La �Nouvelle Histoire� y sus cr�ticos
Carlos Barros
Universidad de Santiago de Compostela
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La escuela de Annales es hoy piedra de esc�ndalo.
Para bien o para mal, los cambios de planteamientos - los actuales nuevos
historiadores defienden leg�timamente su derecho al cambio, avalados por la
historia de Annales-, acompa�ados de algunas fracturas y autoexclusiones, han
generado un ambiente cr�tico, incluso una imagen de inestabilidad, favorecida
por la desaparici�n de Fernand Braudel en 1985. Juzgamos de inter�s para el
historiador espa�ol examinar, de manera cr�tica, los t�rminos del debate en
curso a trav�s de dos textos representativos.��
Jacques Le Goff reconoce con franqueza el
hecho de la crisis de la escuela, y anota - pr�logo de 1988 a una nueva edici�n
de los principales art�culos de La Nouvelle
Histoire (1978)- que �los cr�ticos reprochan a menudo a los
historiadores de La Nouvelle Histoire
una cosa y su contrario�: ser y no ser fieles a la tradici�n historiogr�fica
iniciada en 1928 por Marc Bloch, Lucien Febvre y Georges Lefebvre. A�adamos
que, por lo regular, quienes critican lo primero no son ideol�gicamente los
mismos que quienes critican lo segundo, sino todo lo contrario.
Los dos libros que sirven de an�lisis para
nuestro esbozo de nuestro estado de la cuesti�n de Annales son: Herv� Contau- Begarie, Le ph�nom�ne �nouvelle histoire�. Strat�gie
et ideologie des nouveaux historiens, Par�s, Econ�mica, 1983; y Fran�ois Dosse, L�histoire en miettes. Des �Annales� � la �nouvelle
histoire�, Par�s, �ditions la D�couverte, 1987; traducci�n espa�ola,
La historia en migajas, Valencia,
Edicions Alfons el Magn�nim, 1989. Seg�n nuestro criterio estos dos ensayos
encarnan las dos corrientes cr�ticas que desde posiciones opuestas, si bien
coincidentes en algunos puntos, enjuician con gran dureza las posiciones de
poder, la coherencia y la obra de los historiadores que en el presente
protagonizan la escuela que desde hace sesenta a�os domina el panorama
historiogr�fico franc�s, habiendo renovado colosalmente la manera de hacer la
historia y obteniendo para Francia un enorme prestigio e influencia
internacional.
La nouvelle histoire est� siendo , por tanto,
el objeto creciente de la cr�tica, interna y externa, a lo largo de los a�os 80
- precisamente la d�cada en que se puede asemejar que asistimos a la
consagraci�n de muchos de la espada de Damocles de un gran signo de interrogaci�n
se cierne sobre su futuro inmediato, otros llegan m�s lejos y, habiendo formado
parte de ella, no consideran ya que Annales
exista como tal escuela. Esta crisis de Annales
-real, por eso tiene sus orquestadores- es preciso a todo esto enmarcarla en
cierta crisis de la historia en su conjunto, y a�n en la crisis de las ciencias
sociales; esta �ltima implica en especial a la nouvelle
histoire por tratarse de una escuela particularmente comprometida
con las disciplinas fronterizas de la historia.
Quienes seguimos viendo en Annales una fuente indispensable de
renovaci�n metodol�gica - un ejemplo reciente es la conquista de valiosos y
nuevos territorios de la historia de la mentalidades-, somos optimistas,
estamos convencidos de que se cumplir�n las previsiones de Le Goff en el citado
pr�logo: la actual pol�mica resultar� un nuevo impulso hacia delante; impulso
que sin duda sacar� a flote las profundas fidelidades a su propia historia que
permanecen bajo los cambios -presurosos a veces- de temas y enfoques. La
finalidad de este ensayo es contribuir, desde lejos, a que, degrad�ndose, no se
apague al est�mulo renovador annaliste
(en algunos campos de la investigaci�n hoy por hoy se revela indispensable) y,
desde cerca, a que la historiograf�a espa�ola sepa hoy como ayer aprender -
superando la copia simple� y seguidista
de temas y t�cnicas- de la audacia metodol�gica francesa, en el contexto actual
de� una mayor y diversificada relaci�n
con otras historiograf�as, como la anglosajona y la italiana.
Los libros de Coutau- Begarie y Dosse tienen
en com�n que los autores han nacido en la d�cada de los cincuenta , y por
a�adidura� enfocan m�s bien desde la
periferia generacional - con un atrevimiento que se agradece- el problema de
unos nuevos historiadores, cuyos planteamientos ya no lo son tanto a los ojos
de estos j�venes cr�ticos. Se aduce, y es cierto, que su criticismo es
excesivo, que pretenden dar lecciones y, sin embargo, �no han producido un s�lo
trabajo hist�rico aportando su piedra al edificio que los historiadores de
oficio, viejos y nuevos, construyen mediante el ejercicio de m�todos que no se
improvisan�, pero nos preguntamos si lo que nuestros autores han escrito por
extenso de forma clara, precisa y expl�cita, no es acaso lo que se rumorea por
los pasillos, lo que en suma piensan los historiadores muy cualificados (en los
dos libros abundan las citas al respecto) de la nouvelle histoire. Adem�s, c�mo negarle el valor a los
enfoques cr�ticos de quienes, en menor o mayor grado, representan a una cuarta
generaci�n de historiadores franceses; est� todav�a por ver si estos se
seguir�n considerando herederos y continuadores de Annales con el mismo entusiasmo y unanimidad, y por las
mismas razones, que los que se hicieron historiadores de oficio al calor del
clima cient�fico y social de los a�os 60 y 70.
La virtualidad del peligro de que la
identificaci�n de los historiadores con Annales
acabe perdiendo el viejo contenido en Francia, y m�s a�n en el extranjero, est�
en la intensidad con que la fuerzas centr�fugas vienen rompiendo la escuela de
Annales desde dentro: protagonistas muy significativos, por razones bien
diferentes, de la nouvelle histoire dan a menudo la
impresi�n de ubicarse m�s bien fuera que dentro. As�, en fecha tan temprana
como 1981, Fran�ois Furet escribe en Le
D�bat un provocador art�culo �en marge des Annales�, cuyo contenido
hay que decir corresponde perfectamente a su t�tulo, y cinco a�os despu�s es
Pierre Vilar quien confiesa en una entrevista con Fran�ois Dosse, acerca de la
escuela de Annales: �Elle est
morte!�. Si bien la manifestaci�n m�s espectacular de las disensiones en el
seno de la nouvelle histoire la podemos advertir claramente en este a�o de 1989
con motivo del Bicentenario de� la
Revoluci�n Francesa, uno de cuyos actores principales, Fran�ois Furet (ex-
presidente de la �cole des Hautes �tudes), ya se preguntaba en el rupturista
c�rculo que antes hemos mencionado si quedaba algo en com�n, veinticinco a�os
despu�s, entre los historiadores annalistes
de su generaci�n, aparte de las reminiscencias y sentimientos vividos
conjuntamente en la adolescencia tard�a en las filas del partido comunista,
militancia que, seg�n Furet, influy� en ellos m�s que �nuestra actividad de
historiadores en el marco de la �cole des
Hautes �tudes�. Afirmaci�n verdaderamente sorprendente viniendo de
un historiador profesional: sintom�tica de la an�mala situaci�n existente.
Furet, con tan peregrino argumento, desvaloriza la contribuci�n cient�fica de
Annales a la historiograf�a, intenta quiz�s as� justificar su distanciamiento
de la nouvelle histoire; el medio
utilizado es la t�pica y empobrecida treta de sustituir cuando conviene, el debate
cient�fico por el debate ideol�gico.
En fin, nos preguntamos si hoy extra�ar�a
tanto como en su tiempo una reflexi�n del tenor siguiente: �ver que la hora de
la escuela de los �Annales� ya han pasado, que el impulso renovador que
comunic� a la investigaci�n hist�rica europea se ha agotado�. Lo extraordinario
es que Josep Fontana arriesg� este diagn�stico en 1974 (a�o en que se public�
por primera vez en Recerques su
art�culo �Ascenso y decadencia de la escuela de los �Annales��), cuando todas
las voces eran de alabanza para la nouvelle
histoire, y despu�s de proclamarse �l mismo deudor de las ense�anzas
de los nuevos historiadores franceses como renovadores de los m�todos de la
historia, reconociendo su combate contra el historicismo �v�nementiel y la importancia de la
colaboraci�n que hab�an logrado con las disciplinas cient�ficas vecinas. A
rengl�n seguido de leer a Coutau- Begarie y a Dosse, el tono cr�tico empleado
por Fontana hace quince a�os resulta de verdad suave. La lucidez anticipatoria
del historiador catal�n que ahora hay que reconocer -se coincida o no con su
juicio sobre Annales -con la
misma energ�a con que anta�o se reprob� su posici�n cr�tica, se explica por su
acierto en identificar la mayor debilidad de Annales
como escuela historiogr�fica: la falta de una teor�a renovada de la historia y
de la sociedad que acompa�e a sus innovaciones metodol�gicas, viene a decir
Fontana de manera absoluta. La pluralidad de enfoques al respecto entre los
nuevos historiadores franceses y el propio paso del tiempo, nos obligan a
matizar: el retraso en hacerse realidad los riesgos de dispersi�n y decadencia
apuntados por Josep Fontana, guarda relaci�n - en nuestra opini�n- con que la
desvinculaci�n radical de la nouvelle
histoire de todo referente te�rico, en beneficio de un retorno al
positivismo, es algo que todav�a se est� produciendo en estos momentos; proceso
de deconstrucci�n que sobra decirlo est� en la base de la presente crisis de la
�cole...
Traemos a colaci�n esta temprana aportaci�n
de Fontana a la compresi�n de la crisis actual de Annales porque ilumina una insuficiencia de los libros
objeto de nuestro estudio, cuyos autores desatienden la relaci�n entre Annales - su formaci�n, desarrollo y
crisis-� y la o las teor�as de la historia.
