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La �Nouvelle Histoire� y sus cr�ticos

 

Carlos Barros
Universidad de Santiago de Compostela
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La escuela de Annales es hoy piedra de esc�ndalo. Para bien o para mal, los cambios de planteamientos - los actuales nuevos historiadores defienden leg�timamente su derecho al cambio, avalados por la historia de Annales-, acompa�ados de algunas fracturas y autoexclusiones, han generado un ambiente cr�tico, incluso una imagen de inestabilidad, favorecida por la desaparici�n de Fernand Braudel en 1985. Juzgamos de inter�s para el historiador espa�ol examinar, de manera cr�tica, los t�rminos del debate en curso a trav�s de dos textos representativos.��

 

Jacques Le Goff reconoce con franqueza el hecho de la crisis de la escuela, y anota - pr�logo de 1988 a una nueva edici�n de los principales art�culos de La Nouvelle Histoire (1978)- que �los cr�ticos reprochan a menudo a los historiadores de La Nouvelle Histoire una cosa y su contrario�: ser y no ser fieles a la tradici�n historiogr�fica iniciada en 1928 por Marc Bloch, Lucien Febvre y Georges Lefebvre. A�adamos que, por lo regular, quienes critican lo primero no son ideol�gicamente los mismos que quienes critican lo segundo, sino todo lo contrario.

 


Los dos libros que sirven de an�lisis para nuestro esbozo de nuestro estado de la cuesti�n de Annales son: Herv� Contau- Begarie, Le ph�nom�ne �nouvelle histoire�. Strat�gie et ideologie des nouveaux historiens, Par�s, Econ�mica, 1983; y Fran�ois Dosse, L�histoire en miettes. Des �Annales� � la �nouvelle histoire�, Par�s, �ditions la D�couverte, 1987; traducci�n espa�ola, La historia en migajas, Valencia, Edicions Alfons el Magn�nim, 1989. Seg�n nuestro criterio estos dos ensayos encarnan las dos corrientes cr�ticas que desde posiciones opuestas, si bien coincidentes en algunos puntos, enjuician con gran dureza las posiciones de poder, la coherencia y la obra de los historiadores que en el presente protagonizan la escuela que desde hace sesenta a�os domina el panorama historiogr�fico franc�s, habiendo renovado colosalmente la manera de hacer la historia y obteniendo para Francia un enorme prestigio e influencia internacional.

 

La nouvelle histoire est� siendo , por tanto, el objeto creciente de la cr�tica, interna y externa, a lo largo de los a�os 80 - precisamente la d�cada en que se puede asemejar que asistimos a la consagraci�n de muchos de la espada de Damocles de un gran signo de interrogaci�n se cierne sobre su futuro inmediato, otros llegan m�s lejos y, habiendo formado parte de ella, no consideran ya que Annales exista como tal escuela. Esta crisis de Annales -real, por eso tiene sus orquestadores- es preciso a todo esto enmarcarla en cierta crisis de la historia en su conjunto, y a�n en la crisis de las ciencias sociales; esta �ltima implica en especial a la nouvelle histoire por tratarse de una escuela particularmente comprometida con las disciplinas fronterizas de la historia.

 


Quienes seguimos viendo en Annales una fuente indispensable de renovaci�n metodol�gica - un ejemplo reciente es la conquista de valiosos y nuevos territorios de la historia de la mentalidades-, somos optimistas, estamos convencidos de que se cumplir�n las previsiones de Le Goff en el citado pr�logo: la actual pol�mica resultar� un nuevo impulso hacia delante; impulso que sin duda sacar� a flote las profundas fidelidades a su propia historia que permanecen bajo los cambios -presurosos a veces- de temas y enfoques. La finalidad de este ensayo es contribuir, desde lejos, a que, degrad�ndose, no se apague al est�mulo renovador annaliste (en algunos campos de la investigaci�n hoy por hoy se revela indispensable) y, desde cerca, a que la historiograf�a espa�ola sepa hoy como ayer aprender - superando la copia simpley seguidista de temas y t�cnicas- de la audacia metodol�gica francesa, en el contexto actual deuna mayor y diversificada relaci�n con otras historiograf�as, como la anglosajona y la italiana.

 


Los libros de Coutau- Begarie y Dosse tienen en com�n que los autores han nacido en la d�cada de los cincuenta , y por a�adiduraenfocan m�s bien desde la periferia generacional - con un atrevimiento que se agradece- el problema de unos nuevos historiadores, cuyos planteamientos ya no lo son tanto a los ojos de estos j�venes cr�ticos. Se aduce, y es cierto, que su criticismo es excesivo, que pretenden dar lecciones y, sin embargo, �no han producido un s�lo trabajo hist�rico aportando su piedra al edificio que los historiadores de oficio, viejos y nuevos, construyen mediante el ejercicio de m�todos que no se improvisan�, pero nos preguntamos si lo que nuestros autores han escrito por extenso de forma clara, precisa y expl�cita, no es acaso lo que se rumorea por los pasillos, lo que en suma piensan los historiadores muy cualificados (en los dos libros abundan las citas al respecto) de la nouvelle histoire. Adem�s, c�mo negarle el valor a los enfoques cr�ticos de quienes, en menor o mayor grado, representan a una cuarta generaci�n de historiadores franceses; est� todav�a por ver si estos se seguir�n considerando herederos y continuadores de Annales con el mismo entusiasmo y unanimidad, y por las mismas razones, que los que se hicieron historiadores de oficio al calor del clima cient�fico y social de los a�os 60 y 70.

 


La virtualidad del peligro de que la identificaci�n de los historiadores con Annales acabe perdiendo el viejo contenido en Francia, y m�s a�n en el extranjero, est� en la intensidad con que la fuerzas centr�fugas vienen rompiendo la escuela de Annales desde dentro: protagonistas muy significativos, por razones bien diferentes, de la nouvelle histoire dan a menudo la impresi�n de ubicarse m�s bien fuera que dentro. As�, en fecha tan temprana como 1981, Fran�ois Furet escribe en Le D�bat un provocador art�culo �en marge des Annales�, cuyo contenido hay que decir corresponde perfectamente a su t�tulo, y cinco a�os despu�s es Pierre Vilar quien confiesa en una entrevista con Fran�ois Dosse, acerca de la escuela de Annales: �Elle est morte!�. Si bien la manifestaci�n m�s espectacular de las disensiones en el seno de la nouvelle histoire la podemos advertir claramente en este a�o de 1989 con motivo del Bicentenario dela Revoluci�n Francesa, uno de cuyos actores principales, Fran�ois Furet (ex- presidente de la �cole des Hautes �tudes), ya se preguntaba en el rupturista c�rculo que antes hemos mencionado si quedaba algo en com�n, veinticinco a�os despu�s, entre los historiadores annalistes de su generaci�n, aparte de las reminiscencias y sentimientos vividos conjuntamente en la adolescencia tard�a en las filas del partido comunista, militancia que, seg�n Furet, influy� en ellos m�s que �nuestra actividad de historiadores en el marco de la �cole des Hautes �tudes�. Afirmaci�n verdaderamente sorprendente viniendo de un historiador profesional: sintom�tica de la an�mala situaci�n existente. Furet, con tan peregrino argumento, desvaloriza la contribuci�n cient�fica de Annales a la historiograf�a, intenta quiz�s as� justificar su distanciamiento de la nouvelle histoire; el medio utilizado es la t�pica y empobrecida treta de sustituir cuando conviene, el debate cient�fico por el debate ideol�gico.

 


En fin, nos preguntamos si hoy extra�ar�a tanto como en su tiempo una reflexi�n del tenor siguiente: �ver que la hora de la escuela de los �Annales� ya han pasado, que el impulso renovador que comunic� a la investigaci�n hist�rica europea se ha agotado�. Lo extraordinario es que Josep Fontana arriesg� este diagn�stico en 1974 (a�o en que se public� por primera vez en Recerques su art�culo �Ascenso y decadencia de la escuela de los �Annales��), cuando todas las voces eran de alabanza para la nouvelle histoire, y despu�s de proclamarse �l mismo deudor de las ense�anzas de los nuevos historiadores franceses como renovadores de los m�todos de la historia, reconociendo su combate contra el historicismo �v�nementiel y la importancia de la colaboraci�n que hab�an logrado con las disciplinas cient�ficas vecinas. A rengl�n seguido de leer a Coutau- Begarie y a Dosse, el tono cr�tico empleado por Fontana hace quince a�os resulta de verdad suave. La lucidez anticipatoria del historiador catal�n que ahora hay que reconocer -se coincida o no con su juicio sobre Annales -con la misma energ�a con que anta�o se reprob� su posici�n cr�tica, se explica por su acierto en identificar la mayor debilidad de Annales como escuela historiogr�fica: la falta de una teor�a renovada de la historia y de la sociedad que acompa�e a sus innovaciones metodol�gicas, viene a decir Fontana de manera absoluta. La pluralidad de enfoques al respecto entre los nuevos historiadores franceses y el propio paso del tiempo, nos obligan a matizar: el retraso en hacerse realidad los riesgos de dispersi�n y decadencia apuntados por Josep Fontana, guarda relaci�n - en nuestra opini�n- con que la desvinculaci�n radical de la nouvelle histoire de todo referente te�rico, en beneficio de un retorno al positivismo, es algo que todav�a se est� produciendo en estos momentos; proceso de deconstrucci�n que sobra decirlo est� en la base de la presente crisis de la �cole...

