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Historia de las mentalidades: posibilidades actuales*

 

Carlos Barros

Universidad de Santiago de Compostela

 

La propia vastedad del campo de investigación que se ha reclamado de la historia de las mentalidades dificulta una definición, que tampoco sea quizás conveniente en su sentido más estrecho y formal, por aquello de que las definiciones son como cárceles… Y que no hay nada más estéril que enzarzarse en una discusión sobre la definición convencional de una noción que hace referencia a algo tan extenso como la mente humana en la historia. Pero, en cualquier caso, hay que delimitar -definir es diferenciar- de alguna manera el territorio de la historia de las mentalidades si queremos entendernos, tener un futuro, y superar la denostada definición ambigua a la que hemos hecho prolija referencia en el capítulo anterior.

Partiendo de la propia práctica investigadora, y sin pretensiones de encontrar la fórmula feliz que todo lo aclara, queremos avanzar elementos definitorios, cuya eficiencia científica está en la ayuda concreta que nos pueda prestar para la indagación y la comprensión de las mentalidades históricas, es decir, en su carácter paradigmático2.

 

La mentalidad global y sus componentes

 

Definiendo el todo por las partes, y buscando la (relativa) convergencia del objeto de la historia de las mentalidades con los objetos de las diferentes ramas de la psicología como ciencia social, nos interesa distinguir cinco componentes en la mentalidad social: (1) lo racional, (2) lo emotivo, (3) lo imaginario, (4) lo inconsciente y (5) la conducta. Los cuales corresponden a distintos modos de percibir la realidad y/o de actuar sobre ella, y se entrelazan y superponen unos con otros, de forma que cada función o manifestación mental aparece coloreada por un(os) componente(s) más que otro(s), siempre mezclados químicamente: el todo naturalmente no se reduce a la suma de los componentes. Aquellas mentalidades que más pueden concernir al historiador que predica una historia explicativa y persigue totalidades protagonizadas por colectivos sociales, raramente equivalen a una relación psicológica elemental de los sujetos con su entorno, son mentalidades globales, a menudo intrincadas, de difícil discernimiento sin que antes el investigador dilucide las formas mentales más sencillas, básicas.

Vayamos con el primer componente. Dentro del estudio de lo racional habría que encuadrar la historia cultural e intelectual, de las ideas y de la filosofía, y en el terreno estricto de la historia social la exploración de la conciencia3. Bajo la influencia, primeramente, de la antropología que estudia las culturas llamadas primitivas4, y, después, de la psicología interesada por la vida mental de los niños5, la noción de mentalidad es recogida por Marc Bloch y Lucien Febvre, a principios de siglo, y aplicada a la historia, justamente para aprehender aquellas funciones psíquicas que cayendo fuera del pensamiento lógico, explican no pocos comportamientos colectivos. Norbert Elias resume su investigación sociopsicológica sobre el tránsito a la modernidad y a la civilización, planteando como problema general del cambio histórico el que “este cambio en su totalidad no está planificado ‘racionalmente”, y añade más concretamente: “Es impensable que el proceso civilizatorio haya sido iniciado por seres humanos capaces de planificar a largo plazo y de dominar ordenadamente todos los efectos a corto plazo, ya que estas capacidades, precisamente, presuponen un largo proceso civilizatorio”6. Esta es la cuestión, el historiador no puede trasladar a épocas pretéridas formas de pensar y de actuar que han sido el resultado de siglos de historia. Un concepto como el de mentalidad que, al mismo tiempo, incluye y rebasa el pensamiento racional, la conciencia y la ideología, en caso de que no existiera, habría, desde luego, que inventarlo para investigar con rigor la mutifacética acción humana en la historia7.

Lo emotivo8 elevado a objeto de investigación histórica, en el cuadro de la historia francesa e las mentalidades, comienza sin duda, en 1932, cuando Georges Lefebvre publica La Grande Peur de 1789. Marc Bloch, en 1939-1940, titula un capítulo de La société féodale: “Formas de sentir y de pensar”9. Lucien Febvre, por su parte, ya en los años 50, publica varios trabajos, usualmente en Annales, esbozando las características de una historia de los sentimientos y de la sensibilidad, adelantando y animando temas de investigación como el terror, la muerte y el sentimiento de seguridad10. En 1979, las Actas del 102 Congrès National des Societés Savantes -celebrado en Limoges, 1977- dedica el tomo II a Études sur la sensibilité, con aportaciones notables de Pierren Toubert y Michel Mollat. En 1985, se intitulan los Mélanges dedicados a Robert Mandrou: Histoire sociale, sensibilités collectives et mentalités, aunque no todas las contribuciones responden a la denominación del libro, especialmente en lo tocante a las sensibilidades colectivas en la historia.

Entre las últimas aportaciones, por lo general menos vinculadas a la historia social, de la historiografía francesa sobre la historia de las emociones -además del asunto de la muerte que trataremos más adelante- hay que reseñar las obras de Jean Delumeau sobre el miedo y el sentimiento de seguridad en la Baja Edad Media y la Edad Moderna11, de Alain Corbin sobre los sentidos12 e invluso el libro de Anne Vincent-Buffault sobre el comportamiento emotivo (las lágrimas)13. La traducción al francés, en 1989, de Saturn and Melancholy. Studies of Natural Philosophy, Religion and Art (Londres, 1964), de Raymond Kiblansky, Erwin Panofsky y Fritz Saxl, mantuvo el interés historiográfico sobre una temática más psicológica que antropológica, y, por eso mismo, con tendencia a la marginalidad en Francia.

Existe un sector de las mentalidades colectivas ocupado por la imaginación, capacidad mental que interviene en los procesos de conocimiento y motiva en tal medida la acción humana que su toma en consideración, por parte de la historiografía más renovadora, bastaría para justificar el salto epistemológico de la historia de las ideologías a la historia de las mentalidades14. ¿Qué entendemos entonces por imaginario15? El conjunto de las representaciones mentales -ante todo reproducciones gráficas: imágenes- por medio de las cuales los hombres reconstruyen un mundo interior distanciado de la realidad material, que deviene así realidad inventada. La historia de las mentalidades como historia del imaginario ha tomado de la antropología métodos para analizar imágenes y símbolos16, ha echado mano de la historia del arte y de la literatura y de sus fuentes específicas, para concentrarse últimamente en el estudio de las representaciones sociales17, noción que empieza a ser utilizada por los historiadores al calor de la más reciente psicología social18, renovando así la alianza entre la historia y la psicología que preconizábamos en nuestra conferencia de Valladolid (1989). El concepto de representación social ensancha, pues, el dominio original de lo imaginario entendido como conjunto simbólico, facilita -como no podía ser menos viniendo de la psicología- la conexión de las representaciones mentales con las totalidades sociales y la utilización de todo tipo de fuentes históricas, además de las iconográficas y literarias, para averiguar el imaginario colectivo20. Un tema historiográfico en el cual predomina el componente imaginario de la mentalidad es la representación social del rey, que ha dado pie a una importante bibliografía21, constituyendo una de las líneas más seguidas en lo últimos tiempos -sustituyendo en España a la idea de la muerte- por los historiadores de las mentalidades.

Si hay un factor psicológico cuya intervención en la historia humana es negada fuertemente por el historiador positivista, eso es  lo inconsciente22. Reticencias que con frecuencia son, paradójicamente, inconscientes: ¿quién puede negar conscientemente la irreversibilidad de la revolución científica de Freud, descubridor de la importancia de los procesos mentales que actúan sobre la conducta y escapan a la conciencia? Cuestión aparte son las dificultades metodológicas que se puedan presentar para la verificación empírica de hipótesis basadas en prácticas inconscientes23, las cuales no obstante pueden contribuir a descifrar hechos y problemas históricos cuya comprensión global resulta impermeable a un enfoque más tradicional.

La aplicación de los descubrimientos de Freud a la historia tuvo entre sus primeros seguidores a freudomarxistas como Wilhem Reich y otros24. Pierre Vilar sigue esta misma senda en la obra que está preparando sobre los nacionalismos para una colección histórica –La construcción de Europa– que, dirigida por Jacques Le Goff, se publicará simultáneamente en cinco países europeos25. Por otra parte, existe como sabemos toda una corriente historiográfica norteamericana (que hasta el día de hoy no ha tenido prácticamente eco en Europa26), la psicohistoria27, que promueve el estudio de la historia por medio de las categorias psicoanalíticas, alimentando dos revistas: The Psychohistory Review, dentro del ámbito de la asociación nacional de historiadores, y Psychohistory Review. The Journal of Psychohistory, fundada por LLoyd de Mause, y menos preocupada por la aceptación académica de dicha disciplina. Añadir que quizás el método psicohistórico que suscita más recelos entre los historiadores de profesión sea la empatía, el uso abusivo de la intuición para, ubicándose el autor en el lugar del sujeto histórico, acceder a “lo que sucedió realmente”…28

El quinto componente de la mentalidad que consideramos es la conducta: lo que el hombre hace, incluyendo aquello que dice. En sentido estricto, meramente conductista, la actividad humana observable no forma parte de la experiencia interior, mental, pero la necesaria convergencia de la historia de las mentalidades con las disciplinas vecinas más experimentadas en la investigación de la psique humana, nos estimulan a no desdeñar ningún campo de investigación que lo sea de la psicología científica, esto es, la  psicología de la conducta,  y la psicología del inconsciente, sin ignorar como ya dijimos que el mayor grado de identidad, en cuanto al objeto, tiene lugar entre historia y psicología del conocimiento, y muy especialmente entre historia social y psicología social. Por lo demás la inclusión de los comportamientos colectivos, en el territorio de la historia de las mentalidades, favorece: la recuperación de su relación con la historia social, un mayor intercambio de ésta con la antropología histórica (interesada por los gestos29 y los rituales, el juego y la fiesta, y la tradición30, por ejemplo), con la nueva historia sociocultural (cultura popular, lectura) y, en general, la concordancia con la tendencia creciente de las ciencias sociales al estudio de las prácticas culturales, sociales  y privadas31.

Destacemos de la actividad práctica de los hombres tres ejemplos de temas historiográficos cuya explotación puede ser -mejor dicho, está siendo ya- productiva desde el punto de vista de las mentalidades: el vocabulario32 -que el “giro lingüístico” potencia-, la vida cotidiana33 y la violencia34, que nos devuelve a la historia social. La investigación histórica de la violencia sigue en la actualidad tres direcciones principales: a) la violencia cotidiana a la manera de la antropología social35; b) la violencia como criminalidad y como represión, que entronca con una historia renovada de la justicia y del derecho36; y c) la violencia colectiva, cuyo estudio añade una nueva dimensión a la historia de los conflictos, las revueltas y las revoluciones37, acontecimientos claves para reponer el sujeto social de la historia.