Desde luego es as�, por propia confesi�n del autor, en Le Ph�nom�ne �nouvelle histoire� (aunque luego entra bajo cuerda en el
tema de fondo), pero algo de eso tambi�n pasa con L�histoire en miettes, pese a que Dosse enfoca la cr�tica
desde un �ngulo te�rico muy semejante al adoptado por Fontana.
El n�cleo dirigente de Annales hace honor a
la tradici�n cr�tica de la escuela, a los h�bitos de un pasado militante contra
la historia tradicional -lucha que para gran parte de sus componentes se
mantiene vigente-, cuando sensible al ambiente pol�mico que rodea desde hace un
tiempo a la nouvelle histoire, decide autocr�ticamente abrir un debate en las
p�ginas de la revista. El comit� de direcci�n de Annales anunci� (n�m. 2, marzo- abril 1988) la salida en
1989 de� un n�mero especial, con motivo
del sesenta aniversario de la revista, que recoger� �las reacciones y las
reflexiones� de los historiadores sobre dos puntos: los nuevos m�todos de
investigaci�n y las nuevas alianzas con las ciencias sociales. Paralelamente Le
Goff inform�, en el prefacio arriba mencionado, que en esa discusi�n el comit�
de direcci�n de Annales �se expresar� acerca del pasado y del presente y de la
�crisis� y propondr� sugerencias para el futuro�. Con todo, se hace notar la
ausencia de un tercer bloque tem�tico que aborde directamente el tema de la
crisis, es decir, el concepto, la teor�a o la filosof�a de la historia que
sostendr� la continuidad y el nuevo impulso de Annales
como escuela historiogr�fica, cuestiones que de un modo y otro est�n en el ojo
del hurac�n y que porque no est�n en un cuestionario no van a dejar de ocupar
un lugar central en la pol�mica. La fragmentaci�n creciente -que ya pocos niegan-
de la historia en m�ltiples objetos y m�todos, as� como la propuesta que est�
encima de la mesa de integrar sin m�s a la historia en las ciencias sociales
m�s pr�ximas, � no exigen una redefinici�n com�n, seg�n la nouvelle histoire, de la raz�n de ser
hoy del oficio de historiador m�s all� -mejor dicho m�s ac�- de sus m�todos y
objetos de trabajo?. �O es que se entiende que la crisis no afecta a la
concepci�n de la historia que en su d�a propuso -aunque sus fundadores no eran
fil�sofos de la historia- la nouvelle
histoire?. Sin una respuesta te�rica dudamos que resulte viable una
salida positiva de la crisis, y que genere la convicci�n y el consenso precisos
el nuevo tournant critique que la
direcci�n de Annales pretende y que la vieja escuela requiere en el umbral de
los a�os 90.
La verdad es que, como sabemos, la discusi�n
sobre la teor�a y la pr�ctica de los historiadores de Annales comenz� hace a�os, y uno de los
nudos gordianos del debate es, en efecto, dilucidar si en definitiva la escuela
va a salirse o no del carril que tendieron Bloch y Lefebvre, Braudel y
Labrousse. Seg�n parece la tendencia que est� ganando terreno es la de
considerar que Annales -patrimonio ahora, se dice, de todos los historiadores
franceses- ha conseguido ya sus objetivos (Pierre Chaunu: �las grandes
revoluciones son de ayer. Explotamos lo adquirido...�, Le D�bat, n�m. 23, 1983), el tren ha
llegado a su meta y ahora es preciso apartarlo un tanto -seguramente mucho- del
carril tradicional para gestionar la posici�n hegem�nica lograda y llevar hasta
sus �ltimas consecuencias (evidentemente , te�ricas) la innovaci�n metodol�gica
y la integraci�n de la historia con las ciencias sociales. En el otro extremo,
los partidarios de mantener a Annales
en el marco te�rico de una historia global y social, que no reniegue de la
herencia de la primera (Bloch, Febvre, Lefebvre) y� segunda (Braudel, Labrousse) generaci�n de la nouvelle histoire, ven en la salida de
la escuela del carril de la tradici�n de Annales:
un simple descarrilamiento. De hecho el libro de Dosse, publicado en 1987, �qu�
es si no un llamada de atenci�n, una reacci�n ante los avances de la corriente
disgregadora de la herencia annaliste?.
Por el contrario, la obra de Coutau- Begarie, publicada en 1983 aunque escrita
en 1980, anticipa aspectos cr�ticos destinados a tener cierto auge conforme
progres� la d�cada...
Un proyecto de poder
Herv� Coutau- Begarie inicia sus reflexiones
sobre la nouvelle histoire
quej�ndose de que como consecuencia de su triunfo nadie la someta a una cr�tica
global, barruntando que la unanimidad que rodea a Annales - en 1980- entra m�s
bien en la esfera de los sagrado. A continuaci�n se aplica a llenar ese vaci�
con tal �xito que en la �ltima p�gina del libro concluye �l mismo: �por primera
vez, la nouvelle histoire se
encuentra puesta en cuesti�n� (p. 320).
Aparte de su voluntad pionera de someter a Annales a la siempre necesaria cr�tica, la
originalidad del enfoque de Coutau- Begarie reside en que -lo manifiesta m�s de
una vez- no trata de hacer una cr�tica historiogr�fica de la escuela: pretende
clarificar qui�nes son y qu� hacen los nuevos historiadores; sustituye la
lectura historiogr�fica de sus obras por un an�lisis de sus ideas y actividades
siguiendo m�todos de la ciencia pol�tica, disciplina que presta al autor
(doctor en ciencias pol�ticas) en �objeto -estudio de un grupo- y su esquema de
explicaci�n en t�rminos de estrategia e ideolog�a� p. 25, esquema que
concretamente est� inspirado en el Cours
d�nalyse des id�ed politiques de Jean- Louis de Martres (p. 317). La
peculiar metodolog�a adoptada por el autor supone en consecuencia la mayor
virtud del libro... y tambi�n su mayor defecto.
Observar al observador, �no es acaso un
requisito cient�fico?. Est� muy generalizada la creencia (cuyo origen
ideol�gico, te�rico, hay que buscarlo indudablemente en la influencia, siempre
subestimada, del positivismo) de que los historiadores est�n en el limbo de los
justos. Raras veces se saca a la luz el contexto mental, social y de poder que
condiciona al historiador contempor�neo. Coutau- Begarie, con mayor o menor
fortuna, y desde luego con una intenci�n nada neutral, presta servicio de
mostrar la cara oculta de la nouvelle
histoire, de situar en su contexto ideol�gico e institucional a los
historiadores franceses, lo cual ayuda sin duda a comprender mejor las
circunstancias de sus obras. Concedamos en conclusi�n todo su valor a aquellos
aspectos de la realidad historiogr�fica sobre los que usualmente cae cierta ley
del silencio: las ideolog�as y las estrategias de poder de los historiadores.
Ahora bien, �es posible abordar seriamente la
cr�tica de una escuela de historiadores sin evaluar principalmente su
contribuci�n a la historiograf�a, su concepci�n del objeto y de los m�todos de
la profesi�n?. Por supuesto que no, es imposible, y nuestro autor que renuncia
expl�citamente a una lectura historiogr�fica de Annales, con todo el derecho del mundo, no deja de
cuestionar su epistemolog�a de la historia (siguiendo a Raymond Aron); no deja
de abogar por la historia positivista anterior al nacimiento de Annales, preconizando sin m�s la vuelta a
una historia narrativa, institucional, pol�tica, biogr�fica, diplom�tica,
militar (pp. 124, 171 ss., 193 ss., 197, 268, 296, 320); no deja de reivindicar
las escuelas alternativas a la nouvelle
histoire, Pierre Renouvin en historia de las relaciones
internacionales y Ronald Mousnier en historia institucional e historia social
(pp. 56-58, 124, 176-179, 302, 305, 320), echando un capote a todos los
excluidos, marginales y cr�ticos -y por descontado a los criticados -respecto a
la escuela hegem�nica en Francia, desde Pierre Gaxotte a Georges Lefebvre
(exclusi�n interna); convocando por consiguiente a toda la comunidad de
agraviados -muertos y vivos- por Annales
a lo largo de su historia, desde un enfoque historiogr�fico tradicional
actualizado, que concentra eficazmente los tiros del an�lisis en el estudio de la nouvelle histoire �como proyecto de poder.
Apunta pues Coutau- Begarie que los actuales annalistes no suelen citar a Georges
Lefebvre entre los fundadores de la escuela, no consider�ndose muchos de ellos
herederos de su obra. Siendo ello cierto, uno piensa inmediatamente que dicha
discriminaci�n es debida a la proximidad de Lefebvre al marxismo. De hecho, un
sector influyente de la �cole
est� combatiendo con gran furor la historia de la revoluci�n francesa elaborada
por Lefebvre, Soboul, Vovelle, etc., sin duda el aporte de mayor significaci�n
historiogr�fica e internacional de las tres generaciones de la nouvelle histoire a la historia social,
en un terreno donde Annales nunca
fue demasiado fuerte como la historia de las revoluciones, las revueltas y los
conflictos sociales. Pero no es por su aportaci�n como historiador social que Coutau-
Begarie, fiel siempre a sus preocupaciones historiogr�ficas, defiende a Georges
Lefebvre: lo hace por su fidelidad al relato y al acontecimiento, por su
cr�tica a los excesos del cuantitativismo, e incluso -dice el autor de Le ph�nom�ne �nouvelle histoire� (pp. 305-
306)- por la rehabilitaci�n que lleva a cabo de los positivistas, perdon�ndole
entonces su marxismo cuando -justifica- en aquel per�odo todos los nuevos
historiadores clamaban su admiraci�n por Marx. Adem�s Lefebvre -celebra-� se guarda bien de tomar al respecto una
decisi�n firme y completa (como en el caso de Pierre Vilar y otros).