 

Traemos a colaci�n esta temprana aportaci�n de Fontana a la compresi�n de la crisis actual de Annales porque ilumina una insuficiencia de los libros objeto de nuestro estudio, cuyos autores desatienden la relaci�n entre Annales - su formaci�n, desarrollo y crisis-y la o las teor�as de la historia. Desde luego es as�, por propia confesi�n del autor, en Le Ph�nom�ne �nouvelle histoire� (aunque luego entra bajo cuerda en el tema de fondo), pero algo de eso tambi�n pasa con L�histoire en miettes, pese a que Dosse enfoca la cr�tica desde un �ngulo te�rico muy semejante al adoptado por Fontana.

 



El n�cleo dirigente de Annales hace honor a la tradici�n cr�tica de la escuela, a los h�bitos de un pasado militante contra la historia tradicional -lucha que para gran parte de sus componentes se mantiene vigente-, cuando sensible al ambiente pol�mico que rodea desde hace un tiempo a la nouvelle histoire, decide autocr�ticamente abrir un debate en las p�ginas de la revista. El comit� de direcci�n de Annales anunci� (n�m. 2, marzo- abril 1988) la salida en 1989 deun n�mero especial, con motivo del sesenta aniversario de la revista, que recoger� �las reacciones y las reflexiones� de los historiadores sobre dos puntos: los nuevos m�todos de investigaci�n y las nuevas alianzas con las ciencias sociales. Paralelamente Le Goff inform�, en el prefacio arriba mencionado, que en esa discusi�n el comit� de direcci�n de Annales �se expresar� acerca del pasado y del presente y de la �crisis� y propondr� sugerencias para el futuro�. Con todo, se hace notar la ausencia de un tercer bloque tem�tico que aborde directamente el tema de la crisis, es decir, el concepto, la teor�a o la filosof�a de la historia que sostendr� la continuidad y el nuevo impulso de Annales como escuela historiogr�fica, cuestiones que de un modo y otro est�n en el ojo del hurac�n y que porque no est�n en un cuestionario no van a dejar de ocupar un lugar central en la pol�mica. La fragmentaci�n creciente -que ya pocos niegan- de la historia en m�ltiples objetos y m�todos, as� como la propuesta que est� encima de la mesa de integrar sin m�s a la historia en las ciencias sociales m�s pr�ximas, � no exigen una redefinici�n com�n, seg�n la nouvelle histoire, de la raz�n de ser hoy del oficio de historiador m�s all� -mejor dicho m�s ac�- de sus m�todos y objetos de trabajo?. �O es que se entiende que la crisis no afecta a la concepci�n de la historia que en su d�a propuso -aunque sus fundadores no eran fil�sofos de la historia- la nouvelle histoire?. Sin una respuesta te�rica dudamos que resulte viable una salida positiva de la crisis, y que genere la convicci�n y el consenso precisos el nuevo tournant critique que la direcci�n de Annales pretende y que la vieja escuela requiere en el umbral de los a�os 90.

 

La verdad es que, como sabemos, la discusi�n sobre la teor�a y la pr�ctica de los historiadores de Annales comenz� hace a�os, y uno de los nudos gordianos del debate es, en efecto, dilucidar si en definitiva la escuela va a salirse o no del carril que tendieron Bloch y Lefebvre, Braudel y Labrousse. Seg�n parece la tendencia que est� ganando terreno es la de considerar que Annales -patrimonio ahora, se dice, de todos los historiadores franceses- ha conseguido ya sus objetivos (Pierre Chaunu: �las grandes revoluciones son de ayer. Explotamos lo adquirido...�, Le D�bat, n�m. 23, 1983), el tren ha llegado a su meta y ahora es preciso apartarlo un tanto -seguramente mucho- del carril tradicional para gestionar la posici�n hegem�nica lograda y llevar hasta sus �ltimas consecuencias (evidentemente , te�ricas) la innovaci�n metodol�gica y la integraci�n de la historia con las ciencias sociales. En el otro extremo, los partidarios de mantener a Annales en el marco te�rico de una historia global y social, que no reniegue de la herencia de la primera (Bloch, Febvre, Lefebvre) ysegunda (Braudel, Labrousse) generaci�n de la nouvelle histoire, ven en la salida de la escuela del carril de la tradici�n de Annales: un simple descarrilamiento. De hecho el libro de Dosse, publicado en 1987, �qu� es si no un llamada de atenci�n, una reacci�n ante los avances de la corriente disgregadora de la herencia annaliste?. Por el contrario, la obra de Coutau- Begarie, publicada en 1983 aunque escrita en 1980, anticipa aspectos cr�ticos destinados a tener cierto auge conforme progres� la d�cada...

 

Un proyecto de poder

 

Herv� Coutau- Begarie inicia sus reflexiones sobre la nouvelle histoire quej�ndose de que como consecuencia de su triunfo nadie la someta a una cr�tica global, barruntando que la unanimidad que rodea a Annales - en 1980- entra m�s bien en la esfera de los sagrado. A continuaci�n se aplica a llenar ese vaci� con tal �xito que en la �ltima p�gina del libro concluye �l mismo: �por primera vez, la nouvelle histoire se encuentra puesta en cuesti�n� (p. 320).

 

Aparte de su voluntad pionera de someter a Annales a la siempre necesaria cr�tica, la originalidad del enfoque de Coutau- Begarie reside en que -lo manifiesta m�s de una vez- no trata de hacer una cr�tica historiogr�fica de la escuela: pretende clarificar qui�nes son y qu� hacen los nuevos historiadores; sustituye la lectura historiogr�fica de sus obras por un an�lisis de sus ideas y actividades siguiendo m�todos de la ciencia pol�tica, disciplina que presta al autor (doctor en ciencias pol�ticas) en �objeto -estudio de un grupo- y su esquema de explicaci�n en t�rminos de estrategia e ideolog�a� p. 25, esquema que concretamente est� inspirado en el Cours d�nalyse des id�ed politiques de Jean- Louis de Martres (p. 317). La peculiar metodolog�a adoptada por el autor supone en consecuencia la mayor virtud del libro... y tambi�n su mayor defecto.

 


Observar al observador, �no es acaso un requisito cient�fico?. Est� muy generalizada la creencia (cuyo origen ideol�gico, te�rico, hay que buscarlo indudablemente en la influencia, siempre subestimada, del positivismo) de que los historiadores est�n en el limbo de los justos. Raras veces se saca a la luz el contexto mental, social y de poder que condiciona al historiador contempor�neo. Coutau- Begarie, con mayor o menor fortuna, y desde luego con una intenci�n nada neutral, presta servicio de mostrar la cara oculta de la nouvelle histoire, de situar en su contexto ideol�gico e institucional a los historiadores franceses, lo cual ayuda sin duda a comprender mejor las circunstancias de sus obras. Concedamos en conclusi�n todo su valor a aquellos aspectos de la realidad historiogr�fica sobre los que usualmente cae cierta ley del silencio: las ideolog�as y las estrategias de poder de los historiadores.

 

Ahora bien, �es posible abordar seriamente la cr�tica de una escuela de historiadores sin evaluar principalmente su contribuci�n a la historiograf�a, su concepci�n del objeto y de los m�todos de la profesi�n?. Por supuesto que no, es imposible, y nuestro autor que renuncia expl�citamente a una lectura historiogr�fica de Annales, con todo el derecho del mundo, no deja de cuestionar su epistemolog�a de la historia (siguiendo a Raymond Aron); no deja de abogar por la historia positivista anterior al nacimiento de Annales, preconizando sin m�s la vuelta a una historia narrativa, institucional, pol�tica, biogr�fica, diplom�tica, militar (pp. 124, 171 ss., 193 ss., 197, 268, 296, 320); no deja de reivindicar las escuelas alternativas a la nouvelle histoire, Pierre Renouvin en historia de las relaciones internacionales y Ronald Mousnier en historia institucional e historia social (pp. 56-58, 124, 176-179, 302, 305, 320), echando un capote a todos los excluidos, marginales y cr�ticos -y por descontado a los criticados -respecto a la escuela hegem�nica en Francia, desde Pierre Gaxotte a Georges Lefebvre (exclusi�n interna); convocando por consiguiente a toda la comunidad de agraviados -muertos y vivos- por Annales a lo largo de su historia, desde un enfoque historiogr�fico tradicional actualizado, que concentra eficazmente los tiros del an�lisis en el estudio de la nouvelle histoire como proyecto de poder.

 

Apunta pues Coutau- Begarie que los actuales annalistes no suelen citar a Georges Lefebvre entre los fundadores de la escuela, no consider�ndose muchos de ellos herederos de su obra. Siendo ello cierto, uno piensa inmediatamente que dicha discriminaci�n es debida a la proximidad de Lefebvre al marxismo. De hecho, un sector influyente de la �cole est� combatiendo con gran furor la historia de la revoluci�n francesa elaborada por Lefebvre, Soboul, Vovelle, etc., sin duda el aporte de mayor significaci�n historiogr�fica e internacional de las tres generaciones de la nouvelle histoire a la historia social, en un terreno donde Annales nunca fue demasiado fuerte como la historia de las revoluciones, las revueltas y los conflictos sociales. Pero no es por su aportaci�n como historiador social que Coutau- Begarie, fiel siempre a sus preocupaciones historiogr�ficas, defiende a Georges Lefebvre: lo hace por su fidelidad al relato y al acontecimiento, por su cr�tica a los excesos del cuantitativismo, e incluso -dice el autor de Le ph�nom�ne �nouvelle histoire� (pp. 305- 306)- por la rehabilitaci�n que lleva a cabo de los positivistas, perdon�ndole entonces su marxismo cuando -justifica- en aquel per�odo todos los nuevos historiadores clamaban su admiraci�n por Marx. Adem�s Lefebvre -celebra-se guarda bien de tomar al respecto una decisi�n firme y completa (como en el caso de Pierre Vilar y otros).

