El paradigma común de los historiadores del siglo xx
Carlos
Barros
Universidad
de Santiago
Antes de preguntarnos adónde va la historia
que hacemos los historiadores habría que pararse a dilucidar de dónde viene[1].
Más allá y más acá de las grandes escuelas
historiográficas del siglo XX,
nos cuesta reconocer lo qué tuvimos o tenemos en común historiadores de países
y especialidades históricas tan dispares, especialmente en tiempos de
fragmentaciones e incertidumbres como los presentes.
La actual crisis de identidad de la historia
hace, pues, imprescindible un balance finisecular: urge recomponer el acervo
común de los historiadores, valorando los éxitos y, sobre todo, los fracasos
colectivos, con el fin de comprender el aparente callejón sin salida en que nos
encontramos, y de entrar en el siglo XXI rearmados moral y científicamente. En
resumen, hay que aplicar el método de la historia a la propia escritura de la
historia, tarea sorprendentemente
inusual, y hasta marginal, en el quehacer de los historiadores hasta hace bien
poco.
La falta de estudios, reflexiones y debates,
sobre historiografía, metodología y teoría de la historia, es precisamente una
de las características del viejo, y hoy
cuestionado, paradigma común que contribuyen a explicar tanto las dificultades
que tenemos para su explicitación retrospectiva como su reciente caída
irreversible. Convertir a los historiadores y sus obras, a las corrientes
historiográficas y sus crisis, a los valores y las prácticas de la profesión,
en objeto de investigación científica (y de debate), esto es, sabiendo que lo
qué se dice no siempre coincide con lo qué se es y con lo qué se hace, contextualizando
nuestra problemática, es una necesidad que empieza a tener adecuado reflejo en
congresos, revistas y libros, síntoma de una creciente toma de conciencia de
los historiadores acerca del punto crítico en que nos encontramos.
De la historia de la ciencia
a la historiografía
La escasa inteligibilidad de las creencias,
las prácticas y la evolución de la ciencia ha sido un problema general hasta
que se desarrolló la historia (y la sociología) de la ciencia, que rivaliza con
la filosofía de la ciencia en la redefinición del estatus epistemológico del
saber científico. La historia de las ciencias sociales y humanas en general, y
la historia de la historia en particular, dejarán de ser literatura accesoria
en la medida que asuman críticamente los avances de la historia de la ciencia,
que ha constatado hace ya bastante
tiempo como los científicos "son poco mejores que los legos en la materia
para caracterizar las bases establecidas de su campo, sus problemas y sus
métodos aceptados"[2].
La invisibilidad de los paradigmas
compartidos por los historiadores es, por tanto, un problema asimismo
compartido con las demás ciencias que Thomas S. Khun ha resuelto brillantemente definiendo el
concepto de paradigma y poniendo al descubierto el papel central de la
comunidad científica en la validadación
del conocimiento científico, cuyos paradigmas no son eternos sino que
mudan a través de rupturas revolucionarias, diferenciando -demasiado netamente-
los períodos de ciencia normal de los períodos de ciencia extraordinaria:
crisis, debate y sustitución de paradigmas.
La aplicación de los descubrimientos de Khun
a las ciencias sociales y humanas se infiere de sus propias deudas explicitadas
con la historia, la sociología, la psicología social y la epistemología[3],
a la hora de estudiar la ciencias naturales -el objeto principal de sus
análisis-, de la propia experiencia de la historia de la historiografía, y, en
definitiva, de la madurez como ciencia social adquirida por la historia a lo
largo de siglo XX: su propia expansión implica la existencia de un vigoroso
paradigma común.
Kuhn es un físico que deviene
historiador para tratar de comprender
las ciencias de la naturaleza: "Asombrado, me di cuenta de que la historia
podía serle útil al filósofo de la ciencia"[4];
presume de ser miembro de la Asociación Norteamericana de Historia y no de
Filosofía, y de que sus estudiantes desean ser historiadores y no filósofos[5].
Cuando menos debemos plantearnos devolver a la historia, con intereses, lo que
Kuhn aprendió de la historia. A sus críticos asegura Kuhn que ejerce de
historiador para saber epistemología[6];
obviamente, es un historiador de nuevo tipo que -inclusive respecto de la nueva
historia- no desprecia la teoría: considera está su meta final.
En un primer momento, la historia
copió de la física clásica, determinista, para ser considerada ciencia, dejando
atrás conceptos como el cambio y la subjetividad en el proceso de conocimiento;
ahora, la física aprende con Kuhn de la vieja historia (y también de Darwin)
que el desarrollo científico no es
acumulativo sino que avanza gracias a "rupturas
revolucionarias", se busca el
paralelismo con las revoluciones históricas para entender las revoluciones científicas,
episodios en los "que un antiguo paradigma
es reemplazado, completamente o en parte, por otro nuevo e
incompatible"[7],
y se toma muy en consideración el papel de la mentalidad colectiva en el
comportamiento de las comunidades científicas, tanto en los períodos
acumulativos de ciencia normal como en tiempos de crisis y muda de paradigmas.
Con todo, las influencias externas de los factores sociales y culturales en el
devenir de las comunidades científicas (notorias en el caso de las ciencias
sociales y humanas) son por regla general desatendidas, aunque no negadas, por
Kuhn en sus trabajos, concluyendo que la evolución de las ciencias
desarrolladas se da con "relativa independencia del medio social"[8].
Su gran contribución es poner de relieve el rol de las comunidades científicas,
por un lado, y de las revoluciones
paradigmáticas, por el otro, el contexto
y la sincronía debemos añadirlos nosotros, los historiadores generales de la
sociedad y de la mentalidad.
Para reconstruir una historia de
la ciencia que no sea lineal ni acumulativa,
Kuhn se sirve de un concepto narrativo de la historia, pero rechaza la
mera crónica y resalta su naturaleza explicativa ("mostrar no únicamente
hechos sino también las conexiones que hay entre ellos"), incluso no
descarta la existencia de leyes de
conducta social aplicables a la historia, aunque éstas "no son esenciales
para su capacidad explicativa"; a diferencia de la física que cuando se
empieza a escribir ya se acabó el proceso de investigación, para la historia
-según Kuhn- es fundamental el momento
de la narración, que forma parte de la investigación[9].
Sin embargo, el paradigma dominante, en los años 60 y 70, entre los
historiadores, no era el narrativo, sino el estructural-funcional, la
innovación que propone Kuhn subvierte, pues, tanto al concepto establecido de
historia como al concepto de ciencia en general. Por supuesto, no cabe
confundir la historia narrativa con ambiciones explicativas y epistemológicas
de Kuhn con el conocido enfoque positivista de "examinar textos, extraer
de ellos los hechos pertinentes, y relatarlos con gracia literaria, más o menos
en orden cronológico", idea decrépita de la historia que "no tomaba
muy en serio" nuestro historiador de la
ciencia[10].
Conque la historia narrativa-explicativa de Kuhn pertenece más al futuro que al
pasado de nuestra disciplina, y viene a confluir con los esfuerzos de otros
filósofos (Ricoeur) e historiadores (Lefebvre, Topolsky) por dar a luz una
nueva historia narrativa.
Nociones de paradigma
La palabra paradigma tiene un doble sentido
para Kuhn, el específico de ejemplo y otro más genérico -y original- que se
refiere a los compromisos compartidos por una comunidad científica dada[11].
Se ha ido imponiendo la segunda acepción sobre la significación primigia y
literal que asimila paradigma a modelo y ejemplo (como las conjugaciones
estandar de los verbos regulares). El intento del propio autor, en 1969, de
sustituir el sentido amplio de paradigma por la noción de matriz disciplinar[12],
para evitar confusiones y recoger el carácter plural de los elementos teóricos,
metodológicos y normativos que gozan del consenso de los especialistas, no ha tenido éxito porque lo
revolucionario de la aportación de Kuhn está precisamente en la amplitud con
que aplica el término paradigma, a la vez matriz disciplinar y referencia
ejemplar. Lo más claro es singularizar con el adjetivo "común" el paradigma
plural -los paradigmas compartidos- que asume, más o menos explícitamente, la
mayoría de los miembros de una especialidad profesional, científica.
Se sobreentiende entonces que el paradigma
común, general, de una comunidad
científica contiene por su parte paradigmas particulares relacionados entre sí,
siendo muy importantes los modelos-ejemplares, realizaciones científicas que
ofrecen soluciones a problemas concretos y que son aceptados universalmente
(como el péndulo de Foucault para demostrar el movimiento de la tierra); los
paradigmas-ejemplos actúan por semejanza y emulación, y son fundamentales en la
enseñanza de una disciplina y en la iniciación a la investigación. Los modelos
ejemplares compartidos en historia vienen a ser las obras clásicas de cada
disciplina, subdisciplina o temática, si bien tendrían menos importancia que la
resolución de problemas-tipo en física, por ser más abundantes entre los
historiadores profesionales las reglas
compartidas[13].
En todos los casos, "es la posesión de un paradigma común lo que
constituye a un grupo de personas en una comunidad científica, grupo que de otro
modo estaría formado por miembros inconexos"[14].
Como cada científico no puede construir su
campo de actuación desde los cimientos: sin paradigmas consensuados no
hay verdaderamente ciencia como obra colectiva. El uso del concepto de
paradigma según Kuhn se está generalizando en los últimos años del siglo, en
las ciencias naturales y sociales, en
los ambientes académicos y también en el lenguaje culto de algunos medios de
comunicación.
Una comunidad científica está constituída por
aquellos profesionales que práctican una especialidad, han recibido parecida
educación y leído los mismos libros, enseñan colegiadamente a sus sucesores,
mantienen cierta comunicación interna a través de sociedades, congresos,
revistas y otras vías menos formales, sobre la base de una relativa -por su
diversidad- pero efectiva unanimidad de juicios sobre el oficio[15].
