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Como vive el modelo caballerescola hidalgu�a gallega bajo medieval: los pazos de Prob�n[1]

 

Carlos Barros

Universidad de Santiago de Compostela

 

��������������� Entendemos por modelo caballeresco el conjunto de virtudes pertenecientes al oficio militar de la nobleza medieval. �Porque la noble cavaller�a es el m�s honrrado ofizio de todos; todos desean subir en aquella honrra�[2]. A mediados del siglo XV se exig�a del caballero dos cosas: a) practicar �el exer�izio de la guerra�, porque �no son todos cavalleros quantos cavalgan cavallos; ni quantos arman cavalleros los reyes�; b) guardar �la regla�, porque �non faze el �vito al monxe�[3]. Los Privilegios de la nobleza se justificaban precisamente porque ejerc�an la funci�n social de defensores dentro del esquema trifuncional vigente. En las Cortes de Valladolid de 1451 se reclamaba, en consecuencia, contra los que se armaban caballeros s�lo para no pagar tributos y �nin son para ello ni saben lo que cunple al ofi�io e exer�i�io de la cavaller�a�, demanda que se reitera en las cortes de Burgos de 1453, respondiendo Juan II que �l mandar� examinar a los nuevos hidalgos �a�erca de los �bitos e cosas pertene�ientes a la cavaller�a�, para �aprovar los que se fallaren �biles e suficientes para la dicha cavaller�a�[4].

 

��������������� Seg�n el sistema ideol�gico dominante de los tres �rdenes, el oficio militar (junto con el clerical) no se reduce a una opci�n profesional m�s o menos importante: es la dedicaci�n que legitima y significa a la clase dirigente. El C�digo de valores caballeresco, por consiguiente, busca y consigue cierta universalidad al proponer el ideal del buen caballero como el ejemplo a seguir por todas las clases sociales, tanto en el combate como en la vida en general.

 

��������������� El modelo caballeresco necesita para ser socialmente eficiente: definici�n ejemplos vivos y difusi�n. Los medios usados para la formalizaci�n y vulgarizaci�n del modelo -romances, poes�a, libros de caballer�as, tratados de nobleza, cr�nicas, nobiliarios, obras jur�dicas-, para nosotros fuentes literarias y narrativas, y el mensaje idealizado que transmiten, no deben hacernos pensar que nos movemos en un plano meramente ilusorio, novelesco, �ideol�gico�: el modelo caballeresco era, adem�s de un ideal, una realidad social, Los comportamientos individuales y sociales se inspiraban en novelas y romances caballerescos, y la literatura �copiaba� los modelos vivos de caballeros andantes[5]. La conclusi�n es que modelos �ideales� e imitadores �de carne y hueso� estaban dentro de una misma realidad. De ah� que hayamos preferido el concepto de modelo (ejemplo a imitar) al concepto de ideal, que sugiere o puede sugerir algo inmaterial e inalcanzable, al margen de lo real. La credibilidad con que se acog�a en el imaginario colectivo al h�roe caballero no s�lo era debida a laconfusi�n entre fantas�a y realidad propia de las mentalidades medievales, tambi�n se explica por el conocimiento p�blico de la existencia de h�roes reales, cuyas haza�as en ocasiones no se diferenciaban de las que estaban escritas en libros o se o�an en romances.

 

��������������� Nuestra intenci�n es estudiar algunos aspectos del papel -cambiante- del modelo caballeresco en la vida de la nobleza media y baja gallega, a trav�s del caso concreto de la familia Pazos de Prob�n, desde las �ltimas d�cadas del siglo XIV hasta las primeras del siglo XVI. Para lo cual seguiremos la historia elaborada hacia 1587, por el letrado Juan de Ocampo, sobrino del cronista y destacado comunero zamorano Flori�n de Ocampo, cuyo t�tulo empieza: Descendencia de los pa�os de Prob�n ...[6]. Ocampo se sirvi� para la redacci�n de documentos y, sobre todo, de la cr�nica nobiliaria -que �l contin�a- de Juan Rodr�guez de Padr�n, hasta hoy no encontrada y a la que tambi�n recurre el P. G�ndara en el siglo XVII en su nobiliario Armas y Triunfos.

 

��������������� La guerra es la ocupaci�n que mejor define al modelo caballeresco, d�ndole un sentido y un marco moral a la nobleza como clase social. Cuenta Ocampo que Despu�s de noventa y cinco a�os de diferencia de los Pazos de Prob�n y otros hidalgos del obispado de Tuy, con los linajes del arzobispado de Santiago, rob�ndose unos a otros, puso fin a los bandos �el Rey don Fernando El santo que particularmente los mand� llamar para la guerra contra los moros� (fol. 5 r.-5 v.). Un s�ntoma y un efecto de la crisis en la Galicia del siglo XV del modelo caballeresco ser� su incapacidad para impedir el enfrentamiento militar, permanente y sin reglas, en el interior de la clase dirigente. Todav�a hacia 1366: �entend�an los del obispado de Tuy en deleytes y lugurias mugeriles y deferen�ias entre s� asta que� el mayordomo de Pedro I los enrol� para la guerra contra Enrique II (fol. 6 r.). La influencia del otro modelo de comportamiento social que difunde la ideolog�a feudal, el modelo eclesi�stico; la cristianizaci�n en suma del modelo caballeresco, introduce en �l valores asc�ticos cuyo mantenimiento se hace depender asimismo de la actividad guerrera, ant�doto de los h�bitos pecaminosos.

 

��������������� El car�cter militar del modelo hace de la valent�a una virtud principal de la que dependen otras cualidades como la lealtad, la fama y el honor. El valor caballeresco viene a ser una actitud heroica ante la muerte en el combate, que en los romances -y en la vida- se resume as�: �m�s vale morir con honra que con deshonra vivir�[7]. Esta disposici�n mental b�sica de arriesgar la vida por la honra impulsa al caballero a realizar haza�as paradigm�ticas. No cualquier tipo de actos heroicos, sino aquellos que disfrutan de un mayor reconocimiento p�blico. La tradici�n selecciona y realza determinados ejemplos de proezas individuales, en primer lugar por necesidades militares, por ejemplo ser �el primero en atacar una fortaleza�[8], pero tambi�n por su capacidad para impactar en las sensibilidades colectivas; de otro modo, dif�cilmente se integrar�an tales hechos extraordinarios en la memoria de las gentes. Lo que se logra por dos v�as: suscitando una reacci�n emotiva y/o una representaci�n mental gr�fica. Condiciones que cumplen los dos tipos relatados en el nobiliario de Ocampo que vamos a estudiar: �el caballero alf�rez que muere antes de soltar la bandera�[9], y el �caballero alcaide que da la vida en defensa del castillo�.

