Imprimir
Twittear

Publicado en

 

Hacia un nuevo paradigma historiográfico*

 

 

Carlos Barros

Universidad de Santiago de Compostela

 

 

A finales del siglo XX se habla, y con razón, de la crisis de la historia. El diccionario de la Real Academia Española dice que la palabra ‘crisis’ viene a significar dos cosas juntamente: una mutación importante y una situación difícil. Es decir que hay crisis cuando hay dificultades pero se está produciendo un cambio, y seguramente lo segundo explica lo primero. No se suele ver así: cuando se alude a una crisis se piensa más en problemas y complicaciones que en soluciones y facilidades, lo cual dificulta la salida.

 

La historia en crisis

 


Pero cuando hablamos de la crisis de la historia algunos pueden estar pensando, también con razón, que hay quien cree en la crisis de la historia y quien no.  Sin embargo, nuestra disciplina vive su crisis independientemente del grado de conocimiento que cada colega tenga de ella. Cuando en octubre de 1917 explotó la revolución en la Rusia zarista, podía haber gente que estaba haciendo calceta  mientras sucedían esos hechos, que no dejaban por ello de ser históricamente extraordinarios1. ¿No estamos acaso los científicos sociales para eso, para ir más allá de la apariencia y de la cotidianidad de las cosas, tratando de ver lo que pasa en las profundidades de los momentos históricos, y en las profundidades de nuestra disciplina doblemente histórica?

 

La crisis de la historia como disciplina forma parte de una crisis general, ideológica, política, de valores, que afecta al conjunto de las ciencias sociales y humanas. Mucho de lo que vamos a hablar de crisis y salidas podría aplicarse, mutatis mutandis, a la antropología o a la sociología, pero nos vamos a referir a aquello que conocemos y que nos interesa más: la historia como oficio en la transición entre los dos siglos. 

 

El carácter general de esta crisis deriva de la simultaneidad de la crisis de la historia y la crisis de la escritura de la historia, y atañe a todas las dimensiones de la profesión de historiador, y de su relación con la sociedad. Vivimos, por consiguiente, una crisis, una dificultad/mutación que es global porque afecta a la práctica de la historia (la manera de investigar y escribir la historia), a la teoría de la historia (los conceptos y planteamientos teóricos que subyacen en nuestro trabajo), y a la función social de la historia (devaluada en un mundo futuro que todavía algunos quieren sin alma, tecnocrático).

 


La primera víctima de la crisis historiográfica ha sido el paradigma economicista, determinista y estructuralista que ha identificado a los nuevos historiadores a partir de la Segunda Guerra Mundial2. Pero no se ha parado ahí, como ha puesto en evidencia Georg Iggers3, concierne también a la propia definición científica de nuestra disciplina, cuyo origen se remonta al positivismo decimonónico. Críticos de la historia-ciencia propugnan la equiparación de la historia con la literatura por la vía de su emparentamiento con la ficción, la narración, la hermenéutica o el "giro ligüístico", propuesto desde Estados Unidos. Relaciones epistemológicas productivas en su versión moderada pero destructivas cuando nos retrotraen, lo quieran o no sus defensores más extremistas, al siglo XIX, cuando la historia era una disciplina pre-paradigmática, anulando buena parte del capital acumulado por nuestra disciplina durante más de un siglo. Por este camino la vertiente de dificultad que tiene nuestra crisis toca fondo, y es entonces cuando tiende a imponerse la vertiente del cambio paradigmático, imprescindible para proporcionar respuestas a las anomalías que cuestionan nuestra vieja identidad (la nueva historia).

 


Vamos a explicar en tres fases cómo se fue manifestando esta crisis finisecular de la historia4, tomando como referencia las décadas de los años 70, 80 y 90 (las tendencias que analizamos se muestran con claridad en el final de cada periodo cronológico). Paralelamente, debemos dejar claro que nos refiriendo a la evolución de la historiografía internacional, en general, más que a un país en concreto, salvo que el argumento lo precise. Todos sabemos que España y América Latina han recibido el impacto de las historiografías más avanzadas con un desfase cronológico que nos obligaría a introducir variaciones temporales en el supuesto de nuestras historiografías nacionales. Desfase  que, hay que decirlo, cada vez es menor. En la última década del siglo, la globalización historiográfica está acortando la distancias entre las historiografías nacionales, se trasmiten más rápidamente los cambios: en el siglo XXI viviremos todavía más simultáneamente las evoluciones de la historia y de la historiografía.

 

Primer retorno del sujeto

 


El contexto sociopolítico e ideológico que caracteriza los años 70 está marcado por el retroceso de todo lo que supuso Mayo del 68 en la historia, y en su escritura. En ese contexto de repliegue acusa su primer golpe el paradigma estructuralista, economicista y determinista, imperante en nuestra disciplina, y en otras ciencias sociales, durante los años 60. La primera reacción historiográfica al objetivismo rampante, que nos auguraba un futuro feliz merced al desenvolvimiento ineluctable de las contradicciones estructurales, fue el retorno del sujeto inscrito virtualmente, pero jamás desarrollado, en las matrices de la nueva historia, sea annaliste sea marxista. La historia descubre, pues, el sujeto antes que la sociología y que la filosofía5: casi veinte

años antes de que los sociólogos se pongan a investigar y reflexionar sobre el actor social, la elección racional o la acción colectiva, o de que  se pusiera de moda la filosofía del sujeto...