La praxis humana, desde las palabras y los gestos hasta los grandes hechos, colectivos e individuales, entra en el campo de interés de nuestra historia -amplia, que no imprecisa- de las mentalidades, reformulada como historia desde el sujeto, por partida doble: constituye el aspecto más empírico de la psicología, y de la historia, y es, además, una fuente capital para el estudio de la mentalidad en su conjunto38. De cada acto humano deriva un entorno mental formado por sus motivaciones, su “conciencia práctica” (Giddens), sus interrelaciones con los otros, sus consecuencias subjetivas; la mentalidad es anterior y posterior al hecho objetivable, y sin embargo inseparable de la subjetividad, incluso cuando ésta no es consciente (elección racional); partiendo de las acciones humanas podemos llegar, por consiguiente, al contexto psicológico que las informan sin cesar. Ningún otro componente de la subjetividad humana detenta como la práctica tan claramente la doble función objeto/sujeto de fuente y tema de la investigación.

Definiendo por tanto la mentalidad como la manera de pensar, de sentir, de imaginar y de actuar, nos aproximamos analíticamente a un mundo subjetivo que se presenta en la realidad, según ya dijimos, como una síntesis general o parcial de los sobredichos cinco componentes, y aun de otros elementos simples, esto es, un sistema mental. Precisemos que la mentalidad que busca el historiador en la sociedad del pasado puede ser global desde cuatro puntos de vista: a) Formas mentales complejas39  como la memoria, las actitudes, las creencias o los valores. b) Mentalidades en función de un tema: tiempo, espacio, naturaleza, trabajo, poder, institución, acontecimiento, revuelta, propiedad, dinero, justicia, igualdad, naturaleza, locura, vida, muerte. c) Mentalidades en función de un sujeto: individuo, estamento, clase, profesión, género, grupo de edad, minoría, nación, civilización. d) Mentalidades en función de un período temporal concreto: mentalidad del año mil, mentalidad moderna o mentalidad fin de siglo.

Sobra decir que el objeto específico de la investigación socio-histórico-psicológica puede ser consecuencia de las combinaciones más diversas. Ejemplos hipotéticos: la creencia en una institución, por parte de los habitantes de un país, en un momento dado de su historia; las actitudes hacia un acontecimiento de una colectividad, definida por un ámbito y un tiempo determinados; o la evolución del imaginario igualitario, dentro de una clase social, en la larga duración.

En la medida, por otra parte, en que la historia de las mentalidades se desarrolló y ramificó hasta la dispersión (no tanto en el caso de España), se imponen síntesis de los resultados de la investigación40, balances y, si es preciso, rectificaciones, pensando en una historia social de las mentalidades que ayude a entender los grandes y pequeños acontecimientos del pasado a partir de la subjetividad humana, sacando a la luz las conexiones de ésta con la historia -más bien objetiva- de la base material de la sociedad. Si pensamos en el futuro, lo que conviene ahora en historia no es tanto describir por separado la economía, la política o la mentalidad, como explicar las interfaces subjetivo/objetivo, mental/material, corta/larga duración, cambio/estructura…

 

Fuentes y metodología

 

A diferencia de otras subdisciplinas históricas, como la historia económica o la historia social, que tienen sus fuentes específicas41, las fuentes de la historia de las mentalidades son todas las fuentes históricas. Incluso la ausencia de fuentes y de datos (lo no-dicho, los silencios cargados de significado) devienen en fuente para el estudio de lo mental colectivo. Siendo relevantes para el historiador de las mentalidades, tanto los testimonios de personas que obtenemos de las fuentes como los hechos a que aquéllas se refieren: las acciones humanas, según acabamos de ver, son también una fuente para inferir la mentalidad.

Amplitud de fuentes que procede de la amplitud de la temática: la subjetividad humana. En realidad, la novedad epistemológica que proporciona al conocimiento histórico la historia social de las mentalidades, ¿qué es sino enfocar el pasado desde el punto de vista del actor, desde el “interior”? La innovación reside no sólo en descubrir nuevos territorios y fuentes sino también en revisar, desde el ángulo subjetivo, los viejos territorios y fuentes de una historia que, recordemos, ha ganado su primer reconocimiento como ciencia a fuerza de tratar como objetos los hechos, y las huellas, del pasado. El reto actual es tratar científica y objetivamente la acción, y la visión, del sujeto de la historia42.

Las fuentes narrativas de la historia política no han sido demasiado utilizadas por los historiadores franceses de las mentalidades, quizás porque el acontecimiento histórico como tal, es decir, la corta duración, no ha sido materia habitual de trabajo para indagar la mentalidad43. Las fuentes notariales y judiciales, explotadas principalmente por la historia demográfica, económica y social, empiezan, sin embargo, a ser más empleadas por el historiador de las mentalidades, especialmente procesos44 y testamentos45.

Para comprender la subjetividad pasada el historiador precisa asimismo echar mano de las fuentes propias de la vieja historia cultural, de menor utilidad para el historiador de la política, la economía o la sociedad. Nos estamos refiriendo a la historia de la literatura, del arte, de la filosofía, de la religión, de la educación y de la ciencia46. Disciplinas engendradas por áreas de conocimiento que procuran el origen y la evolución de su objeto cultural en el tiempo. La virtual convergencia de temas, fuentes y métodos enriquece tanto la historia general como dichas disciplinas diacrónicas (y sin embargo no es fácil47). El redescubrimiento de las fuentes tradicionales de la cultura por parte del historiador general, tiene lugar al tiempo que se revalorizan objetos y fuentes culturales que antes se consideraban menores (prensa, fotografía48, literatura e arte populares, entre otros), o bien se negaba que en verdad fuesen fuentes históricas, como es el caso de la tradición oral o de los documentos personales. Fuentes inexploradas que dieron lugar incluso a nuevos y pujantes enfoques historiográficos, verbigracia, la historia oral49.

La extensión del territorio del historiador a lo mental, en general, y a lo imaginario, en particular, conduce por consiguiente a un nuevo aprovechamiento heurístico de la obra literaria, doctrinal o artística, y, por otro lado, esta irrupción del historiador general -formado por lo regular como historiador social- en el campo de la historia cultural puede aportar a los historiadores de estas especialidades -reafirmando en ocasiones tradiciones anteriores-  el enfoque sociológico, y hasta psicológico, así como la preocupación por el sujeto colectivo, anónimo, popular.

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La perspectiva que se ofrece al historiador de las mentalidades que bucee en las fuentes clásicas de tipo literario, iconográfico50 y narrativo, es inmensa, aunque se va a encontrar con que muchos temas que son nuevos para la historia organizada cronológicamente son antiguos para los historiadores de la literatura o del arte, existiendo ya una bibliografía, con frecuencia extensa, al respecto. La rama historiográfica donde, a partir de la renovación que supuso la antropología histórica51 y la historia de las mentalidades52, la síntesis historia general/historia especializada se ha producido tal vez antes y mejor sea la historia religiosa53.

Si de entrada para el historiador de las mentalidades todas las fuentes son válidas, y aun la novedad de su objeto pone de relieve nuevas fuentes, no ocurre lo mismo con el método y las técnicas a aplicar: para estudiar la subjetividad es, por supuesto, necesaria una metodología específica54, no llega con el modus operandi general de los historiadores. Lo sorprendente sería lo contrario, ¿acaso la historia social o la historia económica o la historia del arte no tienen su propio método de trabajo? Hay herramientas y enfoques metodológicos de la historia como ciencia social que conciernen a todas sus ramas, pero la singularidad epistemológica del objeto de investigación, en este caso la mentalidad, obliga a descubrir y producir medios singulares de interrogar a las fuentes, de verificar las respuestas que se van obteniendo, de teorizar las hipótesis y los resultados. Y para sacar conclusiones mentales de un texto, de un hecho, de un testimonio o de una imagen (o de la ausencia de cualquiera de ellos) es menester buscar inspiración en las ciencias sociales más experimentadas en los temas de la psique, esto es, la psicología y la antropología55. De la misma forma que la historia ha colaborado con la geografía, la sociología y la economía para construir el método de la historia social y económica, ¿no ha de cooperar con la antropología y la psicología para fabricar los instrumentos que permitan el acceso a la subjetividad humana? La historia de las mentalidades es interdisciplinar o no es. Cierto que el factor tiempo prohíbe abordar los hechos de la historia, materiales o mentales, como si fuesen actuales56, aconsejando esta diferencia el intercambio más que el trasplante, entre la ciencia del pasado y las ciencias del presente57. Siendo conscientes de la importancia capital que entrañan nuestras contribuciones genéticas y diacrónicas, los historiadores debemos aprender de aquellas ciencias sociales que van por delante en la tarea de dar un tratamiento científico a la mentalidad, con el mismo entusiasmo y los buenos resultados que se pusieron en práctica para estudiar los tratados de geografía, sociología o economía, en los tiempos en que arrancaba la nueva historia, sin que ello tenga naturalmente porque conllevar, ni antes ni ahora, dependencia de dichas disciplinas.

 

Un producto francés

 

La historiografía de diversos países ha recorrido -todavía está recorriendo-, con diferentes pero convergentes resultados, el camino que va de lo objetivo a lo subjetivo. La experiencia renovadora que más ha influido entre nosotros, positiva y negativamente, es, a qué dudarlo, un producto francés: la historia de las mentalidades (y su heredera más reciente la historia sociocultural58). La prueba es que, en España, por ese nombre se conoce todavía la historia de la subjetividad en general, las nuevas temáticas de la antropología, la cultura y la psicología aplicadas a la historia, todo lo que, en definitiva, no es ni historia económico-social ni historia política. A nosotros nos parece teóricamente más clarificador denominar historia subjetiva o histoira desde el sujeto59 a esa constelación de nuevas -o novísimas- historias que tienen por objeto al sujeto, distinguiendo en su interior (ni por su origen, materias o métodos, son realmente homologables) cuando menos: la historia de las mentalidades en su sentido más estricto, la antropología histórica, la historia socio-cultural -o nueva historia cultural- y, si se quiere, la vieja psicohistoria. La cuestión es que, hoy por hoy, estas tres o cuatro denominaciones se utilizan todavía sinónimamente, tendiendo incluso cada una de ellas a englobar el espacio de las otras conforme aspiran a la hegemonía de la historia subjetiva. En Francia se ha promovido hasta los años 80 la historia de las mentalidades como la gran denominación abarcadora de temas superestructurales; el término más extendido en la historiografía angloamericana fue, por lo demás, el de antropología histórica o social; valiéndose de la cultura en su acepción más amplia, la nueva historia cultural va ganando terreno últimamente par tout para designar todo lo subjetivo; en los EE. UU. se ha identificado en ocasiones la historia de las mentalidades como psicohistoria; y en Alemania es la historia cotidiana quien protagonizado el cambio paradigmático que representa el retorno del sujeto60. El peso innegable de las tradiciones nacionales obstaculiza, junto con otras causas, la clarificación y el establecimiento de relaciones de comunidad y parentesco entre estas líneas, paralelas y entrelazadas, de la investigación desde el sujeto. Con todo, la historia francesa de las mentalidades ocupa por méritos propios un lugar central61 -no siempre reconocido- en la génesis y en la realidad floreciente de una historia del sujeto que ha protagonizado la investigación de vanguardia en distintos países e historiografías, incluyendo algunas historiografías marxistas62.