Para Kuhn los miembros de una comunidad científica determinada proporcionan
"el único auditorio y el único juez a los trabajos de dicha comunidad"[16].
Los paradigmas compartidos lo son de forma más tácita que explícita, más
práctica que teórica; no están especificados con toda precisión ni, por
descontado, exentos de desacuerdos y conflictos internos; se trata de creencias
aceptadas (su estabilidad nos faculta para hablar de valores) que permiten a
los miembros de la comunidad seleccionar, evaluar, criticar e interpretar; sus
elementos provienen tanto de la teoría como de la práctica, de la propia disciplina como de otras, del
conocimiento científico como del conocimiento corriente, etc[17].
Estos valores comunes a toda una especialidad científica no son idénticos de
una comunidad a otra, de una época a otra[18],
tienen su propia especificidad e historia
que hay que examinar a fin de superar el síndrome académico del
compartimento: la ilusión etnocéntrica -cuando no egocéntrica- de que no hay
nada más allá de la torre de marfil de la escuela, del área de conocimiento, de
la línea o del grupo de investigación,
del "yo" particular, como si fuera del propio -y seguro- ámbito de
actuación todo fuese discrepancia, confusión, eclécticismo... El reconocimiento
explícito de la existencia de activos paradigmas compartidos que son fueron -y
en algún sentido aún son-, objetivamente, más importantes que la pertenencia a
una determinada escuela, especialidad, tradición nacional, filosofía o ideología política, es hoy un ejercicio de
modestia, intelectual y científica, que tenemos de practicar los historiadores.
Las comunidadades científicas no están
aisladas entre sí, mantienen relaciones de inclusión e interdependencia: los
historiadores contemporáneos se consideran parte de los científicos sociales, y
éstos a su vez de los científicos en general (comandados por las ciencias de la
naturaleza). El paradigma imperante en
las ciencias naturales condiciona el paradigma de las ciencias sociales
y humanas, que a su vez sobredetermina el paradigma común de los historiadores.
Las líneas de influencia actúan también -cada vez más- en sentido contrario (la historia y la física: Kuhn, por ejemplo).
La existencia de un paradigma común no
implica, ordinariamente, una teoría
común. Sobre las teorías dice Kuhn: "tales construciones tradicionales
son, a la vez, demasiado ricas y demasiado pobres para representar lo que los
científicos tienen in mente cuando hablan de su adhesión a una teoría
particular"[19];
y, además. pocas ciencias sociales disponen de una teoría bien articulada y
ampliamente aceptada[20].
La teoría marxista de la historia ha sido, sin duda, la más admitida entre los
historiadores del siglo XX, pero sería excesivo, y faltar a la verdad,
considerarla la teoría común de algo tan amplio como los Annales, el materialismo histórico y el
neopositivismo, las tres tradiciones que han convergido en la segunda posguerra
para formar nuestro paradigma común diverso y plural.
Los valores pueden ser compartidos por
hombres que difieren en su aplicación;
el paradigma común comporta una grado de tolerancia hacia la desviación individual y colectiva[21]; la coincidencia en aspectos principales de
cómo entender el oficio no es, por consiguiente, lo mismo que la identidad de
criterios[22];
en suma, la diversidad es la norma y no la excepción de un paradigma científico
realmente operativo, porque la ciencia normal no es una empresa única,
monolítica y unificada: "viendo
todos los campos al mismo tiempo, parece más bien una estructura
desvencijada con muy poca coherencia entre sus diversas partes"[23].
Esta flexibilidad paradigmática no es un invento de Kuhn, resulta de cualquier
aproximación sociológico-histórica a las comunidades científicas reales, las
cuales no se rigen tanto por reglas y
teorías rígidas como por paradigmas compartidos que, ciertamente, han de
guardar el grado de coherencia y compatibilidad suficientes como para
garantizar un marco común y eficaz de trabajo, que asegure que las inevitables
polémicas no efectarán a la práctica en períodos de ciencia normal[24].
La historia y la sociología de la ciencia han echado abajo, en consecuencia,
esa falsa y simplificadora alternativa, tan corriente, de rigidez teórica o
eclecticismo vulgar. Bien entendido que la unidad, flexibilidad y diversidad
detectadas no significan debilidad: no hay más que ver lo mucho que les cuesta
a los científicos abandonar sus creencias paradigmáticas. Resumiendo, la
existencia de un paradigma común no presupone una única lectura: "puede,
por consiguiente, determinar simultáneamente varias tradiciones de ciencia
normal que, sin ser coextensivas, coinciden"[25].
Comprenderlo es aprender a pensar de otra manera, es dejar de engañarnos a
nosotros mismos, es rebasar una extendida "falsa conciencia" sobre cómo
funciona verderamente nuestra disciplina.
Nuestro territorio común
El contenido complejo de unidad-pluralidad de
la noción de paradigma, ¿cómo se aplica a la historia? Si consultamos las
memorias de las oposiciones a profesores numerarios encontraremos, usualmente,
referencias conjuntas tanto a la escuela de Annales
como al materialismo histórico -con la oportuna muestra de respeto positivista
por las fuentes-, citas rituales a significativos autores y obras, pretendiendo
con frecuencia el concursante cierta diversidad que satisfaga al previsible
variado tribunal fruto del sorteo correspondiente. Una manera, pues, de acceder
al paradigma común de los historiadores
son estos proyectos docentes. Pero el enseñante fue antes enseñado y aprendió
los fundamentos de la disciplina en libros de texto[26],
clases magistrales, lecturas obligatorias, seminarios, clases prácticas.
Vocabulario de la disciplina, frases del tipo "la función del historiador
no es juzgar los hechos históricos", reconocimiento de los profesionales
más aceptados y de las investigaciones y síntesis consideradas maestras,
calificación negativa o positiva de una interpretación, tema o método de investigación: todo ello se
aprende en la facultades de historia, dentro
y fuera de las aulas. El paradigma subyacente se refleja en los
programas de las asignaturas y en sus manuales de apoyo: todos bastante
parecidos. Los profesores difunden y defienden en las clases el paradigma establecido, aún en tiempos de crisis, más
allá incluso de su opinión personal , que si acaso se refleja más en la
originalidad sus trabajos de investigación, y ello no siempre. Las múltiples
traduciones de obras de síntesis y de estudios monográficos (mayoritariamente
del francés y del inglés) han unificado a lo largo de los años el territorio común, nacional e internacional,
de los historiadores alrededor (pero no sólo) de las principales escuelas y
tradiciones. Con los escasos pero cruciales artículos o libros que tratan
de historiografía, metodología y teoría de
la historia (la filosofía de la historia viene siendo, a pesar de todo, más
dedicación de filósofos que de historiadores), como la Apologie pour l'Histoire ou Métier d'historien
de Marc Bloch (París, 1949) o What is
history? de Edward H. Carr (Londres, 1961), reeditados una y otra
vez en los idiomas principales de Occidente, se completan los mecanismos de
homogenización y difusión del paradigma común de los historiadores del siglo
XX, que, insistimos, es dado a conocer más a
través de sus realizaciones
prácticas que teóricamente, lo cual dificulta sobremanera su identificación
pero no así su eficacia ejemplarizante y homologadora.
En los manuales de historia dirigidos a los
estudiantes, y demás libros-síntesis de
historia, el paradigma común está implícito, se muestra en ellos la obra final
no las herramientas utilizadas, porque no se habla de conceptos, métodos y
valores historiográficos, por consiguiente no suele haber referencias a las
revoluciones historiográficas, ¿con el objetivo de que la historia de la historia parezca lineal-acumulativa, como
denuncia Kuhn para las ciencias
naturales?[27]
Si bien la historía del siglo XX participa del paradigma ilustrado de una
ciencia acumulativa que progresa linealmente, los textos de reflexión
historiográfica tienden a lo contrario: destacan los cortes historiográficos y
disimulan el hilo conductor, la
continuidad sea diacrónica sea sincrónica entre las diferentes escuelas, la
existencia en definitiva de un patrimonio común[28].
De ahí la falta de precedentes, y las dificultades con que nos encontramos,
para la reconstrucción que queremos -sobre nuevas bases- de un activo
largamente compartido, lo que denominamos usualmente como la ciencia de la historia, la historia científica, la historia como ciencia social, el
paradigma establecido en los medios profesionales y académicos de los países
occidentales desde mediados del siglo XX, que, dentro de cinco años, será ya el
paradigma común de los historiadores del "siglo pasado".
La revolución
historiográfica del siglo XX
La revolución historiográfica del siglo XX
derrocó, en buena medida, de su pedestal a la historia heredada del siglo XIX:
narrativa, acontecimental, política, biográfica; positivista, descriptiva, historizante; historia desde
arriba, superficial, se dijo. Impuso cierta hegemonía conjunta de la escuela de
Annales y del materialismo
histórico[29],
marginando pero no eliminando a la vieja historia[30].
Estableció un paradigma común y diverso que participaba, no siempre
conscientemente, y sacaba su fuerza e inspiración filosófica, de un concepto
objetivista de la ciencia, relanzado en esa época, lo cual facilitó a su vez la
continuidad directa[31]
y, más aún, indirecta del positivismo, influencia difusa y ciertamente ambigua
pero mucho más aceptada en la práctica por los nuevos historiadores de lo que
parece y, sobre todo, de lo que se dice[32].
¿Cómo se explica si no la facilidad con que han retornado en la última década
los géneros historiográficos tradicionales? El empirismo no es sólo una peculiaridad
anglosajona, es una tendencia general de la ciencia histórica, si lo
contrastamos con la preocupación por la teoría de la sociología (desde Comte
hasta los sociólogos históricos pasando por Weber), la antropología (Claude
Lévi-Strauss) o incluso la psicología (Jean Piaget). El desinterés
hacia la teoría y la preferencia por la
inducción no es tampoco una particularidad de Annales[33]
(causa pero también efecto de una revolución paradigmática que encontró
obstáculos en su camino), sino un mínimo denominador común de los historiadores
de profesión[34].