 

De manera que la historiografía europea avanza, en los años 70, más allá de la historia económica y estructural: la historiografía francesa desarrollando lo que se llamó la historia de las mentalidades, y que desplegó después como historia del imaginario, antropología histórica, nueva historia cultural...6; y la historiografía inglesa impulsando un nuevo tipo de historia social, no estructuralista.

 

En el primer caso hablamos del paso de los segundos a los terceros Annales, del redescubrimiento del sujeto mental ya presente en la obra y la reflexión de los fundadores de esta escuela. En el segundo caso se trata de un desarrollo original del materialismo histórico, con una buena base empírica y antropológica, centrado en el estudio histórico de las revueltas y del cambio social.

 


Empero, el redescubrimiento inglés del sujeto social tuvo lugar demasiado tarde y demasiado pronto. Nos explicamos. Demasiado tarde porque el paradigma común, esos consensos que compartían los historiadores en las décadas centrales del siglo, había evolucionado claramente, en los años 60, hacia un planteamiento economicista, estructuralista y determinista, que dominó también la lectura académica (y no académica) del marxismo. Hay que recordar que la reacción de los historiadores marxistas frente a los excesos del estructuralismo marxistas es muy tardía. 1978 es la fecha de edición de ese magnífico libro -aunque a su vez criticable como demostró Perry Anderson, entre otros- de E.P.Thompson, Miseria de la teoría, donde se defiende un marxismo con sujeto frente al marxismo objetivista, sin conciencia y sin historia, de los seguidores del estructuralismo althusseriano. Y también demasiado tarde porque, cuando se manifiesta en Gran Bretaña esta lectura cultural y humanista de Marx que entendía la historia como la historia de la lucha de clases, el contexto ideológico y político había cambiado tanto que el marxismo, cualquiera que fuese su versión, había dejado de interesar, lo cual arrastró consigo a las tesis doctorales sobre conflictos, revueltas y revoluciones, que dejaron de hacerse. Y, por último, llegaba demasiado pronto si consideramos que el interés por la historia social "dura" se reproduce en los años 90, según hemos analizado en otro lugar7,  y sólo ahora se empiezan a darse las  condiciones para el tránsito a un nuevo paradigma que pueda incorporar el sujeto (social y mental).

 

Estos avances historiográficos que han devuelto hace veinte años el sujeto al centro de la historia son, por tanto, una referencia indispensable para las discusiones en curso sobre el nuevo paradigma que tiene como reto capital la integración, en un sólo enfoque, de la historia objetiva y de la historia subjetiva (tanto nos refiramos al agente histórico como al mismo historiador): entre ambas osciló pendularmente la historiografía del siglo XX. El futuro de la historia de las mentalidades y de la historia del cambio social está, en consecuencia, en el cambio global de paradigmas.

 

 

La fragmentación

 


En los años 80 cambia de raíz el contexto político- ideológico en el mundo, principalmente en USA y en Gran Bretaña. Son los años del neoconservadurismo, lo que después se llamó neoliberalismo o pensamiento único, y son los años de la difusión del postmodernismo como propuesta filosófica de moda. La historiografía occidental se fragmenta entonces en temas, métodos y escuelas, hasta un límite anteriormente inimaginable, colegas franceses llamaron a eso el desmigajamiento de la historia8.

 

La primera gran fisura fue el retorno del sujeto en los años 70, mental y/o social, porque hasta ese momento importaban mayormente la historia económica y la historia de las estructuras sociales9. Desde entonces tenemos una historia objetiva y una historia subjetiva, y ahí comienza la diversificación y el alejamiento de unas especialidades de otras: raramente la historia económica contempla el sujeto; raramente la historia de las mentalidades incluye lo socio-económico.

 

Otros dicen, no sin razón, que la fragmentación de la historia y la inevitable especialización no es más que una crisis de crecimiento, una prueba de la madurez de nuestra disciplina. Es evidente que pasar del monocultivo de la historia económico- social a la heterogeneidad actual, donde interesan para la investigación todos los aspectos del pasado, supone un gran avance, pero al tiempo una gran problema, porque nos aleja de la visión global del pasado humano que nos exige la ciencia y la sociedad.

 


En los años 80 tiene lugar el segundo gran retorno del sujeto. En este caso se trata del sujeto tradicional -la biografía, la narración, la historia política-, cuyo regreso arroja un notorio mentís a la revolución historiográfica del siglo XX, animada por la escuela de Annales, el marxismo y los sectores reciclados de la historiografía tradicional. Se produce, paralelamente, una implosión, una explosión desde dentro, del paradigma común de los nuevos historiadores: una crisis global de las tres grandes corrientes que renovaron la manera de escribir la historia en el siglo que acaba. Se habló por separado de la crisis de Annales, de la crisis de la historia social, de la crisis de la cliometría10: viendo cada uno la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio, sin comprender -hasta hoy mismo cuando resulta, si cabe, más evidente- el carácter global de la crisis de la historia, y menos aún el subyacente cambio de paradigmas.

