El paradigma com�n de los historiadores del siglo xx
Carlos
Barros
Universidad
de Santiago
Antes de preguntarnos ad�nde va la historia
que hacemos los historiadores habr�a que pararse a dilucidar de d�nde viene[1].
M�s all� y m�s ac� de las grandes escuelas�
historiogr�ficas del� siglo XX,
nos cuesta reconocer lo qu� tuvimos o tenemos en com�n historiadores de pa�ses
y especialidades hist�ricas tan dispares, especialmente en tiempos de
fragmentaciones e incertidumbres como los presentes.
La actual crisis de identidad de la historia
hace, pues, imprescindible un balance finisecular: urge recomponer el acervo
com�n de los historiadores, valorando los �xitos y, sobre todo, los fracasos
colectivos, con el fin de comprender el aparente callej�n sin salida en que nos
encontramos, y de entrar en el siglo XXI rearmados moral y cient�ficamente. En
resumen, hay que aplicar el m�todo de la historia a la propia escritura de la
historia,� tarea sorprendentemente
inusual, y hasta marginal, en el quehacer de los historiadores hasta hace bien
poco.
La falta de estudios, reflexiones y debates,
sobre historiograf�a, metodolog�a y teor�a de la historia, es precisamente una
de las� caracter�sticas del viejo, y hoy
cuestionado, paradigma com�n que contribuyen a explicar tanto las dificultades
que tenemos para su explicitaci�n retrospectiva como su reciente ca�da
irreversible. Convertir a los historiadores y sus obras, a las corrientes
historiogr�ficas y sus crisis, a los valores y las pr�cticas de la profesi�n,
en objeto de investigaci�n cient�fica (y de debate), esto es, sabiendo que lo
qu� se dice no siempre coincide con lo qu� se es y con lo qu� se hace, contextualizando
nuestra problem�tica, es una necesidad que empieza a tener adecuado reflejo en
congresos, revistas y libros, s�ntoma de una creciente toma de conciencia de
los historiadores acerca del punto cr�tico en que nos encontramos.
De la historia de la ciencia
a la historiograf�a
La escasa inteligibilidad de las creencias,
las pr�cticas y la evoluci�n de la ciencia ha sido un problema general hasta
que se desarroll� la historia (y la sociolog�a) de la ciencia, que rivaliza con
la filosof�a de la ciencia en la redefinici�n del estatus epistemol�gico del
saber cient�fico. La historia de las ciencias sociales y humanas en general, y
la historia de la historia en particular, dejar�n de ser literatura accesoria
en la medida que asuman cr�ticamente los avances de la historia de la ciencia,
que� ha constatado hace ya bastante
tiempo como los cient�ficos son poco mejores que los legos en la materia
para caracterizar las bases establecidas de su campo, sus problemas y sus
m�todos aceptados[2].
La invisibilidad de los paradigmas
compartidos por los historiadores es, por tanto, un problema asimismo
compartido con las dem�s ciencias que Thomas S. Khun� ha resuelto brillantemente definiendo el
concepto de paradigma y poniendo al descubierto el papel central de la
comunidad cient�fica en la validadaci�n�
del conocimiento cient�fico, cuyos paradigmas no son eternos sino que
mudan a trav�s de rupturas revolucionarias, diferenciando -demasiado netamente-
los per�odos de ciencia normal de los per�odos de ciencia extraordinaria:
crisis, debate y sustituci�n de paradigmas.
La aplicaci�n de los descubrimientos de Khun
a las ciencias sociales y humanas se infiere de sus propias deudas explicitadas
con la historia, la sociolog�a, la psicolog�a social y la epistemolog�a[3],
a la hora de estudiar la ciencias naturales -el objeto principal de sus
an�lisis-, de la propia experiencia de la historia de la historiograf�a, y, en
definitiva, de la madurez como ciencia social adquirida por la historia a lo
largo de siglo XX: su propia expansi�n implica la existencia de un vigoroso
paradigma com�n.
Kuhn es un f�sico que deviene
historiador� para tratar de comprender
las ciencias de la naturaleza: Asombrado, me di cuenta de que la historia
pod�a serle �til al fil�sofo de la ciencia[4];
presume de ser miembro de la Asociaci�n Norteamericana de Historia y no de
Filosof�a, y de que sus estudiantes desean ser historiadores y no fil�sofos[5].
Cuando menos debemos plantearnos devolver a la historia, con intereses, lo que
Kuhn aprendi� de la historia. A sus cr�ticos asegura Kuhn que ejerce de
historiador para saber epistemolog�a[6];
obviamente, es un historiador de nuevo tipo que -inclusive respecto de la nueva
historia- no desprecia la teor�a: considera est� su meta final.
��������������� En un primer momento, la historia
copi� de la f�sica cl�sica, determinista, para ser considerada ciencia, dejando
atr�s conceptos como el cambio y la subjetividad en el proceso de conocimiento;
ahora, la f�sica aprende con Kuhn de la vieja historia (y tambi�n de Darwin)
que el� desarrollo cient�fico no es
acumulativo sino que avanza gracias a rupturas
revolucionarias,� se busca el
paralelismo con las revoluciones hist�ricas para� entender las revoluciones cient�ficas,
episodios en los que un antiguo paradigma�
es reemplazado, completamente o en parte, por otro nuevo e
incompatible[7],
y se toma muy en consideraci�n el papel de la mentalidad colectiva en el
comportamiento de las comunidades cient�ficas, tanto en los per�odos
acumulativos de ciencia normal como en tiempos de crisis y muda de paradigmas.
Con todo, las influencias externas de los factores sociales y culturales en el
devenir de las comunidades cient�ficas (notorias en el caso de las ciencias
sociales y humanas) son por regla general desatendidas, aunque no negadas, por
Kuhn en sus trabajos, concluyendo que la evoluci�n de las ciencias
desarrolladas se da con relativa independencia del medio social[8].
Su gran contribuci�n es poner de relieve el rol de las comunidades cient�ficas,
por un lado,� y de las revoluciones
paradigm�ticas, por� el otro, el contexto
y la sincron�a debemos a�adirlos nosotros, los historiadores generales de la
sociedad y de la mentalidad.
� ������������� Para reconstruir una historia de
la ciencia que no sea lineal ni acumulativa,�
Kuhn se sirve de un concepto narrativo de la historia, pero rechaza la
mera cr�nica y resalta su naturaleza explicativa (mostrar no �nicamente
hechos sino tambi�n las conexiones que hay entre ellos), incluso no
descarta� la existencia de leyes de
conducta social aplicables a la historia, aunque �stas no son esenciales
para su capacidad explicativa; a diferencia de la f�sica que cuando se
empieza a escribir ya se acab� el proceso de investigaci�n, para la historia
-seg�n Kuhn- es fundamental� el momento
de la narraci�n, que forma parte de la investigaci�n[9].
Sin embargo, el paradigma dominante, en los a�os 60 y 70, entre los
historiadores, no era el narrativo, sino el estructural-funcional, la
innovaci�n que propone Kuhn subvierte, pues, tanto al concepto establecido de
historia como al concepto de ciencia en general. Por supuesto, no cabe
confundir la historia narrativa con ambiciones explicativas y epistemol�gicas
de Kuhn con el conocido enfoque positivista de examinar textos, extraer
de ellos los hechos pertinentes, y relatarlos con gracia literaria, m�s o menos
en orden cronol�gico, idea decr�pita de la historia que no tomaba
muy en serio nuestro historiador de la�
ciencia[10].
Conque la historia narrativa-explicativa de Kuhn pertenece m�s al futuro que al
pasado de nuestra disciplina, y viene a confluir con los esfuerzos de otros
fil�sofos (Ricoeur) e historiadores (Lefebvre, Topolsky) por dar a luz una
nueva historia narrativa.
Nociones de paradigma
La palabra paradigma tiene un doble sentido
para Kuhn, el espec�fico de ejemplo y otro m�s gen�rico -y original- que se
refiere a los compromisos compartidos por una comunidad cient�fica dada[11].
Se ha ido imponiendo la segunda acepci�n sobre la significaci�n primigia y
literal que asimila paradigma a modelo y ejemplo (como las conjugaciones
estandar de los verbos regulares). El intento del propio autor, en 1969, de
sustituir el sentido amplio de paradigma por la noci�n de matriz disciplinar[12],
para evitar confusiones y recoger el car�cter plural de los elementos te�ricos,
metodol�gicos y normativos que gozan del consenso de los� especialistas, no ha tenido �xito porque lo
revolucionario de la aportaci�n de Kuhn est� precisamente en la amplitud con
que aplica el t�rmino paradigma, a la vez matriz disciplinar y referencia
ejemplar. Lo m�s claro es singularizar con el adjetivo �com�n� el paradigma
plural -los paradigmas compartidos- que asume, m�s o menos expl�citamente, la
mayor�a de los miembros de una especialidad profesional, cient�fica.
Se sobreentiende entonces que el paradigma
com�n, general, de una� comunidad
cient�fica contiene por su parte paradigmas particulares relacionados entre s�,
siendo muy importantes los modelos-ejemplares, realizaciones cient�ficas que
ofrecen soluciones a problemas concretos y que son aceptados universalmente
(como el p�ndulo de Foucault para demostrar el movimiento de la tierra); los
paradigmas-ejemplos act�an por semejanza y emulaci�n, y son fundamentales en la
ense�anza de una disciplina y en la iniciaci�n a la investigaci�n. Los modelos
ejemplares compartidos en historia vienen a ser las obras cl�sicas de cada
disciplina, subdisciplina o tem�tica, si bien tendr�an menos importancia que la
resoluci�n de problemas-tipo en f�sica, por ser m�s abundantes entre los
historiadores profesionales las reglas�
compartidas[13].
En todos los casos, es la posesi�n de un paradigma com�n lo que
constituye a un grupo de personas en una comunidad cient�fica, grupo que de otro
modo estar�a formado por miembros inconexos[14].
Como cada cient�fico no puede construir su�
campo de actuaci�n desde los cimientos: sin paradigmas consensuados no
hay verdaderamente ciencia como obra colectiva. El uso del concepto de
paradigma seg�n Kuhn se est� generalizando en los �ltimos a�os del siglo, en
las ciencias naturales y sociales,� en
los ambientes acad�micos y tambi�n en el lenguaje culto de algunos medios de
comunicaci�n.
Una comunidad cient�fica est� constitu�da por
aquellos profesionales que pr�ctican una especialidad, han recibido parecida
educaci�n y le�do los mismos libros, ense�an colegiadamente a sus sucesores,
mantienen cierta comunicaci�n interna a trav�s de sociedades, congresos,
revistas y otras v�as menos formales, sobre la base de una relativa -por su
diversidad- pero efectiva unanimidad de juicios sobre el oficio[15].
