Publicado en

INTERVENCIONES EN DEBATES (2002)*

 

* Intervenciones de Carlos Barros en diferentes debates habidos en el transcurso del VII Curso de Verano, “Medievalisme: noves perspectives”, organizado por Flocel Sabaté y Joan Farré en Balaguer (Cataluña) del 10 al 12 de julio de 2002.

 

Pesimismo, retornos y nuevas perspectivas

 

Yo quería felicitar a los organizadores, Joan Farré y Flocel Sabaté, por haber iniciado este simposio con la intervención de Paulino Iradiel, toda una invitación a intervenir por parte de todos nosotros, también los que no sois ponentes, y no solo en cada tema concreto, también en la temática general de este congreso que es, no lo olvidemos: “Medievalismo, nuevas perspectivas”.

Como me dijo Esteban Sarasa una vez (después de invitarme a dar la conferencia de clausura del congreso “La historia en el horizonte del año 2000” en 1995), calificaría la intervención de Paulino de valiente, es un diagnóstico de la situación del medievalismo en España, que, según la experiencia acumulada por los medievalistas de Historia a debate, no se distingue mucho de la situación en Italia, Francia o Estados Unidos, ni de la situación del modernismo o del contemporaneismo, la verdad es que nunca como ahora la situación de la historiografía se ha vuelto tan homogénea…

Renunciar al triunfalismo es un acto de valor, tiene que ver con el optimismo de la voluntad. Huyendo de la autocomplaciencia se está manifestando un deseo de superación de los problemas. Este diagnóstico provocador sobre el medievalismo, exptensible al resto de la historiografía es oportuno en tres aspectos. Lo primero la pérdida de autonomía colectiva –vía desarrollo de la autonomía individual- de la comunidad de historiadores frente a poderes externos que nos están dictando cómo tenemos que escribir la historia. Lo segundo es la fragmentación. El “todo vale”  tiene de positivo que acaba con las demonizaciones de las temáticas consideradas tradicionales que la nueva historia había marginado durante años, ahora, afortunadamente, todo es historia, pero tiene de negativo que perdemos la visión de conjunto y que perjudicamos la unidad interna de la disciplina. Lo tercero es la referencia que ha hecho a un tema tabú en las reuniones académicas: la falta de compromiso cívico –civil, dijo Paulino- entre los historiadores españoles. En efecto, no es tanto una falta de compromiso como una falta de compromiso civil, o sea de compromiso social como se decía en los años 70. Porque compromiso existir existe, existe por ejemplo el compromiso como historiadores con nuestras comunidades autónomas, y ultimamente con España y su historia. Falta tal vez una mejor comprensión, desde la historia, de la pluralidad y complementariedad de estos compromisos políticos, más o menos regionalistas o nacionalistas, y recuperar el compromiso perdido con la sociedad civil. Es un debate capital cara al futuro de una historia que no quiera resignarse a la pura erudición.

Yo añadiría a la exposición provocadora de Paulino lo siguiente, a modo de resumen: si nosotros colectivamente no damos alternativas de futuro a la historia que se escribe, otros nos las imponen. Tenemos ya el ejemplo del retorno, en cierta medida involuntario, a la historia de los “grandes hombres” que estamos viviendo, después de 20 años de historia social, el retorno a Ranke, al positivismo más rancio. Todo un desmentido a la historia en la que nos hemos formado y que hemos propagado, la historia de los hombres y de las mujeres, la historia de los sujetos colectivos. Insisto que me parece una conquista –otros pensarán que es una reconquista- recuperar para la historia académica los grandes personajes que juegan naturalmente su papel en la historia. El problema es otro, el problema es que el auge de las biografías históricas, escritas ahora por académicos, no sólo por aficionados a la historia, biografías sobre todo de los grandes reyes del Antiguo Régimen y de los reyes medievales en general, desde el momento que “todo el mundo lo hace”, en que se transforma en la historiografía de “moda”, pues resulta inevitable dar esa impresión de un retorno a la historia de los “grandes hombres”, eclipsando a la gente, a lo social, a lo económico, a lo cotidiano, etc. Y tode ello sin debate ninguno, porque este retorno no es fruto de un debate historiográfico libre que concluye con idea de que hay que volver al positivismo y sus temáticas preferidas, si no que es consecuencia de factores externos –más la crisis interna del marxismo historiográfico y de la escuela de Annales, por supuesto- que tienen que ver con intereses políticos, absolutamente legítimos y positivos para muchos, que tienen que ver con razones de mercado editorial o con la presión de los medios de comunicación. Así resulta que la mayor parte de los colegas más relevantes están haciendo biografías de monarcas históricos por encargo, sin tiempo para una reflexión metodológica, de modo que solamente una parte -la más valiosa- son nuevos tipos de biografías, incorporan las  historias social, económica, mental, etc. Incluso en estos casos, en el mejor  de los casos, al tratarse de un fenómeno tan digamos general, “éxitoso”, con proyección mediática, se sigue dando, o contribuyendo, a la imagen de una historia donde el sujeto que actúa y explica los hechos son las grandes personalidades, en nuestro caso los reyes de las Coronas de Castilla y Aragón. Giro historiográfico insospechado hace sólo unos años y al que se llega en ocasiones involuntariamente, sin quererlo colegas que aceptan los encargos porque siguen haciendo otros tipos de historia.