La negativa formal de nuestro autor a
realizar una cr�tica historiogr�fica a Annales, cosa que despu�s
afortunadamente no cumple, le conduce inevitablemente a no hacer justicia a los
nuevos historiadores. Cuando se trata de reconocer prestigios: �todos los
historiadores franceses, y no s�lo los nuevos, conocen y utilizan los trabajos
de Bloch, Febvre, Braudel o Labrousse� (p. 191); cuando la cuesti�n es
impugnar, asevera que el proyecto de Annales,
desde su inicio, no se impone tanto por sus virtudes, espont�neamente, como por
su estrategia de poder, son unos �historiadores inteligentes� que supieron
conquistar el poder m�s que unos buenos historiadores que han conseguido ante
todo una hegemon�a intelectual, argumenta Coutau Begarie (pp. 16-17, 20-21). Su
an�lisis, aclara, no es hostil y no tiene por objeto rebajar sistem�ticamente a
los nuevos historiadores (pp 16- 17, 20- 21). Su an�lisis, aclara, no es hostil
y no tiene por objeto rebajar sistem�ticamente a los nuevos historiadores (pp.
27, 315), pero este objetivo desde luego el libro no lo alcanza. La decisi�n
previa de centrar el ensayo en ideolog�as y estrategias de poder (temas que constituyen
formalmente las dos terceras partes del libro), deforma la valoraci�n objetiva
de los m�ritos historiogr�ficos de Annales.
Y si un historiador no se le juzga primordialmente por sus obras como tal, por
el sentido de sus aportaciones al conocimiento hist�rico, sino por su status de
poder, por la tirada de sus libros o lo que es peor, por su ideolog�a, se le
est� rebajando, sea o no sea esa la intenci�n del cr�tico, que desprecia de ese
modo su propia obra. Dicho lo cual, reiterar que apreciamos la novedad y el
inter�s que extra�a para los historiadores el estudio de una escuela
historiogr�fica como un colectivo imbricado en la realidad actual.
La descripci�n de las posiciones conquistadas
por la nouvelle histoire en las
universidades, en las editoriales - el autor informa de la relaci�n de los
nuevos historiadores con cada una de ellas-, en los medios de comunicaci�n
social y en los manuales escolares, adem�s de hablar por supuesto de los
pilares fundamentales, la revista y la �cole
des Hautes �tudes en Sciences Sociales, le sirve a Coutau- Begarie
de base para detallar c�mo desde ciertas plataformas los nuevos historiadores
construyeron, seg�n �l, la historia a su gusto, practicando una pol�tica de
desvaloraciones, exclusiones y recuperaciones para consolidar su hegemon�a. Sin
embargo, para el historiador extranjero lo que destaca de todo lo anterior es
la ingente labor que supone obtener para la historia un papel tan se�ero no
s�lo en el mundo de la investigaci�n y de la universidad, sino tambi�n en los
medios intelectuales y, lo que es m�s dif�cil, entre la poblaci�n. Quienes
pensamos que el historiador tiene entre sus obligaciones profesionales y
sociales la divulgaci�n de sus conocimientos entre sus coet�neos , y sabemos en
este sentido los diversos impedimentos que existen, no podemos m�s que estimar
altamente el �xito de Annales al
lograr que los historiadores vayan sustituyendo a los literatos en el terreno
de la vulgarizaci�n hist�rica, que al mismo tiempo ha saltado en Francia del
papel impreso a la radio y a la televisi�n. Coutau- Begarie analiza con finura
los condicionamientos que implica una �historia a dos niveles�, investigaci�n y
divulgaci�n: nuevas jerarqu�as que dificultan la unidad entre la escuela,
cambios de contenido, etc. No obstante, el balance es positivo y
ejemplificador, aun siendo como lo somos plenamente conscientes - la
experiencia francesa tambi�n es en esto ilustrativa- del peligro de un
plegamiento excesivo del historiador a los favores del gran p�blico en
detrimento de la centralidad de su actividad cient�fica.
A partir�
de un esquema metodol�gico importado del �an�lisis de las ideas
pol�ticas�, consistente en estudiar la estrategia de toma del poder por parte
del grupo analizado, que por lo dem�s sobredetermina la ideolog�a subyacente,
Coutau- Begarie pp. 17-18) infiere el �xito de Annales
de la inteligencia estrat�gica de sus jefes, quienes -afirma- supieron
aprovechar el centralismo de la universidad francesa y la coyuntura favorable
de finales de los a�os 20 (crisis del positivismo, decadencia de la sociolog�a
durkheniana y de la geograf�a vidaliana), para imponer la nouvelle histoire, adaptando
posteriormente con habilidad el proyecto de la nueva escuela a la sucesi�n de
coyunturas de tipo intelectual y social, gui�ndose siempre por el norte de la
conquista del poder, previa acomodaci�n a la ideolog�a dominante.
El autor cita a Thomas S. Kuhn pero no tiene
en cuenta lo que �ste dice sobre las revoluciones cient�ficas; la ruptura epistemol�gica
que significaba la implantaci�n de Annales
en la comunidad de historiadores, tiene ante todo una explicaci�n cient�fica, y
esto es algo que nuestro cr�tico no quiere entender; en rigor habr�a que
invertir el sistema causal empleado por Coutau- Begarie para dilucidar el
triunfo de Annales, de modo que
el orden correcto ser�a: discurso cient�fico- ideolog�a- poder. La dimensi�n
estrat�gica e institucional del ascenso de la
nouvelle histoire tiene indudablemente una importancia grande pero
no es lo decisivo; sin inteligencia estrat�gica Annales no habr�a conquistado la hegemon�a - y todo proyecto
cient�fico es, en efecto, un proyecto de poder-, pero los historiadores sabemos
que la historia en general, y la historia de Annales
en particular, no se puede explicar como el efecto de un complot de grandes
hombres. Precisamente este es uno de los grandes paradigmas tradicionales que
sustituy� la nouvelle histoire (y
anteriormente el materialismo hist�rico).
Otros paradigmas fundadores de la nouvelle histoire que son cuestionados
por el autor, como consecuencia de su minusvaloraci�n - y eso lo distingue de
Dosse- de la contribuci�n cient�fica de las dos primeras generaciones de
Annales: la historia como ciencia social conduce -opina- a un cambio negativo
de naturaleza de la historia (pp. 56, 65), aplaudiendo Coutau- Begarie las
dudas que sobre el status cient�fico de la historia brotan �ltimamente entre
los nuevos historiadores (pp. 39- 42); acerca de la historia problema como
sustituto de la historia� relato, deja
claro que renunciar al relato es renunciar a la especificidad de la historia, y
que en cuanto a la utilizaci�n de conceptos la diferencia entre la historia
tradicional y la nouvelle histoire
es s�lo de grado, no viendo en la bandera de la historia problema un factor de
vitalidad sino de debilidad epistemol�gica (pp. 43- 52); el recurso a las
ciencias sociales tal como lo han planteado Annales
implica la sobreestimaci�n de las ciencias humanas, a las cuales no es
reducible la historia, argumenta el autor, que pone como ejemplo a �los
historiadores tradicionales que no introdujeron m�s que los elementos �tiles a
su investigaci�n mientras que los nuevos historiadores hicieron los pr�stamos
sobre una escala m�s amplia, con vistas a modificar la naturaleza de su
disciplina�(p. 56). Y en todos los casos, la motivaci�n suprema de los
planteamientos historiogr�ficos de Annales:
su utilidad estrat�gica para imponerse a la historia anteriormente dominante.
Coherente con su metodolog�a de trabajo,
Coutau- Begarie separa los dos c�rculos de influencia de la nouvelle histoire como dos caras
funcionalmente distintas: una nebulosa que engloba la casi totalidad de la
historiograf�a francesa alrededor del proyecto digamos te�rico, y un n�cleo
restringido cuya funci�n -elaborar y organizar la estrategia de poder- es
fundamental y explica el �xito de Annales;
la eficacia de la acci�n del n�cleo estar�a directamente relacionada con su
�invisibilidad� (pp. 315- 316). A continuaci�n el autor critica el
posicionamiento nuclear de �Jacques Le Goff y sus colaboradores que se
atribuyen el monopolio de la marca�, neg�ndole a estos herederos de Bloch,
Febvre, Braudel y Labrousse (Coutau- Begarie acostumbra tambi�n a olvidarse de
nombrar a Georges Lefebvre) el derecho de reivindicar como grupo un
patrimonio� que pertenece - insiste- a
los historiadores franceses (pp. 33, 192).
Sorprende un poco que el autor cite en
especial a Le Goff como cabeza de los herederos cuando, sin embargo, no le
nombra entre los m�s destacados de la tercera generaci�n de Annales (pp. 8,
284); posiblemente la raz�n est� en que Le Goff, a diferencia de Le Roy Ladurie
y Furet, no ha repudiado completamente el marxismo, seg�n cuenta el autor (p.
237 nota 632). Este concede un gran rol, que quiz�s parezca excesivo, a la
influencia del marxismo en los fundamentos de Annales,
en los nuevos historiadores de la primera y segunda generaci�n (pp. 233-234),
de forma que los representantes de la tercera generaci�n menos alejados de la
concepci�n materialista de la historia simbolizar�an un continuismo
historiogr�fico que con evidencia nuestro autor desaprueba.
Coutau- Begarie, m�s all� de las apariencias,
no aplica con todo en su bien estructurado ensayo un concepto de la ideolog�a
estrecho, peyorativo, pol�tico, sino que indaga la ideolog�a de Annales en su sentido m�s amplio, es
decir, ideas, valores, estructura conceptual (pp. 22- 23); y, consecuente con
su intenci�n de fondo que no es otra que cuestionar la hegemon�a de Annales, pone de vuelta y media el
concepto -se mete menos con los m�todos- de la historia propio de Annales. De ah� que el antimarxismo de
Coutau- Begarie responda a un inter�s historiogr�fico claro: refutar - en una
coyuntura ideol�gica favorable- un aspecto que se sabe capital del proyecto
te�rico original de la nouvelle histoire,
y ahondar por otro lado una fosa en el campo de los nuevos historiadores que
obviamente est� facilitando en camino de vuelta, bajo diversas formas, del modo
de hacer y entender la historia anterior a la revoluci�n annaliste.