Para Kuhn los miembros de una comunidad cient�fica determinada proporcionan
el �nico auditorio y el �nico juez a los trabajos de dicha comunidad[16].
Los paradigmas compartidos lo son de forma m�s t�cita que expl�cita, m�s
pr�ctica que te�rica; no est�n especificados con toda precisi�n ni, por
descontado, exentos de desacuerdos y conflictos internos; se trata de creencias
aceptadas (su estabilidad nos faculta para hablar de valores) que permiten a
los miembros de la comunidad seleccionar, evaluar, criticar e interpretar; sus
elementos provienen tanto de la teor�a como de la pr�ctica,� de la propia disciplina como de otras, del
conocimiento cient�fico como del conocimiento corriente, etc[17].
Estos valores comunes a toda una especialidad cient�fica no son id�nticos de
una comunidad a otra, de una �poca a otra[18],
tienen su propia especificidad e historia�
que hay que examinar a fin de superar el s�ndrome acad�mico del
compartimento: la ilusi�n etnoc�ntrica -cuando no egoc�ntrica- de que no hay
nada m�s all� de la torre de marfil de la escuela, del �rea de conocimiento, de
la� l�nea o del grupo de investigaci�n,
del yo particular, como si fuera del propio -y seguro- �mbito de
actuaci�n todo fuese discrepancia, confusi�n, ecl�cticismo... El reconocimiento
expl�cito de la existencia de activos paradigmas compartidos que son fueron -y
en alg�n sentido a�n son-, objetivamente, m�s importantes que la pertenencia a
una determinada escuela, especialidad, tradici�n nacional, filosof�a� o ideolog�a pol�tica, es hoy un ejercicio de
modestia, intelectual y cient�fica, que tenemos de practicar los historiadores.
Las comunidadades cient�ficas no est�n
aisladas entre s�, mantienen relaciones de inclusi�n e interdependencia: los
historiadores contempor�neos se consideran parte de los cient�ficos sociales, y
�stos a su vez de los cient�ficos en general (comandados por las ciencias de la
naturaleza). El paradigma imperante en�
las ciencias naturales condiciona el paradigma de las ciencias sociales
y humanas, que a su vez sobredetermina el paradigma com�n de los historiadores.
Las l�neas de influencia act�an tambi�n -cada vez m�s- en sentido contrario� (la historia y la f�sica: Kuhn, por ejemplo).
La existencia de un paradigma com�n no
implica, ordinariamente,� una teor�a
com�n. Sobre las teor�as dice Kuhn: tales construciones tradicionales
son, a la vez, demasiado ricas y demasiado pobres para representar lo que los
cient�ficos tienen in mente cuando hablan de su adhesi�n a una teor�a
particular[19];
y, adem�s. pocas ciencias sociales disponen de una teor�a bien articulada y
ampliamente aceptada[20].
La teor�a marxista de la historia ha sido, sin duda, la m�s admitida entre los
historiadores del siglo XX, pero ser�a excesivo, y faltar a la verdad,
considerarla la teor�a com�n de algo tan amplio como los Annales, el materialismo hist�rico y el
neopositivismo, las tres tradiciones que han convergido en la segunda posguerra
para formar nuestro paradigma com�n diverso y plural.
Los valores pueden ser compartidos por
hombres que difieren en su aplicaci�n;�
el paradigma com�n comporta una grado de tolerancia� hacia la desviaci�n individual y colectiva[21];� la coincidencia en aspectos principales de
c�mo entender el oficio no es, por consiguiente, lo mismo que la identidad de
criterios[22];
en suma, la diversidad es la norma y no la excepci�n de un paradigma cient�fico
realmente operativo, porque la ciencia normal no es una empresa �nica,
monol�tica y unificada: viendo�
todos los campos al mismo tiempo, parece m�s bien una estructura
desvencijada con muy poca coherencia entre sus diversas partes[23].
Esta flexibilidad paradigm�tica no es un invento de Kuhn, resulta de cualquier
aproximaci�n sociol�gico-hist�rica a las comunidades cient�ficas reales, las
cuales no se rigen tanto por reglas y�
teor�as r�gidas como por paradigmas compartidos que, ciertamente, han de
guardar el grado de coherencia y compatibilidad suficientes como para
garantizar un marco com�n y eficaz de trabajo, que asegure que las inevitables
pol�micas no efectar�n a la pr�ctica en per�odos de ciencia normal[24].
La historia y la sociolog�a de la ciencia han echado abajo, en consecuencia,
esa falsa y simplificadora alternativa, tan corriente, de rigidez te�rica o
eclecticismo vulgar. Bien entendido que la unidad, flexibilidad y diversidad
detectadas no significan debilidad: no hay m�s que ver lo mucho que les cuesta
a los cient�ficos abandonar sus creencias paradigm�ticas. Resumiendo, la
existencia de un paradigma com�n no presupone una �nica lectura: puede,
por consiguiente, determinar simult�neamente varias tradiciones de ciencia
normal que, sin ser coextensivas, coinciden[25].
Comprenderlo es aprender a pensar de otra manera, es dejar de enga�arnos a
nosotros mismos, es rebasar una extendida �falsa conciencia� sobre c�mo
funciona verderamente nuestra disciplina.
Nuestro territorio com�n
El contenido complejo de unidad-pluralidad de
la noci�n de paradigma, �c�mo se aplica a la historia? Si consultamos las
memorias de las oposiciones a profesores numerarios encontraremos, usualmente,
referencias conjuntas tanto a la escuela de Annales
como al materialismo hist�rico -con la oportuna muestra de respeto positivista
por las fuentes-, citas rituales a significativos autores y obras, pretendiendo
con frecuencia el concursante cierta diversidad que satisfaga al previsible
variado tribunal fruto del sorteo correspondiente. Una manera, pues, de acceder
al paradigma com�n de los� historiadores
son estos proyectos docentes. Pero el ense�ante fue antes ense�ado y aprendi�
los fundamentos de la disciplina en libros de texto[26],
clases magistrales, lecturas obligatorias, seminarios, clases pr�cticas.
Vocabulario de la disciplina, frases del tipo la funci�n del historiador
no es juzgar los hechos hist�ricos, reconocimiento de los profesionales
m�s aceptados y de las investigaciones y s�ntesis consideradas maestras,
calificaci�n negativa o positiva de una interpretaci�n, tema� o m�todo de investigaci�n: todo ello se
aprende en la facultades de historia, dentro�
y fuera de las aulas. El paradigma subyacente se refleja en los
programas de las asignaturas y en sus manuales de apoyo: todos bastante
parecidos. Los profesores difunden y defienden en las clases el paradigma� establecido, a�n en tiempos de crisis, m�s
all� incluso de su opini�n personal , que si acaso se refleja m�s en la
originalidad sus trabajos de investigaci�n, y ello no siempre. Las m�ltiples
traduciones de obras de s�ntesis y de estudios monogr�ficos (mayoritariamente
del franc�s y del ingl�s) han unificado a lo largo de los a�os el� territorio com�n, nacional e internacional,
de los historiadores alrededor (pero no s�lo) de las principales escuelas y
tradiciones. Con los escasos pero cruciales art�culos o libros que tratan
de� historiograf�a, metodolog�a y teor�a de
la historia (la filosof�a de la historia viene siendo, a pesar de todo, m�s
dedicaci�n de fil�sofos que de historiadores), como la Apologie pour l'Histoire ou M�tier d'historien
de Marc Bloch (Par�s, 1949) o What is
history? de Edward H. Carr (Londres, 1961), reeditados una y otra
vez en los idiomas principales de Occidente, se completan los mecanismos de
homogenizaci�n y difusi�n del paradigma com�n de los historiadores del siglo
XX, que, insistimos, es dado a conocer m�s a�
trav�s� de sus realizaciones
pr�cticas que te�ricamente, lo cual dificulta sobremanera su identificaci�n
pero no as� su eficacia ejemplarizante y homologadora.
En los manuales de historia dirigidos a los
estudiantes, y dem�s libros-s�ntesis� de
historia, el paradigma com�n est� impl�cito, se muestra en ellos la obra final
no las herramientas utilizadas, porque no se habla de conceptos, m�todos y
valores historiogr�ficos, por consiguiente no suele haber referencias a las
revoluciones historiogr�ficas, �con el objetivo de que la historia de la� historia parezca lineal-acumulativa, como
denuncia Kuhn para las ciencias�
naturales?[27]
Si bien la histor�a del siglo XX participa del paradigma ilustrado de una
ciencia acumulativa que progresa linealmente, los textos de reflexi�n
historiogr�fica tienden a lo contrario: destacan los cortes historiogr�ficos y
disimulan el hilo conductor,� la
continuidad sea diacr�nica sea sincr�nica entre las diferentes escuelas, la
existencia en definitiva de un patrimonio com�n[28].
De ah� la falta de precedentes, y las dificultades con que nos encontramos,
para la reconstrucci�n que queremos -sobre nuevas bases- de un activo
largamente compartido, lo que denominamos usualmente como la ciencia de la historia, la historia cient�fica,� la �historia como ciencia social, el
paradigma establecido en los medios profesionales y acad�micos de los pa�ses
occidentales desde mediados del siglo XX, que, dentro de cinco a�os, ser� ya el
paradigma com�n de los historiadores del �siglo pasado�.
La revoluci�n
historiogr�fica del siglo XX
La revoluci�n historiogr�fica del siglo XX
derroc�, en buena medida, de su pedestal a la historia heredada del siglo XIX:
narrativa, acontecimental, pol�tica, biogr�fica; positivista,� descriptiva, historizante; historia desde
arriba, superficial, se dijo. Impuso cierta hegemon�a conjunta de la escuela de
Annales y del materialismo
hist�rico[29],
marginando pero no eliminando a la vieja historia[30].
Estableci� un paradigma com�n y diverso que participaba, no siempre
conscientemente, y sacaba su fuerza e inspiraci�n filos�fica, de un concepto
objetivista de la ciencia, relanzado en esa �poca, lo cual facilit� a su vez la
continuidad directa[31]
y, m�s a�n, indirecta del positivismo, influencia difusa y ciertamente ambigua
pero mucho m�s aceptada en la pr�ctica por los nuevos historiadores de lo que
parece y, sobre todo, de lo que se dice[32].