 

��������������� Cuenta Ocampo:

 

Yba J�come Pa�os de Prob�n por Capit�n de una Compa�ia y traiya por Alf�rez a Gar��a de Pa�os de Prov�n, su medio hermano, el qual perdi� la vida hen esta refriega y no la bandera que Gon�alo de Pa�os de Prob�n, su hermano, la defendi� (fols. 8 v.-9 r.).

 

��������������� Un hermano deposit� en sus manos el estandarte, y otro hermano protegi� la bandera una vez que nuestro protagonista perdi� la vida en su defensa. Al llevar a cabo este hecho con este tipo de comportamiento heroico, Gar��a salvo su honor, y el honor de su linaje; de ah� la solidaridad de sus hermanos.

 

��������������� Otras circunstancias que rodean a esta haza�a muestran c�mo de lo que se trataba era, sobre todo, de cumplir con un modelo codificado de comportamiento en el combate. La causa de la batalla en la que murieron mil hombres fue un desacuerdo entre los nobles gallego �sobre qui�n hav�a de llevar su gente delante o atr�s� (fol. 8 v.) cuando iban a participar en la toma de Antequera en 1410[10]. Para los hidalgos era m�s importante seguir las pautas del modelo caballeresco que la cuesti�n por la que pon�an en juego su vida, en este caso un tema f�til (no para cierta mentalidad caballeresca, claro). La fuerza de atracci�n del modelo queda patente al comprobar que el ponerse en riesgo de muerte coexiste con el amor a la vida. Los Pazos de Prob�n buscan, despu�s de la batalla, a su hermano muerto y lo entierran con el hijo �nico de un caballero contrario, pues murieran uno frente al otro peleando �valerosamente�. Ante los cad�veres de sus deudos, se conciertan los hidalgos enemigos para �apagar el fuego en�endido entre sus Cappitanes� (fol. 9 r.). Logran los nobles medios imponer la paz cambiando los grandes se�ores que capitaneaban los tercios, Moscoso y Sotomayor, causantes del l�o, por otros capitanes: J�come Pazos de Prob�n sustituye al frente del tercio Tuy-Orense al se�or Sotomayor (fol. 9 v.), enemigo sempiterno de su casa. Este incidente sangriento refleja hasta qu� punto la baja y media nobleza pod�a hacer una lectura del modelo caballeresco bien distinta de la que hac�an los grandes se�ores.

 

��������������� El momento culminante de la genealog�a escrita por Ocampo es la toma en 1476 del castillo de Tenorio por parte de Pedro �lvarez de Sotomayor, defendido por G�mez Pazos de de Prob�n hasta la muerte durante la guerra de los Reyes Cat�licos contra Portugal; Pedro �lvarez de Sotomayor encabezaba el bando portugu�s en el reino de Galicia. Ocampo reproduce en los cap�tulos VIII, IX y X (fols. 14 r. a 20 v.) el relato del nobiliario de Juan Rodr�guez de Padr�n, testigo presencial de los hechos; de manera mucho m�s resumida hace referencia tambi�n el P. G�ndara a esta misma fuente al describir el cerco de Tenorio[11]. El buen hacer literario de Rodr�guez de Padr�n consigue, a�n hoy, conmover al lector narrando unos avatares dram�ticos que (el autor se encarga de anunciarlo al comienzo) conducen a un gran final: �la onrrada muerte del se�or de Pa�os de Prob�n� (fol. 16 r.).

 

��������������� El aprendizaje de la caballer�a implicaba la preparaci�n psicol�gica para saber, llegada la hora de la verdad, optar por la muerte con honra. Nuestro protagonista llega a castigar, por no tener la lecci�n aprendida, a un hijo bastardo (el autor hace notar su ilegitimidad para que se comprenda bien su traici�n) que le pidi� licencia para marcharse del castillo asediado porque �el moso ten�a voluntad de larga vida� (fols. 17 v.-18 r.). La punici�n fue tan dura como grave la falta:

 

le vol� de la m�s alta torre diziendo m�s vale muerto que deshonrrado, donde cay� sobre unas pe�as y se hizo peda�os en pago de su cobard�a (fol. 18 r.)[12]

 

��������������� Esta acci�n ejemplarizante surge en el relato inmediatamente despu�s de que Pazos de Prob�n, enterado de la derrota sufrida por tropas amigas que ven�an a descercar Tenorio, re�ne a sus hombres: �que ya de ninguna parte esperavan socorro el de Pa�os de Prob�n les hizo un parlamento en que les dijo c�mo pensavan morir�. Todos aceptaron seguir con �l hasta el final, excepto un pe�n que avis� al conde de Cami�a �todo lo que pasava dentro y que sin duda hav�an de ser muertos antes que rendirse� (fol. 17 v.).

��������������� Los peones de la fortaleza, pueblo y gente com�n, vasallos en la jerarqu�a feudal, imitan mayoritariamente el modelo caballeresco. Aunque no reaccionan a los mismos argumentos que los nobles, Pazos de Prob�n les pide que resistan hasta la muerte para �vengar a sus hermanos y parientes y que pues todos los que oyyan hav�an perdido amigos y deudos�, demandando despu�s �lo mesmo mayormente� de los hidalgos que �lo hav�an jurado� (fol. 17 v.). El juramento y pleito-homenaje, que prestaban s�lo los hidalgos, ven�a a ser el ritual y la f�rmula jur�dica caballeresca que conduc�a, en situaciones extremas, a arriesgarlo todo, poniendo a prueba la asunci�n individual del modelo. Si no tuviesen validez moral, inclusive disuasoria, malamente le servir�a al alcaide del castillo cercado el recuerdo del juramento que hab�an hecho para enfervorizar a los peque�os nobles que le acompa�aban. El propio G�mez Pazos de Prob�n alude al texto del juramento prestado por los caballeros que se metieron en el castillo de Tenorio, sumamente expl�cito en cuanto a lo que estamos afirmando:

 

cada uno las manos sobre un Christo Cru�ificado des�a; yo fulano juro a hesta Cruz, figura de Dios nuestro Se�or, de ser leal vasallo a los Se�ores Reyes Don Fernando y Do�a Isabel y defender su partido y este Castillo de Thenorio del Conde de Cami�a o morir en la demanda; y si lo contrario hiziere Dios no me ajude ni me tenga por hijodalgo gallego (fol. 15 r.)

