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El retorno del sujeto social en la historiograf�a espa�ola*

 

Carlos Barros

Universidad de Santiago de Compostela

 

Pretendemos repasar sumariamente la historiograf�a sobre conflictos sociales, revueltas y revoluciones, desde la eclosi�n de los a�os 70 hasta la recuperaci�n actual del g�nero, tomando en cuenta dos puntos de vista:

1) Interhist�rico1. Intentando ligar la evoluci�n de la tem�tica en las diferentes �reas acad�micas de conocimiento hist�rico (especialmente: historia medieval, moderna y contempor�nea), desigual -en historia contempor�nea, sin duda, se reflexiona m�s- pero siempre paralela, interrelacionada, en tanto que responde a condicionamientos comunes, internos (disciplinares) y externos (mentales, pol�ticos, sociales).


2) Desde la historiograf�a espa�ola2. Porque la historiograf�a espa�ola tiene al respecto una rica tradici�n (algo parecido se puede decir de Latinoam�rica), desde principios de siglo XX3 hasta las �ltimas d�cadas, que nada tiene que envidiar a la mayor parte de las historiograf�as extranjeras, cuya influencia ben�fica en algunos casos (escuelas Past and Present y Annales) seguimos reivindicando, a sabiendas de que sus aportaciones renovadoras a la historiograf�a de los conflictos sociales, sin estar agotadas, m�s bien lo contrario, nos retrotraen con todo varias d�cadas atr�s; y porque estamos convencidos de que hoy es posible, adem�s de necesario, que reflexionemos, y que debatamos, sobre la situaci�n de la historiograf�a espa�ola, directamente, sin la habitual mediaci�n de autores y escuelas de otros pa�ses, en todo caso referencia imprescindible, en estos tiempos de globalizaci�n historiogr�fica, que exigen, m�s que nunca, cuidar el perfil historiogr�fico propio4, como �nico modo de estar presente en los actuales procesos de recomposici�n de la comunidad internacional de historiadores.

Entre los historiadores contemporane�stas se ha generalizado, en los a�os 80, la denominaci�n -importada de la sociolog�a- historia de los movimientos sociales para, trascendiendo la historia del movimientoobrero, ampliar el inter�s del investigador hacia otros movimientos populares, interclasistas, religiosos, pol�ticos, etc. Sin embargo, esta etiqueta es dif�cilmente exportable al conjunto de los periodos hist�ricos. )Qu� nos encontramos durante la mayor parte de la historia?Grandes y peque�os conflictos y revueltas, m�s que movimientos sociales con cierto grado de organizaci�n, ideolog�a y continuidad. Es por eso que sostenemos, para no limitarnos al tiempo hist�rico m�s inmediato, la vieja -y para nada ambigua- denominaci�n com�n de conflictos sociales, revueltas y revoluciones5, al objeto de poder referirnos de forma interhist�ricamente homologable a esta importante faceta del sujeto hist�rico-social.La historia social ha rehabilitado, hace ya tiempo, las formas de protesta social tachadas de primitivas, apol�ticas o espont�neas, que han dado pi�, asimismo, a los m�s valiosos esfuerzos deinnovaci�n historiogr�fica, ingleses y franceses, en el campo de la historia social6. La tendencia actual de la sociolog�a ha vuelto, por lo dem�s, a definir los movimientos sociales en funci�n de las acciones colectivas y los conflictos generados, vincul�ndolos con el concepto de cambio social7.

 

El auge de los a�os 70


La homologaci�n de la historiograf�a espa�ola con las corrientes historiogr�ficas m�s avanzadas, del otro lado de los Pirineos, que tiene sus inicios a los a�os 50 (Vicens Vives), se consolida en los a�os 70 y 80 con el relevo generacional -el ascenso de la generaci�n del 68- en los cuadros del profesorado universitario y supone la ruptura -la primera ruptura- con la historia tradicional: pol�tica, institucional, biogr�fica. Una de las ramas m�s productivas de esta nueva historia econ�mico-social es la historia de los conflictos sociales. Sin duda la m�s radical pol�ticamente (y tambi�n historiogr�ficamente al proponer lo que despu�s se llamara la historia desde abajo). La lucha por la renovaci�n historiogr�fica, la lucha por la reforma democr�tica de la universidad, y la lucha contra la dictadura franquista, iban juntas en aquellos lejanos tiempos. Una buena parte de los j�venes -y menos j�venes, pensemos en Tu��n- historiadores que investigan en los a�os 70 la historia del movimiento obrero, los conflictos y las revueltas, en la historia de Espa�a, estaban pr�ximos a los partidos de izquierdas, marxistas y comunistas, que hegemonizaban el ambiente pol�tico en las universidades de la �poca. La participaci�n, m�s o menos activa -la carrera acad�mica y la militancia pol�tica se compatibilizaban mal, cuando esta es clandestina-, en el potente movimiento estudiantil, antes y despu�s de 1968, y la simpat�a hacia un emergente movimiento obrero8, coadyuvaron a introducir los movimientos sociales hist�ricos como objetos de tesinas y tesis de doctorado, lo cual se ve�a a su vez favorecido por la influencia creciente en la academia de las modas9 historiogr�ficas del momento: Annales y marxismo.


El redescubrimiento10 de los conflictos, las revueltas y las revoluciones11 forma parte, entonces, de la revoluci�n historiogr�fica, espa�ola e internacional, del siglo XX. En 1944, firma Jaume Vicens Vives el pr�logo de su Historia de los remensas en el siglo XV (tema al que ya dedicara su atenci�n durante la rep�blica) y, en 1954, publica El gran sindicato remensa (1488-1508). Su inquietud por abrir espacio a la historia contempor�nea conduce a Vicens Vives12, y a su grupo, de las revueltas medievales al movimiento obrero: en 1959, se publica Or�genes del anarquismo en Barcelona de Casimir Mart�13, quien, en 1960, elabora, junto con Vicens y Nadal, Los movimientos obreros en tiempo de depresi�n econ�mica (Las huelgas: 1929-1936). Pero es, como sabemos, en los a�os 70, cuando fructifican y se generalizan en toda Espa�a las nuevas formas de hacer la historia, en general, y la historia social, en particular.


Una obra colectiva representativa del empuje de la nueva l�nea de investigaci�nes Clases y conflictos sociales en la historia (1977), resultado conjunto de un seminario y una semana de metodolog�a hist�rica en Oviedo, durante el curso 1974-1975, donde participan J. M. Bl�zquez (h. antigua), J. Valde�n (h. medieval), G. Anes (h. moderna) y M. Tu��n (h. contempor�nea)14. Julio Mangas (h. antigua), en el pr�logo, parte de una afirmaci�n categ�rica, sin duda compartida por la mayor�a de los autores: El materialismo hist�rico se presenta en mi opini�n, como la �nica metodolog�a que dispone de un aparato conceptual preciso y congruente15. El libro termina con un ap�ndice, elaborado por los alumnos, sobre Modos de producci�n capitalistas, deudor de las Formaciones econ�micas pre-capitalistas (publicadas por Ciencia Nueva en 1967, y por Ayuso en 1975) de Carlos Marx16, texto prologado por Hobsbawm, y condicionado por el marxismo estructuralista de Althusser y Balibar, que se hab�a convertido en referencia obligada, y entusiasta, de los j�venes marxistas espa�oles: es de Althusser -m�s que del propio Marx- de d�nde viene el aparato conceptual al que se refiere Mangas. La filiaci�n estructuralista de la obra se desprende, por otro lado, del mismo t�tulo, que hace surgir los conflictos de la existencia objetiva de las clases (antag�nicas). En los coloquios que siguen, a las exposiciones orales, le hacen a Valde�n una de esas preguntas que, por aquellos tiempos, tanto nos perturbaban: A lo largo de su exposici�n y en el debate, he visto que las cuestiones de la marcha de la Historia se reducen a movimientos objetivos, independientes de la conciencia, de estructuras, d�nde, pues, situar el papel del hombre? No se puede encerrar la historia del hombre en f�rmulas matem�ticas!17. La respuesta lapidaria, habitual por aquel entonces18, ser�a espetar que el marxismono es un humanismo, sin embargo, Julio Valde�n, y en general los historiadores -a quienes por oficio y formaci�n mal les pod�a sentar un traje estructuralista negador, en puridad, del sujeto y de su historia-, matiza, Yo no veo esa contradicci�n, aunque recae finalmente -fiel a su tiempo, de ah� su representatividad- en la determinaci�n estructural, citando al Marx objetivista: La conciencia del hombre est� determinada por su ser social... el hombre hace la historia, pero en unas condiciones que �l no ha elegido19. Falta sorprendentemente -quiz�s no tanto- el Marx que escribi�, para la Liga de los Comunistas, en 1848, que la historia de la humanidad es la historia de la lucha de clases, o el Marx joven de los Manuscritos: econom�a y filosof�a (Madrid, 1968)20, o el Marx historiador del tiempo presente de Las luchas de clases en Francia (Madrid, 1967) y El 18 Brumario de Luis Bonaparte (Barcelona, 1968). M�s all� de la voluntad -y aun de la pr�ctica- subjetivista y hasta globalizadora de los nuevos historiadores de los conflictos sociales, el medio ambiente pol�tico-intelectual impuso un enfoque econ�mico-estructural21 que acab� por relegar una l�nea de investigaci�n que, llevada hasta sus �ltimas consecuencias, podr�a -todav�a puede y debe- contribuir a la superaci�n (dial�ctica, si se me permite) de la escisi�n objeto/sujeto en la historia y en las ciencias sociales. Pero sigamos con nuestro repaso sumario.


En historia medieval el paradigma singular es Los conflictos sociales en el reino de Castilla en los siglos XIV y XV (1975), de Julio Valde�n, que comienza asegurando que el conocimiento de los conflictos sociales es imprescindible para una correcta interpretaci�n del proceso hist�rico y que los conflictos que interesan son b�sicamente aquellos que reflejan las contradicciones fundamentales de la sociedad, es decir, las contradicciones antag�nico-estructurales, el conflicto entre se�ores y campesinos22, para concluir equiparando a Castilla y Le�n con el resto de la Europa bajomedieval en cuanto a este fen�meno de la agudizaci�n de las tensiones sociales, aseveraci�n muy innovadora si tenemos en cuenta que el paradigma establecido en aquel momento era negar el car�cter feudal de la sociedad medieval castellana. Valde�n insiste metodol�gicamente en que hay que ir m�s all� de una mera tipolog�a,conectando los conflictos con el contexto, introduciendo las luchas sociales, sobretodo las luchas antise�oriales, en las interpretaciones hist�ricas del final de la Edad Media castellana, ya innovadas por el enfoque din�mico burgues�a/nobleza de Vi�as Mey o nobleza/monarqu�a de Luis Su�rez23, planteamientos, a su vez influ�dos por la historia social, y que nuestro historiador marxista de los conflictos medievales no rechaza de plano. La novedad que aport� el trabajo de Valde�n -representativo y animador de una notable producci�n historiogr�fica sobre las luchas del sujeto social en la Edad Media pen�nsular24- trascendi� al medievalismo y a la historia25. Si bien la losa del ambiente intelectual del momento, marxista y no marxista, se hac�a notar. Julio Valde�n saluda el cl�sico esquema tripartito -y severamente unidireccional- crisis econ�mica/desequilibrio social/guerra civil, o sea, econom�a/sociedad/pol�tica que -argumenta- aplica Vicens Vives a la Catalu�a del siglo XV, como el camino correcto para establecer un modelo de estudio de las tensiones sociales, a pesar de tener conciencia de algunos de algunos de sus fallos (el descuido de aspectos tan importantes como las ideolog�as y las mentalidades colectivas, y el determinismo de la econom�a), remitiendo a las estructuras de base toda comprensi�n de las revueltas sociales26, que de ese modo ven (auto)limitadas sus perspectivas historiogr�ficas, m�s atentas a la b�squeda de causas27 que de efectos hist�ricos -sobre las estructuras sociales28-, los cuales son manifiestamente infravalorados29, salvo -en esto se distingue Valde�n de otros historiadores marxistas espa�oles- en el campo, pr�cticamente in�dito, de las mentalidades: Evidentemente en ning�n casose produjeron cambios sustanciales en la estructura de la sociedad, a los sumo arrancaron algunas conquistas parciales los rebeldes. Pero la consecuencia esencial de las conmociones populares de fines de la Edad Media se registr� en las mentalidades colectivas30. Por todo lo cual la contextualizaci�n deseada del actor social queda en suspenso, sin que se demuestre, al contrario, la funci�n motora de la lucha de clases que Marx defend�a en algunos de sus escritos, y en su pr�ctica pol�tica. La tard�a reacci�n de la historiograf�a marxista occidental contra el dominante estructuralismo -agravada en Espa�a por la tardanza de las traducciones al espa�ol31- lleg� cuando la historia de los conflictos socialesiniciaba ya su repliegue32. En 1981 se publica, en castellano, Miseria de la teor�a de E. P. Thompson, una cr�tica frontal al nuevo idealismo marxista de Althusser y sus ep�gonos locales, los soci�logos Hindess y Hirst, que escribieron algunas perlas que insurreccionaron al historiador brit�nico: La historia est� condenada al empirismo por la naturaleza de su objeto (...) El marxismo, como pr�ctica te�rica y pol�tica, no se beneficia en nada con su asociaci�n a la historia escrita y a la investigaci�n hist�rica. El estudio de la historia no s�lo carece de valor cient�fico, sino tambi�n de valor pr�ctico33. Se puede decir que adoptando el estructuralismo, como las restantes ciencias humanas y sociales, los historiadores pusimos el zorro a vigilar las gallinas.