Despu�s de hacer votos para que la historia
no pierda su especificidad, y quede reducida al rango de ciencia auxiliar de la
sociolog�a o de la antropolog�a (inquietud que compartimos, aunque no su
vertiente argumental retro, y que
en absoluto responde a las preocupaciones del sector ultrarevisionista de la nouvelle histoire), Coutau- Begarie se
mete a fondo con el concepto de historia total, a sabiendas de que �de todas
las caracter�sticas de la nouvelle histoire,
es la m�s frecuentemente dictada� (p. 92). Crasa contradicci�n, en apariencia,
porque el fin de la historia global quiere decir una historia en fragmentos,
cada uno de ellos relacionado -cuando no dominado por ella- con la
correspondiente ciencia social af�n, �c�mo va a conservar as� su especificidad
la historia?. Y no digamos la primac�a de Bloch o Braudel. Para el autor el
objetivo annaliste de una
historia total es por descontado una estrategia de poder, para desplazar y
combatir mejor a la historia pol�tica e institucional. Por lo dem�s -a�ade- la
historia total es algo imposible, ut�pico, que conviene abandonar
definitivamente (pp. 92- 100). Claro que, desde su punto de vista, el autor no
va desencaminado: desaparecida la historia global, la historia- historia en pie
con su preservada especificidad ser�a la gran historia tradicional... un
archipi�lago de peque�as �historias� nuevas.
La renuncia de Coutau- Begarie a estudiar las
obras maestras de los nuevos historiadores, le impide contrastar ante los
lectores los resultados obtenidos por Bloch, Febvre, Braudel y Vilar, por
ejemplo, a la hora de buscar explicaciones globales de las sociedades pasadas.
La ambici�n cient�fica del historiador de adquirir un enfoque global del objeto
de su investigaci�n encuentra obst�culos para su desenvolvimiento, es cierto,
pero no son cualitativamente mayores que los que tiene ante s� el conocimiento
hist�rico en general. Es curioso en cualquier caso que Coutau- Begarie
reconozca que la historia total �se encuentra de hecho reducida a los dominios
donde la problem�tica de las ciencias sociales es aplicable� (p. 125). La
pregunta pertinente es: �por qu� tan a menudo se niega a la historia un
referente v�lido como el enfoque global que sin embargo se considera v�lido
para sociolog�a� para la antropolog�a u
objeto preferente en las investigaciones interdisciplinares?.
El subcap�tulo que responde al t�tulo �la
ideolog�a de los nuevos historiadores� est� �ntegramente dedicado a la cr�tica
de aquellas orientaciones de la investigaci�n annaliste
que el autor considera m�s dependientes del materialismo hist�rico, sobre todo
la historia econ�mica y la historia de masas. Llama la atenci�n que la historia
social, �s�mbolo de la b�squeda de la totalidad� seg�n reconoce Coutau- Begarie,
especialidad historiogr�fica muy vinculada a la historia econ�mica y a la
historia del hombre com�n, no conste en dicho subcap�tulo �ideol�gico�,
mientras que s� parece, estrat�gicamente colocada, en el apartado de los puntos
fuertes de la nueva historia, aclarando el autor que es un territorio
compartido por Annales y la
escuela de Mousnier, la cual viene investigando una tem�tica pr�cticamente
abandonada por los nuevos historiadores: los conflictos y las revueltas
sociales. En general, el autor no aparenta estar descontento de la situaci�n de
la historia social en Francia.
Estamos de acuerdo con Coutau- Begarie, y con
los autores que cita, en cuanto a concebir la g�nesis de la nouvelle histoire inseparablemente de la
influencia del materialismo hist�rico; tal vez sea demasiado decir que en la
posguerra el marxismo devino �ideolog�a dominante�, pero es muy cierto, por
ejemplo, que parte de la segunda generaci�n annaliste
la concepci�n materialista de la historia fue si cabe a�n m�s tenida en cuenta
en una serie de� temas (pp. 232- 234).
Ahora bien, se infravalora de nuevo a los creadores de Annales y se manifiesta un escaso inter�s
por el debate historiogr�fico directo, y por las obras tanto de los fundadores
del marxismo como de los fundadores de Annales,
cuando se asegura que ducho influjo no ten�a un origen cient�fico- aseveraci�n
coherente con su opini�n de que la historia no es una ciencia social-, era
simplemente, dice el autor elevando lo circunstancial a categor�a principal, un
efecto inducido de la moda intelectual y del lugar ocupado por los marxistas en
la universidad francesa de aquellos a�os (p. 231).
En el fondo de sus planteamientos siempre
est� el prisma deformador que adopta Coutau- Begarie analizando ante todo la nouvelle histoire como una estrategia
de poder, el efecto directo es un sobredosis en cuanto a invenci�n del
adversario. Los hombres de Annales
son representados por nuestro cr�ticos m�s preocupados por la lucha por el
poder� y por mantenerse en �l, para la
cual desarrollan habilidades en realidad altamente valoradas por el autor, que
por su funci�n y trabajo cient�fico, que permanece as� devaluado, contra lo que
es norma en la sociedad francesa y en la continuidad cient�fica. La parcialidad
de toda posici�n pol�mica trae consigo cierta recreaci�n de la imagen del
�otro� , lo cual tiene de positivo que facilita la respuesta del adversario y
permite obtener el m�ximo de rendimiento en el debate, mas es frecuente que los
contendientes se propasen. As� se queja Coutau- Begarie de que a los nuevos
historiadores se les va la mano �al no oponer a la historia que ellos hacen una
historia puramente descriptiva y acontecimental que jam�s ha existido� p. 124);
lo que no es �bice para que �l mismo force
le trait al caricaturizar el materialismo hist�rico present�ndolo
como un determinismo econ�mico de tipo mec�nico que s�lo concibe el tiempo
linealmente, etc�tera, agregando que el marxismo es eso -que advierte, es
inaceptable para el historiador- o no es marxismo, seg�n Coutau- Begarie p. 228).
�No es moral e intelectualmente m�s correcto debatir sobre la base de lo que
hacen y dicen los historiadores marxistas?. No es extra�o que nuestro autor
eluda, de forma tan poco elegante, la pol�mica con los historiadores marxistas
realmente existentes: es muy dif�cil justificar la susodicha imagen deformada
bas�ndose en las investigaciones hist�ricas de Pierre Vilar, Guy Bois o Michel
Vovelle, o leyendo las elaboraciones te�ricas y metodol�gicas de Jerzy
Topolsky, Witold Kula o Jeoffrey Barra- clough, por poner algunos ejemplos.
Concluimos esta cr�tica volviendo a lo que
esbozamos en la introducci�n a este ensayo: la salida de la crisis de Annales pasa. conforme nuestra manera de
ver las cosas, por redefinir y revalidar los fundamentos cient�ficos de la
escuela, no s�lo en lo relativo a territorios y m�todos de investigaci�n, y
conexiones con las ciencias sociales, sino tambi�n tocante al concepto y a la
teor�a de la historia que caracterizaron en su origen y en su etapa ascendente
a �la
nouvelle histoire. �La herencia de Bloch, Febvre, Lefebvre,
Labrousse y Braudel es al respecto divisible?. Si la alianza sui generis, que
tambi�n es competencia, entre innovaci�n metodol�gica y teor�a marxista de la
historia que sustent� durante cincuenta a�os el �xito de Annales en la comunidad cient�fica primero
y en el conjunto de la sociedad despu�s, se rompe finalmente - lo que supone el
fin de su unidad como escuela, ya lo estamos viendo- al predominar la coyuntura
ideol�gica sobre la estructura cient�fica, la revisi�n sobre la tradici�n,
�mantendr� la nouvelle histoire
su hegemon�a?.
Desde la desaparici�n de Fernand Braudel,
sobreviviente jefe de fila de dificultosa sustituci�n - conforme ya hab�a
anotado Coutau- Begarie-, el futuro de la nueva historia es para algunos si
cabe m�s inquietante; nuestro autor no esconde sus preferencias acerca de la
nueva relaci�n de fuerzas que se insin�a, y previene: �La rehabilitaci�n del
relato, del acontecimiento y de la pol�tica ha comenzado�, emplazando a los nuevos
historiadores con una advertencia, sorprendente vista su oposici�n a conceder
un status cient�fico a Annales y a la historia: �la revoluci�n cient�fica que
la historia hoy necesita se har� con ellos o contra ellos�. Acabando as�, con
palabras de disuasi�n y combate, las trescientas veinte p�ginas de un libro
original, que honra a la cultura historiogr�fica francesa, de lectura
inexcusable, una obra sumamente cr�tica hacia los constructores� de Annales y sus herederos, cuyos
presupuestos y objetivos hay que ver, se coincida o no con ellos, como est�n
siendo crecientemente asumidos a su manera por el sector revisionista de la nouvelle histoire. Fran�ois Dosse, el
segundo cr�tico cuyos planteamientos vamos enseguida a apostillar, constataba
hace bien poco el avance �ltimo en Francia de la historia �v�nementielle, seg�n
la modalidad que defiende Coutau- Begarie (�Les �Annales� ne sont plus ce
qu�elles �taient�, L�historie, n�m.
121, abril de 1989).
La historia hecha pedazos
La tesis principal que Fran�ois Dosse
pretende demostrar en su libro L�histoire en
miettes es que la corriente ahora predominante en la escuela de Annales ha roto en aspectos capitales,
sobre todo en lo que respecta a la historia total como perspectiva de la
investigaci�n, con los fundadores de la
nouvelle histoire y que la �traici�n� a dicha herencia llega �hasta
el punto de que la historia se arriesga a perder su identidad� (p. 97 de la
edici�n espa�ola); esto �ltimo es la misma preocupaci�n que manifiesta Coutau-
Begarie, pero m�s �desde� Annales
que �contra� Annales. Con
independencia de que se concept�e ducha ruptura de la traici�n annaliste como un dato historiogr�fico
ben�fico o como un descarrilamiento hist�rico, la argumentaci�n de Dosse
convence en el sentido siguiente: dichas discontinuidades existen y tienen una
importancia cualitativa, si partimos de los postulados fijados en su momento
por Bloch, Febvre y Braudel.