 

��������������� A rengl�n seguido Pazos tuvo conocimiento de que las tropas de Sotomayor cercaran a su mujer y sus cuatro hijos en el castillo de Pazos de Prob�n, y comenta el autor la amargura del caballero: �le pes� grandemente y vien quisiera no haver echo el juramento para volverse� (fol. 15 r.). El conde derroca su castillo, prende a su familia y se presenta con los prisioneros ante el castillo de Tenorio: �y le dijo que les mandar�a aorcar si no le entregaba el castillo y se pon�a en sus manos�, respondiendo G�mez Pazos que �por ninguna cossa entregar�a el castillo pues lo dev�a a hijodalgo y al pleyto omenaje y juramento que hav�a echo� (fol. 20 r.). De nuevo su juramento y su condici�n de hidalgo, es decir, el modelo caballeresco, aparece guiando sus actos.

 

��������������� La situaci�n arquet�pica de sitiadores amenazando con matar la familia del caballero cercado para tomar la fortaleza es una variante del tipo de haza�as caballerescas de alcaides cercados que estamos analizando. Posiblemente popularizada en la Pen�nsula a partir de la gesta hist�rica de Alfonso P�rez de Guzm�n (el Bueno) en 1294, que se neg� a rendir la plaza de Tarifa a pesar de la amenaza de los musulma-nes de matar a su hijo. Pedro �lvarez de Sotomayor, conde de Cami�a, prototipo de mal caballero, seg�n se desprende de la obra de Rodr�guez de Padr�n y Ocampo, emplea m�todos b�rbaros, no caballerescos, como los moros de Tarifa; se lo va a echar en cara en su contestaci�n Pazos a Sotomayor dici�ndole que la fama de conde habr�a de �ganarla de b�rbara en dar muerte a quatro yno�entes sin culpa y ans� que si lo haz�a perder�a m�s que ninguno� (fol. 20 r.). Al final Herodes-Sotomayor retira su ultim�tum; no surti� efecto. No es la �nica vez que las fuentes informan del uso de esta treta por parte de Pedro Madruga; a los hidalgos cercados en el castillo de Sobroso les puso enfrente a Garc�a Sarmiento: �veis a vuestro se�or: si no me dais la casa, cortale he la cabe�a�[13]. Sin resultado alguno. Y no porque al de Sotomayorle faltasen agallas o tuviese escr�pulos para degollar a un caballero adversario, como veremos despu�s.

 

��������������� Adem�s del derecho de venganza y del deber del juramento hidalgo, a Pazos de Prob�n le importa otro rasgo del modelo caballeresco, aplicado al objetivo de defender el castillo o morir en la demanda: la fama del linaje. La fama se su linaje sobre todo. El meollo del argumento son ahora sus propios hijos. Antes de despe�ar a su hijo bastardo

 

le subi� a lo alto de la torre y por estorvar su inten�i�n le dijo muchos exemplos y ense�o los lugares donde sus t�os y parientes hav�an muerto por defender aquel Castillo, que hiziese �l lo mesmo y no manchase su nobleza en ir a ponerse en manos de su enemigo (fol. 18 r.)

 

��������������� Cuando Sotomayor le dice que va a ahorcar a sus hijos, nuestro hombre,

 

sin considerar cosa ninguna respondi� con gesto grave que mucho le pesar�a que sus hijos muriesen aorcados que a lo menos la diese muerte ydalga y que qualquiera que fuese ser�a perpetuarle su fama y el Conde ganarla de b�rbara (fol. 20 r.)

���������������

��������������� Vivir y morir como hidalgos caballeros para mantener y acrecentar el prestigio social y la buena memoria de la familia. Este profundo sentido del linaje respond�a a razones ideales, pero tambi�n materiales: el bienestar econ�mico de la casa estaba condicionado por la fama p�blica que acumulaban y heredaban las generaciones. Antiguamente, dicen las Partidas, se escog�an caballeros a los m�s fuertes por su oficio, carpinteros, herreros, pedreros y carniceros, pero hu�an en el combate: �E por esto sobre todas las cosas cataron que fuessen omes de buen linaje, porque se guardassen de fazer cosa porque podiessen caer en verg�en�a�[14]. Los hidalgos eran m�s valientes que los pecheros por su linaje, y por su af�n de reproducir la buena fama caballeresca de �ste. La conservaci�n de los privilegios sociales y econ�micos de la hidalgu�a ten�a mucho que ver con la conservaci�n de la imagen p�blica de los hombres del linaje como hombres valerosos y esforzados.

 

��������������� El tono novelesco y propagand�sti

 

co de la Descendencia de Juan de Ocampo dificulta, en ocasiones, la distinci�n de los dos niveles entrelazados de motivaciones (idealismo y pragmatismo) que empujan a los protagonistas. El cerco del castillo de Tenorio dur� cinco meses[15]; entre el juramento inicial de los encerrados y el �ltimo asalto pasaron muchas cosas. En primer lugar, los defensores del castillo hasta el �ltimo momento, veros�milmente, mantuvieron la esperanza en una victoria, parcial o total. Militarmente no era tan f�cil tomar por asalto un castillo. A Sotomayor le sale bien por una circunstancia excepcional, que Pazos de Prob�n trat� de evitar por todos los medios: un traidor le facilit� de noche la entrada en la fortaleza (fol. 20 r.-v.)[16]. Antes de esa noche fat�dica Pazos de Prob�n y sus soldados rechazan los ataques de los sitiadores (fol. 15 v.), se retiran a las torres cuando cae la muralla (fol. 15 v.), desaf�an y matan a hidalgos del conde en combates individuales (fol. 16 r.), intentan matar a Sotomayor (fol. 18 r.), etc.; y esperan el socorro de los caballeros amigos y de los reyes. Figueroa, Garc�a Sarmiento, Trist�n de Montenegro y Valladares, con gente de Pontevedra, Vigo y Sobroso, juntan 3.000 hombres para descercar Tenorio; pero los 68 arcabuceros extranjeros de Sotomayor, con aquella arma de fuego que �jam�s se hav�a visto en Gali�ia�, los vencen (fol. 17 r.-v.). Otra circunstancia excepcional.