 


La negativa formal de nuestro autor a realizar una cr�tica historiogr�fica a Annales, cosa que despu�s afortunadamente no cumple, le conduce inevitablemente a no hacer justicia a los nuevos historiadores. Cuando se trata de reconocer prestigios: �todos los historiadores franceses, y no s�lo los nuevos, conocen y utilizan los trabajos de Bloch, Febvre, Braudel o Labrousse� (p. 191); cuando la cuesti�n es impugnar, asevera que el proyecto de Annales, desde su inicio, no se impone tanto por sus virtudes, espont�neamente, como por su estrategia de poder, son unos �historiadores inteligentes� que supieron conquistar el poder m�s que unos buenos historiadores que han conseguido ante todo una hegemon�a intelectual, argumenta Coutau Begarie (pp. 16-17, 20-21). Su an�lisis, aclara, no es hostil y no tiene por objeto rebajar sistem�ticamente a los nuevos historiadores (pp 16- 17, 20- 21). Su an�lisis, aclara, no es hostil y no tiene por objeto rebajar sistem�ticamente a los nuevos historiadores (pp. 27, 315), pero este objetivo desde luego el libro no lo alcanza. La decisi�n previa de centrar el ensayo en ideolog�as y estrategias de poder (temas que constituyen formalmente las dos terceras partes del libro), deforma la valoraci�n objetiva de los m�ritos historiogr�ficos de Annales. Y si un historiador no se le juzga primordialmente por sus obras como tal, por el sentido de sus aportaciones al conocimiento hist�rico, sino por su status de poder, por la tirada de sus libros o lo que es peor, por su ideolog�a, se le est� rebajando, sea o no sea esa la intenci�n del cr�tico, que desprecia de ese modo su propia obra. Dicho lo cual, reiterar que apreciamos la novedad y el inter�s que extra�a para los historiadores el estudio de una escuela historiogr�fica como un colectivo imbricado en la realidad actual.

 

La descripci�n de las posiciones conquistadas por la nouvelle histoire en las universidades, en las editoriales - el autor informa de la relaci�n de los nuevos historiadores con cada una de ellas-, en los medios de comunicaci�n social y en los manuales escolares, adem�s de hablar por supuesto de los pilares fundamentales, la revista y la �cole des Hautes �tudes en Sciences Sociales, le sirve a Coutau- Begarie de base para detallar c�mo desde ciertas plataformas los nuevos historiadores construyeron, seg�n �l, la historia a su gusto, practicando una pol�tica de desvaloraciones, exclusiones y recuperaciones para consolidar su hegemon�a. Sin embargo, para el historiador extranjero lo que destaca de todo lo anterior es la ingente labor que supone obtener para la historia un papel tan se�ero no s�lo en el mundo de la investigaci�n y de la universidad, sino tambi�n en los medios intelectuales y, lo que es m�s dif�cil, entre la poblaci�n. Quienes pensamos que el historiador tiene entre sus obligaciones profesionales y sociales la divulgaci�n de sus conocimientos entre sus coet�neos , y sabemos en este sentido los diversos impedimentos que existen, no podemos m�s que estimar altamente el �xito de Annales al lograr que los historiadores vayan sustituyendo a los literatos en el terreno de la vulgarizaci�n hist�rica, que al mismo tiempo ha saltado en Francia del papel impreso a la radio y a la televisi�n. Coutau- Begarie analiza con finura los condicionamientos que implica una �historia a dos niveles�, investigaci�n y divulgaci�n: nuevas jerarqu�as que dificultan la unidad entre la escuela, cambios de contenido, etc. No obstante, el balance es positivo y ejemplificador, aun siendo como lo somos plenamente conscientes - la experiencia francesa tambi�n es en esto ilustrativa- del peligro de un plegamiento excesivo del historiador a los favores del gran p�blico en detrimento de la centralidad de su actividad cient�fica.

 


A partirde un esquema metodol�gico importado del �an�lisis de las ideas pol�ticas�, consistente en estudiar la estrategia de toma del poder por parte del grupo analizado, que por lo dem�s sobredetermina la ideolog�a subyacente, Coutau- Begarie pp. 17-18) infiere el �xito de Annales de la inteligencia estrat�gica de sus jefes, quienes -afirma- supieron aprovechar el centralismo de la universidad francesa y la coyuntura favorable de finales de los a�os 20 (crisis del positivismo, decadencia de la sociolog�a durkheniana y de la geograf�a vidaliana), para imponer la nouvelle histoire, adaptando posteriormente con habilidad el proyecto de la nueva escuela a la sucesi�n de coyunturas de tipo intelectual y social, gui�ndose siempre por el norte de la conquista del poder, previa acomodaci�n a la ideolog�a dominante.

 

El autor cita a Thomas S. Kuhn pero no tiene en cuenta lo que �ste dice sobre las revoluciones cient�ficas; la ruptura epistemol�gica que significaba la implantaci�n de Annales en la comunidad de historiadores, tiene ante todo una explicaci�n cient�fica, y esto es algo que nuestro cr�tico no quiere entender; en rigor habr�a que invertir el sistema causal empleado por Coutau- Begarie para dilucidar el triunfo de Annales, de modo que el orden correcto ser�a: discurso cient�fico- ideolog�a- poder. La dimensi�n estrat�gica e institucional del ascenso de la nouvelle histoire tiene indudablemente una importancia grande pero no es lo decisivo; sin inteligencia estrat�gica Annales no habr�a conquistado la hegemon�a - y todo proyecto cient�fico es, en efecto, un proyecto de poder-, pero los historiadores sabemos que la historia en general, y la historia de Annales en particular, no se puede explicar como el efecto de un complot de grandes hombres. Precisamente este es uno de los grandes paradigmas tradicionales que sustituy� la nouvelle histoire (y anteriormente el materialismo hist�rico).

 

Otros paradigmas fundadores de la nouvelle histoire que son cuestionados por el autor, como consecuencia de su minusvaloraci�n - y eso lo distingue de Dosse- de la contribuci�n cient�fica de las dos primeras generaciones de Annales: la historia como ciencia social conduce -opina- a un cambio negativo de naturaleza de la historia (pp. 56, 65), aplaudiendo Coutau- Begarie las dudas que sobre el status cient�fico de la historia brotan �ltimamente entre los nuevos historiadores (pp. 39- 42); acerca de la historia problema como sustituto de la historiarelato, deja claro que renunciar al relato es renunciar a la especificidad de la historia, y que en cuanto a la utilizaci�n de conceptos la diferencia entre la historia tradicional y la nouvelle histoire es s�lo de grado, no viendo en la bandera de la historia problema un factor de vitalidad sino de debilidad epistemol�gica (pp. 43- 52); el recurso a las ciencias sociales tal como lo han planteado Annales implica la sobreestimaci�n de las ciencias humanas, a las cuales no es reducible la historia, argumenta el autor, que pone como ejemplo a �los historiadores tradicionales que no introdujeron m�s que los elementos �tiles a su investigaci�n mientras que los nuevos historiadores hicieron los pr�stamos sobre una escala m�s amplia, con vistas a modificar la naturaleza de su disciplina�(p. 56). Y en todos los casos, la motivaci�n suprema de los planteamientos historiogr�ficos de Annales: su utilidad estrat�gica para imponerse a la historia anteriormente dominante.

 

Coherente con su metodolog�a de trabajo, Coutau- Begarie separa los dos c�rculos de influencia de la nouvelle histoire como dos caras funcionalmente distintas: una nebulosa que engloba la casi totalidad de la historiograf�a francesa alrededor del proyecto digamos te�rico, y un n�cleo restringido cuya funci�n -elaborar y organizar la estrategia de poder- es fundamental y explica el �xito de Annales; la eficacia de la acci�n del n�cleo estar�a directamente relacionada con su �invisibilidad� (pp. 315- 316). A continuaci�n el autor critica el posicionamiento nuclear de �Jacques Le Goff y sus colaboradores que se atribuyen el monopolio de la marca�, neg�ndole a estos herederos de Bloch, Febvre, Braudel y Labrousse (Coutau- Begarie acostumbra tambi�n a olvidarse de nombrar a Georges Lefebvre) el derecho de reivindicar como grupo un patrimonioque pertenece - insiste- a los historiadores franceses (pp. 33, 192).

 


Sorprende un poco que el autor cite en especial a Le Goff como cabeza de los herederos cuando, sin embargo, no le nombra entre los m�s destacados de la tercera generaci�n de Annales (pp. 8, 284); posiblemente la raz�n est� en que Le Goff, a diferencia de Le Roy Ladurie y Furet, no ha repudiado completamente el marxismo, seg�n cuenta el autor (p. 237 nota 632). Este concede un gran rol, que quiz�s parezca excesivo, a la influencia del marxismo en los fundamentos de Annales, en los nuevos historiadores de la primera y segunda generaci�n (pp. 233-234), de forma que los representantes de la tercera generaci�n menos alejados de la concepci�n materialista de la historia simbolizar�an un continuismo historiogr�fico que con evidencia nuestro autor desaprueba.

 

Coutau- Begarie, m�s all� de las apariencias, no aplica con todo en su bien estructurado ensayo un concepto de la ideolog�a estrecho, peyorativo, pol�tico, sino que indaga la ideolog�a de Annales en su sentido m�s amplio, es decir, ideas, valores, estructura conceptual (pp. 22- 23); y, consecuente con su intenci�n de fondo que no es otra que cuestionar la hegemon�a de Annales, pone de vuelta y media el concepto -se mete menos con los m�todos- de la historia propio de Annales. De ah� que el antimarxismo de Coutau- Begarie responda a un inter�s historiogr�fico claro: refutar - en una coyuntura ideol�gica favorable- un aspecto que se sabe capital del proyecto te�rico original de la nouvelle histoire, y ahondar por otro lado una fosa en el campo de los nuevos historiadores que obviamente est� facilitando en camino de vuelta, bajo diversas formas, del modo de hacer y entender la historia anterior a la revoluci�n annaliste.

