, 121.
���� [8] Antonio de Fonseca, se�or de Coca, que en el
asalto a Toro fue el primero que escal� las murallas, capitaneando a
seiscientos hombres. F. GANDARA, Armas y triunfos. Hechos heroicos de
los hijos de Galicia [Madrid, 1622], Santiago, Bibli�filos Gallegos, 1970,
p�g. 388; Un escudero valiente y bien armado (...) se lleg� a las puertas de
la fortaleza y empez� a cortarlas muy sin miedo; VASCO DE APONTE, Recuento
de las casas antiguas del reino de Galicia, Santiago, Xunta, 1986, P�g.
188.
�
���� [9] V�anse otros casos hist�ricos de la haza�a
del alf�rez en los nobiliarios: APONTE, op. cit., p�g. 186; y
GANDARA, op. cit., p�g. 385.
���� [10] El recurso a la guerra contra los moros para
neutralizar la lucha de bandos, deja de funcionar en la Galicia del siglo XV,
como ya hicimos notar supra.
���� [12] Las Partidas (II, 18,9) especifican
que el alcaide para guardar bien el castillo debe hacer justicia cuando un
hombre le quiere traicionar, a�adiendo a continuaci�n que los antiguos
usaron, a despe�ar a los que fallavan durmiendo.
�
���� [16] La condici�n de traidor, esclavo del alcaide
y moro de Granada, bien especificada por el cronista de los Pazos de Prob�n,
reconcilia el nefando hecho con las concepciones caballerescas propugnadas; la
primera muestra de sabidur�a que se exig�a del alcaide de un castillo
cercado era impedir que alguno abriese la puerta sin su permiso, el traidor
deber�a ser castigado con la m�s cruel muerte que le puedan dar, Partidas,
II, 18, 13.
���� [18] Partidas, II, 26, 17; a Pedro Madruga
le achacaban sus cr�ticos, que lo eran tambi�n del bando portug�s (perdedor)
que �l simbolizaba, el empleo de una violencia desmedida ajena al modelo
caballeresco que, sin desmentir los m�ritos al respecto de Sotomayor, asimismo
practicaban llegado el caso sus adversarios; como Antonio Pazos de Berducido,
que cort� la cabeza al alcaide de Sotomayor (fol. 11 v.), o el arzobispo
Fonseca, que entr� en el castillo del Penzo pasando a cuchillo a los defensores
(fol. 26 v.).
���� [23] Seg�n Ocampo dieron su nombre a una aldea
(fol. 13 r.); en la actualidad existe un municipio llamado Pazos de Porb�n,
cuya capital Pazos dista 28 kms. de Pontevedra, capital provincial, y en su
�mbito tenemos asimismo otra parroquia que se llama Borb�n.
���� [24] J. GARCIA ORO, La nobleza gallega en el
siglo XV, �I Jornadas de metodolog�a aplicada de las ciencias hist�ricas�,
II, Santiago, Univerdad, 1975, p�g. 295.
���� [25] Por aquellos a�os un buen linaje era un buen
partido. Suero de Oca fue despojado de su hacienda por el arzobispo Fonseca,
pero, era tan estimada su calidad, que all� casamiento en Orense de mucha
Nobleza, i de gran dote con una se�ora, GANDARA, op. cit., p�g. 395;
a principios del siglo XVI los caballeros se casaban ya con hijas de hombres
ricos no hidalgos, denuncia el genealogista APONTE, op. cit., p�g. 218.
���� [27] El sexo femenino se relacionaba con la
cobard�a: les insultaban y se burlaban de ellos, llam�ndoles caballeros
femeninos y opinaban de ellos que no defend�an ya sus castillos ni se
enardec�an por las faenas b�licas, Historia Compostelana, ed. de
Jos� CAMPELO, Santiago, Porto, 1950, p�g. 150.