En su afán por combatir la historia tradicional, descriptiva y événementielle, y por edificar una nueva historia explicativa, social y total, Marc Bloch y Lucien Febvre, al fundar en 1929 la revista Annales, avanzaron como sabemos dos líneas de investigación, en un principio interconectadas pero que se bifurcaron ulteriormente hasta  incluso llegara enfrentarse: la historia económico-social y la historia de las mentalidades. La primera fue haciéndose predominante en Francia a partir de la II Guerra Mundial63, siendo desplazada de su posición hegemónica por la historia de las mentalidades a lo largo de los años 7064. De modo que, en los años 80, asistimos al clímax de una historia de las mentalidades que contagia a las subdisciplinas más próximas, perdiendo la noción de mentalidad en definición lo que gana en extensión, en beneficio inmediato de una emergente antropología histórica, merced al empuje de la antropología, en el conjunto de las ciencias sociales, y al peso creciente de la historiografía inglesa. El reciclaje de la historia de las mentalidades como antropología histórica -que comporta unos una especie de segundo impulso, y para nosotros la muestra de su “esplendor en la crisis”-, durante la década pasada, ha favorecido la homologación francesa con pujantes historiografías, en primer lugar las angloamericanas, resistentes al hegemonismo francés, tendencialmente demodé en el ámbito intelectual65. Esta “aceptación” por parte de los terceros Annales de la potencia de la antropología -ya Braudel tuviera que hacer algo parecido- no deja de ser una suerte de dimisión, neutraliza ciertamente los problemas que la definición ambigua de las mentalidades genera fuera de Francia… al precio de renunciar a consolidar la historia de las mentalidades como una disciplina de futuro, es decir, con metodología propia.

El “error” francés, cuya rectificación habría que contemplar en el marco del tournant critique historiográfico alentado en el país vecino, ha sido manifiestamente separar, siguiendo el típico movimiento pendular, la historia social -y la psicología- de la historia de las mentalidades67, y ello ha posibilitado colaboraciones innovadoras con la antropología, el arte, la literatura, y otras disciplinas de lo subjetivo, pero también ha ido alejando la nouvelle histoire de su matriz68, de la historia total,… y de otras historiografías, entre ellas la española, que intenta aún -que intentamos- retomar la historia de las mentalidades, volviendo a sus planteamientos fundadores, en el contexto de un nuevo paradigma internacional.

 

El retraso español

 

Que la puesta al día de la historiografía española, durante los años 60 y 70, haya tenido lugar bajo un régimen político dictatorial, con todas sus implicaciones ideológicas, académicas y de obstáculos a la movilidad de los investigadores, ha retrasado -de manera acumulativa- la conexión de los historiadores españoles con las investigaciones internacionales de vanguardia, provocando un ritmo historiográfico peculiar. Las innovaciones acaban llegando a España, pero de una manera parcial y con una demora evidente (una década o más). Así, la historia económico-social se impone, entre nosotros, sobre todo en los años 70, renovando decisivamente la vieja historia político-institucional69, bajo la influencia directa de la escuela de Annales, cuando ya en Francia70 subía como la espuma una historia de las mentalidades, que tendía a distanciarse de la historia social de las mentalidades de los años 60. Este desfase coadyuva a que la nueva historia económico-social española se consolide contra la historia de las mentalidades, al margen de las corrientes marxistas que en historia y demás ciencias sociales mantenían o incluso concentraban su interés en el sujeto-hombre y en la superestructura de la sociedad71. ¿Existía otra alternativa? Teóricamente sí, la imperiosidad de investigar la base material de la sociedad no tenía por qué cerrarnos el acceso a la dimensión subjetiva y cultural de la realidad pasada, cuya investigación -convenzámonos de una vez- no tiene por qué ser menos científica que la de la economía. En la práctica no ha sido así, ¿tal vez porque la tarea ingente que entrañaba la superación de la historia tradicional, en las condiciones españolas, no permitía tal diversificación del esfuerzo innovador72? Probablemente, máxime cuando es tan problemático -mientras no seamos capaces de desarrollar un paradigma que trate como inseparables lo objetivo y lo subjetivo- trabajar en direcciones tan disímiles, y tan difíciles de compatibilizar, como lo material y lo mental.

Historiadores españoles, con más facilidades para el contacto con el exterior73, que entonces pasaba principalmente por Francia, ensayaron el desarrollo de una historia social que fuese a la vez historia de las mentalidades, pero ulteriormente ellos mismos no trabajaron en esa dirección, ni por lo tanto pudieron ser seguidos, no se logró en consecuencia la aceptación de la historia de las mentalidades como un campo útil y necesario para la investigación global del pasado.

Reyna Pastor, en 1966, publica en francés un trabajo que siete años después, en 1973, alcanza cierta difusión en español, Diego Gelmírez: una mentalidad al día74, que quería ser “un ensayo de análisis interdisciplinario que permitirá el conocimiento de ciertas ‘actitudes mentales”75. En el mismo año, 1973, Manuel Tuñón de Lara -siguiendo a Labrousse, Mandrou y Duby-, incluye en su Metodología de la historia social de España un capítulo que dice: “De la historia social a la historia de las mentalidades sociales: posibles fuentes y métodos de conocimiento”; propuesta clara que quedó en el aire, porque el propio Tuñón raramente investigó las mentalidades76 y pocos frutos ajenos pudo contar después de su iniciativa77, si bien nunca abjuró de la bondad y conveniencia de lo que nosotros llamamos historia social de las mentalidades78. Dos años después, salvo Antonio Elorza79, ninguno de los historiadores que escriben sobre metodología e historiografía en el Boletín Informativo de la Fundación Juan March, promueven la historia de las mentalidades como una vía válida para la nueva historia española, a pesar de las continuas invocaciones a Annales en varias de las aportaciones de lo que después se editó como Once ensayos sobre la historia (1976), sin duda la contribución colectiva más sugestiva, por su pluralidad y representatividad, de esos años, sobre renovación metodológica, hecha por historiadores en España80.

Por otra parte, en el campo del modernismo hay que hablar de un precursor muy importante: Jaime Vicens Vives, sin duda el historiador español que ha jugado el rol más importante como iniciador del cambio de paradigmas historiográficos en la España de los años 60 y 70, a partir de su entrada en contacto con la escuela de Annales en el Congreso Internacional de Ciencias Históricas de París (1950). Vicens Vives dice en el prólogo a la Historia de España y América social y económica (1ª ed., 1957): “ésta no es una historia de España y América en el sentido clásico de la palabra, porque no pretende definir una estructura colectiva fundamentada en unilaterales razones materiales, sino delimitar unas mentalidades de base, esto es, una manera de estar, de comprender y de actuar”81; intención que se refleja en los índices de los diferentes volúmenes de esta obra colectiva. Tampoco los discípulos de Vicens Vives van a seguir ese camino doble. Josep Fontana lo intenta en Cambio económico y actitudes políticas en la España del siglo XIX (publicado en el año 1973, como las obras anteriormente citadas de Pastor y Tuñón): “Al historiador toca dar una explicación global de los hechos humanos (…) problema fundamental: el de averiguar los nexos que enlazan los hechos económicos con los políticos o los ideológicos (…) la nueva [historia] quiere saber quiénes formaban este pueblo, qué ocupaciones tenían, qué problemas les angustiaban, qué aspiraciones compartían”82. La sustitución, doblemente ideológica, del término ‘mentalidad’ por ‘ideología’ anuncia el posterior giro economicista, hostil a la historia de las mentalidades83,  que va a dar la historiografía española.

El problema de la recepción, práctica y teórica, de las innovaciones de Annales en la historia social española de los años 70 es su parcialidad, a pesar de los buenos comienzos. Falló en definitiva la preocupación por la historia total, clave para entender no sólo la escuela de Annales sino también un materialismo histórico evolucionado, que contemple y entrelazca los distintos niveles de la realidad, integrando en suma el factor subjetivo, humano, en la historia. Si bien este fracaso no es por supuesto privativo de la historiografía española, resulta empeorado por la grave mutilación que, entre nosotros, ha tenido lugar durante mucho tiempo del estudio de los “problemas” y “aspiraciones” de los agentes históricos.

En 1970, una conocida editorial publica, en Barcelona, Combats pour l’histoire de Lucien Febvre, de manera significativa faltan dos artículos, que todavía siguen inéditos en castellano, muy presentes en la versión francesa (1953): Une vue d’ensemble. Histoire et psychologie, y La sensibilité et l’histoire. Comment reconstituer la vie affective d’autrefois? Una explicación podría ser decir, y se suele decir, que Febvre tuvo una acogida menos favorable en nuestro país que el otro fundador, tenido por más fundamental y próximo al materialismo histórico, de la nueva historia francesa, Marc Bloch, pero la cuestión es que La société féodale (1939) tampoco se publica en España… hasta 198684. De haberse editado hace 10 o 15 años, ¿no hubiera inspirado Bloch, en la renovada historiografía española, esa interrelación de “condiciones de vida y atmósfera mental” que ensaya en su obra, síntesis maestra de una estructura social? En este contexto de lectura o recepción incompleta de Annales, por parte de nuestra mejor historiografía (marxista y no marxista), se comprende mejor que la primera gran obra de Bloch, el estudio de una creencia colectiva, Les Rois thaumaturges (1924) no se haya traducido al castellano hasta hoy (México, 1991)85, y que, en otro orden de cosas, la descalificación global de la historia de las mentalidades “a la francesa”86 haya supuesto la minusvaloración, el desconocimiento o la marginación, de una línea de historia social de las mentalidades que, originada en Marc Bloch y Georges Lefebvre, en el período entreguerras, fue retomada por Robert Mandrou, Georges Duby, Jacques Le Goff en los años 60, y continuada posteriormente por Michel Vovelle, Maurice Agulhon y muchos otros (entre ellos, los cinco autores españoles citados más arriba, si bien de forma breve, tal vez inconsecuente). La edición española, en 1985, de Idéologies et mentalités (1982) de Michel Vovelle, conjunto de ensayos de valor metodológico estimable -sobre todo para el historiador próximo al marxismo-, y otras aportaciones, no menos importantes, como las de los historiadores hispanistas franceses87, preparan las condiciones para lo que Julio Valdeón ha llamado “la irrupción de la denominada historia de las mentalidades88, cuya presencia en conferencias, seminarios, lecturas de tesinas y tesis, y en algunas publicaciones, empieza a notarse seriamente a fines de los años 8089: treinta años  después de aquel primer planteamiento animador de Vicens Vives  (quince años si pensamos en Tuñón de Lara), la historia de mentalidades ha dejado, por fin, de ir a contracorriente. Este retraso, consecuencia asimismo del habido anteriormente en la recepción de la historia económico-social90, tiene sus inconvenientes, pero también sus ventajas.

