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La contribución de los terceros Annales y la historia de las mentalidades, 1969-1989*

 

 

Carlos Barros

Universidad de Santiago de Compostela

 

 

Lo primero que quería hacer son tres anotaciones al título de la conferencia: “La contribución de los terceros Annales y la historia de las mentalidades, 1969-1989“. Creo que habría que sustituir la conjunción copulativa “y” por la tercera persona del presente de indicativo del verbo “ser”: “la contribución de los terceros Annales es la historia de las mentalidades”. La segunda nota es que, cuando limitamos la vigencia de los terceros Annales al tiempo que media entre los años 1969 y 1989, yo no estoy muy seguro de que el límite más próximo, 1989, sea absolutamente correcto, porque a finales de 1989 la dirección de Annales ha abierto un debate conocido como el “tournant critique” cuyo desenlace final no sabemos todavía cuál va a ser.

Quizás sea prematuro hablar, pues, de unos cuartos Annales (en todo caso, tendremos la ocasión, después de mi intervención, de conocer al respecto una opinión directa tan calificada como la de Bernard Lepetit1). Por lo tanto, mientras los directores de Annales -si no su entorno más amplio, la École d’Hautes Études en Sciences Sociales– no asuman de algún modo que entran en una cuarta etapa de su historia como escuela historiográfica, habrá que pensar -es mi punto de vista- que los terceros Annales siguen hasta cierto punto vigentes, aunque en este momento ya no se pueda decir que el paradigma unificador sea la historia de las mentalidades, al constatarse una manifiesta diversificación temática en Francia hacia adelante y, sobre todo, hacia atrás. Digo hacia atrás porque, sin dejar de lado la historia de las mentalidades -mejor dicho, sus sucesores-, se está recuperando la historia económico-social, de ahí el sentido de ese retorno de Braudel que viene planteando Carlos Aguirre; y más hacia atrás todavía, porque están retornando con fuerza las historias tradicionales: biografía, historia política, historia narrativa, historia événementielle, historia militar, historia diplomática. Recuperaciones que tienen sus implicaciones de orden metodológico y hasta, si se quiere, epistemológico.

En resumen y afinando más el tiro: los Annales que principian formalmente en 1989, y que concluirán ya veremos cuándo y cómo, son claramente unos Annales de transición que se mueven aún bajo la batuta de los terceros Annales, entre otras cosas porque la dirección de Annales, en lo fundamental, no se distingue mucho de la que -en 1969- fundó la tercera fase de los Annales, a pesar de las cooptaciones que han tenido lugar en los últimos veinte años2.

La tercera anotación sobre el título de la conferencia que se me ha asignado en este Coloquio es la virtual significación de las fechas límite: 1969, el año que sigue al emblemático 68 francés, y 1989, el año en que comienza la caída de los regímenes “socialistas”. ¿Qué tienen en común estas dos fechas, el viejo 68 que se extiende por todo Occidente y coincide con la primavera de Praga, y el más reciente 89 focalizado en el este europeo? Pues que son fechas de acontecimientos clave en los que contemplamos el sujeto de la historia en acción, son los dos momentos de la segunda mitad del siglo XX en que podemos afirmar taxativamente que la historia la hacen los hombres, inclusive que la historia la hacen “las masas”. Ahora bien, el signo de la acción del sujeto es distinto en el 68 y el 89, recordemos el sentido anticapitalista del Mayo francés y, por el contrario, la orientación procapitalista del movimiento restaurador de la democracia en los países del “socialismo real”. Al ser la historia de las mentalidades una visión de la historia desde el sujeto, estamos convencidos de que su auge alguna relación directa y/o indirecta tiene con la dimensión subjetiva de los momentos históricos ligados a 1968 y a 1989, y con el clima mental e intelectual de los años de “reacción” inmediatamente posteriores.

Voy a intentar en mi conferencia convenceros del alcance de la contribución de los terceros Annales, es decir, del alcance para la historiografía mundial de la aportación de la historia francesa de las mentalidades, en los años 70 y 80, y en determinados países -como España y México- todavía en el presente; después hablaré de otros aspectos que, en relación con lo anterior, juzgo de interés de la génesis de la historia de las mentalidades en Francia.

Hablando siempre desde fuera de Francia, y, desde Europa, con relación a vosotros. No es fácil escapar de la prisión mental eurocentrista, cada vez que uno de nosotros expone ideas historiográficas aquí, en América Latina, debéis tener muy en cuenta vuestra propia realidad, que está sujeta a contextos y sigue ritmos diferentes a los de Europa, de donde podéis recibir lecciones, pero también darlas, en fin, qué estoy diciendo, todo esto lo sabéis vosotros mejor que yo.

Bien, los años 70 y 80 constituyen el período de máxima influencia de la escuela de Annales, tanto nacional como internacional, y no es para nada casual que dichos años sean, simultáneamente, la época de esplendor de la historia de las mentalidades. Digo que es el período de máxima influencia nacional porque son los años en que Annales se consolida como escuela historiográfica hegemónica en Francia3, creando unas instituciones4 y “conquistando” otras5; e internacional, porque no sólo genera de forma directa procesos de renovación historiográfica, lo cual es asimismo característico de los primeros (1929-1945) y de los segundos Annales (1956-1968), sino que, durante los terceros Annales, la influencia internacional de la nouvelle histoire deviene más rica y bidireccional que la simple promoción de imitadores en otros países. Annales, queriéndolo o no, alimenta y anima, en países de historiografías maduras, líneas de investigación que no son un remedo de la historia de las mentalidades, sino orientaciones de investigación próximas, paralelas, que diseñan su propio perfil y suelen mantener puntos de vista crítico hacia la historia annaliste de las mentalidades, apoyadas a menudo, de forma más o menos directa y explícita, en el materialismo histórico, que mantuvo y hasta incrementó su influencia académica en el mundo angloamericano al tiempo que caía en picado en Francia, como bien ha analizado Perry Anderson6.

Apertura al exterior

Por ejemplo, en el caso de Gran  Bretaña, podríamos rastrear múltiples huellas del influjo (sujeto a reprobación, conforme se aparta de la historia social, pero no por ello menos real, o quizás por ello más real) de la escuela francesa de historia de las mentalidades sobre la antropología histórica inglesa, disciplina que proviene de una larga tradición que desde K. Thomas7 pasa a la síntesis que ponen en práctica, entre historia social y antropología, E. P. Thompson, E. J. Hobswam, G. Rude y otros8. La historia francesa de las mentalidades ha impulsado esta tendencia original de la labour history británica a integrar en sus análisis, de forma no subordinada mecánicamente, la cultura tal como la entienden los antropólogos (abarcando, por tanto, lo mental colectivo)9.

En Estados Unidos de América la influencia sobre la historia tradicional de las ideas y de la cultura, fue si cabe mayor10. Dos historiadores vinculados por sus investigaciones a Francia, Nathalie Zemon Davis y Robert Darnton, impulsan una disciplina, una suerte de nueva historia cultural, que recibe inquietudes, temas y conceptos de la historia de las mentalidades11, pero se desarrolla de manera original. “L’échange non l’imitation”, titula significativamente Nathalie Z. Davis su artículo conmemorativo del 60 aniversario de Annales (“Les ‘Annales’ soixante ans après”, Le Monde, 19 de enero de 1990), donde relata su deuda intelectual con la escuela de Annales12 desde que, hacia 1949, la lectura de La société féodale de Bloch “enriqueció -afirma Davis- y reformuló mi marxismo”, suscribiéndose personalmente a Annales en 1959, y estableciendo en los años 60 y 70 una relación de colaboración-intercambio con diversos historiadores de la escuela, a la vez que con los historiadores marxistas británicos (Hobsbwam y Thompson).

En el caso de Italia, tampoco cabe dudar de la relación entre unos terceros Annales que buscan con audacia cómo salir de una historia economicista, cómo hacer una historia más humana13, y el orígen de la microhistoria de Carlo Ginzburg, Edoardo Grendi, Giovanni Levi y Carlo Poni. Se entiende así que Ginzburg salude calurosamente el “tournant critique” de Annales en su artículo “Renouveler la réflexion méthodologique” (publicado también el 19 de enero de 1990 en Le Monde), que remata así: “Suscitando el acuerdo o el desacuerdo, la revista es más que nunca un punto de referencia indispensable”14.

Pero también en el caso italiano, la recepción es crítica, lo vemos, en 1976, cuando Carlo Ginzburg cuestiona en Il formaggio e i vermi15 una frase entrecomillada -sin decirnos el autor de la cita, al menos en la edición española- del artículo clave de Le Goff publicado dos años antes, del cual ya hemos hablado ampliamente en el primer apartado: La mentalidad: una historia ambigua16. En la frase maldita, Jacques Le Goff dice que la mentalidad es lo que tienen en común el César y los soldados, San Luis y los campesinos, etc., esto es, pone en primer plano la mentalidad global, dominante, de una sociedad determinada. Ginzburg manifiesta su desacuerdo, como antes Natalie Z. Davis, desde posiciones próximas al marxismo, con esa “connotación decididamente interclasista de la historia de la mentalidad”17, y concluye: “se comprenderá, tras lo argumentado, que en vez de ‘mentalidad colectiva’ prefiramos el término de ‘cultura popular’, a su vez tan poco satisfactorio”18, con lo que estamos donde estábamos, ¿no está el concepto de cultura popular también a debate?, pero cuanto menos nos acercamos más a la antropología: playa en la que acabarán por recalar unos y otros, críticos extranjeros y criticados franceses19, y al cada vez más influyente mundo académico angloamericano.