Sin reconocer este trasfondo positivista, inductivista y objetivista, no
entenderíamos bien los fracasos y las limitaciones del paradigma conjunto Annales-marxismo y no valoraríamos
justamente sus éxitos. Además, ¿no forman parte el positivismo, el materialismo
histórico y la escuela de Annales,
de un mismo proyecto progresista de la historia que empieza con la
Ilustración? Es la contigüidad de los tres paradigmas lo que ha
facilitado que funcionen como vasos comunicantes (y sus diferencias lo que ha
posibilitado el trasvase de valores, hasta una situación de equilibrio).
Lo que a fin de siglo contemplamos justamente
sólo como una victoria más bien parcial del primer gran paradigma común de los
historiadores, constituídos en comunidad científica[35],
fue en realidad un paso de gigante respecto a la situación precedente,
decimonónica, cuando rivalizan sin ponerse de acuerdo historiográficamente el
positivismo y el romanticismo nacionalista, el materialismo y el idealismo, los aficionados y los primeros
profesionales de la historia[36].
Tiraríamos piedras contra nuestro tejado
si no valoráramos la revolución científica que supuso el auge de la nueva
historia[37].
A partir del fin de la II Guerra Mundial, la historia alcanzó su mayoría de
edad como disciplina académica, concluyó su proceso de profesionalización, se
sitúo entre las ciencias sociales en un lugar preeminente, ganó un extraordinario reconocimiento público
a caballo del optimismo de la época hacia el progreso técnológico y económico y
la transformación social subsiguiente, liberó
grandes energías que hicieron crecer -hasta el día de hoy- la
investigación histórica sobre la base de una alta valoración de la innovación
temática y metodológica. Se puede decir incluso que la nueva historia que hemos
practicado, si hoy agoniza, es por el éxito alcanzado. Su herencia es
incalculable. No sabemos que sería más grave: dilapidar el patrimonio heredado
haciendo tabla rasa, o negar como avestruces la crisis irreversible del
paradigma común de la historiografía del siglo XX. Estamos convencido de que ambos riesgos son
evitables si nos habituamos a pensar de manera renovada, esto es, compleja.
Hegemonía conjunta y
limitada
De suerte que el paradigma común plural de
los historiadores de la segunda mitad del siglo XX tiene tres componentes,
simultanea y relativamente, paradigmas rivales: escuela de Annales, marxismo y neopositivismo[38].
La hegemonía conjunta de Annales
y el materialismo histórico, siendo cierta[39],
hay que naturalmente relativizarla bastante, ocupa el centro del escenario,
pero no todo el escenario, su mediatización por un empirismo superviviente,
amoldado magníficamente a las nuevas circunstancias, contradice de tal modo las
intenciones antipositivistas de las dos grandes escuelas tendencialmente
dominantes en el mundo, que sería un craso error no considerar su presencia, no
siempre en la retaguardia de la profesión. Los valores compartidos en cuanto a
novedades temáticas, metodológicas y teóricas son proveídos por Annales y el marxismo, por este orden; la
contribución neopositivista tiene más que ver con el concepto general vigente
de ciencia histórica y con el enorme prestigio que siguió teniendo el empirismo
en la práctica docente e investigadora de todos los historiadores. El
positivismo forma parte del consenso historiográfico actual gracias a esa parte
inductivista que existe en todos nosotros y que nos lleva a decir, verbigracia,
que lo que hay son "buenos y malos" historiadores. El propio concepto de
paradigma común que usamos nos remite más a la práctica de la profesión que a
su teoría, y en ese terreno es difícil prescindir de la dosis habitual de positivismo que, concentrado en
técnicas y métodos, lo hemos visto, se adapta flexiblemente a paradigmas y
teorías diversos, justamente por su desdén por los compromisos paradigmáticos y
las teorías.
Los maestros de los jóvenes historiadores de
los años 60 (y de los años 70 en España y en otros países) fueron historiadores
tradicionales y positivistas que inculcaron en sus discípulos, y éstos a los
suyos (a la manera de antiquísima reprodución jerárquica del saber académico)
el gusto por la erudición, la creencia
en la imparcialidad del historiador, el recelo hacia las teorías y filosofías
de la historia[40].
Todavía hoy, ¿cuántas veces oímos en las lecturas de tesis a miembros del tribunal de filiación annaliste, e incluso marxista, criticar al
doctorando por carencias en las fuentes y la bibliografía utilizadas, exigiendo
erudición por encima incluso de originalidad y innovación, interpretación e
historia-problema, con lo cual se deforma el significado verdadero de una
"tesis"? La aportación del positivismo al paradigma historiográfico
del siglo XX está en el interés por los archivos y las llamadas ciencias auxiliares de la historia[41];
por las fuentes y la crítica de las fuentes; por los datos y los hechos; por
los casos y el análisis; por las técnicas y la especialización; y, además, el
positivismo ha conferido legitimación académica a la nueva historia. No sólo el marxismo, también Annales tiene un origen marginal respecto
del poder universitario, ¿habrían podido
trasformarse ambos movimientos en escuelas hegemónicas en las universidades de
muchos países sin la colaboración tácita
de los sectores tradicionales del establecimiento académico? El academicismo,
la pertenencia a la corporación universitaria
supone actitudes, jerarquías y rituales, que son parte de los valores
compartidos por los historiadores[42],
más allá de escuelas e incluso ideologías[43].
El equilibrio paradigmático entre las tres
corrientes historiográficas citadas implica influencias, reconocimientos y
concesiones mutuas que raramente se
explicitan. Pero son normales, hasta los años 70, manifestaciones favorables de
los historiadores de Annales
hacia el materialismo histórico[44],
y de marxistas franceses[45]
e ingleses[46]
hacia Annales. De hecho ambas
escuelas se muestran en esos tiempos compatibles[47]
y complementarias. Annales por ejemplo se ha interesado más por la
metodología, las estructuras y la historia medieval y moderna, y el materialismo histórico por la teoría,
las revoluciones y la historia contemporánea. Annales
ha influído mayormente en los países del sur de Europa y la historiografía
marxista en el norte[48].
El lazo más sólido entre los historiadores de ambas tendencias es, sin duda
alguna, la oposición frontal a la vieja historia, positivista y conservadora[49].
La concesión mayor de los historiadores empiristas, que admitieron el
predominio público de las grandes escuelas
sin dejar de practicar una historia clásica y erudita (habiendo cambiado
muchos de ellos, eso sí, la historia política y acontecimental por la historia
económica y social), es no arremeter contra el marxismo, cosa que sin embargo
si han hecho lo filósofos
neopositivistas como Popper.
La interconexión de los tres
paradigmas-tradiciones entraña que, como el todo está en cada parte, cada uno
de ellos interioriza, adapta y representa, a su modo, el paradigma común. Ahora bien, es obligado advertir la mayor
contribución de la escuela de Annales
al acervo común de los historiadores
occidentales de los años 50 y 60[50],
que corresponden con la generación de los segundos Annales, liderada por Fernand Braudel, que culmina los
esfuerzos de innovación y rupturas de Marc Bloch y Lucien Febvre, en el
período entreguerras, con la historia tradicional. Francia va a ser el centro
de la revolución historiográfica del siglo XX por la radicalidad, para bien y
para mal[51],
sin parangón en otros países, con que combate y arrincona a la vieja historia historizante[52].
Ni siquiera nuestra historiografía marxista fue tan dura y neta a la hora de
cambiar paradigmas: siguió cultivando y/o aceptando, por ejemplo, una historia
política que Annales negaba por
principio[53].
La centralidad de Annales (a
través de sus enfoques innovadores) en el paradigma historiográfico dominante
facilita y vertebra la diversidad de éste, desde el neopositivismo al marxismo
estructural. Con todo, en cada país la convergencia historiografíca se produjo
de forma distinta: en Gran Bretaña el rol vertebrador de la nueva historia
acabó por corresponder a la nueva
historiografía marxista.
Pierre Vilar decía, en 1967, que después de
cincuenta años de rechazo "la investigación histórica va en el sentido en
que Marx la había encauzado", gracias a los historiadores como
Labrousse y otros, imbuidos por el
pensamiento de Marx aunque no siempre lo proclamen[54].
¿Se puede generalizar este marxismo
tácito a toda la escuela de los primeros y, sobre todo, de los segundos Annales?
La respuesta es sí en el sentido de que
los nuevos historiadores franceses consideran -la mayoría lo siguen sosteniendo
hoy- que han asumido las enseñanzas científicamente válidas del materialismo
histórico. Es un lugar común entre los historiadores contemporáneos, incluso
entre algunos tenidos por conservadores, admitir la contribución del
materialismo histórico a la construcción de la historia científica sin por ello
considerarse políticamente marxistas. Es la prueba más evidente del componente
marxista del paradigma común. El prestigio profesional de los historiadores
marxistas corrobora el sentimiento general de estar en el mismo barco, aunque
se investigue sobre distintos temas y
con enfoques a menudo matizadamente
diversos. La admisión del materialismo histórico en la academia
historiográfica, donde ocupó y ocupa posiciones de poder en absoluto
desdeñables (lo que obliga a tenerlo en cuenta científicamente), subraya la
autonomía de la ciencia respecto de la política[55].
La pura verdad es que gran parte de la
difusión de los conceptos marxistas alcanzada en nuestras universidades es
indirecta, consecuencia de la
coparticipación de la teoría y la práctica materialista de la historia en el
paradigma común de las ciencias sociales
y humanas; en contrapartida, el marxismo confiere credibilidad progresista al
conjunto hegemónico, del mismo modo que Annales
proporciona el prestigio de la renovación y los historiadores positivistas la
imagen académica, sobre todo en el momento de acceder al establishment los nuevos historiadores de
la economía y de la sociedad, en los años 60 y 70.
