La historia que queremos*
Carlos
Barros
Universidad
de Santiago
Hace unos años, Pierre Vilar en una
conferencia, dictada en el Colegio de España de París, sobre la conclusión en
la historia, vino a decir que ésta no tiene conclusión, o bien que las
conclusiones son siempre provisionales, en la idea de que la historia es un
proceso sin fin, una construcción constante. Si cabe con más razón, podríamos
observar lo mismo de la historia de la historia, objeto de este encuentro.
Empezamos así nuestra intervención para
advertir que no pretendemos clausurar
nada, si acaso echar más leña al fuego. Muchos de nosotros, los ponentes de
estas Jornadas, hemos discutido sobre la coyuntura de la historiografía
internacional y nacional en 1993 en Santiago de
Compostela -y en otros eventos-, y algunos volveremos a ello de alguna
forma los próximos días en Barcelona y Sevilla. Lo principal es que la
pertenencia a áreas de conocimiento, universidades y aun nacionalidades
distintas, no impida que nos escuchemos: los debates sólo son productivos
si se entrelazan con los consensos
-sucesivos, parciales, pero reales- que jalonan el progreso historiográfico.
Los historiadores y la
voluntad
Tenemos, en cualquier caso, la voluntad de
contribuir a ese necesario golpe de timón que sitúe el debate más allá de lo
que solemos denominar la crisis de la historia, es decir, sobre las
alternativas y el futuro, "en el horizonte del año 2000". Compromiso de
historiadores que Guillermo Redondo, oportunamente, nos recordaba anteayer.
Compromiso y realidades..., ¿es qué realmente
los historiadores podemos influír en "la historia que viene"? La respuesta a
esta pregunta es doble: poco, si nos referimos a la historia de los
acontecimientos, pero mucho si estamos hablando de la historia que se escribe,
de la historia que hacemos los historiadores. Nuestra forma de incidir en la
historia de la gente que nos rodea es, pues, escribiéndola.
Frecuentemente el historiador se interroga
sobre las formas de ejercer su trabajo: ¿Adónde va la historia? Con toda
evidencia, se trata de una cuestión pertinente.
La historia que se escribe es, en
alto grado, resultado involuntario, incluso impredicible, de infinidad
de iniciativas de historiadores individuales, de historiografías especializadas
y nacionales, de influencias externas de
tipo cultural, social, político. Para saber adónde va la historia de los
historiadores hay que aplicar, no obstante, la voluntad, colocando la
historiografía en el centro de nuestra atención. El auge de aquélla en los últimos años denota
que los historiadores tratamos de controlar nuestra historia, de saber más
sobre nuestros orígenes y evolución como profesionales de la historia. El
próximo paso es atreverse a plantear lo siguiente: ¿Adónde queremos que
vaya la historia? (justificamos de este modo el título de la conferencia). Lo
cual nos lleva a hacer propuestas, a plantear alternativas, tentando
reconvertirse en actores de nuestro destino, a sabiendas de que siempre, entre
nuestros grandes objetivos historiográficos y su plasmación práctica, van a
existir diferencias. Sabemos ésto precisamente porque somos historiadores, y cada vez somos más los que negamos que la historia sea un proceso al margen de
la voluntad humana, y menos todavía en el campo de la historiografía: es, desde
luego, más fácil variar la manera de escribir la historia que la historia misma.
Sería, por consiguiente, innecesario esperar a que cambie la sociedad para que
cambie la escritura de la historia, que es hija de su tiempo pero antes de eso
es -o, mejor dicho, debe ser- hija de sí misma.
Proponemos, en resumidas cuentas, que la comunidad de historiadores
ponga en juego su voluntad colectiva para reorientar su práctica; para lo cual
es antes menester recomponer cierto consenso o consensos, huyendo tanto del
voluntarismo que no tiene en cuenta la realidad como del attentisme de aquél que aguarda
pasivamente a ver por dónde van los vientos historiográficos para situarse. La
verdad es que hoy en día el problema
está más en lo segundo que en lo primero. En la presente tesitura, es más "peligroso" para el futuro de la
profesión esperar a Godot, "sumidos" en
la incertidumbre y/o el eclecticismo, haciendo tiempo con la esperanza1
de que el eclipse de los paradigmas del siglo XX sea provisional2,
que comprometerse a avanzar proposiciones, soluciones, objetivos, que después
la realidad, y nosotros mismos por medio del debate, se encargarán como es
natural de juzgar, de verificar, en suma, de modificar.
Como consecuencia de la crisis de los
grandes, y ampliamente compartidos, paradigmas historiográficos del siglo XX,
el historiador -en los años 80- ha
venido replegando su voluntad -colectiva y crítica- de progreso historiográfico
a la aportación individual, y con frecuencia al academicismo, retrocediendo en
no pocos casos a las vetustas certezas positivistas de que la "historia se hace
con documentos", y punto. Que estemos aquí y ahora volviendo a plantear, a
finales del siglo de los extremos, el papel de la voluntad en el devenir de la
historia, es decir, la historia que queremos3, no es más que un
síntoma-efecto del retorno del sujeto histórico e historiográfico, del regreso
del historiador como sujeto colectivo. Retorno que habremos de impulsar al
máximo sin olvidar la realidad historiográfica, que sin embargo se mueve...
Consensos inadvertidos
Los juicios sobre la situación de la historia
profesional a finales de siglo se suelen polarizar alrededor de dos posturas:
bien se insiste en la crisis de identidad, epistemológica, de la historia
científica; bien se hace hincapié en que vivimos una etapa de crecimiento que
se refleja en la proliferación de
publicaciones y revistas. En
nuestra opinión, ambas apreciaciones tienen su base objetiva. ¿Quiere decir ésto que estamos ante la típica
crisis de crecimiento? A finales de los años 70 y principios de los años 80,
pueda que sí, pero no después: la crisis pronto comenzó a afectar a los
fundamentos científicos de nuestra disciplina4. Pensamos que la explicación
es otra: crisis y crecimiento coexisten porque estamos en un proceso de
transición historiográfica, de cambio de paradigmas5. La vitalidad de la
disciplina tiende a sustituir6
la viejos paradigmas por otros nuevos. De forma que la nueva historia (inducida
por escuela de Annales, el
marxismo y aun la cliometría norteamericana) no desaparece, mas se hace vieja
(y la vieja historia se quiere hacer pasar por nueva). Veamos algunos ejemplos
de los consensos que, más allá de la nueva historia, están emergiendo con
fuerza:
1) Antes, la historia económico-social era la
historia científica por antonomasia, y se denostaba sin piedad los otros
enfoques temáticos. Hoy, se generaliza la aceptación de (casi) todas las
especialidades historiográficas. Desde la historia de las mentalidades o
sociocultural hasta la historia política, pocas temáticas -o coordenadas
espaciales y temporales- quedan al margen de un potencial tratamiento
científico. Si nos paramos a pensarlo, concluiremos que estamos ante un cambio
paradigmático auténticamente radical, que toca la raíz del origen de la nueva
historia, de la revolución historiográfica del siglo XX.
2) Los géneros tradicionales (biografía,
historia política, historia narrativa, historia de las instituciones, historia
militar, historia diplomática, etc.) están retornando "triunfalmente" en la
historiografía internacional después de ser combatidos, durante décadas, por
los nuevos historiadores de la economía
y de la sociedad. Si bien, para unos, los retornos significan la muerte de la
historia-ciencia y el renacer de la historia como disciplina literaria7, para otros,
los retornos -en determinadas condiciones- pueden significar un progreso
historiográfico8,
lo cual nos lleva al punto anterior. Las
bolsas de resistencia a un nuevo consenso sobre los temas y estilos de la
historia tradicional se están reduciendo, sobre todo cualitativamente.
3) Frente al determinismo simple de los
hechos históricos por la instancia económico-social9, existe desde hace bastente
tiempo una reacción historiográfica que ora complejiza esa determinación,
revalorizando los factores mentales o políticos, ora cae en el indeterminismo
simple, abandonando por consiguiente toda pretensión explicativa causal,
posición extrema de menor influencia y de poco futuro (al menos en
historiografías como la española).
Reacción general anti-determinista que aclara, asimismo, la base de los
dos consensos emergentes ya citados.
4) El auge reciente de la reflexión
historiográfica y metodológica -y en menor grado de la história teórica-
anuncia, igualmente, una notoria variación paradigmática. En el pasado hubo aportaciones cualitativas
sobresalientes, pero ahora el interés
por el pensamiento historiográfico tiende a extenderse, a "democratizarse",
dejando de ser actividad puntual de historiadores "excepcionales". Y no creemos
que esta apertura a la historia de la historia, al autoexamen de los
historiadores, sea provisional y mero efecto del presente estado crítico de
nuestra disciplina, sino un fenómeno permanente, un componente vital del nuevo
paradigma en formación.
Pero, el mayor problema con que nos
enfrentamos es que este cambio de paradigmas se está dando sin debate, más bien
espontáneamente -es por eso que tenemos que seguir preguntándonos adónde va la
historia-, siguiendo por tres vías no excluyentes: A) Rendimientos decrecientes de determinadas líneas de investigación que
nos empujan a indagar nuevas temáticas, nuevos enfoques; tal fue el caso de la
cliometría -como reconoció aquí en el debate Eloy Fernández Clemente- y, en
general, de la historia económica. B) Influencia -a menudo invisible- de la
sociedad, de los valores sociales imperantes en cada momento, sobre los historiadores; por ejemplo, el ascenso
del individualismo y el reflujo de los movimientos sociales, ¿no animó, en los
años 80, el retorno de la biografía -o de la historia de la vida cotidiana y
privada- y el desinterés por una historia social de conflictos, revueltas y
revoluciones? C) El influjo de unas historiografías nacionales sobre otras
-mayor incluso que el influjo de una área de conocimiento histórico sobre
otra-, que es especialmente efectivo en
países, como España, con una fuerte tradición de dependencia historiográfica
del exterior. Sobra decir que si las transformaciones historiográficas están
pasando por lo regular inadvertidas, si resulta que semejan procesos objetivos
que avanzan al margen del historiador individual (que con la -relativa pero
real- decadencia de las grandes escuelas, deviene el sujeto activo
principal), es también por causa de la
pervivencia de arraigados hábitos positivistas que todavía divorcian al
historiador de la introspección, de la reflexión y del debate.
Nuestra propuesta es que hay que intervenir
colectivamente en la transformación de paradigmas que está en marcha, esto es,
hacer más consciente el proceso de transición de la historiografía del siglo XX
a la historiografía del siglo XXI. Estamos convencidos de que puede resultar de todo ello un rearme
de la historia como proyecto científico y como proyecto social, una
recuperación del compromiso del historiador con la disciplina y con la
sociedad.
¿Es el retorno del sujeto el
nuevo paradigma?
La constitución de un nuevo paradigma no es
fenómeno exclusivo de la historia, afecta al conjunto de las ciencias sociales
y se ha detectado, en primer lugar, en las ciencias físicas. Existe una
tendencia a identificar este nuevo paradigma con el retorno del sujeto10,
¿se corresponde ésto con la realidad? Sí, en cuanto a que el redescubrimiento
del sujeto está permitiendo sobrepasar el anquilosado paradigma objetivista,
pero para nada genera el nuevo subjetivismo un consenso generalizado entre los
historiadores, una nueva etapa de "ciencia normal", no es más -ni tampoco
menos- que un golpe de péndulo, necesario pero no suficiente para resolver las
anomalías que pusieron en crisis las concepciones de la ciencia histórica del
siglo XX.
La conciencia de las insuficiencias del
paradigma estructuralista y economicista
dominante llevó -de manera clara, en los años 70- a las escuelas
históricas francesa e inglesa a recuperar el sujeto como tema de investigación:
mental, en el caso de Annales, y
social, en el caso de Past and Present.
La historia, poniendo en práctica tempranamente
estas líneas de investigación de fuerte carga subjetivista, se anticipó
pues a la sociologia y a la filosofia. Con todo, hay que decir claramente que
jamás una historia meramente subjetiva podrá definir el nuevo paradigma
historiográfico, es decir, un paradigma que sea tan compartido por la comunidad
internacional de historiadores como, por ejemplo, la historia económico-social
(el paradigma más seguido de todos los que constituyeron la nueva historia)
después de la II Guerra Mundial.
El historiador profesional nunca aceptará que
los resultados de su investigación no son más que proyecciones de su
subjetividad, sea mental, política o social11; otra cuestión es que, en
el proceso objetivo de conocimiento, se conceda un papel importante al
conocimiento no basado en fuentes, al historiador como sujeto
epistemológico. Tampoco se puede- mejor
dicho, se puede pero opinamos que no existe la posibilidad de que sea asumido
por la mayoría- confundir la realidad histórica con su representación mental o social,
por lo demás una parte muy activa de aquélla. Lo mismo diríamos del discurso
textual que conforma de alguna forma lo real pero no lo sustituye, como afirman
los partidarios más radicales del "giro lingüístico". En total, que el
historiador abierto -el que no lo es suele rechazar de plano las innovaciones
tachándolas de "modas"- añade sistemáticamente la objetividad de lo social a
los aportes de la historia más subjetiva,
busca la síntesis objeto-sujeto: la opción más segura y probable cara a
la conformación del nuevo paradigma.