Tambi�n en 1975, Ricardo Garc�a C�rcel publica Las german�as de Valencia. Libro -derivado de una tesis doctoral dirigida por Joan Regl�34- que juega el mismo papel de vanguardia historiogr�fica35 que el trabajo citado de Julio Valde�n36, en el campo de los modernistas, y est� por tanto sujeto a las mismas limitaciones que derivan de los paradigmas compartidos por el marxismo y las ciencias sociales de la segunda posguerra que se difunden en la Espa�a de los a�os 70. La obra de Garc�a C�rcel es la puesta el d�a -hoy todav�a no plenamente superada37- de la investigaci�n sobre la revuelta de las german�as, que ten�a como precedentes los enfoques de la historiograf�a tradicional, desde el romanticismo liberal hasta el positivismo, para lo cual se sirvi� del t�pico paradigma estructural-funcionalista de los a�os 60: precondiciones estructurales y coyunturales (subordinadas a las primeras) y pobres efectos hist�ricos (en su conclusi�n habla el autor de la poquedad de la revuelta agermanada38), y entre ambos extremos,tan desigualmentetratados, el desarrollo cronol�gico de los acontecimientos y la estructura geogr�fica y sociol�gica de las german�as.


Para la emergente historia contempor�nea la referencia paradigm�tica es, sin lugar a dudas, Manuel Tu��n de Lara, quien, adem�s de su obra -no s�lo emp�rica, tambi�n volcada en la reflexi�n metodol�gica e historiogr�fica39, como en el caso de Valde�n-, lleva a cabo a�o tras a�o, a lo largo de la d�cada de los a�os 70, una labor organizativa clave para comprender el auge en Espa�a de la historia social de los siglos XIX y XX: los Coloquios de Pau40. Su libro m�s significativo, a los efectos de esta rese�a cr�tica de la historiograf�a de los conflictos sociales, es El movimiento obrero en la historia de Espa�a (1972), que sigue el consabido esquema tripartito - a vecescuatripartito, incluyendo la ideolog�a-, es decir, la econom�a (estructura y coyuntura), la sociedad (condici�n obrera) y la pol�tica: los acontecimientos (huelgas y conflictos), las organizaciones y ciertos hechos directamente pol�ticos (elecciones y guerras); persiguiendo el contexto, en l�nea con el paradigma com�n, m�s por el lado de las causalidades que por el de los efectos, en cierta contradicci�n conel t�tulo del libro, que constituy� en su momento -y todav�a constituye hoy- una referencia monumental, y renovadora, una base s�lida para lo que despu�s ser� la historia del movimiento obrero en Espa�a41.

Tu��n ha sido, tambi�n, un ejemplo -por su biograf�a, lo que es raro entre acad�micos,y por su trayectoria profesional- de algo que se ha ido perdiendo a lo largo de los a�os 8042: el compromiso del historiador (la vida nacional no puede concebirse sin los obreros43, aseguraba, en 1972, pensando sin duda en presente y en futuro).


������������� En sus trabajos metodol�gicos, Tu��n de Lara es expl�cito al hablar de sus deudas: Labrousse,Braudel y el materialismo hist�rico. Factores determinantes, estructuras latentes, coyunturas manifiestas -con su funcionalismo detonante-, m�todos cuantitativos y -en cierta contradicci�n con lo anterior- el principio de la centralidad de la lucha de clases44: El estudio de los conflictos y de sus factores, a todos los niveles, constituye hoy la parte central e indispensable de la ciencia hist�rica45. Sin que se llegue a reconocer abiertamente, como en el Manifiesto comunista, que esa constantehist�rica conflictiva es -o puede ser, no se trata de una ley de cumplimiento obligatorio, a�adir�amos nosotros- el motor de la historia. Es imposible ver la incidencia de los actores sociales en la historia si �stos no se hacen mayores y se despegan de las estructuras. Dificultad epistemol�gica que ha convertido, a menudo, los trabajos de investigaci�n hist�rico-social en simples descripciones positivistas. )C�mo explicar el cambio social si los conflictos sociales no afectan a las estructuras sociales? Pues de dos maneras, y ambas marginan a la gente com�n, al sujeto social, mediante el cambio tecnol�gico-econ�mico (respuesta estructural) o mediante el cambio pol�tico (respuesta tradicional). La s�ntesis, averiguar el interfaz hist�rico sujeto/objeto, es todav�a tarea del futuro (inmediato).


Con todo, los trabajos pioneros que hemos analizado cr�ticamente, y otros muchos que les siguieron, o que les antecedieron, han supuesto un paso de gigante -hay que recordarlo porque se olvida- en la evoluci�n historiogr�fica espa�ola, en cuatro sentidos: a) introducen en la universidad la historia del movimiento obrero y de las revueltas sociales, temas que, hasta los a�os 70, estaban marginados acad�micamente; b) contribuyen a divulgar -o rememorar- fuera de la academia tradiciones de luchas sociales, por una vida digna y por la libertad de las personas46, que estaban olvidadas por sus protagonistas y herederos (la historia al servicio de la recuperaci�n de la memoria colectiva); c) permiten la superaci�n cr�tica de los viejos enfoques rom�ntico-liberales que fabricaron mitos persistentes sobre dichos acontecimientos;y d) aportan nuevas explicaciones econ�mico-sociales, pueda que incompletas pero cient�ficamente superiores a las descripciones eruditas o a las vetustas interpretaciones de tipo conspirativo sobre la manipulaci�n de las masas por parte de l�deres, organizaciones y partidos de intereses oscuros47. Explicaciones econ�mico-sociales que ser�n, simult�neamente, la gran aportaci�n por su novedad y el tal�n de Aquiles por su determinismo de la historiograf�a social de los a�os 70.

La gente com�n, los obreros, los campesinos, no exist�an para la historia que se escrib�a hasta que un grupo de j�venes y menos j�venes historiadores -principalmente marxistas y annalistes-, pronto instalados acad�micamente, decidieron ocuparse de ellos. No es poca cosa considerando que, mientras tanto, la sociolog�a, la ciencia pol�tica y la psicolog�a trataban las revueltas como comportamientos desviados, obra de delincuentes sociales48, y a sus protagonistas como masas movidas por motivaciones irracionales49. La historia se anticip�, pues, a la sociolog�a y a otras ciencias sociales en la recuperaci�n del sujeto social, antes de mayo del 68, y ah� reside el problema, porque las otras ciencias humanas ahogaron la prematura subjetividad de la nueva historia, que no pudo exportar su experiencia a contracorriente por diversas razones, en primer lugar por algo que nuestra disciplina arrastra desde la primera revoluci�n paradigm�tica, el positivismo: cierta incapacidad te�rica.

Resumiendo: los propios pecados de la historiograf�a y la influencia de la econom�a, el estructural-funcionalismo y el cientifismo, dictaron una lectura objetivista y economicista de la pr�ctica hist�rica, a partir de la II Guerra Mundial50, que diluy� nuestros tempranos esfuerzos historiogr�ficos en favor de una historia con sujeto, es decir, de enfoque m�s global51.


El papel tan secundario que el paradigma objetivista dominante hac�a jugar al sujeto de la historia lleva casi a su desaparici�n de la escena historiogr�fica. El mismo Hobsbawm, en su conocido art�culo, De la historia social a la historia de la sociedad (1971), nost�lgico de una historia total que no llega52, mantiene la idea de un fuerte v�nculo entre historia social e historia de la protesta social, que sigue constituyendo un laboratorio perfecto para el historiador, pero toma nota ya del predominio de lo econ�mico sobre lo social a causa de la influencia del marxismo y de la escuela hist�rica alemana, de la absoluta superioridad de la econom�a sobre las otras ciencias sociales, y del consenso t�cito de los historiadores de partir del estudio de la estructura econ�mica y social hacia afuera y hacia arriba, asegurando que soy la �ltima persona que desear�a desanimar a los interesados en estos temas [las revoluciones], no en vano he dedicado buena parte de mi tiempo profesional a ellos. Sin embargo..., y aconsejando finalmente que se inserten las revoluciones en periodos temporales m�s amplios, persiguiendo la comprensi�n de la estructura53.Lo cual no est� mal si no no fuese porque, acusando el impacto objetivista sin luchar frontalmente contra �l (como har� Thompson m�s tarde), se favorece, cualquiera que sea la intenci�n del autor54,el relegamiento de la acci�n colectiva en la historia, el academicismo y la hostilidad a la teor�a55.


Cu�l es el problema? Que el estructural-funcionalismo fue pensado para integrar productivamente el conflicto social en la estructura y evitar, en lo inmediato, la posibilidad de un cambio social radical56. Su hegemon�a en las ciencias sociales de la posguerra potenci� la difusi�n del Marx maduro del pr�logo a la Cr�tica de la econom�a pol�tica (1859), que ve�a la revoluci�n social como resultado de las contradicciones(objetivas) entre fuerzas productivas y relaciones de producci�n, en detrimento del Marx joven del Manifiesto comunista (1848) que ve�a la historia de la humanidad como resultado de la lucha de clases, con lo cual no s�lo el marxismo qued� desnaturalizado, handicap�,sino que el conjunto de los historiadores sociales se encontraron, casi sin percatarse, por causa de los consensos t�citos propios de la academia, que tan bien explic� Kuhn y que refleja el citado art�culo de Hobsbawm, sin temas tan sustantivos de investigaci�n como los conflictos, las revueltas y las revoluciones. Pero la historia no puede prescindir del sujeto sin suicidarse como disciplina, por algo regres� con tanta fuerza -tentando ocupar el sitio que dej� libre el actor social- el sujeto tradicional: individual, pol�tico, narrativo.

 

El giro de 1982

 

En 1982, dos j�venes historiadores sociales, Jos� �lvarez Junco y Manuel P�rez Ledesma, publican un art�culo, Historia del movimiento obrero. Una segunda ruptura?57, que por su osad�a y ambici�n58, representatividad59 y consecuencias, merece figurar destacadamente en los anales de la reflexi�n historiograf�a aut�ctona60.


Los autores dicen no renunciar a la centralidad de las luchas obreras, afirman que se puede seguir haciendo historia del movimiento obrero, pero con nuevas orientaciones, que nadie puede ignorarsu decisiva importancia en los �ltimos ciento cincuenta a�os de historia europea. No hicieron la revoluci�n que so�aban, pero forzaron una serie de cambios que han marcado profundamente las sociedades, cambios que se ven curiosamente minimizados por la historia del movimiento obrero cl�sica que, de esta forma, tira piedras contra su propio tejado61. Pero dicha centralidad, se quiera o no, resulta menguada al neg�rsele, a la historia del movimiento obrero, el estatuto epistemol�gico privilegiado de que disfrutabay al sustituirla por lahistoria de los movimientos sociales62.


Las cr�ticas que se hacen a la historia del movimiento obrero de los a�os 70 son de tres tipos: a) una historia militante, semi-clandestina63, teleol�gica, obrerista, beaturrrona64 y autocomplaciente, puro realismo social; b) una historia simplificadora, determinada por la econom�a, basada en esquemas preconcebidos que excluyen las hip�tesis previas, dominada por el marxismo vulgar65; c) una historia tradicional, centrada en el estudio de las ideolog�as, las instituciones -sindicatos y partidos obreros- y los individuos -dirigentes obreros-66. El exceso de la cr�tica y su unilateralidad67 es tan obvio como probablemente necesario: no se hace una tortilla sin romper algunos huevos.

Las propuestas de los dos autores son, consecuentemente: despolitizar la historia social espa�ola, hacerla m�s acad�mica, liberarla de apriorismos ideol�gicos, renovarla tem�tica (estudiar a los trabajadores y sus condiciones de vida y de trabajo, otros movimientos sociales y pol�ticos, la patronal, partidos no obreros, la relaci�n de las clases con el Estado) y metodol�gicamente (aprendiendo de la sociolog�a y otras ciencias sociales, y de la historiograf�a inglesa68 y francesa -historia de las mentalidades69-), en suma, salir del marco, a veces asfixiante, en que se han movido hasta ahora los estudios de historia del movimiento obrero70.

Como programa renovador lo dicho sigue vigente: quedan no pocas cosas que innovar en la historialos movimientos sociales en Espa�a, sobre todo ahora que retornan historiogr�ficamente los conflictos sociales, pero tambi�n mucho que superar del planteamiento hipercr�tico, iconoclasta, de 1982.

Lo primero es apoyar si cabe m�s decididamente el resurgir de la historia de conflictos y revueltas, que los excesos renovadores de los a�os 80 han contribuido a marginar, pese a la mejor intenci�n de sus promotores: como historiadores sabemos que los resultados hist�ricos, y tambi�n los historiogr�ficos, son, en buena medida, involuntarios, entran en juego otros factores, internos y externos, adem�s de nuestra elecci�n racional.