La historiografía española se caracteriza por
no haber desarrollado una escuela
propia, y por una recepción tardía[56]
de la renovación historiografíca del siglo XX a causa del paréntesis franquista
y de la consabida inercia académica, es por ello nuestro país una excelente
ilustración del triple origen del paradima común implantado en los años 60 y
70, entre una y dos décadas después que Francia. A lo largo de 1975 un grupo de
historiadores jóvenes, y menos jóvenes, escriben sobre la situación y
perspectivas de la historia, en el Boletín Informativo
de la Fundación Juan March, delimitando claramente las tres
contribuciones que protagonizan, por activa o por pasiva, la renovación
historiográfica[57]:
Annales (Antonio Eiras Roel, José
Ángel García de Cortázar), marxismo
(Juan José Carreras, Antonio Elorza) e historiadores tradicionales (Luis
Suárez, José María Jover) que, en los textos que aportan[58],
muestran cierto respeto y apertura hacia las dos corrientes internacionales de
vanguardia . Con el paso de los años, a pesar de la crisis del marxismo, el
materialismo histórico ha mantenido su influencia en el campo de la historia,
al contrario de lo que sucedió con sociólogos, filósofos, economistas y
politicólogos: "los historiadores siguen por lo general considerando las
tesis principales del materialismo histórico como una buena herramienta
metodológica"[59].
Dicho en España -en 1991- por un
filósofo, parece excesiva esta afirmación en términos absolutos pero si es
verdadera[60]
comparativamente, cabe preguntarse el porqué. La continuidad hasta el presente
del mentado pardigma común tripartito como referencia historiográfica básica, a
pesar de la fragmentación y crisis de la disciplina, es una parte esencial de
la respuesta.
Mientras el epicentro renovador francés se
consolida, en la década que sigue a la II Guerra Mundial[61],
en el mundo anglosajón, y concretamente en Inglaterra sigue campando por sus
respetos la vieja historia política[62].
Hasta los años 60 y 70 no se estabiliza, frente al positivismo dominante (que
inclusive se agudiza desde 1900) y con la ayuda de Annales, una historia social
de orientación marxista[63],
si bien Peter Burke -en 1984- reconoce que todavía, a pesar del ascenso de la
nueva historia económica, social y cultural, la historia política es el sector
"más densamente poblado", comenzando a integrarse en la nueva
historia al desarrollar precozmente una historia social de la política, una
nueva historia política[64].
Habrá que esperar hasta finales de los años 70 para ver como la historia social
anglosajona irradia su influjo internacional, al relevar al marxismo
(estructuralista) en decadencia en
Francia y en los países latinos[65].
El problema de los años 80 es la creciente debilidad del paradigma común,
contestado interna (incremento multilateral de la rivalidad entre los tres
componentes) y externamente, en este contexto, el fruto brillante (verbigracia,
las obras de Thompson) pero tardío[66]
de la historiografía marxista anglosajona no pudo imponerse y suplir el reflujo
de la influencia de Annales
(que también acabó afectándole[67]),
y menos en el ambiente desfavorable de los años 80 (neoconservadurismo,
retroceso de las humanidades). La historia social inglesa, y norteamericana,
maduró demasiado tarde para el viejo paradigma del siglo XX (en cuyo seno se
desarrolló), y demasiado pronto para
enlazar con el nuevo paradigma hoy en formación. El retraso, y tal vez la
moderación, en la ruptura con la historia tradicional ayudan a entender que la
historia social angloamericana no fuera capaz de ofrecer nuevas y estables
soluciones a los problemas finiseculares, recomponiendo el paradigma común.
Al igual que Annales,
sufre la historia social anglosajona (sobre todo Past and Present), desde finales de los años 70, las
preceptivas críticas cruzadas, también desde el marxismo: por perder el
espíritu innovador, mostrándose conservadora ante la historia de la familia, la
historia de las mujeres, la historia oral...[68]; por abandonar la historia política[69],
los enfoques cualitativos y la historia-problema[70];
por ser débiles ante la tradición whig
de la historiografía británica, moralista liberal y positivista[71]. Tomando en consideranción éstas y otras
críticas, a los movimientos que han nucleado tanto Past and Present como Annales,
en total al paradigma común, y con pretensiones siempre constructivas, hemos
esbozado ya en otro lugar nuestra alternativa[72].
Escisión objeto/sujeto
La revolución historiográfica del siglo XX se
planteó -y ciertamente lo logró, ya veremos a que precio- que la historia fuese
admitida entre las ciencias sociales, que al mismo tiempo, desde Comte y pese a
Kant, sacaban su cientificidad de las ciencias
naturales, bajo el viejo criterio de la unidad del método científico.
Este esfuerzo por la homologación científica de la historia con la sociología,
la economía y demás nuevas ciencias sociales, encontró feroces resistencias de
filósofos y pensadores que querían representar a las nuevas disciplinas, desde
Karl R. Popper[73]
hasta Claude Lévi-Strauss[74]
pasando por Jean Piaget[75],
que los nuevos historiadores conjuraron
tratando de parecerse lo más
posible a las ciencias sociales y, en último término, a las añejas
ciencias naturales, potenciando una "imparcialidad" objetivista y
centrando las escasas reflexiones en la metodología, campo de juego preferido
del positivismo. Se perdió así la ocasión de representar "un correctivo
benéfico frente al provincialismo regional, temporal y objetivo de la
investigación social dominante"[76].
Paradójicamente, Kuhn tiene que aplicar
la historia para "despositivizar" la filosofía de las ciencias naturales, propiciando de este modo un cambio
de paradigmas que ha llegado a las ciencias sociales y a la propia historia, al
menos tal es nuestra intención.
En el camino que va del inductivismo ingenuo
de Newton y Galileo a la ciencia positiva de Augusto Comte, hemos dejado atrás
la teología y la metafísica, la superstición y el dogmatismo, como formas de
conocer "auténticamente" el mundo objetivo, aquello que existe fuera de
nosotros mismos. No es poca cosa. Para lograr esta meta prioritaria, la ciencia
moderna e ilustrada -antes de convertirse a su vez en dogmatismo laico,
cientifista[77]-,
para conocer los hechos "tal como sucedieron" -diría el gran maestro
de los historiadores positivistas, Ranke- sin acudir a lo sobrenatural, ha
eliminado de un modo u otro el sujeto, y no sólo el sujeto transcendente,
también el sujeto humano. A los científicos de los siglos XVII-XIX sería
anacrónico pedirles más: la ciencia tenía que pasar por su fase objetivista
depuradora. Ahora bien, ¿no se ha prolongado demasiado este concepto
tradicional de ciencia a lo largo del siglo XX? ¿No es absurdo que la historia
siga fiel -o infiel según se mire- al concepto mecanicista y positivista de la
ciencia a finales del siglo XX?
La ciencia occidental al afirmar que los
objetos (inmutables, autosuficientes) existen
independientemente del sujeto (que perturba e induce a error), hizo
posible la observación de la naturaleza y su explicación mediante la
experimentación y la verificación, dió lugar a avances colosales del
conocimiento humano. El divorcio
cartesiano entre el saber objetivo y el saber subjetivo genera dos maneras, en
su momento irreconciliables, de pensar la modernidad: materialismo pasivo e
idealismo activo. Sabemos que el objeto y el sujeto son indisociables, pero la
ciencia racionalista nos obliga a separar y eligir: o bien ciencia objetivista,
o bien filosofía subjetivista (en
historiografía, romanticismo en el siglo XIX y
presentismo en el siglo XX). Pensar juntamente objeto y sujeto requiere
un giro de 180º en nuestro concepto de ciencia. Esto es, una radical puesta al
día que mire a la nueva física, pero que también deshaga el camino andado y
vuelva a reflexionar sobre las tesis de Marx sobre Feuerbach, donde se critica
el materialismo "que sólo concibe el objeto, la realidad, la sensorialidad,
bajo la forma de objeto o de contemplación, pero no como actividad sensorial humana, como práctica, no de un modo subjetivo. De aquí
que el lado activo fuese
desarrollado por el idealismo , por oposición al materialismo, pero sólo de un
modo abstracto"[78].
El énfasis en lo subjetivo del materialismo
histórico, entendido como filosofía de la praxis, contrasta con el postulado
objetivista del mismo Marx que dice que "el ser social determina la
conciencia", lo que lleva a un filósofo popperiano a situar a Marx,
después de Popper y Lakatos, en un apartado sobre el objetivismo de la ciencia[79].
Puede sonar extraño, toda vez que conocemos las motivaciones antimarxistas de
Popper, pero no lo es tanto si caemos en
cuenta que ambos son consecuencia diversa de una misma tradición científica, la
diferencia está en que el autor de la Miseria
del historicismo no vacila, no permite una doble lectura como
Marx, y así escribe consecuentemente, en
1979: "El conocimiento en sentido objetivo es un conocimiento sin
conocedor; es conocimiento sin sujeto cognoscente"[80].
En 1973, era Lévi-Strauss quien aseguraba que las ciencias sociales y humanas,
si "son verdaderamente ciencias", deben mantener el dualismo del
observador y su objeto, postulado por las ciencias exactas y naturales, recalca
el máximo teórico y difusor del estructuralismo[81],
ajeno a las consecuencias epistemológicas para las ciencias sociales de los
descubrimientos contemporáneos en física y en biología. Estamos ante una de
esas anomalías de Kuhn -ejemplos en contrario- con que se encuentra el
paradigma dominante, sin que por el momento haga demasiada mella en sus
valedores[82].