 

Despu�s de hacer votos para que la historia no pierda su especificidad, y quede reducida al rango de ciencia auxiliar de la sociolog�a o de la antropolog�a (inquietud que compartimos, aunque no su vertiente argumental retro, y que en absoluto responde a las preocupaciones del sector ultrarevisionista de la nouvelle histoire), Coutau- Begarie se mete a fondo con el concepto de historia total, a sabiendas de que �de todas las caracter�sticas de la nouvelle histoire, es la m�s frecuentemente dictada� (p. 92). Crasa contradicci�n, en apariencia, porque el fin de la historia global quiere decir una historia en fragmentos, cada uno de ellos relacionado -cuando no dominado por ella- con la correspondiente ciencia social af�n, �c�mo va a conservar as� su especificidad la historia?. Y no digamos la primac�a de Bloch o Braudel. Para el autor el objetivo annaliste de una historia total es por descontado una estrategia de poder, para desplazar y combatir mejor a la historia pol�tica e institucional. Por lo dem�s -a�ade- la historia total es algo imposible, ut�pico, que conviene abandonar definitivamente (pp. 92- 100). Claro que, desde su punto de vista, el autor no va desencaminado: desaparecida la historia global, la historia- historia en pie con su preservada especificidad ser�a la gran historia tradicional... un archipi�lago de peque�as �historias� nuevas.

 

La renuncia de Coutau- Begarie a estudiar las obras maestras de los nuevos historiadores, le impide contrastar ante los lectores los resultados obtenidos por Bloch, Febvre, Braudel y Vilar, por ejemplo, a la hora de buscar explicaciones globales de las sociedades pasadas. La ambici�n cient�fica del historiador de adquirir un enfoque global del objeto de su investigaci�n encuentra obst�culos para su desenvolvimiento, es cierto, pero no son cualitativamente mayores que los que tiene ante s� el conocimiento hist�rico en general. Es curioso en cualquier caso que Coutau- Begarie reconozca que la historia total �se encuentra de hecho reducida a los dominios donde la problem�tica de las ciencias sociales es aplicable� (p. 125). La pregunta pertinente es: �por qu� tan a menudo se niega a la historia un referente v�lido como el enfoque global que sin embargo se considera v�lido para sociolog�apara la antropolog�a u objeto preferente en las investigaciones interdisciplinares?.

 


El subcap�tulo que responde al t�tulo �la ideolog�a de los nuevos historiadores� est� �ntegramente dedicado a la cr�tica de aquellas orientaciones de la investigaci�n annaliste que el autor considera m�s dependientes del materialismo hist�rico, sobre todo la historia econ�mica y la historia de masas. Llama la atenci�n que la historia social, �s�mbolo de la b�squeda de la totalidad� seg�n reconoce Coutau- Begarie, especialidad historiogr�fica muy vinculada a la historia econ�mica y a la historia del hombre com�n, no conste en dicho subcap�tulo �ideol�gico�, mientras que s� parece, estrat�gicamente colocada, en el apartado de los puntos fuertes de la nueva historia, aclarando el autor que es un territorio compartido por Annales y la escuela de Mousnier, la cual viene investigando una tem�tica pr�cticamente abandonada por los nuevos historiadores: los conflictos y las revueltas sociales. En general, el autor no aparenta estar descontento de la situaci�n de la historia social en Francia.

 

Estamos de acuerdo con Coutau- Begarie, y con los autores que cita, en cuanto a concebir la g�nesis de la nouvelle histoire inseparablemente de la influencia del materialismo hist�rico; tal vez sea demasiado decir que en la posguerra el marxismo devino �ideolog�a dominante�, pero es muy cierto, por ejemplo, que parte de la segunda generaci�n annaliste la concepci�n materialista de la historia fue si cabe a�n m�s tenida en cuenta en una serie detemas (pp. 232- 234). Ahora bien, se infravalora de nuevo a los creadores de Annales y se manifiesta un escaso inter�s por el debate historiogr�fico directo, y por las obras tanto de los fundadores del marxismo como de los fundadores de Annales, cuando se asegura que ducho influjo no ten�a un origen cient�fico- aseveraci�n coherente con su opini�n de que la historia no es una ciencia social-, era simplemente, dice el autor elevando lo circunstancial a categor�a principal, un efecto inducido de la moda intelectual y del lugar ocupado por los marxistas en la universidad francesa de aquellos a�os (p. 231).

 

En el fondo de sus planteamientos siempre est� el prisma deformador que adopta Coutau- Begarie analizando ante todo la nouvelle histoire como una estrategia de poder, el efecto directo es un sobredosis en cuanto a invenci�n del adversario. Los hombres de Annales son representados por nuestro cr�ticos m�s preocupados por la lucha por el podery por mantenerse en �l, para la cual desarrollan habilidades en realidad altamente valoradas por el autor, que por su funci�n y trabajo cient�fico, que permanece as� devaluado, contra lo que es norma en la sociedad francesa y en la continuidad cient�fica. La parcialidad de toda posici�n pol�mica trae consigo cierta recreaci�n de la imagen del �otro� , lo cual tiene de positivo que facilita la respuesta del adversario y permite obtener el m�ximo de rendimiento en el debate, mas es frecuente que los contendientes se propasen. As� se queja Coutau- Begarie de que a los nuevos historiadores se les va la mano �al no oponer a la historia que ellos hacen una historia puramente descriptiva y acontecimental que jam�s ha existido� p. 124); lo que no es �bice para que �l mismo force le trait al caricaturizar el materialismo hist�rico present�ndolo como un determinismo econ�mico de tipo mec�nico que s�lo concibe el tiempo linealmente, etc�tera, agregando que el marxismo es eso -que advierte, es inaceptable para el historiador- o no es marxismo, seg�n Coutau- Begarie p. 228). �No es moral e intelectualmente m�s correcto debatir sobre la base de lo que hacen y dicen los historiadores marxistas?. No es extra�o que nuestro autor eluda, de forma tan poco elegante, la pol�mica con los historiadores marxistas realmente existentes: es muy dif�cil justificar la susodicha imagen deformada bas�ndose en las investigaciones hist�ricas de Pierre Vilar, Guy Bois o Michel Vovelle, o leyendo las elaboraciones te�ricas y metodol�gicas de Jerzy Topolsky, Witold Kula o Jeoffrey Barra- clough, por poner algunos ejemplos.


Concluimos esta cr�tica volviendo a lo que esbozamos en la introducci�n a este ensayo: la salida de la crisis de Annales pasa. conforme nuestra manera de ver las cosas, por redefinir y revalidar los fundamentos cient�ficos de la escuela, no s�lo en lo relativo a territorios y m�todos de investigaci�n, y conexiones con las ciencias sociales, sino tambi�n tocante al concepto y a la teor�a de la historia que caracterizaron en su origen y en su etapa ascendente a la nouvelle histoire. �La herencia de Bloch, Febvre, Lefebvre, Labrousse y Braudel es al respecto divisible?. Si la alianza sui generis, que tambi�n es competencia, entre innovaci�n metodol�gica y teor�a marxista de la historia que sustent� durante cincuenta a�os el �xito de Annales en la comunidad cient�fica primero y en el conjunto de la sociedad despu�s, se rompe finalmente - lo que supone el fin de su unidad como escuela, ya lo estamos viendo- al predominar la coyuntura ideol�gica sobre la estructura cient�fica, la revisi�n sobre la tradici�n, �mantendr� la nouvelle histoire su hegemon�a?.

 

Desde la desaparici�n de Fernand Braudel, sobreviviente jefe de fila de dificultosa sustituci�n - conforme ya hab�a anotado Coutau- Begarie-, el futuro de la nueva historia es para algunos si cabe m�s inquietante; nuestro autor no esconde sus preferencias acerca de la nueva relaci�n de fuerzas que se insin�a, y previene: �La rehabilitaci�n del relato, del acontecimiento y de la pol�tica ha comenzado�, emplazando a los nuevos historiadores con una advertencia, sorprendente vista su oposici�n a conceder un status cient�fico a Annales y a la historia: �la revoluci�n cient�fica que la historia hoy necesita se har� con ellos o contra ellos�. Acabando as�, con palabras de disuasi�n y combate, las trescientas veinte p�ginas de un libro original, que honra a la cultura historiogr�fica francesa, de lectura inexcusable, una obra sumamente cr�tica hacia los constructoresde Annales y sus herederos, cuyos presupuestos y objetivos hay que ver, se coincida o no con ellos, como est�n siendo crecientemente asumidos a su manera por el sector revisionista de la nouvelle histoire. Fran�ois Dosse, el segundo cr�tico cuyos planteamientos vamos enseguida a apostillar, constataba hace bien poco el avance �ltimo en Francia de la historia �v�nementielle, seg�n la modalidad que defiende Coutau- Begarie (�Les �Annales� ne sont plus ce qu�elles �taient�, L�historie, n�m. 121, abril de 1989).

 

 

La historia hecha pedazos

 

La tesis principal que Fran�ois Dosse pretende demostrar en su libro L�histoire en miettes es que la corriente ahora predominante en la escuela de Annales ha roto en aspectos capitales, sobre todo en lo que respecta a la historia total como perspectiva de la investigaci�n, con los fundadores de la nouvelle histoire y que la �traici�n� a dicha herencia llega �hasta el punto de que la historia se arriesga a perder su identidad� (p. 97 de la edici�n espa�ola); esto �ltimo es la misma preocupaci�n que manifiesta Coutau- Begarie, pero m�s �desde� Annales que �contra� Annales. Con independencia de que se concept�e ducha ruptura de la traici�n annaliste como un dato historiogr�fico ben�fico o como un descarrilamiento hist�rico, la argumentaci�n de Dosse convence en el sentido siguiente: dichas discontinuidades existen y tienen una importancia cualitativa, si partimos de los postulados fijados en su momento por Bloch, Febvre y Braudel.