�C�mo se explica si no la facilidad con que han retornado en la �ltima d�cada
los g�neros historiogr�ficos tradicionales? El empirismo no es s�lo una peculiaridad
anglosajona, es una tendencia general de la ciencia hist�rica, si lo
contrastamos con la preocupaci�n por la teor�a de la sociolog�a (desde Comte
hasta los soci�logos hist�ricos pasando por Weber), la antropolog�a� (Claude�
L�vi-Strauss) o incluso la psicolog�a (Jean Piaget). El desinter�s
hacia� la teor�a y la preferencia por la
inducci�n no es tampoco una particularidad de Annales[33]
(causa pero tambi�n efecto de una revoluci�n paradigm�tica que encontr�
obst�culos en su camino), sino un m�nimo denominador com�n de los historiadores
de profesi�n[34].
Sin reconocer este trasfondo positivista, inductivista y objetivista, no
entender�amos bien los fracasos y las limitaciones del paradigma conjunto Annales-marxismo y no valorar�amos
justamente sus �xitos. Adem�s, �no forman parte el positivismo, el materialismo
hist�rico y la escuela de Annales,
de un mismo proyecto progresista de la historia que empieza con la
Ilustraci�n?� Es la� contig�idad de los tres paradigmas lo que ha
facilitado que funcionen como vasos comunicantes (y sus diferencias lo que ha
posibilitado el trasvase de valores, hasta una situaci�n de equilibrio).
Lo que a fin de siglo contemplamos justamente
s�lo como una victoria m�s bien parcial del primer gran paradigma com�n de los
historiadores, constitu�dos en comunidad cient�fica[35],
fue en realidad un paso de gigante respecto a la situaci�n precedente,
decimon�nica, cuando rivalizan sin ponerse de acuerdo historiogr�ficamente el
positivismo y el romanticismo nacionalista, el materialismo y� el idealismo, los aficionados y los primeros
profesionales de la historia[36].
Tirar�amos� piedras contra nuestro tejado
si no valor�ramos la revoluci�n cient�fica que supuso el auge de la nueva
historia[37].
A partir del fin de la II Guerra Mundial, la historia alcanz� su mayor�a de
edad como disciplina acad�mica, concluy� su proceso de profesionalizaci�n, se
sit�o entre las ciencias sociales en un lugar preeminente,� gan� un extraordinario reconocimiento p�blico
a caballo del optimismo de la �poca hacia el progreso t�cnol�gico y econ�mico y
la transformaci�n social subsiguiente, liber��
grandes energ�as que hicieron crecer -hasta el d�a de hoy- la
investigaci�n hist�rica sobre la base de una alta valoraci�n de la innovaci�n
tem�tica y metodol�gica. Se puede decir incluso que la nueva historia que hemos
practicado, si hoy agoniza, es por el �xito alcanzado. Su herencia es
incalculable. No sabemos que ser�a m�s grave: dilapidar el patrimonio heredado
haciendo tabla rasa, o negar como avestruces la crisis irreversible del
paradigma com�n de la historiograf�a del siglo XX.� Estamos convencido de que ambos riesgos son
evitables si nos habituamos a pensar de manera renovada, esto es, compleja.
Hegemon�a conjunta y
limitada
De suerte que el paradigma com�n plural de
los historiadores de la segunda mitad del siglo XX tiene tres componentes,
simultanea y relativamente, paradigmas rivales: escuela de Annales, marxismo y neopositivismo[38].
La hegemon�a conjunta de Annales
y el materialismo hist�rico, siendo cierta[39],
hay que naturalmente relativizarla bastante, ocupa el centro del escenario,
pero no todo el escenario, su mediatizaci�n por un empirismo superviviente,
amoldado magn�ficamente a las nuevas circunstancias, contradice de tal modo las
intenciones antipositivistas de las dos grandes escuelas tendencialmente
dominantes en el mundo, que ser�a un craso error no considerar su presencia, no
siempre en la retaguardia de la profesi�n. Los valores compartidos en cuanto a
novedades tem�ticas, metodol�gicas y te�ricas son prove�dos por Annales y el marxismo, por este orden; la
contribuci�n neopositivista tiene m�s que ver con el concepto general vigente
de ciencia hist�rica y con el enorme prestigio que sigui� teniendo el empirismo
en la pr�ctica docente e investigadora de todos los historiadores. El
positivismo forma parte del consenso historiogr�fico actual gracias a esa parte
inductivista que existe en todos nosotros y que nos lleva a decir, verbigracia,
que lo que hay son �buenos y malos� historiadores. El propio concepto de
paradigma com�n que usamos nos remite m�s a la pr�ctica de la profesi�n que a
su teor�a, y en ese terreno es dif�cil prescindir de la dosis� habitual de positivismo que, concentrado en
t�cnicas y m�todos, lo hemos visto, se adapta flexiblemente a paradigmas y
teor�as diversos, justamente por su desd�n por los compromisos paradigm�ticos y
las teor�as.
Los maestros de los j�venes historiadores de
los a�os 60 (y de los a�os 70 en Espa�a y en otros pa�ses) fueron historiadores
tradicionales y positivistas que inculcaron en sus disc�pulos, y �stos a los
suyos (a la manera de antiqu�sima reproduci�n jer�rquica del saber acad�mico)
el gusto por la erudici�n, la� creencia
en la imparcialidad del historiador, el recelo hacia las teor�as y filosof�as
de la historia[40].
Todav�a hoy, �cu�ntas veces o�mos en las lecturas de tesis a miembros del� tribunal de filiaci�n annaliste, e incluso marxista, criticar al
doctorando por carencias en las fuentes y la bibliograf�a utilizadas, exigiendo
erudici�n por encima incluso de originalidad y innovaci�n, interpretaci�n e
historia-problema, con lo cual se deforma el significado verdadero de una
tesis? La aportaci�n del positivismo al paradigma historiogr�fico
del siglo XX est� en el inter�s por los archivos y las llamadas ciencias� auxiliares de la historia[41];
por las fuentes y la cr�tica de las fuentes; por los datos y los hechos; por
los casos y el an�lisis; por las t�cnicas y la especializaci�n; y, adem�s, el
positivismo ha conferido legitimaci�n acad�mica a la nueva historia.� No s�lo el marxismo, tambi�n Annales tiene un origen marginal respecto
del poder universitario, �habr�an� podido
trasformarse ambos movimientos en escuelas hegem�nicas en las universidades de
muchos pa�ses sin la colaboraci�n� t�cita
de los sectores tradicionales del establecimiento acad�mico? El academicismo,
la pertenencia a la corporaci�n universitaria�
supone actitudes, jerarqu�as y rituales, que son parte de los valores
compartidos por los historiadores[42],
m�s all� de escuelas e incluso ideolog�as[43].
El equilibrio paradigm�tico entre las tres
corrientes historiogr�ficas citadas implica influencias, reconocimientos y
concesiones� mutuas que raramente se
explicitan. Pero son normales, hasta los a�os 70, manifestaciones favorables de
los historiadores de Annales
hacia el materialismo hist�rico[44],
y de marxistas franceses[45]
e ingleses[46]
hacia Annales. De hecho ambas
escuelas se muestran en esos tiempos compatibles[47]
y complementarias. Annales� por ejemplo se ha interesado m�s por la
metodolog�a, las estructuras y la historia medieval y moderna,� y el materialismo hist�rico por la teor�a,
las revoluciones y la historia contempor�nea. Annales
ha influ�do mayormente en los pa�ses del sur de Europa y la historiograf�a
marxista en el norte[48].
El lazo m�s s�lido entre los historiadores de ambas tendencias es, sin duda
alguna, la oposici�n frontal a la vieja historia, positivista y conservadora[49].
La concesi�n mayor de los historiadores empiristas, que admitieron el
predominio p�blico de las grandes escuelas�
sin dejar de practicar una historia cl�sica y erudita (habiendo cambiado
muchos de ellos, eso s�, la historia pol�tica y acontecimental por la historia
econ�mica y social), es no arremeter contra el marxismo, cosa que sin embargo
si han� hecho lo fil�sofos
neopositivistas como Popper.
La interconexi�n de los tres
paradigmas-tradiciones entra�a que, como el todo est� en cada parte, cada uno
de ellos interioriza, adapta y representa, a su modo, el paradigma com�n.� Ahora bien, es obligado advertir la mayor
contribuci�n de la escuela de Annales
al acervo com�n de los historiadores�
occidentales de los a�os 50 y 60[50],
que corresponden con la generaci�n de los segundos Annales, liderada por Fernand Braudel, que culmina los
esfuerzos� de innovaci�n y� rupturas de Marc Bloch y Lucien Febvre, en el
per�odo entreguerras, con la historia tradicional. Francia va a ser el centro
de la revoluci�n historiogr�fica del siglo XX por la radicalidad, para bien y
para mal[51],
sin parang�n en otros pa�ses, con que combate y arrincona� a la vieja historia historizante[52].
Ni siquiera nuestra historiograf�a marxista fue tan dura y neta a la hora de
cambiar paradigmas: sigui� cultivando y/o aceptando, por ejemplo, una historia
pol�tica que Annales negaba por
principio[53].
La centralidad de Annales (a
trav�s de sus enfoques innovadores) en el paradigma historiogr�fico dominante
facilita y vertebra la diversidad de �ste, desde el neopositivismo al marxismo
estructural. Con todo, en cada pa�s la convergencia historiograf�ca se produjo
de forma distinta: en Gran Breta�a el rol vertebrador de la nueva historia
acab� por corresponder a la� nueva
historiograf�a marxista.
Pierre Vilar dec�a, en 1967, que despu�s de
cincuenta a�os de rechazo la investigaci�n hist�rica va en el sentido en
que Marx la hab�a encauzado, gracias a los historiadores como
Labrousse� y otros, imbuidos por el
pensamiento de Marx aunque no siempre lo proclamen[54].
�Se� puede generalizar este marxismo
t�cito a toda la escuela de los primeros y, sobre todo, de los segundos� Annales?
La respuesta es s� en el sentido� de que
los nuevos historiadores franceses consideran -la mayor�a lo siguen sosteniendo
hoy- que han asumido las ense�anzas cient�ficamente v�lidas del materialismo
hist�rico. Es un lugar com�n entre los historiadores contempor�neos, incluso
entre algunos tenidos por conservadores, admitir la contribuci�n del
materialismo hist�rico a la construcci�n de la historia cient�fica sin por ello
considerarse pol�ticamente marxistas. Es la prueba m�s evidente del componente
marxista del paradigma com�n. El prestigio profesional de los historiadores
marxistas corrobora el sentimiento general de estar en el mismo barco, aunque
se investigue sobre distintos� temas y
con enfoques� a menudo matizadamente
diversos. La admisi�n del materialismo hist�rico en la academia
historiogr�fica, donde ocup� y ocupa posiciones de poder en absoluto
desde�ables (lo que obliga a tenerlo en cuenta cient�ficamente), subraya la
autonom�a de la ciencia respecto de la pol�tica[55].