 

��������������� Los Reyes Cat�licos env�an dos emisarios para pedir al conde de Cami�a que levantase el cerco: Fr. Antonio de Pazos de Prob�n y nuestro poeta cronista Juan Rodr�guez de Padr�n. Fue entonces cuando el de Sotomayor intent� forzar la rendici�n vali�ndose de la familia del alcaide. Los enviados de los Reyes no pudieron entrevistarse con G�mez Pazos de Prob�n para entregarle una carta de los Reyes Cat�licos,

 

en que le animavan a su servi�io y que ellos no le pod�an socorrer por haver entrado el reyde Portugal en Castilla y tener ganadas las �iudades de Zamora y Toro, pero que avissavan al Ar�obispo de Santiago y obispo de Tuy y al se�or de Sobro�o le ayudasen, los quales aunque lo pusieron por obra fue tarde y a tiempo que no hera menester porque un esclavo suyo ... (fol. 20 r.)

 

��������������� Lleg� antes el traidor a la tienda del conde que los refuerzos de Santiago y Tuy. La coincidencia sucesiva de eventos colocan a los defensores ante la tesitura extraordinaria de someter su valor y su juramento a la gran prueba. No siempre sucede de este modo. Una gran parte de los asedios a fortalezas se resuelven, en la Galicia del siglo XV, pactando los contendientes o como resulta de hechos milita-res y pol�ticos que tienen lugar m�s all� de las murallas del castillo. La fiereza con que Pedro Madruga llev� el cerco de Tenorio (impelido sin duda por la tentativa de los defensores de asesinarlo mediante enga�o), y la consecuencia caballeresca y el amor propio de Pazos de Prob�n y sus hombres, coadyuvan para que la �nica salida fuese, al cabo, el hero�smo:

 

y los que quedaron vengaron vien sus vidas peleando como jente desesperada, mayormente el de Pa�os de Prob�n que �ertifica el de Padr�n (fol. 20 v.)

 

��������������� El ataque nocturno cogi� por sorpresa a los guerreros m�s f�sica que moralmente. La psicolog�a caballeresca y la frustraci�n (que asimismo produc�a deseo de acometer) que generaron los fallidos empe�os de romper el cerco templaron los �nimos para la eventualidad, cada vez m�s real, de tener que �morir en la demenda�, de tener que llevar a la pr�ctica las grandes palabras. Durante el largo asedio las ideas heroicas se confund�an en la mente de los defensores con los c�lculos pr�cticos (organizaci�n de la resistencia, obtener ayuda exterior, mantener la superioridad moral sobre los sitiadores, etc.) para ganar la batalla y conservar la vida. Cuando estos objetivos se desvanecen: todav�a queda lugar para el pragmatismo.

 

��������������� En el �nimo de G�mez Pazos de Prob�n, por ejemplo, es m�s que probable que pesasen, al reflexionar sobre la opci�n de morir pelean-do, dos hechos objetivos: que la rendici�n pod�a no garantizarle la vida; y que una muerte con honra redundar�a en fama y beneficios para su familia. Lo primero es tan cierto que Pedro �lvarez de Sotomayor, no mucho despu�s, �procur� con todos sus pensamientos de les cortar las cabe�as, y p�solo por obra�, matando a Gregorio de Valladares y Trist�n de Montenegro, y antes a Diego Sarmiento, y tambi�n a los Avalle[17]. En la defensa de Vigo, posterior a la toma de Tenorio, la gente de Sotomayor le cort� la cabeza a dos hijos de G�mez Pazos de Prob�n y a Garc�a Barba de Figueroa (fol. 21 v.). No le faltar�a raz�n al alcaide del castillo de Tenorio si desconfiaba de la fidelidad del conde de Cami�a al modelo caballeresco que exig�a que al vencido �nin le ha de cortar la cabe�a, nin de degollar (...), nin a�n despu�s que lo oviesse muerto�[18]. Tanto es as�, escribe Ocampo, que una vez muerto Pazos

 

se defendieron unos pocos sin que hiziesen demostra�ion de rendirse y aunque lo hizieran el Conde hav�a mandado los pasassen al cuchillo como se hizo (fol. 20 v.)

 

��������������� Respecto al c�lculo de beneficiar a su linaje muriendo como un hidalgo gallego es de suponer que G�mez Pazos de Prob�n, que como buen caballero demostraba con el ejemplo, se autoaplicaba los razonamientos, anteriormente rese�ados, dirigidos a sus hijos.

 

��������������� Carlos, el capit�n de los arcabuceros de Pedro �lvarez de Soto-mayor, le cont� a Rodr�guez de Padr�n c�mo muri� matando, llev�ndose con �l al traidor: G�mez Pazos de Prob�n

 

armado de un coselete mat� diez delante d�l y que herido de diferentes arcabu�asos y saetas vio al moro y arremetiendo a �l le mat� de una estocada en pago de su trayci�n, cayendo tambi�n muerto (fol. 20 v.)

 

��������������� El respeto que infund�a una muerte como �sta era tal que el conde de Cami�a no s�lo no le cort� la cabeza al cad�ver, sino que dio licencia para que su mujer e hijos lo pudiesen sepultar en Tuy con sus antepasados (fol. 20 v.).

 

��������������� Para que no se perdiese la memoria de lo sucedido, Rodr�guez de Padr�n lo pone por escrito. A�os despu�s el conde de Lemos, Rodrigo �lvarez Osorio, se escandaliza de que los de Vigo hicieran pagar tributos a un hidalgo como J�come Pazos de Prob�n, �pues nieto hes del Se�or de Pa�os de Prob�n que muri� en Tenorio� (fols. 36 v.-37 r.). Juan de Ocampo, que tanto destaca al h�roe de Tenorio al narrar los hechos de �los hombres se�alados de esta Casa�, dedica la obra en septiembre de 1587 al cardenal Quiroga por su amistad con �don Antonio de Pazos que fue de esta Casa�, y �por ser el Cardenal de lo bueno de Galicia�. Sin embargo, hac�a 1530-1535, Vasco de Aponte, que no ocultaba cierta admiraci�n por Pedro �lvarez de Sotomayor, �uno de los grandes sufridores de trabajos que hav�a en Espa�a toda�[19], guarda silencio en su nobiliario sobre la haza�a de G�mez Pazos de Prob�n. El punto de vista adoptado por Aponte, que consiste en referir especialmente las haza�as de los grandes se�ores, disminu�a su inter�s por gestas como la que nos ocupa. G�ndara, por lo contrario, procura conciliar m�s su actitud favorable a los linajes m�s poderosos con la menci�n de hechos como el cerco de Tenorio que ensalzan el recuerdo de casas nobles menos poderosas pero m�s fieles a la causa de los Reyes Cat�licos.