Abramos aquí, pues, un debate sobre este tema, si hay que hacer biografía, y yo creo que sí, qué tipo de biografía, desde luego no la biografía del siglo XIX sino la biografá del siglo XXI. La otra cuestión es: ¿debemos hacer todos biografía? Y otra más difícil, ¿es posible investigar conjuntamente el sujeto individual y colectivo de la historia? ¿Cómo se puede combinar el retorno de los grandes hombres con el necesario retorno del hombre común, que ha sido la preocupación de la nueva historia, el protagonismo de los grandes sujetos sociales, de la mayoría de la población? ¿Qué consecuencias tiene hoy enseñar a los jóvenes uno u otro tipo de historia? Pienso que este es un debate historiográfico necesario que Historia a Debate ha iniciado en 1993, con un memorable artículo de Jacques Le Goff, que pocos han leído -o atendido, a tenor del problema que ahora tenemos- porque hay que reconocerlo se lee poca historiografía, se debate poco, y sólo con debate e historiografía podemos sacar a la luz los enfoques subyacentes en nuestras investigaciones para determinar que interesa más a la comunidad de historiadores, dejando a salvo, naturalmente, la libertad individual a la que yo desde luego no renuncio.

En fin, he aprovechado la ponencia inaugural de Paulino para dar a conocer una  opinión que no es sólo mía, que refleja las reflexiones y debates que hemos tenido en estos diez años en Historia a Debate, experiencia historiográfica que es fruto no sólo del optimismo de la voluntad, al que hicimos referencia, sino también del optimismo de la inteligencia: pensar colectivamente la historia que hacemos para definir los problemas y buscar las alternativas, para que no lo hagan otros por nosotros, cumpliendo así con el espíritu de este encuentro: “Medievalismo, nuevas perspectivas”.

++++

Hablé ya antes de las temporalidades históricas y en eso estamos de acuerdo. Pienso que es una vía de innovación si se supera la longue durée estructuralista de Braudel, la historia inmóvil de Le Roy Ladurie, y trabajamos en el sentido de yuxtaponer diferentes tiempos como vía de renovación metodológica dentro de lo que llamo historia mixta/historia global.

Dices que te parece pesimista el diagnóstico del que partimos. En fin es la primera vez, en bastante tiempo, que no me dicen que soy demasiado optimista, se ve que me estoy haciendo viejo…, sin embargo, en este caso, es imprescindible ser de entrada realista, si nos atenemos al marco actual de la historiografía española y de la historiografía internacional. Así y todo, cuando os hable mañana como Historia a Debate en el acto de presentación de nuestra propuesta y experiencia daré tal vez una imagen demasiado optimista, que compartimos además la mayor parte de los más de dos mil historiadores de cincuenta países que formamos esta red historiográfica. Quiero decir que trabajando como tú en la London School, en Historia a Debate o en otros focos, tiende uno al optimismo, pero no debemos perder de vista la situación general.

Yo valoré altamente la intervención inicial de  Paulino Iradiel por una razón muy simple, porque la fragmentación de la disciplina ha favorecido un retorno a la vieja historia que a muchos nos preocupa. Me parece de verdad bien que se haga biografía, o que regrese  la historia de España,  pero es inquietante -y una pérdida de tiempo- la marcha a atrás metodológica, historiográfica, epistemológica, que acompaña a veces a estos retornos temáticos. Tenemos que exponerlo con claridad, y con toda la amigabilidad a la cual por lo menos en Historia a Debate estamos acostumbrados, discrepamos  y seguimos siendo colegas, incluso amigos. Con Milagros Rivera tuve un debate de bastante confrontación en la Complutense sobre si la historia de las mujeres debería converger o no con la historia general, nos hemos reencontrado aquí y tan amigos.

Es necesario, por lo tanto, partir de un diagnóstico de cierta preocupación, realista, para que se entiendan mejor las propuestas consideradas optimistas, propias de los que pensamos que es necesario y que es posible cambiar las cosas, sino obtenemos un décalage infructuoso entre el público y el que está hablando. A mí me ha pasado que, después de una exposición, el primero que se levanta a hacer una pregunta, dice acusadoramente: “Carlos me parece bien lo que dices pero es demasiado optimista”, y no se consiguen resultados. Por eso me ha parecido efectiva la intervención de Paulino Iradiel que nos coloca a todos al mismo nivel, a partir de ahí pienso que se presta más atención a las propuestas. Aquí las ha habido bien distintas y yo no considero la nuestra sea mejor que otras. Es así como se puede avanzar: pluralidad y debate.