 


Pasemos lista a los hitos. Dosse, de ese desarrollo contradictorio con sus or�genes de los �ltimos Annales, no sin antes advertir que, en nuestra opini�n, la negatividad con que se reputa el camino seguido por la nouvelle histoire en la �ltimo d�cada y el tono pol�mico de la obra, hacen que permanezcan demasiado en un segundo plano los avances metodol�gicos y la conquista de nuevos territorios que acompa�an al abandono de los m�todos y los territorios tradicionales por parte de gran parte de los nuevos historiadores.

 

 

De la historia geogr�fica, historia econ�mica e historia social a la historia de las mentalidades, la historia cultural y la antropolog�a hist�rica.

 

El abandono de la investigaci�n de la base material y social de la historia por el estudio de las superestructuras mentales y culturales, sirve normalmente para encubrir, no para desvelar lo real, acusa Dosse. Un sector importante de los nuevos historiadores renuncia as� a dar una explicaci�n de conjunto de la realidad hist�rica: trasladan la fuente de los cambios de lo social y lo pol�tico a las �lites culturales, donde prevalece la historia lenta; autonomizan en suma el nivel de lo cultural y lo mental respecto de la infraestructura de la sociedad. Fran�ois Dosse contempla la sustituci�n de los social por lo cultural como un proceso de etnologizaci�n de la historia, consecuencia a su vez de fen�menos de la coyuntura social y cultural presente como la crisis de la idea de progreso, la visi�n neorrom�ntica del pasado y la sustituci�n de los proyectos colectivos por las vivencias individuales.

 

 

De la historia ciencia del cambio a la historia inm�vil.

 

 

Para Marc Bloch y Lucien Febvre �la historia es en esencia la ciencia del cambio�, oponi�ndose por ello al mito de los fen�menos inm�viles (p. 96). M�s adelante, en respuesta a la ofensiva de la antropolog�a estructural y al objeto de mantener a la historia en el centro de las ciencias sociales, Fernand Braudel elabora y pone en pr�ctica el concepto de larga duraci�n como una nueva dimensi�n temporal de los estudios hist�ricos, adquisici�n que se transforma en Le Roy Ladurie en una historia inm�vil, donde el cambio y la ruptura ya no son algo hist�ricamente significativo que debe concentrar la atenci�n del investigador; inmovilizaci�n del tiempo hist�rico que nos sit�a por consiguiente en las ant�podas de las ense�anzas de los Annales de los a�os treinta. En �ltimo extremo esta concepci�n entronca con la idea - de origen filos�fico e ideol�gico- hoy tan en boga, incluso entre historiadoresde oficio (!), del final de la historia. Coincidimos con Dosse en que la historia o se mantiene como la ciencia del cambio o pierde su entidad como disciplina cient�fica, pero al mismo tiempo justo es apreciar el inter�s y la renovaci�n que supone el estudio realmente hist�rico de los fen�menos de larga duraci�n y de las permanencias, es decir, que la combinaci�n dial�ctica del tiempo corto, medio y largo al analizar los hechos hist�ricos tambi�n entra�a un avance en la direcci�n de una historia total, en l�nea con lo escrito por Michel Vovelle y otros.

 

 

De la historia humana a la historia sin nombres.

 


Para Marc Bloch y Lucien Febvre la historia es la �ciencia del hombre�. Paralelamente a la devaluaci�n del tiempo corto, tiene lugar un creciente desinter�s, que Dosse pone de manifiesto, de la nouvelle histoire hacia la intervenci�n humana de la historia. De nuevo Braudel act�a de hombre- puente al negar, frente a lo dicho por la primera generaci�n, que el hombre haya tenido alg�n papel relevante en el devenir hist�rico (pp. 120-124, 164- 165), y Emmanuel Le Royofrece como otras veces el ejemplo reciente m�s extremo del cambio de orientaci�n con su historia del clima, una historia natural sin los hombres.

 

Insiste Dosse en c�mo la cuantificaci�n pura, el tiempo inm�vil y lo mental inmutable reducen al hombre a un objeto pasivo de la historia (p. 218); sin embargo, no valora quiz� suficientemente el renacimiento del hombre -�desaparecido bajo los escombros de series...�- de la mano de la antropolog�a hist�rica, declarada en este momento frente al pionero de investigaci�n de la direcci�n de Annales, aun admitiendo que sea todav�a un hombre pasivo (p. 181- 181). La complejidad de una correcta evaluaci�n de la aportaci�n actual de Annales a la historiograf�a la tenemos en este tema de una historia humana o no humana: Le Roy Ladurie hace desaparecer al hombre al investigar el clima pero � acaso no lo sit�a, en cierto sentido, en el centro de su indagaci�n antropol�gica en Montaillou, village occitan?.

 

 

De la historia problema a una historia descriptiva neopositivista.

 

Con Bloch y Febvre pasamos de la historia narrativa positivista de Langlois y Seignobos a una historia que no se contenta con relatar al dictado de los documentos sino que plantea a estas preguntas, utiliza un cuadro conceptual en la investigaci�n, organiz�ndose �sta en funci�n de los problemas propuestos por el historiador. Jacques Le Goff. emplazado a que definiese la escuela de Annales con una palabra, resume: �la nueva historia es una historia problema� (pp. 73- 74).

 

Detecta Dosse dos v�as claramente distintas, seguidas por diferentes historiadores, a trav�s de las cuales se est� volviendo (en cuanto a preocuparse m�s por el c�mo y menos por el por qu�) a la historia pre- Annales: a) la serializaci�n que descompone lo real para describirlo emp�ricamente; fascinada por el hecho bruto como �nico punto de partida y nivel de inteligibilidad; en resumen, un claro renacimiento del neopositivismo (pp. 196- 197); b) el enfoque antropol�gico que reducido a la descripci�n de la vida cotidiana, tanto mental como material, de las gentes corrientes �se parece a la historia positiva en su aspecto factual, s�lo que en otro campo, fuera de lo pol�tico� (p. 180); �de desmembramiento del objeto hist�rico y de ruptura radical con la historia social�: as� censura Dosse la nueva tem�tica de la vida privada �que se asemeja a lo que, en otro tiempo, se llamaba la historia de las civilizaciones o de las costumbres� (pp. 218- 219).

 

Ahora bien, tendr�amos que a�adir nosotros lo siguiente: la descripci�n, sobre todo si es del hombre com�n - objeto de investigaci�n ideol�gicamente olvidado por la historia positivista-, puede y debe estar al servicio de un proyecto explicativo y conceptual de la historia, que por supuesto no puede prescindir de lo factual y aun del relato; la cuantificaci�n, entrelaza apropiadamente con un tratamiento cualitativo de los datos, ha demostrado asazmente su utilidad para una historia que interrogue cient�ficamente el pasado (v�ase si no la obra de Guy Bois); la antropolog�a hist�rica permite m�s desarrollos que la mera descripci�n, tambi�n adiciona dimensiones y posibilidades nuevas a la b�squeda de las respuestas que exigen las hip�tesis explicativas, y puede hacer viable cierta perspectiva de un historia total, y aun de una historia materialista (tenemos la referencia al respecto de la antropolog�a social de Maurice Godelier o de la antropolog�a materialista de Marvin Harris).


 

 

De la historia total a la historia en migajas.

 

El proceso de deconstrucci�n de la nouvelle histoire tiene para Fran�ois Dosse su m�xima expresi�n en la dispersi�n y la multiplicaci�n actual de objetos, de m�todos de enfoques y de concepciones historiogr�ficas. La ruptura del hilo conductor de la historia total o global, concepto clave lanzado en los a�os treinta por Annales, al cual Braudel y la segunda generaci�n de nuevos historiadores-informa nuestro autor- tambi�n fueron fieles (pp. 113- 114, 147- 148), resumir�a las restantes discontinuidades denunciadas entre los a�os treintayochenta, significar�a la renuncia a buscar la s�ntesis - y no digamos sistemas causales que restituyan interacciones- y el abandono definitivo de toda preocupaci�n te�rica e incluso conceptual, en beneficio de un empirismo y eclecticismo total, y, por el otro lado, en favor de las ciencias sociales m�s potentes y seguras de su papel. La historia en migajas, ruptura epistemol�gica que tendr�a en Pierre Nora su propagandista m�s entusiasta y madrugador (pp. 188- 189), y que encontrar� en Foucault su base te�rica (pp. 190 y ss.), simbolizar�a por tanto el estallido final -y por descontado el fin de su cohesi�n como escuela - de la nouvelle histoire tal como la hemos conocido estos �ltimos cincuenta o sesenta a�os. Esta parcelaci�n de la historia, la fractura de un proyecto hist�rico movilizador como Annales, es vista tambi�n por Dosse como un efecto de la fragmentaci�n �posmoderna� de la sociedad de los ochenta, caracterizada por el repliegue individualista, la erosi�n de las identidades sociales, la proliferaci�n de los �franceses sin adhesiones�... (pp. 187, 242- 243).

 

La severidad del juicio del autor se apoya en dos serias afirmaciones: 1) el discurso desmenbrador de la historia es hoy, piensa Dosse, asumido por �la mayor parte del n�cleo dominante� de la escuela de Annales; 2) el proyecto hist�rico globalizante es �el fundamento mismo de la especificidad hist�rica� (p. 270). De ser as� la sugestiva diversidad y abundancia de trabajos hist�ricos que acompa�an al �estallido� de la historia en Francia, encubrir�a realmente una huida hacia delante - como dice Dosse-que bajo ning�n concepto compensar�a el desdibujamiento de la identidad de la disciplina por obra de Annales y la p�rdida de la funci�n estimulante que ha venido ejerciendo la escuela entre los historiadores franceses y no franceses.