La pura verdad es que gran parte de� la
difusi�n de los conceptos marxistas alcanzada en nuestras universidades es
indirecta, consecuencia de� la
coparticipaci�n de la teor�a y la pr�ctica materialista de la historia en el
paradigma com�n� de las ciencias sociales
y humanas; en contrapartida, el marxismo confiere credibilidad progresista al
conjunto hegem�nico, del mismo modo que Annales
proporciona el prestigio de la renovaci�n y los historiadores positivistas la
imagen acad�mica, sobre todo en el momento de acceder al establishment los nuevos historiadores de
la econom�a y de la sociedad, en los a�os 60 y 70.
La historiograf�a espa�ola se caracteriza por
no haber desarrollado una� escuela
propia, y por una recepci�n tard�a[56]
de la renovaci�n historiograf�ca del siglo XX a causa del par�ntesis franquista
y de la consabida inercia acad�mica, es por ello nuestro pa�s una excelente
ilustraci�n del triple origen del paradima com�n implantado en los a�os 60 y
70, entre una y dos d�cadas despu�s que Francia. A lo largo de 1975 un grupo de
historiadores j�venes, y menos j�venes, escriben sobre la situaci�n y
perspectivas de la historia, en el Bolet�n Informativo
de la Fundaci�n Juan March, delimitando claramente las tres
contribuciones que protagonizan, por activa o por pasiva, la renovaci�n
historiogr�fica[57]:
Annales (Antonio Eiras Roel, Jos�
�ngel Garc�a de Cort�zar),� marxismo
(Juan Jos� Carreras, Antonio Elorza) e historiadores tradicionales (Luis
Su�rez, Jos� Mar�a Jover) que, en los textos que aportan[58],
muestran cierto respeto y apertura hacia las dos corrientes internacionales de
vanguardia . Con el paso de los a�os, a pesar de la crisis del marxismo, el
materialismo hist�rico ha mantenido su influencia en el campo de la historia,
al contrario de lo que sucedi� con soci�logos, fil�sofos, economistas y
politic�logos: los historiadores siguen por lo general considerando las
tesis principales del materialismo hist�rico como una buena herramienta
metodol�gica[59].
Dicho en Espa�a -en 1991-� por un
fil�sofo, parece excesiva esta afirmaci�n en t�rminos absolutos pero si es
verdadera[60]
comparativamente, cabe preguntarse el porqu�. La continuidad hasta el presente
del mentado pardigma com�n tripartito como referencia historiogr�fica b�sica, a
pesar de la fragmentaci�n y crisis de la disciplina, es una parte esencial de
la respuesta.
Mientras el epicentro renovador franc�s se
consolida, en la d�cada que sigue a la II Guerra Mundial[61],
en el mundo anglosaj�n, y concretamente en Inglaterra sigue campando por sus
respetos la vieja historia pol�tica[62].
Hasta los a�os 60 y 70 no se estabiliza, frente al positivismo dominante (que
inclusive se agudiza desde 1900) y con la ayuda de Annales, una historia social�
de orientaci�n marxista[63],
si bien Peter Burke -en 1984- reconoce que todav�a, a pesar del ascenso de la
nueva historia econ�mica, social y cultural, la historia pol�tica es el sector
m�s densamente poblado, comenzando a integrarse en la nueva
historia al desarrollar precozmente una historia social de la pol�tica, una
nueva historia pol�tica[64].
Habr� que esperar hasta finales de los a�os 70 para ver como la historia social
anglosajona irradia su influjo internacional, al relevar al marxismo
(estructuralista) en decadencia en�
Francia y en los pa�ses latinos[65].
El problema de los a�os 80 es la creciente debilidad del paradigma com�n,
contestado interna (incremento multilateral de la rivalidad entre los tres
componentes) y externamente, en este contexto, el fruto brillante (verbigracia,
las obras de Thompson) pero� tard�o[66]
de la historiograf�a marxista anglosajona no pudo imponerse y suplir el reflujo
de la influencia de Annales
(que� tambi�n acab� afect�ndole[67]),
y menos en el ambiente desfavorable de los a�os 80 (neoconservadurismo,
retroceso de las humanidades). La historia social inglesa, y norteamericana,
madur� demasiado tarde para el viejo paradigma del siglo XX (en cuyo seno se
desarroll�),� y demasiado pronto para
enlazar con el nuevo paradigma hoy en formaci�n. El retraso, y tal vez la
moderaci�n, en la ruptura con la historia tradicional ayudan a entender que la
historia social angloamericana no fuera capaz de ofrecer nuevas y estables
soluciones a los problemas finiseculares, recomponiendo el paradigma com�n.
Al igual que Annales,
sufre la historia social anglosajona (sobre todo Past and Present), desde finales de los a�os 70, las
preceptivas cr�ticas cruzadas, tambi�n desde el marxismo: por perder el
esp�ritu innovador, mostr�ndose conservadora ante la historia de la familia, la
historia de las mujeres, la historia oral...[68];� por abandonar la historia pol�tica[69],
los enfoques cualitativos y la historia-problema[70];
por ser d�biles ante la tradici�n whig
de la historiograf�a brit�nica, moralista liberal� y positivista[71].� Tomando en consideranci�n �stas y otras
cr�ticas, a los movimientos que han nucleado tanto Past and Present como Annales,
en total al paradigma com�n, y con pretensiones siempre constructivas, hemos
esbozado ya en otro lugar nuestra alternativa[72].
Escisi�n objeto/sujeto
La revoluci�n historiogr�fica del siglo XX se
plante� -y ciertamente lo logr�, ya veremos a que precio- que la historia fuese
admitida entre las ciencias sociales, que al mismo tiempo, desde Comte y pese a
Kant, sacaban su cientificidad de las ciencias�
naturales, bajo el viejo criterio de la unidad del m�todo cient�fico.
Este esfuerzo por la homologaci�n cient�fica de la historia con la sociolog�a,
la econom�a y dem�s nuevas ciencias sociales, encontr� feroces resistencias de
fil�sofos y pensadores que quer�an representar a las nuevas disciplinas, desde
Karl R. Popper[73]
hasta Claude L�vi-Strauss[74]
pasando por Jean Piaget[75],
que los nuevos historiadores conjuraron�
tratando de parecerse lo m�s�
posible a las ciencias sociales y, en �ltimo t�rmino, a las a�ejas
ciencias naturales, potenciando una imparcialidad objetivista y
centrando las escasas reflexiones en la metodolog�a, campo de juego preferido
del positivismo. Se perdi� as� la ocasi�n de representar un correctivo
ben�fico frente al provincialismo regional, temporal y objetivo de la
investigaci�n social dominante[76].
Parad�jicamente,� Kuhn tiene que aplicar
la historia para despositivizar la filosof�a de las ciencias� naturales, propiciando de este modo un cambio
de paradigmas que ha llegado a las ciencias sociales y a la propia historia, al
menos tal es nuestra intenci�n.
En el camino que va del inductivismo ingenuo
de Newton y Galileo a la ciencia positiva de Augusto Comte, hemos dejado atr�s
la teolog�a y la metaf�sica, la superstici�n y el dogmatismo, como formas de
conocer �aut�nticamente� el mundo objetivo, aquello que existe fuera de
nosotros mismos. No es poca cosa. Para lograr esta meta prioritaria, la ciencia
moderna e ilustrada -antes de convertirse a su vez en dogmatismo laico,
cientifista[77]-,
para conocer los hechos tal como sucedieron -dir�a el gran maestro
de los historiadores positivistas, Ranke- sin acudir a lo sobrenatural, ha
eliminado de un modo u otro el sujeto, y no s�lo el sujeto transcendente,
tambi�n el sujeto humano. A los cient�ficos de los siglos XVII-XIX ser�a
anacr�nico pedirles m�s: la ciencia ten�a que pasar por su fase objetivista
depuradora. Ahora bien, �no se ha prolongado demasiado este concepto
tradicional de ciencia a lo largo del siglo XX? �No es absurdo que la historia
siga fiel -o infiel seg�n se mire- al concepto mecanicista y positivista de la
ciencia� a finales del siglo XX?
La ciencia occidental al afirmar que los
objetos (inmutables, autosuficientes) existen�
independientemente del sujeto (que perturba e induce a error), hizo
posible la observaci�n de la naturaleza y su explicaci�n mediante la
experimentaci�n y la verificaci�n, di� lugar a avances colosales del
conocimiento humano.� El divorcio
cartesiano entre el saber objetivo y el saber subjetivo genera dos maneras, en
su momento irreconciliables, de pensar la modernidad: materialismo pasivo e
idealismo activo. Sabemos que el objeto y el sujeto son indisociables, pero la
ciencia racionalista nos obliga a separar y eligir: o bien ciencia objetivista,
o bien filosof�a subjetivista� (en
historiograf�a, romanticismo en el siglo XIX y�
presentismo en el siglo XX). Pensar juntamente objeto y sujeto requiere
un giro de 180� en nuestro concepto de ciencia. Esto es, una radical puesta al
d�a que mire a la nueva f�sica, pero que tambi�n deshaga el camino andado y
vuelva a reflexionar sobre las tesis de Marx sobre Feuerbach, donde se critica
el materialismo �que s�lo concibe el objeto, la realidad, la sensorialidad,
bajo la forma de objeto o de contemplaci�n, pero no como actividad sensorial humana, como pr�ctica, no de un modo subjetivo. De aqu�
que el lado activo fuese
desarrollado por el idealismo , por oposici�n al materialismo, pero s�lo de un
modo abstracto�[78].
El �nfasis en lo subjetivo del materialismo
hist�rico, entendido como filosof�a de la praxis, contrasta con el postulado
objetivista del mismo Marx que dice que el ser social determina la
conciencia, lo que lleva a un fil�sofo popperiano a situar a Marx,
despu�s de Popper y Lakatos, en un apartado sobre el objetivismo de la ciencia[79].
Puede sonar extra�o, toda vez que conocemos las motivaciones antimarxistas de
Popper, pero no lo es tanto si� caemos en
cuenta que ambos son consecuencia diversa de una misma tradici�n cient�fica, la
diferencia est� en que el autor de la Miseria
del historicismo no vacila, no permite una doble lectura como
Marx,� y as� escribe consecuentemente, en
1979: El conocimiento en sentido objetivo es un conocimiento sin
conocedor; es conocimiento sin sujeto cognoscente[80].