Lo segundo es hacer justicia historiogr�fica -el reconocimiento personal ya la han hecho los propios autores en el art�culo de marras71- a Tu��n de Lara despu�s de la inevitable muerte del padre ejecutada por nuestros cr�ticos. No parece que sea de recibo aplicar a Tu��n de Lara el retrato dogm�tico, teleol�gico y tradicional, salvo los condicionamientos y las limitacioneshistoriogr�ficos e ideol�gicos de la �poca, tanto m�s si no se deja claro su papel esencial en la primera ruptura72. La tem�ticade huelgas y conflictos, de ideolog�as sindicales y pol�ticas, de sindicatos, partidos y l�deres obreros,sabemos hoy sobradamente que no decide por si misma si una historia es vieja o nueva, es la innovaci�n de los enfoques -am�n de la calidad de los resultados- lo que m�s vale73. Adem�s, acaso no escrib�a el propio Tu��n, autocr�ticamente, en 1973, que el enfoque epis�dico de la historia laboral (es decir, un contenido relativamente nuevo y preciso, pero con m�todos antiguos), en el que todos hemos incurrido en mayor o menor escala, parece que est� en trance definitivo de superar74. No ha sido as�, pero las culpas ser�a injusto carg�rselas todas a Tu��n -como tampoco los efectos �ltimos de la renovaci�n a los citados autores-, que ten�a clara -no era otra su experiencia- la necesidad de abrirse a nuevos m�todos y temas para tratar la historia del movimiento obrero, como reconocen -y citan- sus propios cr�ticos para afianzar sus planteamientos75, y, en concreto, a la historia de las mentalidades sociales76. Cierto que si dej�semos de lado la historia del movimiento obrero77, la cuesti�n cambia, entonces, la obra de Tu��n de Lara -y la de los propios autores del art�culo-, nos ser�a menos �til.


Lo tercero es criticar que los defensores de la segunda ruptura se hayan concentrado justamente en la renovaci�n tem�tica y metodol�gica, y hayan dejado el paradigma subyacente inc�lume. Porque la debilidad de la historia social de los a�os 70 est� principalmente en el paradigma economicista, estructuralista y objetivista que la inform�, la contradijo y la refren�. Cuestionan los autores el reduccionismo econ�mico, peronada dicen del cors� estructural y objetivista78, lo cual concuerda con la conclusi�n final de nuestra cr�tica (de la cr�tica): se quiera o no se ech� el ni�o por el agujero de la ba�era junto con el agua sucia. A pesar de la centralidad formalmente proclamada de las luchas sociales, la ampliaci�n tem�tica y la emergencia social e ideol�gica de lo que -a�os despu�s- Ignacio Ramonet llam� pensamiento �nico, relegaron, en la d�cada de los 80, la investigaci�n acad�mica de los movimientos obreros, conflictos, revueltas y revoluciones79. Esta tendencia objetiva del contexto socio-pol�tico, esto es, la ola neoconservadora liderada por M. Thatcher y R. Reagan, ha sido factor decisivo en el retroceso del sujeto social de la realidad y de las investigaciones hist�ricas. Ahora bien, falt� esa funci�n cr�tica del historiador insistiendo m�s en aquellos temas que, siendo pertinentes cient�ficamente, pod�an resultar desfavorecidos por la coyuntura pol�tico-ideol�gica.


La necesidad de renovaci�n tem�tica y metodol�gica manifestada en el art�culo de Revista de Occidente era compartida,a principios de los a�os 80, por una gran parte de los historiadores sociales80. En el n1 2/3 (1982) de la revista Debats se publica una mesa redonda sobre Movimientos sociales, aprovechando el primer encuentro de historiadores sociales en Valencia, en 1981, con la participaci�n de J.J. Castillo, J. Termes, P. Gabriel, J. �lvarez Junco, S. Castillo, S. Juli�, C. Forcadell, M. P�rez Ledesma, J. A. Piqueras, A. Bosch, J. Paniagua, M. Cerd� y S. Forner. Las conclusiones son parecidasa las deltrabajo anterior, se a�aden l�neas renovadoras como lahistoria oral y la historia de las mujeres -a�n hoy poco desarrolladas-,y se matiza bastante el llamamiento a la ruptura del art�culo de �lvarez Junco y P�rez Ledesma en el sentido que venimos de anotar. Carlos Forcadell prefiere hablar de segunda recepci�n de la historiogr�fia europea del movimiento obrero, considerando que -en comparaci�n con Europa- la historia del movimiento obrero espa�ol era todav�a d�bil: incluso remiti�ndonos al plano institucional, al estudio de los partidos, de los grupos dirigentes.Santos Juli� a continuaci�n insiste: como ejemplo de que aqu� no se ha hecho historia institucional, recordemos que no tenemos una historia del Partido Comunista como la que los italiano tienen [y seguimos sin tenerla]. Me da la impresi�n de que estamos apurando una historia que no hemos hecho81.

Se hacen en esta reuni�n otras proposiciones interesantes: la edici�n de una revista82, la elaboraci�n de modelos propios de investigaci�n83, la necesidad de una sociolog�a del historiador analizando la clase social de la que procede, la ideolog�a en que se ha formado, y, lo que ser�a m�s complicado, a qui�n ha servido esta historia84, argumenta �lvarez Junco, el cual, m�s adelante, reconoce sincera y prof�ticamente que nosotros, urbanos, clase media intelectual, que queremos el poder y estamos rivalizando con otros que lo tienen en este momento85.


Santiago Castillo se queja en Valencia de que la mayor�a de los que est�n all� tienen que trabajar en una cosa que no tiene nada que ver con la investigaci�n hist�rica, dedicando su tiempo libre a este tipo de estudios. Adem�s dedicando parte de los pocos ingresos estables a fichas, folios, fotocopias...86. Bueno, haber investigado y renovado la historia en esas condiciones es todo un ejemplo para las nuevas generaciones, que desde luego lo tienen m�s dif�cil87. As� y todo, la mayor�a de los participantes en la reuni�n de Debats eran, todav�a, profesores adjuntos de universidad88. A�adimos todav�a porque, en aquel momento, buena parte de los nuevos historiadores de la econom�a y la sociedad, en las �reas de conocimiento hist�rico m�s tradicionales, y de la misma generaci�n, hab�an logrado ya la consolidaci�n funcionarial89, algunos incluso la c�tedra. La verdad es que ser contemporane�sta y marxista no facilitaba las cosas, de entrada, en la universidad espa�ola de los a�os 7090. El viraje dado, en este aspecto, en la d�cada de los a�os 80, gracias a la renovaci�n historiogr�fica y a la transici�n, al acceso al poder del PSOE y a la consolidaci�n de la democracia, dentro y fuera de la universidad, fue tan espectacular que ahora estamos obligados a rectificar: llevando el p�ndulo a una posici�n m�s centrada91 y ayudando en el relevo generacional.


La coyuntura pol�tica es, en efecto, vital para comprender el giro historiogr�fico y acad�mico focalizado en el a�o 1982. No es casual que la primera gran victoria electoral por mayor�a absoluta del PSOE, que tres a�os antes abandonara el marxismo92, tenga lugar este mismo a�o de 1982. No se trata tanto de una influencia directa, pues el cambio historiogr�fico que estamos analizando es anterior al cambio electoral favorable a la izquierda, como del hecho de que ambos acontecimientos, de caracter�sticas manifiestamente distintas, comparten una misma coyuntura intelectual y mental. La historia es hija de su tiempo, y sufre, como todas las ciencias humanas y sociales, los cambios climatol�gicos, especialmente en un terreno tan sensible como la historia del movimiento obrero y de los conflictos sociales, que fue, en un principio,una forma de militancia antifranquista 93.


En 1982 se consolida, por lo tanto, el cambio de hegemon�a en el campo pol�tico-social, y tambi�n cultural, de las izquierdas,del PCE al PSOE94, de las luchas sociales de los a�os 70 a las luchas electorales de los a�os 80. Antes ya se hab�a producido la frustraci�n (pactos oposici�n antifranquista/reformistas franquistas) de los impulsos revolucionarios nacidos en la universidad de los a�os 60 y 70, y la casi desaparici�n de una serie de partidos (PTE, ORT, MCE, LCR...) que tuvieron gran influencia entre los estudiantes universitarios y cultivaban un marxismo cl�sico con buenas dosis de esquematismo y dogmatismo, parad�jicamente tanto estructuralista como voluntarista95.El fin de la transici�n conlleva la desaparici�n paulatina de la escena pol�tica de unos movimientos sociales -el movimiento obrero se institucionaliza, el movimiento estudiantil se eclipsa-, que cuando reaparecen, fugazmente, ser� para confrontarse justamente con la pol�tica laboral, econ�mica y educativa de los gobiernos socialistas. Todas estas frustraciones, lo que se llam� el desencanto, la necesidad para algunos de volver a empezar profesionalmente, la reconversi�n ideol�gica de casi todos, acab� en los a�os 80 con el compromiso pol�tico del intelectual (el canto del cisne fue, sin lugar a dudas, el referendum sobre la OTAN de 1986) y coadyuv� a desideologizar las l�neas de investigaci�n acad�mica m�s cercanas al marxismo proponiendo estas segundas rupturas96. Parad�jicamente la moderaci�n pol�tica e ideol�gica no acab� con el frentepopulismo, anacr�nico en el contexto pol�tico y universitario posterior a la transici�n, pero continuamente alimentado por las luchas de bandospor el poder acad�mico y electoral, tendencialmente bipartidistas (rojos y azules, y�ltimamente nacionalistas y antinacionalistas).


En el contexto del regreso en los a�os 90 del inter�s por la historia de los conflictos sociales, fue retomado con fuerza el giro historiogr�fico de 1982 en diversas ocasiones97, y reevaluado, por sus promotores -y por otros colegas m�s j�venes- replanteando98 u olvidando99 argumentos, continuando y reconstruyendo el discurso renovador, y/o reaccionado contra �l, tratando, en resumidas cuentas, de orientarse en esta d�cada y media caracterizada historiogr�ficamente por la honda crisis del paradigma com�n de la posguerra -donde hay que insertar nuestro debate sobre la historia del movimiento obrero-, por la fragmentaci�n galopante de objetos y enfoques, por el crecimiento desordenado de nuestra disciplina, por el retorno de los g�neros tradicionales, por la emergencia de candidatos a nuevos paradigmas...


El balance del movimiento renovador de los a�os 80 es considerado negativamente por la mayor�a de los autores que han vuelto sobre ello, entre 1990 y 1995. �ngeles Barrio habla de escasa fecundidad; Carlos Gil, citando a la anterior, entre otros, de que los frutos de la ruptura no parecen haber alcanzado la altura de las expectativas creadas100; Pere Gabriel reconoce que pasada ya m�s de una decena de a�os, no puede decirse que ese empuj�n del p�ndulo hacia el otro lado haya producido resultados mejores101, que no hemos hecho gran cosa, y condena el clich� reduccionista con que se enjuici� la historia social 1959-1982102; Carlos Forcadell, que ya hab�a hecho notar sus matices cr�ticos en Valencia, insiste: est� muy extendida la sensaci�n de que los frutos de los manifiestos metodol�gicos del 82, aun existiendo, van por detr�s de las exigencias que planteaban103; Jos� Antonio Piqueras se interroga sobre c�mo se hace la historia social en Espa�a y arremete en su respuesta contra la entronizaci�n del empirismo y la desteorizaci�n de la pr�ctica hist�rica104; Jos� �lvarez Junco, en el I Congreso Internacional Historia a Debate, es el m�s claro y autocr�tico, acepta el (relativo) fracaso del movimiento renovador105 y pone el dedo en la llaga: la rutina o la carencia de modelo alternativo con similar capacidad de explicaci�n global hace del tratamiento historiogr�fico de los movimientos sociales en Espa�a siga proclamando su fidelidad a ese modelo [el paradigma heredado]106.


Hay mucho de verdad en esta cr�tica-autocr�tica de uno de los firmantes del art�culo de Revista de Occidente, los viejos paradigmas -y la nueva historia que lleg� a Espa�a en los a�os 60 y 70 es ahora ya, la vida no perdona, un viejo paradigma- siguen vigentes mientras la comunidad de historiadores no los sustituye plenamente mediante el consenso. Pero se sigue, en nuestra opini�n, planteando mal el problema. Si los historiadores sociales no aceptaron, hasta hoy, reemplazar netamente la historia del movimiento obrero por la historia de los movimientos sociales, si no se supo elaborar un paradigma alternativo global, es, en nuestra opini�n y resumiendo, porque se cometieron algunos errores: a) favorecer, voluntaria y/o involuntariamente, el abandono de una historia de la historia del movimiento obrero107, imprescindible para una historia de los movimientos sociales que se precie, que, al ser negado en la pr�ctica el primer impulso renovador de Tu��n de Lara y los Coloquios de Pau, tiende a volver por sus fueros verdaderamente tradicionales; b) dejar fuera de la cr�tica la distorsi�n estructuralista, objetivista y cientifista, del paradigma com�n de los historiadores del siglo XX, neutralizando as� los esfuerzos propugnados para vencer al economicismo, para innovar tem�tica y metodol�gicamente, para conservar el inter�s por los actores sociales; c) desconectar el debate sobre historia del movimiento obrero y de los movimientos sociales del debate historiogr�fico general -en cambio que se atiende mejor el debatede la sociolog�a-, m�s all� de los historiadores contemporane�stas, toda vez que no pocos de los problemas suscitados s�lo pueden tener soluci�n si se sale del estrecho marco de los historiadores sociales de los siglos XIX y XX; d) olvidar la historia global, error compartido con casi toda la historiograf�a occidental de las �ltimas d�cadas, y de alguna forma justificado por el estrepitoso fracaso de la historia total, concretamente de la lectura estructuralista y determinista que se hizo de este concepto historiogr�fico fundamental; e) haber considerado cr�ticamente el contexto pol�tico que ha informado la primera ruptura (una historia repensada por la generaci�n del 68 de forma apresurada, semi-clandestina y con una utilidad en gran medida pol�tica108), y no haber hecho lo mismo con las condiciones pol�ticas, ideol�gicas y de mentalidad que coadyuvaron y alimentaron el giro del 82109, y su posterior incidencia en la historia social de los a�os 80, sin lo cual no se comprende su relativo fracaso110. En fin, entrecomill�bamos antes la palabra errores porque, hacia 1982, a�o de grandes ilusiones renovadoras, esto es, despu�s del golpe del 23-F (1981) y de la toma de Valencia por parte de Mil�ns del Bosch, no era f�cil preveer el apogeo de la posmodernidadhistoriogr�fica111 o la vuelta de la historia tradicional, la ca�da del muro de Berl�n o la negativa evoluci�n pol�tica nacional112; y porque, en todo caso, es as�, aprendiendo del pasado, como podemos elaborar propuestas m�s atinadas para el futuro (inmediato).