 


T. S. Kuhn, el autor de la Estructura de las revoluciones científicas, ha descubierto que los paradigmas compartidos que unifican una disciplina siguen vigentes mientras no exista un paradigma común que los sustituya. Esto justifica que en los años 80, y aún en los 90, se siga diciendo en muchas clases de historiografía lo mismo que hace veinte años, y en muchas memorias de oposición: la única ocasión en que el profesor universitario está obligado -en España- a definir su concepto de la historia, y donde es habitual dedicar una parte del proyecto al positivismo, otra al marxismo y otra a Annales, calculando quizás el concursante que, siendo tres de los cinco miembros del tribunal elegidos por sorteo, mal será que no se consideren próximos a una o a varias de dichas corrientes. Así se vinieron haciendo las memorias de oposición, excelente fuente para estudiar los paradigmas compartidos de una disciplina, hasta hace bien poco11, donde se demuestra la fuerza de inercia de un paradigma que sobrevive, a pesar de la crisis, mientras no se perfila su alternativa.

 

La filosofía contra la historia

 

En 1989 alcanza su clímax una década marcada por el neoliberalismo y el posmodernismo, la fragmentación historiográfica y la crisis de la idea de progreso, que constituye la filosofía base de los tres movimientos historiográficos más importantes del siglo XX, y en general de las ciencias sociales, las cuales se han alimentado, desde sus orígenes, al igual que la historia científica, de la filosofía de la Ilustración.

 

Los "ataques" desde la filosofía política a la idea de progreso12, por un lado la tesis de Francis Fukuyama y por el otro la posmodernidad, tocan de lleno a uno de los paradigmas compartidos más importantes de los historiadores del siglo XX: la relación pasado/presente/futuro. Conceptos que hasta no hace mucho estaban bien imbricados: estudiamos el pasado para comprender el presente y construir un futuro mejor; un futuro socialista se decía incluso desde el marxismo...

 


La proclamación del "final de la Historia" partió de un artículo inteligente e intuitivo del neoconservador Fukuyama escrito en el verano de 1989, cuando no podía saber el autor que a fines de ese mismo año caería el Muro de Berlín y se iniciaría la transición del socialismo real al capitalismo (que luego resultó frustrante, salvaje, mafioso) en los países de la órbita soviética. Para Fukuyama, intérprete mediato de Hegel, la Historia había llegado al final del trayecto y todos los países del mundo se unificarían alrededor del sistema político democrático y de lo que eufemísticamente se denomina "economía de mercado". La reacción de los historiadores fue de hostilidad y desprecio, se mató, en suma, al mensajero de las malas noticias, descalificando su proclama como una argucia política imperialista. Algunos, sin leer los trabajos de Fukuyama, entendieron inclusive que pretendía finiquitar la disciplina que nos da de comer, confundiendo la "h" minúscula, de la historia como sucesión de acontecimientos, con la "H" mayúscula de la Historia universal13. Hay que decir que el propio Fukuyama en trabajos posteriores ha ido matizando y autorrectificando su planteamiento inicial, hasta desmentirlo, reconociendo su equivocación, en una entrevista al New York Times (30 de agosto de 1998), una vez conocido el fracaso de las transiciones en el Este de Europa, especialmente en Rusia, y la crisis de las economías emergentes de Extremo Oriente, acontecimientos económicos que amenazan con una recesión económica mundial.

 


Con todo, ¿qué hemos aprendido del debate Fukuyama?  Pues que la Historia no tiene una meta prefijada14; conclusión realmente revolucionaria porque venimos de la tradición judeo-cristiana, cuya lectura providencialista de la historia hace terminar ésta en el Juicio Final; teleologismo que la filosofía alemana del siglo XIX continuó, reemplazando la resurrección de los muertos y la segunda venida de Jesús por el Estado liberal hegeliano, primero, y por la sociedad comunista de Marx y Engels, después. La filosofía occidental más influyente ha sido finalista, aceptar ahora que el futuro está abierto ¿no justifica, aunque no hubiese más motivos, que los hay, hablar de un nuevo paradigma de la historia, que nos hace más libres, porque nos sabemos más responsables de nuestro destino?: los futuros son varios, y la función del historiador, dando a conocer las encrucijadas de la historia, es hacer ver -a nuestros contemporáneos- que existen futuros alternativos, contingentes.

 

Si la humanidad no marcha ineluctablemente hacia un final feliz, ¿quiere esto decir que hay resignarse con lo que tenemos y renunciar a "transformar el mundo"? Evidentemente, no, renunciando a una historia determinista -que hoy es reivindicada, curiosamente, por el pensamiento único- recuperamos una libertad para el sujeto, sin mesianismos, que no excluye grandes objetivos, incluso revolucionarios, como lo demuestra el neozapatismo mexicano.

 


Decíamos que ha habido asimismo un "ataque" desde el postmodernismo a la relación pasado/presente/futuro. Aclarar primero que, cuando hablamos de postmodernismo, nos referimos, primordialmente, a las obras de Jean-François Lyotard y de Gianni Vattimo, por su claridad expositiva, la consecuencia de su contenido y su difusión, sobre todo, en Europa. En Estados Unidos, sin embargo, se suele  incluir, de una manera inapropiada, a postestructuralistas como Michel Foucault y deconstruccionistas como Jacques Derrida, bajo la etiqueta de una posmodernidad cuyo posicionamiento contra el compromiso  intelectual choca con la ejecutoria de dichos autores15.