Comprobamos, pues, la sorprendente vigencia del objetivismo del paradigma
naturalista en los años 70, cuando el paradigma compartido por los nuevos historiadores estaba en su plenitud.
En 1977, Kuhn se pregunta, y nosotros con él: "cómo es que los filósofos
de la ciencia han descuidado durante tanto tiempo los elementos
subjetivos"[83].
La verdad es que en la segunda mitad del siglo XX, antes de Kuhn, en filosofía
de la ciencia el paradigma era Popper y sus epígonos -desde La sociedad abierta y sus enemigos
(1945)-, y en ciencias sociales se impuso el objetivismo estructuralista; si ha
ello unimos el peso del economicismo marxista, potente en la segunda posguerra,
tenemos una buena explicación de por qué perduró tanto tiempo el objetivismo de la ciencia propio del siglo XIX, con todas
las matizaciones que se quieran, concretamente en la disciplina de la historia,
condicionada por un empirismo latente de origen decimonónico en mayor grado que
las nuevas ciencias sociales.
Otras características de este paradigma
científico objetivista activo en la posguerra, que sobredeterminan asimismo el
bienintencionado paradigma historiográfico Annales-materialismo
histórico, son el sentido absoluto (no condicionado por un sujeto) de su noción
de verdad y el principio metodológico de la simplicidad.
La máquina determinista de Newton es
perfecta, está sujeta al orden absoluto, porque es obra de Dios; Kant
sustituirá al Dios absoluto por la Razón absoluta, pero el resultado es el
mismo: la verdad objetiva de la ciencia ilustrada es un atributo trascendente,
un objetivo utópico, en su totalidad está fuera del alcance del sujeto
congnoscente. Está dimensión idealista de la verdad científica ha contribuido
grandemente a arruinar la puesta en
práctica de un concepto paradigmático clave de Annales
y del marxismo: la historia total. Para
los depositarios de estas verdades absolutas, resulta lógicamente inconcebible
la existencia de un paradigma común, un lugar donde se comparten valores,
métodos, líneas de investigación y conceptos con escuelas rivales.
Este orden perfecto, objetivo y absoluto, hay
que hallarlo debajo de la apariencia desordenada de la realidad, a través una
metodología fundada en la simplificación[84].
No cabe dudar de la fecundidad del pensamiento científico que separa lo que
está ligado (disyunción) y unifica lo que es diverso (reducción), selecciona y
jerarquiza, clasifica y cosifica, una realidad que, conforme avanza, la propia
investigación empírica entrevé más compleja, relativa y global en su contenido.
El acto primigenio de la racionalización simplificadora de la ciencia moderna
ha sido, pues, la escisión objeto/sujeto. El éxito de los nuevos paradigmas
científicos dependerá, entre otras cosas, de su capacidad para superar la
metáfora que encierra dicho corte conceptual y concebir la realidad -también la
realidad histórica- como simultáneamente objetiva-subjetiva.
Sobredeterminación
Los condicionamientos objetivistas que los
paradigmas científicos predominantes han ejercido sobre sobre la nueva
historia, desde el viejo positivismo al estructuralismo de los años 60,
acabaron potenciando sus tendencias más economicistas y cuantitativistas, y
arrinconando gravemente la doble
dimensión subjetiva de la historia (el sujeto como agente histórico y el
historiador como sujeto epistémico) provocando, al filo del nuevo siglo, una
formidable crisis de identidad.
El marxismo influye contradictoriamente en el
paradigma común de los historiadores, sólo muy tardíamente en el sentido antes
citado de las tesis sobre Feuerbach. Los historiadores marxistas ingleses se
interesarán por el sujeto social (el cambio y las revoluciones que, por la
misma época, guiaron a Kuhn) y cultural (el materialismo cultural de Thompson)
a contracorriente -y como reacción- de una generalizada lectura objetivista del
marxismo cimentada en el positivismo evolucionista, primero, y en el
estructuralismo althusseriano, después.
Tom Bottomore considera al Círculo neopositivista
de Viena, que florece entre las dos guerras mundiales, y cuya labor continúa en
gran medida Popper en la segunda posguerra, como "la tendencia más
influyente de la filosofía de la ciencia del siglo XX", y explica como uno
de sus representantes más prominentes, Otto Neurath, anima un marxismo
positivista (que por lo demás flota en el ambiente) consistente en un simbiosis de sociología empírica,
ideología tecnocrática y evolucionismo "por etapas" que sirve de
apoyo teórico al revisionismo de la II Internacional[85]
y que nutre, asimismo, al estalinismo con su tosco determinismo y el
desarrollismo de los planes quinquenales[86].
La vía política vehicula el ascendiente,
desde fuera, de este marxismo empirista en los nuevos historiadores: es
conocida la militancia activa en los partidos comunistas de la posguerra, de la
mayoría del grupo fundador de Past and Present[87]
y de miembros prominentes de la escuela de Annales
(Friedmann, Furet, Le Roy Ladurie), o en los partidos socialistas (Labrousse,
incluso Febvre); el reconocimiento moral de los intelectuales hacia los
comunistas y la URSS por su aportación a la lucha contra el nazi-fascismo,
también cuenta para comprender este influjo "desde fuera". Frente al poder
político del marxismo positivista oficial poco pudo el marxismo crítico de la
escuela de Francfort, desarrollado asimismo en los años 20 y 30, y continuado
hasta hoy por Habermas. El optimismo económico y desarrollista de la posguerra
favorece, en último extemo, un marxismo triunfal (que se va extendiendo desde
el Elba hasta el Mar de China) que cree: en la determinación "en última
instancia" de la superestructura
por la base económica y tecnológica de
la sociedad; en una ideología reducida a "falsa conciencia", reflejo
distorsionado de la realidad
objetiva; en la necesidad inexorable que
conduce, etapa tras etapa, la humanidad hacia el comunismo pasando por el
esclavismo, el feudalismo, el capitalismo y el socialismo. En la práctica, más
allá de las citas rituales en los manuales, se olvida el Marx subjetivo (la
dialéctica; eso de que la historia la hacen los hombres; la lucha de clases).
No olvidemos que los sujetos políticamente activos más importante son, en ese
momento - y en cierto sentido eso dura hasta 1989-, los dos bloques
enfrentados: 1946-1956, la guerra fría; 1956-1963, la coexistencia pacífica.
Este es el contexto internacional, cuando se impone académicamente la nueva
historia.
Este marxismo sin sujeto se beneficia del
clima empiro-objetivista existente en
los ambientes científicos, en los años 40 y 50 -es el momento de la
ofensiva neopositivista en el campo de la filosofía de la ciencia-,
contrarrestando las aportaciones más
creativas de los historiadores marxistas al paradigma común que se generaliza
por esos años entre la comunidad de historiadores. Corresponderá al marxismo
estructural de Althusser en particular, y al estructuralismo en general, el
honor de acabar de separar, tajantemente, a la nueva historia del sujeto, en
los fundamentales años 60, con su determinismo
intransigente, un auténtico paroxismo del objeto.
La sustitución paradigmática del marxismo
positivista por el marxismo estructuralista fue, sea como sea, un relevo
necesario. El fin de la parte más dura de la guerra fría, que todo lo tapaba, la
desestalinización de Kruchev y la represión de la revuelta húngara, hacen del
año 1956 la fecha clave para comprender el desencanto político y anímico de los intelectuales
próximos al marxismo: urgía sustituir la creencia positivista en el
evolucionismo economicista por algo que
reavivase la fe y la esperanza. Louis Althusser se inspira en el
estructuralismo para, so pretexto de combatir el agotado positivismo y devolver
al marxismo su carácter de ciencia, trasmutar la determinación concreta del
dato empírico en la determinación abstracta de la estructura oculta: rebrota el
orden simple, perfectamente objetivo, bajo la apariencia compleja
("ideológica") de la realidad. Las estrategias son diferentes, pero
hay una base filosófica común entre el positivismo y el estructuralismo: el
objetivismo.
A diferencia del positivismo, el
estructuralismo es una filosofía de la ciencia que nace, se desarrolla y muere
(cuando el sujeto retorna en el 68) en el seno de las ciencias sociales y humanas.
Saussurre en lingüística, Lévi-Strauss en antropología, Lacan en psicoanális,
Althusser en marxismo, todos dicen lo mismo: el objeto de la ciencia es
descubrir la estructura subyacente y determinante (lenguaje, símbolos,
incosciente, modo de producción). Nadie prescindió tanto del sujeto como los
estructuralistas; el mayor antropólogo del siglo XX, Claude Lévi-Strauss, llega
a escribir lo siguiente: "creemos que el fin último de las ciencias
humanas no es constituir al hombre, sino disolverlo"[88].
La historia de los hombres es reemplazada por la historia de las estructuras,
"la temporalidad bascula hacia la espacialidad"[89]:
se impone la geohistoria y la larga duración de los segundos Annales[90].
Las partes más subjetivista -y también la
empirista en su dimensión historicista- del paradigma común de los
historiadores es agredida por el estructuralismo, que en último extremo niega
la historia, lo cual provoca respuestas. En 1967, latente ya el reflujo del
estructuralismo[91],
Pierre Vilar participa en una mesa redonda con los althusserianos, critica el
fondo antihistórico del estructuralismo pero de una manera tan moderada y sincrética que se demuestra así el arraigo
alcanzado por el paradigma estructuralista en los nuevos historiadores de
época; es Robert Paris y otros quienes defienden, más agresiva y
explícitamente, el sujeto humano de la historia, acusando al estructuralismo, calificado de discurso
academicista, de empobrecer la historia
reduciéndola a estructuras
inmóviles[92].
