El retorno del sujeto
social en la historiograf�a espa�ola*
Carlos Barros
Universidad
de Santiago de Compostela
Pretendemos
repasar sumariamente la historiograf�a sobre conflictos sociales, revueltas y
revoluciones, desde la eclosi�n de los a�os 70 hasta la recuperaci�n actual del
g�nero, tomando en cuenta dos puntos de vista:
1)
Interhist�rico1. Intentando ligar la evoluci�n
de la tem�tica en las diferentes �reas acad�micas de conocimiento hist�rico
(especialmente: historia medieval, moderna y contempor�nea), desigual -en
historia contempor�nea, sin duda, se reflexiona m�s- pero siempre paralela,
interrelacionada, en tanto que responde a condicionamientos comunes, internos
(disciplinares) y externos (mentales, pol�ticos, sociales).
2)
Desde la historiograf�a espa�ola2. Porque la historiograf�a
espa�ola tiene al respecto una rica tradici�n (algo parecido se puede decir de
Latinoam�rica), desde principios de siglo XX3 hasta las �ltimas d�cadas, que
nada tiene que envidiar a la mayor parte de las historiograf�as extranjeras,
cuya influencia ben�fica en algunos casos (escuelas Past and Present y Annales)
seguimos reivindicando, a sabiendas de que sus aportaciones renovadoras a la
historiograf�a de los conflictos sociales, sin estar agotadas, m�s bien lo
contrario, nos retrotraen con todo varias d�cadas atr�s; y porque estamos
convencidos de que hoy es posible, adem�s de necesario, que reflexionemos, y
que debatamos, sobre la situaci�n de la historiograf�a espa�ola, directamente,
sin la habitual mediaci�n de autores y escuelas de otros pa�ses, en todo caso
referencia imprescindible, en estos tiempos de globalizaci�n historiogr�fica,
que exigen, m�s que nunca, cuidar el perfil historiogr�fico propio4,
como �nico modo de estar presente en los actuales procesos de recomposici�n de
la comunidad internacional de historiadores.
Entre
los historiadores contemporane�stas se ha generalizado, en los a�os 80, la
denominaci�n -importada de la sociolog�a- historia de los movimientos
sociales para, trascendiendo la historia del movimiento� obrero, ampliar el inter�s del investigador
hacia otros movimientos populares, interclasistas, religiosos, pol�ticos, etc.
Sin embargo, esta etiqueta es dif�cilmente exportable al conjunto de los
periodos hist�ricos. )Qu� nos encontramos durante la mayor parte de
la historia?� Grandes y peque�os
conflictos y revueltas, m�s que movimientos sociales con cierto grado de
organizaci�n, ideolog�a y continuidad. Es por eso que sostenemos, para no
limitarnos al tiempo hist�rico m�s inmediato, la vieja -y para nada ambigua-
denominaci�n com�n de conflictos sociales, revueltas y revoluciones5,
al objeto de poder referirnos de forma interhist�ricamente homologable a esta
importante faceta del sujeto hist�rico-social.�
La historia social ha rehabilitado, hace ya tiempo, las formas de
protesta social tachadas de primitivas, apol�ticas o
espont�neas, que han dado pi�, asimismo, a los m�s valiosos
esfuerzos de� innovaci�n historiogr�fica,
ingleses y franceses, en el campo de la historia social6. La tendencia actual de la
sociolog�a ha vuelto, por lo dem�s, a definir los movimientos sociales en
funci�n de las acciones colectivas y los conflictos generados, vincul�ndolos
con el concepto de cambio social7.
El auge
de los a�os 70
La
homologaci�n de la historiograf�a espa�ola con las corrientes historiogr�ficas m�s
avanzadas, del otro lado de los Pirineos, que tiene sus inicios a los a�os 50
(Vicens Vives), se consolida en los a�os 70 y 80 con el relevo generacional -el
ascenso de la generaci�n del 68- en los cuadros del profesorado universitario y
supone la ruptura -la primera ruptura- con la historia tradicional:
pol�tica, institucional, biogr�fica. Una de las ramas m�s productivas de esta
nueva historia econ�mico-social es la historia de los conflictos sociales. Sin
duda la m�s radical pol�ticamente (y tambi�n historiogr�ficamente al proponer
lo que despu�s se llamara la historia desde abajo). La lucha por la
renovaci�n historiogr�fica, la lucha por la reforma democr�tica de la
universidad, y la lucha contra la dictadura franquista, iban juntas en aquellos
lejanos tiempos. Una buena parte de los j�venes -y menos j�venes, pensemos en
Tu��n- historiadores que investigan en los a�os 70 la historia del movimiento
obrero, los conflictos y las revueltas, en la historia de Espa�a, estaban
pr�ximos a los partidos de izquierdas, marxistas y comunistas, que
hegemonizaban el ambiente pol�tico en las universidades de la �poca. La
participaci�n, m�s o menos activa -la carrera acad�mica y la militancia
pol�tica se compatibilizaban mal, cuando esta es clandestina-, en el potente
movimiento estudiantil, antes y despu�s de 1968, y la simpat�a hacia un
emergente movimiento obrero8, coadyuvaron a introducir los
movimientos sociales hist�ricos como objetos de tesinas y tesis de doctorado,
lo cual se ve�a a su vez favorecido por la influencia creciente en la academia
de las modas9 historiogr�ficas del momento: Annales y marxismo.
El
redescubrimiento10 de los conflictos, las
revueltas y las revoluciones11 forma parte, entonces, de
la revoluci�n historiogr�fica, espa�ola e internacional, del siglo XX. En 1944,
firma Jaume Vicens Vives el pr�logo de su Historia
de los remensas en el siglo XV (tema al que ya dedicara su atenci�n
durante la rep�blica) y, en 1954, publica El
gran sindicato remensa (1488-1508). Su inquietud por abrir espacio a
la historia contempor�nea conduce a Vicens Vives12,
y a su grupo, de las revueltas medievales al movimiento obrero: en 1959, se
publica Or�genes del anarquismo en Barcelona
de Casimir Mart�13, quien, en 1960, elabora,
junto con Vicens y Nadal, Los movimientos
obreros en tiempo de depresi�n econ�mica (Las huelgas: 1929-1936).
Pero es, como sabemos, en los a�os 70, cuando fructifican y se generalizan en
toda Espa�a las nuevas formas de hacer la historia, en general, y la historia
social, en particular.
Una
obra colectiva representativa del empuje de la nueva l�nea de
investigaci�n� es Clases y conflictos sociales en la historia
(1977), resultado conjunto de un seminario y una semana de metodolog�a
hist�rica en Oviedo, durante el curso 1974-1975, donde participan J. M.
Bl�zquez (h. antigua), J. Valde�n (h. medieval), G. Anes (h. moderna) y M.
Tu��n (h. contempor�nea)14. Julio Mangas (h. antigua),
en el pr�logo, parte de una afirmaci�n categ�rica, sin duda compartida por la
mayor�a de los autores: El materialismo hist�rico se presenta en mi
opini�n, como la �nica metodolog�a que dispone de un aparato conceptual preciso
y congruente15. El libro termina con un
ap�ndice, elaborado por los alumnos, sobre Modos de producci�n
capitalistas, deudor de las Formaciones
econ�micas pre-capitalistas (publicadas por Ciencia Nueva en 1967, y
por Ayuso en 1975) de Carlos Marx16, texto prologado por
Hobsbawm, y condicionado por el marxismo estructuralista de Althusser y
Balibar, que se hab�a convertido en referencia obligada, y entusiasta, de los
j�venes marxistas espa�oles: es de Althusser -m�s que del propio Marx- de d�nde
viene el aparato conceptual al que se refiere Mangas. La filiaci�n
estructuralista de la obra se desprende, por otro lado, del mismo t�tulo, que
hace surgir los conflictos de la existencia objetiva de las clases
(antag�nicas). En los coloquios que siguen, a las exposiciones orales, le hacen
a Valde�n una de esas preguntas que, por aquellos tiempos, tanto nos perturbaban:
A lo largo de su exposici�n y en el debate, he visto que las cuestiones
de la marcha de la Historia se reducen a movimientos objetivos, independientes
de la conciencia, de estructuras, d�nde, pues, situar el papel del hombre? No
se puede encerrar la historia del hombre en f�rmulas matem�ticas!17.
La respuesta lapidaria, habitual por aquel entonces18,
ser�a espetar que el marxismo� no
es un humanismo, sin embargo, Julio Valde�n, y en general los
historiadores -a quienes por oficio y formaci�n mal les pod�a sentar un traje
estructuralista negador, en puridad, del sujeto y de su historia-, matiza,
Yo no veo esa contradicci�n, aunque recae finalmente -fiel a su
tiempo, de ah� su representatividad- en la determinaci�n estructural, citando
al Marx objetivista: La conciencia del hombre est� determinada por su ser
social... el hombre hace la
historia, pero en unas condiciones que �l no ha elegido19.
Falta sorprendentemente -quiz�s no tanto- el Marx que escribi�, para la Liga de
los Comunistas, en 1848, que la historia de la humanidad es la historia
de la lucha de clases, o el Marx joven de los Manuscritos: econom�a y filosof�a (Madrid, 1968)20,
o el Marx historiador del tiempo presente de Las
luchas de clases en Francia (Madrid, 1967) y El 18 Brumario de Luis Bonaparte
(Barcelona, 1968). M�s all� de la voluntad -y aun de la pr�ctica- subjetivista
y hasta globalizadora de los nuevos historiadores de los conflictos sociales,
el medio ambiente pol�tico-intelectual impuso un enfoque econ�mico-estructural21
que acab� por relegar una l�nea de investigaci�n que, llevada hasta sus �ltimas
consecuencias, podr�a -todav�a puede y debe- contribuir a la superaci�n
(dial�ctica, si se me permite) de la escisi�n objeto/sujeto en la historia y en
las ciencias sociales. Pero sigamos con nuestro repaso sumario.
En
historia medieval el paradigma singular es Los
conflictos sociales en el reino de Castilla en los siglos XIV y XV
(1975), de Julio Valde�n, que comienza asegurando que el conocimiento de los
conflictos sociales es imprescindible para una correcta interpretaci�n
del proceso hist�rico y que los conflictos que interesan son
b�sicamente aquellos que reflejan las contradicciones fundamentales de la
sociedad, es decir, las contradicciones antag�nico-estructurales,
el conflicto entre se�ores y campesinos22,
para concluir equiparando a Castilla y Le�n con el resto de la Europa
bajomedieval en cuanto a este fen�meno de la agudizaci�n de las tensiones
sociales, aseveraci�n muy innovadora si tenemos en cuenta que el paradigma
establecido en aquel momento era negar el car�cter feudal de la sociedad
medieval castellana. Valde�n insiste metodol�gicamente en que hay que ir m�s
all� de una mera tipolog�a,� conectando
los conflictos con el contexto, introduciendo las luchas sociales, sobre� todo las luchas antise�oriales, en las
interpretaciones hist�ricas del final de la Edad Media castellana, ya innovadas
por el enfoque din�mico burgues�a/nobleza de Vi�as Mey o nobleza/monarqu�a de
Luis Su�rez23,
planteamientos, a su vez influ�dos por la historia social, y que nuestro
historiador marxista de los conflictos medievales no rechaza de plano. La
novedad que aport� el trabajo de Valde�n -representativo y animador de una
notable producci�n historiogr�fica sobre las luchas del sujeto social en la
Edad Media pen�nsular24- trascendi� al medievalismo
y a la historia25. Si bien la losa del
ambiente intelectual del momento, marxista y no marxista, se hac�a notar. Julio
Valde�n saluda el cl�sico esquema tripartito -y severamente unidireccional-
crisis econ�mica/desequilibrio social/guerra civil, o sea,
econom�a/sociedad/pol�tica que -argumenta- aplica Vicens Vives a la Catalu�a
del siglo XV, como el camino correcto para establecer un modelo de
estudio de las tensiones sociales, a pesar de tener conciencia de algunos de
algunos de sus fallos (el descuido de aspectos tan importantes como las
ideolog�as y las mentalidades colectivas, y el determinismo
de la econom�a), remitiendo a las estructuras de base toda comprensi�n
de las revueltas sociales26, que de ese modo ven
(auto)limitadas sus perspectivas historiogr�ficas, m�s atentas a la b�squeda de
causas27
que de efectos hist�ricos -sobre las estructuras sociales28-,
los cuales son manifiestamente infravalorados29, salvo -en esto se
distingue Valde�n de otros historiadores marxistas espa�oles- en el campo,
pr�cticamente in�dito, de las mentalidades: Evidentemente en ning�n
caso� se produjeron cambios sustanciales
en la estructura de la sociedad, a los sumo arrancaron algunas conquistas
parciales los rebeldes. Pero la consecuencia esencial de las conmociones
populares de fines de la Edad Media se registr� en las mentalidades
colectivas30. Por todo lo cual la
contextualizaci�n deseada del actor social queda en suspenso, sin que se
demuestre, al contrario, la funci�n motora de la lucha de clases
que Marx defend�a en algunos de sus escritos, y en su pr�ctica pol�tica. La
tard�a reacci�n de la historiograf�a marxista occidental contra el dominante
estructuralismo -agravada en Espa�a por la tardanza de las traducciones al
espa�ol31-
lleg� cuando la historia de los conflictos sociales� iniciaba ya su repliegue32.
En 1981 se publica, en castellano, Miseria
de la teor�a de E. P. Thompson, una cr�tica frontal al nuevo
idealismo marxista de Althusser y sus ep�gonos locales, los soci�logos
Hindess y Hirst, que escribieron algunas perlas que insurreccionaron al
historiador brit�nico: La historia est� condenada al empirismo por la
naturaleza de su objeto (...) El marxismo, como pr�ctica te�rica y pol�tica, no
se beneficia en nada con su asociaci�n a la historia escrita y a la
investigaci�n hist�rica. El estudio de la historia no s�lo carece de valor
cient�fico, sino tambi�n de valor pr�ctico33.