El retorno del sujeto constituye, por
consiguiente, un momento esencial de la transición paradigmática, es la
respuesta radical -destructiva- de las ciencias sociales al absolutismo del
objetivismo y cientifismo largo tiempo hegemónicos, pero no es la estación final
de la de la marcha hacia el nuevo paradigma. La fase decisiva de la síntesis,
la verdaderamente constructiva, ha comenzado ya, y no sólo en historia.
¿Qué pasa si no con la evolución reciente de
la historiografía de tipo subjetivista? La historia de las mentalidades,
"abandonada" por sus creadores franceses
en favor de sus -hasta cierto punto- prolongaciones, la antropología histórica
y la nueva historia cultural, si tiene un futuro es por supuesto como historia social de las mentalidades12.
La nueva historia cultural se presenta
como una historia sociocultural. La microhistoria se está difundiendo, fuera de
Italia, más en la línea de investigar redes sociales (Giovanni Levi) que de
estudiar microcosmos individuales (Carlo Ginzburg: Menocchio, Piero della
Francesca). La historia de las mujeres, a nuestro juicio, será asumida por el
conjunto de la comunidad de historiadores en la medida en que se fusione con la historia social y global13.
Otro tanto podríamos decir del "giro lingüístico"14.
Por otro lado, los últimos retornos subjetivos, los géneros tradicionales, van
en la misma dirección: la nueva historia política (y de las instituciones)
integra la historia social como historia del poder. La nueva historia narrativa
rechaza el descriptivismo, quiere ser científica y explicativa. La nueva
historia biográfica pretende distanciarse de lo puramente individual, incluye
los contextos sociales y mentales como parte primordial de la investigación.
Desde la segunda mitad de los años 80,
conforme se difunden entre los
historiadores las innovaciones subjetivistas nacidas de la crisis de la
historia económica y social clásica, se
engendran nuevas síntesis con aquellos paradigmas más compartidos y difundidos
por la escuela de Annales y el
materialismo histórico15. Esta tendencia es la
decisiva, ya lo hicimos notar anteriormente, cara la formación del nuevo
paradigma historiográfico16.
En esta triple convergencia de la nueva
historia de la posguerra con sus últimos desarrollos, que la contradicen en
cierto sentido17,
con una historia tradicional renacida18,
y con la redefinición del propio concepto de ciencia (gracias también a los
avances de la historia de la ciencia), ¿qué aporta el ya viejo paradigma común de los
historiadores del siglo XX?, ¿qué necesita el nuevo paradigma para iniciar otro
periodo de "ciencia normal", para cerrar
-por el momento- la crisis de identidad de nuestra disciplina, para reconstruir
sobre nuevas bases la comunidad de historiadores?, ¿son suficientes las
confluencias parciales que, de modo más bien espontáneo, se producen entre la
historia social -estructural- y la historia subjetiva? Sostenemos que no, queda
por hacer la síntesis general entre las corrientes que protagonizaron la revolución
historiográfica del siglo XX y las nuevas-viejas tendencias que anuncian el
siglo XXI, para cuya puesta en práctica es forzoso una intervención consciente,
un debate general que clarifique las alternativas y los caminos a seguir.
Tres son los paradigmas, de la escuela de Annales y del materialismo histórico, que
-previa reformulación radical- el nuevo paradigma precisa, según nuestro
criterio, para constituirse como tal, para ser hegemónico -y no sólo
vanguardista-, para que a través suyo la historia renueve su credibilidad
científica y social:
a) El concepto y la experiencia acumulada
de la historia social. Ciertamente una nueva historia social que asuma el
rol de la mentalidad y de la política, del género y del lenguaje, del
acontecimiento y del individuo, y que conecte con la historiografia marxista
inglesa, sin duda alguna la aportación más sobresaliente de la historia social
a la historiografía del siglo XX19, paso obligado para algo
tan indispensable hoy como volver a estudiar los protagonistas colectivos de la
historia20.
Pongamos un ejemplo actual, cercano, de cómo
la historia si prescinde de lo social pierde, lamentablemente, rigor y
credibilidad. Estamos viviendo un inusitado interés de los medios de
comunicación por la transición democrática española, que ha levantado no pocas
críticas entre historiadores -me remito al respecto a la intervención de ayer
de un colega que, desde el público, pregunta dónde estaban los agentes sociales
en la imagen de la transición que se nos está ofreciendo- y protagonistas
descontentos con el tratamiento dado por los periodistas -en especial Victoria
Prego en TVE- a un hecho histórico que se describe como la obra de cuatro o
cinco grandes individuos -una suerte de gran conspiración-, desapareciendo en
consecuencia de la escena el millón y medio de personas que pudieron haber
participado -al mismo tiempo- en movilizaciones de masas contra la dictadura21,
quedando fuera de la historia la gran mayoría de la sociedad, las clases
sociales, la coyuntura económica, la lucha ideológica y cultural, etc.
Volvemos, así pues, a la historia de las grandes batallas y las grandes
personalidades, sólo nos falta el tambor, la corneta y la "unidad de destino en
lo universal", ¿es necesario inventar así -sin los historiadores sociales- la
tradición democrática?, ¿es bueno para la joven democracia española dar una
versión tan elitista y tan ajena al pueblo -al pueblo que luchó- de su
consecución?
El nuevo protagonismo de los periodistas -al
que no es ajeno el repliegue de los historiadores, y de otros sectores
intelectuales, a la academia- en la escritura de la historia inmediata y en la
divulgación de la historia, junto con el retorno académico de la historia
acontecimental y biográfica, abren
nuevas posibilidades a la historia a condición de que ésta no se convierta,
otra vez, en historia superficial, en la "historia historizante" que Bloch y
Febvre ya habían derrotado en la primera mitad del siglo que acaba. Para
conjurar lo anterior y para que los retornos no nos lleven al siglo XIX22,
sigue siendo imprescindible por consiguiente la historia social, una historia
social renovada que, por lo demás, ya está en marcha, a partir de la mejor
tradición angloamericana (Thompson, Samuel, Genovese, Davis, Stedman Jones...)23
y, últimamente, de los propios resultados del tournant
critique de Annales24.
b) El principio de globalidad frente a la
fragmentación galopante de nuestra disciplina.
Dijimos al principio que no cuestionábamos la
vitalidad de la historia profesional, e hicimos notar el caracter paradójico de
la situación presente -crisis y crecimiento-, pues bien, otro ejemplo, frente
al fenómeno de la superespecialización y del desmigajamiento de métodos y de
temas, estamos asistiendo a un movimiento en sentido contrario -aunque todavía
débil- de reunificación de géneros, como ya hemos comentado más arriba, al
hablar de la propensión de las historias subjetivas a concurrir con líneas más
objetivas de investigación, con la historia social más que con la historia
económica.
El fracaso de la historia total como
paradigma compartido -el más ambicioso y el menos aplicado- de la escuela de Annales y del materialismo histórico25,
causado tanto por el concepto subyacente (idealista) de totalidad como por la
inadecuación de los medios (metáforas mecanicistas) a los fines, deja una
problemática herencia a la historiografía del siglo XXI. La credibilidad
científica del nuevo paradigma (salvo que retrocedamos al positivismo de Ranke
o, más atrás aún, a la historia-ficción) dependerá, entre otras cosas, de su
capacidad para articular un pacto entre la inevitable especialización y la
globalización de su objeto de investigación; lo cual a su vez exige una mayor
atención a la metodología, la historiografía
y a la teoría de la historia: "el historiador futuro reflexionará..., o no
será"26.
c) La función social de la historia, o el
compromiso del historiador con un presente sin futuro. El retroceso de la historia
-concretamente, en España- en los planos de la educación y la investigación es
una consecuencia de la falta de conciencia -fuera e incluso dentro del ámbito
historiográfico- sobre la utilidad social de historia. Retomar el viejo
paradigma es hoy una tarea inaplazable para contribuir, desde la historia, a
que la sociedad de la información que Bill Gates nos anuncia no sea el
deshumanizado mundo de Orwell. Ahora bien, el presentismo ambiental, la idea de
que el mañana será igual al presente, y
que el pasado no interesa, de que la historia llegó a su fin, nos obliga a
variar el orden de los factores en la vieja relación pasado/presente/futuro:
hay que estudiar el pasado para conquistar el futuro y comprender así mejor el
presente, a fin de transformarlo. La crítica esencial al presente es demostrar
aquí y ahora, como historiadores, que existe el futuro. Y no se trata de que
que los historiadores tengamos que ser profetas o çadivinos -como anotó
justamente anteayer Julio Valdeón-, ni siquiera de coadyuvar en una
tranformación social, sino de algo mucho
más simple: ayudar a que el hombre y la mujer de hoy en día vean claro que hay
futuros alternativos, que el futuro existe porque existe el pasado, y nosotros
lo sabemos mejor que nadie.
LA INACABADA TRANSICIÓN
HISTORIOGRÁFICA ESPAÑOLA
Tres aspectos nos interesa desarrollar en
esta segunda parte del trabajo: el virtual papel de la historiografía española
en la transición internacional al nuevo paradigma27,
la relación entre transición política y renovación historiográfica en España, y
el problema del relevo generacional.
El papel internacional de la
historiografía española
Nuestra tesis es que la historiografía
española está en buenas condiciones -objetivas- para jugar un papel en la
síntesis tradición/innovación que va a caracterizar a la historiografía del
siglo XXI, adquiriendo así un perfil internacional propio; por las siguientes
razones:
a) Ausencia de escuelas historiográficas
propias. Lo que se suele citar como un handicap de la historiografía española
se convierte en ventaja cuando las grandes escuelas (extranjeras) entran en
crisis. El exceso de tradición también dificulta la renovación. Las trabas que
han encontrado la dirección de Annales para avanzar en su tournant critique, iniciado en 1989, a
pesar de la voluntad de sus promotores, es un claro exponente de lo queremos
decir.
b) Ausencia de movimientos pendulares
extremos que, en la práctica
historiográfica, hacen muy difícil la síntesis. Tal es el caso de la historiografía
francesa cuando pasó tajantemente de la historia económica-social a la historia
de las mentalidades28; o de la historiografia
norteamericana al transitar de la cliometría al "giro lingüïstico". La
renovación cautelosa o el conservadurísmo de enfoques, según se mire, rasgos
peculiares de buena parte de la historiografía española, puede favorecer ese
ineluctable equilibrio -porque la innovación ya no adelanta sin la síntesis-
que a otras historiografías, que protagonizaron anteriores etapas de cambio historiográfico, tanto les cuesta.
Sirva como botón de muestra de estos movimientos del péndulo la actitud hacia
el marxismo de historiografías, como la francesa, que pasaron del
enaltecimiento en los años 60 y 70 a la marginación en los años 80 y 90. Y, sin
embargo, estamos convencidos de que haciendo tabla rasa del materialismo
histórico la síntesis no es factible.
c) Ausencia de un centro internacional de
avance historiográfico. Peter Burke argumentó en el Congreso "A histoira a
debate" que la innovación va ahora por la periferia29.
Nosotros iríamos más allá: la carencia de un gran foco reconocido internacionalmente en el presente (papel que
ocuparon primero Alemania, desde el siglo XIX, y después Francia, en especial
en las décadas centrales del siglo XX) nos conduce a una realidad tan
multicéntrica (además de los países citados, habría que añadir: Gran Bretaña, EE. UU., Italia...) que
cuestiona el mismo concepto-metáfora centro/periferia: todo el mundo puede ser
centro, también España, y los países
iberoamericanos30. En los años 90, la
diversidad de focos historiográficos implica una gran oportunidad para
historiografías nacionales antaño dependientes, donde la diversidad de
influencias ha sido más notoria y fructífera. Probablemente, en ningún otro
lugar sabemos mejor de dónde venimos, de dónde viene la historiografía
internacional -la confluencia del marxismo, la escuela de Annales
y la tradición neopositivista- que en España y
determinados países latinoamericanos, lo cual es muy importante para
saber adónde queremos ir.
d) El nuevo rol internacional de España.
Justo es reconocer que, desde la transición a la democracia, la situación
política de España en el mundo, y la imagen que en el extranjero se tiene de
nosotros, han variado enormemente, gracias al ejemplo de la transición política31
y las políticas seguidas en la pasada década. Paralelamente el idioma español
ocupa un sitio preeminente, después del inglés, como lengua hablada y escrita,
en el mundo32.