Sirva esta digresión para entender mejor el sentido no mimético de la influencia de los terceros Annales en Italia, al igual que en los países angloamericanos20. Claro que puestos a dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios, hay que decir que en la página noventa y seis de la versión española de “La mentalidad: una historia ambigua”, Le Goff también ha dejado por escrito una frase bendita: “Hay mentalidades de clase al lado de mentalidades comunes. Su juego está por estudiar”. Por consiguiente, literalmente hablando, no parace tan evidente como afirmaba Ginzburg que Le Goff haya preconizado “decididamente” una connotación interclasista de la historia de las mentalidades21, otra cosa es que la ambivalencia general de su propuesta que facilitó que el desarrollo posterior de la historia de las mentalidades en Francia se despreocupara tan soberanamente de las mentalidades de clase y populares (salvo notorias excepciones), por lo cual debemos valorar más aun cuánto tenía de justo la intuición crítica de Ginzburg, quien cuatro años después, en 1980, junto con Giovanni Levi, inaugura una nueva colección en la editorial Einaudi denominada “Microstorie”, cuyo primer libro es una investigación del propio Ginzburg no sobre la cultura popular sino sobre Piero della Francesca22, tema asimismo del mayor interés para la historia del arte, y aun para la historia de las mentalidades de la época renacentista.

En los tres casos mentados: antropología histórica (Gran Bretaña), nueva historia cultural (Estados Unidos) y microhistoria (Italia), se produce un fenómeno de retroalimentación con los terceros Annales que desmiente, de alguna forma, las acusaciones de prepotencia francesa. Estas escuelas o líneas de investigación nacionales, que tienen en común con la escuela francesa de las mentalidades el enfoque de la historia desde el sujeto, superando la vulgata determinista, inciden a su vez fuertemente sobre los historiadores de la École des Hautes Études, hasta el punto de sustituir la propia iniciativa. Así vemos, en el primero de los tres casos, como cada vez más equipos de investigación y seminarios de la École se reclaman de la antropología histórica, por ejemplo, el Groupe d’Anthropologie Historique de l’Occident médiéval de Jacques Le Goff. También se hace notar una creciente influencia de la historia sociocultural norteamericana, que Roger Chartier abandera, redefine y difunde en Francia dotando de rigor e impulso a la nueva historia cultural, a la manera francesa, a base de explicitar y aclarar sus conexiones genéticas con la historia de las mentalidades y la historia social; hemos comprobado en el programa de seminarios de la EHESS del curso 1992-1993 una frecuencia creciente de la etiqueta “historia cultural”. Y ya más recientemente23, está teniendo lugar una recepción positiva de la microhistoria italiana, cuyos principales síntomas son un artículo de Bernard Lepetit, en 198824, y el prólogo de Jacques Revel, “L’histoire au ras du sol”, al libro de Giovanni Levi (L’Eredità immateriale, 1985) editado en francés, en 1989, como Le pouvoir au village25. Es el propio Ginzburg quien en las citadas páginas de Le Monde, el 19 de enero de 1990, hace notar como el “tournant critique” plantea debatir “la escala adoptada en el análisis” y propone que el nuevo diálogo annaliste sobrepase las fronteras de Francia, celebrando al respecto la circunstancia de que “la referencia a la microhistoria es explícita” en el editorial del nº 6 de Annales del año 198926.

Tiene desde luego su trascendencia esta “circularidad” de las relaciones científicas entre los nuevos historiadores franceses y de otros países: rompe con una tendencia anterior al hegemonismo de Annales27, reflejo de fenómenos más generales como la capitalidad mundial de París en el mundo de la cultura y del pensamiento, sobre todo en señalados momentos históricos; el peso de “la grandeur de la France”, etcétera. Esta práctica de los terceros Annales, que ha ido tomando cuerpo durante los última década28, basada en la bilateralidad, el intercambio y la aceptación -tácita, por supuesto- de posiciones críticas, nos conduce a una red poli centrista, donde la escuela de Annales renueva su rol significativo, en la historiografía más renovadora, en la medida en que sabe compartir protagonismo -y perder iniciativa- con corrientes historiográficas surgidas en otros ambientes intelectuales, a veces de menor escala desde el punto de vista institucional, pero puntualmente más potentes y creativas.

Este estilo que han puesto en práctica  en los últimos años lo que resta de los terceros Annales, prefigura en nuestros deseos una característica fundamental de unos hipotéticos cuartos Annales, y, por otro lado, retoma las mejores tradiciones de la escuela, nos estamos refiriendo claro está a la convergencia entre marxismo y Annales que hoy deberíamos actualizar en el contexto del “tournant critique” de Annales y de la debacle, en 1989-1991, de la lectura más cerrada del marxismo y de otras muchas cosas.

Es interesante observar el paralelismo paradójico de dos fenómenos que tienen lugar en los años 80 en los territorios de la nueva historia: un desmarque en la superficie del marco inicial creado en 1929, y una internacionalización -más subterránea, pero objetivamente irreversible- del proyecto de Annales que desdibuja su perfil.

Subrayemos esta práctica renovada de Annales, tolerante y receptiva, en el plano científico e intelectual, para evidenciar lo obsoleto de una “foto fija” que la represente como una escuela apegada al imperialismo historiográfico, tipo de crítica que sigue latente en entre los historiadores. Basta echar una ojeada a los números de Annales de los últimos años, para comprobar como la sutileza francesa empieza a comprender -y tiene comprender mucho más en el futuro29– que la historiografía de Francia enseña, en mayor grado que en el pasado, que ha de estar en disposición de aprender, y, en este momento, partout, lo segundo condiciona lo primero.

Bueno, ahora sigamos con la parte negativa, porque como veis no todo lo que hay que decir sobre los terceros Annales es positivo. La historia de las mentalidades, período de esplendor de Annales, es una etapa productiva pero también un tiempo de decadencia para la historia económico-social, y esto, evidentemente, hay que sumarlo al debe de la escuela, y se explica, entre otros factores, por el descenso de la influencia en el mundo intelectual e historiográfico francés del materialismo histórico. El desinterés por la historia económico-social tiene como telón de fondo la presión de una demanda cultural y vital más individualista que reclama una historia más subjetiva (la resaca que sigue al repliegue de los proyectos colectivos que marcan la revuelta del 68); y es, asimismo, efecto de las querellas internas entre los terceros Annales y la prolongación de los segundos Annales, de la necesidad de los primeros de afirmarse frente a los segundos. En todo caso, yo quiero aquí ratificar algo que dije ayer al glosar la conferencia de Carlos Aguirre sobre los segundos Annales: la historia económico-social y la historia de las mentalidades están por un igual inscritas en la matriz fundadora de Annales, no sólo en los trabajos de Febvre sino también en los de Bloch. Es decir que desde los primeros Annales la economía y la mentalidad generan dos líneas -que desgraciadamente rara vez crecen juntas- legítimas de desarrollo de la escuela, en el marco de una pretendida historia total, cuya referencia se pierde constantemente, produciéndose entonces el típico movimiento pendular.

Donde otros fracasaron

A estas alturas, viendo estos defectos, yo me preguntaría, y supongo que vosotros os lo estáis preguntando también, ¿por qué la escuela de Annales se ha expandido más con la historia de las mentalidades que con la historia económica-social? Y cuando hablo de expansión no me refiero sólo al gran público, sino, y sobre todo, a los medios científicos, tanto nacionales -me estoy refiriendo a Francia- como internacionales. El mejor ejemplo es el gran éxito de difusión (200 a 300 mil ejemplares), y al mismo tiempo científico, de Montaillou, village occitan, de 1294 à 1324 (1975) de Emmanuel Le Roy Ladurie (miembro de la dirección de Annales), un trabajo de investigación que relanza y pone de actualidad la antropología histórica en Francia, y que podemos considerar como un desarrollo de la historia de las mentalidades en su acepción más amplia. Incluso en España, ¿no se ha vendido como un best-seller la Historia de la vida privada?30, obra colectiva dirigida por Georges Duby y Philippe Ariès, cuya difusión evidencia como el desfase de la historiografía española respecto del exterior, en estas temáticas, tiene que ver con el desfase de la historiografía española respecto del publico culto en España31. Los historiadores interesados en hacer una historia que responda a las inquietudes socioculturales del hombre actual, ¿prestamos la atención debida a dicho décalage? Yo creo que algunos sí, precisamente el auge tardío de la historia de las mentalidades en España se produce en los mismos años, finales de los 80 y principios de los 90, en que progresa el gusto público por los libros de la nueva historia (o por los nuevos libros de la vieja historia32).

La curiosidad del lector no especializado español por la antropología de una aldea medieval o la vida privada en el pasado, ilustra la presión social en favor de una historia subjetiva y humana33. Con todo, lo dicho no responde cabalmente a la pregunta de por qué en los medios científicos -dejando aparte el caso español- Annales se ha difundido más con la historia de las mentalidades que con la historia económico-social, dicho de otro modo: ¿por qué académicamente se han propagado más y mejor (incitando planteamientos más adaptados y maduros a la historiografía de cada país) los terceros Annales que los segundos Annales?

 

Para mí la causa está en que la historia de las mentalidades supone una innovación metodológica y temática más original, y más difícil de conseguir por parte de cualquier escuela o movimiento historiográfico, que la historia económico-social. De hecho Annales avanza considerablemente, en el sentido de dotar de un estatus erudito (de entrada avalado por la capacidad profesional de los historiadores de la escuela) a la investigación histórica de lo mental, allí donde otras escuelas o corrientes historiográficas se han quedado atrás o, simplemente, han fracasado.