Se puede decir que adoptando el estructuralismo, como las restantes ciencias
humanas y sociales, los historiadores pusimos el zorro a vigilar las gallinas.
Tambi�n
en 1975, Ricardo Garc�a C�rcel publica Las
german�as de Valencia. Libro -derivado de una tesis doctoral dirigida
por Joan Regl�34-
que juega el mismo papel de vanguardia historiogr�fica35
que el trabajo citado de Julio Valde�n36, en el campo de los
modernistas, y est� por tanto sujeto a las mismas limitaciones que derivan de
los paradigmas compartidos por el marxismo y las ciencias sociales de la
segunda posguerra que se difunden en la Espa�a de los a�os 70. La obra de
Garc�a C�rcel es la puesta el d�a -hoy todav�a no plenamente superada37-
de la investigaci�n sobre la revuelta de las german�as, que ten�a como
precedentes los enfoques de la historiograf�a tradicional, desde el
romanticismo liberal hasta el positivismo, para lo cual se sirvi� del t�pico
paradigma estructural-funcionalista de los a�os 60: precondiciones
estructurales y coyunturales (subordinadas a las primeras) y pobres efectos
hist�ricos (en su conclusi�n habla el autor de la poquedad de la revuelta
agermanada38), y entre ambos
extremos,� tan desigualmente� tratados, el desarrollo cronol�gico de los
acontecimientos y la estructura geogr�fica y sociol�gica de las german�as.
Para
la emergente historia contempor�nea la referencia paradigm�tica es, sin lugar a
dudas, Manuel Tu��n de Lara, quien, adem�s de su obra -no s�lo emp�rica,
tambi�n volcada en la reflexi�n metodol�gica e historiogr�fica39,
como en el caso de Valde�n-, lleva a cabo a�o tras a�o, a lo largo de la d�cada
de los a�os 70, una labor organizativa clave para comprender el auge en Espa�a
de la historia social de los siglos XIX y XX: los Coloquios de Pau40.
Su libro m�s significativo, a los efectos de esta rese�a cr�tica de la
historiograf�a de los conflictos sociales, es El
movimiento obrero en la historia de Espa�a (1972), que sigue el
consabido esquema tripartito - a veces�
cuatripartito, incluyendo la ideolog�a-, es decir, la econom�a
(estructura y coyuntura), la sociedad (condici�n obrera) y la pol�tica: los
acontecimientos (huelgas y conflictos), las organizaciones y ciertos hechos
directamente pol�ticos (elecciones y guerras); persiguiendo el contexto, en
l�nea con el paradigma com�n, m�s por el lado de las causalidades que por el de
los efectos, en cierta contradicci�n con�
el t�tulo del libro, que constituy� en su momento -y todav�a constituye
hoy- una referencia monumental, y renovadora, una base s�lida para lo que
despu�s ser� la historia del movimiento obrero en Espa�a41.
Tu��n
ha sido, tambi�n, un ejemplo -por su biograf�a, lo que es raro entre
acad�micos,� y por su trayectoria profesional-
de algo que se ha ido perdiendo a lo largo de los a�os 8042:
el compromiso del historiador (la vida nacional no puede concebirse sin
los obreros43, aseguraba, en 1972,
pensando sin duda en presente y en futuro).
� ������������� En sus trabajos metodol�gicos,
Tu��n de Lara es expl�cito al hablar de sus deudas: Labrousse,� Braudel y el materialismo hist�rico. Factores
determinantes, estructuras latentes, coyunturas manifiestas -con su
funcionalismo detonante-, m�todos cuantitativos y -en cierta contradicci�n con
lo anterior- el principio de la centralidad de la lucha de clases44:
El estudio de los conflictos y de sus factores, a todos los niveles,
constituye hoy la parte central e indispensable de la ciencia hist�rica45.
Sin que se llegue a reconocer abiertamente, como en el Manifiesto comunista, que esa
constante� hist�rica conflictiva es -o
puede ser, no se trata de una ley de cumplimiento obligatorio,
a�adir�amos nosotros- el motor de la historia. Es imposible ver la
incidencia de los actores sociales en la historia si �stos no se hacen mayores
y se despegan de las estructuras. Dificultad epistemol�gica que ha
convertido, a menudo, los trabajos de investigaci�n hist�rico-social en simples
descripciones positivistas. )C�mo explicar el cambio social si los
conflictos sociales no afectan a las estructuras sociales? Pues de dos maneras,
y ambas marginan a la gente com�n, al sujeto social, mediante el cambio
tecnol�gico-econ�mico (respuesta estructural) o mediante el cambio pol�tico (respuesta
tradicional). La s�ntesis, averiguar el interfaz hist�rico sujeto/objeto, es
todav�a tarea del futuro (inmediato).
Con
todo, los trabajos pioneros que hemos analizado cr�ticamente, y otros muchos
que les siguieron, o que les antecedieron, han supuesto un paso de gigante -hay
que recordarlo porque se olvida- en la evoluci�n historiogr�fica espa�ola, en
cuatro sentidos: a) introducen en la universidad la historia del movimiento
obrero y de las revueltas sociales, temas que, hasta los a�os 70, estaban
marginados acad�micamente; b) contribuyen a divulgar -o rememorar- fuera de la
academia tradiciones de luchas sociales, por una vida digna y por la libertad
de las personas46, que estaban olvidadas por
sus protagonistas y herederos (la historia al servicio de la recuperaci�n de la
memoria colectiva); c) permiten la superaci�n cr�tica de los viejos enfoques
rom�ntico-liberales que fabricaron mitos persistentes sobre dichos
acontecimientos;� y d) aportan nuevas
explicaciones econ�mico-sociales, pueda que incompletas pero cient�ficamente
superiores a las descripciones eruditas o a las vetustas interpretaciones de
tipo conspirativo sobre la manipulaci�n de las masas por parte de
l�deres, organizaciones y partidos de intereses oscuros47.
Explicaciones econ�mico-sociales que ser�n, simult�neamente, la gran aportaci�n
por su novedad y el tal�n de Aquiles por su determinismo de la historiograf�a
social de los a�os 70.
La
gente com�n, los obreros, los campesinos, no exist�an para la historia que se
escrib�a hasta que un grupo de j�venes y menos j�venes historiadores
-principalmente marxistas y annalistes-,
pronto instalados acad�micamente, decidieron ocuparse de ellos. No es poca cosa
considerando que, mientras tanto, la sociolog�a, la ciencia pol�tica y la
psicolog�a trataban las revueltas como comportamientos desviados,
obra de delincuentes sociales48, y a sus protagonistas como
masas movidas por motivaciones irracionales49. La historia se anticip�,
pues, a la sociolog�a y a otras ciencias sociales en la recuperaci�n del sujeto
social, antes de mayo del 68, y ah� reside el problema, porque las otras
ciencias humanas ahogaron la prematura subjetividad de la nueva historia, que
no pudo exportar su experiencia a contracorriente por diversas razones, en
primer lugar por algo que nuestra disciplina arrastra desde la primera
revoluci�n paradigm�tica, el positivismo: cierta incapacidad te�rica.
Resumiendo:
los propios pecados de la historiograf�a y la influencia de la econom�a, el
estructural-funcionalismo y el cientifismo, dictaron una lectura objetivista y
economicista de la pr�ctica hist�rica, a partir de la II Guerra Mundial50,
que diluy� nuestros tempranos esfuerzos historiogr�ficos en favor de una
historia con sujeto, es decir, de enfoque m�s global51.
El
papel tan secundario que el paradigma objetivista dominante hac�a jugar al
sujeto de la historia lleva casi a su desaparici�n de la escena
historiogr�fica. El mismo Hobsbawm, en su conocido art�culo, De la
historia social a la historia de la sociedad (1971), nost�lgico de una
historia total que no llega52, mantiene la idea de un
fuerte v�nculo entre historia social e historia de la protesta
social, que sigue constituyendo un laboratorio perfecto para el
historiador, pero toma nota ya del predominio de lo econ�mico sobre
lo social a causa de la influencia del marxismo y de la escuela
hist�rica alemana, de la absoluta superioridad de la econom�a sobre
las otras ciencias sociales, y del consenso t�cito de los historiadores
de partir del estudio de la estructura econ�mica y social hacia afuera y
hacia arriba, asegurando que soy la �ltima persona que desear�a
desanimar a los interesados en estos temas [las revoluciones], no en vano he
dedicado buena parte de mi tiempo profesional a ellos. Sin embargo..., y
aconsejando finalmente que se inserten las revoluciones en periodos temporales
m�s amplios, persiguiendo la comprensi�n de la estructura53.� Lo cual no est� mal si no no fuese porque,
acusando el impacto objetivista sin luchar frontalmente contra �l (como har�
Thompson m�s tarde), se favorece, cualquiera que sea la intenci�n del autor54,� el relegamiento de la acci�n colectiva en la
historia, el academicismo y la hostilidad a la teor�a55.
Cu�l
es el problema? Que el estructural-funcionalismo fue pensado para integrar
productivamente el conflicto social en la estructura y evitar, en lo inmediato,
la posibilidad de un cambio social radical56. Su hegemon�a en las
ciencias sociales de la posguerra potenci� la difusi�n del Marx maduro del
pr�logo a la Cr�tica de la econom�a pol�tica
(1859), que ve�a la revoluci�n social como resultado de las
contradicciones� (objetivas) entre
fuerzas productivas y relaciones de producci�n, en detrimento del Marx joven
del Manifiesto comunista (1848)
que ve�a la historia de la humanidad como resultado de la lucha de clases, con
lo cual no s�lo el marxismo qued� desnaturalizado, handicap�,� sino que
el conjunto de los historiadores sociales se encontraron, casi sin percatarse,
por causa de los consensos t�citos propios de la academia, que tan
bien explic� Kuhn y que refleja el citado art�culo de Hobsbawm, sin temas tan
sustantivos de investigaci�n como los conflictos, las revueltas y las
revoluciones. Pero la historia no puede prescindir del sujeto sin suicidarse
como disciplina, por algo regres� con tanta fuerza -tentando ocupar el sitio
que dej� libre el actor social- el sujeto tradicional: individual, pol�tico,
narrativo.
El giro
de 1982
En
1982, dos j�venes historiadores sociales, Jos� �lvarez Junco y Manuel P�rez
Ledesma, publican un art�culo, Historia del movimiento obrero. Una
segunda ruptura?57, que por su osad�a y
ambici�n58,
representatividad59 y consecuencias, merece
figurar destacadamente en los anales de la reflexi�n historiograf�a aut�ctona60.
Los
autores dicen no renunciar a la centralidad de las luchas obreras,
afirman que se puede seguir haciendo historia del movimiento obrero, pero
con nuevas orientaciones, que nadie puede ignorar� su decisiva importancia en los �ltimos ciento
cincuenta a�os de historia europea. No hicieron la revoluci�n que so�aban, pero
forzaron una serie de cambios que han marcado profundamente las
sociedades, cambios que se ven curiosamente minimizados por la
historia del movimiento obrero cl�sica que, de esta forma, tira piedras contra
su propio tejado61. Pero dicha centralidad, se
quiera o no, resulta menguada al neg�rsele, a la historia del movimiento
obrero, el estatuto epistemol�gico privilegiado de que
disfrutaba� y al sustituirla por la� historia de los movimientos
sociales62.
Las
cr�ticas que se hacen a la historia del movimiento obrero de los a�os 70 son de
tres tipos: a) una historia militante, semi-clandestina63,
teleol�gica, obrerista, beaturrrona64 y autocomplaciente, puro
realismo social; b) una historia simplificadora, determinada por la
econom�a, basada en esquemas preconcebidos que excluyen las hip�tesis previas,
dominada por el marxismo vulgar65; c) una historia
tradicional, centrada en el estudio de las ideolog�as, las instituciones
-sindicatos y partidos obreros- y los individuos -dirigentes obreros-66.
El exceso de la cr�tica y su unilateralidad67 es tan obvio como probablemente
necesario: no se hace una tortilla sin romper algunos huevos.
Las propuestas de los dos autores son,
consecuentemente: despolitizar la historia social espa�ola, hacerla m�s
acad�mica, liberarla de apriorismos ideol�gicos, renovarla tem�tica (estudiar a
los trabajadores y sus condiciones de vida y de trabajo, otros movimientos
sociales y pol�ticos, la patronal, partidos no obreros, la relaci�n de las
clases con el Estado) y metodol�gicamente (aprendiendo de la sociolog�a y otras
ciencias sociales, y de la historiograf�a inglesa68
y francesa -historia de las mentalidades69-), en suma, salir del
marco, a veces asfixiante, en que se han movido hasta ahora los estudios de
historia del movimiento obrero70.
Como programa renovador lo dicho sigue vigente:
quedan no pocas cosas que innovar en la historia� los movimientos sociales en Espa�a, sobre
todo ahora que retornan historiogr�ficamente los conflictos sociales, pero
tambi�n mucho que superar del planteamiento hipercr�tico, iconoclasta, de
1982.�
Lo primero es apoyar si cabe m�s
decididamente el resurgir de la historia de conflictos y revueltas, que los
excesos renovadores de los a�os 80 han contribuido a marginar, pese a la mejor
intenci�n de sus promotores: como historiadores sabemos que los resultados
hist�ricos, y tambi�n los historiogr�ficos, son, en buena medida,
involuntarios, entran en juego otros factores, internos y externos, adem�s de
nuestra elecci�n racional.