 

Los filósofos posmodernos y Fukuyama parten efectivamente de presupuestos opuestos, los primeros niegan la modernidad y el segundo dice que ésta ha llegado a su plenitud, pero ambos coinciden en una cosa: nos dejan sin futuro. Ambos enfoques desubican a los historiadores acometiendo contra el paradigma clásico pasado/presente/futuro, porque si no tenemos nada que decir sobre el futuro es que tampoco tenemos nada que decir del pasado.

 

Fukuyama niega un porvenir alternativo porque asegura que la Historia ha llegado el fin, y por lo tanto el futuro como algo esencialmente distinto del presente desaparece; su futuro es, pues, un presente continuo. Y el postmodernismo reniega de la conquista de un futuro mejor, desde el conocimiento del pasado y la crítica del presente, al aseverar que el fracaso de la modernidad arrastra a la idea de progreso. Desde uno u otro  sitio se nos sugiere, en una palabra, que no tenemos futuro como historiadores, salvo como eruditos, sabios marginales y aislados, sumergidos en un pasado cuya investigación no interesa socialmente.

 


Cuando hablamos de posmodernidad historiográfica no queremos asegurar que los historiadores estén al día en la corriente filosófica en sí: el historiador no lee regularmente filosofía, pero si comparte -compartimos- con el filósofo de fin de siglo un postmodernismo ambiental que afecta de lleno a la metodología de la historia y a la filosofía que, queramos o no, subyace en nuestro trabajo16: la disgregación de la disciplina y el "todo vale", el desinterés del historiador -como tal- hacia el mundo que nos rodea y sus problemas, cierto nihilismo existencial surgido del desencanto pos-68, el individualismo exacerbado, la oposición anarquista a todo paradigma, etcétera.

 

Lo que nos lleva a contemplar el posmodernismo desde su lado ambigüo y negativo. El rasgo vital que define al historiador posmoderno -que frecuentemente recita esa prosa sin saberlo- es que se instala cómodamente en la fragmentación y en la crisis de la disciplina sin voluntad -ni interés- por superar ambas anomalías, que naturalmente no son contempladas como tales. Esta instalación en la crisis genera tres posiciones:

 

La primera posición es la de los que argumentan que si se han hundido los paradigmas historiográficos del siglo XX, ¿para qué buscar otros? Vienen a decir: estamos bien sin paradigmas compartidos (que algunos, sin leer a Kuhn, "inventando al adversario", equiparan a vulgares ortodoxias), "todo vale", "se acabaron las certezas", "qué cada uno haga lo que quiera"... Aplican así, muchos sin conocerla, la propuesta de Feyerabend de sustituir el racionalismo por el anarquismo en la teoría del conocimiento17. Se trata, en el fondo, de una posición conservadora que, como ya dijimos, perpetúa el presente.

 


La segunda posición, y la más consecuente, es mantenida por los que defienden que el nuevo paradigma es la propia fragmentación con todo lo que supone de libertad para el investigador, pluralismo y garantía contra toda "ortodoxia" académica y/o política. Es decir, la acracia metodológica hasta sus últimas consecuencias: paradójicamente elevada a categoría institucional.

 

La tercera posición es propugnada por aquellos que reducen la historia posmoderna a la nueva historia o, con más propiedad, a la novísima historia: "giro lingüístico", microhistoria o nueva historia cultural; forzando en ocasiones la intención de sus promotores que casi nunca pretenden prescindir en bloque del discurso de la modernidad18.

 

Los tres supuestos (posmodernidad anarquista, "consecuente" o neopositivista) tienen en común el abandono, en menor o mayor grado, de la función crítica de la historia y, en el peor de los casos, la renuncia a toda definición de la historia como ciencia, condicionando gravemente el futuro de nuestra disciplina en la sociedad y en la academia.

 

La puntilla del proceso de disgregación y des-ubicación de la historia como oficio, a lo largo de los años 80, ha sido oír declamar -y dejar el exabrupto sin respuesta- que el mercado sustituye a los hombres como sujetos de la historia, en una alucinante giro de la historia intelectual (y económica) que nos devuelto a un objetivismo, economicismo y estructuralismo de distinto signo que en los años 60 y 70, pero si cabe más dañino, epistemológicamente, porque coincide con un retroceso histórico-social de los valores humanistas que han informado las ciencias humanas y sociales desde su creación.

 


Y con esto nos acercamos a los años 90, que sorprendentemente están resultando decisivos en varios sentidos, también para el cambio de paradigmas en nuestra disciplina, puesto que, inadvertidamente, se están poniendo ya las bases de los paradigmas del siglo XXI.

 

Nuevo siglo, nuevo paradigma

 

El contexto de los años 90 es la propia crisis del neoliberalismo y del postmodernismo: se está poniendo de moda hablar de "terceras vías", también entre la modernidad y la postmodernidad. Es la hora, pues, de buscar una nueva modernidad: más autocrítica, local y global, social y cultural, estatal y librecambista, más compleja y difícil, que no abandone el criticismo pero que tampoco renuncie a la transformación de la sociedad con la guía de la razón...