+++++

Quería añadir que después del debate viene –o debería venir- la síntesis, una metáfora sacada de la ciencia-ficción habla del “regreso al pasado” pero también del “regreso al futuro”. ¿Recordáis la película? Viajar al pasado con la idea de tirar adelante, en el fondo lo que más nos debería preocupar es lo que viene delante de nosotros, el futuro de la disciplina, ¿no?. Una de las vías más productivas puede ser experimentar la mixtura entre la vieja y la nueva historia, generando síntesis hacia delante, no hace atrás. Tenemos la responsabilidad de encontrar vías de futuro, lo que sólo hoy es posible a través de las síntesis. Si esto vale como conclusión de este minidebate, podemos decir que hemos ganado el día…

[Nota: véase asimismo “La historia que queremos” (1995),  “El retorno de la historia” (1999) y el punto III del ManIfiesto (2001)]

 

Historia de las mujeres, historia general

 

Decirle a Milagros Rivera, desde la discrepancia, que valoramos el papel que asume en este congreso, lo que he visto además en otros sitios, su trabajo es indispensable. Es necesario denunciar el carácter patriarcal de la historia social y del conjunto del paradigma renovador y hegemónico hasta hace bien poco. No obstante, siempre he tenido ganas de preguntar lo siguiente: otras colegas mujeres, y algunos hombres, hacen historia de las mujeres desde un feminismo no tanto de la diferencia sino de la igualdad, donde podemos confluir aquellos que aplicamos el paradigma feminista cuando es pertinente en la investigación (por ejemplo sobre el derecho de pernada) sin ser especialistas de historia de las mujeres. Sobre la base del feminismo de la igualdad se puede enfocar mejor la historia de ambos géneros, lo cual hace posible, además de necesaria, mi propuesta de una historia mixta, de una colaboración intradisciplinar entre historia social e historia de las mujeres, entre historia de las mentalidades e historia de las mujeres, etc. Me pregunto si tú esto lo ves positivo, factible. Con independencia de que no coincidamos con esa idea, en la que tú insistes siempre y que tiene su razón de ser, de que la historia de las mujeres tienen que hacerla exclusivamente las mujeres, dado que la historia en su conjunto, dominada por los hombres, está inevitablemente marcada por el paradigma patriarcal, es decir machista. Con independencia que tú,  y otras colegas también amigas, mantengáis como posición historiográfica una historia de las mujeres separada de la historia general, ¿no piensas que esta especialización es compatible con mi propuesta de una historia mixta, hombres–mujeres? ¿Lo ves compatible con una historia de las mujeres entendida como mera especialización? ¿O piensas que tu opción de feminista de la diferencia a favor de una historia aparte de las mujeres es la única que os puede permitir avanzar?

++++

Me gustaría añadir que, así como en los Estados Unidos parece que el enfoque de género predomina, en España se hace poca historia del género, más bien una historia de las mujeres como tú, Cristina Segura y otras colegas la entendéis, al margen de la historia general, debemos mucho a vuestros trabajos pioneros, pero insisto ¿no crees que ahora deberíais diversificar, ampliar  y dividir el trabajo trascendiendo la pura especialidad,   animando a que otras u otros colegas hiciesen paralelamente una historia de las mujeres más convergente con la historia a secas y con otras especialidades, promoviendo enfoques mixtos, participando en el cambio global de paradigmas? No venir aquí y cada una/o soltar su discurso, sino trabajar juntos, invitar a colegas con sensibilidad hacia el tema,  aunque sean hombres,  a congresos de historia feminista, etc. Tal vez ello ayudaría a superar el reconocido retraso de la historia del género en España, a renovar en general las formas de hacer la historia en España, situando vuestra reivindicación historiográfica en un contexto menos compartimentado.

[Nota: Véase asimismo “La historia de las mujeres en el nuevo paradigma de la historia” y la mesa redonda “Mujeres y hombres, ¿una historia común?”, Historia a Debate, tomo III, Santiago, 2000, pp. 279-291]

 

El derecho de pernada en el Edad Media

 

El derecho de pernada viene a ser el ius primae  noctis, “el derecho a la primera noche”, un derecho consuetudinario finalmente impugnado como un “mal uso” y abolido en Cataluña en la sentencia de Guadalupe, que nos ofrece pistas sobre el origen probable del nombre, derecho de pernada, pues en su fase final se podía ejercer el derecho feudal simbólicamente colocando la pierna encima del lecho conyugal,  o bien pasando el señor por encima del cuerpo de la novia en el tálamo también el día de la boda. Derecho a la primera noche porque el señor laico o eclesiástico tiene derecho por razones de un  ritual que hace valer la preeminencia de su poder sobre el marido en el momento de constitución de la relación familiar, asimismo relación de poder, a tener el primer contacto sexual con la novia su noche de bodas que sin está contemplada como la concreción de la autoridad marital.