 

��������������� Las fuentes de que disponemos no nos permiten saber c�mo incidi� en la memoria popular (tradici�n oral) la muerte valerosa de Pazos de Prob�n y de los dem�s defensores del castillo. Tampoco disponemos de los nombres de los peones que murieron combatiendo en Tenorio. Lo que importaba que perdurase era la muerte del caballero, desde luego para los cronistas de mentalidad caballeresca, pero tambi�n en cierta medida para la mentalidad popular. La muerte del caballero nunca pasaba desapercibida. Las nuevas sensibilidades bajomedievales que fomentaban la alegr�a de vivir y tomaban conciencia del igualitarismo ante la van a subrayar la atenci�n que suscitaba la muerte hidalga, sobre todo si se daban las circunstancias que rodearon el fin de G�mez Pazos de Prob�n.

 

��������������� En cualquier �poca el hombre que muere por defender sus ideales es causa de admiraci�n entre todas las clases sociales. En la Edad Media un aspecto de la ideolog�a dominante consist�a en hacer del valor caballeresco una regla de oro de la conducta de los se�ores de vasallos. Que un caballero conocido llevase hasta sus �ltimas consecuencias la actitud heroica hacia la muerte que implicaba el modelo caballeresco ten�a que maravillar a las gentes. Por supuesto, la mortalidad de caballeros en la guerra se concentraba en los estratos bajo y medio de la clase se�orial, tanto en n�meros absolutos como relativos; en general, no era un suceso cotidiano que un noble, pudiendo te�ricamente salvar la vida, optase por la muerte en combate. Pero hay algo m�s. La conmoci�n mental que origina la muerte heroica, �no ten�a tambi�n una base inconsciente? La imagen de Cristo crucificado para redimir a los hombres, harto conocida por muy poca formaci�n religiosa que se tuviere; la difusi�n de �vidas de santos�, donde hombres y mujeres eran degollados, apedreados, quemados, muertos de mil maneras por no renunciar a sus creencias; es decir, la fascinaci�n y la adoraci�n que impregnaban la religiosidad bajomedieval ante la visi�n de la muerte del Hijo de Dios y de los m�rtires santos: configuraba un cuadro mental emotivo que no dejaba de multiplicar el efecto de la muerte heroica laica sobre el imaginario colectivo.

 

��������������� Aproxim�monos ahora al estudio de la relaci�n -estrecha- entre el modelo caballeresco y la situaci�n de clase, a saber, el estatus de los hidalgos como poseedores de vasallos y rentas. El per�odo que analizamos es de gran movilidad social. La posici�n econ�mica del noble estaba condicionada por el ejercicio del oficio de la caballer�a. Hacia 1369, Enrique II de Trast�mara confisc� las tierras de Gaspar Pazos de Prob�n, dej�ndole solamente su castillo y cuarenta vasallos alrededor (fol. 7 v.). Los Pazos se fueron a la guerra, era su oficio, del lado de Pedro I; resultaron derrotados y descendieron varios escalones en la jerarqu�a feudal. Los nobles vencedores en la guerra civil, mejores combatientes seg�n la mentalidad dominante, se beneficiaron de las mercedes enrique�as y mejoraron su situaci�n econ�mico-social dando paso a la nueva nobleza trastamarista.

 

��������������� El golpe definitivo al patrimonio familiar de los Pazos de Prob�nlo asest�, naturalmente, la casa de Sotomayor. Estando el se�or de romer�a en Jerusal�n, tuvo lugar una pendencia Sotomayor/Pazos de Prob�n por el apacentamiento del ganado, que se resolvi� con la ocupaci�n del castillo de Pazos de Prob�n, matando los de Sotomayor a la se�ora (abuela del que muri� en Tenorio) y apropi�ndose de la fortaleza y sus vasallos (fol. 10 v.). El hijo adolescente, Diego Pazos de Prob�n, sabiendo

 

la desgra�ia de su madre pidi� li�en�ia al Rey que hera su don�el para venir ac� que su padre estava en la romer�a, e haviendo Consejo se lo neg� (fol. 10 v.)

 

��������������� El abuelo y los parientes de Diego no tienen �xito en la empresa de venganza y recuperaci�n de bienes, conforme demandaba el c�digo caballeresco. Ser� �l quien, dos a�os despu�s de la muerte de su madre, alcance la reparaci�n de la afrenta y el recobro del estatus de clase. Para ello sigue punto por punto las pautas de comportamiento caballeresco:

 

��������������� 1�Armarse caballero: Diego, que era mozo pero �exercitado en las armas�, se fue al Bierzo -esta vez sin licencia real- junto al duque de Arjona, �y �l lo arm� cavallero que pod�a, y dio un cavallo y armas� (fols. 11 v.-12 r.). Adquirir, mediante el ritual correspondiente, la cualidad de caballero era condici�n sine qua non para capa-citarse legalmente para realizar la haza�a prevista. Se nac�a noble pero no caballero, que exig�a un aprendizaje; el acto simb�lico (pero no gratuito o meramente formal) de iniciaci�n no pod�a tener lugar antes de los catorce a�os[20]; Diego Pazos de Prob�n superaba esta edad, si bien no llegaba a los veinte a�os.

 

��������������� 2�Vengar a su madre: El duque acept� armarle caballero porque Diego �le dijo a lo que ven�a que hera vengar la muerte de su madre�, y adem�s lo anim�: �haz�a vien ir a bengar a la su madre y le hav�a dado un abra�o y echado la su vendi�i�n, porque hera el Duque pariente de los Paradas� (fols. 11 v.-12 r.). Haza�a caballeresca t�pica la del infante vengador:

 

������������������������������� �Helo, helo por do viene

������������������������������� el infante vengador

������������������������������� caballero a la jineta

������������������������������� en caballo corredor![21].