 

Inconvenientes y ventajas de un apogeo tardío

 

¿Inconvenientes del retardo de la historiografía española en investigar la historia desde la subjetividad? En primer lugar, cierta desconexión general con la última historiografía internacional -y su deficiente asimilación-, y no sólo con la francesa, antaño camino acostumbrado de entrada de la innovación historiográfica en España. Lo que se ha rechazado como “producto francés”, como historia de las mentalidades, ha entrado en nuestro país como antropología histórica inglesa -que impregna la historia social de E. P. Thompson y otros-, como nueva historia cultural americana o, inclusive, como microhistoria italiana, todo con su propio retraso91. Un caso notorio es el del libro The great cat massacre (1984) del historiador norteamericano Robert Darnton, especialista sobre la historia moderna de Francia, una colección de artículos sobre actitudes y creencias en la Francia del siglo XVIII92, que habiendo alcanzado un gran éxito de público en USA, y en Francia, y desatado además una importante polémica entre historiadores de varios países93, pasó absolutamente desapercibido en España, pese a haber sido traducido y editado en México en el año 1987. Un ejemplo claro, pues, de la desconexión internacional que se ha producido, a partir de la “ruptura” española con la historia francesa de las mentalidades a mediados de los años 70, y, consiguientemente, de la difícil homologación posterior con investigaciones de vanguardia cada vez más ajenas a los temas y métodos que se siguen aplicando rutinariamente en nuestro país.

Resulta imposible una auténtica tradición historiográfica sin estar al día con espíritu abierto94 -es decir, científico- de los avances, las influencias y las discusiones que tienen lugar en otras historiografías, en principio, más adelantadas. Todo discurso sobre la interdisciplinaridad carece de sentido si, simultáneamente, no se mantienen, refuerzan y diversifican las relaciones internacionales: con un espíritu abiertamente crítico, pero también autocrítico. Ciertamente, “en España no ha surgido ninguna corriente historiográfica original en lo que va de siglo”96. ¿Por qué? Además de la repetida indigencia teórica de nuestra historiografía, y de nuestro consabido complejo de inferioridad: por la incapacidad para sostener una relación suficiente, creadora y constructiva con la producción exterior97.

La historia que estamos bautizando como subjetiva -en el buen sentido-, bajo sus distintas formas, es desde hace un tiempo la locomotora de la historia para muchos colegas, y reúne hoy, en nuestra opinión, las tendencias más innovadoras de la historiografía mundial98, llegando cada país al mismo sitio -o mejor dicho, a un sitio parecido- por vías originales pero paralelas. Hay que preguntarse si no es demasiado costoso, y teóricamente inútil99, permanecer al margen de un frente historiográfico que está configurando decisivamente la labor de los historiadores del próximo futuro100.

Una ventaja de la tardía incorporación de España a este conjunto de nuevas líneas de investigación101, es el amplio abanico de posibilidades que se ofrecen al joven investigador español, en comparación con las existentes hace 10 o 15 años, tanto en el terreno de la historia de las mentalidades como de la antropología histórica, de la nueva historia cultural o de la psicología social histórica en ciernes102. Ahora bien, en cuanto a temas de investigación subjetiva la primera tarea, en nuestra opinión, es no confundir los unos con los otros103. Unos son específicos de la antropología histórica: familia, matrimonio, sexualidad, vida cotidiana o privada, fiesta, cuerpo, gestos, alimentación, enfermedad, ritual, mito, leyenda, tradición oral, brujería, cultura popular, alteridad. Otros lo son de la historia cultural: lectura, alfabetización, educación, filosofía, arte, literatura, ciencia. Estando más cercanos a nuestra tradición historiográfica los temas socio-psicológicos de la historia de las mentalidades: desde los modelos de comportamiento hasta las representaciones sociales, pasando por las prácticas, las actitudes, los sentimientos, los valores y las creencias colectivas, nociones que aplicadas a las estructuras mentales y a los procesos de cambio de mentalidades están dando pie a productivas líneas de investigación. El tema más estudiado en España de esta nueva historia pertenece más bien a este tercer apartado, la actitud ante la muerte, que ya había actuado como tema estrella, en Francia, del relanzamiento de la historia de las mentalidades, ligado al estudio reposado de la larga duración y a menudo, no siempre, fuera de un contexto social definido.

La muerte como tema historiográfico, lanzado en el año 1941 por Lucien Febvre en Annales, en plena II Guerra Mundial, cuando la revista trataba de sobrevivir bajo el nuevo régimen -contra la opinión de Bloch, resistente a la ocupación nazi104– , es retomado, en 1948, por un demógrafo, Philippe Ariès, en Histoire des populations françaises et de leurs attitudes devant la vie depuis le XVIIIe siècle, y, en 1952, por Alberto Tenenti, a partir de las fuentes iconográficas, en La vie et la mort à travers l’art du XVe siècle. Philippe Ariès, en 1977, estudia monográficamente el tema en L’homme devant la mort, cuatro años después de que Michel Vovelle subtitulara, en 1973, Les attitudes devant la mort d’après las clauses des testaments, su libro sobre la piedad barroca y descristianización en Provence en el siglo XVIII105. Pierre Chaunu y su equipo, a su vez, se unen al carro y publican, en 1978, La mort à Paris, XVIe, XVIIe et XVIIIe siècle.

Un rasgo común de estas investigaciones de los 70 es el abandono de los temas de la vida106 por el tema de la muerte, cuando ambos estaban presentes en los trabajos pioneros de postguerra de Ariès y Tenenti. Preferencia que refleja cómo la historia de las mentalidades se va distanciando de la historia social y económica conforme la reemplaza, y, más allá, el desencanto ideológico que siguió a la revuelta universitaria de mayo de 1968. La muerte como objeto de indagación histórica participa justamente de esa ambigüedad productiva que ha auxiliado a la historia de las mentalidades en su ascensión, si bien hay que decir en nuestro país se ha pretendido alentar el enfoque de la “historia de la muerte como una variable de la explicación social”, como una historia “de la vida social, desde el punto de vista en que ésta es condicionada, explicada por la idea de la muerte”107.

El estudio de las actitudes hacia la muerte circula en Francia de los modernistas a los medievalistas108, dando paso a principios de los años 80 a otros temas: principia entonces su penetración en España (con la subsiguiente década de retraso109) como punta de lanza de la historia francesa de las mentalidades en la investigación de la Edad Moderna -primera mitad de los años 80-110, de la Edad Media -segunda mitad de los años 80-111, y, últimamente, de la Edad Contemporánea112.

El balance historiográfico sobre estos años de investigación de la muerte en España es positivo. Además de su función de locomotora de la historia de las mentalidades en la década de los 80, la indagación de las actitudes y representaciones de la muerte ha supuesto cierta colaboración interdisciplinar con historiadores del arte, la literatura y la religión, evitando en bastantes casos ese “doble riesgo de la atemporalidad y la superficialidad”113.

Con todo, se trata de un resultado limitado: la historia de la muerte no ha dejado de ser un tema secundario, aislado, en nuestra historiografía reciente. Por fortuna el auge general de la historia de las mentalidades, a fines de los años 80, ha traído consigo la superación monotemática, y un creciente acortamiento del desfase temporal con la historiografía foránea. Otros objetos de investigación mental y psicológica ganan espacio historiográfico en nuestro país: imagen del rey; justicia, criminalidad y violencia; conflictos y revueltas; caballeros y clérigos; judíos y conversos; tiempo; espacio… A los que hay que sumar los propios de la antropología histórica: familia, cultura popular, tradición oral, enfermedad, fiesta, alimentación, sexualidad, infancia, vida cotidiana, alteridad y religiosidad popular. Sin olvidar la renovación metodológica de la historia cultural y sus temas específicos. Todo indica que, en la década de los 90, vamos a vivir la generalización y -es de desear- la consolidación de estas nuevas historias de la subjetividad114.

Otro síntoma, indirecto pero significativo, de este apogeo de la historia de las mentalidades en España es el (re)descubrimiento, por parte de la psicología y de la antropología, de la noción de mentalidad como objeto de estudio, lo que crea precondiciones para un diálogo inexcusable de la historia con dichas disciplinas al objeto de hacer avanzar una temática de investigación que, no lo olvidemos, ha de tener como pilar básico de su metodología la interdisciplinaridad. La verdad es que la apertura de estas ciencias de la subjetividad hacia la historia no encuentra fácil correspondencia entre los historiadores, hasta el momento alejados, salvo raras excepciones, de las materias de investigación de la antropología y más aún de la psicología, llegándose al extremo de negar algunos estatus científico a la investigación de la psique y de otras actividades humanas como los sentimientos, la sexualidad o los grupos de edad. ¿Cómo se puede entender que estos temas sean importantes para el conocimiento científico de las sociedades actuales, o para las llamadas primitivas, y no lo sean para las sociedades históricas? Otra cuestión es cómo compatibilizar, y sintetizar, los nuevos con los viejos enfoques; para muchos está por ver la productividad de los nuevos temas y métodos a la hora de explicar la historia, dubitación que pierde su legitimidad y efectividad cuando se encasillan a priori, apresurada, interesada115 e indiscriminadamente, tal o cual tema de la antropología o de la psicología en el campo de una historia frívola, infra divulgativa…

Sin la alianza interdisciplinar de la historia con la psicología y la antropología no es viable una renovación historiográfica que se apoye en la historia de las mentalidades, no es otra la experiencia de las historiografías, en este orden, más avanzadas. Veamos los pronunciamientos españoles a que hicimos referencia antes. José Luis Pinillos enlaza la historia de las mentalidades de Annales, y la psicohistoria americana, con la preocupación de la filosofía alemana por la psicología de los pueblos, y anima a los psicólogos de hoy -cognitivos- a considerar la historicidad de las mentalidades colectivas que “poseen un espesor, una profundidad histórica y no son puramente actuales”, valora autocríticamente que “la hegemonía de un modelo epistemológico inspirado en la ciencia natural del siglo pasado (…) ha dificultado quizá la debida incorporación a la psicología científica de un ingrediente del comportamiento humano tan importante com es de hecho la mentalidad dominante en un momento dado”, y termina por plantear la investigación de la mentalidad global como vía de renovación para la psicología española: “Honestamente creemos que la psicología debe esforzarse por abordar la cuestión, actualizando sus planteamientos. El momento es propicio para ello”116. Por su lado, Julio Caro Baroja, en el homenaje de la Universidad de Barcelona a Antonio Domínguez Ortiz, escribe Sobre el estudio histórico de las llamadas mentalidades en una dirección bastante parecida a la del psicólogo Pinillos, partiendo de la antropología y de su propia obra117, llama la atención sobre el estudio de las mentalidades globales y esboza asimismo una clasificación según los ámbitos o los sujetos, tomando por mentalidad “la diversidad de lo pensado en una misma lengua”118.