Tenemos un caso magnífico en Santiago de Compostela con el arzobispo don Rodrigo de Luna, un joven caballero reorientado hacia la carrera eclesiástica  y sobrino de Álvaro de Luna. Está bien documentado (Diego Valera, Memorial de diversas hazañas) este caso “puro” del derecho a la primera noche de la novia vasalla, que utilizan después el bando que le era contrario para levantar a los caballeros de Santiago contra él, y para ennegrecer después la memoria de los Luna cronistas como Valera. El uso del derecho tuvo lugar en 1458, época de degradación de una costumbre feudal ya muy contestada, residual, de hecho no aparece entre las motivaciones de los rebeldes irmandiños nueve años después…

Otro caso que suelo utilizar en las clases de “fuentes históricas medievales”, altamente sugestivo, con testimonios en parte de origen oral  incluidos en una sentencia judicial de finales del siglo XIV sobre unos derechos feudales donde aparecía el extraño deber que las mujeres del coto de Aranga del Monasterio de Sobrado tenían que cumplir en la granja de Carballotorto, donde tenían que estar dos o tres días al año para un servicio que no sabía qué, dice el representante campesino. El juez real concluye que dicho servicio era deshonesto y que no se debía cumplir, siendo por tanto abolido. Se trata de un caso específico, en principio no generalizable a todas la jurisdicción de Sobrado: los derechos consuetudinarios hay que entenderlos por lo regular localmente. No nos debería desde luego extrañar que sea tan corporal este servicio feudal porque en los “malos usos” aparecen también otros servicios personales no menos ajenos a la mentalidad moderna como el derecho al maltrato. ¿No estaban los propios payeses de remensa sujetos corporalmente a la tierra del señor? He encontrado en la Galicia bajomedieval estos y otros casos, pero los hay por todos los lados… si los queremos ver, claro.

Lo que sería muy extraño es que la Edad Media quedase al margen de la noción ampliada, de uso coloquial hoy en día, del derecho de pernada, que nació precisamente en la Edad Media, guste o no guste. A lo largo de la historia es conocido que la relación jerárquica mezclada con la relación de género ha dado lugar a este tipo de abusos, lo que ahora llamamos “acoso sexual”, que se dio, y se da, en el mundo de la empresa, y también en el mundo de la universidad,  y está ya castigado por el código penal. Sería muy raro que no existiese algo parecido en una relación social como la esclavista, por ejemplo (hay casos conocidos y estudiados), o la relación feudal donde los siervos tienen una dependencia personal, y a menudo corporal, del propio señor que incluye  a toda la familia. Se puede comprobar en las fuentes del derecho consuetudinario y aplicado, incluso en el derecho escrito, hay huellas interesantes en las Partidas y en los Fueros si leemos entre líneas y lo relacionamos con otras fuentes más directas y populares. Si bien la fuente europea más clara para quien valore sobre todo la documentación escrita, y la firma del rey Católico, es la sentencia de Guadalupe (1486), documento de derecho aplicado y de carácter arbitral como la sentencia de Carballotorto, en ambos casos la noticia de este tributo feudal surge de la tradición oral y local en el momento de su impugnación y abolición.

Aparece el derecho de pernada en diferentes versiones y sitios muy dispersos, también hay excelentes datos de la Francia medieval, y casi siempre en su fase de degradación y conflicto, pues es entonces, perdido el consenso social y mental, cuando salta la escritura. El tema da lugar, si aplicamos un enfoque de género, a preguntas un poco perturbadoras como el grado de consentimiento que suponemos diferente en el caso de la victima respecto al resto de la familia, sobre todo los hombres: el padre, el marido, el hermano, habría que investigarlo más. Existe un gran vacío sobre este tema, urge una monografía histórica a nivel español y europeo sobre el derecho medieval de pernada con base empírica y sin prejuicios, tratando este tema como cualquier otro, con método y amplitud de miras.

+++

La fuente es clara, y he comparado estos datos con los de otros monasterios de la península y de Francia, se dan casos bien parecidos extraídos de fuentes a veces narrativas con una base histórica como en el caso de los franciscanos de Hostalric, el relato más detallado del derecho de pernada eclesiástico, escrito justamente después de los hechos en forma literaria; o el caso de Monturiol y la revuelta albigense que condujo a la quema del monasterio, entre otras cuestiones por el uso del derecho de pernada.