En diversos campos de la cultura (ante todo, cine y literatura) se ha
progresado en el mismo sentido: rompiendo la barrera autárquica y
subdesarrollada heredada del franquismo, y ofreciendo productos culturales
españoles que han alcanzado un eco internacional notorio. No se puede decir lo
mismo de la historiografía española, prácticamente desconocida fuera de
nuestras fronteras, salvo en ambientes hispanistas33:
podemos considerar inexistentes las traduciones de libros de historia españoles
a otros idiomas. Sin embargo, otras áreas de conocimiento de la universidad
española -sobre todo científicas "duras"- están logrando ya ese reconocimiento
internacional. Existen por lo tanto condiciones externas más que idóneas para
que la historiografía española -y en general las ciencias humanas- ocupe un
lugar más relevante en el concierto
internacional, superándose así de una vez por todas la hipoteca de los largos
años del franquismo.
e) La radicalidad de la situación social
de la historia en España. El aspecto más alarmante de la crisis
historiográfica en España es su dimensión social: la "mala fama"de la
licenciatura de historia como una carrera "sin salidas", el desempleo de
licenciados y doctores en historia, y la falta de financiación para la investigación
de temas "humanísticos". No obstante, esta situación adversa se puede
metamorfosearse en un incentivo, mejor dicho, debe transformarse en un acicate
para hacer valer la historia como una profesión socialmente útil y
científicamente necesaria. Con lo que entramos en lo que llamaríamos
-utilizando un esquema viejo pero todavía fértil- las condiciones subjetivas precisas, según nuestro parecer,
para que la historiografía española alcance su plena madurez, donde veremos
que, desde el punto de vista historiográfico, España vive una situación
paradójica, llena de oportunidades, desde finales de los años 80: crisis social
aguda de la historia y, sin embargo,
fuerte revitalización historiográfica.
Rematar la transición
Es sabido que los avatares de la
historiografía española -y por extensión de la universidad, la ciencia y la
cultura- han estado tremendamente condicionados por los cambios políticos
-radicales y contradictorios entre sí- que han jalonado la historia de España
durante el siglo XX, a los cuales los historiadores no han sido ajenos, cuando
no han sido sus víctimas34. Fueron dos las ocasiones (1936 y la transición 1975-1978) en que
acontecimientos políticos indujeron cambios historiográficos profundos en nuestro
país:
A)
La ruptura de la
tradición historiográfica liberal a causa de la guerra civil y de sus
resultados.
La historiografía liberal de las primeras
décadas del siglo pretendía un nivel europeo para la historiografía española,
la divulgación de la historia a través de la Instrucción Pública a fin de
engendrar un público culto, y la elaboración de una historia nacional de España35.
Objetivos que, salvo el segundo y por razones obvias, fueron en alguna medida
alcanzados por los historiadores españoles en el exilio: sirva como muestra el
prestigio internacional de Sánchez Albornoz y su célebre polémica con Américo
Castro sobre la historia de España. En cualquier caso, en la posguerra española
-y en cierta medida también en la
posguerra europea-, nuestra historiografía se estancó desde un punto de vista
metodológico y historiográfico, involucionando sobremanera en el interior de
España, en relación con una historiografía europea que incubó en el periodo de
entreguerras lo que ahora denominamos la revolución historiográfica del siglo
XX.
Una vez restaurada la democracia, y la
monarquía, la renovación historiográfica no enlaza con la tradición
liberal-positivista sino que parte de las nuevas bases: las creadas por las
nuevas tendencias internacionales, Annales
y marxismo, que atraviesan los Pirineos.
Con todo, hay que decir que esta nueva
historia española no ha conseguido aún: ni el pleno reconocimiento
internacional, ni ocupar el terreno de la divulgación histórica -hegemonizado
por escritores, periodistas e historiadores aficionados36-,
ni la reelaboración y difusión de una historia de España que sea la historia de
sus pueblos y no la proyección del hegemonismo castellano, como pensaban tanto
Sánchez Albornoz, fuera de España, como Menéndez Pidal, dentro37;
incluso la enseñanza de la historia -y, en general, los estudios humanísticos-,
después del primer impulso inicial con democratización de la universidad, está
retrocediendo -y no sabemos hasta dónde-.
Por todo ésto, y por otras cuestiones
que iremos desgranando, consideramos inacabada la transición historiográfica
española, paralela a la transición política de la dictadura a la democracia al
menos en parte (cuando cambia el régimen
político ya la historiografía española había puesto las bases de su
renovación), con la peculiaridad de que lo que queda por recorrer coincide con la transición
paradigmática al siglo XXI. Vamos hacia una segunda "normalización académica"
de la historiografía española (la primera tuvo lugar en los años 60 y 70).
B)
La transición
política legitima la nueva historia española.
La sustitución de la historiografía
tradicional -franquista en lo relativo a divulgación y enseñanza; positivista
en cuanto al método- por la nueva
historia ha tenido lugar en el marco de una apasionada lucha política contra la
dictadura, en la que estaba muy implicada al universidad, dividida
generacionalmente por dicha causa: estudiantes y PNNs demócratas por un
lado, catedráticos y demás profesores
del régimen, por el otro (salvo las consabidas excepciones que confirman la
regla).
Estos orígenes políticos38
marcan de forma endeleble la renovación historiográfica española, que se
desarrolla en los años 60 y 70 gracias el empuje de jóvenes historiadores
de influencia marxista y aun annaliste, y a la ayuda, asimismo, de
historiadores liberales o historiadores del régimen que mantenían posiciones
aperturistas39.
Veamos pues qué virtudes y qué defectos
supuso para la nueva historiografía española ese compromiso político con el
antifranquismo de sus sectores más avanzados.
Decimos virtudes porque la conquista de la
democracia acelera el proceso de innovación historiográfica e institucionaliza
la nueva historia como la historiografía oficial del nuevo régimen democrático.
Simúltaneamente a lo anterior, se produce
un rápido rejuvenecimiento del profesorado universitario, y la
universidad -y dentro de ella los estudios de historia- crece enormemente, permitiendo el acceso de los
hijos de las clases trabajadoras a la universidad, sin lugar a dudas uno de los
grandes triunfos de los sindicatos democráticos de estudiantes de la época de Franco. No ha sucedido lo
mismo con otras reivindicaciones que enarbolamos en los años 60 y 7040,
como la lucha democrática por una universidad al servicio de la cultura y del
pensamiento crítico, levantada contra la universidad tecnocrática del
franquismo desarrollista de los años 60. Las políticas neoliberales de los años
80 han puesto objetivamente de actualidad, mutatis
mutandis, la reivindicación del 68 de una universidad democrática, y
en consecuencia crítica y humanística: otro argumento en favor de la transición
inacabada de la historiografía española.
En el capítulo de los defectos historiográficos
derivados de los orígenes militantes antifranquistas de una parte substancial
de la nueva historia41- nos referimos a la historiografía marxista, en general, y
al contemporaneísmo, en particular-, asumimos para nuestro análisis el concepto
de "historiografía frentepopulista", acuñado por Ucelay da Cal42
y de cierto uso entre los historiadores
catalanes. De entrada puede parecer excesivo caracterizar la historia más
progresista de la transición con un término vinculado a los años 30, a los
tiempos de la guerra civil, pero por eso mismo el calificativo tiene su sentido
y oportunidad. El franquismo "mantuvo frescos los puntos doctrinales y los
rencores, que naturalmente volverían a florecer en los años 70 con la muerte
del régimen dictatorial"43, es decir, hablando claro,
que mientras el país organiza la transición la historiografía mantiene vivo el
espíritu de la guerra civil44.
Partiendo de la idea de que la "historiografía
frentepopulista" es "el discurs dominant en el nostre món historiogràfic", la
revista LAvenç publica, en su
número 189 (febrero de 1995), un editorial apuntando que el GAL, la "cultura
del pelotazo", la corrupción política,
significan la "mort de lantiga esquerra"45
y por tanto el fin del "còmode consens frontpopulista imperant"46.
Ojalá fuese así, pero nos tememos que la trasnochada división de los
historiadores en "rojos" y "azules", que unos y otros practicamos más de lo que
sería deseable en medios académicos, que sobrevivió a la política de
reconciliación nacional (PCE, 1956), al pacto entre oposición de izquierdas y
reformistas de derechas durante la transición, a la Constitución de "todos" de
1978, al ocaso de la guerra fría y la caída de los bloques militares en
1989, bien puede rebasar el "pequeño
acontecimiento" del desencanto -de una parte de la izquierda- con el PSOE. Es
menester algo más: un debate que cierre la transición de la historiografía de
la era franquista a una historiografía realmente democrática; donde la lucha de
ideas historiográficas ha de estar por encima de las posiciones políticas, las
cuales no debieran de ser un obstáculo
para la convivencia y la colaboración entre los historiadores47.
El propio desarrollo y homologación internacional de la historiografía española
hace necesario que adaptemos de una manera más plena el funcionamiento de
nuestra comunidad científica al pluralismo democrático. Mientras las
clasificaciones tácitas -que son las que funcionan- de los historiadores se
refieran más a etiquetas políticas que a posiciones historiográficas, el debate
no avanzará y la historiografía española seguira dependiendo el exterior, de
historiografías más maduras. Y con toso ésto no queremos decir que las diferencias
políticas no cuentan historiográficamente, por supuesto que cuentan pero no se
pueden reducir a ellas las diferencias historiográficas, y menos aún si se
parte de una maniquea bipartición en dos "bloques" políticos -que ni siquiera
se hallan en la España actual- que ocultan las diferencias realmente existentes
en el interior de cada "bloque", tanto
políticas como, y sobre todo, historiográficas: se puede ser políticamente de
izquierdas e historiográficamente conservador - a muchos nos parece una contradicción,
pero así es en bastantes casos-, y a veces inclusive sucede lo contrario48.
Un ejemplo acerca de la cuestión del
pluralismo historiográfico. Se dijo en estas Jornadas que, en lo tocante a
revisionismo históriográfico, aquí no se estaba tocando la figura de Franco,
según lo visto en los congresos y coloquios hechos sobre el tema con motivo del
centenario, pero ¿cómo va a haber un verdadero debate si no se invita al
adversario revisionista con garantías -aunque sólo fuese por cortesía
académica- de que no va a resultar satanizado49?
No se trata pues de relegar la memoria de la
izquierda, frentepopulista, antifranquista, sino de hacerla valer -también
historiográficamente- por medios democráticos, intelectuales, en positivo, de
otra forma no resolveremos -nosotros, los que venimos de esa tradición- el
problema de su olvido por parte de las nuevas generaciones, nacidas en la
tolerancia y la libertad, como consecuencia del silencio que se impuso
tácitamente, desde los primeros momentos de la transición, sobre todos aquellos
recuerdos colectivos que pudiesen
"dividir" a los españoles y evocar a la guerra civil. Así fue como los
historiadores de izquierda "interiorizaron" su "frentepopulismo". Sólo un
debate abierto y plural, con predisposición tanto a la controversia como al
consenso, facultará la normalización académica plena de la historiografía
española, y ello debería producirse mucho antes de que una generación nacida en
la democracia tome el relevo.
En resumen, la fortaleza en profesionalidad y
en producción de la nueva historia española contrasta con una relativa pero
chocante inadecuación al marco político democrático que ella ayudó a crear, y,
lo que es más importante, todavía no ha conseguido que "aprobemos" asignaturas
pendientes -desde antes del 36- que hacen referencia a objetivos
historiográficos claves: un mayor papel internacional, fundado en un mejor
relación con la sociedad civil española, lo cual presupone avanzar en el camino
de la alta divulgación histórica y de la redefinición histórica de eso que
llamamos España.
Para cumplir dichas metas, poniendo en juego
todas nuestras potencialidades, hay que dejar atrás aquellas cargas que son
consecuencia del largo paréntesis de la
dictadura y aun de las limitaciones de la joven historiografía de la
democracia, hay que rematar la transición historiográfica, iniciada hace veinte
años, superando otras actitudes también provenientes de la atmósfera mental del
franquismo y del antifranquismo, o del desencanto ideológico posterior.
Antinomias improductivas
En cuanto a mentalidades colectivas que influyen en los historiadores, una
herencia clara del anterior régimen consiste en juzgar la relación
historiográfica con el exterior mediante la dicotomía provincianismo/mimetismo.