 

Historia total

 

 

Las tentativas individuales de historiadores españoles de abrir paso, hace 30 ó 10 años, a la historia de las mentalidades fracasaron… a corto plazo. La mayor parte volvieron a la historia económico-social -de cuya madurez y calidad no hay dudas-, o, en el mejor de los casos, buscaron la innovación en terrenos antropológicos o culturales de entrada menos conflictivos (cultura popular, familia, oralidad, lectura), quizás más alejados de la denostada por algunos historia francesa de las mentalidades o más cercanos a la historiografía inglesa o italiana, y por tanto a nuestra propia tradición de historia social. Ahora bien, ¿no está cambiando la dirección del viento? Vimos como la presente irrupción de las mentalidades implica un descubrimiento acelerado de nuevos territorios de la investigación. ¿Adónde nos puede llevar una eclosión más que previsible de todas estas novedades subjetivas? Tanto puede valer para trivializar y fragmentar todavía más el oficio de historiador como para renovar la historia que se hace en España. Y hasta es probable que, inicialmente, sirva para las dos cosas119.

La dispersión temática y metodológica de la historia es hoy por hoy un problema generalizado, en parte consecuencia del crecimiento y de la especialización, cuyo antídoto no es obviamente retroceder un discurso historiográfico monocorde, limitado en sus temas y encerrado sobre sí mismo, sino conservar el vigente y necesario concepto de una historia total de la sociedad, alternando síntesis con análisis, pactando con las disciplinas vecinas, sin por ello diluir el papel de la historia ni renunciar a su aportación en el conjunto de las ciencias sociales. Junto con el peligro evidente de eclecticismo, ante la proliferación de temas y métodos, y la relativización de las teorías, urge también contemplar el riesgo inmovilista, conservador, de colocar bajo sospecha todos los intentos de renovar nuestra historiografía, que no siempre van a ser -son- acertados. El quid de la cuestión está en contrarrestar la tendencia pendular ocupando los nuevos territorios de la investigación sin renunciar a los viejos, la innovación que perdura es aquella que debe menos a la “moda”, porque se impone científicamente, convenciendo, esto es, conservando todo lo que es válido de los paradigmas anteriores, dicho metafóricamente: echando el agua sucia de la bañera pero dejando al niño dentro.

La gran ventaja del retraso español reside en que podemos aprender en cabeza ajena. La historia de las mentalidades resulta viable como factor de renovación en la medida en que aparezca vinculada a la historia social, esto es, siempre y cuando nos aproxime a la meta antedicha de la historia total120, entendida ésta como articulación compleja y no como simple adición de los diversos niveles de la realidad. Constituyendo la historia social la parte más sólida de nuestra reciente historiografía, el primer objetivo del historiador de las mentalidades es, pues, completar la investigación social anterior analizando su dimensión psicológica, cultural, antropológica, y planteando, desde el punto de vista de la subjetividad, nuevas preguntas o procurando para las viejas preguntas nuevas respuestas. La originalidad española -y latinoamericana- de una línea de investigación sobre mentalidades colectivas está entonces, según nuestro criterio, en una historia social de las mentalidades, que no tiene porque comportar el abandono de la indagación de cualquier aspecto de la actividad humana en el pasado que pueda contribuir, desde la primera instancia, directa o indirectamente, a explicar una historia que es producto del hombre como sujeto colectivo en ciertas condiciones objetivas, ante todo materiales, con las cuales establece una relación dialéctica (más fácil de enunciar que de concretar). Una historia social de las mentalidades que tienda por consiguiente a la historia total. Una historia social de las mentalidades que sabe que no es más, pero tampoco menos, que la parte subjetiva de la historia.

*  Texto redactado, y actualizado en 1996, a partir del guión de la conferencia impartida el 2 de marzo de 1991 en el curso extraordinario de la Universidad de Salamanca, organizado por el Departamento de Historia Medieval, Moderna y Contemporánea: “Problemas de la historia, hoy. III Jornadas de Estudios Históricos”; publicaciones anteriores: “Historia de las mentalidades: posibilidades actuales”, Problemas actuales de la historia, Salamanca, 1993, pp. 49-67; Secuencia. Revista de historia y ciencias sociales, México, nº 27, sept.-dic. 1993, pp. 185-210.

2 Nos referimos aquí, lo que no es habitual en nuestros escritos, a la segunda de las dos acepciones de la palabra ‘paradigma’ que reconoce Kuhn en la posdata de 1469: modelo para la solución de problemas de investigación, La estructura de las revoluciones científicas, México, 1975 (Chicago, 1962), p. 269.

3 Los investigadores soviéticos de la conciencia social han llegado a una conclusión que, a su vez, justifica la necesidad de un concepto más amplio como mentalidad: la conciencia es  un todo volumétrico y pluridimensional, la parte del iceberg que está en la superficie. Y se la debe examinar junto con sus parte ocultas y en dependencia de ellas, partes ocultas que incluyen lo inconsciente y lo simbólico, Merab MAMARDASHVILI, “Análisis de la conciencia en los trabajos de Marx”, Ciencias Sociales, Moscú, 2, 1987, p. 133.

4 Lucien LÉVY-BRUHL, Les fonctions mentales dans les sociétés inférieurs, 1910; La mentalité primitive, 1922.

5 Henri WALLON, La mentalité primitive et celle de l’enfant, 1928.

6 El proceso de la civilización. Investigaciones sociogenéticas y psicogenéticas, México, 1987, p. 451 (1ª ed., 1939).

7 La teoría de la elección racional, para algunos tendencialmente dominante en las ciencias sociales -por ejemplo, Jon ELSTER, Una introducción a Karl Marx, Madrid, 1991 (Cambridge, 1986), p. 28-, aun suponiendo un cualitativo avance en la reposición epistemológica del sujeto, se olvida lamentablemente de los evidentes componentes no-racionales del comportamiento humano y de la acción social, en el pasado y en el presente, y, en este sentido, implica un retroceso respecto a la historia de las mentalidades.

8 Jean-Paul SARTRE, Esquisse d’une théorie des émotions, París, 1959; Silverio PALAFOX, Juan VILA, Motivación y emoción, Madrid, 1990; Jean DUVIGNAUD, La genèse des passions dans la vie sociale,  París, 1990; se ha subrayado hace poco el papel de las emociones en la conducta humana al descubrirse, biológicamente, la inseparabilidad pensamiento-sentimiento, véase Antonio R. DAMASIO, Descartes’ Error: Emotion, Reason, and the Human Brain, 1994 (París, 1995); Daniel GOLEMAN, Emotional Inteligence; why It Can Matter More Than IQ for Character Health and Lifelong Achievement, 1995 (Madrid, 1996).

9 Frase de probable origen sociológico: Emile DURKHEIM, Las reglas del método sociológico, Madrid, 1988 (París, 1898), p. 58.

10 “Histoire des sentiments. La Terreur”, Annales, 1951; “La mort dans l’histoire”, Annales, 1952; “La sensibilité et l’histoire. Comment reconstituer la vie affective d’autrefois?”, Combats pour l’histoire, 1953; “Pour l’histoire d’un sentiment: le besoin de sécurité”, Annales, 1956; trabajos recientemente reeditados en la obra colectiva: La sensibilité dans l’histoire, Brionne, 1987.

11 La peur en Occident (XIV-XVII siècles), París, 1978 (Madrid, 1988);  Le Péché et la Peur París, 1983;  Rassurer et protéger. Le sentiment de sécurité dans l’Occident d’autrefois, París, 1989.

12 El olfato (Miasme et la jonquille. L’odorat et l’imaginaire social, 18e-19e siècles, 1982), la vista (Le territoire du vide. L’Occident et le désir du rivage, 1750-1840, 1988), el oído (Les cloches de la Terre, 1994).

13 Histoire des larmes, XVIIIe-XIXe siècles, París, 1986.

14 Ya Marx hacia historia de las mentalidades cuando elaboraba los conceptos de fetichismo de la mercancia, alienación e “ideología” como falsa conciencia; el econonomicismo marxista posterior dificultó esa vía epistemológica, véase la nota 35 del apartado I.3.

15 Sobre el concepto de imaginario y la historia del imaginario: François LAPLANTINE, Les trois voix de l’imaginaire, París, 1974; Evelyne PATLAGEAN, “L’ histoire de l’imaginaire”, La Nouvelle Histoire,  París, 1978 (Bilbao, 1988, pp. 302-323); Cornelius CASTORIADIS, L’institution imaginaire de la société, París, 1975 (5ª ed.), (Madrid, 1988-1989, 2 vol.); Philippe JOUTARD, “L’histoire dans l’imaginaire collectif”, L’Arc, nº 72, 1978, pp. 38-42; B. BACZKO, Les imaginaires sociales: mémoires et espoirs collectifs, París, 1984; Jacques LE GOFF, L’imaginaire médiéval. Essais, París, 1985; Jean-Claude SCHMITT, “Introducció a una història de l’imaginari medieval”, El món imaginari i el món meravellós a l’Edat Mitjana, Barcelona, 1986, pp. 16-33; Image et histoire: actes du colloque de Paris‑Censier, mai 1986, Paris, 1987; Cahiers de l’imaginaire, 1988, publicados en Toulouse por G. Durand y M. Maffesoli.

16 Un libro de antropología cultural útil a este respecto, Dan SPERBER, El simbolismo en general. Temas antropológicos, Barcelona, 1978.

17 Incluso la expresión histoire des mentalités es sustituida por histoire des représentations en algunos autores franceses [1991].

18 Denise JODELET, dir., Les représentations sociales, París, 1989; en los años 80 ha nacido también en la universidad de California una interesante revista interdisciplinar llamada Representations.

20 Por ejemplo, VV. AA., Mentalités et représentations politiques. Aspects de la recherche, Roubaix, 1989; casi se ha propuesto sustituir el concepto de mentalidad por el de representación colectiva de Marcel Mauss y Emile Durkheim: Roger CHARTIER, El mundo como representación, Barcelona, 1995, p. 56.

21 Marc BLOCH, Les Rois thaumaturges, Strasburg, 1962 (París, 1983); E.H. KANTOROWICZ, Los dos cuerpos del rey. Un estudio de teología política medieval, Madrid, 1985 (1ª ed. ing., 1957); A. ERLANDE BRANDENBURG, Le roi est mort. Etude sur les funérailles, les sepultures et les tombeaux des rois de France jusqu’à la fin du XIIIe siècle,  Ginebra, 1975; Louis MARIN, Le portrait du Roi, París, 1981; Teófilo F. RUIZ, “Une royauté sans sacré: la monarchie castillane du Bas Moyen Age”, Annales, nº 3, 1984, pp. 429-453; R. E. GIESEY, Le roi ne meurt jamais, París, 1987; Alain BOUREAU, Le simple corps du roi. L’impossible sacralité des souverains français, XVe-XVIIIe siècle, París, 1988; Yves-Marie BERCE, Le roi caché, París, 1990; Alain BOUREAU, Claudio S. INGERFLOM, La Royauté sacrée dans le monde chrétien: colloque de Royaumont, mars 1989, París, 1992; José Manuel NIETO SORIA, “Del rey oculto al rey exhibido: un síntoma de las transformaciones políticas en la Castilla bajomedieval”, Medievalismo, Madrid, nº 2, 1992, pp. 5-27; Carlos BARROS, “¡Viva El-Rey! Rey imaginario y revuelta en la Galicia bajomedieval”, Studia Histórica. Historia Medieval, Salamanca, nº 12, 1994, pp. 83-101;Jacques LE GOFF, Saint Louis, París, 1996; Jean-Paul ROUX,  Le Roi. Mythes et symboles, París, 1996.