Y hay bastantes datos en este sentido, al igual que tenemos información de otros derechos feudales de tipo personal también contestados hacia finales de la Edad Media. En el caso de la granja cistercienciense de Carballotorto no se hace distinción entre solteras y casadas, ni aparentemente está sujeto este servicio feudal a la noche de bodas. Hay una amplia variedad de versiones. Al final ese derecho consuetudinario se degrada, predomina la fuerza sobre el consenso,  y acaba confundiéndose con simples violaciones practicadas por sirvientes de los señores, sobre todo laicos, y este es otro tema, las violaciones existen a todo lo largo de la historia.

Precisamente hallé el derecho de pernada cuando me planteaba hacer un trabajo sobre la violación en la Baja Edad Media gallega para unas jornadas sobre la historia de las mujeres en Luján (Argentina). Estaba buscando datos sobre violaciones y me encontré con otra cosa distinta: una serie de abusos sexuales donde mediaba una jerarquía social, feudal, entre el supuesto beneficiario, laico o eclesiástico, y la víctima.

++++

Mi discrepancia amigable no es tanto contigo Adeline sino con Alain Boureau. Cuando estaba haciendo su libro sobre Le droit de cuissage le pasé, no sin cierta inocencia, durante el I Congreso de Historia a Debate, mi trabajo que ya estaba publicado para que incluyese datos españoles en su trabajo de ámbito más general (aunque hecho con  datos principalmente franceses). Para él fue muy perturbador porque mi investigación contradecía la hipótesis del libro que prácticamente tenía ya redactado, y  donde se defiende con pasión que el derecho de pernada es un mito, que tal cosa no existió realmente en la Edad Media.  Alain añadió con todo un apéndice, como bien sabe Adeline Rucquoi, en cierto sentido honesto, otro podía haber ignorado una investigación que lo contradecía, asegurando de manera excesiva que yo era el primer historiador  serio que afirmaba en mucho tiempo la existencia histórica del droit de cuissage, reconociendo en algún momento –cosa que no hace con las fuentes francesas- la base documental de mi trabajo, sugiriendo en una nota al final del libro que tal vez se trate de una especialidad española, algo así como un chateau en Espagne, vamos..

En realidad Le droit de cousage no es un trabajo de investigación sino un ensayo sobre una base bibliográfica que remite a la valiosa documentación generada en su momento por el debate entre liberales y conservadores (realistas) en el siglo XIX, en el cual la Iglesia tomó partido claramente y buena parte de la academia decimonónica. Nuestro amigo Alain toma asimismo partido, utilizando sus conocimientos y prestigio de historiador, que no son pocos, y con la mejor intención, sin duda, pues nos dice bastante claramente que su conciencia no puede aceptar el derecho de pernada eclesiástico, ni la “mala imagen” que daríamos de la Edad Media si los medievalistas asumimos tal cosa como el derecho a la primera noche y sus variantes. La verdad es que, en Francia, está también por hacer hoy un verdadero trabajo de investigación sobre el droit de cuissage. Hay muchos y buenos datos, tan o más claros que los españoles, que Alain deshecha sin demasiada argumentación, obsesionado por confirmar la tesis previa de la no-existencia en Francia del cuissage, casi como si fuese algo que afectase al honor nacional. Se le escapa así algo que no sucede en España y es muy importante: la transformación del derecho de pernada de servicio personal a tributo en dinero, fenómeno muy generalizado en la Francia bajomedieval y altomoderna que ha dejado numerosos rastros documentales, y conflictos.

En fin, que ha llegado la hora de terminar con el derecho de pernada como tabú historiográfico trabajando con las fuentes y garantizado la pluralidad de enfoques también ideológicos y religiosos.

En mi caso tengo que reconocer que me planteé el problema historiográfico a partir de la recepción crítica francesa: ¿Por qué existe un tabú académico obre este tema? ¿Por qué se ha establecido un consenso, o sea un paradigma compartido, aseverando que “no ha existido el derecho de pernada” cuando lo que no ha existido en realidad son investigaciones serias sobre ello por parte de la historiografía del siglo XX, incluyendo la más renovadora? ¿Por qué el medievalismo francés se ha alineado tan fácilmente con la historiografía católico conservadora del siglo XIX, cuyas tesis resucita y actualiza Alain Boureau en 1995, sin prácticamente resistencia (salvo Geneviève Fraisse desde posiciones feministas). La derrota es para todos: no hemos sido capaces de hacer una síntesis, compatible con los datos empíricos, sobre el derecho de pernada, más allá de las creencias extraacadémicas de cada uno/a. Yo animo, por tanto, a colegas más jóvenes a cubrir este campo inédito de la investigación sobre el sistema feudal europeo, convencido de que los casos de Galicia o Cataluña no son “especiales”, como Boutruche intuyó en su momento: este tributo corporal de las mujeres del señor estuvo, o pudo estar,  vigente allá donde el feudalismo funcionó como sistema social y mental.

