La ¨Nouvelle Histoire¨ y sus críticos
Carlos Barros
Universidad de Santiago de Compostela
La escuela de Annales es hoy piedra de escándalo.
Para bien o para mal, los cambios de planteamientos - los actuales nuevos
historiadores defienden legítimamente su derecho al cambio, avalados por la
historia de Annales-, acompañados de algunas fracturas y autoexclusiones, han
generado un ambiente crítico, incluso una imagen de inestabilidad, favorecida
por la desaparición de Fernand Braudel en 1985. Juzgamos de interés para el
historiador español examinar, de manera crítica, los términos del debate en
curso a través de dos textos representativos.
Jacques Le Goff reconoce con franqueza el
hecho de la crisis de la escuela, y anota - prólogo de 1988 a una nueva edición
de los principales artículos de La Nouvelle
Histoire (1978)- que ¨los críticos reprochan a menudo a los
historiadores de La Nouvelle Histoire
una cosa y su contrario¨: ser y no ser fieles a la tradición historiográfica
iniciada en 1928 por Marc Bloch, Lucien Febvre y Georges Lefebvre. Añadamos
que, por lo regular, quienes critican lo primero no son ideológicamente los
mismos que quienes critican lo segundo, sino todo lo contrario.
Los dos libros que sirven de análisis para
nuestro esbozo de nuestro estado de la cuestión de Annales son: Hervé Contau- Begarie, Le phénomène ¨nouvelle histoire¨. Stratégie
et ideologie des nouveaux historiens, París, Económica, 1983; y François Dosse, L´histoire en miettes. Des ¨Annales¨ à la ¨nouvelle
histoire¨, París, Éditions la Découverte, 1987; traducción española,
La historia en migajas, Valencia,
Edicions Alfons el Magnànim, 1989. Según nuestro criterio estos dos ensayos
encarnan las dos corrientes críticas que desde posiciones opuestas, si bien
coincidentes en algunos puntos, enjuician con gran dureza las posiciones de
poder, la coherencia y la obra de los historiadores que en el presente
protagonizan la escuela que desde hace sesenta años domina el panorama
historiográfico francés, habiendo renovado colosalmente la manera de hacer la
historia y obteniendo para Francia un enorme prestigio e influencia
internacional.
La nouvelle histoire está siendo , por tanto,
el objeto creciente de la crítica, interna y externa, a lo largo de los años 80
- precisamente la década en que se puede asemejar que asistimos a la
consagración de muchos de la espada de Damocles de un gran signo de interrogación
se cierne sobre su futuro inmediato, otros llegan más lejos y, habiendo formado
parte de ella, no consideran ya que Annales
exista como tal escuela. Esta crisis de Annales
-real, por eso tiene sus orquestadores- es preciso a todo esto enmarcarla en
cierta crisis de la historia en su conjunto, y aún en la crisis de las ciencias
sociales; esta última implica en especial a la nouvelle
histoire por tratarse de una escuela particularmente comprometida
con las disciplinas fronterizas de la historia.
Quienes seguimos viendo en Annales una fuente indispensable de
renovación metodológica - un ejemplo reciente es la conquista de valiosos y
nuevos territorios de la historia de la mentalidades-, somos optimistas,
estamos convencidos de que se cumplirán las previsiones de Le Goff en el citado
prólogo: la actual polémica resultará un nuevo impulso hacia delante; impulso
que sin duda sacará a flote las profundas fidelidades a su propia historia que
permanecen bajo los cambios -presurosos a veces- de temas y enfoques. La
finalidad de este ensayo es contribuir, desde lejos, a que, degradándose, no se
apague al estímulo renovador annaliste
(en algunos campos de la investigación hoy por hoy se revela indispensable) y,
desde cerca, a que la historiografía española sepa hoy como ayer aprender -
superando la copia simple y seguidista
de temas y técnicas- de la audacia metodológica francesa, en el contexto actual
de una mayor y diversificada relación
con otras historiografías, como la anglosajona y la italiana.
Los libros de Coutau- Begarie y Dosse tienen
en común que los autores han nacido en la década de los cincuenta , y por
añadidura enfocan más bien desde la
periferia generacional - con un atrevimiento que se agradece- el problema de
unos nuevos historiadores, cuyos planteamientos ya no lo son tanto a los ojos
de estos jóvenes críticos. Se aduce, y es cierto, que su criticismo es
excesivo, que pretenden dar lecciones y, sin embargo, ¨no han producido un sólo
trabajo histórico aportando su piedra al edificio que los historiadores de
oficio, viejos y nuevos, construyen mediante el ejercicio de métodos que no se
improvisan¨, pero nos preguntamos si lo que nuestros autores han escrito por
extenso de forma clara, precisa y explícita, no es acaso lo que se rumorea por
los pasillos, lo que en suma piensan los historiadores muy cualificados (en los
dos libros abundan las citas al respecto) de la nouvelle histoire. Además, cómo negarle el valor a los
enfoques críticos de quienes, en menor o mayor grado, representan a una cuarta
generación de historiadores franceses; está todavía por ver si estos se
seguirán considerando herederos y continuadores de Annales con el mismo entusiasmo y unanimidad, y por las
mismas razones, que los que se hicieron historiadores de oficio al calor del
clima científico y social de los años 60 y 70.
La virtualidad del peligro de que la
identificación de los historiadores con Annales
acabe perdiendo el viejo contenido en Francia, y más aún en el extranjero, está
en la intensidad con que la fuerzas centrífugas vienen rompiendo la escuela de
Annales desde dentro: protagonistas muy significativos, por razones bien
diferentes, de la nouvelle histoire dan a menudo la
impresión de ubicarse más bien fuera que dentro. Así, en fecha tan temprana
como 1981, François Furet escribe en Le
Débat un provocador artículo ¨en marge des Annales¨, cuyo contenido
hay que decir corresponde perfectamente a su título, y cinco años después es
Pierre Vilar quien confiesa en una entrevista con François Dosse, acerca de la
escuela de Annales: ¨Elle est
morte!¨. Si bien la manifestación más espectacular de las disensiones en el
seno de la nouvelle histoire la podemos advertir claramente en este año de 1989
con motivo del Bicentenario de la
Revolución Francesa, uno de cuyos actores principales, François Furet (ex-
presidente de la École des Hautes Études), ya se preguntaba en el rupturista
círculo que antes hemos mencionado si quedaba algo en común, veinticinco años
después, entre los historiadores annalistes
de su generación, aparte de las reminiscencias y sentimientos vividos
conjuntamente en la adolescencia tardía en las filas del partido comunista,
militancia que, según Furet, influyó en ellos más que ¨nuestra actividad de
historiadores en el marco de la École des
Hautes Études¨. Afirmación verdaderamente sorprendente viniendo de
un historiador profesional: sintomática de la anómala situación existente.
Furet, con tan peregrino argumento, desvaloriza la contribución científica de
Annales a la historiografía, intenta quizás así justificar su distanciamiento
de la nouvelle histoire; el medio
utilizado es la típica y empobrecida treta de sustituir cuando conviene, el debate
científico por el debate ideológico.
En fin, nos preguntamos si hoy extrañaría
tanto como en su tiempo una reflexión del tenor siguiente: ¨ver que la hora de
la escuela de los ´Annales´ ya han pasado, que el impulso renovador que
comunicó a la investigación histórica europea se ha agotado¨. Lo extraordinario
es que Josep Fontana arriesgó este diagnóstico en 1974 (año en que se publicó
por primera vez en Recerques su
artículo ¨Ascenso y decadencia de la escuela de los ´Annales´¨), cuando todas
las voces eran de alabanza para la nouvelle
histoire, y después de proclamarse él mismo deudor de las enseñanzas
de los nuevos historiadores franceses como renovadores de los métodos de la
historia, reconociendo su combate contra el historicismo événementiel y la importancia de la
colaboración que habían logrado con las disciplinas científicas vecinas. A
renglón seguido de leer a Coutau- Begarie y a Dosse, el tono crítico empleado
por Fontana hace quince años resulta de verdad suave. La lucidez anticipatoria
del historiador catalán que ahora hay que reconocer -se coincida o no con su
juicio sobre Annales -con la
misma energía con que antaño se reprobó su posición crítica, se explica por su
acierto en identificar la mayor debilidad de Annales
como escuela historiográfica: la falta de una teoría renovada de la historia y
de la sociedad que acompañe a sus innovaciones metodológicas, viene a decir
Fontana de manera absoluta. La pluralidad de enfoques al respecto entre los
nuevos historiadores franceses y el propio paso del tiempo, nos obligan a
matizar: el retraso en hacerse realidad los riesgos de dispersión y decadencia
apuntados por Josep Fontana, guarda relación - en nuestra opinión- con que la
desvinculación radical de la nouvelle
histoire de todo referente teórico, en beneficio de un retorno al
positivismo, es algo que todavía se está produciendo en estos momentos; proceso
de deconstrucción que sobra decirlo está en la base de la presente crisis de la
école...
Traemos a colación esta temprana aportación
de Fontana a la compresión de la crisis actual de Annales porque ilumina una insuficiencia de los libros
objeto de nuestro estudio, cuyos autores desatienden la relación entre Annales - su formación, desarrollo y
crisis- y la o las teorías de la historia.