Son cualitativamente de un gran valor las tentativas desde el materialismo histórico de estudiar lo que ahora llamamos mentalidades colectivas. Es el caso de Georg Lukács, filósofo y crítico literario, que reivindica y analiza en Historia y conciencia de clase (1923) una conciencia colectiva que comprende, según su criterio, tanto pensamientos como sentimientos, asegurando que: “la actuación históricamente significativa de la clase está determinada en última instancia [aquí sería más exacto decir ‘en primera instancia’] por esta consciencia”34, lo cual le valió una inmediata condena tanto por parte de los marxistas leninistas como de los marxistas socialdemócratas35 de la época, condicionada por el economicismo. Otro heterodoxo, Wilhelm Reich, discípulo de Freud, estudia en La psicología de masas del fascismo (1933) los factores psicológicos que influyen en el comportamiento político de las masas (indagando la ideología36 como poder material, el simbolismo de la cruz o la ideología de la familia autoritaria). Desgraciadamente estos intentos de introducir en la investigación marxista, durante los años 20 y 30, el interés por el rol de la psicología en la acción colectiva no ha prosperado demasiado: ha seguido considerándose como propio del marxismo la historia económica, “objetiva”, estructural37. De ahí que subrayemos lo logrado, pese a errores y excesos, por los historiadores de Annales, yo diría que allí donde no llegó el marxismo (inclusive sus corrientes críticas), porque tal vez no podía llegar -aun cuando tendrá que llegar-, arribó Annales, cuya laxa relación con el marxismo tenía -y tiene- como ventaja la resistencia a toda atadura teórica o ideológica, inclusive a las derivadas de su propia identidad como escuela.

Algo parecido podemos decir de la psicohistoria norteamericana: fracasó donde triunfó Annales. La rigidez determinista, la economía en el marxismo del siglo XX y el inconsciente en la historiografía freudiana, ha obstaculizado la consideración de la subjetividad mental en las investigaciones. Bien intencionada, la psicohistoria norteamericana tuvo -tiene todavía- el defecto de centrar preferentemente su historia psicológica en el estudio del inconsciente (y de sus relaciones con la sexualidad), sirviéndose en exceso de la empatía para ubicar al psico-historiador, como si de un novelista se tratara, en el lugar del protagonista histórico. En fin, un general y voluntario desconocimiento de la investigación y de la metodología de los historiadores, ha acabado por dificultar la aceptación y recepción académica de la psicohistoria como disciplina. Hasta el día de hoy, la convergencia historia-psicología no se ha producido de un modo apreciable y provechoso en el mundo angloamericano por esta vía, y la oposición suscitada por la psicohistoria entre los historiadores -mayormente en los EE. UU.- ha perjudicado indirectamente la recepción de la historia francesa de las mentalidades en un principio al identificar algunos historiadores una cosa con la otra. No descartamos que esta confusión haya pesado, de alguna manera, en la redefinición norteamericana de la historia de las mentalidades como historia sociocultural, replanteamiento que pretende evitar el alejamiento de la historia social y logra una diferenciación más neta respecto de la psicohistoria. Pero todo tiene su lado malo, en el caso de la nueva historia cultural se trata de la super especialización que conlleva (historia del libro, de la lectura y de la alfabetización), al menos en su versión francesa, y de su distanciamiento de los temas de la psicología colectiva de más fácil vinculación a la historia en general.

Con el nuevo -para la historia, no para la antropología y menos aún para la psicología- territorio “colonizado” por la historiografía francesa bajo la etiqueta de historia de las mentalidades, se ha logrado, pues, que el estudio de lo mental merezca la misma atención por parte de los historiadores que la base material de la sociedad, admitiéndose en consecuencia que ambas dimensiones forman parte de cada realidad concreta. Epistemológica y metodológicamente este paso al frente hacia una historia global era, decíamos, más difícil de implantar historiográficamente que la propia historia económico-social, promovida internacionalmente por unos primeros y segundos Annales que, en dicha tarea, considerando precedentes como Henri Pirenne y otros que veremos, estuvieron menos solos que los terceros Annales en la suya, por eso la valoramos más, sin por ello ser ciegos a los defectos, y a la propia inconsecuencia, de los historiadores franceses de vanguardia, siempre detrás de una historia novísima… hasta encontrarse con la vieja, que, inasequibles al desaliento, también pretenden renovar38.

La historiografía marxista predicaba la historia económica varias décadas antes de que la escuela de Annales trabajase en esa dirección39, y han florecido además otras escuelas de historiadores economistas, y vosotros [Facultad de Economía de la UNAM] lo sabéis mejor que yo, como la norteamericana New Economic History, etc. Es decir, que cuando Annales impone la historia económico-social frente a la historia tradicional, la innovación, siendo importante, no es tan singular, y complicada de lograr, como cuando indaga la base mental de la sociedad.

Cómo veis, ayer lo hacía notar en relación con la etapa Braudel, y hoy soy yo quien corre el riesgo de sobreestimar la fase de Annales que me ha tocado desenvolver en este Coloquio sobre “Los Annales en perspectiva histórica”. Si así fuese espero cuando menos prestar el servicio de equilibrar la polémica, hasta ahora inclinada en sentido contrario, por las críticas externas a la historia francesa de las mentalidades y por la propia dinámica del debate interno en la corriente Annales desde la primera mitad de los años 80.

Me pregunto por qué al historiador de oficio le cuesta, en general, tantísimo trabajo abordar seriamente la subjetividad mental, de no ser así la relevancia de lo alcanzado por los terceros Annales, y la polémica resultante por lo que tuvo de errónea esa experiencia, sería de menor entidad. Pienso que la dificultad proviene de la influencia conjunta, en otros aspectos sobradamente benéfica, del positivismo -en busca siempre del dato “objetivo” y explícito- y del materialismo histórico -que subraya la determinación material-. Sin embargo, otras disciplinas cuya cientificidad ha generado quizás menos vacilaciones que la historia, no tienen tantos problemas para reconocer el papel de la mentalidad en la vida individual y colectiva. Es el caso, en primer término, de la psicología, cuyo objeto de estudio, como bien sabemos, sobre todo en el último período, es la estructura mental, la psique, etc. O de la antropología estructural que ha prestado siempre especial atención a las estructuras simbólicas. La propia sociología, en alianza con la psicología, ha generado una subdisciplina floreciente llamada psicología social, y, más recientemente, la teoría de la elección racional. Estas ciencias sociales no han tenido, en resumidas cuentas, mayores impedimentos para estudiar científicamente la subjetividad humana. ¿Por qué hemos tenido entonces que esperar los historiadores a los terceros Annales para abordar esa parte “espiritual” de la realidad global que no es menos significativa, desde el punto de vista de la investigación histórica, que los precios y los salarios? Pueda que una razón esté en que los historiadores, a diferencia de antropólogos, sociólogos y psicólogos, no trabajamos con sujetos vivos, sino con documentos y otras huellas materiales que aquéllos han dejado, de manera que la subjetividad humana resulta de entrada menos directa y evidente, más difícil de encontrar y de digerir, sobre todo para aquellos que han sido formados en el positivismo puro y duro.

La mayor deficiencia que hemos hallado en la historia francesa de las mentalidades reside en que su progresión acaba por implicar la desconexión de la historia social y económica, y, en consecuencia, la despreocupación sobre el carácter global de la investigación histórica40, pero estas carencias quedan en mi opinión en un segundo plano, si evaluamos más justamente la aportación que ha supuesto para la historiografía mundial la historia de las mentalidades. Sobra decir que si se ha hecho historia subjetiva dejando en el olvido la historia objetiva, ello no nos obliga  a recaer hoy en el mismo error, es claro que hay que hacer una historia sea objetiva y subjetiva a la vez (dicho de otro modo: el nuevo paradigma que necesitamos), o al menos intentarlo teniendo en consideración una dimensión cuando se estudia la otra: un sólo investigador no puede analizarlo todo. En cualquier caso, evitemos el error en este momento más común: practicar la historia económica y estructural como una historia sin sujeto, practicando una “ciencia sin conciencia”.

En la década de los años 80, sobre todo en la primera mitad, constatamos la coincidencia de la máxima influencia de Annales con las críticas más feroces, desde diversos ángulos, particularmente desde el materialismo histórico, o desde sus cercanías, a causa, precisamente de estos abandonos de la historia social y global, por parte de la historia de las mentalidades, en su última fase41.

En relación con esto, insisto en lo que decía ayer en el debate: con independencia de los posibles aspectos negativos, o de las actitudes políticas personales de Lucien Febvre, Fernand Braudel o Philippe Ariès, debemos justipreciar sus aportaciones como historiadores, lo contrario sería una adoptar una actitud además de intolerante, acientífica. Es más, ¿no somos nosotros, los que no hemos renunciado al materialismo histórico, los más necesitados, si queremos hacer una historia total42, en completar, articular, imbricar, la historia desde el objeto, desde la estructura, desde la economía, con la historia desde el sujeto, desde la acción humana, desde la mentalidad colectiva? Claro está, no todos los marxismos permiten tal amplitud de ideas, me estoy refiriendo al marxismo abierto que representa, por ejemplo -hagamos por lo tanto honor a México (y a España)-, la filosofía de la praxis de Adolfo Sánchez Vázquez, un marxismo ético donde el hombre ocupa el centro de la preocupación del historiador, del científico social, del ciudadano; o el materialismo histórico reconstruído de Jürgen Habermas que entiende que el historiador, para establecer “una conexión de acontecimientos” tiene que considerar las estructuras de la subjetividad (intenciones, vivencias, motivos), de la normatividad  (sistemas de valores, imagen del mundo) y de la intersubjetividad (lenguajes, gestos)43. La historiografía marxista para hacer una historia total tiene por tanto que compartir protagonismo, seguir haciendo historia económico-social y aprender de Annales, y/o directamente de psicólogos y antropólogos -como los historiadores de Past and Present-, a hacer historia de las mentalidades, y lo mismo de otras corrientes intelectuales y científicas capaces de mejorar y ampliar nuestro conocimiento riguroso de la realidad social e histórica.