En 1973, era L�vi-Strauss quien aseguraba que las ciencias sociales y humanas,
si son verdaderamente ciencias, deben mantener el dualismo del
observador y su objeto, postulado por las ciencias exactas y naturales, recalca
el m�ximo te�rico y difusor del estructuralismo[81],
ajeno a las consecuencias epistemol�gicas para las ciencias sociales de los
descubrimientos contempor�neos en f�sica y en biolog�a. Estamos ante una de
esas anomal�as de Kuhn -ejemplos en contrario- con que se encuentra el
paradigma dominante, sin que por el momento haga demasiada mella en sus
valedores[82].
Comprobamos, pues, la sorprendente vigencia del objetivismo del paradigma
naturalista en los a�os 70, cuando el paradigma compartido por los� nuevos historiadores estaba en su plenitud.
En 1977, Kuhn se pregunta, y nosotros con �l: c�mo es que los fil�sofos
de la ciencia han descuidado durante tanto tiempo los elementos
subjetivos[83].
La verdad es que en la segunda mitad del siglo XX, antes de Kuhn, en filosof�a
de la ciencia el paradigma era Popper y sus ep�gonos -desde La sociedad abierta y sus enemigos
(1945)-, y en ciencias sociales se impuso el objetivismo estructuralista; si ha
ello unimos el peso del economicismo marxista, potente en la segunda posguerra,
tenemos una buena explicaci�n de por qu� perdur� tanto tiempo el objetivismo� de la ciencia propio del siglo XIX, con todas
las matizaciones que se quieran, concretamente en la disciplina de la historia,
condicionada por un empirismo latente de origen decimon�nico en mayor grado que
las nuevas ciencias sociales.
Otras caracter�sticas de este paradigma
cient�fico objetivista activo en la posguerra, que sobredeterminan asimismo el
bienintencionado paradigma historiogr�fico Annales-materialismo
hist�rico, son el sentido absoluto (no condicionado por un sujeto) de su noci�n
de verdad y el principio metodol�gico de la simplicidad.
La m�quina determinista de Newton es
perfecta, est� sujeta al orden absoluto, porque es obra de Dios; Kant
sustituir� al Dios absoluto por la Raz�n absoluta, pero el resultado es el
mismo: la verdad objetiva de la ciencia ilustrada es un atributo trascendente,
un objetivo ut�pico, en su totalidad est� fuera del alcance del sujeto
congnoscente. Est� dimensi�n idealista de la verdad cient�fica ha contribuido
grandemente a arruinar la� puesta en
pr�ctica de un concepto paradigm�tico clave de Annales
y del marxismo: la historia total.� Para
los depositarios de estas verdades absolutas, resulta l�gicamente inconcebible
la existencia de un paradigma com�n, un lugar donde se comparten valores,
m�todos, l�neas de investigaci�n y conceptos con escuelas rivales.
Este orden perfecto, objetivo y absoluto, hay
que hallarlo debajo de la apariencia desordenada de la realidad, a trav�s una
metodolog�a fundada en la simplificaci�n[84].
No cabe dudar de la fecundidad del pensamiento cient�fico que separa lo que
est� ligado (disyunci�n) y unifica lo que es diverso (reducci�n), selecciona y
jerarquiza, clasifica y cosifica, una realidad que, conforme avanza, la propia
investigaci�n emp�rica entrev� m�s compleja, relativa y global en su contenido.
El acto primigenio de la racionalizaci�n simplificadora de la ciencia moderna
ha sido, pues, la escisi�n objeto/sujeto. El �xito de los nuevos paradigmas
cient�ficos depender�, entre otras cosas, de su capacidad para superar la
met�fora que encierra dicho corte conceptual y concebir la realidad -tambi�n la
realidad hist�rica- como simult�neamente objetiva-subjetiva.
Sobredeterminaci�n
Los condicionamientos objetivistas que los
paradigmas cient�ficos predominantes han ejercido sobre sobre la nueva
historia, desde el viejo positivismo al estructuralismo de los a�os 60,
acabaron potenciando sus tendencias m�s economicistas y cuantitativistas, y
arrinconando gravemente� la doble
dimensi�n subjetiva de la historia (el sujeto como agente hist�rico y el
historiador como sujeto epist�mico) provocando, al filo del nuevo siglo, una
formidable crisis de identidad.
El marxismo influye contradictoriamente en el
paradigma com�n de los historiadores, s�lo muy tard�amente en el sentido antes
citado de las tesis sobre Feuerbach. Los historiadores marxistas ingleses se
interesar�n por el sujeto social (el cambio y las revoluciones que, por la
misma �poca, guiaron a Kuhn) y cultural (el materialismo cultural de Thompson)
a contracorriente -y como reacci�n- de una generalizada lectura objetivista del
marxismo cimentada en el positivismo evolucionista, primero, y en el
estructuralismo althusseriano, despu�s.
Tom Bottomore considera al C�rculo neopositivista
de Viena, que florece entre las dos guerras mundiales, y cuya labor contin�a en
gran medida Popper en la segunda posguerra, como la tendencia m�s
influyente de la filosof�a de la ciencia del siglo XX, y explica como uno
de sus representantes m�s prominentes, Otto Neurath, anima un marxismo
positivista (que por lo dem�s flota en el ambiente) consistente en� un simbiosis de sociolog�a emp�rica,
ideolog�a tecnocr�tica y evolucionismo por etapas que sirve de
apoyo te�rico al revisionismo de la II Internacional[85]
y que nutre, asimismo, al estalinismo con su tosco determinismo y el
desarrollismo de los planes quinquenales[86].
La v�a pol�tica vehicula el ascendiente,
desde fuera, de este marxismo empirista en los nuevos historiadores: es
conocida la militancia activa en los partidos comunistas de la posguerra, de la
mayor�a del grupo fundador de Past� and Present[87]
y de miembros prominentes de la escuela de Annales
(Friedmann, Furet, Le Roy Ladurie), o en los partidos socialistas (Labrousse,
incluso Febvre); el reconocimiento moral de los intelectuales hacia los
comunistas y la URSS por su aportaci�n a la lucha contra el nazi-fascismo,
tambi�n cuenta para comprender este influjo �desde fuera�. Frente al poder
pol�tico del marxismo positivista oficial poco pudo el marxismo cr�tico de la
escuela de Francfort, desarrollado asimismo en los a�os 20 y 30, y continuado
hasta hoy por Habermas. El optimismo econ�mico y desarrollista de la posguerra
favorece, en �ltimo extemo, un marxismo triunfal (que se va extendiendo desde
el Elba hasta el Mar de China) que cree: en la determinaci�n en �ltima
instancia de la� superestructura
por la base� econ�mica y tecnol�gica de
la sociedad; en una ideolog�a reducida a falsa conciencia, reflejo
distorsionado� de la realidad
objetiva;� en la necesidad inexorable que
conduce, etapa tras etapa, la humanidad hacia el comunismo pasando por el
esclavismo, el feudalismo, el capitalismo y el socialismo. En la pr�ctica, m�s
all� de las citas rituales en los manuales, se olvida el Marx subjetivo (la
dial�ctica; eso de que la historia la hacen los hombres; la lucha de clases).
No olvidemos que los sujetos pol�ticamente activos m�s importante son, en ese
momento - y en cierto sentido eso dura hasta 1989-, los dos bloques
enfrentados: 1946-1956, la guerra fr�a; 1956-1963, la coexistencia pac�fica.
Este es el contexto internacional, cuando se impone acad�micamente la nueva
historia.
Este marxismo sin sujeto se beneficia del
clima empiro-objetivista existente en�
los ambientes cient�ficos, en los a�os 40 y 50 -es el momento de la
ofensiva neopositivista en el campo de la filosof�a de la ciencia-,
contrarrestando las aportaciones� m�s
creativas de los historiadores marxistas al paradigma com�n que se generaliza
por esos a�os entre la comunidad de historiadores. Corresponder� al marxismo
estructural de Althusser en particular, y al estructuralismo en general, el
honor de acabar de separar, tajantemente, a la nueva historia del sujeto, en
los� fundamentales a�os 60, con su determinismo
intransigente, un aut�ntico paroxismo del objeto.
La sustituci�n paradigm�tica del marxismo
positivista por el marxismo estructuralista fue, sea como sea, un relevo
necesario. El fin de la parte m�s dura de la guerra fr�a, que todo lo tapaba, la
desestalinizaci�n de Kruchev y la represi�n de la revuelta h�ngara, hacen del
a�o 1956 la fecha clave para comprender el desencanto� pol�tico y an�mico de los intelectuales
pr�ximos al marxismo: urg�a sustituir la creencia positivista en el
evolucionismo economicista� por algo que
reavivase la fe y la esperanza. Louis Althusser se inspira en el
estructuralismo para, so pretexto de combatir el agotado positivismo y devolver
al marxismo su car�cter de ciencia, trasmutar la determinaci�n concreta del
dato emp�rico en la determinaci�n abstracta de la estructura oculta: rebrota el
orden simple, perfectamente objetivo, bajo la apariencia compleja
(ideol�gica) de la realidad. Las estrategias son diferentes, pero
hay una base filos�fica com�n entre el positivismo y el estructuralismo: el
objetivismo.
A diferencia del positivismo, el
estructuralismo es una filosof�a de la ciencia que nace, se desarrolla y muere
(cuando el sujeto retorna en el �68) en el seno de las ciencias sociales y humanas.
Saussurre en ling��stica, L�vi-Strauss en antropolog�a, Lacan en psicoan�lis,
Althusser en marxismo, todos dicen lo mismo: el objeto de la ciencia es
descubrir la estructura subyacente y determinante (lenguaje, s�mbolos,
incosciente, modo de producci�n). Nadie prescindi� tanto del sujeto como los
estructuralistas; el mayor antrop�logo del siglo XX, Claude L�vi-Strauss, llega
a escribir lo siguiente: creemos que el fin �ltimo de las ciencias
humanas no es constituir al hombre, sino disolverlo[88].
La historia de los hombres es reemplazada por la historia de las estructuras,
la temporalidad bascula hacia la espacialidad[89]:
se impone la geohistoria y la larga duraci�n de los segundos Annales[90].
Las partes m�s subjetivista -y tambi�n la
empirista en su dimensi�n historicista- del paradigma com�n de los
historiadores es agredida por el estructuralismo, que en �ltimo extremo niega
la historia, lo cual provoca respuestas. En 1967, latente ya el reflujo del
estructuralismo[91],
Pierre Vilar participa en una mesa redonda con los althusserianos, critica el
fondo antihist�rico del estructuralismo pero de una manera tan moderada y� sincr�tica que se demuestra as� el arraigo
alcanzado por el paradigma estructuralista en los nuevos historiadores de
�poca; es Robert Paris y otros quienes defienden, m�s agresiva y
expl�citamente, el sujeto humano de la historia, acusando� al estructuralismo, calificado de discurso
academicista, de empobrecer la historia�
reduci�ndola a� estructuras
inm�viles[92].