Lo
segundo es hacer justicia historiogr�fica -el reconocimiento personal ya la han
hecho los propios autores en el art�culo de marras71-
a Tu��n de Lara despu�s de la inevitable muerte del padre ejecutada
por nuestros cr�ticos. No parece que sea de recibo aplicar a Tu��n de Lara el
retrato dogm�tico, teleol�gico y tradicional, salvo los condicionamientos y las
limitaciones� historiogr�ficos e
ideol�gicos de la �poca, tanto m�s si no se deja claro su papel esencial en la
primera ruptura72. La tem�tica� de huelgas y conflictos, de ideolog�as
sindicales y pol�ticas, de sindicatos, partidos y l�deres obreros,� sabemos hoy sobradamente que no decide por si
misma si una historia es vieja o nueva, es la innovaci�n de los enfoques -am�n
de la calidad de los resultados- lo que m�s vale73.
Adem�s, acaso no escrib�a el propio Tu��n, autocr�ticamente, en 1973, que
el enfoque epis�dico de la historia laboral (es decir, un contenido
relativamente nuevo y preciso, pero con m�todos antiguos), en el que todos
hemos incurrido en mayor o menor escala, parece que est� en trance definitivo
de superar74. No ha sido as�, pero las
culpas ser�a injusto carg�rselas todas a Tu��n -como tampoco los efectos
�ltimos de la renovaci�n a los citados autores-, que ten�a clara -no era otra
su experiencia- la necesidad de abrirse a nuevos m�todos y temas para tratar la
historia del movimiento obrero, como reconocen -y citan- sus propios cr�ticos
para afianzar sus planteamientos75, y, en concreto, a la
historia de las mentalidades sociales76. Cierto que si dej�semos de
lado la historia del movimiento obrero77, la cuesti�n cambia,
entonces, la obra de Tu��n de Lara -y la de los propios autores del art�culo-,
nos ser�a menos �til.
Lo
tercero es criticar que los defensores de la segunda ruptura se hayan
concentrado justamente en la renovaci�n tem�tica y metodol�gica, y hayan dejado
el paradigma subyacente inc�lume. Porque la debilidad de la historia social de
los a�os 70 est� principalmente en el paradigma economicista, estructuralista y
objetivista que la inform�, la contradijo y la refren�. Cuestionan los autores
el reduccionismo econ�mico, pero� nada
dicen del cors� estructural y objetivista78, lo cual concuerda con la
conclusi�n final de nuestra cr�tica (de la cr�tica): se quiera o no se ech� el ni�o
por el agujero de la ba�era junto con el agua sucia. A pesar de la centralidad
formalmente proclamada de las luchas sociales, la ampliaci�n tem�tica y la
emergencia social e ideol�gica de lo que -a�os despu�s- Ignacio Ramonet llam�
pensamiento �nico, relegaron, en la d�cada de los 80, la investigaci�n
acad�mica de los movimientos obreros, conflictos, revueltas y revoluciones79.
Esta tendencia objetiva del contexto socio-pol�tico, esto es, la ola
neoconservadora liderada por M. Thatcher y R. Reagan, ha sido factor decisivo
en el retroceso del sujeto social de la realidad y de las investigaciones
hist�ricas. Ahora bien, falt� esa funci�n cr�tica del historiador insistiendo
m�s en aquellos temas que, siendo pertinentes cient�ficamente, pod�an resultar
desfavorecidos por la coyuntura pol�tico-ideol�gica.
La
necesidad de renovaci�n tem�tica y metodol�gica manifestada en el art�culo de Revista de Occidente era compartida,� a principios de los a�os 80, por una gran
parte de los historiadores sociales80. En el n1 2/3
(1982) de la revista Debats se
publica una mesa redonda sobre Movimientos sociales, aprovechando
el primer encuentro de historiadores sociales en Valencia, en 1981, con la
participaci�n de J.J. Castillo, J. Termes, P. Gabriel, J. �lvarez Junco, S.
Castillo, S. Juli�, C. Forcadell, M. P�rez Ledesma, J. A. Piqueras, A. Bosch,
J. Paniagua, M. Cerd� y S. Forner. Las conclusiones son parecidas� a las del�
trabajo anterior, se a�aden l�neas renovadoras como la� historia oral y la historia de las mujeres
-a�n hoy poco desarrolladas-,� y se
matiza bastante el llamamiento a la ruptura del art�culo de �lvarez Junco y
P�rez Ledesma en el sentido que venimos de anotar. Carlos Forcadell prefiere
hablar de segunda recepci�n de la historiogr�fia europea del
movimiento obrero, considerando que -en comparaci�n con Europa- la historia del
movimiento obrero espa�ol era todav�a d�bil: incluso remiti�ndonos al
plano institucional, al estudio de los partidos, de los grupos
dirigentes.� Santos Juli� a
continuaci�n insiste: como ejemplo de que aqu� no se ha hecho historia
institucional, recordemos que no tenemos una historia del Partido Comunista
como la que los italiano tienen [y seguimos sin tenerla]. Me da la impresi�n de
que estamos apurando una historia que no hemos hecho81.
Se
hacen en esta reuni�n otras proposiciones interesantes: la edici�n de una
revista82,
la elaboraci�n de modelos propios de investigaci�n83,
la necesidad de una sociolog�a del historiador analizando la clase social
de la que procede, la ideolog�a en que se ha formado, y, lo que ser�a m�s
complicado, a qui�n ha servido esta historia84,
argumenta �lvarez Junco, el cual, m�s adelante, reconoce sincera y
prof�ticamente que nosotros, urbanos, clase media intelectual, que queremos
el poder y estamos rivalizando con otros que lo tienen en este momento85.
Santiago
Castillo se queja en Valencia de que la mayor�a de los que est�n all�
tienen que trabajar en una cosa que no tiene nada que ver con la
investigaci�n hist�rica, dedicando su tiempo libre a este tipo de estudios.
Adem�s dedicando parte de los pocos ingresos estables a fichas, folios,
fotocopias...86. Bueno, haber investigado y
renovado la historia en esas condiciones es todo un ejemplo para las nuevas
generaciones, que desde luego lo tienen m�s dif�cil87.
As� y todo, la mayor�a de los participantes en la reuni�n de Debats eran, todav�a, profesores adjuntos
de universidad88.
A�adimos todav�a porque, en aquel momento, buena parte de los
nuevos historiadores de la econom�a y la sociedad, en las �reas de conocimiento
hist�rico m�s tradicionales, y de la misma generaci�n, hab�an logrado ya la
consolidaci�n funcionarial89, algunos incluso la
c�tedra. La verdad es que ser contemporane�sta y marxista no facilitaba las
cosas, de entrada, en la universidad espa�ola de los a�os 7090.
El viraje dado, en este aspecto, en la d�cada de los a�os 80, gracias a la
renovaci�n historiogr�fica y a la transici�n, al acceso al poder del PSOE y a
la consolidaci�n de la democracia, dentro y fuera de la universidad, fue tan
espectacular que ahora estamos obligados a rectificar: llevando el p�ndulo a
una posici�n m�s centrada91 y ayudando en el relevo
generacional.
La
coyuntura pol�tica es, en efecto, vital para comprender el giro historiogr�fico
y acad�mico focalizado en el a�o 1982. No es casual que la primera gran
victoria electoral por mayor�a absoluta del PSOE, que tres a�os antes
abandonara el marxismo92, tenga lugar este mismo a�o
de 1982. No se trata tanto de una influencia directa, pues el cambio
historiogr�fico que estamos analizando es anterior al cambio electoral
favorable a la izquierda, como del hecho de que ambos acontecimientos, de
caracter�sticas manifiestamente distintas, comparten una misma coyuntura
intelectual y mental. La historia es hija de su tiempo, y sufre, como todas las
ciencias humanas y sociales, los cambios climatol�gicos,
especialmente en un terreno tan sensible como la historia del movimiento obrero
y de los conflictos sociales, que fue, en un principio,� una forma de militancia
antifranquista 93.
En
1982 se consolida, por lo tanto, el cambio de hegemon�a en el campo
pol�tico-social, y tambi�n cultural, de las izquierdas,� del PCE al PSOE94,
de las luchas sociales de los a�os 70 a las luchas electorales de los a�os 80.
Antes ya se hab�a producido la frustraci�n (pactos oposici�n
antifranquista/reformistas franquistas) de los impulsos revolucionarios nacidos
en la universidad de los a�os 60 y 70, y la casi desaparici�n de una serie de
partidos (PTE, ORT, MCE, LCR...) que tuvieron gran influencia entre los
estudiantes universitarios y cultivaban un marxismo cl�sico con buenas dosis de
esquematismo y dogmatismo, parad�jicamente tanto estructuralista como voluntarista95.� El fin de la transici�n conlleva la
desaparici�n paulatina de la escena pol�tica de unos movimientos sociales -el
movimiento obrero se institucionaliza, el movimiento estudiantil se eclipsa-,
que cuando reaparecen, fugazmente, ser� para confrontarse justamente con la
pol�tica laboral, econ�mica y educativa de los gobiernos socialistas. Todas
estas frustraciones, lo que se llam� el desencanto, la
necesidad para algunos de volver a empezar profesionalmente, la
reconversi�n ideol�gica de casi todos, acab� en los a�os 80 con el
compromiso pol�tico del intelectual (el canto del cisne fue, sin lugar a dudas,
el referendum sobre la OTAN de 1986) y coadyuv� a desideologizar las l�neas de
investigaci�n acad�mica m�s cercanas al marxismo proponiendo estas
segundas rupturas96. Parad�jicamente la
moderaci�n pol�tica e ideol�gica no acab� con el frentepopulismo,
anacr�nico en el contexto pol�tico y universitario posterior a la transici�n,
pero continuamente alimentado por las luchas de bandos� por el poder acad�mico y electoral,
tendencialmente bipartidistas (rojos y azules, y� �ltimamente nacionalistas y
antinacionalistas).
En
el contexto del regreso en los a�os 90 del inter�s por la historia de los
conflictos sociales, fue retomado con fuerza el giro historiogr�fico de 1982 en
diversas ocasiones97, y reevaluado, por sus
promotores -y por otros colegas m�s j�venes- replanteando98
u olvidando99 argumentos, continuando y
reconstruyendo el discurso renovador, y/o reaccionado contra �l, tratando, en
resumidas cuentas, de orientarse en esta d�cada y media caracterizada
historiogr�ficamente por la honda crisis del paradigma com�n de la posguerra
-donde hay que insertar nuestro debate sobre la historia del movimiento
obrero-, por la fragmentaci�n galopante de objetos y enfoques, por el
crecimiento desordenado de nuestra disciplina, por el retorno de los g�neros
tradicionales, por la emergencia de candidatos a nuevos paradigmas...
El
balance del movimiento renovador de los a�os 80 es considerado negativamente
por la mayor�a de los autores que han vuelto sobre ello, entre 1990 y 1995.
�ngeles Barrio habla de escasa fecundidad; Carlos Gil, citando a la anterior,
entre otros, de que los frutos de la ruptura no parecen haber alcanzado
la altura de las expectativas creadas100; Pere Gabriel reconoce que
pasada ya m�s de una decena de a�os, no puede decirse que ese empuj�n del
p�ndulo hacia el otro lado haya producido resultados mejores101,
que no hemos hecho gran cosa, y condena el clich�
reduccionista con que se enjuici� la historia social 1959-1982102;
Carlos Forcadell, que ya hab�a hecho notar sus matices cr�ticos en Valencia,
insiste: est� muy extendida la sensaci�n de que los frutos de los
manifiestos metodol�gicos del 82, aun existiendo, van por detr�s de las
exigencias que planteaban103; Jos� Antonio Piqueras se
interroga sobre c�mo se hace la historia social en Espa�a y arremete en su
respuesta contra la entronizaci�n del empirismo y la desteorizaci�n de la
pr�ctica hist�rica104; Jos� �lvarez Junco, en el
I Congreso Internacional Historia a Debate, es el m�s claro y autocr�tico,
acepta el (relativo) fracaso del movimiento renovador105
y pone el dedo en la llaga: la rutina o la carencia de modelo alternativo
con similar capacidad de explicaci�n global hace del tratamiento
historiogr�fico de los movimientos sociales en Espa�a siga proclamando su
fidelidad a ese modelo [el paradigma heredado]106.�
Hay
mucho de verdad en esta cr�tica-autocr�tica de uno de los firmantes del
art�culo de Revista de Occidente,
los viejos paradigmas -y la nueva historia que lleg� a Espa�a en los a�os 60 y
70 es ahora ya, la vida no perdona, un viejo paradigma- siguen vigentes
mientras la comunidad de historiadores no los sustituye plenamente mediante el
consenso. Pero se sigue, en nuestra opini�n, planteando mal el problema. Si los
historiadores sociales no aceptaron, hasta hoy, reemplazar netamente la
historia del movimiento obrero por la historia de los movimientos sociales, si
no se supo elaborar un paradigma alternativo global, es, en nuestra opini�n y
resumiendo, porque se cometieron algunos errores: a) favorecer,
voluntaria y/o involuntariamente, el abandono de una historia de la historia
del movimiento obrero107, imprescindible para una
historia de los movimientos sociales que se precie, que, al ser negado en la
pr�ctica el primer impulso renovador de Tu��n de Lara y los Coloquios de Pau,
tiende a volver por sus fueros verdaderamente tradicionales; b) dejar fuera de
la cr�tica la distorsi�n estructuralista, objetivista y cientifista, del
paradigma com�n de los historiadores del siglo XX, neutralizando as� los
esfuerzos propugnados para vencer al economicismo, para innovar tem�tica y
metodol�gicamente, para conservar el inter�s por los actores sociales; c)
desconectar el debate sobre historia del movimiento obrero y de los movimientos
sociales del debate historiogr�fico general -en cambio que se atiende mejor el
debate� de la sociolog�a-, m�s all� de
los historiadores contemporane�stas, toda vez que no pocos de los problemas
suscitados s�lo pueden tener soluci�n si se sale del estrecho marco de los
historiadores sociales de los siglos XIX y XX; d) olvidar la historia global,
error compartido con casi toda la historiograf�a occidental de las �ltimas
d�cadas, y de alguna forma justificado por el estrepitoso fracaso de la
historia total, concretamente de la lectura estructuralista y
determinista que se hizo de este concepto historiogr�fico fundamental; e) haber
considerado cr�ticamente el contexto pol�tico que ha informado la primera
ruptura (una historia repensada por la generaci�n del 68 de forma
apresurada, semi-clandestina y con una utilidad en gran medida pol�tica108),
y no haber hecho lo mismo con las condiciones pol�ticas, ideol�gicas y de
mentalidad que coadyuvaron y alimentaron el giro del 82109,
y su posterior incidencia en la historia social de los a�os 80, sin lo cual no
se comprende su relativo fracaso110. En fin, entrecomill�bamos
antes la palabra errores porque, hacia 1982, a�o de grandes
ilusiones renovadoras, esto es, despu�s del golpe del 23-F (1981) y de la toma
de Valencia por parte de Mil�ns del Bosch, no era f�cil preveer el apogeo de la
posmodernidad� historiogr�fica111
o la vuelta de la historia tradicional, la ca�da del muro de Berl�n o la
negativa evoluci�n pol�tica nacional112; y porque, en todo caso,
es as�, aprendiendo del pasado, como podemos elaborar propuestas m�s atinadas
para el futuro (inmediato).