Revolución epistemológica

Antes de entrar en la génesis de la historia francesa de las mentalidades, al objeto de comprender mejor sus virtudes y sus defectos, conviene hacer un alto en el camino y decir ya que es lo que yo entiendo por historia de las mentalidades44. Hay múltiples definiciones posibles; la más útil será aquélla que nos permita acercarnos con menos barreras intelectuales, y más concretamente, a nuestro objeto. Me es muy querida una definición basada en el título de un capítulo de La société féodale de Marc Bloch, donde se lee “formas de sentir y de pensar”, que yo de entrada ampliaría de la forma siguiente: “formas de pensar y de sentir y de imaginar” la realidad. Tenemos ya tres mecanismos intelectuales de conexión con lo real objetivo, a saber, el pensamiento racional, el sentimiento y el imaginario; a los cuales habría que añadir las maneras de actuar, tanto el comportamiento consciente como el inconsciente. De manera que al final, si incluimos el factor inconsciente, obtendríamos cinco componentes de la mentalidad -siempre global- que se superponen, comparten elementos comunes… Este esquema de los cinco elementos (conciencia racional, emociones, imaginario, conducta e inconsciente) constituye, según mi propia experiencia, una guía provechosa para enfrentarse con la documentación, y demás fuentes, e inferir de ella una mentalidad subyacente. A la hora de estudiar las mentalidades complejas vamos a hallar, por descontado, combinaciones de estos componentes, o de parte de ellos, y vamos a necesitar una metodología específica, distinta de la usada por el historiador economista o político, y diferente asimismo de la empleada hoy en día por antropólogos, sociólogos y psicólogos, que tienen la fortuna de poder observar, interrogar y experimentar con individuos y colectivos vivientes, pero mayores dificultades que el historiador para evitar la interferencia del observador sobre los hombres y las mentalidades que investiga.

¿En qué consiste al fin y al cabo la pequeña revolución de los Annales en este tema de las mentalidades? Yo no digo naturalmente que los terceros Annales hayan inventado las mentalidades: la innovación ha consistido en recoger toda una serie de conceptos, técnicas y enseñanzas de la antropología y la psicología, principalmente, y ser capaces de llevar a cabo, con todo ese utillaje, investigaciones empíricas, con resultados aceptables, de las sociedades históricas. Sabemos que las nociones y los métodos extraídos de una determinada ciencia social no se pueden exportar alegremente a otra disciplina, mayormente cuando en dicha ciencia se estudian realidades presentes y los importadores realidades pasadas. Pues bien, la habilidad de los terceros Annales estriba en haber sabido utilizar dichos conceptos para conseguir información de la documentación histórica acerca del pensamiento, los sentimientos, el imaginario, la praxis, el inconsciente.

La revolución intelectual, epistemológica, annaliste reside en que anteriormente el historiador, en el mejor de los casos, estudiaba, de los mencionados cinco componentes de los sistemas mentales, el primero, esto es, la conciencia, el pensamiento claro, la ideología. Tenemos una excelente tradición marxista que investiga la conciencia social en general y la conciencia de clase en particular, de Lukács a Thompson, así como toda una vieja tradición académica de historia cultural, en fin, las clásicas historias intelectuales, del pensamiento, de la filosofía. Qué añade en concreto la historia francesa de las mentalidades a la vieja historia de las ideas, pues el resto de lo que bulle en las cabezas de los hombres, y este resto es bastantes veces la parte fundamental de la subjetividad mental. Los actos humanos no se generan solamente en la consciencia, es más bien raro que el hombre se mueva simplemente por una idea previa, racionalizada, articulada intelectualmente, portando un sistema ideológico, sobre todo si hablamos de mayorías sociales, si nos situamos más allá de la cultura de élite y de la historia acontecimental, si nos alejamos de los tiempos modernos hegemonizados por la cultura escrita, o, justo es decirnos, si nos acercamos a los tiempos “posmodernos” dominados por la cultura audiovisual y digital.

¿Cuántas veces para explicar la acción humana tiene más importancia que una ideología: una emoción, la invención del otro, un factor inconsciente, ¿un hábito social? De ahí la extensión del campo de investigación que entraña la historia de las mentalidades respecto a las tradicionales historias del pensamiento, de las ideologías, de la filosofía. La historia de las mentalidades viene a ser la vieja historia cultural más lo que puede aportarle temáticamente (y metodológicamente) la psicología, la antropología, y otras disciplinas de la subjetividad.

De Braudel a Le Goff

¿Cómo se pasa en Francia de los segundos a los terceros Annales, de la historia económico-social a la historia de las mentalidades, de la historia de la base material de la sociedad a la historia de la también base mental de la sociedad, de la historia más objetiva a la historia más subjetiva?

En el marco del movimiento antiautoritario del 68 tiene lugar en el Collège de France una asamblea de investigadores45 de la École des Hautes Études, en el transcurso de la cual se cuestiona el poder personal de Fernand Braudel al frente de la escuela, evidenciándose así que Annales era ya, en ese momento, algo más vasto que Braudel y quizás por ello la escuela admitía mal el corsé de una gestión personalizada y hasta es posible que descuidada: según nos ha informado ayer en su charla Carlos Aguirre Rojas, desde 1966 Fernand Braudel se había desinteresado de la revista Annales. El personalismo de Braudel, su edad (66 años en 1968), más el Mayo francés y la juventud de los nuevos dirigentes annalistes (Jacques Le Goff, Emmanuel Le Roy Ladurie46…) da como resultado el inicio de una nueva etapa en la historia de la revista y de la escuela. En 1969 se produce un cambio en la dirección de la revista que pasa a tener un carácter más colegiado, composición vigente en la actualidad con algunos “pequeños” cambios por cooptación, verbigracia, la incorporación de Bernard Lepetit, penúltimo secretario de redacción, al colectivo de directores de Annales47. En 1972, Jacques Le Goff es elegido, en sustitución de Braudel, presidente de la VIe Section de l’École Practique des Hautes Études, que se transformará tres años después, bajo su mandato, en la actual École des Hautes Études en Sciences Sociales del número 54 de bulevar Raspail.

El paso de la dirección personal de Braudel a una dirección colectiva conlleva un proceso de democratización que señala la maduración de la escuela y anuncia su irradiación posterior. En poco tiempo, estas diferencias en la forma de entender la dirección de la corriente historiográfica, entre Braudel y sus sucesores, devienen, al incidir otros factores, en controversia historiográfica, historia económico-social versus historia de las mentalidades, ya prefigurada por las diferencias habidas entre Braudel y Mandrou, saldadas con la salida de éste de la dirección de la revista con anterioridad a 1968. En los Mélanges ofrecidos a Braudel, en 1973, constata Ginzburg las “tensiones e inquietudes subterráneas” entre el estructural-funcionalismo braudeliano y los acercamientos al “tercer nivel”  y a la etnología histórica de Chaunu, Furet y Le Goff48. En 1974, Braudel ya no está presente en la obra magna que intenta orientar la nueva etapa: Faire l’histoire, dirigida por Pierre Nora y Jacques Le Goff49; pero se desquita, en 1977, desde los EE. UU., cuando nace en Binghamton, impulsada por Immanuel Wallerstein, Review. A Journal of the Fernand Braudel Center, y se celebra, al mismo tiempo, un congreso sobre The Impact of the “Annales” School on the Social Science en honor a Braudel, quien en su alocución final, En guise de conclusion, se desmarca claramente de sus sucesores (“Que mis sucesores prefieren estudiar las mentalidades en detrimento de la vida económica, ¡peor para ellos!”50), los cuales, por su parte, en 1979,  celebran el cincuentenario de la revista y se olvidan de Braudel como “continuador y pionero”, pues sólo hablan de los fundadores Bloch y Febvre, según se queja su biógrafo Daix51. Con todo, Fernand Braudel no estuvo del todo ausente en los terceros Annales de los años 70 y 80: el concepto de larga duración, a pesar del golpe encajado por la irrupción del acontecimiento en mayo del 68 y la subsiguiente crisis del estructuralismo, estará presente en algunos historiadores de las mentalidades como Le Roy Ladurie y Vovelle.

Paradójicamente, Fernand Braudel, marginado de la dirección de la escuela, sigue siendo considerado por muchos, hasta su muerte en 1985, el historiador más importante de Annales52. Desde la Maison des Sciences de l’Homme, creada en 1963, que dirige mientras vive, y con sus libros, continúa propagando la historia económico-social que había caracterizado a los segundos Annales. En 1977-1978 edita La Méditerranée. L’espace et l’histoire; entre 1977 y 1982, junto con Labrousse, los cuatro tomos de la Histoire économique et sociale de la France;  en 1979, los tres volúmenes de Civilisation matérielle, économie et capitalisme; en 1985, La dynamique du capitalisme… Paralelamente la renovada dirección de la revista, y de la École des Hautes Études, lanza un nuevo proyecto historiográfico cuyo mascarón de proa acabará siendo pues, después de significativos tanteos53, la historia de las mentalidades, dejando de lado -al menos parcialmente- la alternativa de Pierre Nora, que prefigura el posmodernismo historiográfico, consistente en pregonar la fragmentación de la historia54, al tiempo que se propone al vuelta al acontecimiento55.

De manera que, en 1974, se publican los tres tomos de la obra Faire l’Histoire bajo los epígrafes: Nouveaux problèmes, Nouvelles approches, Nouveaux objets. Siendo sin duda el tercero, la propuesta de nuevos temas, la parte de la obra de mayor impacto historiográfico, especialmente el artículo del codirector, Jacques Le Goff (junto con Pierre Nora) sobre las mentalidades,  quien, cuatro años después, en 1978, junto con Jacques Revel y Roger Chartier, rechaza explícitamente la “fragmentación de la historia”, propugnada por Pierre Nora, argumentando que “las historias plurales se sitúan dentro de un campo histórico, cuyo horizonte sigue siendo el de la globalidad”56, y remarca el sentido permanentemente innovador de la escuela intitulando la segunda publicación colectiva de los terceros Annales: La Nouvelle Histoire; denominación que terminará por identificar, en los años 80, a estos terceros Annales57, si bien en su sentido más amplio se utiliza para designar al conjunto de nuevas corrientes historiográficas que  a partir de la II Guerra Mundial vinieron a desplazar a la historia más tradicional58.