La esterilidad reside en ambos los dos extremos: a) seríamos
"provincianos" los que ignorantes y felices escribimos la historia al
margen de la historiografía internacional, justificando el aislacionismo con
argumentos anti-"modas" y anti-"colonización", negando la
necesidad de salir al extranjero, practicando incluso cierto proteccionismo; b)
seríamos "miméticos" quienes hacemos todo lo contrario, adorar todo lo que
viene del extranjero -no se viaja, pero
se procura estar al día- que de inmediato se copia sin más: sin atender ni al
contexto de donde nace dicha nueva propuesta temática o metodológica, ni al
contexto historiográfico donde se pretende aplicar50. Con frecuencia los dos extremos se manifestan
en una misma persona; todos hemos
oscilado de una u otra forma entre ambas posiciones, que conducen al mismo
sitio: la subalternidad de la historiografía española, "conservada" de esta
suerte en una eterna minoría de edad. El problema es que no sabemos, todavía,
combinar originalmente lo mejor de cada parte: la valoración de la
historiografía española con las cada vez más imprescendibles conexiones
exteriores. Somos, más inconsciente que conscientemente, prisioneros de las dos
actitudes clásicas, heredadas de la época franquista, sino de antes, hacia las
"modas" extranjeras, sobre todo parisinas: el "no" de los que no ven
en ello más que peligros para el sistema establecido, y el "sí" de
los que no ven en todo lo que viene de fuera más que aires nuevos, aires de
libertad51.
En fin, una antinomia propia de un tiempo distinguido, en España, por un
arraigado subdesarrollo cultural, del todavía no hemos salido totalmente, al
menos en el campo de las ciencias humanas y sociales, y que nos ha impedido
seguir consecuentemente la vías abiertas
en los años 50 por Vicens Vives y, posteriormente, por Tuñón de Lara, buscadores eficaces de equilibrios y síntesis entre
la innovación que viene de fuera y la propia tradición, animadores de
los dos intentos más ambiciosos y recientes de fundar una escuela
historiográfica española renovadora.
De factura más reciente, fruto en buena
medida de las vicisitudes de las transiciones que estamos analizando -políticas
e historiográficas-, es el binomio pesimismo/optimismo proyectado sobre la situación actual y las
perspectivas de la historiográfia española. Naturalmente, la ideología oficial
es pesimista; y a ello no es ajeno ni el desencanto político -nacional e internacional- de la
generación del 68 que ha protagonizado la "historiografía frentepopulista",
ni la crisis general de la idea de progreso. La ideología oficial se refleja no
sólo en los diagnósticos "negros" sobre la realidad historiográfica
-nacional e internacional- y académica, sino también en la inexistencia de
alternativas. Se trata de una representación mental negativista que constituye,
sin duda, el mayor obstáculo -subjetivo- para lograr que la historiografía
española haga uso pleno de sus facultades y posibilidades. Consideramos
sinceramente vital que confrontemos,
mediante el debate, nuestro imaginario fatalista -o el voluntarista, aunque
menos frecuente- con la realidad objetiva, reemplazando los juicios de valor
por el análisis concreto de las propuestas concretas, es decir, situando el
debate sobre las alternativas, sobre el futuro, sobre las diversas respuestas a
una pregunta clave: ¿qué hacer? En el terreno de las simples percepciones
individuales, es de verdad complicado articular un debate y menos aún avanzar
consensos, la objetivación es por consiguiente ineluctable.
Por descontado que hay datos objetivos sobre
la situación historiográfica que avalan, tanto en España como
internacionalmente, el "pesimismo" pero ¿y los que informan en
sentido contrario, "optimista", sobre los que habríamos de incidir si
lo que nos preocupa es el futuro, si queremos ser actores y no espectadores?
¿Vamos a renunciar al "optimismo de
la voluntad" que Gramsci quería completar con el "pesimismo de la
inteligencia"? En la justa dosificación de inteligencia y voluntad está la
solución: estamos a favor de un optimismo realista, de una inteligencia
voluntariosa -o, mejor aún, de una
voluntad inteligente-, porque no renunciamos ni al progreso historiográfico ni
al progreso en general, y bien sabemos que después de los monstruos engendrados
por la razón moderna es preciso redefinir el concepto mismo de progreso.
Siguiendo con las falsas alternativas, que
reemplazan con excesiva frecuencia los verdaderos debates -por déficit también
de alternativas, reales y autóctonas, sobre las que discutir-, queremos
referirnos ahora a la antinomia autoflagelación/autocomplacencia (planteada
de algún modo en esta Jornadas por Julián Casanova al hacernos ver los límites
de la autocomplacencia52), y que no deja de ser una
prolongación de las antinomias anteriores.
En orden a mentalidades colectivas de los
historiadores españoles, lo muy corriente es todavía encontrarse con el
problema contrario: la autoflagelación. Está demasiado presente entre nosotros
cierto complejo de inferioridad -en relación con las historiografías
extranjeras-, originado en el antiguo régimen, que, francamente, no se corresponde con la realidad del auge
de la historiografía española de los últimos
treinta años. En ningún otro periodo histórico creció tanto nuestra disciplina
(la historiografía liberal-positivista se redujo a grandes personalidades). De
forma que estamos en condiciones de hacer un balance global bastante sólido,
pese al vacio de innovación de los años 8053, que está ahora resultando
contrapesado por la revitalización que la historiografía española vive en los
años 90, manifestada en la proliferación de congresos54,
revistas55
y asociaciones56,
y en el acortamiento de plazos a la hora de la recepción de innovaciones57
y de las traduciones de obras extranjeras58.
Muchos de los que participamos, en 1993, en
el Congreso de Santiago, tal vez un punto de inflexión de este proceso, hemos sentido que algo estaba cambiando
en la historiografía española, siendo el propio resultado del Congreso un
mentís a las tesis "pesimistas" de las que partíamos59
y una demostración de como en este momento marchamos más al paso de la
historiografía internacional. Lo cual no quiere decir que estemos a las mil
maravillas, sucede simplemente que las condiciones subjetivas han mejorado, las
estamos haciendo mejorar; tendremos que ser prudentes en nuestras expectativas
pero no pacatos, sobre todo a la hora de ser generosos y emplazar nuestro
debate historiográfico en una perspectiva de futuro, a sabiendas de que serán
otros quienes se beneficiarán -o resultarán perjudicados- de ello.
Dos son los protagonistas de este nuevo
impulso de la voluntad inteligente en
España: (a) el interés por la historiografía60-paralelo al existente en
otros países, animado por el clima de debate, y por las asignaturas homólogas
de los planes nuevos-, y (b) la nueva historia social61.
En el primer caso, después de estar años quejándonos -y con toda la razón- de
la ausencia de reflexión62, el progreso es
substancial, dada la escasez de tradición. El auge reciente de la reflexión
historiográfica en España -antes sólo interesaba a individualidades aisladas-
refleja el avance internacional del nuevo paradigma, demuestra que España está
venciendo el retraso usual, si bien -reconozcámoslo- todavía es excesiva
nuestra dependencia del "exterior" a causa de la superviviencia del
complejo de inferioridad de origen franquista/antifranquista, sin anterior.
Para que de la revitalización en curso
resulte el perfil nacional e internacional de la historiografía española que
estamos propugnando, es menester -además de un pensamiento historiográfico
autónomo- una mayor incorporación al debate y a la reflexión de los
historiadores jóvenes63, que en definitiva serán
quienes van a desarrollar la historiografía española en el siglo XXI, y, por
otro lado, la unificación del debate y de la reflexión entre las diversas áreas
de conocimiento histórico64, cuando menos entre
medievalistas, modernistas y contemporaneístas, incrementando la comunicación
inter-áreas, los congresos conjuntos (como el de Santiago y, en general, los
que viene organizando de Zaragoza la Institución Fernándo el Católico65),
etc. Para lo cual es imprescindible resolver otro problema, asimismo heredado
de la transición: la primacía del contemporaneísmo66
en el seno de la "historiografía frentepopulista", por cuanto
conlleva la marginación de aquellas épocas históricas que fueron
"ensalzadas" por el franquismo, la Edad Media y la Edad Moderna.
Terminar, en este sentido, la transición historiográfica en España implica
reequilibrar el interés público y académico -especialmente en la enseñanza
media- en favor de la historia de España
anterior a la república, guerra civil y dictadura franquista (y de la
historia universal anterior al siglo XX o la II Guerra Mundial). Cuestión que desborda, naturalmente, al
ámbito historiográfico, pero no por ello su resolución es menos imperiosa. La
homologación internacional reclama, también, una historiografía que cubra por
igual todas las edades históricas67, que sea capaz de recrear
en los ciudadanos una conciencia histórica verdadera, profunda, esto es, que
vaya más allá de las últimas contiendas civiles, del tiempo vivido por nosotros
y por nuestros padres68. Sobre estas dos
cuestiones, homologación internacional e historia de España, tan
interrelacionadas, todavía añadiremos algo más, aun a riesgo de repetirnos,
puesto que constituyen dos tareas
fundamentales -junto con la incorporación de la nueva generación- tanto para
poner término a la transición historiográfica española, como para lograr que la
historiografía española juegue el papel que le corresponde en el proceso de
formación del nuevo paradigma historiográfico.
Para nosotros no hay mejor índice de las
posibilidades de homologación internacional de la historiografía española que
la experiencia del Congreso Internacional que hemos organizado en julio de 1993
en Santiago de Compostela. Verificamos allí que vamos en el buen camino de la
desmarginalización de la historiografía española, pero todavía falta un buen
trecho por recorrer, en dos sentidos complementarios: (a) una recepción más
crítica de las innovaciones que vienen de fuera; y, sobre todo, (b) un
intercambio más igualitario con las historiografías extranjeras, que es lo más
difícil: pensar con la propia cabeza.
Para lo cual es condición necesaria, pero no suficiente, estar al día, potenciar las conexiones internacionales de
la historiografía española, en lo que se ha progresado bastante en lo que va de década, antes nunca se había
viajado tanto -sobre todo los jóvenes-69. Valoramos positivamente el
dinamismo de la historiografia española y la pronta recepción de novedades
internacionales en lo que va de década, los pasos siguientes, en el horizonte del año 2.000, han de dirigirse a
que nos sostengamos con nuestros propios pies.
La cuestión ahora es, sobre todo, subjetiva:
cambiar las actitudes colectivas, las propias y también las ajenas, al tiempo
que las prácticas historiográficas. La tradición historiográfica española ha
sido sucesivamente dependiente de Alemania, de Francia, de Gran Bretaña (años
80) y, últimamente, si bien en mucha menor escala ya que no han desaparecido
los influjos anteriores, de EE. UU. y de Italia. De hecho sabemos más de las
historiografías contemporáneas citadas que de la propia historiografía española
(sobre todo de la segunda mitad del siglo XX), y no lo comentamos porque no
valoremos el trabajo que se viene haciendo, y que habrá que seguir haciendo,
por analizar, y difundir, desde España,
las características y la evolución de las restantes historiografías europeas70,
sino por el coste que supone. Tratamos de orientar la historiografía española
indirectamente, sin citar prácticamente autores españoles, por medio de
estudios sobre historiografías extranjeras: una suerte de alienación
historiográfica que pone de manifiesto las dificultades que tenemos para asumir
nuestro pasado historiográfico, en definitiva la propia identidad, y hace que nos pasen despercibidas tentativas españolas valiosas de abrir
originales vías de investigación, que habrá que redescubrir y animar.
La plena integración internacional de la
historiografía española, basada en el intercambio, requiere en resumidas
cuentas una mayor atención a la investigación de la historiografía española más
reciente, un gran esfuerzo para la elaboración de alternativas historiográficas
-desde España- sobre los problemas de la historiografía internacional, de
modelos "exportables" de investigación71, recreando planteamientos
"importados"... Formar a los jóvenes en esa dirección es vital, puesto que
estamos hablado de metas historiográficas para el siglo que viene, y ello sólo será posible si superamos la
nociva idea de que para reflexionar sobre metodología, historiografía -campo de
investigación que de un modo u otro se está imponiendo- o teoría de la
historia, o para hacer planteamientos temática o metodológicamente renovadores,
es necesario tener años y años de experiencia, o, lo que es aún peor,
determinado estatus académico: la experiencia de nuestra generación fue más
bien la contraria.
¿Qué hacer con la historia
de España?
El lugar en el mundo de la historiografía
española guarda una relación más directa de lo que se piensa con el papel de la
historia "en" España, y ésto a su vez tiene que ver con la atención que los
historiadores prestamos a la investigación y difusión de la historia "de"
España, y ahí damos en hueso.
La historia de España de Viriato, la lista de
los reyes godos y el imperio hacia Dios, ha sido sustituída por la historia de
Galicia, Euskadi, Cataluña, Murcia, Madrid, Castilla-León, Andalucia, Menorca y
demás nacionalidades, regiones y localidades... de España. La transición
política no influyó demasiado, según hemos visto, sobre las alineaciones
-políticas- de los historiadores, pero sí sobre el distribución del poder
político, que, pasando del centralismo franquista al Estado de las autonomias,
determinó 72el
tipo de historia predominante en la España democrática: la historia nacional
catalana, vasca y gallega, la historia regional y local73.
