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El tournant critique de Annales

Carlos Barros
Universidad de Santiago de Compotela

 

 

Si la historia ha superado la funci�n de relatar las batallas y los hechos de los grandes hombres, la cr�nica meramente pol�tica, se lo debemos ciertamente a la escuela de Annales, y al materialismo hist�rico. Corrientes historiogr�ficas bajo cuya influencia e impulso se sentaron las bases (en los a�os 60 y 70) de la historia econ�mica y social en Espa�a, campo de investigaci�n que ha dado quiz�s los mejores trabajos de nuestra historiograf�a, poniendo en evidencia las claves m�s profundas de nuestro devenir hist�rico.

 

El tr�nsito tajante en los a�os 80 de la mejor historiograf�a francesa de lo econ�mico-social a lo mental, lo antropol�gico y lo cultural, ha alejado sin embargo a los historiadores espa�oles de Francia. Ni la intelectualidad de Par�s ni la nouvelle histoire de �stos �ltimos a�os est�n, desde luego, de moda entre nosotros. De ah� que cuando sovi�ticos y norteamericanos, italianos y por supuesto franceses, celebran en Mosc�, del 4 al 6 de octubre de 1989, con motivo del mencionado aniversario, el Colloque International: Les Annales -hier et aujourd'hui-, ning�n historiador espa�ol est� presente. Ni tampoco el 19 de enero de 1990, cuando Le Monde publica varios art�culos de autores extranjeros bajo la r�brica de Les Annales soixante ans apr�s: Carlo Ginzburg habla de renovaci�n metodol�gica; Aaron Gourevitch escribe sobre Bolch, Febvre y la perestroika; y Natalie Zemon Davis preconizaba como id�neo el intercambio, no la imitaci�n, en las relaciones con la nouvelle histoire.

 

La pol�mica que envuelve desde hace a�os la escuela historiogr�fica de Annales, ha producido un sonado tournant critique de la revista, viraje a�n en curso que en nuestra opini�n abre, entre otras puertas, la posibilidad de una nueva y fruct�fera fase de intercambio entre las historiograf�as de ambos lados de los Pirineos. Siempre y cuando el acicate de la autocr�tica francesa incite y venga acompa�ado de un est�mulo de la clara conciencia de la necesidad de superar dial�cticamente la historia que se viene haciendo, y reproduciendo, en nuestro pa�s desde hace veinte a�os...

 

Jacques Le Goff en su ponencia en el citado Coloquio de Mosc�, titulada precisamente La Nouvelle Histoire, reconoce la irritaci�n de ciertos medios hist�ricos frente a esta corriente historiogr�fica entendida como una moda, poniendo en guardia contra las derivas superficiales, sin dejar de reinvindicar -en nuestra opini�n justamente- la profunda renovaci�n de los m�todos de la historia en Francia en los �ltimos veinte a�os, al tiempo que subraya la continuidad de esta reciente nueva historia con el movimiento inaugurado y definido hacia 1929 por Bloch y Febvre. Esta intenci�n de Le Goff subrayando, en octubre de 1989, que la antropolog�a hist�rica actual, sin�nimo de la expresi�n 'nouvelle histoire, es el estudio del hombre en sociedad y entra�a por tanto conservar el objetivo fundamental de 'Annales, preludia el giro critico proclamado a rengl�n seguido por la revista Annales, de cuyo consejo de redacci�n Le Goff es sin duda el miembro m�s relevante.

 

El editorial del n�mero de Annales de noviembre-diciembre de 1989, bajo el voluntarioso t�tulo de Intentemos la experiencia, comienza por redefinir Annales, sesenta a�os despu�s, no como una escuela sino como un lugar de experimentaci�n, proponiendo el punto de encuentro en el terreno donde la nueva historia francesa ha logrado m�s �xitos y suscita m�s acercamientos: la innovaci�n metodol�gica y la cooperaci�n con las ciencias sociales. El comit� de direcci�n de Annales elude, pues, una definici�n taxativa sobre la teor�a de la historia que sustenta su propuesta de lo que hoy debe ser el oficio de historiador; lo cual, pese a ser en principio un flanco d�bil, facilita indudablemente la pluralidad de enfoques -y a�n de teor�as-en ese laboratorio de nuevos m�todos, y de nuevas alianzas con las ciencias sociales, que se pretende revalidar y relanzar con el aval de una tradici�n renovadora que ahora nadie osa cuestionar (salvo por exceso).