 

El retorno de los a�os 90


Aunque en los a�os 80 el inter�s de la historia en general, y de la historia social en particular, por los conflictos, las revueltasy los movimientos sociales, disminuy� notablemente, ello no quiere decir que no se continuasen publicando obras de investigaci�n, algunas muy interesantes, en historia medieval113, moderna114 y historia contempor�nea115, como estela del empuje anterior y/o por la decisi�n de algunos historiadores que, m�s all� de la moda116, siguieron -seguimos- considerando de sumo inter�s historiogr�fico el estudio de la parte m�s din�mica de la hist�rica. Predominan los art�culos117 sobre los libros -frutos acostumbrados de tesis de licenciatura y doctorado que escasean sobre estos temas en los a�os 80- y, en general, los trabajos de historia local, en consonancia con la creciente marginaci�n del �mbito espa�ol118, y de la historia de Espa�a119. en las investigaciones acad�micas.

El punto de inflexi�n tendr� lugar entre finales de los a�os 80 y principios de los a�os 90, y los primeros art�fices -y a la vez s�ntomas- de estenuevo auge de la historia de los conflictos sociales -y del movimiento obrero- ser�n, principalmente, una serie de congresos, jornadas y seminarios, que tienden a adoptar un car�cter interhist�rico al participar historiadores de diferentes �reas de conocimiento hist�rico. Los congresos son ciertamente las actividades acad�micas que, por su inmediatez y car�cter colectivo, mejor reflejan las coyunturas historiogr�ficas.

Los tomos VII y VIIIdel I Congreso de Historia de Castilla-La Mancha (Toledo, 1988) est�n dedicados Conflictos sociales y evoluci�n econ�mica en la Edad Moderna, aunque el contenido no se corresponde bien con el t�tulo, problema que tendr�n otros organizadores de congresos antela falta de h�bito de los historiadores de tratar, durante los a�os 80, dicha tem�tica conflictiva.

En 1989 se realiza,en el marco de los cursos de verano de El Escorial, el seminario Revoluciones y alzamientos en la Espa�a de Felipe II (Valladolid, 1992), donde, de nuevo, no todas las contribuciones responden al t�tulo, lo que ya no suceder� con las reuniones de historiadores que vienen a continuaci�n, sobre todo con las comunicaciones libres a los congresos. Conmemorando el bicentenario de la revoluci�n francesa,se inauguran, este mismo a�o de 1989, la serie de Jornadas de Estudios Hist�ricos, organizadas anualmente por el Departamento de Historia Medieval, Moderna y Contempor�nea de Salamanca, con un ciclo de conferencias sobre Revueltas y revoluciones en la historia (Salamanca, 1990). Con todo, el primer gran congreso en que se manifiesta abiertamente la vuelta de los conflictos es el organizado poral Instituci�n Fernando el Cat�lico en Zaragoza, asimismo en 1989, sobre Se�or�o y feudalismo en la Pen�nsula Ib�rica (Zaragoza, 1993).


En 1990, son cuatro las reuniones acad�micas sobre revueltas y conflictividad social: un curso de verano de la Universidad Complutense en El Escorial sobre Resistencias hisp�nicas al imperio: comuneros, agermanados y erasmistas; un seminario de la UIMP en Cuenca sobre Asociacionismo y conflicto agrario en Espa�a (ss. XVIII-XIX-XX); y el I Congreso de la Asociaci�n de Historia Social, tambi�n en Zaragoza, sobre La historia social en Espa�a: actualidad y perspectivas (Madrid, 1991), con contribuciones mayormente de historiadores contemporane�stas120 . Habr�a que a�adir, este mismo a�o, dentro de los Grandes Temas del 17 Congreso Internacional de Ciencias Hist�ricas celebrado en Madrid, las comunicaciones de Gonzalo Bueno, Juli�n Casanova y Julio Ar�stegui sobre Revoluciones y reformas: su influencia sobre la historia de la sociedad.

En 1993, Ignacio Ol�barri y Valent�n V�zquez de Prada organizan, en Pamplona, las V Conversaciones Internacionales de Historia, Para comprender el cambio social. Enfoques te�ricos y perspectivas historiogr�ficas (Pamplona, 1997), con la intenci�n expl�cita, dicen en el pr�logo, de resucitar una de las grandes preguntas de la historiograf�a de mediados de siglo -la explicaci�n del cambio social-, sabiendo que no disponemos de ismo alguno que ofrezca una respuesta a la cuesti�n, a fin de poder hacer frente al posmodernismo extremo volviendo a las metodolog�as socio-cient�ficas de probada fecundidad en nuestro siglo.

En 1995 se llevaron a cabo dos congresos y un seminario importantes: el VII Congreso de Historia Agraria en Baeza, organizado por el Seminario de Historia Agraria, sobre la conflictividad rural en la Edad Media, Moderna y Contempor�nea (publicado en Noticiario de Historia Agraria, n1 12 y 13, 1996 y 1997); el II Congreso de la Asociaci�n de Historia Social, en C�rdoba, sobre El trabajo a trav�s de la historia (Madrid, 1996), con una parte importante de las comunicaciones dedicada a la historia del movimiento obrero y la conflictividad social121; y el seminario de la UIMP de Valencia sobre Conflictividad y represi�n en la sociedad moderna, publicado en el el n1 22 (1996) de la revista Estudis. Revista de historia moderna, fruto de un proyecto de investigaci�n (1992-1995) sobre La dimensi�n conflictiva de la sociedad valenciana moderna.


Por �ltimo, en 1997, donde ahora estamos, en Vitoria, el III Congreso de nuestra Asociaci�n de Historia Social, sobre Estado, protesta y movimientos sociales, que nos ha obligado a reflexionar sobre los precedentes, la situaci�n actual y las perspectivas de nuestro campo de investigaci�n que, para bastantes colegas, pertenec�a auna historiograf�a, la de los a�os 60 y 70, que jam�s volver�, lo cual en rigor es cierto, y adem�s ni siquiera es deseable, cuesti�n aparte es que sus objetos de investigaci�n siguen ah�, son incluso imprescindibles para que la historia deje atr�s la presente crisis paradigm�tica y entre con fuerza en el nuevo milenio.

En cuanto a revistas, la palma se la lleva, naturalmente, Historia Social de Valencia que, as� y todo, ha dedicado cinco dossiers a la historia del movimiento obrero, los conflictos y las revueltas sociales: n 1, 1988, Anarquismo y sindicalismo; n 5, 1989, Huelgas; n 15, 1993, Estado y acci�n colectiva; n 17, 1994, Conflictividad obrera y conducta social; n 20 y 22, 1994 y 1995, Debates de historia social de Espa�a (con art�culos sobre conflictos y revueltas, revoluci�n y lucha de clases de R. Garc�a C�rcel, M. Chust, J. Casanova y P. Gabriel)122.Resulta parad�jico que los dos historiadores sociales, Santos Juli� y Carlos Forcadell, que, en el encuentro valenciano de 1981, fueron m�s reticentes a la segunda ruptura, defendiendo que estamos apurando una historia que no hemos hecho, esto es, del movimiento obrero, los partidos obreros, sus grupos dirigentes123, infravaloren ahora como historia social cl�sica, sin entrar para nada a analizar si sus enfoques son tradicionales o renovados, los notables dossiers de Historia Social sobre movimientos, conflictos y revueltas sociales124. Para nosotros, porfiamos, no son los objetos -los necesitamos todos- quienes definen la validez de una investigaci�n hist�rica, sino sus m�todos y sus resultados125. Internacionalmente est� ya agotada la v�a de renovar la historia cambiando o ampliando solamente la tem�tica, descubriendo nuevos objetos, ahora toca innovar de la manera m�s dif�cil y tambi�n m�s decisiva: mediante el m�todo, la historiograf�a y la teor�a. Nos vamos a encontrar con temas viejos tratados de manera nueva o con temas nuevos tratados de forma vieja: qu� cada barco se agarre a su vela.


Otras revistas se han preocupado por descontado, �ltimamente, por el sujeto social y su historia. Los n 3y 4, ambos del a�o 1990, de Historia Contempor�nea (revista dirigida por Tu��n de Lara), que tratan monogr�fica y respectivamente de Movilizaci�n obrera entre dos siglos, 1890-1910 y Cambios sociales y modernizaci�n. El n 4 de Ayer, de 1991, dedicado a La huelga general por considerarlo un tema de actualidad. Su proclamaci�n en la Federaci�n Rusa, en agosto de 1991; en Italia, Gaza-Cisjordania y Asturias en octubre o en la Rep�blica de Sud�frica en noviembre, son ejemplos contempor�neos. Los n 56 (1991) y 69 ( 1994) de Zona Abierta, consagrados, respectivamente, a Fluctuaciones econ�micas y ciclos de conflicto y a Movimientos sociales, acci�n e identidad; la introducci�n al n 69, subtitulada algunas viejas razones, se enfrenta a los que se unen para certificar la muerte de los movimientos sociales y se posiciona por un concepto de movimiento social sin adjetivos de nuevo o viejo que hay que redefinir. Est�n, adem�s, los n 12 (1996) y 13 (1997) de Noticiario de Historia Agraria, y el n 22 (1996) de Estudis, donde se han publicado las actas de congresos y seminarios de los que ya hemos hablado.


En cuanto a libros tenemos algunas novedades fin de siglo que avalan el nuevo impulso que est� recibiendo la historia de conflictos y revueltas126, de manos sobre todo de la nueva generaci�n127, si bien pensamos que -si nuestros datos y hip�tesis son atinados- habr� en el futuro avances mayores porque los despoblados son numerosos y extensos, pensemos sino en las grandes revueltas, no es acaso cierto que est�n por hacer investigaciones monogr�ficas que apliquen las nuevas metodolog�as al estudio de revueltas tan importantes como los remensas, las german�as, las comunidades, o lasinsurrecciones campesinas, obreras y populares contempor�neas...? Tal ha sido mi experiencia personal: he intentado reenfocar, en diversas obras128, entrelazando los tiempos, desde el �ngulo de la historia de las mentalidades, la historia oral y la historia de la criminalidad, la revuelta irmandi�a (1467-1469), sus precedentes, su estallido y su impacto en la memoria colectiva (1467-1674).


Cuando, a mediados de los a�os 80, decid� eligir como el centro de mi proyecto de investigaci�n una revuelta social129, dando rienda suelta a mis inquietudes innovadoras sin renunciar a un tema cl�sico, pero decisivo para una comprensi�n explicativa y global de la historia, ten�a dos temores (que no me disuadieron de seguir adelante, obviamente130), quedarme s�lo en tierra de nadie al ubicarme en el cruce de varias especialidades, yser el �ltimo de Filipinas en hacer un tesis doctoral sobre una revuelta medieval, pero tambi�n una esperanza y una apuesta: contribuir al resurgir historiogr�fico, e hist�rico, del sujeto social. Prueba de que no me invento la incomodidad pasada es lo que Fern�ndez de Pinedo escribe -en 1992-,en el pr�logo a la tesis del Joseba de la Torre -le�da en 1989 y dirigida por Fontana-, sobre la lucha antifeudal en Navarra: da la impresi�n que escribir sobre luchas o conflictos sociales no resulta de buen gusto131. En fin, que vale decir aqu� lo de que los �ltimos ser�n los primeros, es por eso que, cuando me dispon�a a redactar esta ponencia,al ordenar mis fichas y hacer mis �ltimas lecturas, acord� cambiar el t�tulo de mi contribuci�n a este congreso de la reivindicaci�n (Conflictos, revueltas, revoluciones. Por una historia con sujeto) a la constataci�n (El retorno del sujeto social...).