En los a�os 70, al estructuralismo le sucede el posestructuralismo, el marxismo
franc�s� entra en decadencia, y a finales
de los a�os 70: sobreviene el relevo anglosaj�n. E. P. Thompson escribe un
libro muy combativo, The Poverty� of Theory (1978),� contra Althusser[93],� y sus ep�gonos ingleses Hindess y Hirst (y
por elevaci�n contra la revista �New Left Review, editora de
Althusser), denunciando la esterilidad abstracta del estructuralismo, pero es
ya demasiado tarde, el estructuralismo marxista ya� no es enemigo en los a�os 80[94],
y si me apuran tampoco el marxismo, al menos�
si se compara con su influencia intelectual y pol�tica en las dos
d�cadas anteriores.
En los tiempos de los primeros Annales (1929-1945), el factor
virtualmente sobredeterminante es la influencia difusa y ambigua del viejo
positivismo[95]:
se lucha en Francia contra la historia epis�dica de Langlois y Seignobos,
basada en la servidumbre a� los textos, y
contra la ciencia pura del positivismo, pero tambi�n se critica, en
un contexto m�s internacional, el presentismo de Croce y Collingwood que
exacerba el rol del sujeto-historiador y la metaf�sica c�clica de Spengler y
Toynbee[96];
batallas� que, se quiera o no, son
continuaci�n de las antes libradas por el positivismo (sobre todo alem�n) en
favor de un m�todo cient�fico, cr�tico. Es por ello que en los fundadores de Annales encontraremos llamadas al
objetivismo metodol�gico[97],
junto con las conocidas posiciones relativistas, humanistas y subjetivistas[98],
todo ello muy propio de historiadores renovadores pero fieles al oficio:
enemigos tanto de la simplificaci�n abstracta como de la reificaci�n del
objeto-texto. Siempre es� posible, en
consecuencia, una doble lectura de Annales:
objetivista (historia econ�mica,�
demograf�a hist�rica, monograf�as regionales, historia serial) o
subjetivista (historia de la mentalidades, historia humana, historia-problema,
pasado/presente/futuro); Bloch y Febvre mantuvieron cierto equilibrio en sus
obras entre la historia econ�mico-social y la historia de las mentalidades� (sin que desaparezca del todo el polo de la
tem�tica tradicional: verbigracia, la biograf�a de Mart�n Lutero de Lucien
Febvre), pero conforme va ganando hegemon�a la nueva escuela, se decanta:
primero hacia la historia econ�mica y social�
estructural (segunda generaci�n, 1945-1968), y despu�s hacia una
historia de las mentalidades alejada de lo social[99]
(tercera generaci�n, 1968-1989). Cambios paradigm�ticos tan radicales que, para
explicarlos, no� son suficientes los
factores externos, hay que abordar las deficiencias internas del propio
paradigma fundador annaliste,
cuyas dificultades cong�nitas, epistemol�gicas y metodol�gicas, para garantizar
la s�ntesis y un enfoque unitario de la disciplina, son por supuesto
extensibles y comunes al materialismo hist�rico[100].
En ambos casos, la infravaloraci�n o eliminaci�n del sujeto, afecta
naturalmente tanto al sujeto-agente (los hombres) como el sujeto-observador (el
historiador).
��������������� El Marx de las Tesis sobre Feuerbach (1845), que define
su pensamiento como la filosof�a de la praxis, o del Manifiesto Comunista (1848), que postula que la historia de
la humanidad� es la historia de la lucha
de clases, contradice al Marx del prol�go�
de 1859 a la Contribuci�n a la
cr�tica de la econom�a pol�tica, que resume su filosof�a afirmando
que los hombres contraen relaciones econ�micas, independientemente de su
voluntad, que determinan la vida social, pol�tica y espiritual, de modo que
no� es la conciencia lo que determina la
vida social y econ�mica sino el ser social lo que determina la conciencia[101];
el Marx joven y humanista de los Manuscritos
filos�ficos (1844) contradice asimismo al Marx economista maduro de
los Grundisse �(1857-1858)�
y el El Capital
(1867-1875); etc�tera.
��������������� Pol�ticamente el marxismo pas�,
brevemente, a comienzos del siglo XX, del objetivismo positivista de la II
Internacional al subjetivismo voluntarista de la III Internacional (para
retornar, de otra forma, a lo anterior con Stalin).
En el plano intelectual, y m�s recientemente,
est� bien representada las doble lectura del marxismo mediante las posiciones
de Althusser y de Thompson, por ejemplo.
Como en los primeros Annales, tenemos, pues, dos virtuales
lecturas del marxismo, subjetivista y objetivista, de imposible conciliaci�n en
la pr�ctica (a ella nos remitimos para verificarlo), problema que se extiende,
con mayor raz�n, al componente positivista -la madre del cordero de este
problema epistemol�gico- de un paradigma com�n plural que manifiesta, de este
modo, su punto m�s vulnerable, el origen de muchas de sus derrotas.
En principio, la historia, ciencia del
cambio,� se deber�a prestar mal este
renovado enfoque objetivista, sea economicista sea estructuralista, pero la
pr�ctica� de la disciplina lo desmiente
porque es decisivo es el af�n -y la necesidad- de semejarse -de homologarse- a
las otras ciencias, naturales y sociales. Por todo ello, estamos convencidos de
que no habr� una visi�n m�s coherente y unitaria -menos bipolar y pendular- del
marxismo, de Annales, del
paradigma com�n de los historiadores, hasta que el paradigm� general del
sistema de las ciencias no sea capaz de unificar y articular el objeto y el
sujeto, lo simple y lo complejo, lo absoluto y lo relativo: los nuevos
paradigmas cient�ficos avanzan ya esta direcci�n.
��������������� Va a ser en los tiempos de los
segundos Annales (1945-1968), al
fusionarse la aportaci�n marxista[102]
y annaliste, cuando el influjo
exterior sobre la escuela francesa ser� mayor. Podemos decir que la
coyuntura desarrollista de la posguerra, el marxismo oficial y el
estructuralismo antropol�gico, ayudaron a nacer una segunda generaci�n de Annales, movimiento que esta ya marcado ya
por el economicismo[103]
y el cuantitativismo. Para� librarse de
la acusaci�n de empirismo, lanzada contra la historia por L�vi-Strauss y
Althusser, Annales se hace
estructuralista (el paradigma-ejemplo, la obra maestra, es el� Mediterr�neo
de Braudel, publicado en 1949), sacrificando la historia humana� y el cambio social, por la geohistoria, la
estructura econ�mica y la larga duraci�n; eso s�, sin caer en la modelizaci�n
abstracta ni en el teoricismo, esto� es,
conservando el componente pr�ctico-empirista de la historia, trabajando con
hechos y documentos, diferenci�ndose en suma del estructuralismo ahist�rico de
L�vi-Strauss y Althusser. En 1980, Pierre Vilar hace girar todav�a su concepto
de la historia alrededor del concepto de estructura[104].
Los efectos m�s evidentes, despu�s de 1945,
del substrato positivista,� la coyuntura
economicista, la vulgata marxista y la sobredeterminaci�n estructuralista, en
los valores compartidos por los historiadores cient�ficos son: (a) la
marginaci�n de la historia de las mentalidades (sujeto mental) en favor de una
historia econ�mica; (b) la marginaci�n de los conflictos y revueltas (sujeto
social) en favor de una historia social estructural;� y (c) la marginaci�n de los m�todos
cualitativos en favor de una historia cuantitativa, serial. De ah� el desarrollo� tan�
tard�o de la historia de las mentalidades de Annales y de la historia social de Past and Present. De ah� que detectemos
evidentes desfases entre los com�nmente aceptados paradigmas-ejemplos y su
puesta en pr�ctica: ni siempre son seguidos, ni menos a�n son eficazmente
emulados los cl�sicos m�s complejos y m�s venerados, como la Sociedad feudal de Bloch o La formaci�n de la clase obrera de
Thompson. Se podr�a decir que el paradigma com�n de los historiadores del siglo
XX, a pesar de las apariencias, triunf� muy parcialmente, no pudo desarrollarse
plenamente, por razones objetivas, pero entrar�amos en contradicci�n con lo que
venimos denunciando si nos quedamos ah�: el problema est� tambi�n en nosotros
mismos, existen razones subjetivas, anomal�as que afectan a a los paradigmas
fundacionales, debemos optar por intentar resolverlas con la vista puesta en el
futuro inmediato, en el siglo XXI.
[1] Este
trabajo ha sido redactado antes de �La historia que viene�, publicado en Historia a Debate. I. Pasado y futuro,
Carlos BARROS (ed.), Santiago de Compostela, 1995, pp. 95-117.
[2]
Thomas S. KUHN, La estructura de las
revoluciones cient�ficas, M�xico, 1975 (Chicago, 1962), p. 98.
[3] La estructura, p. 3; en los �ltimos
treinta a�os han perdido fuerza las afirmaciones de Kuhn acerca de que la
peculiaridad de las ciencias sociales respecto de las ciencias naturales
consiste en su mayor relaci�n con la sociedad a la hora de eligir temas de
investigaci�n, (�dem, p. 254):
ramas de la biolog�a y de la qu�mica relacionadas con la salud y el medio
ambiente est�n hoy, por ejemplo, tan o m�s conectadas con las necesidades
sociales que las ciencias sociales.
[4] Ni
que decir tiene que no todos los fil�sofos de la ciencia comparten esa opini�n,
es por ello que� la teor�a de Kuhn tiene
un sentido para los historiadores que no tienen las aportaciones de Popper� o, incluso, de Lakatos.
[5] La tensi�n esencial. Estudios selectos sobre la
tradici�n� y el cambio en el �mbito de la
ciencia, M�xico, 1983 (Chicago, 1977), pp. 27-28.
[6] Aunque mi identidad profesional es la de historiador
de la ciencia , lo que pienso cuando me�
introduzco en el tipo de asunto de que me ocupo en� el presente simposio es, en �ltima instancia,
epistemolog�a. Deseo realmente saber qu� cosa es el conocimiento, Segundos pensamientos sobre paradigmas,
Madrid, !978 (Illinois, 1973), p. 83.
[7] La estructura, pp. 149, 317.
[8] La tensi�n esencial, p. 15.
[9] La tensi�n esencial, pp. 10, 32-33, 39-42.
[10] La tensi�n esencial, p. 10.
[11] La
pluralidad y complejidad del contenido conlleva algo que confunde a los no
avisados: todo paradigma est� formado de otros paradigmas.
[12]� La
estructura, pp. 279-280.