Pasemos lista a los hitos. Dosse, de ese
desarrollo contradictorio con sus or�genes de los �ltimos Annales, no sin antes
advertir que, en nuestra opini�n, la negatividad con que se reputa el camino
seguido por la nouvelle histoire
en la �ltimo d�cada y el tono pol�mico de la obra, hacen que permanezcan
demasiado en un segundo plano los avances metodol�gicos y la conquista de
nuevos territorios que acompa�an al abandono de los m�todos y los territorios
tradicionales por parte de gran parte de los nuevos historiadores.
De la historia geogr�fica,
historia econ�mica e historia social a la historia de las mentalidades, la
historia cultural y la antropolog�a hist�rica.
El abandono de la investigaci�n de la base
material y social de la historia por el estudio de las superestructuras
mentales y culturales, sirve normalmente para encubrir, no para desvelar lo
real, acusa Dosse. Un sector importante de los nuevos historiadores renuncia
as� a dar una explicaci�n de conjunto de la realidad hist�rica: trasladan la
fuente de los cambios de lo social y lo pol�tico a las �lites culturales, donde
prevalece la historia lenta; autonomizan en suma el nivel de lo cultural y lo
mental respecto de la infraestructura de la sociedad. Fran�ois Dosse contempla
la sustituci�n de los social por lo cultural como un proceso de etnologizaci�n
de la historia, consecuencia a su vez de fen�menos de la coyuntura social y
cultural presente como la crisis de la idea de progreso, la visi�n
neorrom�ntica del pasado y la sustituci�n de los proyectos colectivos por las
vivencias individuales.
De la historia ciencia del
cambio a la historia inm�vil.
Para Marc Bloch y Lucien Febvre �la historia
es en esencia la ciencia del cambio�, oponi�ndose por ello al mito de los
fen�menos inm�viles (p. 96). M�s adelante, en respuesta a la ofensiva de la
antropolog�a estructural y al objeto de mantener a la historia en el centro de
las ciencias sociales, Fernand Braudel elabora y pone en pr�ctica el concepto
de larga duraci�n como una nueva dimensi�n temporal de los estudios hist�ricos,
adquisici�n que se transforma en Le Roy Ladurie en una historia inm�vil, donde
el cambio y la ruptura ya no son algo hist�ricamente significativo que debe
concentrar la atenci�n del investigador; inmovilizaci�n del tiempo hist�rico
que nos sit�a por consiguiente en las ant�podas de las ense�anzas de los Annales de los a�os treinta. En �ltimo
extremo esta concepci�n entronca con la idea - de origen filos�fico e
ideol�gico- hoy tan en boga, incluso entre historiadores� de oficio (!), del final de la historia.
Coincidimos con Dosse en que la historia o se mantiene como la ciencia del
cambio o pierde su entidad como disciplina cient�fica, pero al mismo tiempo
justo es apreciar el inter�s y la renovaci�n que supone el estudio realmente
hist�rico de los fen�menos de larga duraci�n y de las permanencias, es decir,
que la combinaci�n dial�ctica del tiempo corto, medio y largo al analizar los
hechos hist�ricos tambi�n entra�a un avance en la direcci�n de una historia
total, en l�nea con lo escrito por Michel Vovelle y otros.
De la historia humana a la
historia sin nombres.
Para Marc Bloch y Lucien Febvre la historia
es la �ciencia del hombre�. Paralelamente a la devaluaci�n del tiempo corto,
tiene lugar un creciente desinter�s, que Dosse pone de manifiesto, de la
nouvelle histoire hacia la intervenci�n humana de la historia. De nuevo Braudel
act�a de hombre- puente al negar, frente a lo dicho por la primera generaci�n,
que el hombre haya tenido alg�n papel relevante en el devenir hist�rico (pp.
120-124, 164- 165), y Emmanuel Le Roy�
ofrece como otras veces el ejemplo reciente m�s extremo del cambio de
orientaci�n con su historia del clima, una historia natural sin los hombres.
Insiste Dosse en c�mo la cuantificaci�n pura,
el tiempo inm�vil y lo mental inmutable reducen al hombre a un objeto pasivo de
la historia (p. 218); sin embargo, no valora quiz� suficientemente el
renacimiento del hombre -�desaparecido bajo los escombros de series...�- de la
mano de la antropolog�a hist�rica, declarada en este momento frente al pionero
de investigaci�n de la direcci�n de Annales,
aun admitiendo que sea todav�a un hombre pasivo (p. 181- 181). La complejidad
de una correcta evaluaci�n de la aportaci�n actual de Annales a la
historiograf�a la tenemos en este tema de una historia humana o no humana: Le
Roy Ladurie hace desaparecer al hombre al investigar el clima pero � acaso no
lo sit�a, en cierto sentido, en el centro de su indagaci�n antropol�gica en Montaillou, village occitan?.
De la historia problema a
una historia descriptiva neopositivista.
Con Bloch y Febvre pasamos de la historia
narrativa positivista de Langlois y Seignobos a una historia que no se contenta
con relatar al dictado de los documentos sino que plantea a estas preguntas,
utiliza un cuadro conceptual en la investigaci�n, organiz�ndose �sta en funci�n
de los problemas propuestos por el historiador. Jacques Le Goff. emplazado a
que definiese la escuela de Annales
con una palabra, resume: �la nueva historia es una historia problema� (pp. 73-
74).
Detecta Dosse dos v�as claramente distintas,
seguidas por diferentes historiadores, a trav�s de las cuales se est� volviendo
(en cuanto a preocuparse m�s por el c�mo y menos por el por qu�) a la historia
pre- Annales: a) la serializaci�n
que descompone lo real para describirlo emp�ricamente; fascinada por el hecho
bruto como �nico punto de partida y nivel de inteligibilidad; en resumen, un
claro renacimiento del neopositivismo (pp. 196- 197); b) el enfoque
antropol�gico que reducido a la descripci�n de la vida cotidiana, tanto mental
como material, de las gentes corrientes �se parece a la historia positiva en su
aspecto factual, s�lo que en otro campo, fuera de lo pol�tico� (p. 180); �de
desmembramiento del objeto hist�rico y de ruptura radical con la historia
social�: as� censura Dosse la nueva tem�tica de la vida privada �que se asemeja
a lo que, en otro tiempo, se llamaba la historia de las civilizaciones o de las
costumbres� (pp. 218- 219).
Ahora bien, tendr�amos que a�adir nosotros lo
siguiente: la descripci�n, sobre todo si es del hombre com�n - objeto de
investigaci�n ideol�gicamente olvidado por la historia positivista-, puede y
debe estar al servicio de un proyecto explicativo y conceptual de la historia,
que por supuesto no puede prescindir de lo factual y aun del relato; la cuantificaci�n,
entrelaza apropiadamente con un tratamiento cualitativo de los datos, ha
demostrado asazmente su utilidad para una historia que interrogue
cient�ficamente el pasado (v�ase si no la obra de Guy Bois); la antropolog�a
hist�rica permite m�s desarrollos que la mera descripci�n, tambi�n adiciona
dimensiones y posibilidades nuevas a la b�squeda de las respuestas que exigen
las hip�tesis explicativas, y puede hacer viable cierta perspectiva de un
historia total, y aun de una historia materialista (tenemos la referencia al
respecto de la antropolog�a social de Maurice Godelier o de la antropolog�a
materialista de Marvin Harris).
De la historia total a la
historia en migajas.
El proceso de deconstrucci�n de la nouvelle histoire tiene para Fran�ois
Dosse su m�xima expresi�n en la dispersi�n y la multiplicaci�n actual de
objetos, de m�todos de enfoques y de concepciones historiogr�ficas. La ruptura
del hilo conductor de la historia total o global, concepto clave lanzado en los
a�os treinta por Annales, al cual
Braudel y la segunda generaci�n de nuevos historiadores� -informa nuestro autor- tambi�n fueron fieles
(pp. 113- 114, 147- 148), resumir�a las restantes discontinuidades denunciadas
entre los a�os treinta� y� ochenta, significar�a la renuncia a buscar la
s�ntesis - y no digamos sistemas causales que restituyan interacciones- y el
abandono definitivo de toda preocupaci�n te�rica e incluso conceptual, en
beneficio de un empirismo y eclecticismo total, y, por el otro lado, en favor
de las ciencias sociales m�s potentes y seguras de su papel. La historia en
migajas, ruptura epistemol�gica que tendr�a en Pierre Nora su propagandista m�s
entusiasta y madrugador (pp. 188- 189), y que encontrar� en Foucault su base
te�rica (pp. 190 y ss.), simbolizar�a por tanto el estallido final -y por
descontado el fin de su cohesi�n como escuela - de la nouvelle histoire tal como la hemos conocido estos
�ltimos cincuenta o sesenta a�os. Esta parcelaci�n de la historia, la fractura
de un proyecto hist�rico movilizador como Annales,
es vista tambi�n por Dosse como un efecto de la fragmentaci�n �posmoderna� de
la sociedad de los ochenta, caracterizada por el repliegue individualista, la
erosi�n de las identidades sociales, la proliferaci�n de los �franceses sin
adhesiones�... (pp. 187, 242- 243).
La severidad del juicio del autor se apoya en
dos serias afirmaciones: 1) el discurso desmenbrador de la historia es hoy,
piensa Dosse, asumido por �la mayor parte del n�cleo dominante� de la escuela
de Annales; 2) el proyecto
hist�rico globalizante es �el fundamento mismo de la especificidad hist�rica�
(p. 270). De ser as� la sugestiva diversidad y abundancia de trabajos
hist�ricos que acompa�an al �estallido� de la historia en Francia, encubrir�a
realmente una huida hacia delante - como dice Dosse-� que bajo ning�n concepto compensar�a el
desdibujamiento de la identidad de la disciplina por obra de Annales y la p�rdida de la funci�n
estimulante que ha venido ejerciendo la escuela entre los historiadores
franceses y no franceses.