 

 

Historia y ciencias sociales: de la primac�a a la disoluci�n.

 

Una causa principal del atractivo renovador de Annales y de su capacidad para permanecer largos a�os en la primera fila de la investigaci�n hist�rica, es sin lugar a dudas la audacia e inteligencia con que cooperan los nuevos historiadores con las ciencias sociales, logrando en los tiempos de Bloch y Febvre federarlas alrededor de la historia, resistiendo despu�s con �xito, esto es, integrando sus descubrimientos, las acometidas de las disciplinas emergentes, tal es el caso de Braudel en relaci�n con el estructuralismo de L�vi- Strauss, en opini�n de Dosse. Pues bien, se�ala nuestro autor que el precio final a pagar por la apropiaci�n indebida de las ciencias sociales est� siendo la disoluci�n de la historia es el seno de aqu�llas, la asimilaci�n acr�tica de sus temas, conceptos y metodolog�as, previa renuncia a aquello que ha dado a la historia cierta primac�a sobre la geograf�a, la sociolog�a, la econom�a o la antropolog�a; explicar los hechos humanos como procesos globales en el tiempo, proveyendo adem�s a la sociedad contempor�nea de una identidad hist�rica colectiva.


Ciertamente tiene altos valedores entre los nuevos historiadores de hoy la idea, derivada de la pr�ctica m�s que de una reflexi�n te�rica como corresponde a una de las peores tradiciones de Annales, de que la historia tendr�a que fusionarse con otras ciencias sociales para dar lugar a un saber ecum�nico, a una suerte de supervivencia, donde tal como est�n las relaciones intercient�ficas de fuerza en el momento presente parece razonable descartar, si fuera factible un proyecto de ese tipo, que la historia jugase en �l un rol central.

 

Estimamos que Fran�ois Dosse no pone, as� y todo, el acento necesario en evidenciar esta tendencia pesimista a borrar el perfil de la historia como disciplina cient�fica, fractura en la tradici�n de la nouvelle histoire de consecuencias tanto o m�s graves que el abandono de la historia total (el eje de la cr�tica de Dosse), a su vez paso previo para esa anunciada huida de nuevos historiadores a otras ciencias sociales tras el se�uelo de la novedad cient�fica: otra facilidad m�s para el retorno, bajo la bandera de la defensa intransigente de la especificidad hist�rica, de las viejas formas de investigar y contar el pasado.

 

El autor de L�histoire en miettes resalta todav�a otra discontinuidad vinculada estrechamente con las anteriormente citadas: la ruptura de la relaci�n pasado/ presente/ futuro cl�sica en Annales. Interrogar al pasado desde el presente, al objeto de comprende cient�ficamente tanto el ayer como el hoy, y de crear una conciencia hist�rica con el fin de contribuir a prever y construir un futuro mejor para los hombres: forma parte de los paradigmas que hicieron que la nouvelle histoire triunfara, es al fin y al cabo lo que distingue a un historiador de un anticuario, argumenta justamente Dosse (pp. 63- 66).

 

Una historia sin el cambio, sin la recuperaci�n por el hombre, sin la b�squeda de explicaciones, lo que en definitiva es para Dosse la nouvelle histoire de los a�os 80, semeja estar al margen de las preocupaciones del hoy y de espaldas a cualquier proyecto colectivo de futuro, pero a nuestro parecer esto es as� s�lo en parte. Tras laapariencia de una historia as�ptica, neutral ante las inquietudes y las miserias de la contemporaneidad, encontramos asimismo inspiradas en el presente otras preguntas al tiempo pasado, otros deseos de influir con el quehacer hist�rico en la actualidad y en la formaci�n del porvenir, influjos que tienen un sentido discrepante (�til toda vez que implica el planteamiento de nuevos problemas, o al menos de viejos problemas pero de un forma nueva) con la voluntad de progreso que anim� desde su nacimiento a la nouvelle histoire, pero no por ello inquietudes menos tributarias de una �ntima relaci�n pasado/ presente /futuro. Un excelente ejemplo lo tenemos, como no, en las preguntas, las respuestas y las intenciones de futuro que encierra la conclusi�n de que �La R�volution fran�aise est termin�e�, y en general la revisi�n en marcha de la historia de los hechos de 1789 elaborada por Annales. Dosse critica despiadadamente las conclusiones y el uso del concepto de historia inm�vil, junto con los argumentos resucitados del pensamiento franc�s antijacobino, tanto liberal como ultrarreaccionario, por parte de nuevos historiadores como Furet, Richet, Chaussinand- Nogaret, Chaunu y Mona Ozouf, al objeto de dar la vuelta a la versi�n annaliste tradicional de la revoluci�n de 1789 (pp. 248- 261). Evidenciando en consecuencia la conexi�n de los historiadores que precisamente est�n rompiendo con m�s determinaci�n e impudor con el proyecto racionalista y movilizador de los viejos Annales, con los problemas ideol�gicos de la coyuntura actual.

 


Fran�ois Dosse al hablar, en sus conclusiones, de la recuperaci�n de una historia ciencia del cambio, menciona en un momento dado que ello �no depende tanto de los historiadores como del movimiento social� (p. 271). Discrepamos con esto, no porque no encierre una verdad (m�xime teniendo en cuenta la fuerte ligaz�n historia- sociedad en Francia), sino porque supone echar el bal�n fuera del campo de la historia y los historiadores, pese a estar defendiendo los partidarios de la historia global, empezando por el propio Dosse, su alternativa a la crisis de Annales como es natural mediante un debate historiogr�fico. El caso es que en sociedades tan afectadas como Francia por la crisis actual de la idea de progreso, verbigracia Gran Breta�a, Italia o la propia Espa�a, la historia social y econ�mica, la historia �m�vil�, no est� soportando una presi�n desnaturalizadora tan may�scula como en Francia. La verdad es que depende en primer t�rmino del historiador, m�s que de fuerzas exteriores, el tipo de historia que aqu�l personalmente hace; as� que los historiadores franceses, para bien o para mal, imprimieron porque quisieron, es la evidencia misma, un giro de 180� a su tradici�n historiogr�fica durante la �ltima d�cada, hab�a y hay varias alternativas de desarrollo de la nouvelle histoire.

 

Fran�ois Dosse encuentra en un amplio grupo de nuevos historiadores galos la continuidad de la obra de Marc Bloch, Lucien Febvre, Georges Lefebvre, Ernest Labrousse y Fernand Braudel para los a�os noventa, �una verdadera nueva historia�, forma de entender y practicar la historia que se diferencia netamente de la otra tendencia de Annales, objeto de la acerba cr�tica de nuestro autor, cuya divergencia creciente de la tradici�n annaliste no hay que descartar que acabe reforzando, a�n no queri�ndolo, la l�nea continuista, y viceversa.

 

Si Annales pierde al final su identidad hist�rica como escuela parece dif�cil que mantenga su plena capacidad de integraci�n y la influencia nacional e internacional de que viene disfrutando. Fran�ois Dosse plantea incluso si no corre la historia en Francia el riesgo de desaparecer como la zoolog�a de ayer o de conocer una crisis de marginalidad como la geograf�a (p. 265).

 

Los criterios utilizados por el autor para identificar y seleccionar a los historiadores para �l m�s representativos de la tradici�n de Annales son dos: la fidelidad a una historia global y la proximidad al materialismo hist�rico, posicionamientos por otro lado interdependientes. Valorando en esta direcci�n la puesta en pr�ctica de una historia de las mentalidades vinculada a la historia social, la historializaci�n del antropol�gico, el entrelazamiento dial�ctico del tiempo corto y largo y de la coyuntura y de la estructura... Con lo cual obtiene una lista: Georges Duby, Michel Vovelle, Jean Pierre Vernant, Maurice Agulhon, Monique y Pierre L�v�que, Claude Moss�, y otros (pp 200- 202, 212- 215, 220- 223, 236- 237, 242).

 

A todo lo dicho el autor agrega como un rasgo de esa verdadera nueva historia la urgencia por volver a la historia pol�tica y al acontecimiento para que la historia pueda as� conservar sus caracter�sticas de ciencia del cambio, siendo consciente que esta orientaci�n de la investigaci�n no pertenece a la tradici�n de la nouvelle histoire sino todo lo contrario.

 


Sobre el retorno del acontecimiento da la impresi�n de que existe un amplio consenso en Francia. Vimos c�mo Coutau- Begarie lo reivindicaba como el eje de su alternativa a Annales. Dosse aclara naturalmente que no es cuesti�n de proclamar el regreso a la cl�sica historia acontecimental: �se trata de hacer renacer el acontecimiento significante, unido a las estructuras que lo han hecho posible, origen de la innovaci�n...� (p. 272); posici�n en la que profiri� Le Goff en el pr�logo a la edici�n de 1988 de la nouvelle histoire: �hacer en adelante del acontecimiento la punta del iceberg, estudi�ndolo como cristalizador y revelador de las estructuras� (p. 16). As� y todo, en el caso de que verdaderamente los nuevos historiadores abandonen - o combinen- la antropolog�a, la historia cultural, la historia serial, etc., por una nueva historia factual, no queda te�rica y suficientemente claro para nosotros que el regreso del acontecimiento no signifique una derrota m�s de Annales si a la vez persisten los alejamientos de la historia social, de la historia global, de la historia problema, de la historia como ciencia del cambio.