 

��������������� Siendo frecuente la vinculaci�n del deber caballeresco de venganza y el sentido filial de linaje:

 

������������������������������� Pensativo estaba el Cid

������������������������������� vi�ndose de pocos a�os

������������������������������� para vengar a su padre

������������������������������� matando al conde Lo�ano;

������������������������������� mirando al bando temido

������������������������������� del poderoso contrario[22].

 

��������������� El estado de �nimo del reci�n estrenado caballero, dirigi�ndose hacia Galicia, �pod�a ser muy diferente del que describe el romance? De nuevo ficci�n y realidad en un mismo plano, intercambi�ndose papeles.

 

��������������� 3�Duelo caballeresco: Sin que consten las formalidades de desaf�o previo, Diego se las arregla para, en el primer encuentro con los de Sotomayor, pelear con el asesino de su madre, Giraldo de Montes, al que vence no sin dificultades:

 

de una lan�ada cay� del su cavallo y all� lo quiso atropellar su contrario y �l le espero con la su lan�a, le yri� al cavallo de muerte, y con la rabia corri� y dio en un barranco donde le mat� que si no fuera desta guisa hera fuerte fijodalgo de a cavallo y sin duda corriera peligro Diego de Pazos de Prob�n (fol. 12 r.)

 

��������������� Muerto Giraldo al tirarlo su caballo herido por el barranco, el autor dice que Diego Pazos lo ahorc�: �muerto Giraldo a quien Diego de Pa�os de Prov�n aorc� en un roble de un monte alto y despu�s le la llaman de Giraldo� (fol. 12 r.-v.). La muerte por ahorcamiento era infamante para un hidalgo; era una muerte plebeya. Por otro lado, de acuerdo con el texto, Diego Pazos colg� del �rbol a un cad�ver. La acci�n simb�lica del vengador triunfante, �qu� sentido tiene? Pensamos que negar la condici�n hidalga del asesino de su madre: �un mal ynfan��n fijodalgo que hera Giraldo de Montes que le dio con un pu�al de que muri� (fol. 10 v.). Posteriormente pretender�a el conde de Cami�a algo semejante amenazando con ahorcar a los nietos de Diego Pazos de Prob�n, conforme vimos m�s atr�s. La segunda muerte de Giraldo de Montes tendr�a otra intenci�n: exponer p�blicamente (en un lugar alto) la prueba de que Diego Pazos de Prob�n hizo justicia (la horca era s�mbolo del ejercicio de la alta justicia, civil y criminal) con el asesino de su madre, para que permanezca en la memoria de las gentes la haza�a del nuevo caballero. Que los vecinos bautizaran al monte como �de Giraldo� muestra hasta qu� punto tuvo utilidad la segunda muerte -simb�lica- del malhechor.

 

��������������� D�as despu�s lleg� la noticia de la muerte en Roma del padre de Diego Pazos, que volv�a de Jerusal�n; de inmediato el heredero, con la ayuda de sus parientes nobles, ocupa una noche su castillo de Pazos de Prob�n

 

que hestaba en poder de los Sotomayor con poca guarda por las muertes del alcayde Pedro Mel�ndez y de Giraldo de Montes y los echaron fuera sin hazerles ning�n da�o (fols. 12 v.-13 r.)

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��������������� Se deduce que tomaron el castillo sin mucha pelea. Los hombres que lo ten�an probablemente no ofrecieron resistencia: quedar�an sin jefes. Cay� primero el alcaide Mel�ndez, a quien desafi� y mat� el pariente Antonio Pazos de Berducido (fol. 11 v.); y luego Giraldo a manos del nuevo se�or de Pazos de Prob�n. Estos duelos caballerescos, en especial el segundo, decidieron la posesi�n del castillo con sus 40 vasallos. Los pasos dados por el joven Diego, imitando el modelo caballeresco, surtieron su efecto: reprodujeron la situaci�n de clase anterior a la agresi�n de los de Sotomayor.

 

��������������� As� fue como el padre de G�mez Pazos de Prob�n recobr� el castillo y el solar originario de su linaje: comport�ndose como un verdadero caballero. Se comprende que G�mez heredara un ejemplo y una educaci�n que sembr� en �l la observancia leal al modelo caballeresco como gu�a para la acci�n ten�a sus l�mites objetivos. Los Pazos de Prob�n no llegar�n nunca a recuperar el valle[23], y todas las posesiones que ten�an con anterioridad al triunfo Trast�mara en la guerra civil del siglo XIV. Igual aconteci� con otros linajes del bando perdedor afectados por la renovaci�n de la clase se�orial que tuvo lugar en los reinos de Galicia, Castilla y Le�n. Los Sotomayor fueron de los que encontraron entonces su oportunidad[24]. Ocampo se propone precisamente en la historia de los Pazos de Prob�n que estamos citando contar c�mo la destrui� por el suelo Pedro Alvares de Sottomayor, e incluye esta aseveraci�n en el largo t�tulo de su obra (edici�n de 1587).

 

��������������� Un poco antes de matar a G�mez Pazos, Pedro �lvarez de Sotomayor derroc� su castillo de Pazos de Prob�n, eliminando de esta manera la posibilidad de que alg�n v�stago pretendiera repetir la haza�a de su padre, Diego. Y Pedro Madruga hizo algo m�s: muerto el cabeza de familia en Tenorio, ambicion� acabar con sus reto�os. A G�mez y Fernando los mata y les corta la cabeza, como ya dijimos; a Vasco lo gana el conde para su causa, despu�s de tenerlo prisionero en el castillo de Sotomayor, cas�ndolo en Cami�a, Portugal (fol. 23 r.); quedaba el que se llamaba como su abuelo, Diego Pazos de Prob�n, que procur� hacer honor a su nombre: sepult� a sus dos hermanos degollados, y despu�s de un altercado con el conde de Cami�a, de cuyas manos se libr� abri�ndose camino con la espada, se acogi� en el castillo del Penzo de Vigo (fol. 22 v.), ense�ando a los defensores el uso de arcabuces y artiller�a contra el de Sotomayor, que se quejaba �de su negligen�ia en no haver muerto o puesto en pri�ion a Diego Pa�os de Prob�n� (fol. 23 v.-24 r.).