 


Nuestra disciplina está, ciertamente, en crisis pero ha conservado -incluso incrementado- su dinamismo, y existe una base estable de la comunidad de historiadores (funcionarios en bastantes países), que mediante consensos tácitos va reemplazando, o intentando reemplazar, los paradigmas en crisis.  Unos insisten en la situación de crisis, y otros en el crecimiento de los estudios de historia. Se llega a decir que nunca se han producido tantas obras de historia como en estos tiempos. Algunos sostienen que no hay crisis porque se sigue publicando... En realidad, ambos diagnósticos tienen base, y su confluencia está dando como resultado una transición entre los paradigmas del siglo XX y los paradigmas del siglo XXI, que va engendrando nuevos consensos, percibidos aún con dificultad, que están cambiando la manera de escribir la historia, y no siempre en el mejor de los sentidos. Los nuevos consensos tienen, en nuestra opinión, aspectos positivos y negativos. Lo peor es que este cambio de paradigmas se ha desarrollado, inicialmente, sin el suficiente grado de autoconciencia, de debate y de reflexión. Para combatir este defecto, organizamos, en 1993, el I Congreso Internacional Historia a Debate, tratando de aprehender y comprender los cambios en marcha, cuya  segunda edición estamos preparando para los días 14-18 de julio de 1999, con la meta de contribuir ahora al proceso de formación de los nuevos paradigmas, es decir, la escritura de la historia en el siglo XXI, uno de cuyos rasgos será, está siendo ya,  un mayor interés por la reflexión historiográfica: son cada vez más los colegas que combinan, que intentamos combinar, los trabajos empíricos con la reflexión historiográfica y el debate.

 


La pregunta que se impone, por tanto, es: ¿cómo se cambia de paradigma? ¿Existe alguna autoridad mundial o nacional que dicte los paradigmas por los que deber regirse una disciplina? En rigor, no. Los motores de los cambios paradigmáticos no suelen estar a la luz, y actúan más por la vía del consenso y de la comunicación que por la vía de la fuerza.  Verificamos que tres son los caminos que nos han llevado, usualmente, a cambiar la línea de investigación: 1) La ley de  rendimientos decrecientes. Tanto individual como colectivamente, cuando se agota una línea de investigación se suele buscar otra. Más investigaciones sobre una temática o metodología en la que se lleva trabajando a veces muchos años no añade  más conocimiento histórico, y entonces se produce el cambio, por ejemplo: el tránsito (en el que inciden además otros factores) de la historia económica a la historia de las mentalidades, cultural, antropológica.  2) El mimetismo con historiografías de vanguardia. Las historiografías del ámbito hispano, tradicionalmente dependientes de Europa, o de Norteamérica, son un buen ejemplo (a superar).  3) La influencia de la sociedad.  Factor hoy clave: estamos ante un fin de siglo que coincide con un cambio de civilización que, no podía ser de otro modo, afecta a todas las ciencias sociales.

Y la historiografía no siempre va por delante de la historia. A nuestras diez y seis tesis de "La historia que viene" (en  realidad una conclusión del I Congreso Historia a Debate) añadiríamos hoy otra, con el número diez y siete, haciendo hincapié en que "el futuro de nuestra disciplina depende de nuestra capacidad para adaptarnos a los profundos, vertiginosos y paradójicos,  cambios que se están dando entre el siglo XX y el XXI". Parece una obviedad, pero la verdad es que demasiado a menudo nos hacemos la ilusión de que la academia gira al margen del mundo (o peor todavía, que el mundo gira alrededor de la academia).

 

Veamos algunos desafíos que plantea el nuevo siglo, según nuestro punto de vista, al nuevo paradigma de la escritura de la historia:

 

1.- Exigencias sociales derivadas de la globalización. Entendemos por globalización el fenómeno de mundialización de la economía (previsto por Marx en el Manifiesto del Partido Comunista) y de la comunicación (la aldea global anunciada por Mac Luhan), proceso objetivo sólo parcialmente identificable con las (transitorias) políticas neoliberales19. ¿En qué puede afectar, o está afectando, la unificación del mundo, informativa y cultural, social y económica, a la historia que se escribe? ¿Cuáles son los retos que la mundialización plantea a la historiografía?


-La historia fragmentada de los años 80 no sirve para el mundo globalizado que viene. Urge retomar el concepto de la historia global, buscar nuevas formas de llevarlo a la práctica y estudiar, en suma, por qué fracasó el paradigma de "historia total" de la historiografía del siglo XX.

 


-El nuevo paradigma de la historia como todo será digital. El ordenador no sólo repercute, o va a repercutir, en el acceso a las fuentes (CD-ROM, archivos digitalizados), en el método de trabajo (tratamientos de texto y bases de datos) o en el proceso de divulgación, sino que, y esto es lo más importante, va a cambiar el resultado final de nuestro trabajo, nos conduce a la construcción de otro objeto (el medio es el mensaje), naturalmente más global. La posibilidad de introducir, juntamente con texto, elementos sonoros y visuales (fijos y en movimiento) en un CD-ROM, o en un DVD-ROM, altera tanto la forma de exponer como la forma de investigar: la simultaneidad de la evidencia escrita, oral y visual, ¿no hacen posible una reconstrucción más global de nuestro objeto? Es el caso, asimismo, del hipertexto (que utilizamos habitualmente navegando en las páginas Web): desborda ampliamente las posibilidades del libro, hasta hoy medio casi único para la instrumentación de nuestras investigaciones, donde podemos interpolar algunas citas en el texto y notas a pié de página, a condición de no salirnos del discurso lineal (cada libro tiene un principio y un final). Con el hipertexto, mediante enlaces se podrá acceder a mucha más información colateral, a otro libro, que a su vez   puede llevarnos a otros enlaces, de manera que ya no hay un principio y un final únicos sino diversas lecturas, como la misma realidad siempre multidimensional y que de este modo será reconstruida más fielmente. La historia podrá ser así más global desde el punto de vista empírico, no sólo teórico. Habría que añadir las posibilidades que nos ofrecen la realidad virtual20 o la inteligencia artificial... En resumen: las nuevas tecnologías van a permitirnos empezar a rebasar las limitaciones técnicas y epistemológicas que nos han impedido en la práctica dar cuenta de la realidad histórica en su globalidad.