Desde luego es así, por propia confesión del autor, en Le Phénomène ¨nouvelle histoire¨ (aunque luego entra bajo cuerda en el
tema de fondo), pero algo de eso también pasa con L´histoire en miettes, pese a que Dosse enfoca la crítica
desde un ángulo teórico muy semejante al adoptado por Fontana.
El núcleo dirigente de Annales hace honor a
la tradición crítica de la escuela, a los hábitos de un pasado militante contra
la historia tradicional -lucha que para gran parte de sus componentes se
mantiene vigente-, cuando sensible al ambiente polémico que rodea desde hace un
tiempo a la nouvelle histoire, decide autocríticamente abrir un debate en las
páginas de la revista. El comité de dirección de Annales anunció (núm. 2, marzo- abril 1988) la salida en
1989 de un número especial, con motivo
del sesenta aniversario de la revista, que recogerá ¨las reacciones y las
reflexiones¨ de los historiadores sobre dos puntos: los nuevos métodos de
investigación y las nuevas alianzas con las ciencias sociales. Paralelamente Le
Goff informó, en el prefacio arriba mencionado, que en esa discusión el comité
de dirección de Annales ¨se expresará acerca del pasado y del presente y de la
´crisis´ y propondrá sugerencias para el futuro¨. Con todo, se hace notar la
ausencia de un tercer bloque temático que aborde directamente el tema de la
crisis, es decir, el concepto, la teoría o la filosofía de la historia que
sostendrá la continuidad y el nuevo impulso de Annales
como escuela historiográfica, cuestiones que de un modo y otro están en el ojo
del huracán y que porque no estén en un cuestionario no van a dejar de ocupar
un lugar central en la polémica. La fragmentación creciente -que ya pocos niegan-
de la historia en múltiples objetos y métodos, así como la propuesta que está
encima de la mesa de integrar sin más a la historia en las ciencias sociales
más próximas, ¿ no exigen una redefinición común, según la nouvelle histoire, de la razón de ser
hoy del oficio de historiador más allá -mejor dicho más acá- de sus métodos y
objetos de trabajo?. ¿O es que se entiende que la crisis no afecta a la
concepción de la historia que en su día propuso -aunque sus fundadores no eran
filósofos de la historia- la nouvelle
histoire?. Sin una respuesta teórica dudamos que resulte viable una
salida positiva de la crisis, y que genere la convicción y el consenso precisos
el nuevo tournant critique que la
dirección de Annales pretende y que la vieja escuela requiere en el umbral de
los años 90.
La verdad es que, como sabemos, la discusión
sobre la teoría y la práctica de los historiadores de Annales comenzó hace años, y uno de los
nudos gordianos del debate es, en efecto, dilucidar si en definitiva la escuela
va a salirse o no del carril que tendieron Bloch y Lefebvre, Braudel y
Labrousse. Según parece la tendencia que está ganando terreno es la de
considerar que Annales -patrimonio ahora, se dice, de todos los historiadores
franceses- ha conseguido ya sus objetivos (Pierre Chaunu: ¨las grandes
revoluciones son de ayer. Explotamos lo adquirido...¨, Le Débat, núm. 23, 1983), el tren ha
llegado a su meta y ahora es preciso apartarlo un tanto -seguramente mucho- del
carril tradicional para gestionar la posición hegemónica lograda y llevar hasta
sus últimas consecuencias (evidentemente , teóricas) la innovación metodológica
y la integración de la historia con las ciencias sociales. En el otro extremo,
los partidarios de mantener a Annales
en el marco teórico de una historia global y social, que no reniegue de la
herencia de la primera (Bloch, Febvre, Lefebvre) y segunda (Braudel, Labrousse) generación de la nouvelle histoire, ven en la salida de
la escuela del carril de la tradición de Annales:
un simple descarrilamiento. De hecho el libro de Dosse, publicado en 1987, ¿qué
es si no un llamada de atención, una reacción ante los avances de la corriente
disgregadora de la herencia annaliste?.
Por el contrario, la obra de Coutau- Begarie, publicada en 1983 aunque escrita
en 1980, anticipa aspectos críticos destinados a tener cierto auge conforme
progresó la década...
Un proyecto de poder
Hervé Coutau- Begarie inicia sus reflexiones
sobre la nouvelle histoire
quejándose de que como consecuencia de su triunfo nadie la someta a una crítica
global, barruntando que la unanimidad que rodea a Annales - en 1980- entra más
bien en la esfera de los sagrado. A continuación se aplica a llenar ese vació
con tal éxito que en la última página del libro concluye él mismo: ¨por primera
vez, la nouvelle histoire se
encuentra puesta en cuestión¨ (p. 320).
Aparte de su voluntad pionera de someter a Annales a la siempre necesaria crítica, la
originalidad del enfoque de Coutau- Begarie reside en que -lo manifiesta más de
una vez- no trata de hacer una crítica historiográfica de la escuela: pretende
clarificar quiénes son y qué hacen los nuevos historiadores; sustituye la
lectura historiográfica de sus obras por un análisis de sus ideas y actividades
siguiendo métodos de la ciencia política, disciplina que presta al autor
(doctor en ciencias políticas) en ¨objeto -estudio de un grupo- y su esquema de
explicación en términos de estrategia e ideología¨ p. 25, esquema que
concretamente está inspirado en el Cours
dánalyse des idéed politiques de Jean- Louis de Martres (p. 317). La
peculiar metodología adoptada por el autor supone en consecuencia la mayor
virtud del libro... y también su mayor defecto.
Observar al observador, ¿no es acaso un
requisito científico?. Está muy generalizada la creencia (cuyo origen
ideológico, teórico, hay que buscarlo indudablemente en la influencia, siempre
subestimada, del positivismo) de que los historiadores están en el limbo de los
justos. Raras veces se saca a la luz el contexto mental, social y de poder que
condiciona al historiador contemporáneo. Coutau- Begarie, con mayor o menor
fortuna, y desde luego con una intención nada neutral, presta servicio de
mostrar la cara oculta de la nouvelle
histoire, de situar en su contexto ideológico e institucional a los
historiadores franceses, lo cual ayuda sin duda a comprender mejor las
circunstancias de sus obras. Concedamos en conclusión todo su valor a aquellos
aspectos de la realidad historiográfica sobre los que usualmente cae cierta ley
del silencio: las ideologías y las estrategias de poder de los historiadores.
Ahora bien, ¿es posible abordar seriamente la
crítica de una escuela de historiadores sin evaluar principalmente su
contribución a la historiografía, su concepción del objeto y de los métodos de
la profesión?. Por supuesto que no, es imposible, y nuestro autor que renuncia
explícitamente a una lectura historiográfica de Annales, con todo el derecho del mundo, no deja de
cuestionar su epistemología de la historia (siguiendo a Raymond Aron); no deja
de abogar por la historia positivista anterior al nacimiento de Annales, preconizando sin más la vuelta a
una historia narrativa, institucional, política, biográfica, diplomática,
militar (pp. 124, 171 ss., 193 ss., 197, 268, 296, 320); no deja de reivindicar
las escuelas alternativas a la nouvelle
histoire, Pierre Renouvin en historia de las relaciones
internacionales y Ronald Mousnier en historia institucional e historia social
(pp. 56-58, 124, 176-179, 302, 305, 320), echando un capote a todos los
excluidos, marginales y críticos -y por descontado a los criticados -respecto a
la escuela hegemónica en Francia, desde Pierre Gaxotte a Georges Lefebvre
(exclusión interna); convocando por consiguiente a toda la comunidad de
agraviados -muertos y vivos- por Annales
a lo largo de su historia, desde un enfoque historiográfico tradicional
actualizado, que concentra eficazmente los tiros del análisis en el estudio de la nouvelle histoire como proyecto de poder.
Apunta pues Coutau- Begarie que los actuales annalistes no suelen citar a Georges
Lefebvre entre los fundadores de la escuela, no considerándose muchos de ellos
herederos de su obra. Siendo ello cierto, uno piensa inmediatamente que dicha
discriminación es debida a la proximidad de Lefebvre al marxismo. De hecho, un
sector influyente de la école
está combatiendo con gran furor la historia de la revolución francesa elaborada
por Lefebvre, Soboul, Vovelle, etc., sin duda el aporte de mayor significación
historiográfica e internacional de las tres generaciones de la nouvelle histoire a la historia social,
en un terreno donde Annales nunca
fue demasiado fuerte como la historia de las revoluciones, las revueltas y los
conflictos sociales. Pero no es por su aportación como historiador social que Coutau-
Begarie, fiel siempre a sus preocupaciones historiográficas, defiende a Georges
Lefebvre: lo hace por su fidelidad al relato y al acontecimiento, por su
crítica a los excesos del cuantitativismo, e incluso -dice el autor de Le phénomène ¨nouvelle histoire¨ (pp. 305-
306)- por la rehabilitación que lleva a cabo de los positivistas, perdonándole
entonces su marxismo cuando -justifica- en aquel período todos los nuevos
historiadores clamaban su admiración por Marx. Además Lefebvre -celebra- se guarda bien de tomar al respecto una
decisión firme y completa (como en el caso de Pierre Vilar y otros).