En los años 70, al estructuralismo le sucede el posestructuralismo, el marxismo
francés entra en decadencia, y a finales
de los años 70: sobreviene el relevo anglosajón. E. P. Thompson escribe un
libro muy combativo, The Poverty of Theory (1978), contra Althusser[93], y sus epígonos ingleses Hindess y Hirst (y
por elevación contra la revista New Left Review, editora de
Althusser), denunciando la esterilidad abstracta del estructuralismo, pero es
ya demasiado tarde, el estructuralismo marxista ya no es enemigo en los años 80[94],
y si me apuran tampoco el marxismo, al menos
si se compara con su influencia intelectual y política en las dos
décadas anteriores.
En los tiempos de los primeros Annales (1929-1945), el factor
virtualmente sobredeterminante es la influencia difusa y ambigua del viejo
positivismo[95]:
se lucha en Francia contra la historia episódica de Langlois y Seignobos,
basada en la servidumbre a los textos, y
contra la "ciencia pura" del positivismo, pero también se critica, en
un contexto más internacional, el presentismo de Croce y Collingwood que
exacerba el rol del sujeto-historiador y la metafísica cíclica de Spengler y
Toynbee[96];
batallas que, se quiera o no, son
continuación de las antes libradas por el positivismo (sobre todo alemán) en
favor de un método científico, crítico. Es por ello que en los fundadores de Annales encontraremos llamadas al
objetivismo metodológico[97],
junto con las conocidas posiciones relativistas, humanistas y subjetivistas[98],
todo ello muy propio de historiadores renovadores pero fieles al oficio:
enemigos tanto de la simplificación abstracta como de la reificación del
objeto-texto. Siempre es posible, en
consecuencia, una doble lectura de Annales:
objetivista (historia económica,
demografía histórica, monografías regionales, historia serial) o
subjetivista (historia de la mentalidades, historia humana, historia-problema,
pasado/presente/futuro); Bloch y Febvre mantuvieron cierto equilibrio en sus
obras entre la historia económico-social y la historia de las mentalidades (sin que desaparezca del todo el polo de la
temática tradicional: verbigracia, la biografía de Martín Lutero de Lucien
Febvre), pero conforme va ganando hegemonía la nueva escuela, se decanta:
primero hacia la historia económica y social
estructural (segunda generación, 1945-1968), y después hacia una
historia de las mentalidades alejada de lo social[99]
(tercera generación, 1968-1989). Cambios paradigmáticos tan radicales que, para
explicarlos, no son suficientes los
factores externos, hay que abordar las deficiencias internas del propio
paradigma fundador annaliste,
cuyas dificultades congénitas, epistemológicas y metodológicas, para garantizar
la síntesis y un enfoque unitario de la disciplina, son por supuesto
extensibles y comunes al materialismo histórico[100].
En ambos casos, la infravaloración o eliminación del sujeto, afecta
naturalmente tanto al sujeto-agente (los hombres) como el sujeto-observador (el
historiador).
El Marx de las Tesis sobre Feuerbach (1845), que define
su pensamiento como la filosofía de la praxis, o del Manifiesto Comunista (1848), que postula que la historia de
la humanidad es la historia de la lucha
de clases, contradice al Marx del prológo
de 1859 a la Contribución a la
crítica de la economía política, que resume su filosofía afirmando
que los hombres contraen relaciones económicas, independientemente de su
voluntad, que determinan la vida social, política y espiritual, de modo que
no es la conciencia lo que determina la
vida social y económica sino el ser social lo que determina la conciencia[101];
el Marx joven y humanista de los Manuscritos
filosóficos (1844) contradice asimismo al Marx economista maduro de
los Grundisse (1857-1858)
y el El Capital
(1867-1875); etcétera.
Políticamente el marxismo pasó,
brevemente, a comienzos del siglo XX, del objetivismo positivista de la II
Internacional al subjetivismo voluntarista de la III Internacional (para
retornar, de otra forma, a lo anterior con Stalin).
En el plano intelectual, y más recientemente,
está bien representada las doble lectura del marxismo mediante las posiciones
de Althusser y de Thompson, por ejemplo.
Como en los primeros Annales, tenemos, pues, dos virtuales
lecturas del marxismo, subjetivista y objetivista, de imposible conciliación en
la práctica (a ella nos remitimos para verificarlo), problema que se extiende,
con mayor razón, al componente positivista -la madre del cordero de este
problema epistemológico- de un paradigma común plural que manifiesta, de este
modo, su punto más vulnerable, el origen de muchas de sus derrotas.
En principio, la historia, ciencia del
cambio, se debería prestar mal este
renovado enfoque objetivista, sea economicista sea estructuralista, pero la
práctica de la disciplina lo desmiente
porque es decisivo es el afán -y la necesidad- de semejarse -de homologarse- a
las otras ciencias, naturales y sociales. Por todo ello, estamos convencidos de
que no habrá una visión más coherente y unitaria -menos bipolar y pendular- del
marxismo, de Annales, del
paradigma común de los historiadores, hasta que el paradigmá general del
sistema de las ciencias no sea capaz de unificar y articular el objeto y el
sujeto, lo simple y lo complejo, lo absoluto y lo relativo: los nuevos
paradigmas científicos avanzan ya esta dirección.
Va a ser en los tiempos de los
segundos Annales (1945-1968), al
fusionarse la aportación marxista[102]
y annaliste, cuando el influjo
"exterior" sobre la escuela francesa será mayor. Podemos decir que la
coyuntura desarrollista de la posguerra, el marxismo oficial y el
estructuralismo antropológico, ayudaron a nacer una segunda generación de Annales, movimiento que esta ya marcado ya
por el economicismo[103]
y el cuantitativismo. Para librarse de
la acusación de empirismo, lanzada contra la historia por Lévi-Strauss y
Althusser, Annales se hace
estructuralista (el paradigma-ejemplo, la obra maestra, es el Mediterráneo
de Braudel, publicado en 1949), sacrificando la historia humana y el cambio social, por la geohistoria, la
estructura económica y la larga duración; eso sí, sin caer en la modelización
abstracta ni en el teoricismo, esto es,
conservando el componente práctico-empirista de la historia, trabajando con
hechos y documentos, diferenciándose en suma del estructuralismo ahistórico de
Lévi-Strauss y Althusser. En 1980, Pierre Vilar hace girar todavía su concepto
de la historia alrededor del concepto de estructura[104].
Los efectos más evidentes, después de 1945,
del substrato positivista, la coyuntura
economicista, la vulgata marxista y la sobredeterminación estructuralista, en
los valores compartidos por los historiadores científicos son: (a) la
marginación de la historia de las mentalidades (sujeto mental) en favor de una
historia económica; (b) la marginación de los conflictos y revueltas (sujeto
social) en favor de una historia social estructural; y (c) la marginación de los métodos
cualitativos en favor de una historia cuantitativa, serial. De ahí el desarrollo tan
tardío de la historia de las mentalidades de Annales y de la historia social de Past and Present. De ahí que detectemos
evidentes desfases entre los comúnmente aceptados paradigmas-ejemplos y su
puesta en práctica: ni siempre son seguidos, ni menos aún son eficazmente
emulados los clásicos más complejos y más "venerados", como la Sociedad feudal de Bloch o La formación de la clase obrera de
Thompson. Se podría decir que el paradigma común de los historiadores del siglo
XX, a pesar de las apariencias, triunfó muy parcialmente, no pudo desarrollarse
plenamente, por razones objetivas, pero entraríamos en contradicción con lo que
venimos denunciando si nos quedamos ahí: el problema está también en nosotros
mismos, existen razones subjetivas, anomalías que afectan a a los paradigmas
fundacionales, debemos optar por intentar resolverlas con la vista puesta en el
futuro inmediato, en el siglo XXI.
[1] Este
trabajo ha sido redactado antes de "La historia que viene", publicado en Historia a Debate. I. Pasado y futuro,
Carlos BARROS (ed.), Santiago de Compostela, 1995, pp. 95-117.
[2]
Thomas S. KUHN, La estructura de las
revoluciones científicas, México, 1975 (Chicago, 1962), p. 98.
[3] La estructura, p. 3; en los últimos
treinta años han perdido fuerza las afirmaciones de Kuhn acerca de que la
peculiaridad de las ciencias sociales respecto de las ciencias naturales
consiste en su mayor relación con la sociedad a la hora de eligir temas de
investigación, (ídem, p. 254):
ramas de la biología y de la química relacionadas con la salud y el medio
ambiente están hoy, por ejemplo, tan o más conectadas con las necesidades
sociales que las ciencias sociales.
[4] Ni
que decir tiene que no todos los filósofos de la ciencia comparten esa opinión,
es por ello que la teoría de Kuhn tiene
un sentido para los historiadores que no tienen las aportaciones de Popper o, incluso, de Lakatos.
[5] La tensión esencial. Estudios selectos sobre la
tradición y el cambio en el ámbito de la
ciencia, México, 1983 (Chicago, 1977), pp. 27-28.
[6] Aunque mi identidad profesional es la de historiador
de la ciencia , lo que pienso cuando me
introduzco en el tipo de asunto de que me ocupo en el presente simposio es, en última instancia,
epistemología. Deseo realmente saber qué cosa es el conocimiento, Segundos pensamientos sobre paradigmas,
Madrid, !978 (Illinois, 1973), p. 83.
[7] La estructura, pp. 149, 317.
[8] La tensión esencial, p. 15.
[9] La tensión esencial, pp. 10, 32-33, 39-42.
[10] La tensión esencial, p. 10.
[11] La
pluralidad y complejidad del contenido conlleva algo que confunde a los no
avisados: todo paradigma esté formado de otros paradigmas.
[12] La
estructura, pp. 279-280.
[13] Segundos pensamientos, p. 40
[14] Segundos pensamientos, p. 13.
[15] Segundos pensamientos, p. 14.
[16] La estructura, p. 318.
[17] La estructura, pp. 43, 81-82, 199.