22 Jean-C. FILLOUX, L’inconscient, París, 1947; Pierre FLOTTES, El inconsciente en la historia, Madrid, 1971 (Ginebra, 1965); Michel VOVELLE, “¿Hay un inconsciente colectivo?”, Ideologías y mentalidades, Barcelona, 1985 (La Pensée, nº 205, 1979).

23 En todo caso no mayores que las existentes para comprobar el resto de las hipótesis, normalmente las actuaciones inconscientes no se producen solas, al margen de la conducta intencional, y las huellas documentales que dejan los comportamientos conscientes parelelos permiten establecer las relaciones y verificaciones pertinentes, de modo que la explicación de la mediación inconsciente se puede demostrar a menudo por exclusión, véase Carlos BARROS, Mentalidad y revuelta…, p. 121.

24 La psicología de masas del fascismo (1933), México, 1973; una panorámica general sobre el freudomarxismo en Frederic MUNNÉ, Psicologías sociales marginadas. La línea de Marx en la psicología social, Barcelona, 1982, pp. 69-177; véase también Carlos CASTILLA DEL PINO, Psicoanálisis y marxismo, Madrid, 1969; Jean PIAGET y otros, Debates sobre psicología, filosofía y marxismo, Buenos Aires, 1971.

25 Se han publicado ya varios volúmenes, no así, desgraciadamente, este anunciado libro de Pierre Vilar.

26 Las iniciativas de Alain Besançon –Histoire et expérience du moi, París, 1971; L’histoire psychanalytique. Une anthologie, 1974; “El inconsciente. El episodio de la prostituta en ‘¿Qué hacer?’ y ‘El subsuelo”, Hacer la historia, III, Barcelona, 1980 (París, 1974), pp. 37-60-, no tuvieron continuidad en Francia, ni siquiera por parte de su principal instigador; y veremos la suerte que corre, entre los psicólogos españoles, la propuesta de José Luis Pinillos en favor de la psicohistoria (y de la historia de las mentalidades, pues considera ésta una de las formas de aquélla), Psicología y psicohistoria. Escritos seleccionados, Valencia, 1988 (véase también la nota 116).

27 Rudolph BINION, Introducción a la psicohistoria, México, 1986 (París, 1982); Jacques SZALUTA, La psychohistoire, París, 1987; LLOYD DE MAUSE, ed., A Bibliography of Psychohistory, Nueva York, 1975; LLOYD DE MAUSE, Foundations of Psychohistory, Nueva York, 1982 (París, 1986); W. GILMORE, Psychohistorical inquiry: a comprensive research Bibliogrphy, Nueva York, 1984; G. M. KREN, H. RAPOPORT, Varieties of Psychohistory, Nueva York, 1985; Geoffrey COOK, Travis CROSBY, Psycho/History. Reading in the Method of Psychology, Psychoanalysis, and History, Yale, 1987; desde un punto de vista más crítico, Saul FRIEDLÄNDER, Histoire et psychanalyse. Essai sur les possibilités et les limites de la psychohistoire, París, 1975.

28 Saul FRIEDLÄNDER, op. cit., pp. 10-13, 19, 211.

29 Tema antropológico investigado históricamente en una obra reciente: Jean-Claude SCHMITT, La raison des gestes dans l’Occident médiéval, París, Gallimard, 1990.

30 E. J. HOBSBAWM, T. RANGER, dirs., L’invent de la tradició, Barcelona, 1988 (1ª ed. en inglés, 1983).

31 Pierre BOURDIEU, Esquisse d’une théorie de la practique, Ginebra, 1972; Foucault ha influido en la investigación de la vida privada desbrozando el campo de las “prácticas de sí”, el trabajo sobre sí mismos por el que los seres humanos se constituyen como sujetos, Francisco VAZQUEZ, Foucault y los historiadores, Cádiz, 1988, p. 158.

32 Alphonse DUPRONT, “Sémantique historique et histoire”, Cahiers de lexicologie, nº 15, 1969; Alphonse DUPRONT, “Langage et histoire”, XIII Congrès International des Sciences Historiques, Moscú, 1970; F. FURET, A. FONTANA, “Histoire et linguistique”, Livre et société dans la France du XVIIIe siècle, tomo II, La Haya, 1970; Regine ROBIN, Histoire et linguistique, París, 1973; Jean-Claude CHEVALIER, “La lengua. Lingüística e historia”, Hacer la historia, III, Barcelona, 1980 (1ª ed. en francés, 1974); Maurice MOLHO, “Linguistique et histoire”, Mélanges de la Casa de Velázquez, tomo XII, 1976; Ernest LABROUSSE y otros, Ordenes, estamentos y clases, Madrid, 1978 (1ª ed. en francés, 1973); B. CERQUIGLINI, “Linguistique et histoire”, Dictionnaire des sciences historiques, París, 1986.

33 Sobre este tema, de origen etnológico, como en cualquier otro dominio histórico, se puede hacer una historia buena o mala, anecdótica o seria, descriptiva o explicativa, etc.; verbigracia, Aaron Gurevicht resalta el momento de la innovación en la vida diaria, en la economía y en la existencia cotidiana, como un plano fundamental para comprender los cambios históricos (Ciencias Sociales, 1, 1991, p. 148); véase Henri LEFEBVRE, Critique de la vie quotidienne, 3 vol., París, 1946-1981; Jacques LE GOFF, “El historiador y el hombre cotidiano”, Tiempo, trabajo y cultura en el Occidente medieval, Madrid, 1983 (1ª ed. en francés del artículo, 1972); Jean-Didier WOLFROMM, “Quarenta anos de vida cotidiana”, A Nova Historia, Lisboa, 1986 (1ª ed. en francés, 1977); Colloque “Quotidienneté et historicité”. Lyon, 1982,  París, 1983; “La sociología de la vida cotidiana”, Debats, nº 10, 1984; Chris WICKHAM, “Comprender lo cotidiano: antropología social e historia social”, Historia Social, Valencia, nº 3, 1989 (1ª ed. en italiano, 1985); en Alemania se ha denominado Alltagsgeschichte (historia de la vida cotidiana) a la forma local de historia de las mentalidades, véase Alf  LÜDTKE, edit., Histoire du quotidien (1ª ed. en alemán, 1989), París, 1994.

34 Jean-Claude CHESNAIS, Histoire de la violence, París, 1981; Ch. RAYNAUD, La violence au Moyen Age, XIIIe- XVe, París, 1990.

35 R. GIRARD, La violence et le sacré, 1972; J. CHIFFOLEAU, “La violence au quotidien, Avignon au XIVe siècle d’après les registres de la cour temporelle”, Mélanges de l’École Française de Rome, tomo 92, nº 2, 1980; Arlette FARGE, La vie fragile. Violence, pouvoirs et solidarités à Paris au XVIIIe siècle, París, 1986 (México, 1994); Robert MUCHEMBLED, La violence au village. Sociabilité et comportements populaires en Artois du XVe au XVIIe siècle, Bélgica, 1989.

36 Michel FOUCAULT, Vigilar y castigar. Nacimiento de la prisión, Madrid, 1990 (7º ed. en español; 1ª ed. en francés, 1975); P. SPIERENBURG, Judicial violence in the Dutch Republic (1750-1850), Amsterdam, 1978; G. RUGUIERO, Patrici e malfattori. La violenza a Venezia nel primo Rinascimento, Bologna, 1982; “Violences sexuelles”, Mentalités, nº 3,  París, 1989; F. GASPARRI, Crimes et châtiments en Provence au temps du Roi René. Procédure criminelle au 15e siècle, París, 1989; “Violència i marginació en la societat medieval”, Revista d’Història Medieval, Valencia, nº 1, 1990.

37 L. MARTINES, Violence and civil disorder in Italian cities, 1200-1500, Berkeley, 1972; C. TILLY, “Revolutions and collective violence”, Handbook of Political Science, Massachusetts, 3, 1975; Salustiano MORETA, Malhechores-feudales. Violencia, antagonismos y alianzas de clases en Castilla, siglos XIII-XIV, Madrid, 1978; Violence, Civil Strife and revolution in the classical city: 750-330 BC, Londres, 1982;  Violence et contestation au Moyen Age, París, 1989; Carlos BARROS, “Violencia y muerte del señor en Galicia a finales de la  Edad Media”, Studia Histórica, Salamanca, vol. IX, 1991, pp. 128-130; Violencia y confllictividad en la España bajomedieval, Zaragoza, 1995.

38 las acciones hablan más alto que las palabras, Peter BURKE, La cultura popular en la Europa moderna, Madrid, 1991 (1ª ed. en inglés, 1978), p. 127.

39 En todas las manifestaciones psíquicas nos encontramos con varios tipos de percepción de la realidad, solo que en algunas esa diversidad y su articulación es más simple que en otras.

40 La historia de la vida privada, que han dirigido G. Duby y Ph. Ariès, con notable éxito de público, concretamente en España, es una tentativa en esa dirección.

41Witold KULA, Problemas y métodos de la historia económica, Barcelona, 1973 (Varsovia, 1963); Manuel TUÑÓN DE LARA, Metodología de la historia social de España, Madrid, 1973; André CORVISIER, Sources et méthodes en histoire sociale, París, 1980.

42 Sobre la objetivación del sujeto, véase Mentalidad y revuelta, p. 6.

43 Una excepción en este sentido, Georges DUBY, El domingo de Bouvines: 24 de julio de 1214, Madrid, 1988 (1ª ed. francesa, 1973).

44 Carlo GINZBURG, El queso y los gusanos. El cosmos, según un molinero del siglo XVI, Barcelona, 1982 (2ª ed.), (1ª ed. en italiano, 1976); Enmanuel LE ROY LADURIE, Montaillou, aldea occitana de 1294 a 1324, Madrid, 1981 (1ª ed. en francés, 1975); Natalie Z. DAVIS, El regreso de Martín Guerre, Barcelona, 1984 (1ª ed. en francés, 1982); desde un punto de vista crítico, véase Peter BURKE, La cultura popular en la Europa moderna, Madrid, 1991, pp. 126 ss. (1ª ed. en inglés, 1978).

45 Tipo de documentos utilizados mayormente para la indagación la religiosidad y la idea de la muerte.

46 Para épocas pretéritas la historia de la ciencia tendría que ser también historia de las mentalidades; v. gr., B. VICQUERS, comp., Mentalidades ocultas y científicas en el Renacimiento, Madrid, 1990.

47 La interdisciplinaridad en el interior de la historia es incluso más difícil, y  empero más necesaria, que la cooperación de la historia con otras ciencias sociales.