La negativa formal de nuestro autor a
realizar una crítica historiográfica a Annales, cosa que después
afortunadamente no cumple, le conduce inevitablemente a no hacer justicia a los
nuevos historiadores. Cuando se trata de reconocer prestigios: ¨todos los
historiadores franceses, y no sólo los nuevos, conocen y utilizan los trabajos
de Bloch, Febvre, Braudel o Labrousse¨ (p. 191); cuando la cuestión es
impugnar, asevera que el proyecto de Annales,
desde su inicio, no se impone tanto por sus virtudes, espontáneamente, como por
su estrategia de poder, son unos ¨historiadores inteligentes¨ que supieron
conquistar el poder más que unos buenos historiadores que han conseguido ante
todo una hegemonía intelectual, argumenta Coutau Begarie (pp. 16-17, 20-21). Su
análisis, aclara, no es hostil y no tiene por objeto rebajar sistemáticamente a
los nuevos historiadores (pp 16- 17, 20- 21). Su análisis, aclara, no es hostil
y no tiene por objeto rebajar sistemáticamente a los nuevos historiadores (pp.
27, 315), pero este objetivo desde luego el libro no lo alcanza. La decisión
previa de centrar el ensayo en ideologías y estrategias de poder (temas que constituyen
formalmente las dos terceras partes del libro), deforma la valoración objetiva
de los méritos historiográficos de Annales.
Y si un historiador no se le juzga primordialmente por sus obras como tal, por
el sentido de sus aportaciones al conocimiento histórico, sino por su status de
poder, por la tirada de sus libros o lo que es peor, por su ideología, se le
está rebajando, sea o no sea esa la intención del crítico, que desprecia de ese
modo su propia obra. Dicho lo cual, reiterar que apreciamos la novedad y el
interés que extraña para los historiadores el estudio de una escuela
historiográfica como un colectivo imbricado en la realidad actual.
La descripción de las posiciones conquistadas
por la nouvelle histoire en las
universidades, en las editoriales - el autor informa de la relación de los
nuevos historiadores con cada una de ellas-, en los medios de comunicación
social y en los manuales escolares, además de hablar por supuesto de los
pilares fundamentales, la revista y la École
des Hautes Études en Sciences Sociales, le sirve a Coutau- Begarie
de base para detallar cómo desde ciertas plataformas los nuevos historiadores
construyeron, según él, la historia a su gusto, practicando una política de
desvaloraciones, exclusiones y recuperaciones para consolidar su hegemonía. Sin
embargo, para el historiador extranjero lo que destaca de todo lo anterior es
la ingente labor que supone obtener para la historia un papel tan señero no
sólo en el mundo de la investigación y de la universidad, sino también en los
medios intelectuales y, lo que es más difícil, entre la población. Quienes
pensamos que el historiador tiene entre sus obligaciones profesionales y
sociales la divulgación de sus conocimientos entre sus coetáneos , y sabemos en
este sentido los diversos impedimentos que existen, no podemos más que estimar
altamente el éxito de Annales al
lograr que los historiadores vayan sustituyendo a los literatos en el terreno
de la vulgarización histórica, que al mismo tiempo ha saltado en Francia del
papel impreso a la radio y a la televisión. Coutau- Begarie analiza con finura
los condicionamientos que implica una ¨historia a dos niveles¨, investigación y
divulgación: nuevas jerarquías que dificultan la unidad entre la escuela,
cambios de contenido, etc. No obstante, el balance es positivo y
ejemplificador, aun siendo como lo somos plenamente conscientes - la
experiencia francesa también es en esto ilustrativa- del peligro de un
plegamiento excesivo del historiador a los favores del gran público en
detrimento de la centralidad de su actividad científica.
A partir
de un esquema metodológico importado del ¨análisis de las ideas
políticas¨, consistente en estudiar la estrategia de toma del poder por parte
del grupo analizado, que por lo demás sobredetermina la ideología subyacente,
Coutau- Begarie pp. 17-18) infiere el éxito de Annales
de la inteligencia estratégica de sus jefes, quienes -afirma- supieron
aprovechar el centralismo de la universidad francesa y la coyuntura favorable
de finales de los años 20 (crisis del positivismo, decadencia de la sociología
durkheniana y de la geografía vidaliana), para imponer la nouvelle histoire, adaptando
posteriormente con habilidad el proyecto de la nueva escuela a la sucesión de
coyunturas de tipo intelectual y social, guiándose siempre por el norte de la
conquista del poder, previa acomodación a la ideología dominante.
El autor cita a Thomas S. Kuhn pero no tiene
en cuenta lo que éste dice sobre las revoluciones científicas; la ruptura epistemológica
que significaba la implantación de Annales
en la comunidad de historiadores, tiene ante todo una explicación científica, y
esto es algo que nuestro crítico no quiere entender; en rigor habría que
invertir el sistema causal empleado por Coutau- Begarie para dilucidar el
triunfo de Annales, de modo que
el orden correcto sería: discurso científico- ideología- poder. La dimensión
estratégica e institucional del ascenso de la
nouvelle histoire tiene indudablemente una importancia grande pero
no es lo decisivo; sin inteligencia estratégica Annales no habría conquistado la hegemonía - y todo proyecto
científico es, en efecto, un proyecto de poder-, pero los historiadores sabemos
que la historia en general, y la historia de Annales
en particular, no se puede explicar como el efecto de un complot de grandes
hombres. Precisamente este es uno de los grandes paradigmas tradicionales que
sustituyó la nouvelle histoire (y
anteriormente el materialismo histórico).
Otros paradigmas fundadores de la nouvelle histoire que son cuestionados
por el autor, como consecuencia de su minusvaloración - y eso lo distingue de
Dosse- de la contribución científica de las dos primeras generaciones de
Annales: la historia como ciencia social conduce -opina- a un cambio negativo
de naturaleza de la historia (pp. 56, 65), aplaudiendo Coutau- Begarie las
dudas que sobre el status científico de la historia brotan últimamente entre
los nuevos historiadores (pp. 39- 42); acerca de la historia problema como
sustituto de la historia relato, deja
claro que renunciar al relato es renunciar a la especificidad de la historia, y
que en cuanto a la utilización de conceptos la diferencia entre la historia
tradicional y la nouvelle histoire
es sólo de grado, no viendo en la bandera de la historia problema un factor de
vitalidad sino de debilidad epistemológica (pp. 43- 52); el recurso a las
ciencias sociales tal como lo han planteado Annales
implica la sobreestimación de las ciencias humanas, a las cuales no es
reducible la historia, argumenta el autor, que pone como ejemplo a ¨los
historiadores tradicionales que no introdujeron más que los elementos útiles a
su investigación mientras que los nuevos historiadores hicieron los préstamos
sobre una escala más amplia, con vistas a modificar la naturaleza de su
disciplina¨(p. 56). Y en todos los casos, la motivación suprema de los
planteamientos historiográficos de Annales:
su utilidad estratégica para imponerse a la historia anteriormente dominante.
Coherente con su metodología de trabajo,
Coutau- Begarie separa los dos círculos de influencia de la nouvelle histoire como dos caras
funcionalmente distintas: una nebulosa que engloba la casi totalidad de la
historiografía francesa alrededor del proyecto digamos teórico, y un núcleo
restringido cuya función -elaborar y organizar la estrategia de poder- es
fundamental y explica el éxito de Annales;
la eficacia de la acción del núcleo estaría directamente relacionada con su
¨invisibilidad¨ (pp. 315- 316). A continuación el autor critica el
posicionamiento nuclear de ¨Jacques Le Goff y sus colaboradores que se
atribuyen el monopolio de la marca¨, negándole a estos herederos de Bloch,
Febvre, Braudel y Labrousse (Coutau- Begarie acostumbra también a olvidarse de
nombrar a Georges Lefebvre) el derecho de reivindicar como grupo un
patrimonio que pertenece - insiste- a
los historiadores franceses (pp. 33, 192).
Sorprende un poco que el autor cite en
especial a Le Goff como cabeza de los herederos cuando, sin embargo, no le
nombra entre los más destacados de la tercera generación de Annales (pp. 8,
284); posiblemente la razón esté en que Le Goff, a diferencia de Le Roy Ladurie
y Furet, no ha repudiado completamente el marxismo, según cuenta el autor (p.
237 nota 632). Este concede un gran rol, que quizás parezca excesivo, a la
influencia del marxismo en los fundamentos de Annales,
en los nuevos historiadores de la primera y segunda generación (pp. 233-234),
de forma que los representantes de la tercera generación menos alejados de la
concepción materialista de la historia simbolizarían un continuismo
historiográfico que con evidencia nuestro autor desaprueba.
Coutau- Begarie, más allá de las apariencias,
no aplica con todo en su bien estructurado ensayo un concepto de la ideología
estrecho, peyorativo, político, sino que indaga la ideología de Annales en su sentido más amplio, es
decir, ideas, valores, estructura conceptual (pp. 22- 23); y, consecuente con
su intención de fondo que no es otra que cuestionar la hegemonía de Annales, pone de vuelta y media el
concepto -se mete menos con los métodos- de la historia propio de Annales. De ahí que el antimarxismo de
Coutau- Begarie responda a un interés historiográfico claro: refutar - en una
coyuntura ideológica favorable- un aspecto que se sabe capital del proyecto
teórico original de la nouvelle histoire,
y ahondar por otro lado una fosa en el campo de los nuevos historiadores que
obviamente está facilitando en camino de vuelta, bajo diversas formas, del modo
de hacer y entender la historia anterior a la revolución annaliste.