 

En la obra colectiva de 1978, antes citada, definitoria de la nouvelle histoire se encuentra la contribuci�n de Guy Bois (�Marxisme et nouvelle histoire�), que posiblemente el autor hoy ya no sostenga de la misma forma, pero cuya lectura aconsejamos para comprender la relaci�n del materialismo hist�rico con Annales, cosa que Coutau- Begarie s� hizo en su obra desde el punto de vista contrario.

 

Creemos que la alternativa de Dosse precisa de un desarrollo m�s profundo en dos aspectos que ocupan un lugar en demas�a subordinado en sus razonamientos: a) decir en primer lugar que la plena recuperaci�n de la historia como ciencia del cambio es inseparable del debate sobre la teor�a de la historia; por ejemplo, nos ha llamado la atenci�n que entre los criterios seleccionadores de los nuevos historiadores no incluya Dosse expl�citamente las posiciones de aqu�llos hacia la historia social, vieja deficiencia de Annales si entendemos lo social no s�lo como un concepto amplio - y ambiguo- que lo abarca todo, sino que tambi�n y sobre todo a la manera de la historia social anglosajona, lo que nos lleva inexcusablemente a la teor�a de la historia como ciencia del cambio social. b) La apreciaci�n positiva de la capacidad metodol�gicamente innovadora de Annales, est� m�s bien arrinconada, hasta infravalorada, por efecto del contexto sumamente pol�mico del libro y tambi�n de las propias concepciones en este sentido algo conservadoras del autor. As� tenemos que los historiadores elegidos por Dosse como la verdadera nueva historia francesa por sus concepciones globales y materialistas de la historia, ocupan en general posiciones de vanguardia en el campo de la historia de las mentalidades y de la antropolog�a hist�rica, en la aplicaci�n de m�todos cuantitativos al an�lisis hist�rico, etc., sin que esta circunstancia sea tenida debidamente en cuenta a la hora de la evaluaci�n.

 

M�s de la mitad de las p�ginas de L�histoire en miettes est�n dedicadas a pasar revista a las obras de la primera y la segunda generaci�n de Annales. El balance final que hace el autor es positivo. A sabiendas que por aquellos a�os dominaba la historia que contaba las batallas y los hechos relevantes de grandes hombres, enfeudada a fuentes narrativas, Dosse resalta sobremanera el significado de Annales como la fundaci�n de una historia de la base material sociedad, que construye hip�tesis para su comprobaci�n emp�rica, que pretende una explicaci�n global de la historia humana, pero nuestro autor deja en un lugar subordinado la profunda renovaci�n de m�todos, la innovaci�n que implica una tan fruct�fera cooperaci�n con las otras ciencias sociales. Ciertamente Dosse, persona informada, no desconoce esto �ltimo, reconoce el �profundo dinamismo de una escuela que se define por su apertura y que permite acceder a nuevos objetos y a nuevos horizontes para alcanza un nivel, particularmente rico, de la producci�n hist�rica� (pp. 264- 265), capacidad innovadora que contin�a -dice Fran�ois Dosse- con la tercera generaci�n, pero luego al estudiar �sta no es del todo consecuente con dicho reconocimiento, lo cual merma solidez a un libro que en general convence al lector, sugiri�ndole m�ltiples ideas y matices sobre la situaci�n de la historia en Francia, y tambi�n en Espa�a.

 


En la segunda parte del libro. dedicada a la actual generaci�n de nuevos historiadores, la negatividad del balance arrastra por el suelo a la antropolog�a hist�rica, la historia cuantitativa, la historia de las mentalidades, a la larga duraci�n. El autor, cada vez que, haciendo honor a la rigurosidad de su ensayo, menciona el valor cient�fico de los nuevos territorios y m�todos de investigaci�n, a�ade que falta voluntad de s�ntesis, de explicaci�n, de racionalizaci�n, de conexi�n con una historia social y total (pp. 188, 194, 198, 210), salvo excepciones, y lo sostiene con tanto �nfasis -y no vamos a negar aqu� la base objetiva que tienen dichos �peros�- que los segundo desmiente a lo primero, y el lector infiere pues que no se deben seguir unas direcciones de la investigaci�n hist�rica tan arriesgadas, donde patinan tan insignes y veteranos historiadores.

 

El resultado final es una imagen, una traza metodol�gicamente conservadora que perjudica notablemente la tesis del libro de Dosse, con el agravante de que la intenci�n del autor es justamente la opuesta, y que la posici�n historiogr�fica definida por �l, pr�xima al marxismo, representa, ya lo hemos visto, el contrapunto imprescindible al retroceso de la historia francesa, a pesar de los avances metodol�gicos, a los tiempos anteriores a la creaci�n de Annales.

 

El materialismo hist�rico, proporciona, directa o indirectamente, a la nouvelle histoire una parte imprescindible de su capital cient�fico y renovador, conceptos operativos como la determinaci�n econ�mica y social, la gente com�n como sujeto hist�rico, la lucha de clases, la historia total, en resumen, un enfoque te�rico de la historia sin el cual estamos convencidos de que la historiograf�a francesa no habr�a logrado liberarse del empirismo y del positivismo. Pero es preciso asimismo ver con claridad lo siguiente: las innovaciones metodol�gicas m�s originales y caracter�sticas de Annales son fruto de una aptitud probada para aprender de las dem�s ciencias sociales, revelan una gran audacia para conquistar nuevos territorios y m�todos para la historia. En suma, la hegemon�a conquistada por la nouvelle histoire deriva de una feliz combinaci�n -no exenta l�gicamente de rivalidades y conflictos- del referente materialista en la teor�a y un vivo impulso renovador en el m�todo, convergencia que entra�a cierto sincretismo y que dio lugar a un equilibrio fruct�fero, creador, que ahora est� apunto de perderse. La deuda de Annales con el marxismo es obvia, aunque no lo es menos la deuda del marxismo con Annales, o en sus proximidades, los historiadores marxistas investigan con una actitud m�s abierta hacia lo nuevo, escudri�ando todas las dimensiones de lo real, compitiendo con �xito en los frentes avanzados de la investigaci�n.

 


Hemos recogido y admitido cr�ticas esenciales de Dosse al �ltimo trayecto de Annales, que podr�amos caracterizar, de acuerdo con nuestra propia visi�n, mediante el binomio desequilibrado de innovaci�n sin teor�a. Ahora bien, seamos objetivos y justos: �cu�ntas veces se reduce el materialismo hist�rico a la defensa y desarrollo de una teor�a sin innovaci�n?, mejor dicho, �cu�ntas veces la innovaci�n de la teor�a marxista frena la innovaci�n?. Aparte del car�cter dogm�tico del marxismo imperante en los tiempos de la formaci�n de Annales (factor significativo para entender c�mo la innovaci�n pudo exigir cierto distanciamiento de la teor�a), hay que decir que la propia fortaleza y racionalidad cient�fica de su teor�a hace que el historiador marxista siempre vea con m�s facilidad y rigor que un historiador de formaci�n exclusivamente emp�rica (a quien no por eso le cuesta menos trabajo el cambio de objetivos o t�cnicas), los peligros de temas y las dificultades de m�todos in�ditos, no probados cient�ficamente. Cuando nadie mejor que el historiador formado te�ricamente, frecuentemente marxista o influido por el marxismo, para conseguir la s�ntesis entre los viejos y los nuevos temas y m�todos de la historia. La propia interdisciplinaridad b�sica del marxismo como filosof�a y metodolog�a de las ciencias sociales, �no tendr�a que favorecer la integraci�n no mec�nica en la historia materialista de los descubrimientos y los m�todos de otras disciplinas?. La ense�anza de Marx integrando permanentemente, mientras vivi�, los descubrimientos cient�ficos en su concepci�n y metodolog�a de la historia y de la sociedad, no ha tenido una continuidad clara en general entre los marxistas.

 

El caso del estudio hist�rico de las superestructuras es paradigm�tico: mal se puede hablar de una historia total sin atender y tratar de conocer lo que se llama �el tercer nivel�. El marxismo retrocede desde hace tiempo ante esta tem�tica harto dif�cil para un enfoque materialista, cuya investigaci�n lo cierto es que urge. Como historiadores, �c�mo no valorar entonces la constituci�n de una historia de las mentalidades, de una antropolog�a hist�rica y de una historia sociocultural por parte de la nouvelle histoire con la ayuda de las ciencias humanas vecinas?. Hasta ese momento la historiograf�a hab�a abortado m�s que nada la superestructura pol�tica, institucional, estatal; los nuevos historiadores franceses -no marxistas y marxistas- enfocan empero el an�lisis de la superestructura de la sociedad civil, lo que abre entre otras cosas la posibilidad de investigar el sujeto social de la historia en su globalidad.

 

En fin que el historiador no puede permanecer indiferente al c�mo y al por qu� de los hechos del pasado; recordemos que la innovaci�n en el m�todo y en los objetoses una cualidad inherente al conocimiento cient�fico; confundir lo nuevo con la moda es un riesgo que el investigador tiene que asumir, y en el que no es obligatorio caer, ciertamente no justifica el repliegue a la siempre relativa seguridad del c�mo y el qu� de anta�o.

 

La creciente orientaci�n entre annalistes de practicar la renovaci�n del m�todo rompiendo el referente te�rico y la tradici�n de la escuela, no quiere decir que sea correcto ni inevitable negar la innovaci�n para preservar la matriz constituyente de Annales. Huyamos de la falsa alternativa: continuismo sin innovaci�n o innovaci�n sin continuismo. Es viable, y Dosse tambi�n lo hace notar, una historia de las mentalidades que a la vez sea historia social, o una antropolog�a que a la vez sea historia, como lo ha sido fusionar los m�todos cuantitativos con los cualitativos, claro que para dichas s�ntesis es ineluctable reforzar con la investigaci�n el componente conceptual y te�rico para no perderse entre las ramas de los �rboles o entre los �rboles del bosque: lo exige la dispersi�n - en aumento- de los objetos, de las metodolog�as de las ciencias sociales y disciplinas que inciden en la historia. Contrarrestar a las fuerzas centr�fugas con el fin de que la historia permanezca fiel a s� misma como ciencia social aut�noma, y reciba para ello el nuevo impulso que permite la actual riqueza de posibilidades metodol�gicas, hace hoy m�s necesario que nunca desarrollar conceptos generales y definir regularidades, yendo para ello al encuentro de la tradici�n -materialista- de Annales. Las condiciones externas auspician hoy la convergencia del historiador profesional con una teor�a marxista menos dogm�tica, m�s abierta a la innovaci�n y m�s dispuesta a afrontar sus asignaturas pendientes.