[13] Segundos pensamientos, p. 40
[14] Segundos pensamientos, p. 13.
[15] Segundos pensamientos, p. 14.
[16] La estructura, p. 318.
[17] La estructura, pp. 43, 81-82, 199.
[18] La tensi�n esencial, p. 22.
[19] Segundos pensamientos, p. 68.
[20] La funci�n del dogma en la investigaci�n cient�fica,
Valencia, 1979 (Nueva York, 1963), p. 18.
[21] La estructura, pp. 284, 318.
[22] La estructura, p. 113.
[23] La estructura, p. 89.
[24] La estructura, pp. 276-277.
[25] La estructura, p. 90.
[26] Los
libros de texto, con todo, juegan un papel m�s importante -casi exclusivo- en
las ciencias naturales que en las ciencias sociales, donde el estudiante tiene
pronto acceso a antolog�as de fuentes, investigaciones monogr�ficas y obras
cl�sicas, La tensi�n esencial,
pp. 251-252; La estructura, pp.
254-255.
[27] La estructura, pp. 212-216.
[28] El
propio Kuhn reconoce, en general, que los historiadores de la ciencia prestan mucha
m�s atenci�n a los cambios de paradigma, descuidando considerablemente los
per�odos de ciencia normal, que ocupan la mayor parte de la vida de los
cient�ficos, La funci�n del dogma,
p. 26.
[29] El
Congreso Internacional de Ciencias Hist�ricas de Par�s en 1950 marca la
asunci�n de la escuela de Annales,
y� el�
Congreso de Mosc� en 1970, que bati� el record de historiadores
inscritos,� la aceptaci�n de la
historiograf�a marxista como� parte de la
ciencia hist�rica, Eloy BENITO RUANO, El
Comit� Internacional, el Comit� Espa�ol y los Congresos Internacionales de
Ciencias Hist�ricas, Madrid, 1990, pp. 16, 20.
[30] La
historia tradicional, empirista, contin�o particularmente viva en Estados
Unidos y en Alemania, por ejemplo, y, en cierto sentido, tambi�n� en la pr�ctica de la nueva historia.
[31] El
progama del Congreso Internacional de 1950 es el de la nueva historia
(demograf�a, historia econ�mica y social,, historia de las mentalidades) m�s
dos secciones dedicadas a la historia institucional y la historia pol�tica.
[32] Annales lo empieza a reconocer desde
finales de los a�os 70; Jacques Revel y Roger Chartier: Este empirismo voluntario, consciente, ha contribuido
sin duda mucho al� dinamismo de los
�Annales�, La nueva historia,
Bilbao, 1988 (Par�s, 1978) ; Jacques Le Goff: Soyons
justes. Ce renouvellement que s'est souvent fait
contre l'histoire m�di�vale traditionelle a �t� en partie permis� par les productions de celle-ci. Les m�thodes
erudites, les �ditions de cartulaires et de textes, le travail o� s'est appuy�e
la nouvelle histoire m�di�vale, m�me si, pour changer notre connaissance et
notre vision du Moyen Age, elle a d� s'en arranger, L'histoire en France, Par�s, 1990, p. 57.
[33] Ciro
F. S. CARDOSO, Introducci�n al trabajo de la
investigaci�n hist�rica, Barcelona, 1981,� pp. 127-128.
[34] No es
nada f�cil encontrar relevantes historiadores de oficio que hubieran hecho
aportaciones te�ricas significativas al paradigma com�n de las ciencias
sociales.
[35] Partimos
de la base de que la primera definici�n de la historia como ciencia que debemos
al positivismo, por falta de partenaires compatibles, no logr� generalizarse, a
finales del siglo XIX y principios del siglo XX, en la misma medida que despu�s
la nueva historia.
[36] La
situaci�n de una ciencia es pre-paradigm�tica cuando pesa m�s la rivalidad
entre las escuelas que� las creencias
compartidas, Thomas S. KUHN, La funci�n del
dogma, p. 15.
[37]
Estamos empleando aqu� la expresi�n nueva historia como� sin�nimo del paradigma com�n del siglo XX,
esto es, lo contrario de vieja historia, renovaci�n versus
tradici�n; en un sentido m�s restrictivo se usa asimismo para caracterizar la
tercera generaci�n de los historiadores de Annales:
la nouvelle histoire.
[38] Tal vez
la corriente neopositivista m�s representativa sea la New History y la Social Scientific History norteamericanas.
[39] Ciro
F. S. Cardoso es uno de los autores que ha reconocido m�s claramente la
confluencia del marxismo y Annales
como la base de la reconstrucci�n de la historia como ciencia,� Introducci�n,
p. 115.
[40]
Formaci�n empirista que ayud� tambi�n a que los historiadores marxistas
occidentales evitaran, en l�neas generales, que sus investigaciones fueran
ilustraci�n dogm�tica de una teorizaci�n previa.
[41]
Cuatro de las doce comisiones internas, hoy existentes, del Comit�
Internacional de Ciencias Hist�ricas hacen referencia a la bibliograf�a, la
diplom�tica, la metrolog�a y la publicaci�n de fuentes.
[42] La �cole des Hautes �tudes en Sciences Sociales
de Par�s todav�a mantiene� rasgos
democr�ticos� vinculados a sus or�genes,
como no exigir el t�tulo de doctor para ser directeur
d'�tudes (Jacques Le Goff� y
muchos otros, entres sus miembros, no son doctores y forman sin embargo a
futuros doctores), decidir en asamblea la entrada de nuevos investigadores,
abrir esta posibilidad a investigadores extranjeros, etc.;� normas igualitarias inconcebibles en la
Sorbona y en cualquiera otra universidad; aunque debemos reconocer que, en
otros aspectos, el paso del tiempo, su encumbramiento y la incorporaci�n de
profesores formados en la Sorbona, est� imponiendo la jerarquizaci�n
academicista en la EHESS.
[43]
Sabemos que un acad�mico de izquierdas puede ser tan conservador como uno de
derechas.
[44] Marc BLOCH, L'�trange defaite, Par�s, 1946, p. 189;
Lucien FEBVRE, Pour une histoire � part
enti�re, Par�s, 1982, pp. 350-366, 665-678; Fernand BRAUDEL,
Histoire et scienes sociales: la longue dur�e, Annales, 4, 1958, pp. 725-753; Emmanuel LE
ROY LADURIE, Le territoire de l'historien,� Par�s, 1973, p. 17; Jacques LE GOFF, Pierre
NORA, Presentaci�n de Hacer la historia,
I, Barcelona, 1978 (Par�s, 1974), p. 9; Jacques LE GOFF, L'histoire
nouvelle, La nouvelle histoire,
Par�s, 1988 (1� ed., 1978), p. 61.
[45]� Pierre VILAR, Historia marxista,
historia en construcci�n,� Hacer la historia, I, Barcelona, 1978
(Par�s, 1973), pp. 197-199, 204-205; Guy BOIS, Marxisme et histoire
nouvelle, La Nouvelle Histoire,
Par�s, 1988 (1� ed., 1978), pp. 255-275; tambi�n hubo cr�ticas marxistas, por
lo regular dogm�ticas, contra Annales:
Jacques BLOT, Le r�visionisme en histoire ou l��cole des Annales, La Nouvelle Critique, noviembre 1951; Jacques CHAMBAZ,
Le marxisme et l'histoire de France, La� pens�e, noviembre
1953; Michel GRENON, R�gine ROBIN, Pour la d�construction� d'une pratique historique, Dialectiques, n� 10-11; Cl. S. INGERFLOM,
Moscou: le proc�s des Annales,
Annales, 1, 1982.
[46]
Harvey J. KAYE, Los historiadores marxistas
brit�nicos, Zaragoza, 1989 (Cambridge, 1984), pp. 205-206; en 1978,
Immanuel Wallerstein� saluda de modo
voluntarista la resistencia de Annales
al modo� cultural dominante en las
ciencias sociales que separa lo pol�tico de lo econ�mico, y lo econ�mico de lo
cultural, Annales as
Resistance�, Review, 3/4, 1978,
pp. 5-6;� en 1985, todav�a Hobsbwam
defiende Annales, ou� o que resta
dela, como� interlocutor
necesario: n�o abandonou� o horizonte globalizante que partilha com os
marxistas, se bem que os seus m�todos e as�
suas� posi�i�es ideol�gicas sejam
diferentes, Ler Hist�ria, Lisboa,
4, 1985, p. 136.
[47] De no
ser as� una de ellas hubiera desplazado y marginado a la otra, Thomas S. KUHN, La estructura, pp. 272, 274.
[48]
Carlos AGUIRRE ROJAS, Construir la historia:
entre materialismo hist�rico y Annales, M�xico, 1993, pp. 9-27.
[49]
Carlos AGUIRRE ROJAS, Convergencias y divergencias entre los Annales de
1929 a 1968. Ensayo de balance global , Historia
Social, 16, Valencia, 1993,�
pp. 115-141.
[50] Las
fobias nacionalistas, a menudo inconscientes,�
no siempre lo facilitan; es habitual buscar y encontrar precedentes a la
revoluci�n de Bloch y Febvre, pero es conocido que ninguna de esas nuevas
historias precursoras tuvo tanta influencia historiogr�fica internacional por
una raz�n muy simple: no constituyeron una escuela de la envergadura de Annales, entre otras causas.
[51]
Tambi�n en Francia es donde las limitaciones de la nueva historia se
manifiestan con mayor radicalidad.
[52] Por
eso lo que diferencia a Francia del resto, es un arrinconamiento mayor de los
historiadores tradicionales, aun reconvertidos, y� por lo tanto una influencia sobre todo
latente e indirecta del positivismo.
[53] J.
OBELKEVICH, Past and Present. Marxisme et histoire en Grande-Bretagne depuis la
guerre, Le D�bat, n� 17,
1981, p. 97.
[54] Althusser, m�todo hist�rico e historicismo,
Barcelona, 1972 (Par�s, 1968), pp. 20-21.
[55]
Autonom�a que explica, asimismo, que en los pa�ses anglosajones se hayan
desarrollado potentes� corrientes
marxistas en las universidades sin el correlato de una influencia pol�tica (a
diferencia de lo sucedido en la Europa meridional).
[56] Sobre
el retraso espa�ol : Carlos BARROS, Historia de las mentalidades:
posibilidades actuales,� Problemas actuales de la historia,
Salamanca, 1993, pp. 59-61.
[57] Once ensayos sobre la historia, Madrid,
1976.
[58] Once ensayos, pp. 21-24, 227-228, 233,
236-238, 240, 244-245.
[59]
Francisco FERN�NDEZ BUEY, Marxismo e historia hoy, Problemas actuales de la historia,
Salamanca, 1993, p. 220.