Después de hacer votos para que la historia
no pierda su especificidad, y quede reducida al rango de ciencia auxiliar de la
sociología o de la antropología (inquietud que compartimos, aunque no su
vertiente argumental retro, y que
en absoluto responde a las preocupaciones del sector ultrarevisionista de la nouvelle histoire), Coutau- Begarie se
mete a fondo con el concepto de historia total, a sabiendas de que ¨de todas
las características de la nouvelle histoire,
es la más frecuentemente dictada¨ (p. 92). Crasa contradicción, en apariencia,
porque el fin de la historia global quiere decir una historia en fragmentos,
cada uno de ellos relacionado -cuando no dominado por ella- con la
correspondiente ciencia social afín, ¿cómo va a conservar así su especificidad
la historia?. Y no digamos la primacía de Bloch o Braudel. Para el autor el
objetivo annaliste de una
historia total es por descontado una estrategia de poder, para desplazar y
combatir mejor a la historia política e institucional. Por lo demás -añade- la
historia total es algo imposible, utópico, que conviene abandonar
definitivamente (pp. 92- 100). Claro que, desde su punto de vista, el autor no
va desencaminado: desaparecida la historia global, la historia- historia en pie
con su preservada especificidad sería la gran historia tradicional... un
archipiélago de pequeñas ¨historias¨ nuevas.
La renuncia de Coutau- Begarie a estudiar las
obras maestras de los nuevos historiadores, le impide contrastar ante los
lectores los resultados obtenidos por Bloch, Febvre, Braudel y Vilar, por
ejemplo, a la hora de buscar explicaciones globales de las sociedades pasadas.
La ambición científica del historiador de adquirir un enfoque global del objeto
de su investigación encuentra obstáculos para su desenvolvimiento, es cierto,
pero no son cualitativamente mayores que los que tiene ante sí el conocimiento
histórico en general. Es curioso en cualquier caso que Coutau- Begarie
reconozca que la historia total ¨se encuentra de hecho reducida a los dominios
donde la problemática de las ciencias sociales es aplicable¨ (p. 125). La
pregunta pertinente es: ¿por qué tan a menudo se niega a la historia un
referente válido como el enfoque global que sin embargo se considera válido
para sociología para la antropología u
objeto preferente en las investigaciones interdisciplinares?.
El subcapítulo que responde al título ¨la
ideología de los nuevos historiadores¨ está íntegramente dedicado a la crítica
de aquellas orientaciones de la investigación annaliste
que el autor considera más dependientes del materialismo histórico, sobre todo
la historia económica y la historia de masas. Llama la atención que la historia
social, ¨símbolo de la búsqueda de la totalidad¨ según reconoce Coutau- Begarie,
especialidad historiográfica muy vinculada a la historia económica y a la
historia del hombre común, no conste en dicho subcapítulo ¨ideológico¨,
mientras que sí parece, estratégicamente colocada, en el apartado de los puntos
fuertes de la nueva historia, aclarando el autor que es un territorio
compartido por Annales y la
escuela de Mousnier, la cual viene investigando una temática prácticamente
abandonada por los nuevos historiadores: los conflictos y las revueltas
sociales. En general, el autor no aparenta estar descontento de la situación de
la historia social en Francia.
Estamos de acuerdo con Coutau- Begarie, y con
los autores que cita, en cuanto a concebir la génesis de la nouvelle histoire inseparablemente de la
influencia del materialismo histórico; tal vez sea demasiado decir que en la
posguerra el marxismo devino ¨ideología dominante¨, pero es muy cierto, por
ejemplo, que parte de la segunda generación annaliste
la concepción materialista de la historia fue si cabe aún más tenida en cuenta
en una serie de temas (pp. 232- 234).
Ahora bien, se infravalora de nuevo a los creadores de Annales y se manifiesta un escaso interés
por el debate historiográfico directo, y por las obras tanto de los fundadores
del marxismo como de los fundadores de Annales,
cuando se asegura que ducho influjo no tenía un origen científico- aseveración
coherente con su opinión de que la historia no es una ciencia social-, era
simplemente, dice el autor elevando lo circunstancial a categoría principal, un
efecto inducido de la moda intelectual y del lugar ocupado por los marxistas en
la universidad francesa de aquellos años (p. 231).
En el fondo de sus planteamientos siempre
está el prisma deformador que adopta Coutau- Begarie analizando ante todo la nouvelle histoire como una estrategia
de poder, el efecto directo es un sobredosis en cuanto a invención del
adversario. Los hombres de Annales
son representados por nuestro críticos más preocupados por la lucha por el
poder y por mantenerse en él, para la
cual desarrollan habilidades en realidad altamente valoradas por el autor, que
por su función y trabajo científico, que permanece así devaluado, contra lo que
es norma en la sociedad francesa y en la continuidad científica. La parcialidad
de toda posición polémica trae consigo cierta recreación de la imagen del
¨otro¨ , lo cual tiene de positivo que facilita la respuesta del adversario y
permite obtener el máximo de rendimiento en el debate, mas es frecuente que los
contendientes se propasen. Así se queja Coutau- Begarie de que a los nuevos
historiadores se les va la mano ¨al no oponer a la historia que ellos hacen una
historia puramente descriptiva y acontecimental que jamás ha existido¨ p. 124);
lo que no es óbice para que él mismo force
le trait al caricaturizar el materialismo histórico presentándolo
como un determinismo económico de tipo mecánico que sólo concibe el tiempo
linealmente, etcétera, agregando que el marxismo es eso -que advierte, es
inaceptable para el historiador- o no es marxismo, según Coutau- Begarie p. 228).
¿No es moral e intelectualmente más correcto debatir sobre la base de lo que
hacen y dicen los historiadores marxistas?. No es extraño que nuestro autor
eluda, de forma tan poco elegante, la polémica con los historiadores marxistas
realmente existentes: es muy difícil justificar la susodicha imagen deformada
basándose en las investigaciones históricas de Pierre Vilar, Guy Bois o Michel
Vovelle, o leyendo las elaboraciones teóricas y metodológicas de Jerzy
Topolsky, Witold Kula o Jeoffrey Barra- clough, por poner algunos ejemplos.
Concluimos esta crítica volviendo a lo que
esbozamos en la introducción a este ensayo: la salida de la crisis de Annales pasa. conforme nuestra manera de
ver las cosas, por redefinir y revalidar los fundamentos científicos de la
escuela, no sólo en lo relativo a territorios y métodos de investigación, y
conexiones con las ciencias sociales, sino también tocante al concepto y a la
teoría de la historia que caracterizaron en su origen y en su etapa ascendente
a la
nouvelle histoire. ¿La herencia de Bloch, Febvre, Lefebvre,
Labrousse y Braudel es al respecto divisible?. Si la alianza sui generis, que
también es competencia, entre innovación metodológica y teoría marxista de la
historia que sustentó durante cincuenta años el éxito de Annales en la comunidad científica primero
y en el conjunto de la sociedad después, se rompe finalmente - lo que supone el
fin de su unidad como escuela, ya lo estamos viendo- al predominar la coyuntura
ideológica sobre la estructura científica, la revisión sobre la tradición,
¿mantendrá la nouvelle histoire
su hegemonía?.
Desde la desaparición de Fernand Braudel,
sobreviviente jefe de fila de dificultosa sustitución - conforme ya había
anotado Coutau- Begarie-, el futuro de la nueva historia es para algunos si
cabe más inquietante; nuestro autor no esconde sus preferencias acerca de la
nueva relación de fuerzas que se insinúa, y previene: ¨La rehabilitación del
relato, del acontecimiento y de la política ha comenzado¨, emplazando a los nuevos
historiadores con una advertencia, sorprendente vista su oposición a conceder
un status científico a Annales y a la historia: ¨la revolución científica que
la historia hoy necesita se hará con ellos o contra ellos¨. Acabando así, con
palabras de disuasión y combate, las trescientas veinte páginas de un libro
original, que honra a la cultura historiográfica francesa, de lectura
inexcusable, una obra sumamente crítica hacia los constructores de Annales y sus herederos, cuyos
presupuestos y objetivos hay que ver, se coincida o no con ellos, como están
siendo crecientemente asumidos a su manera por el sector revisionista de la nouvelle histoire. François Dosse, el
segundo crítico cuyos planteamientos vamos enseguida a apostillar, constataba
hace bien poco el avance último en Francia de la historia événementielle, según
la modalidad que defiende Coutau- Begarie (¨Les ´Annales´ ne sont plus ce
qu´elles étaient¨, L´historie, núm.
121, abril de 1989).