[18] La tensión esencial, p. 22.
[19] Segundos pensamientos, p. 68.
[20] La función del dogma en la investigación científica,
Valencia, 1979 (Nueva York, 1963), p. 18.
[21] La estructura, pp. 284, 318.
[22] La estructura, p. 113.
[23] La estructura, p. 89.
[24] La estructura, pp. 276-277.
[25] La estructura, p. 90.
[26] Los
libros de texto, con todo, juegan un papel más importante -casi exclusivo- en
las ciencias naturales que en las ciencias sociales, donde el estudiante tiene
pronto acceso a antologías de fuentes, investigaciones monográficas y obras
clásicas, La tensión esencial,
pp. 251-252; La estructura, pp.
254-255.
[27] La estructura, pp. 212-216.
[28] El
propio Kuhn reconoce, en general, que los historiadores de la ciencia prestan mucha
más atención a los cambios de paradigma, descuidando considerablemente los
períodos de ciencia normal, que ocupan la mayor parte de la vida de los
científicos, La función del dogma,
p. 26.
[29] El
Congreso Internacional de Ciencias Históricas de París en 1950 marca la
asunción de la escuela de Annales,
y el
Congreso de Moscú en 1970, que batió el record de historiadores
inscritos, la aceptación de la
historiografía marxista como parte de la
ciencia histórica, Eloy BENITO RUANO, El
Comité Internacional, el Comité Español y los Congresos Internacionales de
Ciencias Históricas, Madrid, 1990, pp. 16, 20.
[30] La
historia tradicional, empirista, continúo particularmente viva en Estados
Unidos y en Alemania, por ejemplo, y, en cierto sentido, también en la práctica de la nueva historia.
[31] El
progama del Congreso Internacional de 1950 es el de la nueva historia
(demografía, historia económica y social,, historia de las mentalidades) más
dos secciones dedicadas a la historia institucional y la historia política.
[32] Annales lo empieza a reconocer desde
finales de los años 70; Jacques Revel y Roger Chartier: Este empirismo voluntario, consciente, ha contribuido
sin duda mucho al dinamismo de los
"Annales", La nueva historia,
Bilbao, 1988 (París, 1978) ; Jacques Le Goff: Soyons
justes. Ce renouvellement que s'est souvent fait
contre l'histoire médiévale traditionelle a été en partie permis par les productions de celle-ci. Les méthodes
erudites, les éditions de cartulaires et de textes, le travail où s'est appuyée
la nouvelle histoire médiévale, même si, pour changer notre connaissance et
notre vision du Moyen Age, elle a dû s'en arranger, L'histoire en France, París, 1990, p. 57.
[33] Ciro
F. S. CARDOSO, Introducción al trabajo de la
investigación histórica, Barcelona, 1981, pp. 127-128.
[34] No es
nada fácil encontrar relevantes historiadores de oficio que hubieran hecho
aportaciones teóricas significativas al paradigma común de las ciencias
sociales.
[35] Partimos
de la base de que la primera definición de la historia como ciencia que debemos
al positivismo, por falta de partenaires compatibles, no logró generalizarse, a
finales del siglo XIX y principios del siglo XX, en la misma medida que después
la nueva historia.
[36] La
situación de una ciencia es pre-paradigmática cuando pesa más la rivalidad
entre las escuelas que las creencias
compartidas, Thomas S. KUHN, La función del
dogma, p. 15.
[37]
Estamos empleando aquí la expresión "nueva historia" como sinónimo del paradigma común del siglo XX,
esto es, lo contrario de "vieja historia", renovación versus
tradición; en un sentido más restrictivo se usa asimismo para caracterizar la
tercera generación de los historiadores de Annales:
la nouvelle histoire.
[38] Tal vez
la corriente neopositivista más representativa sea la New History y la Social Scientific History norteamericanas.
[39] Ciro
F. S. Cardoso es uno de los autores que ha reconocido más claramente la
confluencia del marxismo y Annales
como la base de la reconstrucción de la historia como ciencia, Introducción,
p. 115.
[40]
Formación empirista que ayudó también a que los historiadores marxistas
occidentales evitaran, en líneas generales, que sus investigaciones fueran
ilustración dogmática de una teorización previa.
[41]
Cuatro de las doce comisiones internas, hoy existentes, del Comité
Internacional de Ciencias Históricas hacen referencia a la bibliografía, la
diplomática, la metrología y la publicación de fuentes.
[42] La École des Hautes Études en Sciences Sociales
de París todavía mantiene rasgos
democráticos vinculados a sus orígenes,
como no exigir el título de doctor para ser directeur
d'études (Jacques Le Goff y
muchos otros, entres sus miembros, no son doctores y forman sin embargo a
futuros doctores), decidir en asamblea la entrada de nuevos investigadores,
abrir esta posibilidad a investigadores extranjeros, etc.; normas igualitarias inconcebibles en la
Sorbona y en cualquiera otra universidad; aunque debemos reconocer que, en
otros aspectos, el paso del tiempo, su encumbramiento y la incorporación de
profesores formados en la Sorbona, está imponiendo la jerarquización
academicista en la EHESS.
[43]
Sabemos que un académico de izquierdas puede ser tan conservador como uno de
derechas.
[44] Marc BLOCH, L'Étrange defaite, París, 1946, p. 189;
Lucien FEBVRE, Pour une histoire à part
entière, París, 1982, pp. 350-366, 665-678; Fernand BRAUDEL,
"Histoire et scienes sociales: la longue durée", Annales, 4, 1958, pp. 725-753; Emmanuel LE
ROY LADURIE, Le territoire de l'historien, París, 1973, p. 17; Jacques LE GOFF, Pierre
NORA, Presentación de Hacer la historia,
I, Barcelona, 1978 (París, 1974), p. 9; Jacques LE GOFF, "L'histoire
nouvelle", La nouvelle histoire,
París, 1988 (1ª ed., 1978), p. 61.
[45] Pierre VILAR, "Historia marxista,
historia en construcción", Hacer la historia, I, Barcelona, 1978
(París, 1973), pp. 197-199, 204-205; Guy BOIS, "Marxisme et histoire
nouvelle", La Nouvelle Histoire,
París, 1988 (1ª ed., 1978), pp. 255-275; también hubo críticas marxistas, por
lo regular dogmáticas, contra Annales:
Jacques BLOT, "Le révisionisme en histoire ou l´École des Annales", La Nouvelle Critique, noviembre 1951; Jacques CHAMBAZ,
"Le marxisme et l'histoire de France", La pensée, noviembre
1953; Michel GRENON, Régine ROBIN, "Pour la déconstruction d'une pratique historique", Dialectiques, nº 10-11; Cl. S. INGERFLOM,
"Moscou: le procès des Annales",
Annales, 1, 1982.
[46]
Harvey J. KAYE, Los historiadores marxistas
británicos, Zaragoza, 1989 (Cambridge, 1984), pp. 205-206; en 1978,
Immanuel Wallerstein saluda de modo
voluntarista la resistencia de Annales
al modo cultural dominante en las
ciencias sociales que separa lo político de lo económico, y lo económico de lo
cultural, "Annales as
Resistance", Review, 3/4, 1978,
pp. 5-6; en 1985, todavía Hobsbwam
defiende Annales, ou o que resta
dela, como interlocutor
necesario: nâo abandonou o horizonte globalizante que partilha com os
marxistas, se bem que os seus métodos e as
suas posiçiôes ideológicas sejam
diferentes, Ler História, Lisboa,
4, 1985, p. 136.
[47] De no
ser así una de ellas hubiera desplazado y marginado a la otra, Thomas S. KUHN, La estructura, pp. 272, 274.
[48]
Carlos AGUIRRE ROJAS, Construir la historia:
entre materialismo histórico y Annales, México, 1993, pp. 9-27.
[49]
Carlos AGUIRRE ROJAS, "Convergencias y divergencias entre los Annales de
1929 a 1968. Ensayo de balance global ", Historia
Social, 16, Valencia, 1993,
pp. 115-141.
[50] Las
fobias nacionalistas, a menudo inconscientes,
no siempre lo facilitan; es habitual buscar y encontrar precedentes a la
revolución de Bloch y Febvre, pero es conocido que ninguna de esas nuevas
historias precursoras tuvo tanta influencia historiográfica internacional por
una razón muy simple: no constituyeron una escuela de la envergadura de Annales, entre otras causas.
[51]
También en Francia es donde las limitaciones de la nueva historia se
manifiestan con mayor radicalidad.
[52] Por
eso lo que diferencia a Francia del resto, es un arrinconamiento mayor de los
historiadores tradicionales, aun reconvertidos, y por lo tanto una influencia sobre todo
latente e indirecta del positivismo.
[53] J.
OBELKEVICH, "Past and Present. Marxisme et histoire en Grande-Bretagne depuis la
guerre", Le Débat, nº 17,
1981, p. 97.
[54] Althusser, método histórico e historicismo,
Barcelona, 1972 (París, 1968), pp. 20-21.
[55]
Autonomía que explica, asimismo, que en los países anglosajones se hayan
desarrollado potentes corrientes
marxistas en las universidades sin el correlato de una influencia política (a
diferencia de lo sucedido en la Europa meridional).
[56] Sobre
el retraso español : Carlos BARROS, "Historia de las mentalidades:
posibilidades actuales", Problemas actuales de la historia,
Salamanca, 1993, pp. 59-61.
[57] Once ensayos sobre la historia, Madrid,
1976.
[58] Once ensayos, pp. 21-24, 227-228, 233,
236-238, 240, 244-245.
[59]
Francisco FERNÁNDEZ BUEY, "Marxismo e historia hoy", Problemas actuales de la historia,
Salamanca, 1993, p. 220.