Historia y ciencias
sociales: de la primac�a a la disoluci�n.
Una causa principal del atractivo renovador
de Annales y de su capacidad para
permanecer largos a�os en la primera fila de la investigaci�n hist�rica, es sin
lugar a dudas la audacia e inteligencia con que cooperan los nuevos
historiadores con las ciencias sociales, logrando en los tiempos de Bloch y
Febvre federarlas alrededor de la historia, resistiendo despu�s con �xito, esto
es, integrando sus descubrimientos, las acometidas de las disciplinas
emergentes, tal es el caso de Braudel en relaci�n con el estructuralismo de
L�vi- Strauss, en opini�n de Dosse. Pues bien, se�ala nuestro autor que el
precio final a pagar por la apropiaci�n indebida de las ciencias sociales est�
siendo la disoluci�n de la historia es el seno de aqu�llas, la asimilaci�n
acr�tica de sus temas, conceptos y metodolog�as, previa renuncia a aquello que
ha dado a la historia cierta primac�a sobre la geograf�a, la sociolog�a, la
econom�a o la antropolog�a; explicar los hechos humanos como procesos globales
en el tiempo, proveyendo adem�s a la sociedad contempor�nea de una identidad
hist�rica colectiva.
Ciertamente tiene altos valedores entre los
nuevos historiadores de hoy la idea, derivada de la pr�ctica m�s que de una
reflexi�n te�rica como corresponde a una de las peores tradiciones de Annales,
de que la historia tendr�a que fusionarse con otras ciencias sociales para dar
lugar a un saber ecum�nico, a una suerte de supervivencia, donde tal como est�n
las relaciones intercient�ficas de fuerza en el momento presente parece
razonable descartar, si fuera factible un proyecto de ese tipo, que la historia
jugase en �l un rol central.
Estimamos que Fran�ois Dosse no pone, as� y
todo, el acento necesario en evidenciar esta tendencia pesimista a borrar el
perfil de la historia como disciplina cient�fica, fractura en la tradici�n de la nouvelle histoire de consecuencias
tanto o m�s graves que el abandono de la historia total (el eje de la cr�tica
de Dosse), a su vez paso previo para esa anunciada huida de nuevos
historiadores a otras ciencias sociales tras el se�uelo de la novedad
cient�fica: otra facilidad m�s para el retorno, bajo la bandera de la defensa
intransigente de la especificidad hist�rica, de las viejas formas de investigar
y contar el pasado.
El autor de L�histoire
en miettes resalta todav�a otra discontinuidad vinculada
estrechamente con las anteriormente citadas: la ruptura de la relaci�n pasado/
presente/ futuro cl�sica en Annales.
Interrogar al pasado desde el presente, al objeto de comprende cient�ficamente
tanto el ayer como el hoy, y de crear una conciencia hist�rica con el fin de
contribuir a prever y construir un futuro mejor para los hombres: forma parte
de los paradigmas que hicieron que la
nouvelle histoire triunfara, es al fin y al cabo lo que distingue a
un historiador de un anticuario, argumenta justamente Dosse (pp. 63- 66).
�
Una historia sin el cambio, sin la recuperaci�n
por el hombre, sin la b�squeda de explicaciones, lo que en definitiva es para
Dosse la nouvelle histoire de los
a�os 80, semeja estar al margen de las preocupaciones del hoy y de espaldas a
cualquier proyecto colectivo de futuro, pero a nuestro parecer esto es as� s�lo
en parte. Tras la� apariencia de una
historia as�ptica, neutral ante las inquietudes y las miserias de la
contemporaneidad, encontramos asimismo inspiradas en el presente otras
preguntas al tiempo pasado, otros deseos de influir con el quehacer hist�rico
en la actualidad y en la formaci�n del porvenir, influjos que tienen un sentido
discrepante (�til toda vez que implica el planteamiento de nuevos problemas, o
al menos de viejos problemas pero de un forma nueva) con la voluntad de
progreso que anim� desde su nacimiento a la
nouvelle histoire, pero no por ello inquietudes menos tributarias de
una �ntima relaci�n pasado/ presente /futuro. Un excelente ejemplo lo tenemos,
como no, en las preguntas, las respuestas y las intenciones de futuro que
encierra la conclusi�n de que �La R�volution fran�aise est termin�e�, y en
general la revisi�n en marcha de la historia de los hechos de 1789 elaborada
por Annales. Dosse critica
despiadadamente las conclusiones y el uso del concepto de historia inm�vil,
junto con los argumentos resucitados del pensamiento franc�s antijacobino,
tanto liberal como ultrarreaccionario, por parte de nuevos historiadores como
Furet, Richet, Chaussinand- Nogaret, Chaunu y Mona Ozouf, al objeto de dar la
vuelta a la versi�n annaliste
tradicional de la revoluci�n de 1789 (pp. 248- 261). Evidenciando en
consecuencia la conexi�n de los historiadores que precisamente est�n rompiendo
con m�s determinaci�n e impudor con el proyecto racionalista y movilizador de
los viejos Annales, con los
problemas ideol�gicos de la coyuntura actual.
Fran�ois Dosse al hablar, en sus
conclusiones, de la recuperaci�n de una historia ciencia del cambio, menciona
en un momento dado que ello �no depende tanto de los historiadores como del
movimiento social� (p. 271). Discrepamos con esto, no porque no encierre una
verdad (m�xime teniendo en cuenta la fuerte ligaz�n historia- sociedad en
Francia), sino porque supone echar el bal�n fuera del campo de la historia y
los historiadores, pese a estar defendiendo los partidarios de la historia
global, empezando por el propio Dosse, su alternativa a la crisis de Annales como es natural mediante un debate
historiogr�fico. El caso es que en sociedades tan afectadas como Francia por la
crisis actual de la idea de progreso, verbigracia Gran Breta�a, Italia o la
propia Espa�a, la historia social y econ�mica, la historia �m�vil�, no est�
soportando una presi�n desnaturalizadora tan may�scula como en Francia. La
verdad es que depende en primer t�rmino del historiador, m�s que de fuerzas
exteriores, el tipo de historia que aqu�l personalmente hace; as� que los
historiadores franceses, para bien o para mal, imprimieron porque quisieron, es
la evidencia misma, un giro de 180� a su tradici�n historiogr�fica durante la
�ltima d�cada, hab�a y hay varias alternativas de desarrollo de la nouvelle histoire.
Fran�ois Dosse encuentra en un amplio grupo
de nuevos historiadores galos la continuidad de la obra de Marc Bloch, Lucien
Febvre, Georges Lefebvre, Ernest Labrousse y Fernand Braudel para los a�os
noventa, �una verdadera nueva historia�, forma de entender y practicar la
historia que se diferencia netamente de la otra tendencia de Annales, objeto de la acerba cr�tica de
nuestro autor, cuya divergencia creciente de la tradici�n annaliste no hay que descartar que acabe
reforzando, a�n no queri�ndolo, la l�nea continuista, y viceversa.
Si Annales
pierde al final su identidad hist�rica como escuela parece dif�cil que mantenga
su plena capacidad de integraci�n y la influencia nacional e internacional de
que viene disfrutando. Fran�ois Dosse plantea incluso si no corre la historia
en Francia el riesgo de desaparecer como la zoolog�a de ayer o de conocer una
crisis de marginalidad como la geograf�a (p. 265).
Los criterios utilizados por el autor para
identificar y seleccionar a los historiadores para �l m�s representativos de la
tradici�n de Annales son dos: la
fidelidad a una historia global y la proximidad al materialismo hist�rico,
posicionamientos por otro lado interdependientes. Valorando en esta direcci�n
la puesta en pr�ctica de una historia de las mentalidades vinculada a la
historia social, la historializaci�n del antropol�gico, el entrelazamiento
dial�ctico del tiempo corto y largo y de la coyuntura y de la estructura... Con
lo cual obtiene una lista: Georges Duby, Michel Vovelle, Jean Pierre Vernant,
Maurice Agulhon, Monique y Pierre L�v�que, Claude Moss�, y otros (pp 200- 202,
212- 215, 220- 223, 236- 237, 242).
A todo lo dicho el autor agrega como un rasgo
de esa verdadera nueva historia la urgencia por volver a la historia pol�tica y
al acontecimiento para que la historia pueda as� conservar sus caracter�sticas
de ciencia del cambio, siendo consciente que esta orientaci�n de la
investigaci�n no pertenece a la tradici�n de la
nouvelle histoire sino todo lo contrario.
Sobre el retorno del acontecimiento da la
impresi�n de que existe un amplio consenso en Francia. Vimos c�mo Coutau-
Begarie lo reivindicaba como el eje de su alternativa a Annales. Dosse aclara naturalmente que no
es cuesti�n de proclamar el regreso a la cl�sica historia acontecimental: �se
trata de hacer renacer el acontecimiento significante, unido a las estructuras
que lo han hecho posible, origen de la innovaci�n...� (p. 272); posici�n en la
que profiri� Le Goff en el pr�logo a la edici�n de 1988 de la nouvelle histoire: �hacer en adelante
del acontecimiento la punta del iceberg, estudi�ndolo como cristalizador y
revelador de las estructuras� (p. 16). As� y todo, en el caso de que
verdaderamente los nuevos historiadores abandonen - o combinen- la
antropolog�a, la historia cultural, la historia serial, etc., por una nueva
historia factual, no queda te�rica y suficientemente claro para nosotros que el
regreso del acontecimiento no signifique una derrota m�s de Annales si a la vez persisten los
alejamientos de la historia social, de la historia global, de la historia
problema, de la historia como ciencia del cambio.