La historia hecha pedazos
La tesis principal que François Dosse
pretende demostrar en su libro L´histoire en
miettes es que la corriente ahora predominante en la escuela de Annales ha roto en aspectos capitales,
sobre todo en lo que respecta a la historia total como perspectiva de la
investigación, con los fundadores de la
nouvelle histoire y que la ¨traición¨ a dicha herencia llega ¨hasta
el punto de que la historia se arriesga a perder su identidad¨ (p. 97 de la
edición española); esto último es la misma preocupación que manifiesta Coutau-
Begarie, pero más ¨desde¨ Annales
que ¨contra¨ Annales. Con
independencia de que se conceptúe ducha ruptura de la traición annaliste como un dato historiográfico
benéfico o como un descarrilamiento histórico, la argumentación de Dosse
convence en el sentido siguiente: dichas discontinuidades existen y tienen una
importancia cualitativa, si partimos de los postulados fijados en su momento
por Bloch, Febvre y Braudel.
Pasemos lista a los hitos. Dosse, de ese
desarrollo contradictorio con sus orígenes de los últimos Annales, no sin antes
advertir que, en nuestra opinión, la negatividad con que se reputa el camino
seguido por la nouvelle histoire
en la último década y el tono polémico de la obra, hacen que permanezcan
demasiado en un segundo plano los avances metodológicos y la conquista de
nuevos territorios que acompañan al abandono de los métodos y los territorios
tradicionales por parte de gran parte de los nuevos historiadores.
De la historia geográfica,
historia económica e historia social a la historia de las mentalidades, la
historia cultural y la antropología histórica.
El abandono de la investigación de la base
material y social de la historia por el estudio de las superestructuras
mentales y culturales, sirve normalmente para encubrir, no para desvelar lo
real, acusa Dosse. Un sector importante de los nuevos historiadores renuncia
así a dar una explicación de conjunto de la realidad histórica: trasladan la
fuente de los cambios de lo social y lo político a las élites culturales, donde
prevalece la historia lenta; autonomizan en suma el nivel de lo cultural y lo
mental respecto de la infraestructura de la sociedad. François Dosse contempla
la sustitución de los social por lo cultural como un proceso de etnologización
de la historia, consecuencia a su vez de fenómenos de la coyuntura social y
cultural presente como la crisis de la idea de progreso, la visión
neorromántica del pasado y la sustitución de los proyectos colectivos por las
vivencias individuales.
De la historia ciencia del
cambio a la historia inmóvil.
Para Marc Bloch y Lucien Febvre ¨la historia
es en esencia la ciencia del cambio¨, oponiéndose por ello al mito de los
fenómenos inmóviles (p. 96). Más adelante, en respuesta a la ofensiva de la
antropología estructural y al objeto de mantener a la historia en el centro de
las ciencias sociales, Fernand Braudel elabora y pone en práctica el concepto
de larga duración como una nueva dimensión temporal de los estudios históricos,
adquisición que se transforma en Le Roy Ladurie en una historia inmóvil, donde
el cambio y la ruptura ya no son algo históricamente significativo que debe
concentrar la atención del investigador; inmovilización del tiempo histórico
que nos sitúa por consiguiente en las antípodas de las enseñanzas de los Annales de los años treinta. En último
extremo esta concepción entronca con la idea - de origen filosófico e
ideológico- hoy tan en boga, incluso entre historiadores de oficio (!), del final de la historia.
Coincidimos con Dosse en que la historia o se mantiene como la ciencia del
cambio o pierde su entidad como disciplina científica, pero al mismo tiempo
justo es apreciar el interés y la renovación que supone el estudio realmente
histórico de los fenómenos de larga duración y de las permanencias, es decir,
que la combinación dialéctica del tiempo corto, medio y largo al analizar los
hechos históricos también entraña un avance en la dirección de una historia
total, en línea con lo escrito por Michel Vovelle y otros.
De la historia humana a la
historia sin nombres.
Para Marc Bloch y Lucien Febvre la historia
es la ¨ciencia del hombre¨. Paralelamente a la devaluación del tiempo corto,
tiene lugar un creciente desinterés, que Dosse pone de manifiesto, de la
nouvelle histoire hacia la intervención humana de la historia. De nuevo Braudel
actúa de hombre- puente al negar, frente a lo dicho por la primera generación,
que el hombre haya tenido algún papel relevante en el devenir histórico (pp.
120-124, 164- 165), y Emmanuel Le Roy
ofrece como otras veces el ejemplo reciente más extremo del cambio de
orientación con su historia del clima, una historia natural sin los hombres.
Insiste Dosse en cómo la cuantificación pura,
el tiempo inmóvil y lo mental inmutable reducen al hombre a un objeto pasivo de
la historia (p. 218); sin embargo, no valora quizá suficientemente el
renacimiento del hombre -¨desaparecido bajo los escombros de series...¨- de la
mano de la antropología histórica, declarada en este momento frente al pionero
de investigación de la dirección de Annales,
aun admitiendo que sea todavía un hombre pasivo (p. 181- 181). La complejidad
de una correcta evaluación de la aportación actual de Annales a la
historiografía la tenemos en este tema de una historia humana o no humana: Le
Roy Ladurie hace desaparecer al hombre al investigar el clima pero ¿ acaso no
lo sitúa, en cierto sentido, en el centro de su indagación antropológica en Montaillou, village occitan?.
De la historia problema a
una historia descriptiva neopositivista.
Con Bloch y Febvre pasamos de la historia
narrativa positivista de Langlois y Seignobos a una historia que no se contenta
con relatar al dictado de los documentos sino que plantea a estas preguntas,
utiliza un cuadro conceptual en la investigación, organizándose ésta en función
de los problemas propuestos por el historiador. Jacques Le Goff. emplazado a
que definiese la escuela de Annales
con una palabra, resume: ¨la nueva historia es una historia problema¨ (pp. 73-
74).
Detecta Dosse dos vías claramente distintas,
seguidas por diferentes historiadores, a través de las cuales se está volviendo
(en cuanto a preocuparse más por el cómo y menos por el por qué) a la historia
pre- Annales: a) la serialización
que descompone lo real para describirlo empíricamente; fascinada por el hecho
bruto como único punto de partida y nivel de inteligibilidad; en resumen, un
claro renacimiento del neopositivismo (pp. 196- 197); b) el enfoque
antropológico que reducido a la descripción de la vida cotidiana, tanto mental
como material, de las gentes corrientes ¨se parece a la historia positiva en su
aspecto factual, sólo que en otro campo, fuera de lo político¨ (p. 180); ¨de
desmembramiento del objeto histórico y de ruptura radical con la historia
social¨: así censura Dosse la nueva temática de la vida privada ¨que se asemeja
a lo que, en otro tiempo, se llamaba la historia de las civilizaciones o de las
costumbres¨ (pp. 218- 219).
Ahora bien, tendríamos que añadir nosotros lo
siguiente: la descripción, sobre todo si es del hombre común - objeto de
investigación ideológicamente olvidado por la historia positivista-, puede y
debe estar al servicio de un proyecto explicativo y conceptual de la historia,
que por supuesto no puede prescindir de lo factual y aun del relato; la cuantificación,
entrelaza apropiadamente con un tratamiento cualitativo de los datos, ha
demostrado asazmente su utilidad para una historia que interrogue
científicamente el pasado (véase si no la obra de Guy Bois); la antropología
histórica permite más desarrollos que la mera descripción, también adiciona
dimensiones y posibilidades nuevas a la búsqueda de las respuestas que exigen
las hipótesis explicativas, y puede hacer viable cierta perspectiva de un
historia total, y aun de una historia materialista (tenemos la referencia al
respecto de la antropología social de Maurice Godelier o de la antropología
materialista de Marvin Harris).
De la historia total a la
historia en migajas.
El proceso de deconstrucción de la nouvelle histoire tiene para François
Dosse su máxima expresión en la dispersión y la multiplicación actual de
objetos, de métodos de enfoques y de concepciones historiográficas. La ruptura
del hilo conductor de la historia total o global, concepto clave lanzado en los
años treinta por Annales, al cual
Braudel y la segunda generación de nuevos historiadores -informa nuestro autor- también fueron fieles
(pp. 113- 114, 147- 148), resumiría las restantes discontinuidades denunciadas
entre los años treinta y ochenta, significaría la renuncia a buscar la
síntesis - y no digamos sistemas causales que restituyan interacciones- y el
abandono definitivo de toda preocupación teórica e incluso conceptual, en
beneficio de un empirismo y eclecticismo total, y, por el otro lado, en favor
de las ciencias sociales más potentes y seguras de su papel. La historia en
migajas, ruptura epistemológica que tendría en Pierre Nora su propagandista más
entusiasta y madrugador (pp. 188- 189), y que encontrará en Foucault su base
teórica (pp. 190 y ss.), simbolizaría por tanto el estallido final -y por
descontado el fin de su cohesión como escuela - de la nouvelle histoire tal como la hemos conocido estos
últimos cincuenta o sesenta años. Esta parcelación de la historia, la fractura
de un proyecto histórico movilizador como Annales,
es vista también por Dosse como un efecto de la fragmentación ¨posmoderna¨ de
la sociedad de los ochenta, caracterizada por el repliegue individualista, la
erosión de las identidades sociales, la proliferación de los ¨franceses sin
adhesiones¨... (pp. 187, 242- 243).