 


El editorial del sesenta aniversario avanza, con todo, rasgos definitorios del concepto de la historia que ha inspirado a Annales desde sus comienzos (que Jacques Le Goff con toda probabilidad resucitar� en la biograf�a intelectual de Marc Bloch que tiene la intenci�n de elaborar).��������������� As�, la redacci�n de la revista llama la atenci�n sobre los riesgos de una historia inm�vil que olvida el cambio; repone en un primer plano esa historia-problema de Lucien Febvre que plantea hip�tesis y busca explicaciones, combatiendo el positivismo, huyendo de lo puramente descriptivo; recuerda el subt�tulo de la revista Economies-Soci�t�s-Civilisations al objeto de revitalizar una historia total que no se reduzca a una suma aritm�tica de tres niveles; y lo que es m�s importante, Annales defiende ahora la interdisciplinaridad desde la especificidad y originalidad de la historia, aseverando que en 1989 ninguna disciplina puede pretender la hegemon�a intelectual o institucional sobre las ciencias sociales. Defensa de una historia-historia que se suma, en �ltimo extremo, a los r�os de tinta ben�ficamente vertidos contra el anunciado, y tercamente desmentido, fin de la historia. Defensa que encuentra su contexto m�s favorable en cierto intento de las autoridades francesas de reimplantar las ciencias sociales y la historia - escuela de lucidez y de civismo indispensable, seg�n Lionel Jospin, ministro de educaci�n-en los sistemas de ense�anza y de investigaci�n; en Espa�a todav�a estamos al respecto, lamentablemente, en el viaje de ida. Julio Valde�n, por ejemplo, ha venido denunciando p�blica, porfiada y cabalmente la p�rdida de contenido hist�rico de la ense�anza en nuestro pa�s.

 

Andr� Burgui�re, activo miembro de la redacci�n de Annales, vuelve a la carga en el n�mero de enero-febrero de 1990, preocupado por los rechazos de que est� siendo objeto la mutaci�n copernicana que protagoniz� Annales, defendiendo el rol de la interpretaci�n y de la totalizaci�n en el an�lisis hist�rico, particularmente en historia cuantitativa e historia de las mentalidades, y recordando que la nueva historia se ha fundado, se funda, sobre la base de preferir lo colectivo a lo individual, lo estructural a lo acontecimental, lo econ�mico-social a lo pol�tico... Nos preguntamos si, en realidad, el tournant critique de Annales no supone tambi�n cierta reacci�n ante al auge de los temas y de los enfoques de la historia m�s tradicional en Francia (derrotada a principios de siglo por los creadores de Annales), fen�meno que por lo dem�s no es exclusivo de �ste pa�s.

 

Sin lugar a dudas el giro historiogr�fico que propone Annales recoge la parte que considera justa de las cr�ticas recibidas. En un art�culo publicado recientemente (La 'nouvelle histoire' y sus cr�ticos, Manuscrits, n� 9, 1991) analizamos cr�ticamente el libro de Herv� Coutau-Begarie, Le ph�nom�ne nouvelle histoire. Strat�gie et id�ologie des nouveaux historiens, Par�s, Economica, 1983 (2� edici�n, 1989), desaprobaci�n de Annales que propugna cierta vuelta a la vieja historia, y el libro de Fran�ois Dosse, L'histoire en miettes. Des Annales � la nouvelle histoire, Par�s, �ditions La D�couverte, 1987 (traducci�n espa�ola, La historia en migajas, Valencia, Edicions Alfons el Magn�nim, 1989), que critica extremadamente a los nuevos historiadores franceses defendiendo la continuidad de los paradigmas fundadores de Bloch y Febvre. Fran�ois Dosse nos confesaba recientemente que con el tournant critique la redacci�n de Annales le hab�a dado la raz�n, y en cierta medida es as�, de hecho en la posterior aportaci�n de Dosse al libro colectivo L'histoire en France ( Par�s, La D�couverte, 1990) �ste suaviza notablemente su radical censura de la tercera generaci�n de la nouvelle histoire. Sin embargo, Bernard Lepetit, secretario de la redacci�n de Annales, que empieza negando en L'histoire (n� 128, diciembre de 1989) que Annales tenga que jubilarse a los 60 a�os, ya cumplida su funci�n hist�rica, como demandan los partidarios de la vuelta a la historia narrativa y biogr�fica, por considerar ya suficientemente explotados -en Francia- los campos de la historia econ�mico-social y de la historia de las mentalidades; tambi�n condena a Dosse, porque -escribe- una exigencia de r�gida fidelidad a los or�genes es la otra muerte que se nos propone. En cualquier caso, anotemos que los t�rminos del debate han cambiado substancialmente despu�s del editorial del tournant critique.