España74
como marco de investigación, de reflexión y de síntesis historiográficas, casi
ha desaparecido entre los historiadores profesionales. Con lo que se ha roto,
al mismo tiempo, con la historiografía franquista y con la historiografía
republicana75,
y se prolonga, indebidamente, el envejecido paradigma compartido de las
monografías regionales, cuando la tendencia dominante hoy es la pluralización
de la escalas de investigación, desde la microhistoria a la historia comparada,
así como el retorno del Estado-nación como ámbito historiográfico. A diferencia
de otros aspectos mentados de nuestra inacabada transición historiográfica,
aquí son las insuficiencias de la transición política las que inciden negativamente sobre el tránsito de la
escritura de la historia, en España, de la época de la dictadura a la época de
la democracia. Está claro que "el problema nacional" todavía no ha asumido entre nosotros su
conformación definitiva, cuando menos en la plano de las mentalidades
colectivas y de la cultura.
Se nos anima a investigar, desde España, la
historia de Europa, Asia o África, a practicar un "hispanismo al revés", y no
vamos a negar su necesidad, pero entre la historia regional-local y la historia
de otros países, ¿quién escribe la historia global de España, además de los
colegas hispanistas e iberistas?76.
El abandono por parte de la mejor
historiografía española, en los últimos veinte años, de los "temas españoles"
ha traído como consecuencia un envejecimiento de los manuales para la
asignatura "historia de España" de tal o cual época que, en el mejor de los
casos, cuando se han renovado, consisten por lo regular en el yuxtaposición de
historias o monografias regionales de historia económico-social (si se trata de
historia política, cultural, militar, diplomática, biográfica: ni eso77).
Y al desfase entre docencia e investigación, en lo tocante a historia de
España, hay que añadir el desconcierto
actualmente existente sobre la función social del historiador español más allá
de su Comunidad Autónoma (que además entrñe un desconcierto político no es,
desde luego, un consuelo). Para nosotros, no cabe duda: la marginación de la
historia "en" España -y de las ciencias humanas-, y la marginación de la
historia "de" España entre los historiadores españoles, es un mismo problema, o
si se quiere son dos problemas que se alimentan mutuamente. El desinterés de
los gobiernos centrales -empezando por los sucesivos ministros de Cultura y de
Educación- habidos, desde la transición, por la reconstrucción democrática,
multinacional y científica de la historia de España está intimamente ligado a
la imagen de "inutilidad" de la profesión de historiador y de los estudios de
historia en "este país".
¿Qué papel puede jugar la historiografía
española en España y en el mundo si no conseguimos que los españoles conozcan,
y amen, su historia común y diversa, si no les convencemos de que la "España"
actual, democrática y plurinacional, no es la "España" del general Franco, de
la Restauración y del absolutismo monárquico?
Donde los dirigentes políticos están fracasando, ¿no tendríamos los
historiadores que decir algo? ¿Cabe alguna duda científica sobre la realidad
historiográfica de España? No, aunque lo que si caben son dudas ideológicas. Se
puede comprender, políticamente, a un
historiador que, apoyando una opción independentista, desee la desaparición del
Estado español y de España como sociedad
civil, tal como se ha constituído -bien contradictoriamente- los últimos cinco
siglos, y por lo tanto se desentiende absolutamente de la historia de España.
Pero ese no es la caso de la inmensa mayoría de los historiadores gallegos,
vascos y catalanes, por hablar solamente de las nacionalidades históricas,
incluídos aquellos historiadores que se identifican con las opciones
electorales nacionalistas mayoritarias (que para nada levantan la bandera de la
independencia cuando piden el voto).
Planteando este dilema a debate en una clase
de historiografía, uno de mis alumnos argumentó: "a historia de España que a
fagan eles". Ahí se ve la justa indignación por siglos de absolutismo
centralista, pero también la continuidad de las mentalidades heredadas.
¿Quiénes son, en este momento, "ellos",
los "otros"?¿Castilla? ¿Madrid? Unos y otros están haciendo lo mismo que los demás: sus
historias regionales y locales. ¿El gobierno? ¿El Estado? Pasan de historia y
de Cultura con mayúsculas, esa es la pura la verdad. "Ellos" ahora somos todos:
somos nosotros. Y lo mejor que puede
suceder con la historia de España es que se reconstruya desde sus
nacionalidades y regiones, y también desde la "historiografía frentepopulista"
ahora ya tradicional. Es la mejor manera de evitar el resurgimiento del vetusto
nacionalismo españolista de tan mal recuerdo (temor que está en la base de nuestras inhibiciones políticas e
historiográficas al respecto, lo sabemos).
Así como estamos luchando por la
normalización de las lenguas gallega, vasca y catalana, por la reconstrucción
nacional o regional de nuestros respectivos países, dando clases y publicando
en nuestros idiomas nacionales, investigando sobre nuestras historias
nacionales o regionales, ¿no es hora ya de plantearse como objetivo -sin
abandonar lo anterior, claro está- la reconstrucción historiográfica de
concepto de España como nación de naciones? La pertenencia, objetiva y subjetiva, del
ciudadano a la nación fue excluyente en el siglo XIX -cada nacionalidad, un
Estado- pero se hizo inclusiva a lo largo del siglo XX. Nacionalidades
medievales sin Estado, Estado-nación, Europa como nueva comunidad nacional en
el horizonte: son los círculos
concéntricos de nacionalidad que convierten en arcaico y decimonónico al
nacionalismo insolidario, cuando no agresivo, que ha vuelto por sus fueros
intentando llenar el vacio dejado por el derrumbe del muro de Berlín.
Para no retroceder al siglo XIX, también en
España, urge ayudar al joven régimen democrático a contestar, desde la
historia, a la difícil pregunta de qué es España en el horizonte del año 2.000.
¿Cómo se articula la historia de las regiones y nacionalidades con la historia
de España? Respuestas que exigen ir más allá del 36 y de la Edad Contemporánea,
y que condicionan además el rol futuro de la historia en la enseñanza, la
investigación, la edición y los media de lo que antes llamábamos "este país".
El gran éxito de librería de la Breve
historia de España (1994), de Fernando García de Cortázar y José
Manuel González Vesga, añade una dimesión desconocida, durante
los años 80, a la revitalización de la historiografía española: la historia
tiene ya una demanda de "masas". Anteriormente, los escasos best-séllers de
historia -y escritos por historiadores- solían ser obras de autores extranjeros
(Georges Duby, John Elliott), y no siempre sobre temas españoles, y ahora tenemos
autores españoles, y como tema la historia de España. Algo está cambiando en la
historiografia española. Se retoma un
género, las historias no
centralistas de España, que tuvo ilustres precedentes, en vida de Franco: la
historia de España de Jaime Vicens Vives (1952), la historia de España de
Alfaguara (1973), la historia de España de Pierre Vilar (1975), y sus
prolongaciones durante la transición: en 1976, sale Historia 16, y, en 1980, la historia de España de Tuñón de
Lara. Después, un silencio de quince años78, hasta la historia de
España de Fernando García de Cortázar, quien en 1990 -a comienzos la década
actual, decisiva una vez más para el futuro de la historia en España- aparecía
como sostenedor de una publicación, "La historia subversiva. Una propuesta para
la irrupción de la historia en el presente", y de unas jornadas, "Encuentros
por una Historia viva", bien
significativos79.
Esta idea que estamos propugnando de
redefinir España, a través de la historia común y diversa de sus pueblos, no va dirigida tanto al poder político como a
la sociedad civil, que es donde se puede esperar una reacción contra la
esquizofrenia actual80. Salvo la imagen del Rey -y
eso gracias al 23F-, los restantes símbolos constitucionales que identifican
legalmente a la España democrática, esto es, el himno, el escudo y la bandera,
están casi totalmente marginados de la vida social, política y cultural: se
usan exclusivamente en actos, edificios y despachos oficiales. En el campo
político, ni siquiera el actual Partido Popular "centrado" hace ondear la
bandera bicolor en sus mítines. Todos los partidos y sindicatos llevan a sus
actos públicos la bandera propia con sus siglas (sobre un fondo blanco,
normalmente), y la bandera de la nacionalidad o región respectiva. En la calle,
la bandera nacional-española no está demasiado prestigiada, sigue teniendo una
imagen franquista, como de extrema derecha, y no digamos el himno: cada vez que
lo escuchamos ¿no nos retumba en los oídos la letra de "Franco, Franco..."?,
¿no continuamos "viendo" a los lados del
águila del escudo constitucional el yugo y las flechas? El caso es que hubo
tiempo para intentar cambiar estas representaciones sociales negativas: casi
veinte años. En el Hotel Convención de Madrid hubo que aceptar la monarquía y
los símbolos de la España franquista para dar luz verde a la España
democrática, mas ahí se quedó todo, contentado el ejército y demás poderes
fácticos, nadie más se volvió a preocupar del asunto. Pudo haberse puesto otra
letra al himno constitucional; pudimos incluso añadir una banda morada a la
bandera roja-y-gualda (del mismo modo que los algunos nacionalistas gallegos
ponen una estrella roja a la bandera gallega); pero nada se hizo, ¿por qué no interesaba?, ¿para no molestar a
los aliados nacionalistas catalanes y vascos? En todo caso, lo creemos muy
sinceramente, porque no se sabía, por ignorancia o dejadez. No se sabía, y
sigue sin saberse, que toda transformación política del presente que no
transforme la percepción del pasado, cava su propia tumba en un terreno nada
despreciable: el imaginario colectivo de unos pueblos que, con o sin ayuda de
la historia, siguen viviendo juntos, y
se sienten "gallegos y españoles", "vascos y españoles", etc.
Las limitaciones de la transición política
inciden negativamente en la transición historiográfica. Al margen de las
carencias culturales de los políticos gobernantes, la responsabilidad de los
historiadores es llevar buen puerto la transición inacabada de la
historiografía española, coadyuvando así a poner fin a la transición política81,
superando dialécticamente las dos historias de España, la "roja y separatista"
y la "fascista y nacional", asumiendo para ello el espíritu reconciliador de la
transición poítica -hasta donde lo permita el rigor y la cientificidad de
nuestro trabajo- y, haciendo caso omiso de la dimisión al respecto de algunos
poderes públicos, dotando a los pueblos de España de una conciencia histórica,
común y diversa, que vaya más allá de la guerra civil y de sus resultados. También para esta tarea es imprescindible
incorporar a los jóvenes historiadores, a las generaciones que nacieron con la
democracia y que, por lo tanto, para bien y para mal, no tienen ningún
referente "frentepopulismo" o franquista que dejar atrás.
La crisis laboral de los
jóvenes historiadores
Afrontar en España la crisis laboral de los
jóvenes historiadores como un problema propio, institucional, de todos los
historiadores, es una cuestión urgente, por varios motivos:
1) Porque son nuestros alumnos, y el
primer compromiso social, como profesores e investigadores, ha de ir dirigido
hacia aquellos jóvenes que estamos formando sabiendo de las escasas
posibilidades que van a tener para trabajar en su profesión. Por no hablar del
problema que supone dicha inestabilidad laboral para la continuidad de los
equipos de investigación.
2) Porque la crisis laboral es inseparable
de la crisis epistemológica. La crisis
de nuestra disciplina es global: social (laboral e institucional), propiamente
historiográfica (de escuelas y paradigmas compartidos), e ideológica y filosófica (crisis del
marxismo y demás filosofías de origen ilustrado que conforman el substrato teórico
la historiografía del siglo XX).
La gravedad de nuestra crisis laboral,
doblemente social -desempleo de jóvenes titulados, y escaso papel de la
historia y los historiadores en la sociedad-, hace, como ya dijimos, de la
historiografía española un escenario ideal para comprender, y afrontar, la
crisis finisecular de la historia.
Siempre y cuando, los historiadores instalados, más allá de toda
autocomplacencia como funcionarios y miembros de la academia, seamos solidarios
con los empiezan82, y sepamos ver, con
lucidez, que el debate historiográfico no tiene salida fuera del debate social,
profesional. La crisis de la historia tiene una base social y material más que
evidente. Nuestro entramado académico e instucional, cimentado en la
funcionarización, puede soportar la crisis epistemológica pero no la crisis
laboral, social; de hecho si esta
continuase agravándose, ¿podemos excluir en el futuro "reconversiones" que nos
afecten muy directamente? De continuar
la crisis de historiadores la marea acabará por alcanzarnos a todos, y,
precisamente, hay crisis de historiadores porque hay crisis de la historia, la
peor crisis de la historia.
Cuando en la calle -y en los despachos
oficiales- se comenta que la carrera de historia no tiene salidas, que no sirve
para nada, se cuestiona su utilidad social y, en último extremo, su
cientificidad, ¿podemos permanecer los historiadores de oficio de espaldas a
esa preocupación? Las preguntas que nos hacemos sobre la utilidad y la
cientificidad de la historia como disciplina tienen mucho que ver, seamos o no
conscientes de ello, con lo que piensa la sociedad y los poderes públicos de
los profesionales de la historia, entre otras cosas porque nos incumbe
materialmente: a menos prestigio social menos alumnos de historia, menos plazas
de profesores-investigadores, menos medios para la investigación. Separar las
condiciones materiales y sociales del ejercicio intelectual de nuestra
profesión, la crisis laboral de la crisis de identidad, la crisis de los
historiadores de la crisis de la historia, es caer en el autoengaño.