La severidad del juicio del autor se apoya en
dos serias afirmaciones: 1) el discurso desmenbrador de la historia es hoy,
piensa Dosse, asumido por ¨la mayor parte del núcleo dominante¨ de la escuela
de Annales; 2) el proyecto
histórico globalizante es ¨el fundamento mismo de la especificidad histórica¨
(p. 270). De ser así la sugestiva diversidad y abundancia de trabajos
históricos que acompañan al ¨estallido¨ de la historia en Francia, encubriría
realmente una huida hacia delante - como dice Dosse- que bajo ningún concepto compensaría el
desdibujamiento de la identidad de la disciplina por obra de Annales y la pérdida de la función
estimulante que ha venido ejerciendo la escuela entre los historiadores
franceses y no franceses.
Historia y ciencias
sociales: de la primacía a la disolución.
Una causa principal del atractivo renovador
de Annales y de su capacidad para
permanecer largos años en la primera fila de la investigación histórica, es sin
lugar a dudas la audacia e inteligencia con que cooperan los nuevos
historiadores con las ciencias sociales, logrando en los tiempos de Bloch y
Febvre federarlas alrededor de la historia, resistiendo después con éxito, esto
es, integrando sus descubrimientos, las acometidas de las disciplinas
emergentes, tal es el caso de Braudel en relación con el estructuralismo de
Lévi- Strauss, en opinión de Dosse. Pues bien, señala nuestro autor que el
precio final a pagar por la apropiación indebida de las ciencias sociales está
siendo la disolución de la historia es el seno de aquéllas, la asimilación
acrítica de sus temas, conceptos y metodologías, previa renuncia a aquello que
ha dado a la historia cierta primacía sobre la geografía, la sociología, la
economía o la antropología; explicar los hechos humanos como procesos globales
en el tiempo, proveyendo además a la sociedad contemporánea de una identidad
histórica colectiva.
Ciertamente tiene altos valedores entre los
nuevos historiadores de hoy la idea, derivada de la práctica más que de una
reflexión teórica como corresponde a una de las peores tradiciones de Annales,
de que la historia tendría que fusionarse con otras ciencias sociales para dar
lugar a un saber ecuménico, a una suerte de supervivencia, donde tal como están
las relaciones intercientíficas de fuerza en el momento presente parece
razonable descartar, si fuera factible un proyecto de ese tipo, que la historia
jugase en él un rol central.
Estimamos que François Dosse no pone, así y
todo, el acento necesario en evidenciar esta tendencia pesimista a borrar el
perfil de la historia como disciplina científica, fractura en la tradición de la nouvelle histoire de consecuencias
tanto o más graves que el abandono de la historia total (el eje de la crítica
de Dosse), a su vez paso previo para esa anunciada huida de nuevos
historiadores a otras ciencias sociales tras el señuelo de la novedad
científica: otra facilidad más para el retorno, bajo la bandera de la defensa
intransigente de la especificidad histórica, de las viejas formas de investigar
y contar el pasado.
El autor de L´histoire
en miettes resalta todavía otra discontinuidad vinculada
estrechamente con las anteriormente citadas: la ruptura de la relación pasado/
presente/ futuro clásica en Annales.
Interrogar al pasado desde el presente, al objeto de comprende científicamente
tanto el ayer como el hoy, y de crear una conciencia histórica con el fin de
contribuir a prever y construir un futuro mejor para los hombres: forma parte
de los paradigmas que hicieron que la
nouvelle histoire triunfara, es al fin y al cabo lo que distingue a
un historiador de un anticuario, argumenta justamente Dosse (pp. 63- 66).
Una historia sin el cambio, sin la recuperación
por el hombre, sin la búsqueda de explicaciones, lo que en definitiva es para
Dosse la nouvelle histoire de los
años 80, semeja estar al margen de las preocupaciones del hoy y de espaldas a
cualquier proyecto colectivo de futuro, pero a nuestro parecer esto es así sólo
en parte. Tras la apariencia de una
historia aséptica, neutral ante las inquietudes y las miserias de la
contemporaneidad, encontramos asimismo inspiradas en el presente otras
preguntas al tiempo pasado, otros deseos de influir con el quehacer histórico
en la actualidad y en la formación del porvenir, influjos que tienen un sentido
discrepante (útil toda vez que implica el planteamiento de nuevos problemas, o
al menos de viejos problemas pero de un forma nueva) con la voluntad de
progreso que animó desde su nacimiento a la
nouvelle histoire, pero no por ello inquietudes menos tributarias de
una íntima relación pasado/ presente /futuro. Un excelente ejemplo lo tenemos,
como no, en las preguntas, las respuestas y las intenciones de futuro que
encierra la conclusión de que ¨La Révolution française est terminée¨, y en
general la revisión en marcha de la historia de los hechos de 1789 elaborada
por Annales. Dosse critica
despiadadamente las conclusiones y el uso del concepto de historia inmóvil,
junto con los argumentos resucitados del pensamiento francés antijacobino,
tanto liberal como ultrarreaccionario, por parte de nuevos historiadores como
Furet, Richet, Chaussinand- Nogaret, Chaunu y Mona Ozouf, al objeto de dar la
vuelta a la versión annaliste
tradicional de la revolución de 1789 (pp. 248- 261). Evidenciando en
consecuencia la conexión de los historiadores que precisamente están rompiendo
con más determinación e impudor con el proyecto racionalista y movilizador de
los viejos Annales, con los
problemas ideológicos de la coyuntura actual.
François Dosse al hablar, en sus
conclusiones, de la recuperación de una historia ciencia del cambio, menciona
en un momento dado que ello ¨no depende tanto de los historiadores como del
movimiento social¨ (p. 271). Discrepamos con esto, no porque no encierre una
verdad (máxime teniendo en cuenta la fuerte ligazón historia- sociedad en
Francia), sino porque supone echar el balón fuera del campo de la historia y
los historiadores, pese a estar defendiendo los partidarios de la historia
global, empezando por el propio Dosse, su alternativa a la crisis de Annales como es natural mediante un debate
historiográfico. El caso es que en sociedades tan afectadas como Francia por la
crisis actual de la idea de progreso, verbigracia Gran Bretaña, Italia o la
propia España, la historia social y económica, la historia ¨móvil¨, no está
soportando una presión desnaturalizadora tan mayúscula como en Francia. La
verdad es que depende en primer término del historiador, más que de fuerzas
exteriores, el tipo de historia que aquél personalmente hace; así que los
historiadores franceses, para bien o para mal, imprimieron porque quisieron, es
la evidencia misma, un giro de 180º a su tradición historiográfica durante la
última década, había y hay varias alternativas de desarrollo de la nouvelle histoire.
François Dosse encuentra en un amplio grupo
de nuevos historiadores galos la continuidad de la obra de Marc Bloch, Lucien
Febvre, Georges Lefebvre, Ernest Labrousse y Fernand Braudel para los años
noventa, ¨una verdadera nueva historia¨, forma de entender y practicar la
historia que se diferencia netamente de la otra tendencia de Annales, objeto de la acerba crítica de
nuestro autor, cuya divergencia creciente de la tradición annaliste no hay que descartar que acabe
reforzando, aún no queriéndolo, la línea continuista, y viceversa.
Si Annales
pierde al final su identidad histórica como escuela parece difícil que mantenga
su plena capacidad de integración y la influencia nacional e internacional de
que viene disfrutando. François Dosse plantea incluso si no corre la historia
en Francia el riesgo de desaparecer como la zoología de ayer o de conocer una
crisis de marginalidad como la geografía (p. 265).
Los criterios utilizados por el autor para
identificar y seleccionar a los historiadores para él más representativos de la
tradición de Annales son dos: la
fidelidad a una historia global y la proximidad al materialismo histórico,
posicionamientos por otro lado interdependientes. Valorando en esta dirección
la puesta en práctica de una historia de las mentalidades vinculada a la
historia social, la historialización del antropológico, el entrelazamiento
dialéctico del tiempo corto y largo y de la coyuntura y de la estructura... Con
lo cual obtiene una lista: Georges Duby, Michel Vovelle, Jean Pierre Vernant,
Maurice Agulhon, Monique y Pierre Lévêque, Claude Mossé, y otros (pp 200- 202,
212- 215, 220- 223, 236- 237, 242).
A todo lo dicho el autor agrega como un rasgo
de esa verdadera nueva historia la urgencia por volver a la historia política y
al acontecimiento para que la historia pueda así conservar sus características
de ciencia del cambio, siendo consciente que esta orientación de la
investigación no pertenece a la tradición de la
nouvelle histoire sino todo lo contrario.
Sobre el retorno del acontecimiento da la
impresión de que existe un amplio consenso en Francia. Vimos cómo Coutau-
Begarie lo reivindicaba como el eje de su alternativa a Annales. Dosse aclara naturalmente que no
es cuestión de proclamar el regreso a la clásica historia acontecimental: ¨se
trata de hacer renacer el acontecimiento significante, unido a las estructuras
que lo han hecho posible, origen de la innovación...¨ (p. 272); posición en la
que profirió Le Goff en el prólogo a la edición de 1988 de la nouvelle histoire: ¨hacer en adelante
del acontecimiento la punta del iceberg, estudiándolo como cristalizador y
revelador de las estructuras¨ (p. 16). Así y todo, en el caso de que
verdaderamente los nuevos historiadores abandonen - o combinen- la
antropología, la historia cultural, la historia serial, etc., por una nueva
historia factual, no queda teórica y suficientemente claro para nosotros que el
regreso del acontecimiento no signifique una derrota más de Annales si a la vez persisten los
alejamientos de la historia social, de la historia global, de la historia
problema, de la historia como ciencia del cambio.