El
retorno de los a�os 90
Aunque
en los a�os 80 el inter�s de la historia en general, y de la historia social en
particular, por los conflictos, las revueltas�
y los movimientos sociales, disminuy� notablemente, ello no quiere decir
que no se continuasen publicando obras de investigaci�n, algunas muy
interesantes, en historia medieval113, moderna114
y historia contempor�nea115, como estela del empuje
anterior y/o por la decisi�n de algunos historiadores que, m�s all� de la
moda116, siguieron -seguimos-
considerando de sumo inter�s historiogr�fico el estudio de la parte m�s
din�mica de la hist�rica. Predominan los art�culos117
sobre los libros -frutos acostumbrados de tesis de licenciatura y doctorado que
escasean sobre estos temas en los a�os 80- y, en general, los trabajos de
historia local, en consonancia con la creciente marginaci�n del �mbito espa�ol118,
y de la historia de Espa�a119. en las investigaciones
acad�micas.
El
punto de inflexi�n tendr� lugar entre finales de los a�os 80 y principios de
los a�os 90, y los primeros art�fices -y a la vez s�ntomas- de este� nuevo auge de la historia de los conflictos
sociales -y del movimiento obrero- ser�n, principalmente, una serie de congresos,
jornadas y seminarios, que tienden a adoptar un car�cter interhist�rico al
participar historiadores de diferentes �reas de conocimiento hist�rico. Los
congresos son ciertamente las actividades acad�micas que, por su inmediatez y
car�cter colectivo, mejor reflejan las coyunturas historiogr�ficas.
Los
tomos VII y VIII� del I Congreso de
Historia de Castilla-La Mancha (Toledo, 1988) est�n dedicados Conflictos sociales y evoluci�n econ�mica en la Edad
Moderna, aunque el contenido no se corresponde bien con el t�tulo,
problema que tendr�n otros organizadores de congresos ante� la falta de h�bito de los historiadores de
tratar, durante los a�os 80, dicha tem�tica conflictiva.
En
1989 se realiza,� en el marco de los
cursos de verano de El Escorial, el seminario Revoluciones
y alzamientos en la Espa�a de Felipe II (Valladolid, 1992), donde,
de nuevo, no todas las contribuciones responden al t�tulo, lo que ya no
suceder� con las reuniones de historiadores que vienen a continuaci�n, sobre
todo con las comunicaciones libres a los congresos. Conmemorando el
bicentenario de la revoluci�n francesa,�
se inauguran, este mismo a�o de 1989, la serie de Jornadas de Estudios
Hist�ricos, organizadas anualmente por el Departamento de Historia Medieval,
Moderna y Contempor�nea de Salamanca, con un ciclo de conferencias sobre Revueltas y revoluciones en la historia
(Salamanca, 1990). Con todo, el primer gran congreso en que se manifiesta
abiertamente la vuelta de los conflictos es el organizado por� al Instituci�n Fernando el
Cat�lico en Zaragoza, asimismo en 1989, sobre Se�or�o y feudalismo en la Pen�nsula Ib�rica (Zaragoza,
1993).
En
1990, son cuatro las reuniones acad�micas sobre revueltas y conflictividad
social: un curso de verano de la Universidad Complutense en El Escorial sobre Resistencias hisp�nicas al imperio: comuneros,
agermanados y erasmistas; un seminario de la UIMP en Cuenca sobre Asociacionismo y conflicto agrario en Espa�a (ss. XVIII-XIX-XX);
y el I Congreso de la Asociaci�n de Historia Social, tambi�n en Zaragoza, sobre
La historia social en Espa�a: actualidad y
perspectivas (Madrid, 1991), con contribuciones mayormente de
historiadores contemporane�stas120 . Habr�a que a�adir, este
mismo a�o, dentro de los Grandes Temas del 17 Congreso
Internacional de Ciencias Hist�ricas celebrado en Madrid, las comunicaciones de
Gonzalo Bueno, Juli�n Casanova y Julio Ar�stegui sobre Revoluciones y reformas: su influencia sobre la
historia de la sociedad.
En
1993, Ignacio Ol�barri y Valent�n V�zquez de Prada organizan, en Pamplona, las V
Conversaciones Internacionales de Historia, Para
comprender el cambio social. Enfoques te�ricos y perspectivas historiogr�ficas
(Pamplona, 1997), con la intenci�n expl�cita, dicen en el pr�logo, de
resucitar una de las grandes preguntas de la historiograf�a de mediados
de siglo -la explicaci�n del cambio social-, sabiendo que no disponemos de ismo
alguno que ofrezca una respuesta a la cuesti�n, a fin de poder hacer
frente al posmodernismo extremo volviendo a las metodolog�as
socio-cient�ficas de probada fecundidad en nuestro siglo.
En
1995 se llevaron a cabo dos congresos y un seminario importantes: el VII
Congreso de Historia Agraria en Baeza, organizado por el Seminario de Historia
Agraria, sobre la conflictividad rural en la Edad Media, Moderna y Contempor�nea
(publicado en Noticiario de Historia
Agraria, �n1 12 y
13, 1996 y 1997); el II Congreso de la Asociaci�n de Historia Social, en
C�rdoba, sobre El trabajo a trav�s de la
historia (Madrid, 1996), con una parte importante de las
comunicaciones dedicada a la historia del movimiento obrero y la conflictividad
social121;
y el seminario de la UIMP de Valencia sobre Conflictividad
y represi�n en la sociedad moderna, publicado en el el n1 22
(1996) de la revista Estudis. Revista de
historia moderna, fruto de un proyecto de investigaci�n (1992-1995)
sobre La dimensi�n conflictiva de la
sociedad valenciana moderna.
Por
�ltimo, en 1997, donde ahora estamos, en Vitoria, el III Congreso de nuestra
Asociaci�n de Historia Social, sobre Estado,
protesta y movimientos sociales, que nos ha obligado a reflexionar
sobre los precedentes, la situaci�n actual y las perspectivas de nuestro campo
de investigaci�n que, para bastantes colegas, pertenec�a a� una historiograf�a, la de los a�os 60 y 70,
que jam�s volver�, lo cual en rigor es cierto, y adem�s ni siquiera es
deseable, cuesti�n aparte es que sus objetos de investigaci�n siguen ah�, son
incluso imprescindibles para que la historia deje atr�s la presente crisis
paradigm�tica y entre con fuerza en el nuevo milenio.�
En
cuanto a revistas, la palma se la lleva, naturalmente, Historia Social de Valencia que, as� y
todo, ha dedicado cinco dossiers a la historia del movimiento obrero, los
conflictos y las revueltas sociales: n 1, 1988, Anarquismo y sindicalismo;
n 5, 1989, Huelgas; n 15, 1993, Estado y acci�n
colectiva; n 17, 1994, Conflictividad obrera y conducta
social; n 20 y 22, 1994 y 1995, Debates de historia social de
Espa�a (con art�culos sobre conflictos y revueltas, revoluci�n y
lucha de clases de R. Garc�a C�rcel, M. Chust, J. Casanova y P.
Gabriel)122.� Resulta parad�jico que los dos historiadores
sociales, Santos Juli� y Carlos Forcadell, que, en el encuentro valenciano de
1981, fueron m�s reticentes a la segunda ruptura, defendiendo
que estamos apurando una historia que no hemos hecho, esto es, del
movimiento obrero, los partidos obreros, sus grupos dirigentes123,
infravaloren ahora como historia social cl�sica, sin entrar para
nada a analizar si sus enfoques son tradicionales o renovados, los notables
dossiers de Historia Social sobre
movimientos, conflictos y revueltas sociales124. Para nosotros, porfiamos,
no son los objetos -los necesitamos todos- quienes definen la validez de una
investigaci�n hist�rica, sino sus m�todos y sus resultados125.
Internacionalmente est� ya agotada la v�a de renovar la historia cambiando o
ampliando solamente la tem�tica, descubriendo nuevos objetos, ahora toca
innovar de la manera m�s dif�cil y tambi�n m�s decisiva: mediante el m�todo, la
historiograf�a y la teor�a. Nos vamos a encontrar con temas viejos tratados de
manera nueva o con temas nuevos tratados de forma vieja: qu� cada barco se
agarre a su vela.
Otras
revistas se han preocupado por descontado, �ltimamente, por el sujeto social y
su historia. Los n 3� y 4, ambos del a�o
1990, de Historia Contempor�nea
(revista dirigida por Tu��n de Lara), que tratan monogr�fica y respectivamente
de Movilizaci�n obrera entre dos siglos,
1890-1910 y Cambios sociales y
modernizaci�n. �El n 4 de Ayer, de 1991, dedicado a La huelga general por considerarlo
un tema de actualidad. Su proclamaci�n en la Federaci�n Rusa, en agosto
de 1991; en Italia, Gaza-Cisjordania y Asturias en octubre o en la Rep�blica de
Sud�frica en noviembre, son ejemplos contempor�neos. Los n 56 (1991) y 69
( 1994) de Zona Abierta,
consagrados, respectivamente, a Fluctuaciones
econ�micas y ciclos de conflicto y a Movimientos sociales, acci�n e identidad; la introducci�n al
n 69, subtitulada algunas viejas razones, se enfrenta a los que
se unen para certificar la muerte de los movimientos sociales y se
posiciona por un concepto de movimiento social sin adjetivos de
nuevo o viejo que hay que redefinir. Est�n, adem�s, los
n 12 (1996) y 13 (1997) de Noticiario de
Historia Agraria, y el n 22 (1996) de Estudis, donde se han publicado las actas de congresos y
seminarios de los que ya hemos hablado.
En
cuanto a libros tenemos algunas novedades fin de siglo que avalan
el nuevo impulso que est� recibiendo la historia de conflictos y revueltas126,
de manos sobre todo de la nueva generaci�n127, si bien pensamos que -si
nuestros datos y hip�tesis son atinados- habr� en el futuro avances mayores
porque los despoblados son numerosos y extensos, pensemos sino en
las grandes revueltas, no es acaso cierto que est�n por hacer investigaciones
monogr�ficas que apliquen las nuevas metodolog�as al estudio de revueltas tan
importantes como los remensas, las german�as, las comunidades, o las� insurrecciones campesinas, obreras y
populares contempor�neas...? Tal ha sido mi experiencia personal: he intentado
reenfocar, en diversas obras128, entrelazando los tiempos,
desde el �ngulo de la historia de las mentalidades, la historia oral y la
historia de la criminalidad, la revuelta irmandi�a (1467-1469), sus
precedentes, su estallido y su impacto en la memoria colectiva (1467-1674).
Cuando,
a mediados de los a�os 80, decid� eligir como el centro de mi proyecto de
investigaci�n una revuelta social129, dando rienda suelta a mis
inquietudes innovadoras sin renunciar a un tema
cl�sico, pero decisivo para una comprensi�n explicativa y global de
la historia, ten�a dos temores (que no me disuadieron de seguir adelante,
obviamente130),
quedarme s�lo en tierra de nadie al ubicarme en el cruce de varias
especialidades, y� ser el �ltimo de
Filipinas en hacer un tesis doctoral sobre una revuelta medieval, pero
tambi�n una esperanza y una apuesta: contribuir al resurgir historiogr�fico, e
hist�rico, del sujeto social. Prueba de que no me invento la incomodidad pasada
es lo que Fern�ndez de Pinedo escribe -en 1992-,� en el pr�logo a la tesis del Joseba de la
Torre -le�da en 1989 y dirigida por Fontana-, sobre la lucha antifeudal en
Navarra: da la impresi�n que escribir sobre luchas o conflictos sociales
no resulta de buen gusto131. En fin, que vale decir
aqu� lo de que los �ltimos ser�n los primeros, es por eso que,
cuando me dispon�a a redactar esta ponencia,�
al ordenar mis fichas y hacer mis �ltimas lecturas, acord� cambiar el
t�tulo de mi contribuci�n a este congreso de la reivindicaci�n
(Conflictos, revueltas, revoluciones. Por una historia con sujeto)
a la constataci�n (El retorno del sujeto social...).