¿Qué novedad en cuanto a líneas de investigación aportan los terceros Annales conforme estas publicaciones emblemáticas de 1974 y 1978? El desarrollo de una temática marginada en los años de Braudel, pero cuyos orígenes, según vimos, están en Bloch y Febvre. Basta leer Les Rois thaumaturges de Marc Bloch (1924), una investigación de la creencia colectiva en el poder curativo de los monarcas, para darse cuenta de cúan distinto era a, por ejemplo, Les caractères originaux de l’histoire rurale française (1931). Bloch ha simultaneado, más que Febvre -que en cambio ha teorizado más sobre el tema-, la historia de las mentalidades y la historia económico-social, plasmándose la confluencia de ambos enfoques en La société féodale (1939-1940), una suerte de aproximación global al feudalismo.

Bien, ¿qué relación existe entre el movimiento del 68, el cambio de personas y de formas de dirigir la corriente historiográfica, y las variaciones en la orientación annaliste de la investigación en los años 70? Ya hemos dicho algo al respecto. En mi opinión, la democratización de la dirección de la revista, la progresión de la recién constituida École des Hautes Études y la expansión de la “nueva historia” en medios universitarios, medios de comunicación social y mundo editorial, hizo a Annales más permeable al entorno intelectual, social y mental. Aquí habría que recordar que la historia es hija de su tiempo, pero ¿qué tiempo es el que sigue al 68 francés?

Después de los acontecimientos de 1968 entramos en un período posestructuralista y posmarxista, debilitándose la creencia en que las contradicciones estructurales y económicas conducen a la superación del capitalismo. Un período entonces de repliegue, y curiosamente en los tiempos de repliegue, la intelectualidad progresista ¿no realza en ocasiones a contracorriente lo que ya no se tiene?, esto es, un sujeto social antaño activo (el caso de Gran Bretaña); en otro sentido -y más francés, menos comprometido, aunque animando también la vuelta del sujeto-, ¿no se refugia la gente en su propia individualidad al fracasar el proyecto colectivo de la revolución?, ¿no prima en contextos tan imprevistos la adaptación al medio para sobrevivir? La historia de las mentalidades responde, entre otras cosas, efectivamente, a una demanda social derivada de una marcha atrás -cuando no un arrepentimiento, recordemos a los “nuevos filósofos”- de las ideas del 68 que se manifiesta lentamente, según avanza la década de los 70, alcanzando su clímax en los años 80, especialmente al conectar la ola recesiva con el “yupismo”, el auge de la posmodernidad y el neoliberalismo. Lo que no quiere decir, obviamente, que por ello debamos restarle valor historiográfico y cultural, todo lo contrario, si comparamos con el posmodernismo avant la lettre de Nora, la historia de las mentalidades fue una respuesta progresista -si acaso insuficiente, incluso errónea- a la crisis de la historia que siguió al 68.

El retorno del sujeto, innegable a principios de los años 9059, con sus dobles lecturas (individual y colectiva, mental y social, histórica y actual), tiene sus prolegómenos en Francia -el mundo intelectual francés siempre ha sido un barómetro excelente- con una precoz y radical historia de las mentalidades que toma nota del agotamiento de las “modas” del 68, marxismo y estructuralismo. Se generaliza después en otros países, tomando pie en sus tradiciones historiográficas específicas y haciendo gala de una intención más integradora hacia la historia social, con el auge de la antropología histórica, la nueva historia cultural y la microhistoria, manifestaciones paralelas, en distintos ambientes historiográficos, de la emergencia de la subjetividad humana como tema de la investigación histórica. Y más recientemente, ¿qué viene a ser el retorno de la biografía, de la historia política y de la historia narrativa, sino una reafirmación de una también historia subjetiva, esta vez desde posiciones de partida más tradicionales? ¿Y qué significa si no el nacimiento y desarrollo de la historia de las mujeres y del género, de la sexualidad, de las minorías étnicas?

En los años 60, antes por tanto del Mayo francés y del “giro crítico” de los herederos de Braudel, dieron a la luz las aportaciones metodológicas y teóricas de Georges Duby, Robert Mandrou y Alphonse Dupront, que ya conocemos, sobre lo qué debería ser la historia de las mentalidades como historia social, y asimismo valiosas investigaciones concretas de éstos y otros historiadores de la escuela. La Introduction à la France Moderne (1500-1640). Essai de Psychologie historique (1961) de Robert Mandrou es un excelente paradigma de una historia de las mentalidades que sigue siendo historia social. Con gran habilidad estudia Mandrou, a la vez, la alimentación, la enfermedad, la fiesta y el juego; los sentidos, las emociones y los mundos imaginarios; los oficios, las clases y otras solidaridades sociales; las coyunturas económicas y mentales…. Y otro tanto habría que decir de La civilisation de l’Occident médiéval de Jacques Le Goff, libro publicado en 1965 (traducido al español en 1969), donde se sintetiza la evolución económica, política y mental de la Edad Media, o se analizan conjuntamente las innovaciones técnicas, la lucha de clases, el sentimiento de inseguridad o la mentalidad simbólica medievales60. Estas dos obras maestras persiguen el planteamiento de historia total inaugurado por Marc Bloch en La Société médiévale, paradigma singular de los primeros Annales. Después del 68, conforme la historia de las mentalidades empieza a ocupar el centro del escenario historiográfico pierde como sabemos poco a poco su ligazón con la historia social y económica: es el precio del éxito, es el coste de la adaptación a un medio cultural más conservador.

En el provocador artículo que tanto citamos, Las mentalidades: una historia ambigua61, paradigma singular de los terceros Annales, editado como dijimos por Le Goff a los dos años de asumir la dirección de la École des Hautes Études, ¿se preconiza realmente esa separación de la historia de las mentalidades de la historia social y económica? Muy al contrario62, en coherencia con su práctica historiográfica, advierte Le Goff que “sería craso error separarla de las estructuras y de la dinámica social”63, y dice también de la historia de las mentalidades que quiere relanzar: “no tiene que ser ni el renacimiento de un espiritualismo superado ni el esfuerzo de supervivencia de un marxismo vulgar que buscaría en ella la definición barata de superestructuras nacidas mecánicamente de las infraestructuras socioeconómicas”64. La historia francesa de las mentalidades terminó cayendo, en efecto, empujada por el medio receptor, en la trampa de obviar la temática social, pero sin llegar a ese determinismo idealista que muy justamente Le Goff condenaba con energía. Lo que pasó fue más bien que dejó de preocupar en términos generales a los historiadores la explicación de los hechos históricos, sea materialista, sea idealista: en los años 80 la historia de las mentalidades renunció en gran medida a la historia-problema al distanciarse de facto de la historia social. Por otro lado, ¿ha existido verdaderamente el tercer peligro mencionado por Le Goff?, a saber, una historia donde las mentalidades sean un reflejo condicionado del mundo material. La verdad es que una característica de todos los marxismos economicistas que en el mundo han sido es el desprecio olímpico del dominio de las mentalidades, del rol de lo subjetivo, como tema para el análisis y la investigación. Los protagonistas de los intentos, en el pasado y en el presente, de hacer desde el marxismo una historia de las mentalidades, una historia desde el sujeto, han sido marxistas muy renovadores, según hemos visto. La historia de las mentalidades ha contribuido -y sigue contribuyendo- a la renovación de la historiografía marxista, favoreciendo la superación de una super especialización en historia socioeconómica (contra la cual Michel Vovelle se ha rebelado con pasión65) y el reencuentro con las realidades históricas hechas de hombres y mujeres de carne y hueso. Al menos en España, durante los años 70 y 80, una de las manifestaciones más combativas del discurso historiográfico conservador, marxista y no marxista, ha sido precisamente la descalificación indiscriminada y apriorística de la historia francesa de las mentalidades. Las deficiencias teóricas y prácticas de una historia de las mentalidades que triunfa tal vez de modo diferente a cómo pretendieron los cabezas de fila de los terceros Annales66, ha legitimado resistencias y generado dudas, que al final tuvieron algo de positivo: coadyuvar en la práctica67 al replanteamiento posterior de la historia de las mentalidades, proceso en curso en España.

Le Goff acaba el artículo rompedor con un llamamiento profético, para bien y para mal: “Si se evita que sea un cajón de sastre, coartada de la pereza epistemológica, si se le dan sus utensilios y sus métodos, hoy tiene que desempeñar su papel de una historia distinta que, en su búsqueda de explicación, se aventura por el otro lado del espejo”68. Finalmente, no se ha evitado el “cajón de sastre”, y muy pocas veces se ha buscado el auxilio de la historia de las mentalidades para la explicación de hechos históricos concretos.