[Nota: Véase asimismo “Rito y violación: el derecho de pernada en la Edad Media”]

Activismo social y compromisos historiográficos

Bien, sobre las inquietudes de José Manuel Nieto quiero decir que, efectivamente, tiene su razón cuando habla así del activismo social y la historia, incluso podríamos decir lo mismo de activismo político e historia. Yo desaconsejaría hoy, con todas las posibilidades que tenemos para una militancia sindical o política en libertad, desarrollar esta a través de la academia, de los departamentos de historia, no tiene demasiado sentido en un contexto democrático, cuando tenemos un amplio abanico de partidos y sindicatos en los que podemos militar con eficacia, y además asociaciones de vecinos, movimientos anti-globalización, las ONGs, etc. En esto, insisto, José Manuel tiene su razón.

En lo académico yo plantearía la cosa de otra manera: los historiadores cuando hacemos historia, y cuando hacemos historia medieval, ¿la hacemos de una manera neutra, al margen del presente, obviando nuestros valores, simpatías, fobias y creencias? En rigor, no, la neutralidad de la ciencia histórica es un mito positivista con el que tenemos que enfrentarnos claramente si no queremos caer en el autoengaño y la falsa ciencia. De una manera consciente o inconsciente, cuando elegimos un tema, cuando interpretamos, cuando analizamos las fuentes, ¿no estamos proyectando valores, incluso ideologías? Lo hacemos constantemente. Por eso en los debates historiográficos importantes suelen estar presentes elementos que transcienden la objetividad relativa de las fuentes. Un dato extraído de un documento puede significar una cosa para un colega con determinados valores y otra distinta para otro con diferentes valores, formación e intereses, discrepancia que no siempre se produce, claro está, depende del tema y de coyunturas actuales. Hay que admitir que hacemos una historia que es objetiva en la medida que es subjetiva, y al revés, la escritura de la historia está humanamente condicionada, por eso cada corriente o generación la revisa y avanzamos. Escribimos la historia desde el presente y  no es malo, lo malo es ocultarlo, y para evitar la ocultación existe, o debiera de existir, la vigilancia que ejerce, o que debe ejercer, la historiografía, la historia de la historia. Por eso cada historiador, y eso ya lo explicó de alguna manera José Manuel, debe hacer historia al mismo tiempo que historiografía. Pero además es que los historiadores deben ser estudiados por otros historiadores. La historiografía es la historia de los historiadores, de sus obras, de sus corrientes, de la evolución del conjunto de la disciplina. El historiador o historiográfo presente o futuro ha de analizar, nuestra obra individual -y sobre todo colectiva, por corrientes, que es la que tiene influencia real- en el contexto también de nuestras biografías, del tiempo que nos tocó vivir.

Decimos que cuando elegimos un tema o llegamos a una conclusión histórica a partir de las fuentes aportamos mucho de nosotros mismos. Topolski nos dejó para entender el papel de la subjetividad del historiador el utilísimo concepto del “conocimiento no basado en fuentes”: métodos, técnicas, valores y otros factores que introducimos en el proceso de investigación, llegando a constituir la parte más decisiva de nuestro trabajo, incluso por encima del “conocimiento basado en fuentes”, como demostró el historiador polaco.

No sé si podemos llegar los historiadores a un acuerdo suficientemente amplio en el siglo XXI sobre ese capital problema epistemológico. Era muy ingenuo lo que decía Ranke  en el siglo XIX de que la función del historiador es conocer el pasado “tal como fue”, así, sin más, actuando como un simple notario. Y creo que no deberíamos olvidar al respecto los avances de las nuevas historias del siglo XX, a pesar de sus insuficiencias, fracasos e incapacidades, sobre la importancia de una autorreflexión del historiador, individual y colectivo, y del papel científico del historiadores como sujeto del conocimiento histórico.