3) Porque afecta al relevo generacional.
La revitalización historiográfica de los años 90 coincide -otra vez la paradoja
que posibilita la intervención de la voluntad inteligente- con la congelación
de plantillas en las universidades españolas, en el CSIC -junto con la
congelación del dinero disponible para la investigación-, y en la enseñanza
media -en buena parte de las autonomías-. Si la situación no cambia -o sea, si
no la hacemos cambiar- en los próximos
años83,
la perspectiva es que estaremos
impartiendo docencia -y en su caso investigando- las mismas personas los
próximos 20 o 30 años, con todo lo que eso puede conllevar de estancamiento y
ruptura de la cadena de transmisión de conocimientos, sobre todo en el actual momento de transiciones
historiográficas. La historia no tiene futuro si los historiadores que
comienzan no tienen futuro.
4) Porque
implica la desprofesionalización creciente de nuestra disciplina. Cada vez
son más los jóvenes colegas que trabajan en cualquiera otra cosa, y, no
obstante, investigan, publican y hacen su tesis, cuando no son ya doctores y
bedeles, carpinteros o vendedores. El coautor de la Breve historia de España, José Manuel González Vesga,
historiador-guarda jurado, es el ejemplo más conocido, pero hay más: los
miembros de la Escuela Libre de Historiadores de Sevilla, y tantos otros, el
fenómeno no ha hecho más que empezar.
No vamos a negar que esta
desprofesionalización de la historia tiene sus cosas positivas -un mayor
contacto que los profesores
universitarios con la realidad social, por ejemplo- pero, globalmente, es un
retroceso al siglo XIX, es el retorno del historiador aficionado -sólo que
ahora con una formación académica-, y guarda relación con las fuerzas que
empujan la historia hacia la literatura, alejándola de las ciencias sociales.
De nuevo la degradación de la concepción de la historia y el deterioro de su
base material, van juntos, se retroalimentan.
Esos jóvenes historiadores que hacen su tesis
sin beca, que investigan sin cobrar, que dan clases de historia en asociaciones
de vecinos y centros de la tercera edad, sometidos a menudo a una doble jornada
laboral, sabiendo que todo ese esfuerzo no les van a permitir -hoy por hoy- trabajar
en lo suyo, en aquello para lo que fueron formados -con el dinero público-,
muestran una ilusión por la historia encomiable, dan la medida de la vitalidad
que se puede esperar de las nuevas generaciones de historiadores.
Aunque sobre el dinamismo de las
nuevas generaciones también se pueden esgrimir argumentos en sentido contrario.
Lo vemos todos los días en las clases: conformismo; conservadurismo
metodológico e historiográfico; individualismo y competitividad ambiental; desinterés de muchos estudiantes de historia
por una carrera que no fue elegida entre las primeras opciones, etc. Con todo,
tal vez habría que recordar aquí que los jóvenes, y más en un tiempo en que no
hay lucha generacional, reflejan lo que les enseñamos, son a su modo fieles a
su época, a la sociedad que nosotros mismos hemos construído.
En adelante, la decisión que
debemos tomar los profesores numerarios, y a pesar de ello sumamente inquietos
por la situación de nuestra disciplina, es en qué parte de los jóvenes
historiadores nos vamos a apoyar para luchar por el futuro de la historia.
Tampoco hay demasiadas opciones.
Ciertamente, estamos enfocando el problema
laboral de los historiadores en formación desde el punto de vista de los
historiadores establecidos, ¿qué papel le corresponde a los propios jóvenes
licenciados, o doctores, en este crucial "combate por la historia"84?
El de tratar de coger su destino en sus manos85. No es otra la enseñaza que
les podemos legar la generación del 68 -cualesquiera
que fuese la derivación ideológica posterior de parte de sus miembros- a los
jóvenes actuales, y más aún a los
jóvenes venideros. A sabiendas de que
los contextos históricos, sociales e ideológicos, no son los mismos. Pero hay
verdades que permanecen: que nadie espere sentado a que le resuelvan su
problema, corre el riesgo de morir de inanición, y no todos lo jóvenes son
fatalistas, ya lo hemos visto, no se
debería generalizar a la hora de hablar del conformismo social de los jóvenes
de hoy.
En 1989 hubo ya movilizaciones de los
estudiantes italianos en defensa de los estudios de letras. El 21 de noviembre
de 199586
-diez días después de finalizar estas Jornadas de Zaragoza- decenas de miles de
estudiantes franceses se manifestaron, junto con los profesores, en demanda de
más plazas de profesores universitarios y de más dinero para la educación
superior, siendo las facultades de letras de las más afectadas por los
dificultades económicas, que, por lo demás, son generales -dieron lugar
asimismo por esas fechas a movilizaciones en Bélgica y Holanda-, y consecuencia
de políticas ultraliberales aplicadas por doquier87,
desde los años 80, que amenazan con mermar severamente los gastos sociales en
educación, sanidad y pensiones a finales de los años 9088.
El desempleo masivo de los jóvenes
licenciados de historia, y la falta de plazas para los jóvenes historiadores
con vocación y formación de investigadores, remiten a dos problemas más
generales que se presentan agravados en España: el paro y la financiación de la
investigación científica. Soportamos un 23 % de paro, el mayor de la Unión
Europea, el doble que en Europa y el cuádruple que en EE. UU., y un gasto del
0, 8 % del PIB en investigación, un tercio del 2, 5 % de Norteamérica.
Hubo un momento, en la década pasada, en que
el paro ha dejado de ser un problema obrero y principió por concernir
seriamente a las clases medias89, principalmente a los
jóvenes titulados universitarios (en la actualidad, están en el paro el
47%), dentro de los cuales los
investigadores -escogidos entre los mejores expedientes- hace bastante tiempo
que han dejado de ser unos privilegiados. Fijémonos sino en el caso de los
becarios de investigación, pre y posdoctorales, del CSIC y de las
universidades, frecuentemente educados en el extranjero, y abocados salvo
excepciones al paro o a la emigración, después de años y años de formación a
cuenta del Estado90. Y, dentro de esta difícil
problemática, los investigadores en historia, y demás ciencias tenidas por
"inútiles" y/o "inexistentes" según la
ideología dominante, están peor que los aspirantes a científicos
aplicados y tecnólogos. No tenemos más que ver las áreas prioritarias de
investigación I + D, tanto en la Unión Europea como en España; las ciencias
humanas y sociales están prácticamente ausentes, y en el caso de la historia la
omisión es total. Otro punto de conexión entre la crisis del paradigma común de
los historiadores del siglo XX (la historia científica) y las endebles
realidades materiales, en este caso como fruto directo de las políticas
científicas oficiales, generadoras de desempleados de lujo, en el sentido de
que es un lujo para la sociedad prescindir de sus servicios.
También sucede que cuando los parados o
investigadores son de la carrera de historia, los problemas crecen, por una
cuestión de imagen: los licenciados de letras no están mucho más parados que
los de otras carreras -teóricamente con más salidas, pero también más masificadas-, pero lo parecen. Las
representaciones colectivas generadas desde el poder nos juegan aquí una mala
pasada. Las políticas educativas, culturales y científicas de tipo tecnocrático
aplicadas en España, desde principios de los años 80, han marginado y desprestigiado
a las ciencias humanas y sociales de tal modo, que podemos "presumir" de una
situación "especial" en el conjunto de Europa. Gran Bretaña, Alemania, Francia91,
empiezan a estar de vuelta del economicismo en el campo de la educación y la
investigación.
El futuro de las ciencias
humanas
Naturalmente, las "humanidades" han venido
reaccionando contra las políticas
tecnocráticas, remozadas por el posmodernismo, en su aplicación a la enseñanza
secundaria. En la década pasada, la historia92, ahora mismo los estudios
clásicos y la filosofía. Los argumentos son semejantes: contra la
"robotización" de la sociedad, enseñar a
pensar críticamente; enseñar a pensar históricamente, diríamos nosotros. En la
campaña electoral del 3 de marzo de 1996, que se inicia cuando estamos acabando
este texto, los partidos políticos hablan incluso del "empobrecimiento
alarmante de la formación en materias humanísticas y científicas"93,
pero después todo sigue igual, o sea mal, o peor, porque son promesas
electorales94, porque -en España- los
contenidos de la educación, y demás temás de "alta cultura", no suelen
interesar a los presidentes de gobierno95, y porque los sectores
sociales y culturales interesados no presionamos lo suficiente, y lo suficientemente
unidos. En algún momento habrá que abrir un debate público sobre el papel de la historia, y de las
ciencias humanas, y de la Cultura con mayúsculas, en las aulas, en la sociedad,
en la investigación, en los medios de comunicación..., y en las Cortes que
tengan que decidir los presupuestos del Estado; un debate nacional sobre si la
integración en Europa es principalmente una cuestión de comercio y
productividad, como se viene diciendo, o es también una cuestión de cultura y
de educación, de competividad intelectual además de tecnológica. La verdad es
que, en números relativos, estamos hoy más lejos de la Europa de la Cultura que
hace diez o quince años. ¿Cuántos intelectuales o investigadores españoles son
traducidos al francés, inglés o italiano? ¿En qué cabeza cabe que el desarrollo
económico, social y político de un país puede realizarse sin un desarrollo
cultural serio, profundo?
"El siglo XXI será posliberal, quizás incluso
antiliberal", escribía el pasado mes Alain Touraine96.
En esa misma dirección, la Comisión de
Cultura y Desarrollo de la UNESCO recomendaba recientemente modificar las
estrategias de desarrollo, definiendo de nuevo la noción de desarrollo, de modo
que se tenga en cuenta su dimensión humana, aseverando que "los viejos modelos
de desarrollo basados únicamente en el crecimiento económico y la satisfación
material" estaban "condenados al fracaso"97. La sociedad civil
francesa, fiel barómetro -desde los tiempos de Marx- de las corrientes sociales
e ideales, anticipa tal vez el futuro al mantener y/o reponer el papel de la
historia y las ciencias humanas en la enseñanza, al tiempo que reacciona contra
la reducción de los gastos estatales en educación, y se enfrenta al
neoliberalismo rampante, anunciando -según Touraine- su fin.
El lector se preguntará por qué establecemos
una relación tan directa entre una política económica, el neoliberalismo, y la
situación social y académica de la historia y las ciencias humanas. Pensamos
que la vuelta del liberalismo económico -el liberalismo político es otra cosa-
entraña el retorno de una concepción
economicista, materialista vulgar, de la vida político-social, y
cultural, que las ciencias humanas y sociales habían ya sobrepasado98.
Por ello el futuro de éstas depende del fracaso de aquél en favor de otras
políticas, que tengan en cuenta al hombre y a la cultura.
La universidad no puede estar al servicio de
la economía, sin más. En España, se están alzando voces lúcidas que piden "un
debate serio y riguroso sobre la misión de la Universidad" a la vez que se lamentan de que el Ministerio
de Educación y Ciencia, "que se ha quedado prácticamente vacío de competencias
administrativas y de dinero", no haya sido "el impulsor y el promotor de ese
debate". Debate que ha de centrarse en la Ley de Reforma Universitaria, que,
nacida en plena euforia neoliberal, se propuso adecuar las enseñanzas universitarias "a las demandas
del sistema productivo, a las demandas de la empresa". La universidad "tenía
que preparar a la gente para los empleos que existían en el mercado,
sencillamente". Y la "consecuencia de pensar en ella como una una fábrica de
empleados" es su conversión en una "fábrica de parados". La propuesta del
autor, que nosotros asumimos, es que "la LRU necesita, más que una reforma, un
nuevo espíritu, un nuevo impulso", que permita recuperar la función
eminentemente cultural de la universidad: "la función de la Universidad como
principal agente de la cultura en su sentido más amplio ha quedado relegada,
cuando precisamente ése es uno de sus objetivos esenciales". El hecho de que el
autor sea el director de la Fundación Universidad-Empresa, concede si cabe más fuerza a la argumentación99.
Si la historiografía española, e
internacional, se enfrenta a las puertas del siglo XXI a una transición
paradigmática es también porque la sociedad está cambiando. La sustitución,
parcial pero significativa -porque atañe a los jóvenes-, del éxito individual,
el poder y el dinero, como creencias dominantes, por la solidaridad, la ética y
los valores humanísticos, produce mejores condiciones para que la sociedad vuelva a interesarse por su pasado, como medida de
su ilusión de futuro.