)Por qu� est� renaciendo de sus cenizas,en Espa�a, la historia de los conflictos y revueltas sociales132? Se nos ocurren varias razones de tipo historiogr�fico: a) el buen momento de la historiograf�a espa�ola de los 90133 tanto en productividad y crecimiento, pese a los problemas de inserci�n laboral de los j�venes historiadores, como en esp�ritu renovador134 y esfuerzo reflexivo135; b) vivimos un �poca historiogr�fica de balance y b�squeda de alternativas, hacia atr�s y hacia adelante, donde todo se renueva y retorna, de manera que tenemos de todo encima de la mesa, tambi�n los conflictos, las revueltas y las revoluciones, que fueron -y son- acontecimientos hist�ricos y dan pie a formas de escribir la historia muy importantes, junto con la biograf�a, la historia pol�ticay la narraci�n, protagonistas hasta ahora de los retornos historiogr�ficos; c) el relativo fracaso del inacabado giro del 82, que se difundi� casi como una historia social sin sujeto, sin conflictos136; d) la influencia de la nueva sociolog�a de la acci�n colectiva, de la acci�n racional, de los actores sociales, que redescubre el sujeto, bastante despu�s de la historia, y nos lo devuelve por la ventana una d�cada despu�s de haberlo querido echar por la puerta...

Luego est�n los contextos, nacional e internacional, de los que no podemos prescindir, para entender la recuperaci�n de la vieja tradici�n historiogr�fica espa�ola de conflictos, revueltas y revoluciones, a las puertas del siglo XXI.

En el plano nacional el factor m�s poderoso, en nuestra opini�n, es la consolidaci�n de la democracia bajo los gobiernos socialistas y, en consecuencia, la normalizaci�n137 del conflicto y la huelga, incluida la huelga general, que pierden as� el significado subversivo que ten�an antes, con Franco, y a�n durante la transici�n, lo cual facilita el regreso al mundo acad�mico, y que se revaloricen los hechos sociales como temas de estudio por parte de las organizaciones sindicales de clase y las instituciones locales, que en ese intervalo de tiempo, han constituido fundaciones, centros de estudio e investigaci�n, para recuperar su memoria hist�rica y legitimar sus respectivas identidades.


En el plano internacional hay que reconocer la espectacularidad de la acci�n colectiva en la historia en la �ltima d�cada del siglo XX. Consideraremos cuatro momentos: 1) 1989-1991, revoluciones democr�ticas en el Este de Europa con un protagonismo decisivo de la multitud, empezando por los trabajadores industriales (Polonia), que utiliza todos los medios cl�sicos para derrocar el llamado socialismo real: manifestaciones, huelgas generales, insurrecciones armadas (Rumania); 2) 1994-, revuelta campesina de Chiapas, en el mismo momento de la entrada de M�xico en el Tratado de Libre Comercio con EE. UU..y Canad�, que suscita una gran ola de simpat�a dentro -y fuera- de M�xico, provocando la vuelta al compromiso pol�tico no-partidario de una parte notable de acad�micos e historiadores138 (al igual que pasara antes en el Este de Europa); 3) 1995-1997, movimientos sociales(grandes huelgas y manifestaciones)en Francia de un envergadura desconocida, desde los a�os 60-70, primero contra la pol�tica neoliberal de Chirac y Jupe, y despu�s, m�s a la ofensiva, en favor de los innmigrantes -y contra la mont�e de Le Pen-que arrastraron al compromiso pol�tico-social a un sector influyente de los intelectuales, dirigidos por los cineastas, escritores y artistas139, y que determin� la sorpresiva victoria de la izquierda el 1 de junio de 1997, y que se empiece a hablar de Europa social en las reuniones de la UE; 4) marzo de 1997, insurrecci�n popular en Albania, que a�ade a su clasicismo, radicalidad y espontaneidad140, al igual que el caso franc�s, y salvando las distancias, el haber conseguido sus objetivos m�s pol�ticos141, derrocar a Berisha y colocar en el poder -eso s�, por medio de los votos- a la oposici�n de izquierdas dirigida por los ex-comunistas, con lo que se ratifica cierto cambio de signo pol�tico de las intervenciones de masas -callejeras y electorales- en el Este de Europa.


El nuevo e inesperado papel de las revueltas sociales en la vida democr�tica142, tal como se est� manifestando en pa�ses tan distintos de Europa, como Francia y Albania, despu�s del fin de la historia y del pensamiento �nico, y, en general, el regreso de la cuesti�n social143, plantea a la historia como disciplina, y al conjunto de las ciencias sociales, el desaf�o de tratar de comprender -hist�ricamente- el mundo que viene. Para salir airosos es menesterretomar y reformular la funci�n cient�fica y la sensibilidad social de la historia: volviendo a analizar elpasado para construir un futuro mejor; situando, antes que nada, en su contexto hist�rico, el incuestionable regreso de los conflictos, las revueltas y las revoluciones en el umbral del siglo XXI; asumiendo, en resumen, el cambio en el concepto del tiempo hist�rico que se deriva de estos acelerados acontecimientos fin de siglo, cuando lo que parec�a el pasado resulta que es el futuro. As� pasa con los conflictos y las revueltas, desde el punto de vista de la escritura de la historia, vuelve el inter�s por estos temas al tiempo que adquieren una renovada actualidad. Si bien el caso de Espa�a es particular, salvo la huelga general del 14-D de 1988 y algunas movilizaciones de los estudiantes de secundaria, para nada estamos viviendo, como en Francia, un remozado protagonismo socio-pol�tico de lo que cuando �ramos j�venes llam�bamos las masas, a sabiendas de la tradici�n de lucha social que existe en nuestro pa�s. Sin embargo, el retorno historiogr�fico de los conflictos es m�s notorio en Espa�a que en Francia144. Pueda que estemos ante una manifestaci�n m�s de lasdiferencias de ritmo entre lo historiogr�fico y lo pol�tico-social; no obstante, si hay una historia hija de su tiempo esa es la historia de los movimientos sociales: o la aldea global hace que pierdan definitivamente peso las coyunturas nacionales, o nos estamos anticipando al porvenir nacional145...


La falta de tiempo y espacio -la ponencia rebasa ya, en folios escritos, el n�mero habitualmente permitido- no nos va a permitir examinar, en esta ocasi�n, cr�tica y autocr�ticamente, las recientes investigaciones espa�olas sobre luchas sociales,niconectar con m�s detalle este retorno de la historia de los conflictos con el debate historiogr�fico general, en pleno cambio de siglo y de paradigmas. Quiero dejar constancia, en todo caso, de la importancia de hacerlo. La din�mica de la historiograf�a de movimientos y conflictos socialeses harto significativa de la evoluci�n de la historiograf�a en general, se trata de una tem�tica fuerte cuyo auge y ca�da ilustran adecuadamente los cambios historiogr�ficos e hist�ricos. C�mo va a ser, est� siendo ya, o debe ser, la tercera ruptura en la historiograf�a de los movimientos y conflictos sociales? Qu� relaci�n historiogr�fica guarda con el cambio global de paradigmas? Qu� papel va a jugar el sujeto colectivo en la construcci�n del nuevo paradigma de la historia?



*Ponencia presentada en el III Congreso de Historia Social, Estado, protesta y movimientossociales, Vitoria (Espa�a), 3-5 de julio de 1997.

1 V�ase la tesis 11 de La historia que viene, Historia a debate, I, Santiago, 1995.

2 A fin de ser consecuentes con nuestras afirmaciones en Inacabada transici�n de la historiograf�a espa�ola, Bulletin d=Histoire Contemporaine de l=Espagne, n1 24, Bordeaux, 1996.

3 Anselmo LORENZO, El proletariado militante, 2 vol., 1901-1923; Manuel N��EZ DE ARENAS, Algunas notas sobre el movimiento obrero espa�ol, 1916; Juan Jos� MORATO, Historia de la Asociaci�n del Arte de Imprimir, 1925; Manuel RAVENT�S, Assaig sobre alguns episods hist�rics dels movimients socials a Barcelona en el segle XIX, 1925; Juan D�AZ DEL MORAL, Historia de las agitaciones campesinas andaluzas-C�rdoba (Antecedentes para una reforma agraria), 1929.

4 El retorno de los conflictos sociales, menos notorio en otros pa�ses con historiograf�as de m�s peso internacional, y la capacidad de autoreflexi�n demostrada, evidencian la autonom�a y la identidad de la historiograf�a espa�ola.

5 Hobsbawm, en 1971, escrib�a atinadamente: los numerosos estudios sobre el conflicto social, desde las revueltas hasta las revoluciones, De la historia social a la historia de la sociedad, Historia Social, n1 10, 1991, p. 22.

6 Carlos GIL ANDR�S, Protesta popular y movimientos sociales en la Restauraci�n, Historia Social, n1 23, 1995, p. 123.

7 Manuel P�REZ LEDESMA, Cuando lleguen los d�as de la c�lera= (Movimientos sociales, teor�a e historia), Zona Abierta, n1 69, 1994, pp. 59-69.

8 Oficialmente tambi�n las ciencias sociales se preguntaban: )ad�nde va el mundo del trabajo?, Los conflictos sociales en Europa (Coloquio de Brujas, 1964), Madrid, 1974.

9 Las comillas son debidas a que nos resistimos a la usual y abusiva identificaci�n entre moda e innovaci�n, en perjuicio de esta �ltima.

10Los historiadores rom�nticos-liberales del siglo XIX ya hab�an descubierto las revueltas medievales y modernas, y los precursores de la historia del movimiento obrero, desde Fernando Garrido y su Historia de las clases trabajadoras (1860), las huelgas obreras y las agitaciones campesinas (v�ase la nota 3).

11 Joan Regl� dedica, por ejemplo, en 1970, buena parte de su Introducci�n a la historia. Socioeconom�a-Pol�tica-Cultura (edici�n catalana en 1968) a las revoluciones y los procesos acelerados de la historia, siguiendo naturalmente a Jaume VICENS VIVES, Ensayo sobre la morfolog�a de la Revoluci�n en la Historia Moderna, Zaragoza, 1947.

12 Su moderaci�n de burgu�s reformista (Josep M. MU�OZ I LLORET, Jaume Vicens Vives. Una biograf�a intelectual, Barcelona, 1997) subraya la estrecha relaci�n -m�s all� de las posicionespol�ticas de los historiadores- entre renovaci�n historiogr�fica e historia social dura, entre revoluci�n historiogr�fica e inter�s por el sujeto colectivo.

13 Con todo, en este mismo congreso, el autor ha matizado que Vicens Vives conoci� su trabajo ya terminado.

14 El car�cter interhist�rico de las iniciativas renovadoras de hace veinte a�os se ha vistosepultado, despu�s, por lo que se ha llamado la primac�a del contemporane�smo, de muy buenos y muy malos efectos (sobre todo en el campo de la educaci�n).

15 Clases y conflictos de clases en la historia, Madrid, 1977, p. 9.

16 Se trata de una de las partes m�s divulgadas de los Grundisse, editados en espa�ol unos a�os antes, en 1972, por la editorial Comunicaci�n.

17 Clases y conflictos de clases en la historia, p. 89.

18 Lo digo autocr�ticamente porque ser�a la que yo mismo habr�a dado.

19 Clases y conflictos de clases en la historia, p. 89.

20 El ejemplar de que dispongo -no lo adquir� en su momento, seguramente por falta de inter�s- est� glosado por su anterior propietario, el cual a�adi� bajo el nombre del editor-traductor (Francisco Rubio Llorente), entre par�ntesis, socialdem�crata,lo cual sonaba a grave insulto pol�tico en las aulas universitarias espa�olas de finales de los 60.

21 Modernidad economicista que entraba en contradicci�n con las obras pioneras de la historia de los movimientos sociales en Espa�a m�s atentas a la subjetividad social y cultural obrera, y popular, parad�jicamente m�s cercana a Thompson que a la propia historia social espa�ola de los 70,Pere GABRIEL, A vueltas y revueltas con la historia social obrera en Espa�a, Historia Social, n1 22, 1995, pp. 47-48, 52.

22 Los conflictos sociales en el reino de Castilla en los siglos XIV y XV, Madrid, 1975, p. 5.

23 �dem, pp. 10-11.

24 Isabel BECEIRO, La rebeli�n irmandi�a, Madrid, 1977; Salustiano MORETA, Malhechores-feudales. Violencia, antagonismos y alianzas de clases en Castilla, siglos XIII-XIV, Salamanca, 1978; Esteban SARASA, Sociedad y conflictos sociales en Arag�n: siglos XIII-XV (Estructuras de poder y conflictos de clases), Madrid, 1981; v�ase asimismo la nota 32.

25 V�ase la rese�a de Valeriano Bozal en Zona Abierta, n1 7, 1976, pp. 114-116; el marxismo compartido facilitaba en los a�os 70 la comunicaci�n interdisciplinar, dentro de la historia y dentro de las ciencias sociales; el mismo papel de interfaz jugaba la escuela de Annales, que al mismo tiempo compart�a un terreno com�n -muy evidente en el caso de Vicens Vices- con la historiograf�a marxista.

26 Tensiones sociales en los siglos XIV y XV, I Jornadas de metodolog�a aplicada de las ciencias hist�ricas, II, Santiago, 1973, pp. 273-275.

27 Ve�se tambi�n Michel MOLLAT, Philippe WOLFF, U�as azules, jacques y ciompi. Las revoluciones populares en Europa en los siglos XIV y XV, Madrid, 1976 (Par�s, 1970), pp. 237-241.