Por último, la cuestión de la responsabilidad cultural, social y política del historiador. Somos parte importante del sistema docente y tenemos una responsabilidad en la formación de los ciudadanos; nuestros libros dan lugar en ocasiones a trabajos de divulgación que tienen una incidencia cultural y social, ideológica y política. Debemos hacer uso de esta responsabilidad como docentes e investigadores con prudencia e inteligencia: respetando la pluralidad académica, como historiadores y como ciudadanos, y siendo objetivos con nuestro trabajo, es decir reconociendo sus condicionamientos. El principio de realidad nos dice que, desde la elección del tema y el enfoque historiográfico hasta las conclusiones, pasando por las hipótesis y las interpretaciones, cuando existen, adoptamos compromisos generalmente débiles, implícitos, pero efectivos porque determinan el resultado final de la investigación. Por ejemplo, desde la transición se ha puesto en marcha de manera generalizada en España nuestro compromiso más o menos explícito con la historia de las diferentes comunidades autónomas, nacionalidades y regiones, que ha concentrado la mayor parte de la producción historiográfica en las pasadas décadas. Es por eso que a Jaume Sobrequés le hemos estado escuchando con atención, contagiados de su entusiasmo cuando habla de la historia de Cataluña. Yo no diría, desde luego, que estamos ante un compromiso de partido sino ante un compromiso con nuestros  conciudadanos, países y regiones respectivos, y con sus instituciones democráticas, un compromiso político pero con “P” mayúscula, que, desde 1996, se ha manifestado más claramente con España, con la idea histórica de España, reequilibrando la situación anterior. Todos estos compromisos enriquecen a la profesión y su proyección pública, siempre y cuando tengamos en cuenta la pluralidad de puntos de vista, pues tan legítimo es el compromiso historiográfico con Cataluña como el compromiso historiográfico con España. Y no me estoy refiriendo sólo a la pluralidad política nacional o regional, sino también a la pluralidad ideológica y social, de manera que resulte tan legítimo como necesario estudiar el pagés, el rey o los patricios, dejando para el debate historiográfico si tiene más importancia histórica concreta la acción de la reina o de los  5.000 campesinos que decía Vicente Álvarez Palenzuela, el error sería en cualquier caso dejar de investigar los 5.000 campesinos por investigar la reina, y viceversa, haciendo una historia mixta que nos permita enfoques globales.

Sí queremos contemplar con responsabilidad el futuro de la profesión, hay que llegar a un consenso amplio (paradigma) sobre la necesaria pluralidad de los compromisos historiográficos a fin de asegurar la utilidad social de la historia, la utilidad formativa de la historia, fomentando valores de tolerancia, debate y libertad de investigación en nuestra comunidad académica. Aceptando, por supuesto, tanto los compromisos profesionales con la sociedad política como con la sociedad civil, que  Paulino Iradiel echaba hoy de menos en su conferencia con toda la razón. Desde los años 80 el compromiso académico-político de tipo comunitario ha ido sustituyendo, en España, al compromiso ético-social, es preciso encontrar un equilibrio por el interés de la profesión, para lo cual no es nada bueno que nos sintamos comprometidos con las instituciones  ignorando las demandas de la sociedad civil, que es quien nos paga nuestros salarios en último término, y que hoy precisa una explicación de los nuevos hechos sociales que buscan asimismo su identidad a través de la historia. Desde Historia a Debate se están planteando  investigaciones históricas de acontecimientos y procesos actuales como la globalización en lo que llamamos Historia Inmediata: otra forma de compromiso profesional que no nos afecta como medievalistas pero si como historiadores.

No sólo debemos tolerar pues este compromiso plural, sino que debemos promoverlo, cada uno desde sus propios ámbitos e intereses, a fin de que se desarrolle la responsabilidad ética y cívica del historiador como colectivo, como comunidad académica, aplicando una deontología mínima del oficio de historiador en lo tocante a los documentos, crítica cualquier manipulación de la historia. Si esto lo logramos habremos democratizado la relación del historiador con la sociedad y la política, habremos avanzado en llevar a la academia el compromiso que es normal en nuestra sociedad: democracia y pluralidad política, social, ideológica, religiosa. No hay mejor manera de salvaguardar la honestidad y el rigor, la profesionalidad y la cientificidad de nuestra disciplina. La manera de ser más objetivos, cuando nos enfrentamos a un hecho histórico polémico, es combinar las parcialidades y las subjetividades, y procurar la  síntesis cuando sea posible.

Deberíamos estar hoy en las mejores condiciones para conseguir en la historiografía española esta síntesis entre las diferentes sensibilidades, pues, a 25 años de la transición de la dictadura a la democracia, se supone que han caído ya las etiquetas políticas que frenaban un debate, una relación plural, una tolerancia, el necesario grado de sentimiento de pertenencia a una comunidad académica, de cuyo patrimonio somos todos responsables ante una sociedad que financia nuestro trabajo con independencia de diferencias historiográficas, ideológicas, religiosas o políticas. Si esto lo seguimos manteniendo, cualquiera que sean las tensiones centrífugas que puedan venir del exterior, habremos dado un paso adelante para que la historia reviva y juegue un  importante papel en la sociedad de la información y multicultural que viene. Nada más.

[Nota: véase asimismo “Defensa  e ilustración del Manifiesto historiográfico de Historia a Debate ” y el punto XVI del Manifiesto]

¿Una generación perdida para Internet?

Yo quería volver al tema de la mesa redonda de esta tarde (las nuevas tecnologías, la educación y la investigación) que ha estado muy interesante, planteando un problema para el que tampoco tengo fácil solución y es lo siguiente: esta mañana explicaba como Historia a Debate en sus actividades presenciales tiene una composición generacional diversa, parecida a este congreso, sin embargo cuando pasamos a Internet en 1999 la media de edad bajó bastante.  Joaquim Prats me decía que a él le pasa algo parecido en sus proyectos digitales. Me pregunto: ¿va a haber una generación perdida para Internet?