 

-Con Internet nace una nueva comunidad internacional de historiadores. La red digital varia las reglas de la sociabilidad en la comunidad de historiadores. Las comunidades nacionales de historiadores seguirán teniendo su importancia, pero la comunidad internacional estará más próxima, será más decisiva, porque el debate y la comunicación global será más fácil y libre, en cada especialidad y para el conjunto de los historiadores. La formación en curso de nuevos paradigmas se verá favorecida por la red de redes (correo electrónico, páginas Web, grupos de noticias y chats) conforme la distribución de los usuarios (y de los idiomas usados) se internacionalice de verdad.

 


-Con la globalización la historiografía mundial deviene más policéntrica. Las historiografías occidentales de los siglos XIX y XX siempre han tenido un centro focal (Alemania, Francia, Inglaterra...). En 1993, en el I Congreso HaD, Peter Burke decía que, en estos momentos, la renovación pasa por la periferia, cierto, y añadimos nosotros que lo vital ahora es que cada historiografía desarrolle su capacidad de pensar por sí misma, sin ataduras "coloniales", pero, eso sí, con un conocimiento cercano de lo que sucede en el mundo (más asequible hoy gracias a las nuevas tecnologías). Ya no hay un gran centro promotor de los cambios: todas las historiografías pueden ser centro de iniciativa. Desde Estados Unidos se intenta, de alguna forma, reproducir viejas dependencias, pero no va a resultar sencillo trasladar la hegemonía mundial norteamericana del mundo del cine al mundo académico, y menos aún en el campo de las ciencias humanas y sociales, una vez sobrepasada la "guerra fría" y en tiempos tan sensibles a toda identidad nacionalitaria, como demuestran las historiografías pos-coloniales y los "estudios subalternos" en la India, y en otros países, que acreditan hasta que punto la descentralización y la descolonización historiográfica son parte ya del nuevo paradigma global.

 


2.- Exigencias culturales y educativas que condicionarán el siglo XXI: la respuesta de los historiadores. Estamos viviendo una vuelta -todavía tímida- a los valores humanísticos21 y formativos que no debería de pasar desapercibida, como consecuencia del repliegue del economicismo y del tecnocratismo neoliberal que marcó los años 80 y parte de los 90. En algunos países, como España, se empieza a relanzar el papel de la historia y las humanidades en la enseñanza22. Los adalides de la "tercera vía" entre neoliberalismo y socialismo, M. Blair y M. Clinton, ya hicieron de la educación el eje de sus últimas (y exitosas) campañas electorales en Gran Bretaña y en USA. Se imponen, pues,  nuevos valores y nuevos retos para el papel de la historia en el nuevo siglo. ¿Cómo investigar y enseñar historia en el siglo multicultural, multirracial y multinacional, de la globalización?

 


3.- Exigencias políticas y sociales de los nuevos (y viejos) sujetos políticos y sociales. Los nuevos (y viejos) sujetos políticos buscan su identidad en la Historia a nivel local, regional, nacional, macronacional. La mitificación de la historia por parte de los nuevos (y viejos) nacionalismos reaviva la función crítica del historiador, como bien ha señalado E. J. Hobsbwam. Los nuevos (y viejos) sujetos colectivos persiguen asimismo el compromiso del intelectual, y del historiador, para elaborar su discurso y su práctica. Es el caso de los nuevos movimientos sociales derivados de las etnias, los géneros, los grupos de edad, las opciones sexuales... Y es el caso de los conflictos, las revueltas y las revoluciones que, en la última década del siglo, retornan23 a la arena de la historia en el Este de Europa (1989-1991), en Chiapas (1994), en Francia (1995-1998), en Bélgica contra los pederestas y sus cómplices, en USA movilizando "un millón" de hombres negros, en España (seis millones de personas, en julio 1997, contra el asesinato de Miguel Ángel Blanco: motivo gráfico del cartel de Historia a Debate II)24.

 