28 La r�gida teor�a de la sucesi�n de modos de producci�n, de amplia resonancia entre los historiadores econ�mico-sociales, imped�a ver la relaci�n conflictividad social/cambios estructurales, incluso cuando se abordaban las grandes transiciones, es por eso que arm� tanto revuelo, entre historiadores no marxistas y aun marxistas, el her�tico art�culo de Robert Brenner (Past and Present, 1976) sobre el rol de las clases y lalucha de clases en la transici�n del feudalismo al capitalismo, El debate Brenner. Estructura de clases agraria y desarrollo econ�mico en el Europa preindustrial, Barcelona, 1988, pp. 44 ss (se comprueba una vez m�s la tard�a recepci�n en Espa�a de la historiograf�a marxista angloamericana, cr�tica con el estructuralismo y el economicismo).

29 Otrosexplican los cambios sociales a largo plazo -estructurales- por la evoluci�n lenta de las econom�as y las civilizaciones, m�s que por las revoluciones, Michel MOLLAT, Philippe WOLFF, op. cit.,pp. 273-274.

30 Tensiones sociales en los siglos XIV y XV, p. 279

31 El retraso espa�ol y la autarqu�a acad�mica provocados por el franquismo, la potencia de la escuela de Annales y la cercan�a de Francia, el desconocimiento del idioma ingl�s, han coadyuvado a que se ignoraran, durante los a�os 60, las obras que jalonaron la renovaci�n inglesa de la historia social de las revueltas,los conflictos y las clases; v�ase la nota 28.

32La segunda gran obra de historia medieval sobre conflictos sociales se edita en ese momento: Reyna PASTOR, Resistencias y luchas campesinas en la �poca del crecimiento y consolidaci�n de la formaci�n feudal Castilla y Le�n, siglos X-XIII, Madrid, 1980.

33 Barry HINDESS, Paul Q. HIRST, Los modos de producci�n precapitalistas, Barcelona, 1978 (Londres, 1975), pp. 313-315; E. P. THOMPSON, Miseria de la teor�a, Barcelona, 1981 (Londres, 1978), pp. 10-11.

34 V�ase la nota 11.

35 Son memorables asimismo los estudios sobre las comunidades de Castilla: Juan Ignacio GUTI�RREZ NIETO, Las comunidades como movimiento antise�orial (La formaci�n del bando realista en la guerra civil castellana de 1520-1521), Barcelona, 1973; JosephP�REZ, La revoluci�n de las Comunidades de Castilla (1520-1521), Madrid, 1977; y otros an�lisis hist�ricos de conflictos sociales en el Antiguo R�gimen como: Antonio DOM�NGUEZ ORTIZ, Alteraciones andaluzas, Madrid, 1973; J. M. PALOP RAMOS, Hambre y lucha antifeudal. Las crisis de subsistencias en Valencia (siglo XVIII), Madrid, 1977; Bartolom� YUN, Crisis de subsistencias y conflictividad social en C�rdoba a principios del siglo XVI, C�rdoba, 1980.

36 A la hora de elegir tres obras de referencia que nos permitiesen estudiar las bases paradigm�ticas de la historia del movimiento obrero y de la conflictividad social, hemos tenido muy en cuenta el marxismo proclamado de los autores, que les hace mucho m�s representativos.

37 El libro de Eul�lia Duran (Les germanies als pa�sos catalans, Barcelona, 1982) tiene parecida base te�rico-metodol�gica que la obra de Garc�a C�rcel, si bien ampl�a el estudio al principado de Catalu�a, etc.; lo mismo pasa con el libro de Stephen Haliczer (Los comuneros de Castilla. La forja de una revoluci�n, 1475-1521, Valladolid, 1987 -Wisconsin, 1981-) que abraza de manera expl�cita los principios metodol�gicos del estructural-funcionalismo (�dem, pp. 22-23, 293),organizando su obra de manera semejante a los historiadores marxistas de influencia althusseriana.

38German�as de Valencia, Barcelona, 1975, p. 240.

39 Introducci� a la hist�ria del moviment obrer, Barcelona, 1966; Metodolog�a de la historia social en Espa�a, Madrid, 1973.

40 V�ase Jos� Luis de la GRANJA, Alberto REIG TAPIA, edits., Manuel Tu��n de Lara. El compromiso con la historia. Su vida y su obra, Bilbao, 1993.

41Josep TERMES, Anarquismo y sindicalismo en Espa�a (1864-1881), Barcelona, 1972; Miquel IZARD, Industrializaci�n y obrerismo. Las Tres Clases de Vapor, 1869-1913, Barcelona, 1973; Juan Pablo FUSI, Pol�tica obrera en el Pa�s Vasco (1880-1923), Madrid, 1975; Jos� �LVAREZ JUNCO, La ideolog�a pol�tica del anarquismo espa�ol, Madrid, 1976; Juan Jos� CASTILLO, EL sindicalismo amarillo en Espa�a, Madrid, 1977; Carlos FORCADELL, Parlamentarismo y bolchevizaci�n. El movimiento obrero espa�ol (1914-1918), Barcelona, 1978; Jos� Mar�a MARAVALL, Dictadura y disentimiento pol�tico. Obreros y estudiantes bajo el franquismo, Madrid, 1978; Xavier PANIAGUA, La sociedad libertaria. Agrarismo e industrializaci�n en el anarquismo espa�ol (1930-1939), Barcelona, 1982;Aurora BOSCH, Ugetistas y libertarios. Guerra civil y revoluci�n en el Pa�s Valenciano, Valencia, 1983; Santos JULI�, Madrid, 1931-1934. De la fiesta popular a la lucha de clases, Madrid, 1984; Juli�n CASANOVA, Anarquismo y revoluci�n en la sociedad rural aragonesa, 1936-1938, Madrid, 1985; Manuel P�REZ LEDESMA, El obrero consciente. Dirigentes, partidos y sindicatos en la II Internacional, Madrid, 1987; David RUIZ, Insurrecci�n defensiva y revoluci�n obrera. El octubre espa�ol de 1934, Barcelona, 1988.

42 Casimir Mart� remata su conferencia en este congreso (Historia e historiograf�a del movimiento obrero: mi experiencia) pregunt�ndose si la exorcizaci�n de todo concepto inspirado en alguna utop�a �tica o pol�tica, incluso en el caso de ser asumido como hip�tesis de trabajo no equivale en la pr�ctica a dar vida a una historiograf�a �til al orden, o desorden, establecido.

43 El movimiento obrero en la historia de Espa�a, Madrid, 1972, p. 12.

44 Hay que advertir que el t�rmino lucha de clases, mientras existi� la censura, se sustituy� normalmente por el de conflictos sociales.

45 Manuel TU��N, Problemas actuales de la historiograf�a espa�ola, Sistema, n1 1, 1972, p. 44.

46Rogelio P�rez Bustamente escribe en el pr�logo al libro de Javier Ortiz Real,: Es algo m�s, pienso yo, que una lucha de clases que enfrenta a los se�ores y a los campesinos..., se trata de defender lo m�s importante de todo, la libertad frente al r�gimen se�orial... con la facultad de romper en cualquier momento su v�nculo de dependencia, Cantabria en el siglo XV. Aproximaci�n al estudio de los conflictos sociales, Santander, 1985, p. 16.

47 Cuando se publicaron en Espa�a los primeros estudios hist�ricos sobre conflictos sociales imperaba oficialmente -(y ten�a su influencia en la universidad!- la teor�a de la conspiraci�n judeo-mas�nica-comunista para explicar los movimientos sociales tachados de subversivos; el riesgo permanente de la historiograf�a renovadora era, y es, en contraposici�n con lo anterior, negar el rol de los l�deres, organizaciones sindicales y partidos en las luchas sociales...

48 Un panorama ilustrativo al respecto son los manuales de sociolog�a y politicolog�a manejados en la Espa�a de los a�os 70, Manuel P�REZ LEDESMA, Cuando lleguen los d�as de la c�lera= (Movimientos sociales, teor�a e historia), Zona Abierta, n1 69, 1994, p. 52 n 1; cuando el soci�logo Alain Touraine , a finales de los 70, principia a trabajar sobre los movimientos sociales, ya estaban puestas las bases historiogr�ficas, en franc�s y en ingl�s, a�os 50 y 60, de la nueva historia social, �dem, pp. 53-54.

49 Julio SEONE y otros, Movimientos sociales y violencia pol�tica, Psicolog�a pol�tica, Madrid, 1988, p. 201.

50 Carlos BARROS, El paradigma com�n de los historiadores del siglo XX, Estudios Sociales, n1 10, Santa Fe, 1996, p. 39.

51 Josep Fontana, siguiendo a los historiadores marxistas ingleses, quiso esbozar una v�a distinta, no estructuralista, en la historiograf�a espa�ola, que no tuvo continuidad, para la averiguaci�n de los nexos que enlazan los hechos econ�micos con los pol�ticos o los ideol�gicos,, Cambio econ�mico y actitudes pol�ticas en la Espa�a del siglo XIX, Barcelona, 1973, p. 5.

52 Esta idea de alargar el concepto de historia social hasta confundirlo con la noci�n de historia global, identificando sociedad con totalidad, que tambi�n sedujo a Lucien Febvre, no nos ayuda mucho a los que creemos que el problema historiogr�fico y te�rico de la historia global sigue sin resolver.

53 Historia Social, n1 10, pp. 5-7, 15, 22-23.

54 Ya hemos hablando de la tard�a reacci�n de la historiograf�a occidental,a los ataques del estructuralismo -y sus aliados objetivos- a la disciplina hist�rica, y �sto en el mejor de los casos -la historia social inglesa-porque en Francia, en tiempos de Fernand Braudel y los segundos Annales, no s�lo no se reaccion� sino que se llev� hasta sus �ltimas consecuencias, para bien y para mal, la adaptaci�n a los paradigmas objetivistas: geohistoria, larga duraci�n, etc.

55 Para paliar todo �sto, entre otras cosas, surge en los a�os 70, en Gran Breta�a, el movimiento del History Workshop y la historia desde abajo, Raphael SAMUEL, edit., Historia popular y teor�a socialista, Barcelona, 1984 (Londres, 1981).

56 Tendencias de la investigaci�n en las ciencias sociales, Madrid, 1982 (UNESCO, 1970), pp. 362-363.

57 Revista de Occidente, n1 12, 1982, pp. 19-41.

58 El hecho de que el t�rmino ambicioso -al igual que optimista- haya adquirido connotaciones peyorativas entre no pocos historiadores -por ejemplo, a la hora de evaluar un proyecto de investigaci�n-, prueba cierto agotamiento generacional de ideas y de �nimos, y no s�lo en Espa�a.

59 Pere Gabriello ve como el resumen final de una serie creciente de posiciones cr�ticas, como el fin de un ciclo, A vueltas y revueltas con la historia social obrera en Espa�a, Historia Social, n1 22, 1995, pp. 45, 52.

60 Uno no deja de sorprenderse que se haya dejado pasar la ocasi�n del n1 10 de Historia Social (1991), dedicado a Dos d�cadas de historia social, para reeditar este trabajo, entre otros; al final va a tener raz�n Santos Juli� cuando critica a esta publicaci�n -la mejor de la que disponemos- por no publicar m�s que traducciones sobre cuestiones de teor�a e historiograf�a, La historia social y la historiograf�a espa�ola, Ayer, n1 10, 1993, p. 44.

61 Revista de Occidente, n1 12, pp. 38-39.

62�dem, pp. 38, 40.

63 Otros han llamado a esta historia supercomprometida, nacida de la militancia antifranquista, frentepopulista, Carlos BARROS Inacabada transici�n de la historiograf�a espa�ola, Bulletin d=Histoire Contemporaine de l=Espagne, n1 24, Bordeaux, 1996, p. 474.

64 Santos JULI�, Fieles y m�rtires. Ra�ces religiosas de algunas pr�cticas sindicales en la Espa�a de los a�os treinta, Revista de Occidente, n1 23, 1983.

65 La reacci�n contra el marxismo vulgar no supuso, por parte de los renovadores espa�oles, en contraposici�n con lo sucedido en Inglaterra, la proposici�n alternativade otros marxismos, empezando por los que est�n en el mismo Marx: el �xito pol�tico del PSOE, una vez abandonado el marxismo, digamos que no ayud� nada, en este aspecto, al rearme intelectual de los historiadores sociales.

66 Se sobreentiende que la cr�tica es tambi�n autocr�tica; los propios autores, antes y despu�s de su art�culo-manifiesto, se dedicaron brillantemente a estos g�neros tradicionales: Jos� �LVAREZ JUNCO, La ideolog�a pol�tica del anarquismo espa�ol, Madrid, 1976; Manuel P�REZ LEDESMA, El obrero consciente. Dirigentes, partidos y sindicatos en la II Internacional, Madrid, 1987; Jos� �LVAREZ JUNCO, Elemperador del Paralelo. Lerroux y la demagogia populista, Madrid, 1990 (v�ase la rese�a laudatoria publicada en la revista dirigida por Tu��n de Lara, Historia Contempor�nea, n1 5, 1991, pp. 247-239); Manuel P�REZ LEDESMA, coord., El Senado en la historia, Madrid, 1995.

67 Con toda evidencia, se tira piedras en el propio tejado al no valorarse mejor el papel renovador de la historia social en la Espa�a del tardofranquismo y la transici�n.

68 Las obras principales inglesas sobre movimientos y revueltas sociales fueron traducidas al espa�ol, en los a�os 70 y 80, por las editoriales Siglo XXI y Cr�tica, sin que -hasta los a�os 90- hayan influido demasiado en la historiograf�a social espa�ola.