Un efecto positivo de la insistencia de Le Goff en la definición ambigua del concepto de mentalidad69, con el justo objetivo -pero malos medios- de no cerrar puertas, es lograr que se reclame para la historia de las mentalidades prácticamente todo el campo de lo cultural, lo antropológico, lo psicológico70. La definición vaga de la mentalidad como proposición teórica, alcanza un gran éxito a plazo corto y medio al hegemonizar la nueva historia aquello que podemos llamar el mundo superestructural71. La historia de las mentalidades inunda en Francia la historia de la literatura, del arte, de la religión, de las ideas…, y mantiene su vigencia en, cuando menos, una parte de la historia social. Ahora bien, la opción por una historia vaga de las mentalidades se transforma a largo plazo en un gran obstáculo: veinte años después del artículo de Le Goff tenemos que constatar cómo, pese a las advertencias, el mascarón de proa de los terceros Annales llevó, ciertamente, la nave al nuevo continente, pero embarrancó entre las piedras72. Ni que decir tiene, a toro pasado es fácil hacer balance detectando insuficiencias y consecuencias imprevistas.  En suma, yo veo el problema desde tres puntos de vista complementarios: (a) una definición imprecisa y desarticulada fue algo malo porque supone un evidente fallo teórico que conduce al “cajón de sastre”, pero (b) tuvo de bueno su productividad, como apuesta sin límites, para la conquista de un continente ignoto como el de las mentalidades históricas, siempre cuando (c) saquemos el barco de las piedras redefiniendo con mayor rigor la nueva temática. Ejemplos en sentido contrario los tenemos a montones: múltiples definiciones super trabajadas y argumentadas teóricamente de un mismo concepto que luchan entre sí, tropezando unas con otras, sin ser capaces de dar vida a una corriente prolija de investigaciones empíricas como el caso que nos ocupa. La solución está naturalmente en el justo medio: definición amplia pero correctamente delimitada73.

La interdisciplinaridad que le es propia al historiador de las mentalidades debería llevarle a aplicar el mismo criterio que utiliza cualquier otro historiador al definir un concepto o un tema que comparte con otra ciencia social; por ejemplo, el historiador económico cuando acude a la economía para definir el precio o el salario. En el caso de la historia de las mentalidades, propugnamos primordialmente, como sabe el lector, acudir a los psicólogos para definir conceptos relativos a lo mental. Siguiendo a la psicología podríamos ampliar todo lo que quisiéramos los cinco componentes más arriba considerados, y sus eventuales combinaciones, para disponer de elementos útiles (percepción, memoria, motivación, actitud, representación, voluntad, etc.) para la investigación histórica, sin más riesgo de pecar de imprecisos que cuando trabajamos, desde la historia, con una noción sacada de la geografía, la sociología, la economía o la política. ¿Acaso la psique individual y colectiva, las estructuras o los sistemas mentales, el mundo de las mentalidades, en suma, no está hoy definido e investigado por la psicología de un modo serio, riguroso, monográfico?

Interdisciplinaridad

Cuando planteamos, en enero de 1991, en el seminario parisino de Jacques Le Goff esta posibilidad de colaboración con la psicología74, además de con la antropología (proceso de cooperación más avanzado, tanto entre los historiadores como entre los antropólogos), se dijo que historiadores y psicólogos no teníamos el mismo objeto, lo cual es una gran verdad si nos referimos a los psicólogos conductistas, orientados hacia la psicología experimental y la psicobiología, pero no lo es tanto (y nunca lo fue en el caso de la psicología social) si tomamos nota del cambio de paradigma habido. En los últimos diez o quince años, los psicólogos cognitivos han rehabilitado como temas de investigación todo lo referente a la mente humana. Sin duda ahora sería más viable aquello que propuso, y que no dio resultado en su momento, Alphonse Dupront, a principios en 1961, en Annales (y el año anterior en el XI Congreso Internacional de Ciencias Históricas), esto es, “la constitución de una historia de la psicología colectiva, rigurosamente científica en la medida de sus posibilidades, y útil”75.

En el libro colectivo publicado, en 1978, La Nouvelle Histoire, Guy Bois76, preconiza en su aportación, Marxisme et histoire nouvelle77, cierto maridaje entre marxismo y Annales, que hoy -a pocos años del siglo XXI-, mutatis mutandis, algunos consideramos de alguna forma vigente y quizás más necesario que nunca, y no sólo para el marxismo: “Su confluencia todavía parcial, confusa y tumultuosa, será tal vez [asegura con entusiasmo profético Guy Bois] el gran acontecimiento historiográfico de este fin de siglo; y es ya un fenómeno fascinante…”78 En el reparto de papeles de Guy Bois corresponde al marxismo la teoría de la historia y a Annales la innovación metodológica, división del trabajo que da cuenta de una situación real, a pesar de su parcialidad y rigidez79, derivada de una colaboración fructífera, incluso de tipo inclusivo, a lo largo de muchos años, entre ambos movimientos intelectuales, en Francia. Lo más interesante de la historiografía marxista francesa ha contribuido con sus concepciones y sus investigaciones al desarrollo de la corriente historiográfica de Annales, de la cual han formado parte los historiadores cercanos al marxismo desde los primeros Annales, escuela que, a su vez, les ha enseñado cómo hacer la historia de una manera más renovada, siendo la historia de las mentalidades el ejemplo más sobresaliente. Guy Bois titula, a finales de los 70, uno de los apartados del artículo que comentamos, a modo de profesión de fe: “Los historiadores marxistas no ignoran el papel de las mentalidades”80.

Ya en los años 80, y no solamente desde el marxismo, se empezó a criticar81 con fuerza el rumbo de los terceros Annales y la innovación paradigmática de la historia de las mentalidades82, llegándose en algún caso -por ejemplo, en España- hasta la descalificación global, sectaria, es decir, obviando cualquier aspecto positivo: se impugna, justamente, que el crecimiento de la historia de las mentalidades se hiciese a expensas de la historia económico-social, pero no se asumen sus implicaciones profundamente renovadoras desde el punto de vista temático, metodológico, y aun epistemológico.

Preconizamos una historia de las mentalidades que sea a la par historia social -sin olvidar conflictos, revueltas y revoluciones, como hacen los historiadores sociales estructuralistas-, y que no pierda el horizonte teórico y práctico de una historia total, recogiendo para ello las enseñanzas de la historia francesa de las mentalidades -y de la historia social y antropológica anglosajona- durante los primeros, los segundos y, principalmente, los terceros Annales. Estos últimos Annales, hicieron en los años 80 de la historia de las mentalidades una disciplina “autónoma”, no en el sentido -porfío- de interpretar los hechos investigados desde una posición idealista, ni de desarrollar lógicamente una metodología propia, sino porque poco a poco se fue perfilando una historia de las mentalidades con una problemática ajena a la historia general de los hechos económicos, sociales, políticos.

Dicha “autonomización” tiene como todo su parte positiva, verbigracia, la utilización masiva por parte de los nuevos historiadores de las fuentes iconográficas y literarias, animando una nueva forma de hacer historia del arte y de la literatura, practicada por historiadores generales que iniciaron su andadura como historiadores sociales, y que rastrean la sociedad detrás de la cultura, la mentalidad detrás de la idea, la cultura popular detrás de la cultura de élite.

Es curioso, cuando hablamos de interdisciplinaridad nos olvidamos constantemente de estas historias especializadas. La primera acción interdisciplinar para realizar es colaborar, desde la historia a secas, con la historia del derecho, del arte, de la literatura, antes incluso -mejor aún, al mismo tiempo- que, con la antropología, la sociología, la psicología83. Raramente ha sido así, con seguridad a causa de las diferencias de objeto -además de las consabidas murallas académicas y departamentales- en los tiempos en que la historia se dedicaba, casi en exclusiva, a indagar la política o, después, la economía. Podemos, y debemos, subrayar, en consecuencia, la enorme contribución de la historia de las mentalidades al promover el intercambio científico entre historiadores generales e historiadores del arte, de la literatura, de la religión y del derecho. Todo esto se infravalora cuando el prejuicio hacia la historia de las mentalidades sustituye al análisis concreto de sus resultados, aunque es posible que haya algo más: una arraigada tradición historiográfica que subvalora las fuentes artísticas y literarias frente a las fuentes de archivo, al no servir las primeras para obtener datos para las historias clásicas: sea historia narrativa, biográfica y política, sea historia socioeconómica. Mucho me temo que, en este sentido, la historia de las mentalidades haya heredado la connotación marginal que los historiadores tradicionales han atribuido a la cultura en todos sus aspectos, como se puede ver nítidamente en los manuales de historia al uso. Y, en último término, nos encontramos siempre la mentalidad del historiador corporativista, principal obstáculo para toda colaboración interdisciplinar, especialmente en España, que negando consciente o inconscientemente valor científico, rigor, utilidad, a “otra” disciplina o ciencia social que no sea la propia, es incapaz de valorar el interés de otros temas, otras fuentes, otros métodos y otros resultados, para el área de conocimiento que cultiva. La imagen peyorativa del “otro” desconocido e inventado, arte o literatura,  antropología o psicología, ha sido hecha añicos, reconozcámoslo, por los historiadores de los terceros Annales, prosiguiendo y actualizando una labor comenzada por Bloch, Febvre y Braudel, generalizando consecuentemente, a la “superestructura” de la sociedad, la colaboración entre ciencias sociales que con anterioridad se había dado, brillantemente, para investigar la “infraestructura” de la sociedad, entre la historia, la geografía,  la economía y, si se quiere, la sociología.

Ahora bien, si sostenemos que los abandonos de la historia francesa de las mentalidades no nos impiden ver los avances, ¿quiere eso decir que debemos olvidarnos de ellos? En absoluto, pero debemos esforzarnos por comprender. Tanto las reservas de los historiadores de la economía hacia la historia de las mentalidades, como las trabas de los terceros Annales a una historia verdaderamente social de las mentalidades, provienen en el fondo de un mismo problema: el cúmulo de dificultades para progresar simultáneamente en dos direcciones formalmente tan alejadas entre sí como el estudio de la base material y de la “infraestructura”, y el estudio de la base mental y de la “superestructura”. El primer escollo a salvar es, pues, con toda evidencia, dicha concepción bipartita (o tripartita: economía-sociedad, política-instituciones y cultura-mentalidades) que, en efecto, representa algo real, pero de una manera tan simple y mecánica que entorpece la visión de lo fundamental: la íntima conexión entre lo objetivo y lo subjetivo en esos dos o tres niveles. Mientras no seamos capaces de pensar de modo más complejo, sin renunciar al juego de las determinaciones, ¿para qué está la crítica historiográfica sino para denunciar los movimientos pendulares de la base a la “superestructura” y de la “superestructura” a la base, coadyuvando de este modo al advenimiento del nuevo paradigma historiográfico que necesitamos?