[60] As� y
todo, el materialismo hist�rico se ha aceptado m�s que se aplicado en la
historiograf�a espa�ola, a decir de los historiadores pr�ximos que han
denunciado despu�s desiertos, secanos y penurias
te�ricas,� vacios que normalmente
son ocupados por el empirismo; Perry Anderson cree que la debilidad te�rica del
marxismo espa�ol es consecuencia de la ausencia de una tradici�n filos�fica
general (Consideraciones, p. 40
n. 4), pero eso es s�lo una parte del problema, habr�a faltado tambi�n la
amplitud de miras que tuvieron, por ejemplo, Marx y Gramsci para inspirarse en
�idealistas burgueses� como Hegel y Croce.
[61] En
1946 se constituye la Ve Section
de l'�cole Practique des Hautes �tudes, inici�ndose la fase
institucional de la escuela, y reanuda su publicaci�n la revista Annales con nuevos br�os.
[62] Peter
BURKE, La historiograf�a en Inglaterra desde la Segunda Guerra
Mundial, La historiograf�a en
Occidente desde 1945, Pamplona, 1985, p. 20.
[63] Peter
BURKE, Reflections on the Historical Revolution in France: The Annales
School and British Social History, Review,
1, 3/4, 1978, pp. 147-151; Xavier GIL PUJOL, Recepci�n
de la Escuela de Annales en la historia social anglosajona, Madrid,
1983, p. 35.
[64]
La historiograf�a en Inglaterra desde la Segunda Guerra Mundial,
pp. 26-28.
[65] Perry
ANDERSON, Consideraciones sobre el marxismo
occidental, Madrid, 1979 (Londres,�
1976), pp. 126-127; Tras las huellas
del materialismo hist�rico, Madrid, 1986 (Londres, 1983), pp. 33-34,
43.
[66]
Pensemos que Annales se fund� en
1929 y Past and Present en 1952,
la Apologie pour l'histoire de
Bloch se public� en 1949 y What is history? �de Carr en 1961...
[67] Y
tanto, Thompson reniega, en 1978, de la historia como ciencia� prefiriendo su inclusi�n dentro de las
humanidades: estoy dispuesto a admitir que la
tentativa de designar la historia como ciencia ha sido siempre poco
provechosa y fuente de confusiones. Si Marx y, m�s a�n, Engels cayeron a veces
en este error, entonces podemos disculparnos, Miseria de la teor�a, Barcelona, 1981, p.
68; Perry Anderson contesta acertadamente, apoy�ndose en la filosof�a de la
ciencia, en Teor�a, pol�tica e historia. Un debate con E. P. Thompson, Madrid, 1985
(Londres, 1980), pp. 12-13.
[68] J.
OBELKEVICH, Past and Present. Marxisme et histoire en Grande-Bretagne depuis la
guerre, Le D�bat, n� 17,
1981, pp. 106-107, 111.
[69] Al evitar la historia pol�tica evitan todo lo
esencial� para el desarrollo de la
sociedad humana, a pesar de sus pretensiones radicales, Elisabeth
FOX, Eugene GENOVESE, La crisis pol�tica de la historia social. La lucha
de clases como objeto y como sujeto, Historia
Social, 1, 1988, p. 106; otros ven en este marxismo pol�tico cierta
continuidad de la historiograf�a tradicional, empirista y pragm�tica, o dicho
de otro modo, el resurgir del componente positivista del paradigma com�n.
[70]
Juli�n CASANOVA, La historia social y los
historiadores, Barcelona, 1991, p. 125; resalta este autor como una
segunda generaci�n de historiadores marxistas brit�nicos y norteamericanos
quiere tomar el relevo de una historia social que se hace vieja.
[71] �dem, p. 126.
[72] �La
historia que viene�, Historia a Debate. I.
Pasado y futuro, Carlos BARROS (ed.), Santiago de Compostela, 1995.
[73] La miseria del historicismo, Madrid, 1984
(1� ed., 1944-1945), p. 158.
[74] Barry
HINDESS, Paul Q. HIRST, Pre-capitalist modes
of production, Londres, 1975, pp. 308-313.
[75] Tendencias de la investigaci�n en las ciencias
sociales, Madrid, 1982 (1� ed., 1970), pp. 47-50.
[76]
J�rgen HABERMAS, La reconstrucci�n del
materialismo hist�rico, Madrid, 1986 (Frankfurt,� 1976), p. 183; la sociolog�a hist�rica
intenta �ltimamente satisfacer ese objetivo sin que la comunidad de
historiadores haya mostrado demasiada receptividad.
[77]
Alberto TREBESCHI,� Manual de historia del pensamiento cient�fico,
Barcelona, 1977 (Roma, 1975), pp. 280-281.
[78] Obras escogidas, 2, Madrid, 1975, p. 426; El problema de si al pensamiento humano se le puede
atribuir una verdad objetiva, no es un problema te�rico, sino un problema
pr�ctico. Es en la pr�ctica donde el hombre tiene que demostrar la
verdad, es decir, la realidad, ib�dem.
[79]� Alan F. CHALMERS, �Qu� es esa cosa llamada ciencia?, Madrid, 1989 (1� ed.,
1976), pp. 169-171.
[80] �dem, p. 169.
[81] Antropolog�a estructural, II, M�xico, 1987
(1� ed., 1973), pp. 276-277.
[82] La estructura, pp. 100-111, 131-135.
[83] La tensi�n esencial, p. 349.
[84] Edgar
MORIN, Introducci�n al pensamiento complejo,
Barcelona, 1994 (Par�s, 1990), pp. 75, 82, 89, 102, 144.
[85]
Ingenieria social reformista que Popper rebautizar� como
tecnolog�a social fragmentaria, Angeles JIM�NEZ PERONA,
Racionalidad y m�todo de las ciencias sociales en la obra de Karl R.
Popper, Zona Abierta,
Madrid, 39-40, 1986, pp. 230-237.
[86]
Tom� BOTTOMORE� (dir.), Diccionario
del pensamiento marxista, Madrid, 1984 (1� ed., 1983), pp. 596-597.
[87] En
1956 abandonan gran parte de ellos el Partido Comunista Brit�nico, sin ese
distanciamiento con el marxismo realmente existente, �podr�an haber� desarrollado una historiograf�a marxista no
objetivista?;� la verdad es que todos los
grandes marxistas cr�ticos occidentales�
(Luk�cs, Gramsci, Marcuse) fueron heterodoxos pol�ticos respecto del
marxismo sovi�tico y aun del marxismo oficial de la mayor�a de los partidos
marxistas de la �poca, que no obstante siguieron encuadrando pol�ticamente a
muchos historiadores de a pi�.
[88] El pensamiento salvaje, M�xico, 1964
(Par�s, 1962), p. 357.
[89] Fran�ois DOSSE,
Histoire du structuralisme,
I,� Par�s, 1991, p. 431.
[90] Nunca
nos asombraremos lo suficiente de la capacidad de Braudel para hacer que la historia
no s�lo sobreviviera en contexto tan desfavorable, sino que se situara en el
centro del escenario, pagando un precio, claro est�.
[91] �dem, p. 14.
[92] Althusser, m�todo hist�rico e historicismo,
Barcelona, 1972 (Par�s, 1968), pp. 23, 39, 58, 61, 74.
[93] Lo
justifica as� el autor� en 1979: no fue un acto de agresi�n, sino un contraataque
contra un decenio de rechazo althusseriano, La pol�tica de la
teor�a, Historia popular y teor�a
socialista, Barcelona,� 1984
(Londres, 1981), p. 307.
[94] En
1974, Althusser hab�a ya publicado su libro �l�ments
d'autocritique,� traducido al
espa�ol en 1975 y al ingl�s en 1976.
[95] En
1929 empieza a funcionar el C�rculo de Viena, pero no detectamos en la nueva
historiograf�a francesa la influencia del neopositivismo l�gico, ni siquiera
como adversario.
[96]
Lucien Febvre cuestiona acervamente la filosof�a oportunista de Spengler� y Toynbee, relacion�ndola� con el ascenso de Hitler, y termina
reivindicando la necesidad de homologar la historia y sus m�todos a las nuevas
ciencias naturales para que as� aqu�lla deje de ser la cenicienta de las
ciencias humanas, Combates por la historia,
Barcelona, 1975 (Par�s, 1953), pp. 175-217.
[97] lo propio del m�todo cient�fico... es abandonar
deliberadamente al contemplador, para no querer�
conocer sino los objetos contemplados, Marc BLOCH, Introducci�n a la historia, M�xico, 1952
Par�s, 1949), p. 117.
[98] el objeto de la historia es esencialmente el hombre.
Mejor dicho los hombres. M�s que el singular,�
favorable a la abstracci�n, conviene a una ciencia de lo diverso,
el� plural, que es el� modo gramatical de la relatividad,
Marc BLOCH, �dem, p. 25;� al definir la historia-problema, Lucien
Febvre propone: Hacer� penetrar en la ciudad de la objetividad el
caballo de Troya de la subjetividad, Combates por la historia, p. 43.
[99]
Carlos BARROS, Historia de las mentalidades, historia social, Historia Contempor�nea, Bilbao, 9, 1993,
p. 117.
[100] Este
defecto gen�tico es la continuaci�n de la ya analizada escisi�n objeto / sujeto
de la ciencia del siglo XVII y del positivismo, una prueba m�s de los cimientos
comunes de las tradiciones historiogr�ficas del siglo XX, y un reto para todo
nuevo consenso historiogr�fico.
[101] Karl
MARX, Introducci�n general a la cr�tica de
la econom�a pol�tica / 1857, C�rdoba, 1974, pp. 76-77.
[102] Herv�
Coutau-Begarie: Avec la deuxi�me g�n�ration,
l'influence du marxisme cesse d'�tre indirecte et inconsciente pour devenir
omnipr�sente, Le ph�nom�ne
Nouvelle Histoire. Strat�gie
et id�ologie des nouveaux historiens, Par�s, 1983, p.
235.
[103] En
1946, Georges Lefebvre hace notar el�
impulso que estaba dando el marxismo a la historia econ�mica, R�flexions pour l'histoire, Par�s, 1978,
p. 278; si bien ya en el per�odo anterior a la guerra era tendencialmente
mayoritario el contenido econ�mico-social�
en la revista Annales,
Charles-Olivier CARBONELL, Evoluci�n general de la historiograf�a en el
mundo, principalmente en Francia, La
historiograf�a en Occidente desde 1945, Pamplona, 1985, p. 8.
[104] Iniciaci�n al vocabulario del an�lisis hist�rico,
Barcelona, 1980 (Par�s, 1980), pp. 49-77.