69 Sobre su tard�a recepci�n en Espa�a, v�ase Carlos BARROS, Historia de las mentalidades: posibilidades actuales, Problemas actuales de la Historia, Salamanca, 1993, pp. 59 ss.

70 Revista de Occidente, n1 12, p. 40.

71 Tu��n de Lara, maestro y amigo de toda esta generaci�n, incluso de quienes discrepamos a veces de sus planteamientos, �dem, p. 20; ve�se la nota siguiente.

72 Cosa que,sin embargo, si se hace, despu�s, en Manuel P�REZ LEDESMA, Manuel Tu��n de Lara y la historiograf�a del movimiento obrero, Manuel Tu��n de Lara. El compromiso con la historia. Su vida y su obra, Bilbao, 1993, pp. 204 ss.

73 Tesis 8 de La historia que viene, Historia a debate, I, 1995, pp. 104-105.

74 Metodolog�a de la historia social de Espa�a, Madrid, 1973, p. 91.

75 Revista de Occidente, n1 12, p. 38.

76 Que hoy sigue estando muy ausente de la historia contempor�nea de los movimientos sociales pese a Tu��n, �lvarez Junco y P�rez Ledesma.

77 En cierto sentido, as� fue,como se reconoce enPere GABRIEL, Josep Ll. MART�N, Clase obrera, sectores populares y clases medias, La sociedad urbana en el Espa�a contempor�nea, Barcelona, 1994, pp. 134-135.

78A pesar de que, en 1981, se hab�a publicado Miseria de la teor�a y de que los autores hab�an sabido identificaruna de sus consecuencias m�s negativas: la infravaloraci�n de los resultados hist�ricos de los conflictos.

79 Afortunadamente no del todo (v�anse las notas 41, 113, 114, 117).

80 Las primeras cr�ticas fueron tradicionales, en favor del empirismo, y contra el sentimentalismo obrerista, Juan Pablo FUSI, Algunas preocupaciones recientes sobre la historia del movimiento obrero, Revista de Occidente, n1 123, 1973, pp. 358-368 (tambi�n Pol�tica obrera en el Pa�s Vasco, 1880-1923, Madrid, 1975); asimismo contra el moralismo, y el peso de los dirigentes y de los acontecimientos, Josep FONTANA, La historia, Barcelona, 1973, pp. 33 ss; se hizo ver la desatenci�n hacia el movimiento campesino y popular, Jaume TORRAS, Liberalismo y rebeld�a campesina, Barcelona, 1976, pp. 9-11; MiquelIZARD, Or�genes del movimiento obrero en Espa�a, Estudios sobre historia de Espa�a (Homenaje a Tu��n de Lara), I, Madrid, 1981, pp. 294-297; se dijo que hab�a que bajar del grup�sculo a la clase social, Josep TERMES, pr�logo a F. BONAMUSA, Andr�s Nin y el movimiento comunista en Espa�a (1930-1037), Barcelona, 1977; se propuso desideologizar la historia del movimiento obrero y reemplazarla por una historia de las industrial relations, Ignacio OL�BARRI, Relaciones laborales en Vizcaya (1890-1936), Durango, 1978; Las relaciones de trabajo en la Espa�a contempor�nea: historiograf�a y perspectivas de investigaci�n, Anales de Historia Contempor�nea, n1 5, Murcia, 1986; y, por �ltimo, se ofrecieron alternativas te�ricas revisionistas al marxismo cl�sico: Santos JULI�, Marx y la clase obrera de la revoluci�n industrial, En Teor�a, n1 8/9, 1981-1982, pp. 99-135; Ludolfo PARAMIO, Por una interpretaci�n revisionista de la historia del movimiento obrero europeo, �dem, pp. 137-183.

81 Debats, n1 2/3, p. 96.

82 Que ser�, seis a�os depu�s, Historia Social, como recuerda la presentaci�n del primer n�mero (1988).

83 Se entienden a�n menos las reticencias posteriores de Historia Social a publicar reflexiones te�ricas o historiogr�ficas de autores espa�oles (v�ase la nota 60)

84 La verdad es que a los historiadores nos turba en exceso que sean conocidos p�blicamente nuestros condicionamientos sociales, ideol�gicos y pol�ticos, claves esenciales para la interpretaci�n de nuestro trabajo de investigaci�n, Debats, n1 2/3, p. 120; el mejor ejemplo internacional, en sentido contrario, Essais d=ego-histoire, Par�s, 1987; Santos Juli� sigue insistiendo en lo interesante que ser�a una sociolog�a del historiador en La historia social y la historiograf�a espa�ola, Ayer, n1 10, 1993, p. 46.

85 Debats, n1 2/3, p. 132.

86 �dem, p. 100.

87 Un muestra de sus opiniones es la comunicaci�n de la Escuela Libre de Historiadores de Sevilla en el Congreso de Santiago: La universidad m�s all� de la instituci�n. La historia m�s all� de la universidad, Historia a debate, III, 1995, pp. 257-264.

88 Debats, n1 2/3,pp. 134-135.

89 T�rmino empleado en el editorial del n1 1 de Historia Social para referirse de nuevo a la situaci�n que ten�an en sus or�genes los promotores de la revista.

90 La dedicaci�n a la militancia pol�tica, y la represi�n de la dictadura, dificult� la carrera acad�mica -y en el mejor de los casos la retras�- de aquellos universitarios de los a�os 60 y 70 m�s consecuentes con su compromiso pol�tico y moral: el paradigma singular, a�n perteneciendo a la generaci�n anterior, es, otra vez, Manuel Tu��n de Lara y su tard�a incorporaci�n a la universidad.

91 No s�lo reorientando la investigaci�n, tambi�n reequilibrando, en la universidad y m�s a�n en la ense�anza media, la atenci�n concedida a las diversas edades cronol�gicas para contrarrestar los efectos negativos de la primac�a del contemporane�smo; es valioso el esfuerzo que se trasluce, en este sentido, en el libro: Manuel P�REZ LEDESMA, Estabilidad y conflicto social. Espa�a, de los iberos al 14-D, Madrid, 1990.

92 Jos� Antonio PIQUERAS, El abuso del m�todo, un asalto a la teor�a, La historia social en Espa�a. Actualidad y perspectivas, Madrid, 1991, p. 99.

93 Miquel IZARD, Or�genes del movimiento obrero en Espa�a, loc. cit.

94 Es entonces cuando el t�rmino socialdem�crata recobra cierto prestigio (v�ase la nota 20),para ser, pasando el tiempo, motivo de a�oranza.

95 No mucho m�s que entre los militantes del hegem�nico PCE, a pesar de su pol�tica reformista y revisionista, seg�n las acusaciones t�picas de los izquierdistas universitarios de los a�os 70.

96 Con la claridad que les caracteriza, �lvarez Junco y P�rez Ledesma terminan su art�culo as�: Ser infieles a nuestra juventud parece, en este caso al menos, una buena recomendaci�n intelectual, Revista de Occidente, n1 12, p. 41.

97 Manuel P�REZ LEDESMA, Historia del movimiento obrero. Viejas fuentes, nueva medotolog�a, Studia Hist�rica, vol. VI-VII, 1990; Guillermo A. P�REZ S�NCHEZ, Una manera de hacer historia social o la confirmaci�n de un nuevo enfoque, La historia social en Espa�a. Actualidad y perspectivas, Madrid, 1991; Jos� Antonio PIQUERAS, El abuso del m�todo, un asalto a la teor�a, La historia social en Espa�a. Actualidad y perspectivas, Madrid, 1991; Juli�n CASANOVA, La historia social y los historiadores, Barcelona, 1991; �ngeles BARRIO, A prop�sito de la historia social del movimiento obrero y los sindicatos, Doce estudios de historiograf�a contempor�nea, Santander, 1991; Carlos FORCADELL, Sobre desiertos y secanos. Los movimientos sociales en la historiograf�a espa�ola, Historia Contempor�nea, n1 7, 1992; Santos JULI�, La historia social y la historiograf�a espa�ola, Ayer, n1 10, 1993; Manuel P�REZ LEDESMA, Manuel Tu��n de Lara y la historiograf�a del movimiento obrero, Manuel Tu��n de Lara. El compromiso con la historia. Su vida y su obra, Bilbao, 1993; Cuando lleguen los d�as de la c�lera= (Movimientos sociales, teor�a e historia), Zona Abierta, n1 69, 1994 (tambi�n en Problemas actuales de la historia, Salamanca, 1993); Pere GABRIEL, Josep Ll. MART�N, Clase obrera, sectores populares y clases medias, La sociedad urbana en el Espa�a contempor�nea, Barcelona, 1994; Jos� �LVAREZ JUNCO, Movimientos sociales en Espa�a: del modelo tradicional a la modernidad posfranquista, Los nuevos movimientos sociales. De la ideolog�a a la identidad, Madrid, 1994; Aportaciones recientes de las ciencias sociales al estudio de los movimientos sociales, Historia a debate, III, Santiago, 1995; Pere GABRIEL, A vueltas y revueltas con la historia social obrera en Espa�a, Historia Social, n1 22, 1995, pp. 43-53; Carlos GIL ANDR�S, Protesta popular y movimientos sociales en la Restauraci�n, Historia Social, n1 23, 1995, p. 123.

98 Se reformula la propuesta de 1982 sobre la historia del movimiento obrero, ampliando sugerentemente su tem�tica, aprendiendo de medievalistas y modernistas, pero se sigue dejando fuera de la investigaci�nlas huelgas y los conflictos, vistiendo un santo para desvestir otro: primer c�rculo, organizaciones obreras y dirigentes; segundo c�rculo, afiliados y sus condiciones de vida y trabajo; tercer c�rculo, vida cotidiana y mentalidades de los obreros conscientes; y cuarto c�rculo, mentalidades y condiciones de vida y trabajo de los trabajadores en general, Manuel P�REZ LEDESMA, Historia del movimiento obrero. Viejas fuentes, nueva metodolog�a, Studia Hist�rica, vol. VI-VII, 1990, pp. 12-13.

99 No comparto la idea de Santos Julia (Ayer, n1 10, pp. 39-40), y otros, de que los historiadores sociales de los a�os 60 y 70 no eran, en el m�todo y la teor�a, marxistas: los m�s importantes si lo fueron, y entre ellos est�n por supuesto los protagonistas del auge de la historia de conflictos sociales en los a�os 70, que estamos citando en este trabajo.

100 Carlos GIL, op. cit., p. 122.

101 Pere GABRIEL, Josep Ll. MART�N, Clase obrera, sectores populares y clases medias, La sociedad urbana en el Espa�a contempor�nea, Barcelona, 199, pp. 134-135.

102Pere GABRIEL, A vueltas y revueltas con la historia social obrera en Espa�a, Historia Social, n1 22, 1995, p. 45.

103 Carlos FORCADELL, op. cit., p. 111.

104 Jos� Antonio PIQUERAS, , op. cit., p. 88.

105 Nos quejamos constantemente de la falta de escuelas en la historiograf�a espa�ola y minusvaloramos fen�menos originales y aut�ctonos como Vicens Vives, Tu��n de Lara y el grupo de j�venes historiadores sociales del 82 (con notables diferencias internas, pero no menos concomitancias y acciones conjuntas).

106 Jos� �LVAREZ JUNCO, , op. cit., p. 101.

107El actual florecimiento de la historia del movimiento obrero desmiente la idea de que se trataba de una tem�tica agotada, a principios de los a�os 80, de que estaba la misi�n cumplida como ha recordado Manuel P�rez Ledesma recientemente, Manuel Tu��n de Lara y la historiograf�a del movimiento obrero,p. 211.

108 Revista de Occidente, n1 2/3, p. 41; se denuncia, por lo dem�s, en tono francamente frentepopulista, el contenido m�s pol�tico de la ofensiva de Ol�barri y V�zquez de Prada en favor de substituir el concepto de movimiento obrero= por la forma m�s neutra de relaciones laborales (�dem, p. 21) que, a fin de cuentas, tampoco estaba tan distante de la propuesta, tambi�n a la ofensiva -(c�mo debe ser!- de nuestros autores, asimismo con pretensiones de neutralidad: )No habr�a que pensar una segunda ruptura, orientada ahora fundamentalmente por preocupaciones cient�ficas? (�dem, p. 41).

109 No es el caso de Piqueras, v�ase la nota 92.

110 El mejor ant�doto frente a las mayoritarias evaluaciones autocr�ticas, son los balances favorables, que reflejan igualmente la realidad: Manuel P�REZ LEDESMA, Manuel Tu��n de Lara y la historiograf�a del movimiento obrero, p. 214; Santos JULI�, La historia social y la historiograf�a espa�ola,p. 40; Guillermo A. P�REZ S�NCHEZ, Una manera de hacer historia social o la confirmaci�n de un nuevo enfoque, pp. 429-431.

111 Uno de cuyos exponentes m�s l�cidos -la propuesta tiene sus cosas buenas y malas- es Santos JULI�, )La historia en crisis?, Historia a debate, I, Santiago, 1995, pp. 143-145.