En la obra colectiva de 1978, antes citada, definitoria
de la nouvelle histoire se
encuentra la contribuci�n de Guy Bois (�Marxisme et nouvelle histoire�), que
posiblemente el autor hoy ya no sostenga de la misma forma, pero cuya lectura
aconsejamos para comprender la relaci�n del materialismo hist�rico con Annales, cosa que Coutau- Begarie s� hizo
en su obra desde el punto de vista contrario.
Creemos que la alternativa de Dosse precisa
de un desarrollo m�s profundo en dos aspectos que ocupan un lugar en demas�a
subordinado en sus razonamientos: a) decir en primer lugar que la plena
recuperaci�n de la historia como ciencia del cambio es inseparable del debate
sobre la teor�a de la historia; por ejemplo, nos ha llamado la atenci�n que
entre los criterios seleccionadores de los nuevos historiadores no incluya
Dosse expl�citamente las posiciones de aqu�llos hacia la historia social, vieja
deficiencia de Annales si
entendemos lo social no s�lo como un concepto amplio - y ambiguo- que lo abarca
todo, sino que tambi�n y sobre todo a la manera de la historia social
anglosajona, lo que nos lleva inexcusablemente a la teor�a de la historia como
ciencia del cambio social. b) La apreciaci�n positiva de la capacidad
metodol�gicamente innovadora de Annales,
est� m�s bien arrinconada, hasta infravalorada, por efecto del contexto
sumamente pol�mico del libro y tambi�n de las propias concepciones en este
sentido algo conservadoras del autor. As� tenemos que los historiadores
elegidos por Dosse como la verdadera nueva historia francesa por sus
concepciones globales y materialistas de la historia, ocupan en general
posiciones de vanguardia en el campo de la historia de las mentalidades y de la
antropolog�a hist�rica, en la aplicaci�n de m�todos cuantitativos al an�lisis
hist�rico, etc., sin que esta circunstancia sea tenida debidamente en cuenta a
la hora de la evaluaci�n.
M�s de la mitad de las p�ginas de L�histoire en miettes est�n dedicadas a
pasar revista a las obras de la primera y la segunda generaci�n de Annales. El balance final que hace el
autor es positivo. A sabiendas que por aquellos a�os dominaba la historia que
contaba las batallas y los hechos relevantes de grandes hombres, enfeudada a
fuentes narrativas, Dosse resalta sobremanera el significado de Annales como la fundaci�n de una historia
de la base material sociedad, que construye hip�tesis para su comprobaci�n
emp�rica, que pretende una explicaci�n global de la historia humana, pero
nuestro autor deja en un lugar subordinado la profunda renovaci�n de m�todos,
la innovaci�n que implica una tan fruct�fera cooperaci�n con las otras ciencias
sociales. Ciertamente Dosse, persona informada, no desconoce esto �ltimo,
reconoce el �profundo dinamismo de una escuela que se define por su apertura y
que permite acceder a nuevos objetos y a nuevos horizontes para alcanza un
nivel, particularmente rico, de la producci�n hist�rica� (pp. 264- 265),
capacidad innovadora que contin�a -dice Fran�ois Dosse- con la tercera
generaci�n, pero luego al estudiar �sta no es del todo consecuente con dicho
reconocimiento, lo cual merma solidez a un libro que en general convence al
lector, sugiri�ndole m�ltiples ideas y matices sobre la situaci�n de la
historia en Francia, y tambi�n en Espa�a.
En la segunda parte del libro. dedicada a la
actual generaci�n de nuevos historiadores, la negatividad del balance arrastra
por el suelo a la antropolog�a hist�rica, la historia cuantitativa, la historia
de las mentalidades, a la larga duraci�n. El autor, cada vez que, haciendo
honor a la rigurosidad de su ensayo, menciona el valor cient�fico de los nuevos
territorios y m�todos de investigaci�n, a�ade que falta voluntad de s�ntesis,
de explicaci�n, de racionalizaci�n, de conexi�n con una historia social y total
(pp. 188, 194, 198, 210), salvo excepciones, y lo sostiene con tanto �nfasis -y
no vamos a negar aqu� la base objetiva que tienen dichos �peros�- que los
segundo desmiente a lo primero, y el lector infiere pues que no se deben seguir
unas direcciones de la investigaci�n hist�rica tan arriesgadas, donde patinan
tan insignes y veteranos historiadores.
El resultado final es una imagen, una traza
metodol�gicamente conservadora que perjudica notablemente la tesis del libro de
Dosse, con el agravante de que la intenci�n del autor es justamente la opuesta,
y que la posici�n historiogr�fica definida por �l, pr�xima al marxismo,
representa, ya lo hemos visto, el contrapunto imprescindible al retroceso de la
historia francesa, a pesar de los avances metodol�gicos, a los tiempos
anteriores a la creaci�n de Annales.
El materialismo hist�rico, proporciona,
directa o indirectamente, a la nouvelle
histoire una parte imprescindible de su capital cient�fico y
renovador, conceptos operativos como la determinaci�n econ�mica y social, la
gente com�n como sujeto hist�rico, la lucha de clases, la historia total, en
resumen, un enfoque te�rico de la historia sin el cual estamos convencidos de
que la historiograf�a francesa no habr�a logrado liberarse del empirismo y del
positivismo. Pero es preciso asimismo ver con claridad lo siguiente: las
innovaciones metodol�gicas m�s originales y caracter�sticas de Annales son fruto de una aptitud probada
para aprender de las dem�s ciencias sociales, revelan una gran audacia para
conquistar nuevos territorios y m�todos para la historia. En suma, la hegemon�a
conquistada por la nouvelle histoire
deriva de una feliz combinaci�n -no exenta l�gicamente de rivalidades y
conflictos- del referente materialista en la teor�a y un vivo impulso renovador
en el m�todo, convergencia que entra�a cierto sincretismo y que dio lugar a un
equilibrio fruct�fero, creador, que ahora est� apunto de perderse. La deuda de Annales con el marxismo es obvia, aunque
no lo es menos la deuda del marxismo con Annales,
o en sus proximidades, los historiadores marxistas investigan con una actitud
m�s abierta hacia lo nuevo, escudri�ando todas las dimensiones de lo real,
compitiendo con �xito en los frentes avanzados de la investigaci�n.
Hemos recogido y admitido cr�ticas esenciales
de Dosse al �ltimo trayecto de Annales,
que podr�amos caracterizar, de acuerdo con nuestra propia visi�n, mediante el
binomio desequilibrado de innovaci�n sin teor�a. Ahora bien, seamos objetivos y
justos: �cu�ntas veces se reduce el materialismo hist�rico a la defensa y
desarrollo de una teor�a sin innovaci�n?, mejor dicho, �cu�ntas veces la
innovaci�n de la teor�a marxista frena la innovaci�n?. Aparte del car�cter
dogm�tico del marxismo imperante en los tiempos de la formaci�n de Annales (factor significativo para
entender c�mo la innovaci�n pudo exigir cierto distanciamiento de la teor�a),
hay que decir que la propia fortaleza y racionalidad cient�fica de su teor�a
hace que el historiador marxista siempre vea con m�s facilidad y rigor que un
historiador de formaci�n exclusivamente emp�rica (a quien no por eso le cuesta
menos trabajo el cambio de objetivos o t�cnicas), los peligros de temas y las
dificultades de m�todos in�ditos, no probados cient�ficamente. Cuando nadie
mejor que el historiador formado te�ricamente, frecuentemente marxista o
influido por el marxismo, para conseguir la s�ntesis entre los viejos y los
nuevos temas y m�todos de la historia. La propia interdisciplinaridad b�sica
del marxismo como filosof�a y metodolog�a de las ciencias sociales, �no tendr�a
que favorecer la integraci�n no mec�nica en la historia materialista de los
descubrimientos y los m�todos de otras disciplinas?. La ense�anza de Marx
integrando permanentemente, mientras vivi�, los descubrimientos cient�ficos en
su concepci�n y metodolog�a de la historia y de la sociedad, no ha tenido una
continuidad clara en general entre los marxistas.
El caso del estudio hist�rico de las
superestructuras es paradigm�tico: mal se puede hablar de una historia total
sin atender y tratar de conocer lo que se llama �el tercer nivel�. El marxismo
retrocede desde hace tiempo ante esta tem�tica harto dif�cil para un enfoque
materialista, cuya investigaci�n lo cierto es que urge. Como historiadores,
�c�mo no valorar entonces la constituci�n de una historia de las mentalidades, de
una antropolog�a hist�rica y de una historia sociocultural por parte de la nouvelle histoire con la ayuda de las
ciencias humanas vecinas?. Hasta ese momento la historiograf�a hab�a abortado
m�s que nada la superestructura pol�tica, institucional, estatal; los nuevos
historiadores franceses -no marxistas y marxistas- enfocan empero el an�lisis
de la superestructura de la sociedad civil, lo que abre entre otras cosas la
posibilidad de investigar el sujeto social de la historia en su globalidad.
En fin que el historiador no puede permanecer
indiferente al c�mo y al por qu� de los hechos del pasado; recordemos que la
innovaci�n en el m�todo y en los objetos�
es una cualidad inherente al conocimiento cient�fico; confundir lo nuevo
con la moda es un riesgo que el investigador tiene que asumir, y en el que no
es obligatorio caer, ciertamente no justifica el repliegue a la siempre
relativa seguridad del c�mo y el qu� de anta�o.
La creciente orientaci�n entre annalistes de practicar la renovaci�n del
m�todo rompiendo el referente te�rico y la tradici�n de la escuela, no quiere
decir que sea correcto ni inevitable negar la innovaci�n para preservar la
matriz constituyente de Annales.