¿En qué podemos contribuir los historiadores
a la metamorfosis de valores que vive hoy la sociedad española? Potenciando la
investigación de la historia, su función social y cultural. Para lo cual hay
que cuestionar dos presupuestos políticos que obstaculizan el apoyo
institucional a la investigación histórica en España: a) la ausencia de la
historia, y de las ciencias humanas, en las líneas de investigación I + D, determinantes de la orientación de
buena parte de la investigación pública
y también privada; b) el propio modelo aplicado en España para combinar
la investigación y la enseñanza.
Difícilmente se podrá mejorar ese raquítico
0,8 % del PIB en investigación científica mientras ésta pase por el cuello de botella de la
universidad. Las necesidades docentes y de investigación, en principio no tienen
porque coincidir, pero habitualmente se crean plazas universitarias para
investigadores sólo si hay alumnos, si hay plazas para profesores. La
investigación va de este modo, irremediablemente, por detrás de la enseñanza.
Si no hay "mercado", es decir, una demanda de estudiantes, para tal área de
conocimiento o línea de investigación, no se ofertan plazas y puede acabar
decayendo dicho campo la investigación.
A los profesores universitarios, como es
sabido, no se nos exige lo mismo como docentes que como investigadores. Lo milagroso
en estas circustancias adversas es que, pese a todo, se investiga mucho y bien
en las universidades españolas. Pero para multiplicar por tres el esfuerzo y
colocarnos al nivel de los países desarrollados, no alcanza: hay que cambiar el
modelo. Pasar del modelo actual que concentra la investigación en los
profesores de universidad, a un modelo mixto que potencie, junto a la
universidad, una red de centros dedicados exclusivamente a la investigación y a
formar investigadores, tanto en ciencias "duras" como en ciencias "blandas",
siguiendo la experiencia de otros países económica y culturalmente más
desarrollados.
El establecimiento paralelo a la universidad
de estos centros, además de posibilitar el incremento rápido de los resultados
de la política científica, absorvería el excedente de jóvenes investigadores en
la actualidad abocados al paro. Abriría perspectivas de futuro para la
investigación en general, y para la investigación de nuestra historia en
particular.
1Estado
de ánimo en el cual se nos presenta como posible lo que deseamos, Diccionario de la Lengua Española, Madrid,
1992; el principio esperanza, que Ernst Bloch teorizó, queda reducido a puro
voluntarismo y teleologismo sino implementamos nuestros objetivos-deseos, en el
caso de la crisis historiográfica finisecular, sino analizamos crudamente los
errores y los fracasos del materialismo histórico y de la escuela de Annales al tiempo que demostramos la
necesidad, y la coherencia, de sus postulados vigentes -previa reformulación-
en relación con las nuevas formas de hacer historia que se están abriendo paso.
2 En las primeras líneas de El dieciocho Brumario de Luis Bonaparte
(Barcelona, 1968, p. 11), Marx corrigió a Hegel aceptando que la historia se repite, pero la segunda vez
como una farsa, nos mantendría a salvo -añadimos nosotros- pretender no tanto
la repetición como la construcción de algo nuevo, con viejos y nuevos
materiales.
3Complementamos de esta forma un trabajo
anterior-a la vez que lo acercamos más a la situación en España y al contexto
extrauniversitario-: "La historia que viene", Historia
a debate. I. Pasado y futuro, Santiago, 1995, pp. 95-117.
4 Una de las primeras voces de alarma fue Lawrence Stone en "The Revival of Narrative:
Reflections on a New Old History", Past and
Present, nº 85, 1979.
5 Empleamos el término "paradigma" no tanto en
el sentido original de ejemplo o modelo como en el nuevo sentido aportado
por Kuhn: los valores compartidos por una comunidad de especialistas.
6 El reemplazo
nunca es total, de la misma forma que la nueva historia
socioeconómica contunuó siendo
positivista más de lo que se suele confesar, los nuevos paradigmas conservarán
una parte -substancial- de la nueva historia; más adelante adelantaremos
nuestras ideas al respecto.
7Maria de Fátima BONIFÁCIO, "O abençoado
retorno da vella história", Historia a
debate. III. Otros enfoques, Santiago, 1995, pp. 151-156; Francisco
PUY, "Discurso histórico, discurso forense", Historia
a debate. Galicia, Santiago, 1995, pp.
51-60.
8 Jacques LE GOFF, "Les retours dans
l'historiographie française actuelle",
Historia a debate. III. Otros enfoques, Santiago, 1995,
pp. 157-165; Jerzy TOPOLSKY, "El relato histórico y las condiciones de su
validez", A. Al-Azmh. Historia y diversidad
de culturas, Barcelona, 1984, pp. 147-163.
9 No vale decir que las historiografías
hegemónicas del siglo que termina jamás redujeron la determinación histórica a
la economía, la práctica lo desmiente: la prioridad absoluta recibida durante
décadas por el estudio de lo económico-social (marginando los enfoques
globales) es un claro reflejo de la íntima creencia de los historiadores acerca
de cómo la clave de la historia estaba en el estudio de la base material.
10 François DOSSE, Lempire
du sens. Lhumanisation des sciences humaines, París, 1995.
11 El
presentismo, derrotado en su momento por la convergancia del materialismo
histórico/escuela de Annales/neopositivismo,
está volviendo por sus fueros, incluso a través de antiguos defensores de esas
tendencias.
12
Carlos BARROS, "Historia de las mentalidades, historia social", Historia Contemporánea, Bilbao, nº 9,
1993, pp. 111-139; "Historia de las mentalidades: posibilidades
actuales", Problemas actuales de la
Historia, Salamanca, 1993, pp. 49-67; "La contribución de los
terceros Annales y la historia de las mentalidades. 1969-1989", La otra historia: sociedad, cultura y mentalidades,
Bilbao, 1993, pp. 87-118.
13Hemos
planteado ya esta cuestión, el 27 de octubre de 1995, en la Universidad
Complutense, en una conferencia organizada por la A. C. Al-Mudaina: "La
historia de la mujeres y el nuevo paradigma".
14 María
del Mar GARRIDO, "¿La historia intelectual en crisis? El giro lingüístico y la
historia social frente a la historia intelectual", Historia a Debate. II. Retorno del sujeto, Santiago, 1995,
pp. 201-212.
15
Incluso un autor de entrada tan poco amigo de la historia de las mentalidades
como Josep Fontana busca esa síntesis en La
historia después del fin de la historia, Barcelona, 1992, pp.
101-112.
16
También en las ciencias "duras" se tiende últimamente a la síntesis
objeto-sujeto; ejemplos: la búsqueda de una teoría unificada de las fuerzas
físicas; el descubrimiento del orden en la teoría del caos; la rehabilitación
de los factores biológicos, genéticos, físicos, en el comportamiento humano que
obligan a tener en cuenta tanto la psicología cognitiva como conductiva; etc.
17 La
historia francesa de las mentalidades y la historia social inglesa, y con más
motivo sus desarrollos más recientes, están contenidas en las matrices de sus
respectivas tradiciones, pero son,
simultáneamente, una reacción contra el objetivismo, el economicismo y el
estructuralismo en los años 50 y 60.
18 Para
España, véase Juan Pablo FUSI "Por una nueva historia: volver a Ranke", Perspectiva Contemporánea, nº1, 1988.
19 En
tres sentidos: por la inclusión de la mentalidad y la cultura en las
investigaciones sociales básicas (Rudé, Thompson), por la "historia desde
abajo", y por la importancia concedida al estudio de conflictos, revueltas y
revoluciones, crisis y transiciones; véase Harvey J. KAYE, Los historiadores marxistas británicos,
Zaragoza, 1989.
20 Las
revoluciones en el Este europeo en los años 1989-1991, la revuelta de Chiapas
de 1994 y las movilizaciónes francesas
de Diciembre de 1995, han devuelto a la actualidad el tema.
21 Según
Santiago Carrillo, una de esas grandes individualidades, en Memoria de la transición, Madrid, 1995, p.
35.
22De la
misma forma que el retorno del capitalismo en los países del Este retrotrajo a
estas sociedades a los tiempos del capitalismo salvaje decimonómico -añadiendo
el Chicago de los años 20-, provocando una reacción electoral que llevó al
poder a los comunistas, más o menos reformados, inclusive en Rusia.
23
Julián CASANOVA, La historia social y los
historiadores, Barcelona, 1991.
24 Bernard LEPETIT, dir., Les
formes de lexpérience. Une autre histoire sociale, París, 1995.
25 La
prueba del fracaso de la historia total está en la fragmentación actual, la inexistencia
de la historia total como línea específica de investigación y el abandono
explícito de este paradigma por parte de sus anteriores valedores.
26 Tesis
13 de "La historia que viene", Historia a
Debate. I. Pasado y futuro, Santiago, 1995, pp. 111-112.
27 Así
como en los años 60 y 70 la nueva historia se impuso con cierto retraso en
España, por razones en último extremo
políticas, pensamos que en los años 90 y 10 del próximo siglo es posible, si se
pone término a nuestra propia transición, avanzar en paralelo a la
historiografía internacional.
28 Hoy
se está recuperando en Francia la historia económica, pero -y sin duda las
causas ideológicas pesan- no ocurre lo mismo con la historia social, en su
sentido más estricto.
29 Historia a Debate. I. Pasado y futuro, p.
52.
30
México, por ejemplo, con la historia regional.
31
Paradójicamente, conforme analizaremos después, la transición a la democracia
no afectó excesivamente a las mentalidades y alienaciones de los historiadores
españoles.
32
Marqués de TAMARÓN, ed., El peso de la
lengua española en el mundo, Madrid, 1995.
33 Las
valoraciones de la historiografía española por parte de colegas hispanistas
tienen una triple ventaja: vienen de historiadores que conocen la situacíón
real de las historiografías de sus respectivos países y pueden comparar mejor,
suelen partir de sectores -sobre todo del hispanismo modernista- que han jugado
una función destacada en la renovación
española de los años 60 y 70, y, por último, son más conscientes que nosotros
mismos de las posibilidades inéditas de España como potencia cultural mundial.
34 Por
ejemplo: Claudio Sánchez Albornoz, Pedro Boch-Gimpera, Manuel Tuñón de Lara.
35
Gonzalo PASAMAR, "La historiografía profesional española en la primera mitad
del siglo actual: una tradición liberal truncada", Studium, Zaragoza, 2, 1990, pp. 133-156.
36 De la
lista de diez libros más vendidos en el apartado de "no-ficción" según El País (6 de febrero de 1996), seis -entre
los que se encuentran los cuatro primeros- son de historia -y no todos de
historia inmediata-, y ninguno de ellos está escrito por un historiador
profesional.
37
Gonzalo PASAMAR, op. cit., p.
150.
38Señalarlo
no quiere decir, por descontado, que olvidemos las motivaciones estrictamente
académicas y profesionales (de puesta al día y homologación internacional) y
las generacionales ya mencionadas, todas ellas bien entrelazadas con las
políticas, que en aquellos años estaban en un primer plano.
39 Al explicar
el ascenso de la nueva historia se suele infravalorar el factor aperturista,
que no sólo fue clave en el plano político, una vez que se demostró inviable la
ruptura democrática y se empieza a pactar la transición, sino también en el
plano académico, dónde se manifiesta con más facilidad ante las reorientaciones
metodológicas de menos connotaciones políticas como la escuela de Annales (el
maxismo lo tuvo algo más difícil).
40 En
los años 1967 y 1968, el autor de este trabajo era delegado del Sindicato
Democrático de Estudiantes de la Universidad de Madrid en la E.T.S.de Ingenieros Industriales.
41 Igual
que sucede en el ámbito internacional, militancia historiográfica y militancia
política frecuentemente no coinciden (Annales
vs. marxismo, Febvre vs. Bloch), veáse por ejemplo: Luis DOMÍNGUEZ, Xosé Ramón
QUINTANA, "Renovación en la historiografía española: Antonio Eiras Roel y la
recepción del movimiento Annales en Galicia", Historia
a Debate.I. Pasado y futuro, Santiago, 1995, pp. 319-342.
42 Enric
UCELAY DA CAL, "La historiografía en Cataluña (1960-1980): marxismo,
nacionalismo y mercado cultural", Historia y
Crítica, 1, 1991, pp. 135 ss.
43 ídem.
44 Una
forma de autojustificar los defectos "frentepopulistas" de la transición
historiográfica española es echar las culpas a la... propia transición política, al hecho de que no
hubiese una verdadera ruptura.
45 El
hecho de que los autores identifiquen izquierda con el PSOE trasluce la
conexión entre historiografía frentepopulista y bipartidismo.
46 Claro
que sería pasar de la sartén al fuego reemplazar las etiquetas supuestamente
"historiográficas" izquiera/derecha por
otras parecidas, o tal vez peores, como la clasificación de los historiadores
en nacionalistas y no nacionalistas, véase Albert BALCELLS, La història de Catalunya a debat. Els textes duna
polèmica, Barcelona, 1994.