Los movimientos sociales cuando son verdaderamente significativos y autónomos acaban arrastrando a los académicos. Por vez primera, desde los años 60 y 70, el intelectual vuelve en algunos países a un cierto compromiso político y social (lo que está provocando un agrio pero muy necesario debate). Aquí mismo, en México, se está dando el mejor ejemplo, particularmente en la UNAM, donde los académicos están trabajando desde 1994 a favor del compromiso social, ético y democrático con la situación en Chiapas. No se trata de una dinámica "tercermundista", sino de un fenómeno tendencialmente global, también en Francia se está dando una vuelta al compromiso intelectual,  desde las movilizaciones sociales de 1995, especialmente en solidaridad con los inmigrantes ilegales, protagonizado originalmente por cineastas, artistas y escritores, pero en el que participan científicos sociales como Pierre Bourdieu, que ha generado la polémica más importante en las ciencias sociales francesas -a través de grupo Raisons d’Agir- sobre el compromiso intelectual desde Zola y Sartre,  y como Jacques Derrida, que con su libro Spectres de Marx resucitó el debate sobre el marxismo, tema tabú en la inteligencia francesa desde los tiempos de Althusser. Estamos, obviamente, ante una militancia bien diferente de la que conocimos en los años 60 y 7025: menos partidista, menos unidimensional y absorbente, desde la especialización académica más que desde la militancia política, al margen de la TV (impermeable al debate y la crítica, al contrario que Intenet).  Era previsible, ¿cómo poner límites a los "retornos"? Las síntesis que estamos viviendo entre modernidad y posmodernidad dan lugar a paradojas como la curiosa desconexión entre historiador y ciudadano que sufren algunos colegas, comprometidos en su vida civil pero que mantienen por inercia posiciones academicistas en su trabajo, como investigadores y como docentes, cuando resulta que el principal desafío político y social del nuevo siglo a la historia profesional es la búsqueda de un pasado para los sujetos que bullen para determinar el futuro.

 

3.-Exigencias científicas: la redefinición de la historia como  ciencia. Hoy es insostenible la definición positivista decimonónica de la historia  (conocer el pasado "tal como fue"), que tanto eco tiene todavía en nuestra disciplina, porque es inconcebible una "ciencia sin conciencia" (Edgar Morin), un objeto sin sujeto: las teorías del caos y la complejidad están abundando en esa dirección. La nueva física es, de nuevo, la referencia más segura para redefinir científicamente nuestra disciplina cara al futuro. En la tesis nº 3, de "La historia que viene", decíamos que "es una falsa alternativa decir que la historia, como no puede ser una ciencia ‘objetiva’ y ‘exacta’, no es un ciencia", porque hoy sabemos que la tarea de la ciencia no es averiguar una inexistente verdad absoluta, que la única verdad científica son las verdades relativas. Tal es nuestro porvenir: no abandonar la identidad de la historia como ciencia sino volver a definirla echando mano del concepto de ciencia, de paradigma y de revolución científica, que hoy aplican la física y que elabora la filosofía de la ciencia. De hecho, la noción de nuevo paradigma que venimos utilizando historiográficamente, desde hace años, está sacada de la epistemología y de la historia de la ciencia.


 

Después de la crisis

 

Las últimas tendencias historiográficas apuntan la vía adecuada para salir de la crisis: avanzan sintetizando lo más viejo y lo más nuevo26.

 

El nuevo paradigma no puede ser -es decir, que no responde a las exigencias del contexto y al consenso de la comunidad- la simple vuelta a la historia tradicional, individualista, de las grandes batallas, pero tampoco la huida hacia adelante de la fragmentación posmoderna, sin perjuicio de que se asuman los aspectos positivos de ambos planteamientos (que tan pronto convergen como divergen).

 

La historia y la historiografía del nuevo siglo no pueden hacer tabla rasa de la historia y de la historiografía del siglo XX, con sus formidables enseñanzas y errores, y menos todavía puede volver al siglo XIX: queremos ayudar a nacer un siglo XXI mejor, pos-postmoderno, pos-neoliberal, contribuyendo desde la historia a construir otra modernidad, otra ilustración, otra racionalidad, otra historia... y otra generación: ustedes.

 


Entre el año 2010 y el año 2020 se va a producir, por razones biológicas, un gran relevo generacional que incumbe a los puestos de investigación y de enseñanza. Como es sabido lo nuevo y lo joven no tiene, automáticamente, porque ser mejor, más progresista o más eficaz, que lo viejo: el último servicio que debe prestar una parte de la generación del 68, la más autocrítica y menos arrepentida, antes de desaparecer de los grandes y pequeños puestos de decisión, es hacer de puente para que la nueva generación, que ignora en demasía -y por lo tanto mitifica en exceso- la historia reciente, aprenda de nuestro pasado más inmediato y pueda abrir nuevas avenidas para la historia, que así sea y que el "espíritu" de Marc Bloch nos ayude.



*Versión escrita de las conferencias dictadas, con este mismo título, el día 23 de abril de 1998 en la facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Autónoma de Chiapas (San Cristóbal de las Casas), y el 24 de junio de 1998 en la Facultad de Humanidades y Artes de la Universidad de Rosario (Argentina).

1En una película inglesa reciente, Two Deaths (1995), varios comensales celebran un banquete, en casa del médico de Ceaucescu, mientras tiene lugar en la calle la revolución democrática rumana, aparentando una indiferencia hacia unos hechos que sin embargo van, antes incluso de finalizar el film, a cambiar radicalmente sus vidas individuales.

2"El paradigma común de los historiadores del siglo XX",  La formación del  historiador, nº 14, invierno de 1994-95, Michoacán, pp. 4-25;  Estudios Sociales, nº 10, 1996, Santa Fe, pp. 21-44;  Medievalismo, nº 7, Madrid, 1997, pp. 235-262.

3Georg IGGERS, La ciencia histórica en el siglo XX. Las tendencias actuales, Barcelona, 1995.

4Crisis de fin del siglo que es simétrica de la que vivió la historiografía positivista a principios de siglo XX

5 Con frecuencia, pendientes de la evolución de otras disciplinas más fuertes en lo teórico, infravaloramos los hallazgos de nuestras historiografías para luego recibir con entusiasmo ideas parecidas de otras ciencias sociales: un efecto perverso de una versión de la interdisciplinariedad que ignora la propia tradición.