48 Gisèle FREUND, La fotografía como documento social, Barcelona, 1976; Bernardo RIEGO, La fotografía como fuente de la historia contemporánea, Jornadas “La imatge i la recerca histórica”, Gerona, 1990.

49 Philippe JOUTARD, Esas voces que nos llegan del pasado México, 1986; Paul THOMPSON, La voz del pasado. Historia oral, Valencia, 1988.

50 Añadamos las nuevas fuentes audiovisuales  e informáticas  (radio, cine, discos, casetes, TV, disquetes, CD-ROOM e internet), que convierten en privilegiado al investigador futuro de las mentalidades actuales.

51 Mircea ELIADE, Tratado de historia de las religiones, Madrid, 1981 (1ª ed. en 1964); Keith THOMAS, Religion and the decline of magic, Londres, 1971.

52 Marc BLOCH, Les Rois thaumaturges (1924), París, 1983; Lucien FEBRVE, Le problème de l’incroyence au XVIe siècle. La religion de Rabelais (1942), París, 1968.

53 La historia de la religiosidad medieval ha dado lugar, por ejemplo, a una importante línea de investigación: R. MANSELLI, La religión populaire au Moyen Age. Problèmes de mèthode et d’histoire, París-Montreal, 1975; J. C. SCHMITT, La herejía del Santo Lebrel. Guinefort, curandero de niños desde el siglo XIII, Barcelona, 1984 (1ª ed. en francés en 1979); J. DELUMEAU, Un chemin d’histoire. Chrétienté et christianisation, París, 1981; J. LE GOFF, El nacimiento del purgatorio, Madrid, 1985 (1ª ed. en francés, 1981); A. DUPRONT, Du sacré. Croisades et pelerinages. Images et langages, París, 1987; B. GEREMEK, La piedad y la horca: historia de la miseria y de la caridad en Europa, Madrid, 1989; J. DELUMEAU, L’aveu et le pardon. Les difficultés de la confession (13e -18e siècle), París, 1990.

54 A favor de una metodología específica para la historia de las mentalidades se han manifestado, en su momento, Dupront y Agulhon, y en contra Le Goff y Revel (véase Savoir et mémoire, nº 2, París, 1993, p. 27, y las notas 18, 109 y 127 del capítulo anterior): con toda evidencia se impuso la segunda opción, y con ella la triunfal dilución de la historia de las mentalidades en múltiples historias subjetivas..

55 La enorme demora de la historia en abordar el estudio de lo mental contrasta con las demás ciencias sociales que también ambicionaron aprehender totalidades, es el caso de la antropología y de la sociología, que, sin la convergencia con la psicología no hubieran dado lugar a la psicología social y la antropología social, ésta última muy influente en la nueva historia angloamericana.

56 En rigor todos los acontecimientos que analizamos son, de inmediato, hechos pasados, lo que pasa es que la antigüedad es un dato cualitativo, además de cuantitativo, y la historia está justamente especializada en investigar científicamente la cualidad de lo antiguo.

57 Sobre la interdisciplinaridad en general, véase I. STENGERS, D’une science à l’autre. Des conceptes nomades, París, 1987.

58 En España se ha desarrollado escasamente la antropología histórica (salvo excepciones como Julio Caro Baroja) como consecuencia del fuerte peso de la compartimentalización académica.

59 Decir historia subjetiva es más gráfico y radical, en cuanto a significación de ruptura con el objetivismo, pero también beneficia cierto malentendido entendemos por sujeto el historiador en vez del agente histórico, es por ello que, en el Congreso Internacional “A historia a debate”, intitulamos la tercera sesión temática: “La historia social desde el sujeto”.

60 En España, salvo individualidades, se copiado o rechazado estas “modas” sin aportar por el momento nada original, véase el capítulo final de este libro.

61 Sobre la rol principal y precoz de la historia francesa de las mentalidades en el fenómeno general del retorno del sujeto en la historiografía mundial abundaremos en el próximo apartado.

62 La investigación del sujeto histórico ha, desde los años 70, contribuido altamente a renovar la historiografía marxista -el mejor ejemplo son los historiadores marxistas británicos- normalmente volcada en una historia objetiva de la base material de la sociedad, muy necesaria, en un primer momento, pero ahora muy insuficiente, no sólo para la historia como disciplina, sobre todo para un marxismo cuya tradición en exceso economicista y objetivista casi le ha llevado a la tumba.

63 La tendencia se apuntaba ya en los primeros Annales cuando al título de la revista se completaba así: d’histoire économique et social.

64 Annales se subtitula ahora: Économies, Societés, Civilisations.

65 En el mundo de las ideas, la cultura y la comunicación, hemos asistido a la pérdida por parte de Francia-y de París- de protagonismo (que ha tenido indiscutiblemente su epicentro en 1968) en favor de lo angloamericano, gracias también al auge del inglés y la decadencia del francés como lenguas culturales y científicas; las reservas, cuando no los prejuicios, hacia lo francófono y las filias hacia lo anglófono son “modas” que todavía colean en España.

67 Ya vimos en el apartado I.1 lo relativo a la desconexión historia social/historia de las mentalidades, que a Philippe Ariès -a diferencia de Le Goff – no le cuesta reconocer, incluso en clave positiva: «L’histoire des mentalités», La Nouvelle Histoire, París, 1978, p. 409, 418.

68 Uno de los efectos ha sido desconocer el concepto de cultura popular, como ha hecho notar Bernard Vincent, poniendo como ejemplo al libro La Nouvelle Histoire de 1978, Manuscrits, nº6, 1987, p. 99.

69 Por fin se abandonaba la historia evenemencial que había predominado desde el final de la guerra civil, Julio VALDEÓN, “Quince años de historiografía española”, Historia 16, nº 181, p. 161.

70 Y no sólo en Francia, en 1971, K. Thomas publica Religion and the Decline of Magic, y mucho antes, en 1963 -año en que se publica también un importante artículo metodológico de Thomas sobre historia y antropología-, se había editado la obra de E. P. Thompson The Making of the English Working Class (publicada en español en 1977); ambas obras representativas del diálogo historia-antropología (véase al respecto el nº 3 de la revista Historia Social, Valencia, 1989) que, paralelamente, los historiadores ingleses habían iniciado para responder a preguntas bastante parecidas a las que dieron origen a la historia de las mentalidades en Francia.

71 Por ejemplo, la Escuela de Frankfurt, la antropología social (también francesa: M. Godelier) y la historia social inglesa (de cuya inclinación antropológica ya hemos hablado), cuya tardía importación no tuvo en España demasiados seguidores: ¿dónde están si no las obras españolas que podamos considerar deudoras del materialismo cultural de Thompson?

72 Ya en los años 30 la disyuntiva de los primeros Annales entre historia económica-social e historia de las mentalidades se resolvió a favor de la primera.

73 Los dos autores que vamos a citar en primer término, medievalista uno y contemporáneista otro, no vivían en ese momento en España.

74 Editado junto con otros artículos de historia social y económica, Conflictos sociales y estancamiento económico en la España medieval, Barcelona, 1973, pp. 104-131; en este artículo se aborda también desde posiciones nuevas el género biográfico, hecho insólito y audaz en la historiografía marxista-annaliste de los años 60.

75 ídem, p. 108.

76 Una de las excepciones en su aportación al libro colectivo La Guerra Civil española 50 años después, Barcelona, 1985.

77  Tuñón cita, en 1991, como concreciones de historia de mentalidades en temas contemporáneos los trabajos publicados en Historia 16 -1977- de Carmen García Gaite y María Cruz Seoane sobre los esfuerzos del franquismo por buscar una tradición, y de Luis Alonso Tejada sobre la represión sexual bajo el franquismo, “Por una historia de Historia 16”, Historia 16, nº 181, p. 166.

78 En 1991 intitula “Historia social y mentalidades” el nº 5 de la revista que ahora dirige en Bilbao, Historia Contemporánea, dando asimismo acogida en ella -nº 9, 1993- al texto de mi conferencia de Valladolid, en 1989, “Historia social, historia de las mentalidades”; más referencias sobre Tuñón de Lara y la historia de las mentalidades en José Luis de la GRANJA, Alberto REIG, edits., Manuel Tuñón de Lara. El compromiso con la historia, su vida y su obra, Bilbao, 1993, pp. 109, 151, 176, 181, 182, 188, 190, 219, 229, 404, 474.

79 Que comienza su artículo sobre las ideologías políticas y su historia citando la Metodología de Tuñón de Lara, Once ensayos sobre la historia, Madrid, 1976, 71-77; un fruto muy reciente de su actitud receptiva hacia la historia de las mentalidades es su ponencia “Imagen, religión y poder” en Historia a debate, II, pp. 61-84.

80 Sobre la situación posterior, Julio Valdeón escribe: La historiografía española de los últimos quince años refleja, desde otro punto de vista, una notable pobreza teórica y metodológica. Sin duda en estos campos la contribución española nunca ha sido muy destacada, loc. cit., p. 163; véase asimismo el texto de la conferencia del mismo autor en el Congreso de Santiago, “La historiografía española de finales del siglo XX: miseria de la teoría”, Historia a debate, I, pp. 309-317; sobra decir que esta despreocupación de los historiadores con la teoría y la metodología está en la base de las dificultades para la asimilación y la producción de innovaciones.

81 Historia de España y América social y económica, Barcelona, 1977, I, p. XXI.

82 Cambio económico y actitudes políticas en la España del siglo XIX, Barcelona, 1980, pp. 5-6.

83 Véase en la mesa redonda “La Història de les Mentalitats: una polèmica oberta” la posición del mismo Fontana (Manuscrits, nº 2, 1985, pp. 31-55).

84 La edición mexicana de 1959 tuvo escasa difusión en España.

85 Sobre la génesis y el valor de este libro, véase el prólogo de Jacques Le Goff a la tercera edición en francés (París, 1983).

86 Las críticas son un cajón de sastre donde hay de todo, pagando justos por pecadores:  hay críticas que el tiempo ha demostrado ser correctas y excesos hipercríticos que rayan en un simplón prejuicio antifrancés.

87 Ejemplos: el trabajo de Emile Temine sobre las resistencias mentales en las Actas del XVI Congreso de los hispanistas franceses, Permanences, émergences et résurgences culturelles dans le monde ibérique et ibéro-américain, Aix-en-Provence,  1981, pp. 39-56; y, sobre todo, la ponencia de Bartolomé Bennassar, “Historia de las mentalidades”, en las III Conversaciones Internacionales de Historia sobre La historiografía en Occidente desde 1945, publicadas en Pamplona, 1985; la creciente influencia de los hispanistas angloamericanos -salvo casos como el de James S. Amelang- y de la historia contemporánea -la historia de las mentalidades fue, y es todavía, cosa de medievalistas y modernistas- restringió esta vía de penetración de las historia de las mentalidades en España; véase la nota 109.

88 “Quince años de historiografía española”, Historia 16, nº 181, 1991, p. 162.