Huyamos de la falsa alternativa: continuismo sin innovaci�n o innovaci�n sin
continuismo. Es viable, y Dosse tambi�n lo hace notar, una historia de las
mentalidades que a la vez sea historia social, o una antropolog�a que a la vez
sea historia, como lo ha sido fusionar los m�todos cuantitativos con los
cualitativos, claro que para dichas s�ntesis es ineluctable reforzar con la
investigaci�n el componente conceptual y te�rico para no perderse entre las
ramas de los �rboles o entre los �rboles del bosque: lo exige la dispersi�n -
en aumento- de los objetos, de las metodolog�as de las ciencias sociales y
disciplinas que inciden en la historia. Contrarrestar a las fuerzas centr�fugas
con el fin de que la historia permanezca fiel a s� misma como ciencia social
aut�noma, y reciba para ello el nuevo impulso que permite la actual riqueza de
posibilidades metodol�gicas, hace hoy m�s necesario que nunca desarrollar
conceptos generales y definir regularidades, yendo para ello al encuentro de la
tradici�n -materialista- de Annales.
Las condiciones externas auspician hoy la convergencia del historiador
profesional con una teor�a marxista menos dogm�tica, m�s abierta a la
innovaci�n y m�s dispuesta a afrontar sus asignaturas pendientes.
�
Sin una teor�a expl�cita, organizada en la
mediad de lo posible en nociones y leyes que surjan y sobre todo se verifiquen
desde la realidad, c�mo impedir que la�
historia total haga agua al limitarse en el mejor de los casos a una
simple suma o yuxtaposici�n de �niveles�, que por lo dem�s se est�n
multiplicando como hongos al subdividirse y parcelarse por mor de la eclosi�n
actual. Se va a plantear un doble y complicado problema de articulaci�n:
primero la vieja cuesti�n de relacionar la vieja historia econ�mica y social
con la nueva historia de lo mental y lo cultural, y segundo integrar en ese cuadro
de determinaciones los retours
que al parecer la nouvelle histoire
contempla y la realidad impone, es decir, la vuelta de la antigua tem�tica
convenientemente remozada, la historia pol�tica, el acontecimiento, la
biograf�a y la mism�sima historia narrativa. Por algo al comienzo de este
trabajo insist�amos en que no se puede desplazar del centro del debate
historiogr�fico la cuesti�n de la teor�a de la historia y de la sociedad, as�
como la justeza de la precursora visi�n de Josep Fontana al apuntar el te�rico
como el mayor problema de los nuevos historiadores, la cuesti�n continuamente
pendiente de Annales.
Si consideramos el libro de Fran�ois Dosse en
relaci�n con el de Coutau- Begarie, encontramos en aqu�l el punto de vista de
un historiador, atento por consiguiente a las circunstancias sociales que
rodean las diferentes etapas de Annales
y a la evoluci�n paralela de las ciencias sociales. El punto de vista de Dosse
est� en buen grado situado en el interior de la
nouvelle histoire, cuya tradici�n reivindica, cuestionando su
trayectoria historiogr�fica reciente de una manera m�s directa y menos
encubierta que en el caso de Coutau- Begarie.
Dosse recoge -y cita- las aportaciones de Le ph�nom�ne �nouvelle histoire�
analizando la escuela como un proyecto de poder e ideol�gico, pero el centro de
atenci�n de su ensayo est� en el debate de las ideas historiogr�ficas y del rol
de la historia en el conjunto de las ciencias humanas y en la sociedad,
jerarqu�a en el debate que afecta naturalmente a su enfoque de la relaci�n de
los nuevos historiadores con el poder y la ideolog�a. Se�ala as� su admiraci�n
por un Braudel constructor (la VI section,
precedente de la actual EHESS; la
Maison des Sciences de l�Homme;
la influencia internacional de Annales)
llegando a decir de �l que era un �hombre de acci�n m�s que un te�rico� (pp.
125- 134). Y cuando, seg�n su criterio, la ideolog�a hace valer su peso en el
debate historiogr�fico no despacha �ste diciendo que es un debate ideol�gico
sino que baja a la arena a discutir de historia. Este es el caso de la
evoluci�n de Fran�ois Furet (director desde 1984 del Institut Raymond Aron) y Denis Richet, junto con otros
destacados nuevos historiadores, desde la militancia activa en el PCF en los
a�os cincuenta al antimarxismo y a la ideolog�a liberal que, siempre seg�n
Dosse, hoy profesan; �el dios de ayer se ha convertido en diablo�, asegura
nuestro autor (p. 227), el cual a continuaci�n en otro lugar, en el cap�tulo
acerca de la historia inm�vil, hace cr�tica de los argumentos historiogr�ficos
con que los dichos investigadores reinterpretan la revoluci�n francesa, un caso
�ste en todo caso extremo de las implicaciones actuales e ideol�gicas de una
pol�mica sobre un hecho hist�rico.
Por lo dem�s el autor de L�histoire en miettes inventa tambi�n al
adversario, como cuando subestima el contenido innovador de los �ltimos
trabajos de los nuevos historiadores. Nosotros mismo estamos dando asimismo al
lector una imagen de estos dos libros en funci�n de su contenido... y de
nuestras propias ideas sobre Annales,
sus cr�ticos y la historia. Lo cierto es que nos contentar�amos con haber
suscitado en quien esto lee el inter�s por las obras de Coutau- Begarie y
Dosse, esperando que saquen de sus estudios tantas ense�anzas como nosotros.
Francia fue hist�ricamente, y a�n sigue
siendo, un extraordinario escenario para observar el debate intelectual por el
alto nivel, la franqueza y la radicalidad de las posiciones en conflicto, as�
como un buen term�metro de las crisis y evoluciones de la vida ideol�gica,
cultural y cient�fica. Las transformaciones que hemos analizado de Annales en la d�cada de los ochenta, el
propio crecimiento de la historiograf�a espa�ola y la competencia de otras
historiograf�as (en especial la historia social anglosajona), son factores que
han disminuido el influjo de la nouvelle
histoire en Espa�a -que fue decisivo en los a�os sesenta setenta-
como se ve en el poco eco que la historia de las mentalidades y la antropolog�a
hist�rica est�n encontrando aqu�; sin embargo, la pol�mica francesa -que
seguramente no ha hecho m�s que empezar- en absoluto nos es ajena, y no lo
decimos tan s�lo por la continuidad de las relaciones entre historiadores a uno
y otro lado de los Pirineos, la cuesti�n es que mutatis mutandis el problema de fondo es el mismo ac� y
all�, la crisis de Annales
refleja cabalmente la crisis de la historia y de las ciencias humanas, estado
cr�tico que de todas maneras corresponde a la situaci�n cuasi normal de unas
disciplinas cient�ficas vivas, que siendo ciencias sociales y humanas forman
parte tambi�n del cambiante mundo de hoy.
Concluyamos. �Hacia d�nde va Annales?. Seg�n se deduce de los dos
libros que hemos estudiado: hacia la desintegraci�n. Y de ser verdad este
diagn�stico, que subyace en los planteamientos y an�lisis de los dos autores,
quedar�an en pie desgajadas de la matriz annaliste
dos grandes corrientes -sin que eso de entrada signifique grupos organizados-,
con cierta coherencia en cuanto a concepciones de la historia: una continuista
respecto a las primeras generaciones de Annales
y en consecuencia m�s o menos cercana al materialismo hist�rico, y otra
rupturista respecto a los or�genes de Annales
y malgr� elle m�s o menos cercana
a la historia tradicional. �Nuevas clasificaciones parece que se tengan que
llevar a cabo seg�n nuevos criterios�, vaticina Dosse p. 271). De cumplirse tal
hip�tesis, Coutau- Begarie acabar�a tambi�n viendo plasmarse en la realidad su
esquema preferido: los fundadores de Annales
vendr�an a ser un patrimonio simb�lico, objeto ornamental de los elogios de
todos los historiadores franceses, y el n�cleo que dirige hoy Annales no representar�a m�s que la
aglutinaci�n interesada de un grupo de poder...
El oscurecimiento postrero de la identidad de
Annales lleva a Guy Bois a
escribir que la �ltima aventura de Annales
�anuncia una profunda y duradera regresi�n de la investigaci�n hist�rica
francesa, y que eso no le cueste lugar, uno de los primeros, en la comunidad
cient�fica internacional� (L�Aven�, n�m. 100, 1987). Es decir, que no est�
claro que de inmediato mejore la situaci�n de la historia en Francia en caso de
que se consume el proceso de desnaturalizaci�n en curso, seg�n Bois y otros
observadores.
La opci�n a la disgregaci�n pasa por la
recomposici�n de los pedazos de la nouvelle
histoire; tarea que seg�n nuestro criterio es la m�s deseable y las
m�s dif�cil. Tarea de titanes (o no, si tiene raz�n los que creen que la crisis
de la escuela no es para tanto) que traslada nuestra atenci�n al equipo dirigente
de Annales, de su voluntad y capacidad para conseguir una s�ntesis de la
tradici�n y la renovaci�n que resista las presiones de la coyuntura, depende
que se realice una de estas dos posibilidades: bien la nouvelle histoire fracasa y contempla c�mo la historia
que derrot� en 1929 vuelve m�s fuerte que nunca a hombros incluso de gente
representativa de Annales, bien
la escuela es capaz de organizar un nuevo impulso que s�lo ser� tal si recupera
la escuela su tradicional capacidad integradora (�confrontaci�n fraternal entre
sus diversos componentes�, en palabras de Dosse, p. 237).
Georges Duby escribi� en 1980 que �cincuenta
a�os despu�s de la fundaci�n de los Annales,
contin�an el combate� (M�le Moyen Age,
p. 264). Jacques Le Goff por su parte rechaza cualquier suerte de triunfalismo
sobre la situaci�n presente de la nouvelle
histoire, asegura que �sta no ha ganado todav�a, y reitera: �s�,
Lucien Febvre tiene todav�a raz�n, �los combates por la historia� contin�an�
(pr�logo a la edici�n de 1988 de La Nouvelle
Histoire). La duda que le asalta al observador interesado es si la
continuaci�n del combate implica que los adversarios actuales de Annales,
colectivo del que Le Goff y Duby s�lo son una parte, son los mismos adversarios
que tuvieron en su tiempo, y a los cuales vencieron en alianza con el
materialismo hist�rico, Bloch, Febvre, Lefebvre y Labrousse.