[60] Así y
todo, el materialismo histórico se ha aceptado más que se aplicado en la
historiografía española, a decir de los historiadores próximos que han
denunciado después "desiertos", "secanos" y "penurias
teóricas", vacios que normalmente
son ocupados por el empirismo; Perry Anderson cree que la debilidad teórica del
marxismo español es consecuencia de la ausencia de una tradición filosófica
general (Consideraciones, p. 40
n. 4), pero eso es sólo una parte del problema, habría faltado también la
amplitud de miras que tuvieron, por ejemplo, Marx y Gramsci para inspirarse en
"idealistas burgueses" como Hegel y Croce.
[61] En
1946 se constituye la Ve Section
de l'École Practique des Hautes Études, iniciándose la fase
institucional de la escuela, y reanuda su publicación la revista Annales con nuevos bríos.
[62] Peter
BURKE, "La historiografía en Inglaterra desde la Segunda Guerra
Mundial", La historiografía en
Occidente desde 1945, Pamplona, 1985, p. 20.
[63] Peter
BURKE, "Reflections on the Historical Revolution in France: The Annales
School and British Social History", Review,
1, 3/4, 1978, pp. 147-151; Xavier GIL PUJOL, Recepción
de la Escuela de Annales en la historia social anglosajona, Madrid,
1983, p. 35.
[64]
"La historiografía en Inglaterra desde la Segunda Guerra Mundial",
pp. 26-28.
[65] Perry
ANDERSON, Consideraciones sobre el marxismo
occidental, Madrid, 1979 (Londres,
1976), pp. 126-127; Tras las huellas
del materialismo histórico, Madrid, 1986 (Londres, 1983), pp. 33-34,
43.
[66]
Pensemos que Annales se fundó en
1929 y Past and Present en 1952,
la Apologie pour l'histoire de
Bloch se publicó en 1949 y What is history? de Carr en 1961...
[67] Y
tanto, Thompson reniega, en 1978, de la historia como ciencia prefiriendo su inclusión dentro de las
humanidades: estoy dispuesto a admitir que la
tentativa de designar la historia como "ciencia" ha sido siempre poco
provechosa y fuente de confusiones. Si Marx y, más aún, Engels cayeron a veces
en este error, entonces podemos disculparnos, Miseria de la teoría, Barcelona, 1981, p.
68; Perry Anderson contesta acertadamente, apoyándose en la filosofía de la
ciencia, en Teoría, política e historia. Un debate con E. P. Thompson, Madrid, 1985
(Londres, 1980), pp. 12-13.
[68] J.
OBELKEVICH, "Past and Present. Marxisme et histoire en Grande-Bretagne depuis la
guerre", Le Débat, nº 17,
1981, pp. 106-107, 111.
[69] Al evitar la historia política evitan todo lo
esencial para el desarrollo de la
sociedad humana, a pesar de sus pretensiones radicales, Elisabeth
FOX, Eugene GENOVESE, "La crisis política de la historia social. La lucha
de clases como objeto y como sujeto", Historia
Social, 1, 1988, p. 106; otros ven en este marxismo político cierta
continuidad de la historiografía tradicional, empirista y pragmática, o dicho
de otro modo, el resurgir del componente positivista del paradigma común.
[70]
Julián CASANOVA, La historia social y los
historiadores, Barcelona, 1991, p. 125; resalta este autor como una
segunda generación de historiadores marxistas británicos y norteamericanos
quiere tomar el relevo de una historia social que se hace vieja.
[71] ídem, p. 126.
[72] "La
historia que viene", Historia a Debate. I.
Pasado y futuro, Carlos BARROS (ed.), Santiago de Compostela, 1995.
[73] La miseria del historicismo, Madrid, 1984
(1ª ed., 1944-1945), p. 158.
[74] Barry
HINDESS, Paul Q. HIRST, Pre-capitalist modes
of production, Londres, 1975, pp. 308-313.
[75] Tendencias de la investigación en las ciencias
sociales, Madrid, 1982 (1ª ed., 1970), pp. 47-50.
[76]
Jürgen HABERMAS, La reconstrucción del
materialismo histórico, Madrid, 1986 (Frankfurt, 1976), p. 183; la sociología histórica
intenta últimamente satisfacer ese objetivo sin que la comunidad de
historiadores haya mostrado demasiada receptividad.
[77]
Alberto TREBESCHI, Manual de historia del pensamiento científico,
Barcelona, 1977 (Roma, 1975), pp. 280-281.
[78] Obras escogidas, 2, Madrid, 1975, p. 426; El problema de si al pensamiento humano se le puede
atribuir una verdad objetiva, no es un problema teórico, sino un problema
"práctico". Es en la práctica donde el hombre tiene que demostrar la
verdad, es decir, la realidad, ibídem.
[79] Alan F. CHALMERS, ¿Qué es esa cosa llamada ciencia?, Madrid, 1989 (1ª ed.,
1976), pp. 169-171.
[80] ídem, p. 169.
[81] Antropología estructural, II, México, 1987
(1ª ed., 1973), pp. 276-277.
[82] La estructura, pp. 100-111, 131-135.
[83] La tensión esencial, p. 349.
[84] Edgar
MORIN, Introducción al pensamiento complejo,
Barcelona, 1994 (París, 1990), pp. 75, 82, 89, 102, 144.
[85]
"Ingenieria social" reformista que Popper rebautizará como
"tecnología social fragmentaria", Angeles JIMÉNEZ PERONA,
"Racionalidad y método de las ciencias sociales en la obra de Karl R.
Popper", Zona Abierta,
Madrid, 39-40, 1986, pp. 230-237.
[86]
Tom BOTTOMORE (dir.), Diccionario
del pensamiento marxista, Madrid, 1984 (1ª ed., 1983), pp. 596-597.
[87] En
1956 abandonan gran parte de ellos el Partido Comunista Británico, sin ese
distanciamiento con el marxismo realmente existente, ¿podrían haber desarrollado una historiografía marxista no
objetivista?; la verdad es que todos los
grandes marxistas críticos occidentales
(Lukács, Gramsci, Marcuse) fueron heterodoxos políticos respecto del
marxismo soviético y aun del marxismo oficial de la mayoría de los partidos
marxistas de la época, que no obstante siguieron encuadrando políticamente a
muchos historiadores de a pié.
[88] El pensamiento salvaje, México, 1964
(París, 1962), p. 357.
[89] François DOSSE,
Histoire du structuralisme,
I, París, 1991, p. 431.
[90] Nunca
nos asombraremos lo suficiente de la capacidad de Braudel para hacer que la historia
no sólo sobreviviera en contexto tan desfavorable, sino que se situara en el
centro del escenario, pagando un precio, claro está.
[91] ídem, p. 14.
[92] Althusser, método histórico e historicismo,
Barcelona, 1972 (París, 1968), pp. 23, 39, 58, 61, 74.
[93] Lo
justifica así el autor en 1979: no fue un acto de agresión, sino un contraataque
contra un decenio de rechazo althusseriano, "La política de la
teoría", Historia popular y teoría
socialista, Barcelona, 1984
(Londres, 1981), p. 307.
[94] En
1974, Althusser había ya publicado su libro Éléments
d'autocritique, traducido al
español en 1975 y al inglés en 1976.
[95] En
1929 empieza a funcionar el Círculo de Viena, pero no detectamos en la nueva
historiografía francesa la influencia del neopositivismo lógico, ni siquiera
como adversario.
[96]
Lucien Febvre cuestiona acervamente la filosofía oportunista de Spengler y Toynbee, relacionándola con el ascenso de Hitler, y termina
reivindicando la necesidad de homologar la historia y sus métodos a las nuevas
ciencias naturales para que así aquélla deje de ser la cenicienta de las
ciencias humanas, Combates por la historia,
Barcelona, 1975 (París, 1953), pp. 175-217.
[97] lo propio del método científico... es abandonar
deliberadamente al contemplador, para no querer
conocer sino los objetos contemplados, Marc BLOCH, Introducción a la historia, México, 1952
París, 1949), p. 117.
[98] el objeto de la historia es esencialmente el hombre.
Mejor dicho los hombres. Más que el singular,
favorable a la abstracción, conviene a una ciencia de lo diverso,
el plural, que es el modo gramatical de la relatividad,
Marc BLOCH, ídem, p. 25; al definir la historia-problema, Lucien
Febvre propone: Hacer penetrar en la ciudad de la objetividad el
caballo de Troya de la subjetividad, Combates por la historia, p. 43.
[99]
Carlos BARROS, "Historia de las mentalidades, historia social", Historia Contemporánea, Bilbao, 9, 1993,
p. 117.
[100] Este
defecto genético es la continuación de la ya analizada escisión objeto / sujeto
de la ciencia del siglo XVII y del positivismo, una prueba más de los cimientos
comunes de las tradiciones historiográficas del siglo XX, y un reto para todo
nuevo consenso historiográfico.
[101] Karl
MARX, Introducción general a la crítica de
la economía política / 1857, Córdoba, 1974, pp. 76-77.
[102] Hervé
Coutau-Begarie: Avec la deuxième génération,
l'influence du marxisme cesse d'être indirecte et inconsciente pour devenir
omniprésente, Le phénomène
"Nouvelle Histoire". Stratégie
et idéologie des nouveaux historiens, París, 1983, p.
235.
[103] En
1946, Georges Lefebvre hace notar el
impulso que estaba dando el marxismo a la historia económica, Réflexions pour l'histoire, París, 1978,
p. 278; si bien ya en el período anterior a la guerra era tendencialmente
mayoritario el contenido económico-social
en la revista Annales,
Charles-Olivier CARBONELL, "Evolución general de la historiografía en el
mundo, principalmente en Francia", La
historiografía en Occidente desde 1945, Pamplona, 1985, p. 8.
[104] Iniciación al vocabulario del análisis histórico,
Barcelona, 1980 (París, 1980), pp. 49-77.