Críticas

Los primeros en criticar, internamente, el nuevo rumbo de los terceros Annales fueron, lo sabemos, Fernand Braudel y algunos de sus seguidores. Los claros indicios de la recuperación hoy en Francia de la historia económico-social, que estaría incompleta sin la recuperación de Fernand Braudel y su obra, conducen a un reequilibrio, que resume la historia completa de la escuela de Annales, que de llevarse hasta el final daría visos de verosimilitud a esos cuartos Annales que, en los años 90, habrían de renovar su apuesta por la historia global84.

 

A las recomposiciones en curso de Annales y de la historiografía francesa, han cooperado, se quiera o no, las críticas exteriores. Ambas cuestiones, críticas y recomposiciones, son expresión de que algo está cambiando entre los historiadores de Francia desde finales de los años 80. Renunciamos, por el momento, a analizar en detalle la relación -indirecta pero efectiva- de esos cambios historiográficos -que contextualizan el tournant critique– con los cambios políticos, sociales y mentales, que, también desde finales de los 80, preparan al parecer la derrota electoral del partido socialista en Francia85, y, más allá de Francia, con las consecuencias previsibles de las revoluciones europeas de 1989-199186.

Desde comienzos de la pasada década, convergen contra los terceros Annales críticas externas de origen contradictorio, de las cuales interesa comentar -de forma a su vez crítica- precisamente las dos más rotundas y mejor documentadas.

Coutau-Bégarie cuestiona en Le phénomène Nouvelle Histoire. Grandeur et décadence de l’École des Annales (editado en 1983, pero redactado en 1980) a la tercera generación annaliste desde posiciones explícitamente tradicionales, echando, en el prólogo a la segunda edición (1989), las campanas al vuelo: “Las tesis renovadoras marcadas por el espíritu de Annales han devenido más raras. El gusto del público se dirige hacia los géneros tradicionales, historia de Francia y biografías, que son sorprendentemente rehabilitados”87. A pesar de cierta confusión entre el veredicto del público lector y el veredicto de la comunidad científica (más matizado y menos favorable a los “retornos”), no le falta razón al autor. Tenemos la prueba en la dedicación última de Braudel (Identité de la France, 1986), de Duby y Le Roy Ladurie (Histoire de France-Hachette, 1987), de Burguière y Revel (Histoire de la France-Le Seuil, 1990 ss) o del mismo Le Goff en trance terminar una gran biografía del Saint Louis, rey de Francia88.

De lo que no habla Coutau-Begarie89 es de la renovación que supone para dichos géneros tradicionales la parte mayor de dichas obras annalistes. Yo buscaría el sentido innovador o tradicional no tanto en los temas a estudio (acontecimiento, individuo, institución), o en la forma de exposición (narratividad), como en los enfoques metodológicos y teóricos aplicados90, sin por ello echar en saco roto el efecto de los objetos y los medios sobre el contenido y los resultados de la investigación. La conferencia general que está previsto dicte Jacques Le Goff en el Congreso Internacional “La Historia a Debate”, que estamos organizando en Santiago de Compostela para el mes de julio de 1993, Les retours entre le passé et l’avenir dans l’historiographie91, habrá de clarificar la posición de estos últimos terceros Annales hacia el auge reciente de los géneros de una “historia historizante”, contra la cual nació Annales como escuela historiográfica. Un anticipo del sentido que para Le Goff tiene la recuperación para la nueva historia de los géneros tradicionales, y que habla además de la voluntad de los nuevos Annales de 1969 de iniciar una nueva etapa, es su clarividente artículo proponiendo una nueva historia política que solo hoy, veinte años después, se puede decir que responde a la actualidad historiográfica92. En 1971, Le Goff sospechaba que su planteamiento no iba a tener demasiado éxito, y se lamentaba de ello: “La verdad es que la nueva historia política que he tratado de esbozar sigue siendo un sueño antes que una realidad”93; y continúa por consiguiente la búsqueda de unas señas de identidad para la nueva andadura de los Annales.

Si en Mayo del 68 se decía “la imaginación al poder” y el poder político resultó inalcanzable para los estudiantes, obreros e intelectuales, en rebeldía, de qué extrañarnos si inmediatamente después Le Goff dice que es “un sueño” la nueva historia política que nos propone, centrada naturalmente en el estudio del poder y sus relaciones con lo social y lo simbólico. Tardarán años los intelectuales franceses en interesarse de nuevo (principios de los años 80) por la política y el poder, en cambio se mostraron más dispuestos a investigar L’imagination  y L’imaginaire (títulos de dos viejos libros, editados en 1936 y 1940, de Jean-Paul Sartre), cuestiones que el teórico del 68, Cornelius Castoriadis, puso al día en L’institution imaginaire de la société (1974)94. Cuando Le Goff vuelve a la carga, en 1974, con su nueva propuesta de una historia de las mentalidades, el terreno estaba abonado. Pero sigamos con las críticas en los 80 de Coutau-Begarie y Dosse, ambos, naturalmente, coincidentes en la acusación, dirigida hacia la tercera generación de Annales, de haber abandonado la historia política, sin mencionar95 -o pasando por encima96– el artículo de 1971 de Le Goff pidiendo la vuelta de la historia política.

François Dosse desde unas posiciones, en aquel momento, cercanas al marxismo, cuestiona globalmente a los terceros Annales en L’histoire en miettes. Des Annales à la nouvelle histoire97. No voy a pararme demasiado en este polémico pero necesario libro, primero porque vosotros habéis tenido ya la oportunidad de enteraros no hace mucho de qué va la cosa por boca del propio Dosse, y segundo porque ya he desarrollado extensamente en otro lugar mi “crítica de la crítica” de Dosse98. Hay que separar el grano de la paja, las muchas verdades que escribe Dosse, y que son o que deben ser asumidas, y una más que evidente infravaloración de los logros de los terceros Annales en beneficio de los primeros y aun de los segundos. Si bien en el caso de François Dosse, digamos en su favor que, años depués, no vale sostener que menosprecie lo cultural en favor de lo económico-social99: su última obra en dos volúmenes, Histoire du structuralisme (1991), todavía sin traducir al castellano, lo confirma indudablemente como un cualificado investigador de la historia intelectual de la Francia contemporánea, y sorprendentemente su visión de esta nueva historia intelectual es deudora…. de los terceros Annales, de las investigaciones de Roger Chartier100, y de otras posiciones historiográficas próximas en su origen a esos terceros Annales que él crucifica, como El queso y los gusanos de Carlo Ginzburg, puesto de ejemplo por Dosse de una “historia de las ideas en su contexto material, sociocultural”101. Estas fallas y contradicciones en la argumentación son habituales102, revelan algo evidente en casi todas las polémicas: no todas las razones (ideológicas, personales; conscientes, inconscientes) de la estrategia crítica que cada uno sigue (por favor, incluidme también a mí) salen a la luz.

La verdad es que este tipo de críticas frontales (Coutau-Begarie, Dosse; Fontana en España) pertenecen al pasado, tanto en la forma como en el fondo: la decisión de la dirección de Annales de abrir un debate sobre la orientación de la escuela a finales de 1989, y el nuevo trasfondo nacional e internacional, ideológico y mental, inducido por los acontecimientos 1989-1991 en el Este europeo, varían los datos del problema. Ahora estamos en mejores condiciones para valorar con más justicia y unanimidad la historia francesa de las mentalidades103, empezando por su versión más marxista, y menos frecuentada.

Los historiadores marxistas franceses han practicado, y como veremos siguen practicando, una rica historia de la subjetividad mental que integra dos líneas de investigación, la historia social y la historia de las mentalidades, y no me estoy refiriendo solamente a Michel Vovelle, por lo demás uno de los propagadores franceses de la historia de las mentalidades más conocido y mejor valorado, incluso por parte de Fontana, quien en su penúltimo libro principia su particular tournant critique104.

Hagamos, pues, un paréntesis para comentar que, siendo un acervo y precoz crítico, a la vieja usanza, de Annales y de la historia de las mentalidades, Josep Fontana saluda en La historia después del fin de la historia (1992), la seriedad y solidez de la investigación social de las mentalidades que practica Vovelle (valoración favorable que hace extensiva a otros annalistes como Aaron Gurevich y Roger Chartier), en un capítulo105 donde se matizan positivamente antiguas descalificaciones106 condicionadas, en el mejor de los casos, por un legítimo temor a que la historia de las mentalidades abriese la puerta a derrotadas concepciones tradicionales (idealistas) de la historia que hoy, en efecto, retornan pero no de la mano de Annales. La experiencia ha demostrado que los peligros contra la historia como disciplina científica, y como vía para cuestionar el presente y pensar un futuro distinto, no vienen ni de la historia de las mentalidades ni de la nueva historia cultural ni de la antropología histórica ni de la microhistoria ni de la sociología histórica107, vienen de los vientos conservadores que soplan desde hace unos años en el mundo, que predican el fin de la historia como proyecto social y que demandan la vuelta a una historia -trivial- de batallas, reyes y grandes gestas, con harta frecuencia al servicio de una acientífica y mítica recreación nacionalista de la historia. Justamente contra el retorno de tan viejas concepciones de la historia, intenta Fontana dirigir la argumentación de su libro -empezando por el mismo título- con un éxito desigual. Por ejemplo, no vemos en qué puede ayudar a los historiadores de hoy tratar la interdisciplinaridad como un obstáculo temible -“cientifista”- para la continuidad y el rearme de la historia108, cuando es todo lo contrario109: aislada de las ciencias sociales la historia no podrá desarrollarse, es decir estar al día metodológica y teóricamente, como disciplina científica, ni aspirar a que sean tenidas en cuenta sus investigaciones y su contribución crítica a los problemas de hoy (y de mañana).