 


Annales hace honor a su historia cuando demuestra voluntad de rectificaci�n de su rumbo historiogr�fico, satisfaciendo de este modo, en mayor o menor grado, la demanda de quienes preconizamos una vuelta a la s�ntesis de lo mental y lo social, lo interdisciplinar y lo espec�ficamente hist�rico, lo global y lo particular, esto es, la simpre dif�cil s�ntesis de la innovaci�n y de la contitinuidad con los or�genes cient�ficos m�s all� de las modas. Ahora bien, ante este esperado tournant critique, �c�al es la respuesta de la comunidad de historiadores? En general, silencio (sobre todo en Francia, donde es menos posible alegar ignorancia, y donde la no pertenencia a la �cole y a la redacci�n de la revista informa tantos posicionamientos negativos hacia Annales). Y escepticismo, desde luego; que nosotros no compartimos en su totalidad, toda vez que entendemos que el giro cr�tico de Annales ni es repentino ni es casual, es la punta de un iceberg: la expresi�n en �ltima instancia de los cambios habidos en los �ltimos a�os en la historiograf�a francesa, y de la influencia -y de los �xitos- de otras historiograf�as nacionales que han crecido de manera menos traum�tica y quiz�s m�s equilibrada (pero no siempre m�s innovadora).

 

La historia de Francia que Le Seuil publica desde 1989, bajo la direcci�n de dos miembros de la direcci�n de Annales, Andr� Burgui�re y Jacques Revel, siguiendo un esquema de reminiscencias braudelianas (J. REVEL, dir., L'espace fran�ais, tomo I; J. LE GOFF, dir., L'�tatet les pouvoirs, tomo II), ilustra hasta qu� punto el editorial tournant del n� 6 de 1989 de la revista fundada por Bloch y Febvre, es algo m�s que una toma de posici�n superficial. Y si repasamos los seis n�meros de Annales del pasado a�o de 1990, encontramos lo mismo: una presencia de temas de historia social y econ�mica, y de historia pol�tica (cmo historia del poder), incluso por encima de trabajos y recensiones sobre historia de las mentalidades, antropolog�a hist�rica o historia socio-cultural, subdisciplinas de nuevo cu�o que seg�n nuestro criterio son de las que m�s pueden interesarnos a los espa�oles, dado nuestro formidable retraso en estos territorios de la investigaci�n (la situaci�n espa�ola es en este sentido la inversa de la francesa).

 

Si nos trasladamos de la �cole des Hautes �tudes a los restantes grandes establecimentos, de �stos a las Universidades y de Par�s a provincias, podemos comprobar la diversidad de la historia que hoy se hace en el pa�s vecino, pese a la imagen estoreotipada al uso. El reequilibrio que busca ahora la historiograf�a francesa concediendo m�s importancia a la historia econ�mico-social, sin renunciar naturalmente a la historia cultural, psicol�gica y antropol�gica, por un lado, y recuperando g�neros tradicionales -los llamados retours- como la historia biogr�fica, pol�tica y narrativa bajo nuevos enfoques, por el otro, es ante todo un giro cr�tico a la realidad. En resumen, que la realidad que la direcci�n de la revista quiere cambiar ya viene cambiando desde la segunda mitad de los a�os 80, por lo que el efecto del tournant critique resulta as� en alguna medida asegurado de antemano, es un viraje a favor del viento.

Los problemas que se nos van a plantear a los historiadores como consecuencia de esta tendencia (general) a la interdisciplinaridad y a la concesi�n de estatus cient�fico a todos los sujetos de investigaci�n, son conocidos: �c�mo articular la historia econ�mica, �v�nementielle y mental?, �c�mo evitar el eclecticismo, y la simple historia descriptiva y anecd�tica?, �para qu� sirve la historia? Cuestiones que nos retrotraen a viejos y perennes temas de la historia como ciencia social: la necesidad de la explicaci�n, la interpretaci�n y, en definitiva, de la teor�a de la historia; la utilidad social de la historia y de los historiadores.

 

 

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