En la obra colectiva de 1978, antes citada, definitoria
de la nouvelle histoire se
encuentra la contribución de Guy Bois (¨Marxisme et nouvelle histoire¨), que
posiblemente el autor hoy ya no sostenga de la misma forma, pero cuya lectura
aconsejamos para comprender la relación del materialismo histórico con Annales, cosa que Coutau- Begarie sí hizo
en su obra desde el punto de vista contrario.
Creemos que la alternativa de Dosse precisa
de un desarrollo más profundo en dos aspectos que ocupan un lugar en demasía
subordinado en sus razonamientos: a) decir en primer lugar que la plena
recuperación de la historia como ciencia del cambio es inseparable del debate
sobre la teoría de la historia; por ejemplo, nos ha llamado la atención que
entre los criterios seleccionadores de los nuevos historiadores no incluya
Dosse explícitamente las posiciones de aquéllos hacia la historia social, vieja
deficiencia de Annales si
entendemos lo social no sólo como un concepto amplio - y ambiguo- que lo abarca
todo, sino que también y sobre todo a la manera de la historia social
anglosajona, lo que nos lleva inexcusablemente a la teoría de la historia como
ciencia del cambio social. b) La apreciación positiva de la capacidad
metodológicamente innovadora de Annales,
está más bien arrinconada, hasta infravalorada, por efecto del contexto
sumamente polémico del libro y también de las propias concepciones en este
sentido algo conservadoras del autor. Así tenemos que los historiadores
elegidos por Dosse como la verdadera nueva historia francesa por sus
concepciones globales y materialistas de la historia, ocupan en general
posiciones de vanguardia en el campo de la historia de las mentalidades y de la
antropología histórica, en la aplicación de métodos cuantitativos al análisis
histórico, etc., sin que esta circunstancia sea tenida debidamente en cuenta a
la hora de la evaluación.
Más de la mitad de las páginas de L´histoire en miettes están dedicadas a
pasar revista a las obras de la primera y la segunda generación de Annales. El balance final que hace el
autor es positivo. A sabiendas que por aquellos años dominaba la historia que
contaba las batallas y los hechos relevantes de grandes hombres, enfeudada a
fuentes narrativas, Dosse resalta sobremanera el significado de Annales como la fundación de una historia
de la base material sociedad, que construye hipótesis para su comprobación
empírica, que pretende una explicación global de la historia humana, pero
nuestro autor deja en un lugar subordinado la profunda renovación de métodos,
la innovación que implica una tan fructífera cooperación con las otras ciencias
sociales. Ciertamente Dosse, persona informada, no desconoce esto último,
reconoce el ¨profundo dinamismo de una escuela que se define por su apertura y
que permite acceder a nuevos objetos y a nuevos horizontes para alcanza un
nivel, particularmente rico, de la producción histórica¨ (pp. 264- 265),
capacidad innovadora que continúa -dice François Dosse- con la tercera
generación, pero luego al estudiar ésta no es del todo consecuente con dicho
reconocimiento, lo cual merma solidez a un libro que en general convence al
lector, sugiriéndole múltiples ideas y matices sobre la situación de la
historia en Francia, y también en España.
En la segunda parte del libro. dedicada a la
actual generación de nuevos historiadores, la negatividad del balance arrastra
por el suelo a la antropología histórica, la historia cuantitativa, la historia
de las mentalidades, a la larga duración. El autor, cada vez que, haciendo
honor a la rigurosidad de su ensayo, menciona el valor científico de los nuevos
territorios y métodos de investigación, añade que falta voluntad de síntesis,
de explicación, de racionalización, de conexión con una historia social y total
(pp. 188, 194, 198, 210), salvo excepciones, y lo sostiene con tanto énfasis -y
no vamos a negar aquí la base objetiva que tienen dichos ¨peros¨- que los
segundo desmiente a lo primero, y el lector infiere pues que no se deben seguir
unas direcciones de la investigación histórica tan arriesgadas, donde patinan
tan insignes y veteranos historiadores.
El resultado final es una imagen, una traza
metodológicamente conservadora que perjudica notablemente la tesis del libro de
Dosse, con el agravante de que la intención del autor es justamente la opuesta,
y que la posición historiográfica definida por él, próxima al marxismo,
representa, ya lo hemos visto, el contrapunto imprescindible al retroceso de la
historia francesa, a pesar de los avances metodológicos, a los tiempos
anteriores a la creación de Annales.
El materialismo histórico, proporciona,
directa o indirectamente, a la nouvelle
histoire una parte imprescindible de su capital científico y
renovador, conceptos operativos como la determinación económica y social, la
gente común como sujeto histórico, la lucha de clases, la historia total, en
resumen, un enfoque teórico de la historia sin el cual estamos convencidos de
que la historiografía francesa no habría logrado liberarse del empirismo y del
positivismo. Pero es preciso asimismo ver con claridad lo siguiente: las
innovaciones metodológicas más originales y características de Annales son fruto de una aptitud probada
para aprender de las demás ciencias sociales, revelan una gran audacia para
conquistar nuevos territorios y métodos para la historia. En suma, la hegemonía
conquistada por la nouvelle histoire
deriva de una feliz combinación -no exenta lógicamente de rivalidades y
conflictos- del referente materialista en la teoría y un vivo impulso renovador
en el método, convergencia que entraña cierto sincretismo y que dio lugar a un
equilibrio fructífero, creador, que ahora está apunto de perderse. La deuda de Annales con el marxismo es obvia, aunque
no lo es menos la deuda del marxismo con Annales,
o en sus proximidades, los historiadores marxistas investigan con una actitud
más abierta hacia lo nuevo, escudriñando todas las dimensiones de lo real,
compitiendo con éxito en los frentes avanzados de la investigación.
Hemos recogido y admitido críticas esenciales
de Dosse al último trayecto de Annales,
que podríamos caracterizar, de acuerdo con nuestra propia visión, mediante el
binomio desequilibrado de innovación sin teoría. Ahora bien, seamos objetivos y
justos: ¿cuántas veces se reduce el materialismo histórico a la defensa y
desarrollo de una teoría sin innovación?, mejor dicho, ¿cuántas veces la
innovación de la teoría marxista frena la innovación?. Aparte del carácter
dogmático del marxismo imperante en los tiempos de la formación de Annales (factor significativo para
entender cómo la innovación pudo exigir cierto distanciamiento de la teoría),
hay que decir que la propia fortaleza y racionalidad científica de su teoría
hace que el historiador marxista siempre vea con más facilidad y rigor que un
historiador de formación exclusivamente empírica (a quien no por eso le cuesta
menos trabajo el cambio de objetivos o técnicas), los peligros de temas y las
dificultades de métodos inéditos, no probados científicamente. Cuando nadie
mejor que el historiador formado teóricamente, frecuentemente marxista o
influido por el marxismo, para conseguir la síntesis entre los viejos y los
nuevos temas y métodos de la historia. La propia interdisciplinaridad básica
del marxismo como filosofía y metodología de las ciencias sociales, ¿no tendría
que favorecer la integración no mecánica en la historia materialista de los
descubrimientos y los métodos de otras disciplinas?. La enseñanza de Marx
integrando permanentemente, mientras vivió, los descubrimientos científicos en
su concepción y metodología de la historia y de la sociedad, no ha tenido una
continuidad clara en general entre los marxistas.
El caso del estudio histórico de las
superestructuras es paradigmático: mal se puede hablar de una historia total
sin atender y tratar de conocer lo que se llama ¨el tercer nivel¨. El marxismo
retrocede desde hace tiempo ante esta temática harto difícil para un enfoque
materialista, cuya investigación lo cierto es que urge. Como historiadores,
¿cómo no valorar entonces la constitución de una historia de las mentalidades, de
una antropología histórica y de una historia sociocultural por parte de la nouvelle histoire con la ayuda de las
ciencias humanas vecinas?. Hasta ese momento la historiografía había abortado
más que nada la superestructura política, institucional, estatal; los nuevos
historiadores franceses -no marxistas y marxistas- enfocan empero el análisis
de la superestructura de la sociedad civil, lo que abre entre otras cosas la
posibilidad de investigar el sujeto social de la historia en su globalidad.
En fin que el historiador no puede permanecer
indiferente al cómo y al por qué de los hechos del pasado; recordemos que la
innovación en el método y en los objetos
es una cualidad inherente al conocimiento científico; confundir lo nuevo
con la moda es un riesgo que el investigador tiene que asumir, y en el que no
es obligatorio caer, ciertamente no justifica el repliegue a la siempre
relativa seguridad del cómo y el qué de antaño.
La creciente orientación entre annalistes de practicar la renovación del
método rompiendo el referente teórico y la tradición de la escuela, no quiere
decir que sea correcto ni inevitable negar la innovación para preservar la
matriz constituyente de Annales.