)Por qu� est� renaciendo de sus cenizas,� en Espa�a, la historia de los conflictos y
revueltas sociales132? Se nos ocurren varias
razones de tipo historiogr�fico: a) el buen momento de la historiograf�a
espa�ola de los 90133 tanto en productividad y
crecimiento, pese a los problemas de inserci�n laboral de los j�venes
historiadores, como en esp�ritu renovador134 y esfuerzo reflexivo135;
b) vivimos un �poca historiogr�fica de balance y b�squeda de alternativas,
hacia atr�s y hacia adelante, donde todo se renueva y retorna, de manera que
tenemos de todo encima de la mesa, tambi�n los conflictos, las
revueltas y las revoluciones, que fueron -y son- acontecimientos hist�ricos y
dan pie a formas de escribir la historia muy importantes, junto con la
biograf�a, la historia pol�tica� y la
narraci�n, protagonistas hasta ahora de los retornos historiogr�ficos; c) el
relativo fracaso del inacabado giro del 82, que se difundi� casi como una
historia social sin sujeto, sin conflictos136; d) la influencia de la
nueva sociolog�a de la acci�n colectiva, de la acci�n racional, de los actores
sociales, que redescubre el sujeto, bastante despu�s de la historia, y nos lo
devuelve por la ventana una d�cada despu�s de haberlo querido echar por la
puerta...
Luego
est�n los contextos, nacional e internacional, de los que no podemos
prescindir, para entender la recuperaci�n de la vieja tradici�n historiogr�fica
espa�ola de conflictos, revueltas y revoluciones, a las puertas del siglo XXI.
En
el plano nacional el factor m�s poderoso, en nuestra opini�n, es la
consolidaci�n de la democracia bajo los gobiernos socialistas y, en
consecuencia, la normalizaci�n137 del conflicto y la huelga,
incluida la huelga general, que pierden as� el significado
subversivo que ten�an antes, con Franco, y a�n durante la transici�n,
lo cual facilita el regreso al mundo acad�mico, y que se revaloricen los hechos
sociales como temas de estudio por parte de las organizaciones sindicales de
clase y las instituciones locales, que en ese intervalo de tiempo, han
constituido fundaciones, centros de estudio e investigaci�n, para recuperar su
memoria hist�rica y legitimar sus respectivas identidades.
En
el plano internacional hay que reconocer la espectacularidad de la acci�n
colectiva en la historia en la �ltima d�cada del siglo XX. Consideraremos
cuatro momentos: 1) 1989-1991, revoluciones democr�ticas en el Este de
Europa con un protagonismo decisivo de la multitud, empezando por los
trabajadores industriales (Polonia), que utiliza todos los medios cl�sicos para
derrocar el llamado socialismo real: manifestaciones, huelgas generales,
insurrecciones armadas (Rumania); 2) 1994-, revuelta campesina de
Chiapas, en el mismo momento de la entrada de M�xico en el Tratado de Libre
Comercio con EE. UU..� y Canad�, que
suscita una gran ola de simpat�a dentro -y fuera- de M�xico, provocando la
vuelta al compromiso pol�tico no-partidario de una parte notable de acad�micos
e historiadores138 (al igual que pasara antes
en el Este de Europa); 3) 1995-1997, movimientos sociales� (grandes huelgas y manifestaciones)� en Francia de un envergadura desconocida,
desde los a�os 60-70, primero contra la pol�tica neoliberal de Chirac y Jupe, y despu�s, m�s a la ofensiva, en favor de los
innmigrantes -y contra la mont�e
de Le Pen-� que arrastraron al compromiso
pol�tico-social a un sector influyente de los intelectuales, dirigidos por los
cineastas, escritores y artistas139, y que determin� la
sorpresiva victoria de la izquierda el 1 de junio de 1997, y que se empiece a
hablar de Europa social en las reuniones de la UE; 4) marzo de 1997,
insurrecci�n popular en Albania, que a�ade a su clasicismo,
radicalidad y espontaneidad140, al igual que el caso
franc�s, y salvando las distancias, el haber conseguido sus objetivos m�s
pol�ticos141,
derrocar a Berisha y colocar en el poder -eso s�, por medio de los votos- a la
oposici�n de izquierdas dirigida por los ex-comunistas, con lo que se ratifica
cierto cambio de signo pol�tico de las intervenciones de masas
-callejeras y electorales- en el Este de Europa.
El
nuevo e inesperado papel de las revueltas sociales en la vida democr�tica142,
tal como se est� manifestando en pa�ses tan distintos de Europa, como Francia y
Albania, despu�s del fin de la historia y del pensamiento
�nico, y, en general, el regreso de la cuesti�n social143,
plantea a la historia como disciplina, y al conjunto de las ciencias sociales,
el desaf�o de tratar de comprender -hist�ricamente- el mundo que viene. Para
salir airosos es menester� retomar y
reformular la funci�n cient�fica y la sensibilidad social de la historia:
volviendo a analizar el� pasado para
construir un futuro mejor; situando, antes que nada, en su contexto hist�rico,
el incuestionable regreso de los conflictos, las revueltas y las revoluciones
en el umbral del siglo XXI; asumiendo, en resumen, el cambio en el concepto del
tiempo hist�rico que se deriva de estos acelerados acontecimientos fin de
siglo, cuando lo que parec�a el pasado resulta que es el futuro. As� pasa con
los conflictos y las revueltas, desde el punto de vista de la escritura de la
historia, vuelve el inter�s por estos temas al tiempo que adquieren una
renovada actualidad. Si bien el caso de Espa�a es particular, salvo la huelga
general del 14-D de 1988 y algunas movilizaciones de los estudiantes de
secundaria, para nada estamos viviendo, como en Francia, un remozado
protagonismo socio-pol�tico de lo que cuando �ramos j�venes llam�bamos
las masas, a sabiendas de la tradici�n de lucha social que existe
en nuestro pa�s. Sin embargo, el retorno historiogr�fico de los conflictos es
m�s notorio en Espa�a que en Francia144. Pueda que estemos ante
una manifestaci�n m�s de las� diferencias
de ritmo entre lo historiogr�fico y lo pol�tico-social; no obstante, si hay una
historia hija de su tiempo esa es la historia de los movimientos sociales: o la
aldea global hace que pierdan definitivamente peso las coyunturas nacionales, o
nos estamos anticipando al porvenir nacional145...
La
falta de tiempo y espacio -la ponencia rebasa ya, en folios escritos, el n�mero
habitualmente permitido- no nos va a permitir examinar, en esta ocasi�n,
cr�tica y autocr�ticamente, las recientes investigaciones espa�olas sobre
luchas sociales,� ni� conectar con m�s detalle este retorno de la historia
de los conflictos con el debate historiogr�fico general, en pleno cambio de
siglo y de paradigmas. Quiero dejar constancia, en todo caso, de la importancia
de hacerlo. La din�mica de la historiograf�a de movimientos y conflictos
sociales� es harto significativa de la
evoluci�n de la historiograf�a en general, se trata de una tem�tica
fuerte cuyo auge y ca�da ilustran adecuadamente los cambios
historiogr�ficos e hist�ricos. C�mo va a ser, est� siendo ya, o debe ser, la
tercera ruptura en la historiograf�a de los movimientos y
conflictos sociales? Qu� relaci�n historiogr�fica guarda con el cambio global
de paradigmas? Qu� papel va a jugar el sujeto colectivo en la construcci�n del
nuevo paradigma de la historia?
*�
Ponencia presentada en el III Congreso de Historia Social, Estado, protesta y movimientos� sociales, Vitoria (Espa�a), 3-5 de
julio de 1997.
1 V�ase la tesis 11 de La
historia que viene, Historia a debate,
I, Santiago, 1995.
2 A fin de ser consecuentes con
nuestras afirmaciones en Inacabada transici�n de la historiograf�a
espa�ola, Bulletin d=Histoire
Contemporaine de l=Espagne, n1 24, Bordeaux, 1996.
3 Anselmo LORENZO, El proletariado militante, 2 vol.,
1901-1923; Manuel N��EZ DE ARENAS, Algunas
notas sobre el movimiento obrero espa�ol, 1916; Juan Jos� MORATO, Historia de la Asociaci�n del Arte de Imprimir,
1925; Manuel RAVENT�S, Assaig sobre alguns
episods hist�rics dels movimients socials a Barcelona en el segle XIX,
1925; �Juan D�AZ DEL MORAL, Historia de las agitaciones campesinas
andaluzas-C�rdoba (Antecedentes para una reforma agraria), 1929.
4 El retorno de los conflictos
sociales, menos notorio en otros pa�ses con historiograf�as de m�s peso
internacional, y la capacidad de autoreflexi�n demostrada, evidencian la
autonom�a y la identidad de la historiograf�a espa�ola.
5 Hobsbawm, en 1971, escrib�a
atinadamente: los numerosos estudios sobre el
conflicto social, desde las revueltas hasta las revoluciones,
De la historia social a la historia de la sociedad, Historia Social, n1 10, 1991, p. 22.
6 Carlos GIL ANDR�S,
Protesta popular y movimientos sociales en la Restauraci�n, Historia Social, n1 23, 1995, p. 123.
7 Manuel P�REZ LEDESMA,
Cuando lleguen los d�as de la c�lera= (Movimientos sociales, teor�a e historia), Zona Abierta, n1 69, 1994, pp. 59-69.
8 Oficialmente tambi�n las
ciencias sociales se preguntaban: )ad�nde va el mundo del trabajo?,
Los conflictos sociales en Europa (Coloquio
de Brujas, 1964), Madrid, 1974.
9 Las comillas son debidas a que
nos resistimos a la usual y abusiva identificaci�n entre moda e
innovaci�n, en perjuicio de esta �ltima.
10�
Los historiadores rom�nticos-liberales del siglo XIX ya hab�an
descubierto las revueltas medievales y modernas, y los precursores de la
historia del movimiento obrero, desde Fernando Garrido y su Historia de las clases trabajadoras
(1860), las huelgas obreras y las agitaciones campesinas (v�ase la
nota 3).
11 Joan Regl� dedica, por ejemplo,
en 1970, buena parte de su Introducci�n a la
historia. Socioeconom�a-Pol�tica-Cultura (edici�n catalana en 1968)
a las revoluciones y los procesos acelerados de la historia,
siguiendo naturalmente a Jaume VICENS VIVES, Ensayo
sobre la morfolog�a de la Revoluci�n en la Historia Moderna,
Zaragoza, 1947.
12 Su moderaci�n de burgu�s reformista
(Josep M. MU�OZ I LLORET, Jaume Vicens
Vives. Una biograf�a intelectual, Barcelona, 1997) subraya la
estrecha relaci�n -m�s all� de las posiciones�
pol�ticas de los historiadores- entre renovaci�n historiogr�fica e
historia social dura, entre revoluci�n historiogr�fica e inter�s
por el sujeto colectivo.
13 Con todo, en este mismo
congreso, el autor ha matizado que Vicens Vives conoci� su trabajo ya
terminado.
14 El car�cter interhist�rico de
las iniciativas renovadoras de hace veinte a�os se ha visto� sepultado, despu�s, por lo que se ha llamado
la primac�a del contemporane�smo, de muy buenos y muy malos efectos
(sobre todo en el campo de la educaci�n).
15 Clases y conflictos de clases en la historia, Madrid, 1977,
p. 9.
16 Se trata de una de las partes
m�s divulgadas de los Grundisse,
editados en espa�ol unos a�os antes, en 1972, por la editorial Comunicaci�n.
17 Clases y conflictos de clases en la historia, p. 89.
18 Lo digo autocr�ticamente porque
ser�a la que yo mismo habr�a dado.
19 Clases y conflictos de clases en la historia, p. 89.
20 El ejemplar de que dispongo -no
lo adquir� en su momento, seguramente por falta de inter�s- est� glosado por su
anterior propietario, el cual a�adi� bajo el nombre del editor-traductor
(Francisco Rubio Llorente), entre par�ntesis, socialdem�crata,� lo cual sonaba a grave insulto pol�tico en
las aulas universitarias espa�olas de finales de los 60.
21 Modernidad economicista que
entraba en contradicci�n con las obras pioneras de la historia de los
movimientos sociales en Espa�a m�s atentas a la subjetividad social y cultural
obrera, y popular, parad�jicamente m�s cercana a Thompson que a la propia
historia social espa�ola de los 70,� Pere
GABRIEL, A vueltas y revueltas con la historia social obrera en
Espa�a, Historia Social, n1 22, 1995, pp. 47-48, 52.
22 Los conflictos sociales en el reino de Castilla en los siglos XIV y XV,
Madrid, 1975, p. 5.
23 �dem, pp. 10-11.
24 Isabel BECEIRO, La rebeli�n irmandi�a, Madrid, 1977;
Salustiano MORETA, Malhechores-feudales.
Violencia, antagonismos y alianzas de clases en Castilla, siglos XIII-XIV,
Salamanca, 1978; Esteban SARASA, Sociedad y
conflictos sociales en Arag�n: siglos XIII-XV (Estructuras de poder y
conflictos de clases), Madrid, 1981; v�ase asimismo la nota 32.
25 V�ase la rese�a de Valeriano
Bozal en Zona Abierta, n1 7, 1976, pp. 114-116; el marxismo compartido facilitaba en los a�os
70 la comunicaci�n interdisciplinar, dentro de la historia y dentro de las
ciencias sociales; el mismo papel de interfaz jugaba la escuela de Annales, que al mismo tiempo compart�a un
terreno com�n -muy evidente en el caso de Vicens Vices- con la historiograf�a
marxista.
26 Tensiones sociales en los
siglos XIV y XV, I Jornadas de metodolog�a
aplicada de las ciencias hist�ricas, II, Santiago, 1973, pp.
273-275.
27 Ve�se tambi�n Michel MOLLAT, Philippe WOLFF, U�as azules, jacques y ciompi. Las revoluciones populares
en Europa en los siglos XIV y XV, Madrid, 1976 (Par�s, 1970), pp. 237-241.