 

��������������� Sin embargo, el nuevo Diego de Pazos ya no ten�a un castillo con vasallos que reconquistar, y conforme nos adentramos en la �poca de los Reyes Cat�licos y nos acercamos al nuevo siglo hay menos sitio para los caballeros andantes de carne y hueso; de aqu� en adelante s� que van a proliferar los de papel, los modelos idealizados sin cotejo con la realidad. El linaje sustituir� al valor como virtud hidalga principal.

 

��������������� Diego Pazos se enamora de la hija mayor de �lvaro Alfonso Figueroa. La madre se opone a la boda porque no ten�a �sino las armas que trahiya y que a su hija la ped�an los ricos y los mejores de aquella tierra�, respondi�ndole el joven que �aunque pobre conservava la nobleza de su linaje� (fols. 24 v.-25 r.). Se marcha Pazos indignado a Portugal, y vuelve para llevar a efecto otra haza�a caballeresca arquet�pica: el rapto de la novia con fuerza de gente de armas, y la boda posterior en Ponte de Lima, Portugal. Al fin el padre acept� el casamiento e hizo a su yerno teniente gobernador de Vigo por el arzobispo de Santiago (fol. 25 r.-v.). El se�or de Figueroa, el amigo de su padre que organizara las tropas para socorrerle en Tenorio, valoraba la nobleza del linaje de Diego por encima de todo[25]. Le ayuda igualmente el arzobispo Fonseca d�ndole las piedras del castillo del Penzo, con las que el matrimonio se hizo una torre en Vigo (fols. 26v.-27 v.). Con Diego la casa de Pazos de Prob�n se urbaniza; cambio que va a tener su trascendencia.

 

��������������� La fama de buen linaje acumulada, en especial por las haza�as de su padre, G�mez, y de su abuelo, Diego, permiten a Diego recomponer, de momento, por la v�a del matrimonio, su estatus de clase. Es m�s, cuando Diego Pazos de Prob�n, mal adaptado a la ciudad, a su nuevo cargo, a lo nuevo, fracasa y se arruina, su apellido valdr� todav�a para casar a sus tres hijas con tres nobles, pues �la nobleza y virtud fue siempre m�s poderosa que todos los thesoros del mundo� (fol. 30 v.). Por �ltimo, pide en su testamento �que sus des�endientes con�ervasen el apellido de Pa�os� (fol. 31 r.). No obstante, de �l no van a heredar ni posesiones ni buena fama, pese a sus buenos comienzos como caballero.

 

��������������� El esforzado hidalgo que muri� matando en Tenorio fue el �ltimo gran caballero, a vieja usanza, de los Pazos de Prob�n. Las balas de fuego de los �germanos� de Pedro Madruga que acabaron con Trist�n Montenegro, Garc�a Barba de Figueroa, G�mez y Fernando Pazos de Prob�n ..., mataron a la caballer�a. El oficio de guerrear a caballo pierde su hegemon�a cuando cualquier pe�n vasallo que se presente al combate[26]. En general, los cambios econ�micos y sociales hacen entrar en crisis muchos valores establecidos, tambi�n el modelo caballeresco, en el per�odo de transici�n de finales del siglo XV y principios del siglo XVI.

 

��������������� �C�mo viven los Pazos de Prob�n la decadencia del modelo caballeresco? Como un drama, que toc� protagonizar a Diego Pazos en tres actos: 1) una revuelta de hidalgos y labradores del valle lo depone como gobernador de la jurisdicci�n de Vigo (fols. 27 v.-28 r.); 2) p�rdida de consenso que agrav� al cometer un acto anti-caballeresco, matar a pu�aladas de noche y a escondidas al hidalgo Rodrigo Villar, jefe de los rebeldes (fol. 28 r.), por lo cual el gobernador de Galicia por los Reyes Cat�licos, Acu�a, lo conden�, en rebeld�a, a morir degollado; 3) su �ltima aventura fue aplicar el modelo caballeresco al oficio del comercio, que su mujer ven�a ejerciendo con notable �xito. Contra la voluntad de su mujer mercader (que se integr� en la nueva clase social para mantener la familia) carg� dos naves, gastando en ello lo que ten�an, y siendo asaltado por los moros lo perdi� todo; estuvo tres a�os cautivo; su mujer logr� rescatarlo y muri� pobremente en su torre de Vigo (fol. 30 r.-v.), pero con un gran apellido que llevaran grandes caballeros.

 

��������������� El papel central jugado por la mujer de Diego Pazos de Prob�n es por s� mismo indicativo de la crisis del modelo caballeresco, cuyas virtudes son eminentemente masculinas[27]. A la mujer correspond�a el rol de reproducir el linaje, pero no transmit�a nobleza (s�lo los hijos leg�timos del var�n). Al caballero correspond�a defender a la mujer, en particular a la viuda; y a todos los �d�biles�. A J�come Pazos de Prob�n, hijo de Diego, los vecinos de Vigo lo empadronaron, oblig�ndolo a pagar tributos, neg�ndose por tanto su condici�n de noble, porque �trat�ndolos mal de palabra se ynclinaron contra �l� (fol. 36 r.). Su mujer �jur� de no dormir en cama con �l ni comer a su mesa� mientras no sacase en Valladolid la carta ejecutoria de hidalgu�a; y lo cumpli� (fol. 36 r.).

 

��������������� J�come Pazos

 

siendo mo�o dio aparien�ia de no ser menos que sus passados y as� se all� en la conquista del reyno de N�poles donde fue Alf�res de Infanter�a (fol. 36 r.)

 

��������������� Si interpretamos el t�rmino apariencia como �lo que a la vista tiene buen parecer y puede enga�ar en lo intr�nseco y sustancial�[28], profundizaremos en el sentido de la cita. El modelo caballeresco contin�a, pero de otra manera. Tras la apariencia de las mismas cualidades de valor, lealtad, fama y linaje, se encierra otra realidad bien diferente de los, a partir de ahora, tan ensalzados literaria- mente caballeros medievales. El oficio militar pierde su preeminencia social e ideol�gica globalizante para transformarse en una importante profesi�n (de los tres estados medievales se pasar� a una concepci�n de multiplica los estados u oficios) organizada por el nuevo Estado. Los nobles que sigan la carrera de las armas van a llevar a cabo sus haza�as valerosas como oficiales de un ej�rcito permanente, fuera de Galicia y de Castilla-Le�n, defendiendo unas fronteras estatales o la expansi�n del imperio en Europa y Am�rica.