Huyamos de la falsa alternativa: continuismo sin innovación o innovación sin
continuismo. Es viable, y Dosse también lo hace notar, una historia de las
mentalidades que a la vez sea historia social, o una antropología que a la vez
sea historia, como lo ha sido fusionar los métodos cuantitativos con los
cualitativos, claro que para dichas síntesis es ineluctable reforzar con la
investigación el componente conceptual y teórico para no perderse entre las
ramas de los árboles o entre los árboles del bosque: lo exige la dispersión -
en aumento- de los objetos, de las metodologías de las ciencias sociales y
disciplinas que inciden en la historia. Contrarrestar a las fuerzas centrífugas
con el fin de que la historia permanezca fiel a sí misma como ciencia social
autónoma, y reciba para ello el nuevo impulso que permite la actual riqueza de
posibilidades metodológicas, hace hoy más necesario que nunca desarrollar
conceptos generales y definir regularidades, yendo para ello al encuentro de la
tradición -materialista- de Annales.
Las condiciones externas auspician hoy la convergencia del historiador
profesional con una teoría marxista menos dogmática, más abierta a la
innovación y más dispuesta a afrontar sus asignaturas pendientes.
Sin una teoría explícita, organizada en la
mediad de lo posible en nociones y leyes que surjan y sobre todo se verifiquen
desde la realidad, cómo impedir que la
historia total haga agua al limitarse en el mejor de los casos a una
simple suma o yuxtaposición de ¨niveles¨, que por lo demás se están
multiplicando como hongos al subdividirse y parcelarse por mor de la eclosión
actual. Se va a plantear un doble y complicado problema de articulación:
primero la vieja cuestión de relacionar la vieja historia económica y social
con la nueva historia de lo mental y lo cultural, y segundo integrar en ese cuadro
de determinaciones los retours
que al parecer la nouvelle histoire
contempla y la realidad impone, es decir, la vuelta de la antigua temática
convenientemente remozada, la historia política, el acontecimiento, la
biografía y la mismísima historia narrativa. Por algo al comienzo de este
trabajo insistíamos en que no se puede desplazar del centro del debate
historiográfico la cuestión de la teoría de la historia y de la sociedad, así
como la justeza de la precursora visión de Josep Fontana al apuntar el teórico
como el mayor problema de los nuevos historiadores, la cuestión continuamente
pendiente de Annales.
Si consideramos el libro de François Dosse en
relación con el de Coutau- Begarie, encontramos en aquél el punto de vista de
un historiador, atento por consiguiente a las circunstancias sociales que
rodean las diferentes etapas de Annales
y a la evolución paralela de las ciencias sociales. El punto de vista de Dosse
está en buen grado situado en el interior de la
nouvelle histoire, cuya tradición reivindica, cuestionando su
trayectoria historiográfica reciente de una manera más directa y menos
encubierta que en el caso de Coutau- Begarie.
Dosse recoge -y cita- las aportaciones de Le phénomène ¨nouvelle histoire¨
analizando la escuela como un proyecto de poder e ideológico, pero el centro de
atención de su ensayo está en el debate de las ideas historiográficas y del rol
de la historia en el conjunto de las ciencias humanas y en la sociedad,
jerarquía en el debate que afecta naturalmente a su enfoque de la relación de
los nuevos historiadores con el poder y la ideología. Señala así su admiración
por un Braudel constructor (la VI section,
precedente de la actual EHESS; la
Maison des Sciences de l´Homme;
la influencia internacional de Annales)
llegando a decir de él que era un ¨hombre de acción más que un teórico¨ (pp.
125- 134). Y cuando, según su criterio, la ideología hace valer su peso en el
debate historiográfico no despacha éste diciendo que es un debate ideológico
sino que baja a la arena a discutir de historia. Este es el caso de la
evolución de François Furet (director desde 1984 del Institut Raymond Aron) y Denis Richet, junto con otros
destacados nuevos historiadores, desde la militancia activa en el PCF en los
años cincuenta al antimarxismo y a la ideología liberal que, siempre según
Dosse, hoy profesan; ¨el dios de ayer se ha convertido en diablo¨, asegura
nuestro autor (p. 227), el cual a continuación en otro lugar, en el capítulo
acerca de la historia inmóvil, hace crítica de los argumentos historiográficos
con que los dichos investigadores reinterpretan la revolución francesa, un caso
éste en todo caso extremo de las implicaciones actuales e ideológicas de una
polémica sobre un hecho histórico.
Por lo demás el autor de L´histoire en miettes inventa también al
adversario, como cuando subestima el contenido innovador de los últimos
trabajos de los nuevos historiadores. Nosotros mismo estamos dando asimismo al
lector una imagen de estos dos libros en función de su contenido... y de
nuestras propias ideas sobre Annales,
sus críticos y la historia. Lo cierto es que nos contentaríamos con haber
suscitado en quien esto lee el interés por las obras de Coutau- Begarie y
Dosse, esperando que saquen de sus estudios tantas enseñanzas como nosotros.
Francia fue históricamente, y aún sigue
siendo, un extraordinario escenario para observar el debate intelectual por el
alto nivel, la franqueza y la radicalidad de las posiciones en conflicto, así
como un buen termómetro de las crisis y evoluciones de la vida ideológica,
cultural y científica. Las transformaciones que hemos analizado de Annales en la década de los ochenta, el
propio crecimiento de la historiografía española y la competencia de otras
historiografías (en especial la historia social anglosajona), son factores que
han disminuido el influjo de la nouvelle
histoire en España -que fue decisivo en los años sesenta setenta-
como se ve en el poco eco que la historia de las mentalidades y la antropología
histórica están encontrando aquí; sin embargo, la polémica francesa -que
seguramente no ha hecho más que empezar- en absoluto nos es ajena, y no lo
decimos tan sólo por la continuidad de las relaciones entre historiadores a uno
y otro lado de los Pirineos, la cuestión es que mutatis mutandis el problema de fondo es el mismo acá y
allá, la crisis de Annales
refleja cabalmente la crisis de la historia y de las ciencias humanas, estado
crítico que de todas maneras corresponde a la situación cuasi normal de unas
disciplinas científicas vivas, que siendo ciencias sociales y humanas forman
parte también del cambiante mundo de hoy.
Concluyamos. ¿Hacia dónde va Annales?. Según se deduce de los dos
libros que hemos estudiado: hacia la desintegración. Y de ser verdad este
diagnóstico, que subyace en los planteamientos y análisis de los dos autores,
quedarían en pie desgajadas de la matriz annaliste
dos grandes corrientes -sin que eso de entrada signifique grupos organizados-,
con cierta coherencia en cuanto a concepciones de la historia: una continuista
respecto a las primeras generaciones de Annales
y en consecuencia más o menos cercana al materialismo histórico, y otra
rupturista respecto a los orígenes de Annales
y malgré elle más o menos cercana
a la historia tradicional. ¨Nuevas clasificaciones parece que se tengan que
llevar a cabo según nuevos criterios¨, vaticina Dosse p. 271). De cumplirse tal
hipótesis, Coutau- Begarie acabaría también viendo plasmarse en la realidad su
esquema preferido: los fundadores de Annales
vendrían a ser un patrimonio simbólico, objeto ornamental de los elogios de
todos los historiadores franceses, y el núcleo que dirige hoy Annales no representaría más que la
aglutinación interesada de un grupo de poder...
El oscurecimiento postrero de la identidad de
Annales lleva a Guy Bois a
escribir que la última aventura de Annales
¨anuncia una profunda y duradera regresión de la investigación histórica
francesa, y que eso no le cueste lugar, uno de los primeros, en la comunidad
científica internacional¨ (L´Avenç, núm. 100, 1987). Es decir, que no está
claro que de inmediato mejore la situación de la historia en Francia en caso de
que se consume el proceso de desnaturalización en curso, según Bois y otros
observadores.
La opción a la disgregación pasa por la
recomposición de los pedazos de la nouvelle
histoire; tarea que según nuestro criterio es la más deseable y las
más difícil. Tarea de titanes (o no, si tiene razón los que creen que la crisis
de la escuela no es para tanto) que traslada nuestra atención al equipo dirigente
de Annales, de su voluntad y capacidad para conseguir una síntesis de la
tradición y la renovación que resista las presiones de la coyuntura, depende
que se realice una de estas dos posibilidades: bien la nouvelle histoire fracasa y contempla cómo la historia
que derrotó en 1929 vuelve más fuerte que nunca a hombros incluso de gente
representativa de Annales, bien
la escuela es capaz de organizar un nuevo impulso que sólo será tal si recupera
la escuela su tradicional capacidad integradora (¨confrontación fraternal entre
sus diversos componentes¨, en palabras de Dosse, p. 237).
Georges Duby escribió en 1980 que ¨cincuenta
años después de la fundación de los Annales,
continúan el combate¨ (Mâle Moyen Age,
p. 264). Jacques Le Goff por su parte rechaza cualquier suerte de triunfalismo
sobre la situación presente de la nouvelle
histoire, asegura que ésta no ha ganado todavía, y reitera: ¨sí,
Lucien Febvre tiene todavía razón, ´los combates por la historia´ continúan¨
(prólogo a la edición de 1988 de La Nouvelle
Histoire). La duda que le asalta al observador interesado es si la
continuación del combate implica que los adversarios actuales de Annales,
colectivo del que Le Goff y Duby sólo son una parte, son los mismos adversarios
que tuvieron en su tiempo, y a los cuales vencieron en alianza con el
materialismo histórico, Bloch, Febvre, Lefebvre y Labrousse.