112 OTAN, FILESA, GAL, ROLD�N, RUBIO ...

113 Jos� Mar�a MONSALVO ANT�N, Teor�a y evoluci�n de un conflicto social. El antisemitismo en la Corona de Castilla en la Baja Edad Media, Madrid, 1985; Javier ORTIZ REAL, Cantabria en el siglo XV. Aproximaci�n al estudio de los conflictos sociales, Santander, 1985.

114 Eul�lia DURAN, Les germanies als pa�sos catalans, Barcelona, 1982; Mart�n ALMAGRO, Las alteraciones de Teruel, Albarrac�n y sus comunidades en defensa de sus fueros durante el siglo XVI, Teruel, 1984; J. VIDAL PLA, Guerra del segadors i crisi social. Els exiliatisFilipistes (1640-1652), Barcelona, 1984; P. �LVAREZ FRUTOS, La revoluci�n comunera en tierras de Segovia, Segovia, 1988.

115 V�ase la nota 41.

116El debate ejemplar que tuvieron los historiadores del movimiento obrero, hacia 1982, nose correspondi� con otros parecidos entre medievalistas o entre modernistas, y menos a�n tuvieron lugar debates conjuntos, no obstante la evoluci�n de la tem�tica fue bastante parecida, lo cual nos conduce a dos conclusiones: la importancia de los factores condicionantes externos, y la urgencia en reforzar la sociabilidad horizontal, la convergencia entre especialidades hist�ricasy la intervenci�n colectiva de la comunidad de historiadores en su propio destino, incluso a a contracorriente de la evoluci�n pol�tica.

117Por ejemplo, en historia medieval: J. P�REZ-EMBID, Violencias y luchas campesinas en el marco de los dominios cisterciense castellanos y leoneses de la Edad Media, El pasado hist�rico de Castilla y Le�n, I, Burgos, 1984, pp. 161-178; Reyna PASTOR, Consenso y violencia en el campesinado medieval, En la Espa�a medieval. Estudios en memoria del profesor D. Claudio S�nchez Albornoz, II, Madrid, 1986, pp. 731-742; Mar�a del Pilar GIL GARC�A, Conflictos sociales y oposici�n �tnica: la comunidad mud�jar de Crevillente. 1420, III Simposio Internacional de Mud�jarismo, Teruel, 1986, pp. 305-312; J. PORTELLA, A. SANZ, Reacci�n senyorial i resistencia pagesa al domini de la catedral de Girona (segle XVIII), Recerques, n1 7, 1986, pp. 141-151; art�culos de Jos� Mar�a M�nguez, Josep Mar�a Salrach, Eva Serra y Tomas de Montagut en el dossier sobre revueltas campesinas de L=Aven�, n1 93, 1986; Merc� AVENTIN, Josep M. SALRACH, Le r�le de la monarchie dans les r�voltes paysannes de la p�ninsule ib�rique (XIV-XVe si�cles), R�volte et Societ�, I, Par�s, 1988, pp. 62-71.

118 Juan PRO RUIZ, Sobre el �mbito territorial de los estudios de historia, Historia a debate, III, Santiago, 1995, pp. 59-66.

119 Carlos BARROS, Inacabada transici�n de la historiograf�a espa�ola, Bulletin d=Histoire Contemporaine de l=Espagne, n1 24, Bordeaux, 1996, pp. 481-486.

120 Ram�n del R�o, Joseba de la Torre, Pedro Carasa, Mar�a Jos� Lacalzada y Miquel Izard.

121 �ngel Rodr�guez, David Ruiz, Juanjo Romero, Frances-A. Mart�nez, Carlos Sola, Mercedes Guti�rrez, Carlos Gil, Antonio Barrag�n, �ngel Smith, Carlos Hermida, Roque Moreno, Jos� Gom�z, Carme Molinero, Pere Ys�s y Ram�n Garc�a.

122 Adem�s se pueden encontrar art�culos sueltos sobre conflictos sociales en los n1 2, 3, 8, 13, 14 y 16.

123 Debats, n1 2/3, p. 96.

124 Carlos FORCADELL, Sobre desiertos y secanos. Los movimientos sociales en la historiograf�a espa�ola, Historia Contempor�nea, n1 7, 1992, p. 113; Santos JULI�, La historia social y la historiograf�a espa�ola, Ayer, n1 10, 1993, p. 44.

125 Tesis 8 de La historia que viene, Historia a debate, I, 1995.

126 Merece especial menci�n la obra de Manuel P�REZ LEDESMA, Estabilidad y conflicto social. Espa�a, de los iberos al 14-D, Madrid, 1990, que incorpora la triple novedad de su car�cter interhist�rico -para nada habitual entre los contemporane�stas, como sabemos-, de su �mbito espa�ol y de su intenci�n sint�tica; anotar igualmente las siguientes: Revolts populars contra el poder de l=Estat, Barcelona, 1992; Emilio CABRERA, Andr�s MOROS, Fuenteovejuna. La violencia antise�orial en el siglo XV, Barcelona, 1991; Salvador MART�NEZ, La rebeli�n de los burgos, Madrid, 1992; Juan D�AZ PINTADO, Conflicto social, marginaci�n y mentalidades en La Mancha (s. XVIII), Ciudad Real, 1987; Jer�mino L�PEZ- SALAZAR, Mesta, pastos y conflictos en el Campo de Calatrava (s. XVI), Madrid, 1987; Rebeli�n y resistencia en el mundo hisp�nico del siglo XVII, Lovaina, 1992; M. ORTEGA L�PEZ, Conflicto y continuidad en la sociedad rural espa�ola del siglo XVIII, Madrid, 1993; J. OLIVARES, Comunitats rurals i Reial Audi�ncia 1600-1658. Aportaci� a una teoria de la conflictivitat social en el feudalisme a l=Edat Moderna, Barcelona, 1995; Emilio MAJUELO, Lucha de clases en Navarra: 1931-1936, Pamplona, 1989; Joseba de la TORRE, Lucha antifeudal y conflictos de clases en Navarra: 1808-1820, Bilbao, 1992; Joan SERRALLONGA, La lucha de clases: or�genes del movimiento obrero, Madrid, 1993; Pedro R�JULA, Rebeld�a campesinay primer carlismo. Los or�genes de la Guerra Civil en Arag�n, 1833-1835, Zaragoza, 1995; Carlos VELASCO, Axitaci�ns campesinas na Galicia do s�culo XIX, Santiago, 1995; Carlos GIL ANDR�S, Protesta popular y orden social en La Rioja de fin de siglo, 1890-1905, Logro�o, 1995; Guillermo P�REZ S�NCHEZ. Ser trabajador: vida y respuesta obrera (Valladolid 1875-1931), Valladolid, 1996; �ngeles GONZ�LEZ, Utop�a y realidad. Anarquismo, anarcosindicalismo y organizaciones obreras, 1900-1923, Sevilla, 1996; Pilar ROVIRA, Mobilitzaci� social, canvi pol�tic i revoluci�. Associacionisme, Segonda Rep�bica i Guerra Civil, Alzira, 1996; Pedro BARRUSO, El movimiento obrero en Gipuzkoa durante la II Rep�blica, San Sebasti�n, 1996; Santiago de PABLO, Trabajo, diversi�n y vida cotidiana. El Pa�s Vasco en los a�os treinta, Vitoria, 1996; Jos� Vicente IRIARTE, Movimiento obrero en Navarra (1967-1977), Pamplona, 1996; v�anse adem�s las notas 41, 128.

127 Aunque las generaciones aparecen mod�licamente intercaladas y entrelazadas en este movimiento pro-retorno historiogr�fico de los conflictos sociales, observamos el predominio de los j�venes -que tienen, tambi�n hay que decirlo, mayores necesidades curriculares- en la investigaci�n, si bien en la reflexi�n, por ahora, se nota menos.

128 Mentalidad justiciera de los irmandi�os, siglo XV, Madrid, 1990 (Vigo, 1988);Mentalidad y revuelta en la Galicia irmandi�a: favorables y contrarios, Santiago de Compostela, 1989; (Viva El-Rei! Ensaios medievais, Vigo, 1996, pp. 137-269.

129 Los vasos comunicantes interhist�ricos funcionaban hace diez a�os tal vez menos que hoy, desconoc�a -y no me preocupaban- los debates del 82 de los historiadores del movimiento obrero, pero era plenamente consciente de que nadaba a contracorriente tanto en la elecci�n del tema (revuelta social) como en la elecci�n de la metodolog�a (historia de las mentalidades).

130 Tan convencido -que no arrepentido- estaba de ello que no propuse, contra mis intereses personales, este tema de los conflictos como una cuesti�na discutir en el I Congreso Historia a Debate de 1993, me equivoqu� y espero que, en 1999, el II Congreso Historia a Debate rectifique este error y contribuya a consolidar recuperaci�n del sujeto social de la historia, dentro y, con m�s raz�n, fuera de Espa�a.

131Joseba de la TORRE, op. cit., p. 9.

132 Otro s�ntoma evidente es el hecho que ya apuntamos de que, diez a�os despu�s, se haya relanzado la reflexi�n historiogr�fica sobre el movimiento obrero y la protesta social, v�ase la nota 97.

133Presentaci�n de Historia a debate, I, Santiago, 1995, pp. 9-10.

134 Historia de las mentalidades: posibilidades actuales, Problemas actuales de la Historia, Salamanca, 1993, p. 65.

135 Inacabada transici�n de la historiograf�a espa�ola, , Bulletin d=Histoire Contemporaine de l=Espagne, n1 24, Bordeaux, 1996, p. 479.

136 De hecho los primeros en animarse -y animar a otros- con el retorno de los conflictos y de la historia social son los promotores del giro, aunque no todos; es altamente significativo que las dos expresiones organizativasque tienen su origen remoto en el grupo del 82, la asociaci�n Historia Social y la revista Historia Social, son paralelas al fen�meno de recuperaci�n historiogr�fica del sujeto social.

137 Los espa�oles comprensivos con los conflictos laborales, titula El Pa�s (9 de abril de 1990) la informaci�n sobre los resultados de un sondeo de opini�n sobre las huelgas y otras cuestiones.

138Un s�mbolo de la nueva actualidad de las revueltas son las inmediatas reediciones (una de ellas por cuenta del ej�rcito) de la tesis doctoral del profesor de la UNAM, y asesor del EZLN, Antonio GARC�A DE LE�N, Resistencia y utop�a. Memorial de agravios y cr�nicas de revueltas y profec�as acaecidas en la provincia de Chiapas durante los �ltimos quinientos a�os de historia, M�xico, 1985.

139 El papel subalterno de los cient�ficos sociales, concretamente de los historiadores, en las luchas sociales, a pesar del testimonio personal de Pierre Bourdieu, Alain Touraine y Jacques Derrida, evidencia una dimensi�n primordial de la crisis de las ciencias sociales en Francia, pa�s que invent� y reinvent� al intelectual comprometio (Zola, Sartre): la desconexi�n con la sociedad.

140 Alain WOODS, El significado de una revoluci�n, Viento Sur, n1 32, 1997, pp. 41-50; el autor, presa f�cil a�n de esquemas preconcebidos, no le presta la atenci�n debida al desencadenante del estallido, la quiebra de los bancos piramidales, en especial desde el punto de vista de las mentalidades colectivas de quienes -todo un pueblo, habr�a que decir- se han sentido agraviados, econ�mica y moralmente, al perder sus ahorros y al frustarse, por si fuera poco, la posibilidad imaginaria de hacerse r�pidamente ricos.

141 Cosa que todav�a no consigui� la revuelta ind�gena y campesina mexicana, aunque hay avances serios hacia una transici�n pol�tica:)es qu� alguien piensa que la victoria del Cuauht�moc C�rdenas el 6 de julio en el Distrito Federal, despu�s de fracasar dos veces en las elecciones presidenciales -una de ellas por fraude-, hubiera sido factible sin el acontecimiento-fundador del 1 de enero de 1994?

142 No olvidemos que en el mayo franc�s del 68, paradigma de las revueltas occidentales,la lucha social no tuvo traducci�n positiva en el plano electoral: la reacci�n inmediata de los votantes fue contraria a los estudiantes y obreros revolt�s.

143 Es el t�tulo de los IV Encuentros de la Fundaci�n Viento Sur que tendr�n lugar en la Dehesa de la Villa de Madrid (11-13 de julio de 1997).

144 Aunque tambi�n all� se nota que algo pasa entre los historiadores j�venes: Alessandro Stella, investigador del CNRS, empieza con una confesi�n su gran investigaci�n sobre los ciompi: En los a�os 1970, yo he formado parte en Italia del movimiento pol�tico que sigue a la revuelta del 68, La r�volte des ciompi. Les hommes, les lieux, le travail, Par�s, 1993; otro ejemplo, J�r�me Baschet,del grupo de antropolog�a hist�rica del occidente medieval de la EHESS de Par�s, quien se trasladar� el pr�ximo curso(1997-1998), como profesor invitado, a la universidad mexicana de San Crist�bal de las Casas, en el estado de Chiapas.

145 Cuando el texto revisado de esta ponencia descansaba ya en un sobre postal -a nombre de Santiago Castillo, presidente de la Asociaci�n de Historia Social- se han sucedido las manifestaciones de millones de vascos y espa�oles contra el terrorismo de ETA (10-15 de julio de 1997), desbordando en ocasiones a los pol�ticos, ocupando las calles, al borde del mot�n frente las sedes de HB, demostrando en suma que, tambi�n en Espa�a, vuelve a la calle el sujeto de la historia.

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