Sin una teor�a expl�cita, organizada en la mediad de lo posible en nociones y leyes que surjan y sobre todo se verifiquen desde la realidad, c�mo impedir que lahistoria total haga agua al limitarse en el mejor de los casos a una simple suma o yuxtaposici�n de �niveles�, que por lo dem�s se est�n multiplicando como hongos al subdividirse y parcelarse por mor de la eclosi�n actual. Se va a plantear un doble y complicado problema de articulaci�n: primero la vieja cuesti�n de relacionar la vieja historia econ�mica y social con la nueva historia de lo mental y lo cultural, y segundo integrar en ese cuadro de determinaciones los retours que al parecer la nouvelle histoire contempla y la realidad impone, es decir, la vuelta de la antigua tem�tica convenientemente remozada, la historia pol�tica, el acontecimiento, la biograf�a y la mism�sima historia narrativa. Por algo al comienzo de este trabajo insist�amos en que no se puede desplazar del centro del debate historiogr�fico la cuesti�n de la teor�a de la historia y de la sociedad, as� como la justeza de la precursora visi�n de Josep Fontana al apuntar el te�rico como el mayor problema de los nuevos historiadores, la cuesti�n continuamente pendiente de Annales.

 

Si consideramos el libro de Fran�ois Dosse en relaci�n con el de Coutau- Begarie, encontramos en aqu�l el punto de vista de un historiador, atento por consiguiente a las circunstancias sociales que rodean las diferentes etapas de Annales y a la evoluci�n paralela de las ciencias sociales. El punto de vista de Dosse est� en buen grado situado en el interior de la nouvelle histoire, cuya tradici�n reivindica, cuestionando su trayectoria historiogr�fica reciente de una manera m�s directa y menos encubierta que en el caso de Coutau- Begarie.

 

Dosse recoge -y cita- las aportaciones de Le ph�nom�ne �nouvelle histoire� analizando la escuela como un proyecto de poder e ideol�gico, pero el centro de atenci�n de su ensayo est� en el debate de las ideas historiogr�ficas y del rol de la historia en el conjunto de las ciencias humanas y en la sociedad, jerarqu�a en el debate que afecta naturalmente a su enfoque de la relaci�n de los nuevos historiadores con el poder y la ideolog�a. Se�ala as� su admiraci�n por un Braudel constructor (la VI section, precedente de la actual EHESS; la Maison des Sciences de l�Homme; la influencia internacional de Annales) llegando a decir de �l que era un �hombre de acci�n m�s que un te�rico� (pp. 125- 134). Y cuando, seg�n su criterio, la ideolog�a hace valer su peso en el debate historiogr�fico no despacha �ste diciendo que es un debate ideol�gico sino que baja a la arena a discutir de historia. Este es el caso de la evoluci�n de Fran�ois Furet (director desde 1984 del Institut Raymond Aron) y Denis Richet, junto con otros destacados nuevos historiadores, desde la militancia activa en el PCF en los a�os cincuenta al antimarxismo y a la ideolog�a liberal que, siempre seg�n Dosse, hoy profesan; �el dios de ayer se ha convertido en diablo�, asegura nuestro autor (p. 227), el cual a continuaci�n en otro lugar, en el cap�tulo acerca de la historia inm�vil, hace cr�tica de los argumentos historiogr�ficos con que los dichos investigadores reinterpretan la revoluci�n francesa, un caso �ste en todo caso extremo de las implicaciones actuales e ideol�gicas de una pol�mica sobre un hecho hist�rico.

 

Por lo dem�s el autor de L�histoire en miettes inventa tambi�n al adversario, como cuando subestima el contenido innovador de los �ltimos trabajos de los nuevos historiadores. Nosotros mismo estamos dando asimismo al lector una imagen de estos dos libros en funci�n de su contenido... y de nuestras propias ideas sobre Annales, sus cr�ticos y la historia. Lo cierto es que nos contentar�amos con haber suscitado en quien esto lee el inter�s por las obras de Coutau- Begarie y Dosse, esperando que saquen de sus estudios tantas ense�anzas como nosotros.

 


Francia fue hist�ricamente, y a�n sigue siendo, un extraordinario escenario para observar el debate intelectual por el alto nivel, la franqueza y la radicalidad de las posiciones en conflicto, as� como un buen term�metro de las crisis y evoluciones de la vida ideol�gica, cultural y cient�fica. Las transformaciones que hemos analizado de Annales en la d�cada de los ochenta, el propio crecimiento de la historiograf�a espa�ola y la competencia de otras historiograf�as (en especial la historia social anglosajona), son factores que han disminuido el influjo de la nouvelle histoire en Espa�a -que fue decisivo en los a�os sesenta setenta- como se ve en el poco eco que la historia de las mentalidades y la antropolog�a hist�rica est�n encontrando aqu�; sin embargo, la pol�mica francesa -que seguramente no ha hecho m�s que empezar- en absoluto nos es ajena, y no lo decimos tan s�lo por la continuidad de las relaciones entre historiadores a uno y otro lado de los Pirineos, la cuesti�n es que mutatis mutandis el problema de fondo es el mismo ac� y all�, la crisis de Annales refleja cabalmente la crisis de la historia y de las ciencias humanas, estado cr�tico que de todas maneras corresponde a la situaci�n cuasi normal de unas disciplinas cient�ficas vivas, que siendo ciencias sociales y humanas forman parte tambi�n del cambiante mundo de hoy.

 

Concluyamos. �Hacia d�nde va Annales?. Seg�n se deduce de los dos libros que hemos estudiado: hacia la desintegraci�n. Y de ser verdad este diagn�stico, que subyace en los planteamientos y an�lisis de los dos autores, quedar�an en pie desgajadas de la matriz annaliste dos grandes corrientes -sin que eso de entrada signifique grupos organizados-, con cierta coherencia en cuanto a concepciones de la historia: una continuista respecto a las primeras generaciones de Annales y en consecuencia m�s o menos cercana al materialismo hist�rico, y otra rupturista respecto a los or�genes de Annales y malgr� elle m�s o menos cercana a la historia tradicional. �Nuevas clasificaciones parece que se tengan que llevar a cabo seg�n nuevos criterios�, vaticina Dosse p. 271). De cumplirse tal hip�tesis, Coutau- Begarie acabar�a tambi�n viendo plasmarse en la realidad su esquema preferido: los fundadores de Annales vendr�an a ser un patrimonio simb�lico, objeto ornamental de los elogios de todos los historiadores franceses, y el n�cleo que dirige hoy Annales no representar�a m�s que la aglutinaci�n interesada de un grupo de poder...

 

El oscurecimiento postrero de la identidad de Annales lleva a Guy Bois a escribir que la �ltima aventura de Annales �anuncia una profunda y duradera regresi�n de la investigaci�n hist�rica francesa, y que eso no le cueste lugar, uno de los primeros, en la comunidad cient�fica internacional� (L�Aven�, n�m. 100, 1987). Es decir, que no est� claro que de inmediato mejore la situaci�n de la historia en Francia en caso de que se consume el proceso de desnaturalizaci�n en curso, seg�n Bois y otros observadores.

 

La opci�n a la disgregaci�n pasa por la recomposici�n de los pedazos de la nouvelle histoire; tarea que seg�n nuestro criterio es la m�s deseable y las m�s dif�cil. Tarea de titanes (o no, si tiene raz�n los que creen que la crisis de la escuela no es para tanto) que traslada nuestra atenci�n al equipo dirigente de Annales, de su voluntad y capacidad para conseguir una s�ntesis de la tradici�n y la renovaci�n que resista las presiones de la coyuntura, depende que se realice una de estas dos posibilidades: bien la nouvelle histoire fracasa y contempla c�mo la historia que derrot� en 1929 vuelve m�s fuerte que nunca a hombros incluso de gente representativa de Annales, bien la escuela es capaz de organizar un nuevo impulso que s�lo ser� tal si recupera la escuela su tradicional capacidad integradora (�confrontaci�n fraternal entre sus diversos componentes�, en palabras de Dosse, p. 237).

 


Georges Duby escribi� en 1980 que �cincuenta a�os despu�s de la fundaci�n de los Annales, contin�an el combate� (M�le Moyen Age, p. 264). Jacques Le Goff por su parte rechaza cualquier suerte de triunfalismo sobre la situaci�n presente de la nouvelle histoire, asegura que �sta no ha ganado todav�a, y reitera: �s�, Lucien Febvre tiene todav�a raz�n, �los combates por la historia� contin�an� (pr�logo a la edici�n de 1988 de La Nouvelle Histoire). La duda que le asalta al observador interesado es si la continuaci�n del combate implica que los adversarios actuales de Annales, colectivo del que Le Goff y Duby s�lo son una parte, son los mismos adversarios que tuvieron en su tiempo, y a los cuales vencieron en alianza con el materialismo hist�rico, Bloch, Febvre, Lefebvre y Labrousse.



*Publicaci�n anterior: La �Nouvelle Histoire� y sus cr�ticos, Manuscrits, n� 9, 1991, pp. 83-111.

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