28 La r�gida teor�a de la sucesi�n
de modos de producci�n, de amplia resonancia entre los historiadores
econ�mico-sociales, imped�a ver la relaci�n conflictividad social/cambios
estructurales, incluso cuando se abordaban las grandes transiciones, es por eso
que arm� tanto revuelo, entre historiadores no marxistas y aun marxistas, el
her�tico art�culo de Robert Brenner (Past
and Present, 1976) sobre el rol de las clases y la� lucha de clases en la transici�n del
feudalismo al capitalismo, El debate Brenner.
Estructura de clases agraria y desarrollo econ�mico en el Europa preindustrial,
Barcelona, 1988, pp. 44 ss (se comprueba una vez m�s la tard�a recepci�n en
Espa�a de la historiograf�a marxista angloamericana, cr�tica con el
estructuralismo y el economicismo).
29 Otros� explican los cambios sociales a largo plazo
-estructurales- por la evoluci�n lenta de las econom�as y las civilizaciones,
m�s que por las revoluciones, Michel MOLLAT, Philippe WOLFF, op. cit.,�
pp. 273-274.
30 Tensiones sociales en los
siglos XIV y XV, p. 279
31 El retraso espa�ol y la
autarqu�a acad�mica provocados por el franquismo, la potencia de la escuela de Annales y la cercan�a de Francia, el
desconocimiento del idioma ingl�s, han coadyuvado a que se ignoraran, durante
los a�os 60, las obras que jalonaron la renovaci�n inglesa de la historia
social de las revueltas,� los conflictos
y las clases; v�ase la nota 28.
32�
La segunda gran obra de historia medieval sobre conflictos sociales se
edita en ese momento: Reyna PASTOR, Resistencias
y luchas campesinas en la �poca del crecimiento y consolidaci�n de la formaci�n feudal Castilla y Le�n, siglos X-XIII,
Madrid, 1980.
33 Barry HINDESS, Paul Q. HIRST, Los modos de producci�n precapitalistas,
Barcelona, 1978 (Londres, 1975), pp. 313-315; E. P. THOMPSON, Miseria de la teor�a, Barcelona, 1981
(Londres, 1978), pp. 10-11.
34 V�ase la nota 11.
35 Son memorables asimismo los
estudios sobre las comunidades de Castilla: Juan Ignacio GUTI�RREZ NIETO, Las comunidades como movimiento antise�orial (La
formaci�n del bando realista en la guerra civil castellana de 1520-1521),
Barcelona, 1973; Joseph� P�REZ, La revoluci�n de las Comunidades de Castilla
(1520-1521), Madrid, 1977; y otros an�lisis hist�ricos de conflictos
sociales en el Antiguo R�gimen como: Antonio DOM�NGUEZ ORTIZ, Alteraciones andaluzas, Madrid, 1973; J.
M. PALOP RAMOS, Hambre y lucha antifeudal.
Las crisis de subsistencias en Valencia (siglo XVIII), Madrid, 1977;
Bartolom� YUN, Crisis de subsistencias y
conflictividad social en C�rdoba a principios del siglo XVI,
C�rdoba, 1980.
36 A la hora de elegir tres obras
de referencia que nos permitiesen estudiar las bases paradigm�ticas de la
historia del movimiento obrero y de la conflictividad social, hemos tenido muy
en cuenta el marxismo proclamado de los autores, que les hace mucho m�s
representativos.
37 El libro de Eul�lia Duran (Les germanies als pa�sos catalans,
Barcelona, 1982) tiene parecida base te�rico-metodol�gica que la obra de Garc�a
C�rcel, si bien ampl�a el estudio al principado de Catalu�a, etc.; lo mismo
pasa con el libro de Stephen Haliczer (Los
comuneros de Castilla. La forja de una revoluci�n, 1475-1521, Valladolid,
1987 -Wisconsin, 1981-) que abraza de manera expl�cita los principios metodol�gicos
del estructural-funcionalismo (�dem,
pp. 22-23, 293),� organizando su obra de
manera semejante a los historiadores marxistas de influencia althusseriana.
38�
German�as de Valencia,
Barcelona, 1975, p. 240.
39 Introducci� a la hist�ria del moviment obrer, Barcelona,
1966; Metodolog�a de la historia social en
Espa�a, Madrid, 1973.
40 V�ase Jos� Luis de la GRANJA,
Alberto REIG TAPIA, edits., Manuel Tu��n de
Lara. El compromiso con la historia. Su vida y su obra, Bilbao,
1993.
41�
Josep TERMES, Anarquismo y
sindicalismo en Espa�a (1864-1881), Barcelona, 1972; Miquel IZARD, Industrializaci�n y obrerismo. Las Tres Clases de
Vapor, 1869-1913, Barcelona, 1973; Juan Pablo FUSI, Pol�tica obrera en el Pa�s Vasco (1880-1923),
Madrid, 1975; Jos� �LVAREZ JUNCO, La
ideolog�a pol�tica del anarquismo espa�ol, Madrid, 1976; Juan Jos�
CASTILLO, EL sindicalismo amarillo en Espa�a,
Madrid, 1977; Carlos FORCADELL, Parlamentarismo
y bolchevizaci�n. El movimiento obrero espa�ol (1914-1918),
Barcelona, 1978; Jos� Mar�a MARAVALL, Dictadura
y disentimiento pol�tico. Obreros y estudiantes bajo el franquismo,
Madrid, 1978; Xavier PANIAGUA, La sociedad
libertaria. Agrarismo e industrializaci�n en el anarquismo espa�ol (1930-1939),
Barcelona, 1982;� Aurora BOSCH, Ugetistas y libertarios. Guerra civil y revoluci�n en
el Pa�s Valenciano, Valencia, 1983; Santos JULI�, Madrid, 1931-1934. De la fiesta popular a la lucha de
clases, Madrid, 1984; Juli�n CASANOVA, Anarquismo y revoluci�n en la sociedad rural aragonesa, 1936-1938,
Madrid, 1985; Manuel P�REZ LEDESMA, El
obrero consciente. Dirigentes, partidos y sindicatos en la II Internacional,
Madrid, 1987; David RUIZ, Insurrecci�n
defensiva y revoluci�n obrera. El octubre espa�ol de 1934,
Barcelona, 1988.
42 Casimir Mart� remata su
conferencia en este congreso (Historia e
historiograf�a del movimiento obrero: mi experiencia) pregunt�ndose
si la exorcizaci�n de todo concepto inspirado en alguna utop�a �tica o
pol�tica, incluso en el caso de ser asumido como hip�tesis de trabajo no
equivale en la pr�ctica a dar vida a una historiograf�a �til al orden, o
desorden, establecido.
43 El movimiento obrero en la historia de Espa�a, Madrid, 1972,
p. 12.
44 Hay que advertir que el t�rmino
lucha de clases, mientras existi� la censura, se sustituy� normalmente
por el de conflictos sociales.
45 Manuel TU��N, Problemas
actuales de la historiograf�a espa�ola, Sistema,
n1 1, 1972, p. 44.
46�
Rogelio P�rez Bustamente escribe en el pr�logo al libro de Javier Ortiz
Real,: Es algo m�s, pienso yo, que una lucha de clases que enfrenta a los
se�ores y a los campesinos..., se trata de defender lo m�s importante de todo,
la libertad frente al r�gimen se�orial... con la facultad de romper en
cualquier momento su v�nculo de dependencia, Cantabria en el siglo XV. Aproximaci�n al estudio de los conflictos
sociales, Santander, 1985, p. 16.
47 Cuando se publicaron en Espa�a
los primeros estudios hist�ricos sobre conflictos sociales imperaba
oficialmente -(y ten�a su influencia en la
universidad!- la teor�a de la conspiraci�n judeo-mas�nica-comunista para
explicar los movimientos sociales tachados de
subversivos; el riesgo permanente de la historiograf�a renovadora
era, y es, en contraposici�n con lo anterior, negar el rol de los l�deres, organizaciones
sindicales y partidos en las luchas sociales...
48 Un panorama ilustrativo al
respecto son los manuales de sociolog�a y politicolog�a manejados en la Espa�a
de los a�os 70, Manuel P�REZ LEDESMA, Cuando lleguen los d�as de la
c�lera= (Movimientos sociales, teor�a e
historia), Zona Abierta, n1 69, 1994, p. 52 n 1; cuando el soci�logo Alain Touraine , a finales
de los 70, principia a trabajar sobre los movimientos sociales, ya estaban
puestas las bases historiogr�ficas, en franc�s y en ingl�s, a�os 50 y 60, de la
nueva historia social, �dem, pp.
53-54.
49 Julio SEONE y otros,
Movimientos sociales y violencia pol�tica, Psicolog�a pol�tica, Madrid, 1988, p. 201.
50 Carlos BARROS, El
paradigma com�n de los historiadores del siglo XX, Estudios Sociales, n1 10, Santa Fe, 1996, p. 39.
51 Josep Fontana, siguiendo a los
historiadores marxistas ingleses, quiso esbozar una v�a distinta, no
estructuralista, en la historiograf�a espa�ola, que no tuvo continuidad, para
la averiguaci�n de los nexos que enlazan los hechos econ�micos con los
pol�ticos o los ideol�gicos,, Cambio
econ�mico y actitudes pol�ticas en la Espa�a del siglo XIX,
Barcelona, 1973, p. 5.
52 Esta idea de alargar el
concepto de historia social hasta confundirlo con la noci�n de historia global,
identificando sociedad con totalidad, que tambi�n sedujo a Lucien Febvre, no
nos ayuda mucho a los que creemos que el problema historiogr�fico y te�rico de
la historia global sigue sin resolver.
53 Historia Social, n1 10, pp. 5-7, 15, 22-23.
54 Ya hemos hablando de la tard�a
reacci�n de la historiograf�a occidental,�
a los ataques del estructuralismo -y sus aliados objetivos- a la
disciplina hist�rica, y �sto en el mejor de los casos -la historia social
inglesa-� porque en Francia, en tiempos
de Fernand Braudel y los segundos Annales,
no s�lo no se reaccion� sino que se llev� hasta sus �ltimas consecuencias, para
bien y para mal, la adaptaci�n a los paradigmas objetivistas: geohistoria,
larga duraci�n, etc.
55 Para paliar todo �sto, entre
otras cosas, surge en los a�os 70, en Gran Breta�a, el movimiento del History Workshop y la historia desde
abajo, Raphael SAMUEL, edit., Historia
popular y teor�a socialista, Barcelona, 1984 (Londres, 1981).
56 Tendencias de la investigaci�n en las ciencias sociales,
Madrid, 1982 (UNESCO, 1970), pp. 362-363.
57 Revista de Occidente, n1 12, 1982, pp. 19-41.
58 El hecho de que el t�rmino
ambicioso -al igual que optimista- haya adquirido
connotaciones peyorativas entre no pocos historiadores -por ejemplo, a la hora
de evaluar un proyecto de investigaci�n-, prueba cierto agotamiento
generacional de ideas y de �nimos, y no s�lo en Espa�a.
59 Pere Gabriel� lo ve como el resumen final de una serie
creciente de posiciones cr�ticas, como el fin de un ciclo, A vueltas y
revueltas con la historia social obrera en Espa�a, Historia Social, n1 22, 1995, pp. 45, 52.
60 Uno no deja de sorprenderse que
se haya dejado pasar la ocasi�n del n1 10 de Historia Social (1991), dedicado a
Dos d�cadas de historia social, para reeditar este trabajo, entre
otros; al final va a tener raz�n Santos Juli� cuando critica a esta publicaci�n
-la mejor de la que disponemos- por no publicar m�s que traducciones sobre
cuestiones de teor�a e historiograf�a, La historia social y la
historiograf�a espa�ola, Ayer,
n1 10, 1993, p. 44.
61 Revista de Occidente, n1 12, pp. 38-39.
62�
�dem, pp. 38, 40.
63 Otros han llamado a esta
historia supercomprometida, nacida de la militancia antifranquista,
frentepopulista, Carlos BARROS Inacabada transici�n de la historiograf�a
espa�ola, Bulletin d=Histoire
Contemporaine de l=Espagne, n1 24, Bordeaux, 1996, p. 474.
64 Santos JULI�, Fieles y
m�rtires. Ra�ces religiosas de algunas pr�cticas sindicales en la Espa�a de los
a�os treinta, Revista de Occidente,
n1 23, 1983.
65 La reacci�n contra el marxismo
vulgar no supuso, por parte de los renovadores espa�oles, en contraposici�n con
lo sucedido en Inglaterra, la proposici�n alternativa� de otros marxismos, empezando por
los que est�n en el mismo Marx: el �xito pol�tico del PSOE, una vez abandonado
el marxismo, digamos que no ayud� nada, en este aspecto, al rearme intelectual
de los historiadores sociales.
66 Se sobreentiende que la cr�tica
es tambi�n autocr�tica; los propios autores, antes y despu�s de su art�culo-manifiesto,
se dedicaron brillantemente a estos g�neros tradicionales: Jos� �LVAREZ JUNCO, La ideolog�a pol�tica del anarquismo espa�ol,
Madrid, 1976; Manuel P�REZ LEDESMA, El
obrero consciente. Dirigentes, partidos y sindicatos en la II Internacional,
Madrid, 1987; Jos� �LVAREZ JUNCO, El� emperador del Paralelo. Lerroux y la
demagogia populista, Madrid, 1990 (v�ase la rese�a laudatoria
publicada en la revista dirigida por Tu��n de Lara, Historia Contempor�nea, n1 5, 1991, pp. 247-239); Manuel P�REZ LEDESMA, coord., El Senado en la historia, Madrid, 1995.
67 Con toda evidencia, se tira
piedras en el propio tejado al no valorarse mejor el papel renovador de la
historia social en la Espa�a del tardofranquismo y la transici�n.