6  "La contribución de los terceros Annales y la historia de las mentalidades. 1969-1989", La otra historia: sociedad, cultura y mentalidades, Bilbao, 1993, pp. 87-118

7 "El retorno del sujeto social en la historiografía española", Estado, protesta y movimientos sociales, III Congreso de Historia Social, Vitoria, julio 1997.

8 François DOSSE,  La historia en migajas. De "Annales" a la "nueva historia", Valencia, 1989 (París, 1987); uno de los errores de este libro, que tanto animó el debate, está en no haberse percatado de que la fragmentación no solamente afectaba a la escuela de Annales, sino a todas las corrientes historiográficas y a las relaciones entre ellas.

9 En España hay que añadir al menos una década más para notar estos cambios subjetivistas en la manera de investigar la historia.

10  La historia cuantitativa ha sido la aportación más importante de la corriente neopositivista al paradigma común.

11 Desde 1995 es cada vez más frecuente el uso de las Actas del I Congreso Historia a Debate para la redacción de los proyectos docentes como medio de asegurar una visión más actualizada y problematizada de nuestra disciplina.

12 "Ataques" entrecomillas porque no son gratuitos, disponen de una base objetiva que nos obliga por higiene intelectual a su toma en consideración.

13 Israel SANMARTÍN, La Historia según Fukuyama, 1989-1995, Santiago, tesis de licenciatura, 1997; el lector puede comprobar que, lo que si desaparecería con la tesis de Fukuyama, es la Historia entendida también como reflexión teórica y como compromiso con el progreso de la Humanidad, dimensiones a las que siempre se resistió, y resiste, el positivismo historigráfico.

14 La historia de la humanidad no avanza hacia una meta fijada de antemano, pero tampoco tiene vuelta atrás, tesis 5 de "La historia que viene", Historia a Debate, I, Santiago, 1995, p. 101; la caída del comunismo, confirma la primera parte, y el desastre que supuso, posteriormente, en el Este de Europa, el desmantelamiento del Estado de bienestar construido por los comunistas, ratifica la segunda parte.

15 Sobre el compromiso de Foucault, a finales de los años 70 y principios de los 80, con los derechos del hombre, a la manera de Sartre, véase François DOSSE, Histoire du structuralisme, II, París, 1992, pp. 424-426; Derrida ha sido uno de los científicos sociales franceses que se han unido, recientemente, a los cineastas en la defensa de los inmigrados.

16 El reduccionismo lingüístico, difundido desde los USA, también se reclama como historia posmoderna pero su influencia es bastante menor, entre los historiadores, que el mencionado posmodernismo ambiental.

17 Paul FEYERABEND, Tratado contra el método. Esquema de una teoría anarquista del conocimiento, Madrid, 1992 (Londres, 1975).

18 El problema mayor aquí es caer en la ilusión de pensar que la actual crisis de la historia se puede resolver cambiando líneas de investigación, apostando por la innovación, factor necesario pero desde luego para nada suficiente dado el carácter global -metodológico, epistemológico y social- de la crisis historiográfica.

19 Reducir globalización a capitalismo sería caer en un error parecido al que cometió la izquierda política y académica cuando identificó -y combatió- en el pasado la democracia como un fenómeno burgués.

20 La modelización informática y la simulación han hecho ya posible la reconstrucción virtual, en tres dimensiones y con animación, sobre la base de los resultados de las excavaciones arqueológicas, de ciudades neolíticas, antiguas o medievales, y de otros monumentos.

21 Algunos reaccionarios pretenden todavía ir en dirección contraria a la historia (nunca mejor dicho): una perla encontrada en una reciente estancia académica en la Universidad Nacional del Sur (Argentina): es superfluo que el Estado siga pagando la formación de literatos, filósofos, sociólogos y psicólogos, nota editorial en la primera página de la  La Nueva Provincia (Bahía Blanca, 6 de julio de 1998); otros lo piensan, son demócratas y hasta izquierdistas, pero no lo dicen, por vergüenza, claro.

22 Le sigue,  en este camino, Francia, donde el gobierno de Lionel Jospin, después de la movilización el 15 de octubre de 1998 de medio millón de estudiantes de enseñanza media, ha prometido volver a la formación ética y cívica de los estudiantes, incrementando el peso de la filosofía y la literatura (a diferencia de España, la historia no ha dejado de jugar su papel educativo en la Francia socialista) en los programas, junto con la informática y las matemáticas.

23 Se trata del tercer retorno del sujeto (colectivo, social): el primer retorno tuvo lugar en los años 70 (mental, social), y el segundo en los años 80 (individual, político).

24 Véase la nota 7.

25 Una manera inevitable de "manipular" el debate es afirmar, naturalmente,  lo contrario.

26 En esto rectificamos a Kuhn que tiene una visión demasiado simple de la revolución (científica) como ruptura neta entre lo viejo y lo nuevo (paradigmas).

Esta web utiliza cookies propias y de terceros para su correcto funcionamiento y para fines analíticos. Contiene enlaces a sitios web de terceros con políticas de privacidad ajenas que podrás aceptar o no cuando accedas a ellos. Al hacer clic en el botón Aceptar, acepta el uso de estas tecnologías y el procesamiento de tus datos para estos propósitos. Ver Política de cookies
Privacidad