89 Véase La historia social en España, Madrid, 1991, p. 85; Araceli OTERO y otros, “A historia das mentalidades na recente historiografía española”, Historia a debate. Galicia, Santiago, 1995, pp. 131-142.

90 Un nuevo campo de investigación se impone frecuentemente en la medida que el anterior aparece suficientemente trabajado; esta tendencia, y la búsqueda de la novedad -que produce la innovación, consustancial con la ciencia, pero también con la moda-, conlleva el sabido efecto pendular que hay que contrarrestar con energía y fundamentación teórica.

91 Ignacio Olabarri anotaba justamente, en 1984, que la antropología inglesa ha influido en España, desgraciadamente, demasiado poco, La historiografía en Occidente desde 1945, p. 125; como muestras tenemos la no traducción del libro de Keith Thomas (Religion and the decline of magic, 1971), autor del cual se acaba de publicar ahora un importante ensayo de 1963 (“Historia y antropología”, Historia Social, nº 3, 1989), y la tardía (Madrid, 1991) traducción del libro de Peter Burke, Popular Culture in Early Modern Europe (1978); sin embargo, los libros de Carlo Ginzburg –El queso y los gusanos (1976), Barcelona, 1981- y de Giovanni Levi –La herencia inmaterial (1985), Madrid, 1991-, han tenido mejor fortuna; pueda que el carácter social de parte de la microhistoria italiana favorezca una mejor comprensión y acogida en nuestra historiografía, prueba de ello es el Coloquio Internacional de Historia Local de Valencia, celebrado en 1988 (L’espai viscut, Valencia, 1989), si bien hay otro argumento: el desbloqueo, en la segunda mitad de los años 80, de la historia de las mentalidades, y, en general, la crisis irreversible de la historia social-objetivista y economicista en España.

92 El propio Darnton ubica metodológicamente su libro: la investigación recorre el territorio inexplorado que en Francia se denominó l’histoire des mentalités. Este campo aún no tiene nombre en inglés, pero sencillamente podría llamarse historia cultural, porque trata nuestra civilización de la misma manera como los antropólogos estudian las culturas extranjeras. Es historia con espíritu etnográfico, La gran masacre de gatos y otros ensayos en la historia de la cultura francesa, México, 1987, p. 11; la cita ilustra lo que más arriba dijimos acerca de la sinonimia según algunos entre historia de las mentalidades, historia cultural y antropología histórica.

93 Debate traducido al español y recogido recientemente por Eduardo HOURCADE, Cristina GODOY, Horacio BOTALLA, Luz y contraluz de una historia antropológica, Buenos Aires, 1995.

94 Es preciso reconocer el papel activo que, en este sentido, han jugado las revistas de historia de Cataluña, Euskadi y del País Valenciano, creadas en su mayor parte en los años 80: L’Avenç, Manuscrits, Debats, Historia Contemporánea, Historia Social, Revista d’Història Medieval….

96 Santos JULIA, Historia social/sociología histórica, Madrid, 1989, p. VIII.

97 somos muy rápidos, muy a menudo esquemáticos y no raramente ignorantes en la crítica de lo que otros hacen, y tendemos a superar, antes de prácticarlas, corrientes que en otros países, otras comunidades académicas, han dado resultados apreciables. Pero esa crítica acerada se compadece mal con nuestra propia capacidad de arriesgar la marcha por nuevos caminos, íbidem.

98 Sería una torpeza tacharlas de simples “modas”, sin profundizar más, la propia historia francesa de las mentalidades tiene una historia demasiado prolongada para ser (des)calificada de episodio efímero, se trata realmente de movimientos profundos de la historiografía, de la mentalidad y de la sociedad finisecular, que además están de “moda”, como lo estuvo por causas también históricas e historiográficas la historia económico-social hace 20 años.

99 Las corrientes historiográficas se distinguen cada vez menos por los temas que investigan, así tenemos que la historia económico-social hace mucho que es una disciplina compartida por historiadores de todas las concepciones, e historiadores marxistas han jugado un rol capital en el despegue de la historia francesa de las mentalidades y de la antropología histórica inglesa, etc.

100 En el apartado III.3, en un trabajo redactado cuatro años después, hablamos de los límites a los beneficios del retorno del sujeto en la escritura de la historia.

101 Emparentadas con el retorno de géneros tradicionales -enfocados en el mejor de los casos con una metodología renovada- como la historia biográfica, narrativa, política y acontecimental, por un lado, y con la emergencia de nuevos sujetos históricos como las mujeres, el niño, la vejez; vertientes todas ellas de la inclinación general a una historia, desde el sujeto, que aquí estamos abordando en su sentido más estricto, esto es, psicológico y cultural.

102 Kenneth J. GERGEN, Mary M. GERGEN, edits., Historical Social Psychology, Hillsdale, 1984.

103 De hecho, están entremezclados, parte de ellos son comunes a varias áreas de conocimiento, y es hasta conveniente yuxtaponer enfoques distintos, pero la realidad es que la mayor parte de los temas de la subjetividad han sido desarrollados por una subdisciplina más que por otra.

104 Véase el capítulo sobre Vichy de la biografía de Carole FINK, Marc Bloch. A Life in History, Cambridge, 1989.

105 Michel Vovelle publicará más adelante una obra de conjunto: La mort et l’Occident de 1300 à nos jours, París, 1982.

106 En contraposición podemos citar El otoño de la Edad Media de Huizinga (1919), dónde la palabra ‘vida’ aparece en el título y el contenido de varios capítulos, siendo ello, para Le Goff, indicativo de vitalismo historiográfico, Lo maravilloso y lo cotidiano en el Occidente medieval, Barcelona, 1985, p. 181.

107 Ermelindo PORTELA, María del Carmen PALLARES, “Muerte y sociedad en la Galicia medieval (siglos XII-XIV)”, Anuario de Estudios Medievales, 15, Barcelona, 1985, pp. 189-190.

108 En 1975 se celebra el coloquio La mort au Moyen Age, Istra, 1977.

109 El esfuerzo de los hispanistas franceses, en los años 70, por investigar la historia de las mentalidades españolas, como todos los demás intentos introductorios del nuevo campo de investigación, no cuaja de inmediato: Bartolome BENNASSAR, L’homme espagnol. Attitudes et mentalités du XVIe au XIXe siècles, París, 1975; Les mentalités dans la Péninsule Ibérique et en Amérique Latine au XVIe et XVIIe siècles. Histoire et problématique, XIII congreso de la Société des Hispanistes Français de l’Enseignement Supérieur (1977), París, 1978; Adeline RUCQUOI, “Le Corps et la Mort en Castille aux XIVe et XVe siècles”, Razo, nº 2, 1981.

110 Baudilio BARREIRO, “El sentido religioso del hombre ante la muerte en la Antiguo Régimen. Un estudio sobre Archivos parroquiales y testamentos notariales”, I Jornadas de Metodología Aplicada de las Ciencias Históricas (1973), Santiago, V, 1975; Ofelia REY CASTELAO, “El clero urbano compostelano a fines del siglo XVII: mentalidades y hábitos culturales”, La Historia Social de Galicia en sus fuentes de protocolos, Santiago, 1981; Ricardo GARCIA CARCEL, “La muerte en la Barcelona del Antiguo Régimen. (Aproximación metodológica)”, II Coloquio de Metodología Histórica Aplicada, Santiago, 1984; Roberto L. LOPEZ, Oviedo: muerte y religiosidad en el siglo XVIII. (Un estudio de mentalidades colectivas), Oviedo, 1985; M. MOYA, M. ARMENGOL, “La consciència de la mort: la seguretat dels testaments”, L’Avenç, nº 78, 1985; F. J. LORENZO PINAR, Actitudes religiosas ante la muerte en Zamora en el siglo XVI: Un estudio de mentalidades, Zamora, 1989; F. MARTÍNEZ GIL, Muerte y sociedad en la España de los Austrias, Madrid, Universidad Complutense, tesis doctoral, 1990.

111 Ana ARRANZ, “La reflexión sobre la muerte en el Medievo hispánico. ¿Continuidad o ruptura?”, En la España medieval. V, I, Madrid, 1986; Emilio MITRE FERNANDEZ,  La muerte vencida: imágenes e historia en el Occidente medieval (1200‑1348), Madrid, 1988; Ermelindo PORTELA, Manuel NÚÑEZ, edits., La idea y el sentimiento de la muerte en la historia y en el arte de la Edad Media, Santiago, 1988; M. A. MARTÍN, Iñaki BAZÁN, “La idea de la muerte renacentista a través de los sepulcros de la Iglesia de San Pedro de Vitoria”, Congreso de filosofía, ética y religión, Vitoria, 1988; Ariel GUIANCE, Muertes medievales, mentalidades medievales. Un estado de la cuestión sobre la historia de la muerte en la Edad Media, Buenos Aires, 1989; José Miguel ANDRADE, Lo imaginario de la muerte en Galicia en los siglos IX al XI, A Coruña, 1992.

112 J. A. VAQUERO IGLESIAS, Muerte y ideología en Asturias (siglo XIX), Universidad de Oviedo, tesis doctoral, 1989; Juan MADARIAGA ORBEA, “Mentalidad: estabilidad y cambio. Un estudio de actitudes ante la muerte en los siglos XVIII y XIX”, Historia Contemporánea, nº 5, 1991, pp. 73-106.

113 E. PORTELA, M. C. PALLARES, loc. cit., p. 190.

114 En el momento de revisar este texto, a finales de 1996, se ha producido más bien lo segundo que lo primero, lo que no está nada mal considerando la tendencia dominante a la fragmentación posmoderna.

115 Es sabido lo mucho que pesa todo lo relativo al poder académico en las polémicas intelectuales en las universidades españolas.

116 “El problema de las mentalidades”, Creencias, actitudes y valores, Tratado de Psicología General, nº 7, Madrid, 1989, p. 467.

117 Julio CARO BAROJA, Las formas complejas de la vida religiosa. (Religión, sociedad y carácter en la España de los siglos XVI y XVII), Madrid, 1978, precedente inexcusable para la historia de la religiosidad moderna, y para otros temas como la muerte (utilizando fuentes narrativas), la marginalidad (representación colectiva del pobre), etc.; una experiencia reciente de cooperación antropólogos-historiadores, Religiosidad popular, 3 vol., Madrid, 1989.

118 Reflexiones nuevas sobre viejos temas, Madrid, 1990, p. 72.

119 Podemos afirmar que lo primero no se ha cumplido, al menos si hablamos de la historia de las mentalidades que se hace en las universidades, otra cosa es el mundo de la divulgación histórica, hoy por hoy, como es sabido, ocupado por historiadores no profesionales;  los historiadores de oficio se prestan, frecuentemente, a escribir un folleto divulgativo de historia política o acontecimental tradicional, pero no de historia de las mentalidades -comúnmente sustituida por un apartado de cultura-, todavía pesa la (de)formación recibida y, claro está, la falta de bibliografía.

120 Posteriormente, hemos abandonado el concepto idealista de historia total por el de aproximaciones globales, véase La historia que viene (tesis 10).