68 Las obras principales inglesas
sobre movimientos y revueltas sociales fueron traducidas al espa�ol, en los
a�os 70 y 80, por las editoriales Siglo XXI y Cr�tica, sin que -hasta los a�os
90- hayan influido demasiado en la historiograf�a social espa�ola.
69 Sobre su tard�a recepci�n en
Espa�a, v�ase Carlos BARROS, Historia de las mentalidades: posibilidades
actuales, Problemas actuales de la
Historia, Salamanca, 1993, pp. 59 ss.
70 Revista de Occidente, n1 12, p. 40.
71 Tu��n de Lara, maestro y
amigo de toda esta generaci�n, incluso de quienes discrepamos a veces de sus
planteamientos, �dem, p.
20; ve�se la nota siguiente.
72 Cosa que,� sin embargo, si se hace, despu�s, en Manuel
P�REZ LEDESMA, Manuel Tu��n de Lara y la historiograf�a del movimiento
obrero, Manuel Tu��n de Lara. El compromiso
con la historia. Su vida y su obra, Bilbao, 1993, pp. 204 ss.
73 Tesis 8 de La historia
que viene, Historia a debate,
I, 1995, pp. 104-105.
74 Metodolog�a de la historia social de Espa�a, Madrid, 1973,
p. 91.
75 Revista de Occidente, n1 12, p. 38.
76 Que hoy sigue estando muy
ausente de la historia contempor�nea de los movimientos sociales pese a Tu��n,
�lvarez Junco y P�rez Ledesma.
77 En cierto sentido, as�
fue,� como se reconoce en� Pere GABRIEL, Josep Ll. MART�N, Clase
obrera, sectores populares y clases medias, La sociedad urbana en el Espa�a contempor�nea, Barcelona,
1994, pp. 134-135.
78�
A pesar de que, en 1981, se hab�a publicado Miseria de la teor�a y de que los autores hab�an sabido
identificar� una de sus consecuencias m�s
negativas: la infravaloraci�n de los resultados hist�ricos de los conflictos.
79 Afortunadamente no del todo
(v�anse las notas 41,
113,
114,
117).
80 Las primeras cr�ticas fueron
tradicionales, en favor del empirismo, y contra el sentimentalismo
obrerista, Juan Pablo FUSI, Algunas preocupaciones recientes sobre
la historia del movimiento obrero, Revista
de Occidente, n1 123, 1973, pp. 358-368 (tambi�n
Pol�tica obrera en el Pa�s Vasco, 1880-1923,
Madrid, 1975); asimismo contra el moralismo, y el peso de los dirigentes y de
los acontecimientos, Josep FONTANA, La
historia, Barcelona, 1973, pp. 33 ss; se hizo ver la desatenci�n
hacia el movimiento campesino y popular, Jaume TORRAS, Liberalismo y rebeld�a campesina,
Barcelona, 1976, pp. 9-11; Miquel� IZARD,
Or�genes del movimiento obrero en Espa�a, Estudios sobre historia de Espa�a (Homenaje a Tu��n
de Lara), I, Madrid, 1981, pp. 294-297; se dijo que hab�a que
bajar del grup�sculo a la clase social, Josep TERMES, pr�logo a F.
BONAMUSA, Andr�s Nin y el movimiento
comunista en Espa�a (1930-1037), Barcelona, 1977; se propuso
desideologizar la historia del movimiento obrero y reemplazarla por una
historia de las industrial relations,
Ignacio OL�BARRI, Relaciones laborales en
Vizcaya (1890-1936), Durango, 1978; Las relaciones de trabajo
en la Espa�a contempor�nea: historiograf�a y perspectivas de
investigaci�n, Anales de Historia
Contempor�nea, n1 5, Murcia, 1986; y, por �ltimo,
se ofrecieron alternativas te�ricas revisionistas al marxismo cl�sico: Santos
JULI�, Marx y la clase obrera de la revoluci�n industrial, En Teor�a, n1 8/9, 1981-1982, pp. 99-135; Ludolfo PARAMIO, Por una
interpretaci�n revisionista de la historia del movimiento obrero europeo,
�dem, pp. 137-183.
81 Debats, n1 2/3, p. 96.
82 Que ser�, seis a�os depu�s, Historia Social, como recuerda la
presentaci�n del primer n�mero (1988).
83 Se entienden a�n menos las
reticencias posteriores de Historia Social
a publicar reflexiones te�ricas o historiogr�ficas de autores espa�oles (v�ase
la nota 60)
84 La verdad es que a los
historiadores nos turba en exceso que sean conocidos p�blicamente nuestros
condicionamientos sociales, ideol�gicos y pol�ticos, claves esenciales para la
interpretaci�n de nuestro trabajo de investigaci�n, Debats, n1 2/3, p. 120; el mejor ejemplo
internacional, en sentido contrario, Essais
d=ego-histoire, Par�s, 1987; Santos Juli� sigue insistiendo
en lo interesante que ser�a una sociolog�a del historiador en La historia
social y la historiograf�a espa�ola, Ayer,
n1 10, 1993, p. 46.
85 Debats,
n1 2/3, p. 132.
86 �dem,
p. 100.
87 Un muestra de sus opiniones es
la comunicaci�n de la Escuela Libre de Historiadores de Sevilla en el Congreso
de Santiago: La universidad m�s all� de la instituci�n. La historia m�s all�
de la universidad, Historia a debate,
III, 1995, pp. 257-264.
88 Debats, n1 2/3,� pp. 134-135.
89 T�rmino empleado en el
editorial del n1 1 de Historia Social para referirse de nuevo a la situaci�n que ten�an
en sus or�genes los promotores de la revista.
90 La dedicaci�n a la militancia
pol�tica, y la represi�n de la dictadura, dificult� la carrera acad�mica -y en
el mejor de los casos la retras�- de aquellos universitarios de los a�os 60 y
70 m�s consecuentes con su compromiso pol�tico y moral: el paradigma singular,
a�n perteneciendo a la generaci�n anterior, es, otra vez, Manuel Tu��n de Lara
y su tard�a incorporaci�n a la universidad.
91 No s�lo reorientando la
investigaci�n, tambi�n reequilibrando, en la universidad y m�s a�n en la
ense�anza media, la atenci�n concedida a las diversas edades cronol�gicas para
contrarrestar los efectos negativos de la primac�a del contemporane�smo; es
valioso el esfuerzo que se trasluce, en este sentido, en el libro: Manuel P�REZ
LEDESMA, Estabilidad y conflicto social.
Espa�a, de los iberos al 14-D, Madrid, 1990.
92 Jos� Antonio PIQUERAS, El
abuso del m�todo, un asalto a la teor�a, La
historia social en Espa�a. Actualidad y perspectivas, Madrid, 1991,
p. 99.
93 Miquel IZARD, Or�genes
del movimiento obrero en Espa�a, loc.
cit.
94 Es entonces cuando el t�rmino
socialdem�crata recobra cierto prestigio (v�ase la nota 20),� para ser, pasando el tiempo, motivo de
a�oranza.
95 No mucho m�s que entre los
militantes del hegem�nico PCE, a pesar de su pol�tica reformista y
revisionista, seg�n las acusaciones t�picas de los
izquierdistas universitarios de los a�os 70.
96 Con la claridad que les
caracteriza, �lvarez Junco y P�rez Ledesma terminan su art�culo as�: Ser
infieles a nuestra juventud parece, en este caso al menos, una buena
recomendaci�n intelectual, Revista de
Occidente, n1 12, p. 41.
97 Manuel P�REZ LEDESMA,
Historia del movimiento obrero. Viejas fuentes, nueva medotolog�a, Studia Hist�rica, vol. VI-VII, 1990;
Guillermo A. P�REZ S�NCHEZ, Una manera de hacer historia social o la
confirmaci�n de un nuevo enfoque, La
historia social en Espa�a. Actualidad y perspectivas, Madrid, 1991;
Jos� Antonio PIQUERAS, El abuso del m�todo, un asalto a la teor�a, La historia social en Espa�a. Actualidad y
perspectivas, Madrid, 1991; Juli�n CASANOVA, La historia social y los historiadores,
Barcelona, 1991; �ngeles BARRIO, A prop�sito de la historia social del
movimiento obrero y los sindicatos, Doce
estudios de historiograf�a contempor�nea, Santander, 1991; Carlos
FORCADELL, Sobre desiertos y secanos. Los movimientos sociales en la
historiograf�a espa�ola, Historia
Contempor�nea, n1 7, 1992; Santos JULI�, La
historia social y la historiograf�a espa�ola, Ayer, n1 10, 1993; Manuel P�REZ LEDESMA,
Manuel Tu��n de Lara y la historiograf�a del movimiento obrero, Manuel Tu��n de Lara. El compromiso con la historia.
Su vida y su obra, Bilbao, 1993; Cuando lleguen los d�as de la
c�lera= (Movimientos sociales, teor�a e
historia), Zona Abierta, n1 69, 1994 (tambi�n en Problemas
actuales de la historia, Salamanca, 1993); Pere GABRIEL, Josep Ll.
MART�N, Clase obrera, sectores populares y clases medias, La sociedad urbana en el Espa�a contempor�nea,
Barcelona, 1994; Jos� �LVAREZ JUNCO, Movimientos sociales en Espa�a: del
modelo tradicional a la modernidad posfranquista, Los nuevos movimientos sociales. De la ideolog�a a la
identidad, Madrid, 1994; Aportaciones recientes de las
ciencias sociales al estudio de los movimientos sociales, Historia a debate, III, Santiago, 1995;
Pere GABRIEL, A vueltas y revueltas con la historia social obrera en
Espa�a, Historia Social, n1 22, 1995, pp. 43-53; Carlos GIL ANDR�S, Protesta popular y
movimientos sociales en la Restauraci�n, Historia
Social, n1 23, 1995, p. 123.
98 Se reformula la propuesta de
1982 sobre la historia del movimiento obrero, ampliando sugerentemente su
tem�tica, aprendiendo de medievalistas y modernistas, pero se sigue dejando
fuera de la investigaci�n� las huelgas y
los conflictos, vistiendo un santo para desvestir otro: primer c�rculo,
organizaciones obreras y dirigentes; segundo c�rculo, afiliados y sus
condiciones de vida y trabajo; tercer c�rculo, vida cotidiana y mentalidades de
los obreros conscientes; y cuarto c�rculo, mentalidades y
condiciones de vida y trabajo de los trabajadores en general, Manuel P�REZ
LEDESMA, Historia del movimiento obrero. Viejas fuentes, nueva
metodolog�a, Studia Hist�rica,
vol. VI-VII, 1990, pp. 12-13.
99 No comparto la idea de Santos
Julia (Ayer, n1 10, pp. 39-40), y otros, de que los historiadores sociales de los
a�os 60 y 70 no eran, en el m�todo y la teor�a, marxistas: los m�s importantes
si lo fueron, y entre ellos est�n por supuesto los protagonistas del auge de la
historia de conflictos sociales en los a�os 70, que estamos citando en este
trabajo.
100 Carlos GIL, op. cit., p. 122.
101 Pere GABRIEL, Josep Ll. MART�N,
Clase obrera, sectores populares y clases medias, La sociedad urbana en el Espa�a contempor�nea,
Barcelona, 199, pp. 134-135.
102�
Pere GABRIEL, A vueltas y revueltas con la historia social obrera
en Espa�a, Historia Social,
n1 22, 1995, p. 45.
103 Carlos FORCADELL, op. cit., p. 111.
104 Jos� Antonio PIQUERAS, , op. cit., p. 88.
105 Nos quejamos constantemente de
la falta de escuelas en la historiograf�a espa�ola y minusvaloramos
fen�menos originales y aut�ctonos como Vicens Vives, Tu��n de Lara y el grupo
de j�venes historiadores sociales del 82 (con notables diferencias internas, pero
no menos concomitancias y acciones conjuntas).
106 Jos� �LVAREZ JUNCO, , op. cit., p. 101.
107�
El actual florecimiento de la historia del movimiento obrero desmiente
la idea de que se trataba de una tem�tica agotada, a principios de los a�os 80,
de que estaba la misi�n cumplida como ha recordado Manuel P�rez
Ledesma recientemente, Manuel Tu��n de Lara y la historiograf�a del
movimiento obrero,� p. 211.
108 Revista de Occidente, n1 2/3, p. 41; se denuncia, por lo dem�s, en tono francamente
frentepopulista, el contenido m�s pol�tico de la
ofensiva de Ol�barri y V�zquez de Prada en favor de
substituir el concepto de movimiento obrero= por la forma m�s neutra de relaciones laborales (�dem, p. 21) que, a fin de cuentas,
tampoco estaba tan distante de la propuesta, tambi�n a la ofensiva -(c�mo debe ser!- de nuestros autores, asimismo con pretensiones de
neutralidad: )No habr�a que pensar una segunda
ruptura, orientada ahora fundamentalmente por preocupaciones cient�ficas?
(�dem, p. 41).
109 No es el caso de Piqueras,
v�ase la nota 92.
110 El mejor ant�doto frente a las
mayoritarias evaluaciones autocr�ticas, son los balances favorables, que
reflejan igualmente la realidad: Manuel P�REZ LEDESMA, Manuel Tu��n de
Lara y la historiograf�a del movimiento obrero, p. 214; Santos JULI�,
La historia social y la historiograf�a espa�ola,� p. 40; Guillermo A. P�REZ S�NCHEZ, Una
manera de hacer historia social o la confirmaci�n de un nuevo enfoque,
pp. 429-431.
111 Uno de cuyos exponentes m�s
l�cidos -la propuesta tiene sus cosas buenas y malas- es Santos JULI�, )La historia en crisis?, Historia
a debate, I, Santiago, 1995, pp. 143-145.
112 OTAN, FILESA, GAL, ROLD�N,
RUBIO ...