Existe un riesgo real de una brecha digital intergeneracional que lastre el desarrollo inmediato tanto de la enseñanza como de la investigación. Tal vez si nos lo planteamos con toda la fuerza podamos aportar, entre todos, soluciones institucionales e individuales. Las institucionales no van tan mal, en todas las universidades hay página web, cursos de informática para alumnos, PAS y también profesores, acceso digital en bastantes casos al catálogo de las bibliotecas. Pero ¿qué pasa en general con los profesores y los investigadores?

Empecemos por las enseñanzas medias, porque si las generaciones futuras deben acostumbrarse más tempranamente que nosotros a trabajar con Internet tendrá que haber profesores que les enseñen (aunque la verdad es que muchos aprenden solos). En los sucesivos planes fracasados del ministerio correspondiente  siempre hay un capítulo referido a la formación de los profesores, pero llevamos años y no avanzamos, es preocupante.

En nuestro terreno, la enseñanza superior y la investigación, donde resulta muy afectado por Internet el intercambio académico y la nueva sociabilidad académica, ¿qué podemos hacer los que trabajamos ya en red? Es el caso de la Reti Medievali de Pietro Corrao, de la Histodidáctica de Joaquim Prats y desde luego de Historia a Debate. Un esfuerzo mayor animando a los colegas a visitarnos, a no reducir Internet al correo electrónico esporádico, comprobando que no es tanta la selva digital, que no se pierde tiempo sino que se gana. La noticia que ha dado José Manuel Nieto Soria sobre la digitalización del Archivo Municipal de Córdoba es una prueba de cómo se gana tiempo en el acceso a la fuentes. Lo mismo en el acceso a la bibliografía. El lunes pasado fue la lectura de un Trabajo Académicamente Dirigido (TAD) del último año de la carrera en la USC sobre un tema sobre el que es difícil encontrar aquí bibliografía, por el tema y por el idioma, la historiografía postcolonial, y el alumno (Antón Vázquez) sin embargo pudo hacer el trabajo (para la asignatura “Tendencias historiográficas actuales”) gracias a Internet donde encontró artículos, noticias de la revista de origen indio (Subalterns Studies) que sirvió de base a esta pequeña pero original corriente historiográfica, el resultado fue francamente bueno y nos hizo variar la idea previa que teníamos sobre este enfoque, que evolucionó sorprendentemente –o tal vez no tanto- desde Antonio Gramsci en la India al posmodernismo en los EE. UU. y Gran Bretaña. La ventaja que tiene la bibliografía en Internet, incluidas las revistas digitales, es su carácter más reciente, además de barata y de acceso instantáneo, en comparación con los libros y las revistas en papel que tienen un proceso de producción más prolongado, sobre todo cuando los textos tienen que ser traducidos. Internet ha permitido en este caso sustituir una estancia de investigación en una universidad anglófona.

Igual en el tema de los buscadores, decía Joaquim  que buscas una palabra y te salen mil, dos mil o un millón de referencias, lo que desanima a los colegas primerizos. Pero eso era antes, los buscadores han evolucionado. Googlee ya no es Altavista y nos ofrece unas direcciones mejor seleccionadas y ordenadas, siguiendo la experiencia de los buscadores de frecuencia como 100hot.com que te saca las webs más importantes ordenadas jerárquicamente, según el número de visitas que reciben, de forma que la selección de otros internautas se acumula y  facilita el trabajo al siguiente. También hay buscadores geográficos, si estoy con un tema catalán voy a un buscador catalán naturalmente y abrevio O buscadores de buscadores como Copernic que rastrea a la vez en varios buscadores y te ofrece las 10 ó 20 referencias más importantes, eliminando las reiteraciones… Y siguen saliendo cosas nuevas. Con un poco de práctica, en cuestión de minutos puedes encontrar lo que quieras, si existe. Yo reconozco que muchas de estas novedades las conozco no sólo navegando, también consultando la información sobre la red en los suplementos de informática de los periódicos o en  las  revistas semanales en papel. Y además están los recursos, enlaces o links, que aparecen en las páginas web de historia o en las listas, y un largo etcétera. El caso es animar a los colegas que todavía piensan equivocadamente que Internet es una “pérdida de tiempo”, que son muchos, a que se socialicen más en la red, no es un problema de edad sino de curiosidad y espíritu, evitaremos así el riesgo de una generación perdida para las comunidades académicas de nuevo tipo que se están creando.

[Nota: véase asimismo “Defensa  e ilustración del Manifiesto historiográfico de Historia a Debate” y el punto XI del Manifiesto]