47 Sin
menoscabo de que cada uno de nosotros defienda, con toda la contundencia que se
quiera, su particular concepción de la historia, y aun sus ideas políticas,
filosóficas o religiosas.
48 El
caso de Philippe Ariès por ejemplo, por no poner otros ejemplos más cercanos.
49
Javier Tussell se queja, justamente, de que no hubiese un debate sobre
revisionismo en España como el de Alemania sobre el holocausto, los de Francia
sobre 1789 o sobre la resistencia, etc., pero el mismo descalifica como
indignas todas las obras revisionistas sobre la época de Franco, incluídas las
del historiador Luis Suárez, "La dictadura de Franco a los cien años de su
muerte", Ayer, 10, 1993, pp.
13-28.
50 Una
consecuencia de esta actitud seguidista es la fea costumbre de citar solamente
a autores extranjeros, dando por sentado que las aportaciones nacionales, por el hecho de serlas, no tienen
el mismo valor (lo contrario de lo que, verbigracia, quitando excepciones,
hacen bastantes colegas franceses).
51 Un
curioso efecto de la vigencia de estas actitudes dicotómicas es la manera habitual que tenemos de debatir
sobre historiografía en España: publicando libros y artículos -excelentes,
muchos de ellos- sobre las historiografías francesa, inglesa, americana,
italiana o alemana.
52 Una
manifestación extrema es "negar" que exista la crisis de la historia: Isidro
DUBERT, "A crise historiográfica coma ideoloxía", Historia a debate. Galicia, Santiago, 1995, pp. 31-46.
53 Con
actitudes negativas e infructuosas como las mantenidas, por parte de algunos
sectores, hacia la historia francesa de
las mentalidades (véase la bibliografía de la nota 12).
54
"Cincuenta años de historiografía española y americanista" (Madrid, 1989);
"Encuentros por una Historia viva" (Bilbao, 1990); "Historia Social"
(Zaragoza, 1990), "New History, Nouvelle Histoire: hacia una Nueva
Historia" (El Escorial, 1992), "Historiografía contemporánea
española" (Cuenca, 1993); "A Historia a Debate" (Santiago,
1993), "La Historia en el horizonte del año 2000" (Zaragoza, 1995).
55
"La(s) Otra(s) Historia(s)" (Bergara, 1987), "Historia Social"
(Valencia, 1988), "Revista d'Història Medieval" (Valencia, 1990),
"Medievalismo" (Madrid, 1991), "Historia y Crítica" (Santiago, 1991),
"Ayer" (Madrid, 1991), "Taller dHistòria" (Valencia, 1993).
56
"Asociación de Historia Social" (Madrid, 1989), "Asociación de
Historia Contemporánea" (Madrid, 1990),
"Escuela Libre de Historiadores" (Sevilla, 1990).
57 Es el
caso de la nueva historia cultural francesa, de la microhistoria italiana y del
"giro lingüïstico" norteamericano.
58Verbigracia,
los últimos libros de Furet y Hobsbawm.
59
"Presentación", Historia a debate.
I. Pasado y futuro, Santiago, 1995, pp. 9-10.
60 VV.
AA., La historia subversiva. Una propuesta para la
irrupción de la historia en el presente, Bilbao, 1990; VV. AA., Tendencias en historia, Madrid, 1990;
Gonzalo PASAMAR, Historiografía e ideología
en la posguerra española: la ruptura de la tradición liberal,
Zaragoza, 1991; Josep FONTANA, La historia
después del fin de la historia, Barcelona, 1992; VV. AA., Problemas actuales de la historia,
Salamanca, 1993; Pedro RUIZ TORRES, ed., La
historiografía, Madrid, 1993;
Enrique MORADIELLOS, El oficio de historiador,
Madrid, 1994; Saturnino SÁNCHEZ PRIETO, ¿Y
qué es la historia? Reflexiones epistemológicas para profesores de Secundaria,
Madrid, 1995; Elena HERNÁNDEZ SANDOICA, Los
caminos de la historia. Cuestiones de historiografía y método,
Madrid, 1995; Julio ARÓSTEGUI, La
investigación histórica: teoría y método, Barcelona, 1995.
61 Para
cuyo desarrollo ha sido importante el artículo de José Álvarez Junco y Manuel
Pérez Ledesma: "Historia del movimiento obrero. ¿Una segunda ruptura?", Revista de Occidente, nº 12, 1982, pp.
19-41.
62 Julio
VALDEÓN, "La historiografía española a finales del siglo XX: miseria de la
teoría", Historia a Debate. I. Pasado y
futuro, Santiago, 1995, pp. 309-317.
63 En el
Congreso de Santiago hemos constatado que ello es posible,
"Presentación", p. 7.
64 La
creación de una nueva área de conocimiento sobre historiografía, con
investigadores provinientes de las actuales áreas, coadyuvaría al objetivo de
reunificar la comunidad de historiadores españoles.
65 La
verdad es que la participación de todos está más garantizada cuando la
organización recae en medievalistas y/o modernistas; los colegas
contemporaneístas suelen ser más "endogámicos", por el efecto del
propio desarrollo del área desde la transición y de una mayor tradición en
cuestiones de reflexión historiográfica, todo hay que decirlo.
66 José
Luis DE LA GRANJA, "La historiografía española reciente: un balance",
Historia a debate. I. Pasado y futuro,
Santiago, 1993, p. 301.
67
Historiografías democráticas europeas -como la francesa- tienen más bien el
problema contrario: predominio del modernismo y del medievalismo.
68
Conforme el voto del miedo cuente menos en España, más fácil nos será a los
historiadores liberarnos del "frentepopulismo" con su ultracontemporaneísmo
anexo.
69
Durante la renovación historiográfica de los años 70 se viajó mucho menos por
las dificultades existentes tanto de tipo político como idiomático.
70
Nosotros mismos lo hemos intentado en relación con la última historiografía
francesa, "La 'Nouvelle Histoire' y
sus críticos", Manuscrits.
Revista d'Història Moderna, nº 9,
Barcelona, 1991, pp. 83-111; "El 'tournant critique' de Annales", Revista de Història Medieval, Valencia, nº
2, 1991, pp. 193-197; "La contribución de los terceros Annales y la
historia de las mentalidades. 1969-1989", La
otra historia: sociedad, cultura y mentalidades, Bilbao, 1993, pp.
87-118.
71
Nuestro hispanista Bernard Vincent, de la EHESS de París, lo planteó crudamente
en Santiago: Historia a debate. I. Pasado y
futuro, Santiago, 1995, p. 68.
72
Algunas causas: interés de los gobiernos
autónomos -de todos los matices políticos- por la historia propia, facilidades
para la financiación de investigaciones y para la publicación de libros de
materia regional-local, transferencias de las universidades a las Comunidades
Autónomas, afán conmemorativo de las gestas locales, existencia de un público
culto...
73 Se
denuncia esta marcada tendencia localista, y a la vez el desinterés por la
historia de países extranjeros, en Juan PRO RUIZ, "Sobre el ámbito territorial de los estudios
de historia", Historia a debate. III. Otros enfoques, Santiago, 1995, pp.
59-66.
74 Ni
siquiera se ha generalizado en los ambientes historiográficos de izquierda el
sustantivo "España", todavía decimos "este país", el "Estado español", como
hace veinte años; no ha pasado lo mismo en otros ámbitos culturales, en los
medios de comunicación social o en medios políticos de todos los signos,
incluídos nacionalistas antaño periféricos.
75
Evoquemos aquí la polémica Sánchez-Albornoz / Américo Castro sobre las tres
culturas y la formación histórica de España.
76
Planteamos también este delicado problema al convocar el Congreso de Santiago (El País, 3 de julio de 1993; repoducido en
Historia a debate. I. Pasado y futuro,
pp. 17-18), si bien reconocemos que no le hemos dedicado la atención que se
merece en el programa y, por lo tanto, en las Actas.
77
Todavía resulta imprescindible el Diccionario
de Historia de España, publicado en 1952, en pleno franquismo, que
detiene la historia de España... el 14 de abril de 1931.
78 Por
supuesto que se publicaron infinidad de libros de texto, fascículos para
preparar clases u oposiciones, importantes historias de España de gran formato,
pero ya no historias de España como las citadas que fuesen igualmente proyectos
historiográficos, culturales, incluso políticos.
79 Y no
es el único que, desde posiciones progresistas -y hasta federalistas-, plantea el problema de
la desnacionalización de España -y la específica responsabilidad de la
izquierda antifranquista-, Cesár ALONSO DE LOS RÍOS, Si España cae..., Madrid, 1994; véase asimismo la nota ?.
80 Dos
ejemplos concretos: las televisiones gallega, vasca y catalana todavía no se
pueden ver por los canales normales en toda España; hasta el día 23 de
septiembre de 1995, en que un períodico distribuyó el nuevo mapa de España
basado en las Comunidades Autónomas, hemos seguido utilizando el mapa de la
España provincial...
81 La estructura
tendencialmente federal del Estado democrático español no será irreversible
hasta que diversidad y unidad no se consoliden en el plano de la cultura, de
las mentalidades, de las emociones y de los símbolos, impediremos de este modo
que algún día puedan volver las "banderas victoriosas".
82 Un
ejemplo a seguir: la participación escrita de José Luis Martín en la mesa
redonda "La historia en las
universidades", Histoira a debate. I. Pasado
y futuro, Santiago, 1995, p. 63.
83 Los
cambios políticos que se avecinan
amenazan más bien con la congelación de la oferta pública de empleo.
84 Los
"combates por la historia" de Lucien Febvre eran historiográficos, contra una
historia tradicional, positvista, "historizante", hoy, particularmente en
España, son también, y sobre todo, contra la subalternidad de la historia y las
ciencias humanas en una sociedad que
muchos quieren regida por el "pensamiento único".
85 Un
ejemplo a seguir: la comunicación presentada en Santiago por la Escuela
Libre de Historiadores, "La universidad
más allá de la institución. La historia más allá de la universidad", Historia a debate. III. Otros enfoques,
Santiago, 1995, pp. 257-264.
86 El País, 22 de noviembre de 1995, p. 26.
87 La universidad
abandonada al mercado, sucumbe, porque la ley de la oferta y de la demanda
desvirtúa su principal función: la cultura, el pensamiento crítico, la investigación.
88 No es
casual que los estudiantes franceses fuesen la avanzadilla -como en Mayo del
68, aunque en otros y capitales aspectos las diferencias son notables- de una
huelga obrera paradigmática -en diciembre del 95- en defensa del Estado de
bienestar.
89 En
las dificultades crecientes de las clases medias está, sin duda, una parte de
la explicación del ascenso electoral del centroderecha en España.
90 El
año pasado se recortó todavía un 8,5 % el presupuesto dedicado a investigación
científica "en solidaridad con otras
políticas", según el secretario de universidades en el Congreso de Diputados
(10 de octubre de 1995).
91 Los
estudiantes franceses escogen hoy los estudios de letras (entre los cuales la
historia sigue representándose como la primera entre las ciencias humanas) y de
ciencias en una proporción semejante, en la enseñaza media y en la enseñanza
universitaria, de forma que los problemas de los jóvenes historiadores son
menos distintos de los que tienen los demás.
92 Julio
VALDEÓN, En defensa de la historia,
Valladolid, 1988.
93 José
María Aznar en un acto explicativo del programa electoral del PP en el campo de
la educación (resumen de agencias de prensa: Faro
de Vigo, 15 de febrero de 1996; también Gaceta Universitaria, 21 de febrero de 1996); parecidas
preocupaciones se pueden encontrar en el programa electoral del PSOE en la campaña electoral de 1993.
94
¿Quién no asume, por ejemplo, que España debe pasar del 0,8 % al 2%-la media
europea- del PIB en investigación?; lo dice Carlos Robles Piquer, presidente de
la Comisión Nacional de Investigación del PP (en una carta a El País el 15 de febrero de 1996), y el
propio pograma electoral de este partido a las elecciones del 3-III-96; claro
que se prevé que el incremento sea financiado por la empresa privada (El País, 29 de febrero de 1996), lo cual
no parece que vaya a favorecer demasiado a las ciencias humanas...
95 Basta
decir que el Ministerio de Cultura tiene un presupuesto rídiculo de 63 millones
de pesetas, inferior al de la consejería de cultura de la Xunta de Galicia y de
otras Comunidades Autónomas.
96 El País, 7 de enero de 1996.
97 La Voz de Galicia, 11 de noviembre de
1995.
98 El
hecho de que el economicismo regrese a
finales del siglo XX, cuando las ciencias sociales estaban ya de vuelta y
redescubrían el sujeto, confirma la tendencia apuntada a la síntesis
objeto-sujeto.
99
Antonio SÁENZ DE MIERA, "La misión de la Universidad", El País, 5 de septiembre de 1995.