113 Jos� Mar�a MONSALVO ANT�N, Teor�a y evoluci�n de un conflicto social. El
antisemitismo en la Corona de Castilla en la Baja Edad Media,
Madrid, 1985; Javier ORTIZ REAL, Cantabria
en el siglo XV. Aproximaci�n al estudio de los conflictos sociales,
Santander, 1985.
114 Eul�lia DURAN, Les germanies als pa�sos catalans, Barcelona,
1982; Mart�n ALMAGRO, Las alteraciones de
Teruel, Albarrac�n y sus comunidades en defensa de sus fueros durante el siglo
XVI, Teruel, 1984; J. VIDAL PLA,
Guerra del segadors i crisi social. Els exiliatis� Filipistes (1640-1652), Barcelona,
1984; P. �LVAREZ FRUTOS, La revoluci�n
comunera en tierras de Segovia, Segovia, 1988.
115 V�ase la nota 41.
116�
El debate ejemplar que tuvieron los historiadores del movimiento obrero,
hacia 1982, no� se correspondi� con otros
parecidos entre medievalistas o entre modernistas, y menos a�n tuvieron lugar
debates conjuntos, no obstante la evoluci�n de la tem�tica fue bastante
parecida, lo cual nos conduce a dos conclusiones: la importancia de los
factores condicionantes externos, y la urgencia en reforzar la sociabilidad
horizontal, la convergencia entre especialidades hist�ricas� y la intervenci�n colectiva de la comunidad
de historiadores en su propio destino, incluso a a contracorriente de la
evoluci�n pol�tica.
117�
Por ejemplo, en historia medieval: J. P�REZ-EMBID, Violencias y
luchas campesinas en el marco de los dominios cisterciense castellanos y
leoneses de la Edad Media, El pasado
hist�rico de Castilla y Le�n, I, Burgos, 1984, pp. 161-178; Reyna
PASTOR, Consenso y violencia en el campesinado medieval, En la Espa�a medieval. Estudios en memoria del
profesor D. Claudio S�nchez Albornoz, II, Madrid, 1986, pp. 731-742;
Mar�a del Pilar GIL GARC�A, Conflictos sociales y oposici�n �tnica: la
comunidad mud�jar de Crevillente. 1420, III
Simposio Internacional de Mud�jarismo, Teruel, 1986, pp. 305-312; J.
PORTELLA, A. SANZ, Reacci�n senyorial i resistencia pagesa al domini de
la catedral de Girona (segle XVIII), Recerques,
n1 7, 1986, pp. 141-151; art�culos
de Jos� Mar�a M�nguez, Josep Mar�a Salrach, Eva Serra y Tomas de Montagut en el
dossier sobre revueltas campesinas de L=Aven�, n1 93, 1986; Merc� AVENTIN, Josep M. SALRACH, Le r�le de la
monarchie dans les r�voltes paysannes de la p�ninsule ib�rique (XIV-XVe
si�cles), R�volte et Societ�,
I, Par�s, 1988, pp. 62-71.
118 Juan PRO RUIZ, Sobre el
�mbito territorial de los estudios de historia, Historia a debate, III, Santiago, 1995,
pp. 59-66.
119 Carlos BARROS, Inacabada
transici�n de la historiograf�a espa�ola, Bulletin d=Histoire Contemporaine de l=Espagne, n1 24, Bordeaux, 1996, pp. 481-486.
120 Ram�n del R�o, Joseba de la
Torre, Pedro Carasa, Mar�a Jos� Lacalzada y Miquel Izard.
121 �ngel Rodr�guez, David Ruiz,
Juanjo Romero, Frances-A. Mart�nez, Carlos Sola, Mercedes Guti�rrez, Carlos
Gil, Antonio Barrag�n, �ngel Smith, Carlos Hermida, Roque Moreno, Jos� Gom�z,
Carme Molinero, Pere Ys�s y Ram�n Garc�a.
122 Adem�s se pueden encontrar
art�culos sueltos sobre conflictos sociales en los n1 2, 3, 8, 13, 14 y 16.
123 Debats, n1 2/3, p. 96.
124 Carlos FORCADELL, Sobre
desiertos y secanos. Los movimientos sociales en la historiograf�a
espa�ola, Historia Contempor�nea,
n1 7, 1992, p. 113; Santos JULI�,
La historia social y la historiograf�a espa�ola, Ayer, n1 10, 1993, p. 44.
125 Tesis 8 de La historia que
viene, Historia a debate,
I, 1995.
126 Merece especial menci�n la obra
de Manuel P�REZ LEDESMA, Estabilidad y
conflicto social. Espa�a, de los iberos al 14-D, Madrid, 1990, que
incorpora la triple novedad de su car�cter interhist�rico -para nada habitual
entre los contemporane�stas, como sabemos-, de su �mbito espa�ol y de su
intenci�n sint�tica; anotar igualmente las siguientes: Revolts populars contra el poder de l=Estat, Barcelona, 1992; Emilio
CABRERA, Andr�s MOROS, Fuenteovejuna. La
violencia antise�orial en el siglo XV, Barcelona, 1991; Salvador
MART�NEZ, La rebeli�n de los burgos,
Madrid, 1992; Juan D�AZ PINTADO, Conflicto
social, marginaci�n y mentalidades en La Mancha (s. XVIII), Ciudad
Real, 1987; Jer�mino L�PEZ- SALAZAR, Mesta,
pastos y conflictos en el Campo de Calatrava (s. XVI), Madrid, 1987;
Rebeli�n y resistencia en el mundo hisp�nico
del siglo XVII, Lovaina, 1992; M. ORTEGA L�PEZ, Conflicto y continuidad en la sociedad rural espa�ola
del siglo XVIII, Madrid, 1993; J. OLIVARES, Comunitats rurals i Reial Audi�ncia 1600-1658.
Aportaci� a una teoria de la conflictivitat social en el feudalisme a l=Edat Moderna, Barcelona, 1995; Emilio MAJUELO, Lucha de clases en Navarra: 1931-1936,
Pamplona, 1989; Joseba de la TORRE, Lucha
antifeudal y conflictos de clases en Navarra: 1808-1820, Bilbao,
1992; Joan SERRALLONGA, La lucha de clases:
or�genes del movimiento obrero, Madrid, 1993; Pedro R�JULA, Rebeld�a campesina�
y primer carlismo. Los or�genes de la Guerra Civil en Arag�n, 1833-1835,
Zaragoza, 1995; Carlos VELASCO, Axitaci�ns
campesinas na Galicia do s�culo XIX, Santiago, 1995; Carlos GIL
ANDR�S, Protesta popular y orden social en
La Rioja de fin de siglo, 1890-1905, Logro�o, 1995; Guillermo P�REZ
S�NCHEZ. Ser trabajador: vida y respuesta
obrera (Valladolid 1875-1931), Valladolid, 1996; �ngeles GONZ�LEZ, Utop�a y realidad. Anarquismo, anarcosindicalismo y
organizaciones obreras, 1900-1923, Sevilla, 1996; Pilar ROVIRA, Mobilitzaci� social, canvi pol�tic i revoluci�.
Associacionisme, Segonda Rep�bica i Guerra Civil, Alzira, 1996;
Pedro BARRUSO, El movimiento obrero en
Gipuzkoa durante la II Rep�blica,
San Sebasti�n, 1996; Santiago de PABLO, Trabajo, diversi�n y vida cotidiana. El Pa�s Vasco en los a�os treinta,
Vitoria, 1996; Jos� Vicente IRIARTE, Movimiento
obrero en Navarra (1967-1977), Pamplona, 1996; v�anse adem�s las
notas 41,
128.
127 Aunque las generaciones
aparecen mod�licamente intercaladas y entrelazadas en este movimiento
pro-retorno historiogr�fico de los conflictos sociales, observamos el predominio
de los j�venes -que tienen, tambi�n hay que decirlo, mayores necesidades
curriculares- en la investigaci�n, si bien en la reflexi�n, por ahora, se nota
menos.
128 Mentalidad justiciera de los irmandi�os, siglo XV,
Madrid, 1990 (Vigo, 1988);� Mentalidad y revuelta en la Galicia irmandi�a:
favorables y contrarios, Santiago de Compostela, 1989; (Viva El-Rei!
Ensaios medievais,
Vigo, 1996, pp. 137-269.
129 Los vasos comunicantes
interhist�ricos funcionaban hace diez a�os tal vez menos que hoy, desconoc�a -y
no me preocupaban- los debates del 82 de los historiadores del movimiento
obrero, pero era plenamente consciente de que nadaba a contracorriente tanto en
la elecci�n del tema (revuelta social) como en la elecci�n de la metodolog�a
(historia de las mentalidades).
130 Tan convencido -que no
arrepentido- estaba de ello que no propuse, contra mis intereses personales,
este tema de los conflictos como una cuesti�n�
a discutir en el I Congreso Historia a Debate de 1993, me equivoqu� y
espero que, en 1999, el II Congreso Historia a Debate rectifique este
error y contribuya a consolidar recuperaci�n del sujeto social de
la historia, dentro y, con m�s raz�n, fuera de Espa�a.
131�
Joseba de la TORRE, op. cit.,
p. 9.
132 Otro s�ntoma evidente es el hecho
que ya apuntamos de que, diez a�os despu�s, se haya relanzado la reflexi�n
historiogr�fica sobre el movimiento obrero y la protesta social, v�ase la nota 97.
133�
Presentaci�n de Historia a debate,
I, Santiago, 1995, pp. 9-10.
134 Historia de las mentalidades:
posibilidades actuales, Problemas
actuales de la Historia, Salamanca, 1993, p. 65.
135 Inacabada transici�n de
la historiograf�a espa�ola, , Bulletin
d=Histoire Contemporaine de l=Espagne, n1 24, Bordeaux, 1996, p. 479.
136 De hecho los primeros en
animarse -y animar a otros- con el retorno de los conflictos y de la historia
social son los promotores del giro, aunque no todos; es altamente significativo
que las dos expresiones organizativas�
que tienen su origen remoto en el grupo del 82, la asociaci�n Historia
Social y la revista Historia Social, son paralelas al fen�meno de recuperaci�n
historiogr�fica del sujeto social.
137 Los espa�oles
comprensivos con los conflictos laborales, titula El Pa�s (9 de abril de 1990) la
informaci�n sobre los resultados de un sondeo de opini�n sobre las huelgas y
otras cuestiones.
138�
Un s�mbolo de la nueva actualidad de las revueltas son las inmediatas
reediciones (una de ellas por cuenta del ej�rcito) de la tesis doctoral del
profesor de la UNAM, y asesor del EZLN, Antonio GARC�A DE LE�N, Resistencia y utop�a. Memorial de agravios y cr�nicas
de revueltas y profec�as acaecidas en la provincia de Chiapas durante los
�ltimos quinientos a�os de historia, M�xico, 1985.
139 El papel subalterno de los
cient�ficos sociales, concretamente de los historiadores, en las luchas
sociales, a pesar del testimonio personal de Pierre Bourdieu, Alain Touraine y
Jacques Derrida, evidencia una dimensi�n primordial de la crisis de las
ciencias sociales en Francia, pa�s que invent� y reinvent� al intelectual
comprometio (Zola, Sartre): la desconexi�n con la sociedad.
140 Alain WOODS, El
significado de una revoluci�n, Viento
Sur, n1 32, 1997, pp. 41-50; el autor,
presa f�cil a�n de esquemas preconcebidos, no le presta la atenci�n debida al
desencadenante del estallido, la quiebra de los bancos piramidales, en especial
desde el punto de vista de las mentalidades colectivas de quienes -todo un
pueblo, habr�a que decir- se han sentido agraviados, econ�mica y moralmente, al
perder sus ahorros y al frustarse, por si fuera poco, la posibilidad imaginaria
de hacerse r�pidamente ricos.
141 Cosa que todav�a no consigui�
la revuelta ind�gena y campesina mexicana, aunque hay avances serios hacia una
transici�n pol�tica:� )es qu� alguien piensa que la victoria del Cuauht�moc C�rdenas el 6 de
julio en el Distrito Federal, despu�s de fracasar dos veces en las elecciones
presidenciales -una de ellas por fraude-, hubiera sido factible sin el
acontecimiento-fundador del 1 de enero de 1994?
142 No olvidemos que en el mayo
franc�s del 68, paradigma de las revueltas occidentales,� la lucha social no tuvo traducci�n positiva
en el plano electoral: la reacci�n inmediata de los votantes fue contraria a
los estudiantes y obreros revolt�s.
143 Es el t�tulo de los IV
Encuentros de la Fundaci�n Viento Sur que tendr�n lugar en la Dehesa de la
Villa de Madrid (11-13 de julio de 1997).
144 Aunque tambi�n all� se nota que
algo pasa entre los historiadores j�venes: Alessandro Stella, investigador del
CNRS, empieza con una confesi�n su gran investigaci�n sobre los ciompi: En los a�os 1970, yo he
formado parte en Italia del movimiento pol�tico que sigue a la revuelta del
68, La r�volte des ciompi. Les hommes,
les lieux, le travail, Par�s, 1993; otro ejemplo, J�r�me
Baschet,� del grupo de antropolog�a
hist�rica del occidente medieval de la EHESS de Par�s, quien se trasladar� el
pr�ximo curso� (1997-1998), como profesor
invitado, a la universidad mexicana de San Crist�bal de las Casas, en el estado
de Chiapas.
145 Cuando el texto revisado de
esta ponencia descansaba ya en un sobre postal -a nombre de Santiago Castillo,
presidente de la Asociaci�n de Historia Social- se han sucedido las
manifestaciones de millones de vascos y espa�oles contra el terrorismo de ETA (10-15
de julio de 1997), desbordando en ocasiones a los pol�ticos, ocupando las
calles, al borde del mot�n frente las sedes de HB, demostrando en suma que,
tambi�n en Espa�a, vuelve a la calle el sujeto de la historia.