 

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[1] Publicado en C�mo vive el modelo caballeresco la hidalgu�a gallega bajomedieval: los Pazos de Prob�n, Galicia en la Edad Media (Actas del Coloquio de Galicia, 13-17 julio de 1987), Madrid, Sociedad Espa�ola de Estudios Medievales, 1990, pp. 231-246 (reproducido, traducido al gallego y actualizado como �Faza�as cabaleirescas� en el libro �Viva El-Rei! Ensaios medievais, Vigo, 1996).

���� [2] Gutierre DIEZ DE GAMES, El Victorial Cr�nica de Don Pero Ni�o, conde de Buelna, ed. Juan de MATA CARRIAZO, Madrid, Espasa-Calpe, 1940, p�g. 42.

���� [3] Ib�dem.

���[4] Cortes de los antiguos Reinos de Le�n y Castilla, III, Madrid, RAH, 1866, p�gs. 613, 646.

���� [5] Mart�n DE RIQUER, Caballeros andantes espa�oles, Espasa-Calpe, 1967.

���� [6] Utilizaremos la copia manuscrita que nos fue amablemente facilitada por la familia de Xos� Mar�a ALVAREZ BLAZQUEZ, cronista de la ciudad de Vigo recientemente fallecido.

���� [7] Romance del rey Mars�n del ciclo carolingio; v�ase tambi�n Romance sobre un desaf�o sobre el Cid, Cancionero de Romances viejos, M�xico, Universidad, 1972, p�gs. 40, 121.

���� [8] Antonio de Fonseca, se�or de Coca, que en el asalto a Toro fue el primero que escal� las murallas, capitaneando a seiscientos hombres. F. GANDARA, Armas y triunfos. Hechos heroicos de los hijos de Galicia [Madrid, 1622], Santiago, Bibli�filos Gallegos, 1970, p�g. 388; Un escudero valiente y bien armado (...) se lleg� a las puertas de la fortaleza y empez� a cortarlas muy sin miedo; VASCO DE APONTE, Recuento de las casas antiguas del reino de Galicia, Santiago, Xunta, 1986, P�g. 188.

���� [9] V�anse otros casos hist�ricos de la haza�a del alf�rez en los nobiliarios: APONTE, op. cit., p�g. 186; y GANDARA, op. cit., p�g. 385.

���� [10] El recurso a la guerra contra los moros para neutralizar la lucha de bandos, deja de funcionar en la Galicia del siglo XV, como ya hicimos notar supra.

���� [11] GANDARA, op. cit., p�gs. 390-392.

���� [12] Las Partidas (II, 18,9) especifican que el alcaide para guardar bien el castillo debe hacer justicia cuando un hombre le quiere traicionar, a�adiendo a continuaci�n que los antiguos usaron, a despe�ar a los que fallavan durmiendo.

���� [13] APONTE, op. cit., p�g. 240.

 

���� [14] Partidas, II, 21,2.

���� [15] GANDARA, op. cit., p�g. 390.

���� [16] La condici�n de traidor, esclavo del alcaide y moro de Granada, bien especificada por el cronista de los Pazos de Prob�n, reconcilia el nefando hecho con las concepciones caballerescas propugnadas; la primera muestra de sabidur�a que se exig�a del alcaide de un castillo cercado era impedir que alguno abriese la puerta sin su permiso, el traidor deber�a ser castigado con la m�s cruel muerte que le puedan dar, Partidas, II, 18, 13.

���� [17] APONTE, op. cit., p�gs. 221, 244, 252, 253.

���� [18] Partidas, II, 26, 17; a Pedro Madruga le achacaban sus cr�ticos, que lo eran tambi�n del bando portug�s (perdedor) que �l simbolizaba, el empleo de una violencia desmedida ajena al modelo caballeresco que, sin desmentir los m�ritos al respecto de Sotomayor, asimismo practicaban llegado el caso sus adversarios; como Antonio Pazos de Berducido, que cort� la cabeza al alcaide de Sotomayor (fol. 11 v.), o el arzobispo Fonseca, que entr� en el castillo del Penzo pasando a cuchillo a los defensores (fol. 26 v.).

���� [19] APONTE, op. cit., p�g. 261.

���� [20] Partidas, II, 21, 11.

���[21] Romance del infante vengador, El Romancero, Zaragoza, Ebro, 1973, p�g. 287.

���� [22] De como el Cid veng� a su padre, ib�dem, p�g. 136.

���� [23] Seg�n Ocampo dieron su nombre a una aldea (fol. 13 r.); en la actualidad existe un municipio llamado Pazos de Porb�n, cuya capital Pazos dista 28 kms. de Pontevedra, capital provincial, y en su �mbito tenemos asimismo otra parroquia que se llama Borb�n.

���� [24] J. GARCIA ORO, La nobleza gallega en el siglo XV, �I Jornadas de metodolog�a aplicada de las ciencias hist�ricas�, II, Santiago, Univerdad, 1975, p�g. 295.

���� [25] Por aquellos a�os un buen linaje era un buen partido. Suero de Oca fue despojado de su hacienda por el arzobispo Fonseca, pero, era tan estimada su calidad, que all� casamiento en Orense de mucha Nobleza, i de gran dote con una se�ora, GANDARA, op. cit., p�g. 395; a principios del siglo XVI los caballeros se casaban ya con hijas de hombres ricos no hidalgos, denuncia el genealogista APONTE, op. cit., p�g. 218.

���� [26] APONTE, op. cit., p�g. 252.

���� [27] El sexo femenino se relacionaba con la cobard�a: les insultaban y se burlaban de ellos, llam�ndoles caballeros femeninos y opinaban de ellos que no defend�an ya sus castillos ni se enardec�an por las faenas b�licas, Historia Compostelana, ed. de Jos� CAMPELO, Santiago, Porto, 1950, p�g. 150.

���� [28] S. COVARRUBIAS, Tesoro de la Lengua Castellana o Espa�ola [1611], Madrid-M�xico, Turner, 1984, p�g. 130.

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