No negamos el peligro de la dilución de la historia en otras disciplinas más potentes, científica y socialmente, en un momento y/o un país dados, pero luchamos contra él en el campo de batalla de la colaboración interdisciplinar, no desde el bunker de la defensa de una historia virginal, que conduciría rápidamente a la esterilidad, la inutilidad y la extinción de nuestra disciplina. Por otro lado, ¿no tendría que ser la interdisciplinaridad mejor apreciada por todos los que apreciamos la metodología interdisciplinar innata en el pensamiento y el quehacer intelectual de Marx? El hecho de que existan, o hayan existido, historiadores marxistas, sociólogos marxistas, antropólogos marxistas, psicólogos marxistas, ¿no debería beneficiar la cooperación y la compresión mutua entre practicantes de diversas ciencias sociales que tienen, o han tenido, una base teórica en común?

En fin, cerremos aquí el paréntesis y volvamos al modelo francés de una potente, aunque minoritaria historia social de las mentalidades influida por el marxismo.

Marxismo francés y mentalidades

La tradición francesa de la historia social de las mentalidades110 nace de la renovación de la historiografía de la Revolución de 1789, que se inicia con La gran peur de 1789 (1932; traducción española, 1986) de Georges Lefebvre, una de las obras fundadoras de los primeros Annales.  El Gran pánico es el estudio de un miedo colectivo en el verano de 1789 que actúa como precipitante de la insurrección en el campo: síntesis precoz y brillante de historia social y de historia de las mentalidades. Habría que mencionar, a continuación, investigaciones de Albert Soboul como Les sans-culottes parisiens de l’An II. Mouvement populaire et gouvernement révolutionnaire (1793-1794) (1964; traducción española, 1987), que en el primer capítulo analiza la “mentalidad y composición social” de los sans-culottes, hasta llegar a la síntesis de Michel Vovelle: Mentalité révolutionnaire. Société et mentalités sous la révolution française (1985; traducción española, 1990).

La reciente renovación de la historia política en Francia, a partir de la historia social y de la historia de las mentalidades (artículo pionero de Le Goff, 1971), está dando asimismo resultados a tener muy en cuenta para la historia de las mentalidades de los años 90. Algunos ejemplos: Révolte et société, actas del IV Coloquio de Histoire au Present, publicadas en dos tomos en 1989; Mentalités et représentations politiques. Aspectes de la recherche (1989), libro fruto de la colaboración de historiadores, psicólogos, sociólogos, politicólogos y sindicalistas.

Conocidos historiadores franceses marxistas, para nada sospechosos de “hacer de las representaciones mentales el motor fundamental de la historia” están últimamente (las obras que vamos a citar están todavía inéditas) preocupados por introducir la mentalidad en la explicación de los fenómenos históricos, con lo que se demuestra otra vez la irreversibilidad de las conquistas de los terceros Annales y hasta qué punto sería erróneo considerar agotada la veta de la historia de las mentalidades, en sentido estricto, en la misma Francia. Me refiero al medievalista Alain Guerreau (que conoceréis por la traducción española -1984- de Le féodalisme, un horizon théorique, París, 1980) y al modernista Pierre Vilar. El primero tiene una gran obra de investigación sin publicar, sometida ya a varias revisiones, sobre las representaciones mentales en el feudalismo, cuya edición seguramente ayudaría a esa nueva historia de las mentalidades más vinculada a lo social, a la historia global que reivindicamos muchos. Y otro tanto habría que decir de la esperada aportación de Pierre Vilar -según suele contar, su “último” e inacabado libro, por cuestiones de salud- para la colección La construcción de Europa, que no por azar dirige Jacques Le Goff, y en la que colabora también Josep Fontana111, que se va a editar simúltaneamente en varios idiomas. Se trata de un análisis histórico de los nacionalismos en tres partes, según él mismo me explicó: una parte histórica, una parte sociológica y una parte psicológica. Esta suerte de historia global de los nacionalismos europeos pretende, pues, conjuntar varias vías para su explicación histórica. ¿Sabéis qué componente, de los cinco a los que me he referido al definir la mentalidad, subraya Pierre Vilar para explicar el nacionalismo como fenómeno mental? El inconsciente colectivo: complejos nacionales de inferioridad y superioridad no conscientes. Si hay un componente de la mentalidad, alejado de la base económica de la sociedad, es este descubrimiento paradigmático de Freud que es el inconsciente, que el marxista Pierre Vilar quiere aplicar a un sujeto colectivo, tomando por tanto audazmente postura en un asunto polémico como es la existencia o no de inconscientes colectivos. El freudomarxismo de Vilar entronca obviamente con una vieja tradición que tiene en Wilhelm Reich, de quien ya hemos hablado, su representante más cualificado.
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Visto todo esto me pregunto, exagerando el argumento, si no serán al final historiadores marxistas quienes van a hacer en Francia -y no digamos en otros países, donde ya lo estamos haciendo-, la historia renovada e integrada, global, de las mentalidades que exigen esos hipotéticos -y siempre deseables- cuartos Annales que reivindica Carlos Aguirre Rojas y de los cuales nos va a hablar ya Bernard Lepetit, para lo cual veré de acabar de una vez mi intervención.

Bien, puede que no se reconozca explícitamente, pero las críticas, en la década de los 80, al rumbo de los terceros Annales, han tenido bastante que ver con el mentado editorial proponiendo un cambio de rumbo, conocido como el tournant critique, publicado en noviembre-diciembre en el nº 6 de 1989 de la revista Annales. Pienso que, abriendo así el debate, Annales ha hecho honor a su historia112. Y no es nada fácil para una escuela historiográfica, instalada como escuela dominante, ponerse a sí misma en discusión, intentar seguir con la renovación, prestar oídos de alguna forma a las críticas113. La historia enseña que las corrientes intelectuales una vez instaladas en el poder no hay quien las apee, no hay quien mantenga abierto el sistema conceptual que sirvió para tomar el poder. El caso en el que todos estamos pensado, el marxismo en el Este europeo -“marxismo catequístico”, denuncia Fontana-, es paradigmático. Y el poder académico puede llegar a ser intelectualmente tan o más conservador y cerrado que el poder político si se ve amenazado por la crítica y la renovación, vosotros lo sabéis, yo lo sé.

Es en consecuencia algo muy a celebrar, cualquiera que sea su conclusión, el debate abierto por la escuela114 de Annales, que está dando ya algunos frutos. Annales vuelve a estar, para algunos, desde el punto de vista internacional, en el centro del escenario historiográfico, sobre todo en aquellos países que tienen pendiente alguna renovación historiográfica. Tal vez el mayor problema sigue estando, paradójicamente, en cómo plantear y relanzar la discusión en la propia École des Hautes Études y, en general, entre los historiadores franceses: los efectos del tournant critique se están sintiendo menos dentro que fuera Francia115. Me refiero en concreto a Rusia116, México (este coloquio mismo lo evidencia) y, desde luego, España117.

Sexo, historiadores y futuro global

Resumo y termino mi exposición. Cualesquiera que hayan sido los defectos de historia de las mentalidades que se ha hecho en Francia en los años 70 y 80, su rigor está garantizado por la profesionalidad de los historiadores de Annales. Ayer defendía aquí el criterio de que hay contribuciones al conocimiento histórico válidas -en un sentido particular, que hay que determinar en cada caso- vengan de donde vengan; si ésto no fuese así, ¿existiría la historia como disciplina unificada, y no digamos como ciencia social? Incluso de aquellos temas e investigaciones de la historia de las mentalidades que menos eligiríamos los historiadores sociales como objeto de investigación, podemos obtener algo positivo. Me gusta poner de ejemplo la historia del beso, en apariencia un excelso paradigma de investigación inútil y anecdótica que sigue la “moda” juvenil. ¿Qué se puede aprender de la historia del beso?, ¿cuál sería su valor añadido al conocimiento histórico? No estoy pensando en áreas del conocimiento histórico como la literatura y el arte, donde al estar indagando obras de ficción se amplía enormemente el campo de trabajo, sino en una historia social o una historia político-institucional, que se sirviese por ejemplo de la antropología simbólica para investigar el beso como ritual de vasallaje118; sin olvidar lo principal, lo que esa hipotética historia del beso puede proporcionar a la historia de la sexualidad.

En un libro español, de gran interés, por el conocimiento que nos brinda de la historiografía marxista inglesa más reciente, el autor se suma a los que propugnan como vía de renovación de la historia social la conjunción interdisciplinar entre la historia y la sociología119, pero muestra las limitaciones de esta opción renovadora cuando pone como ejemplo de “moda” intelectual que no habría que seguir… la historia del sexo120. Probablemente esta preferencia por el sexo para tomarse a broma los nuevos historiadores tiene una significación oculta, no sé, lo que sí es seguro es que refleja la ligereza -por supuesto, inconsciente- con que el historiador alude en ocasiones a objetos de investigación ajenos a su concretísima especialización, pero de vital importancia para otros historiadores, para otras áreas de conocimiento o para otras ciencias sociales. ¿Cómo, después de Freud, un científico social puede ignorar el rol de la sexualidad en el comportamiento humano, o pasar por alto investigaciones y teorizaciones concretas de la trascendencia de la Historia de la sexualidad de Michel Foucault? El que exista una horrenda historia de la sexualidad destinada a la vulgarización histórica, ¿nos obliga a descalificar también a Foucault y a una reciente y valiosa historiografía sobre la familia, el género, los modelos sociales y los comportamientos sexuales121? Esperemos que el historiador futuro no eche por la borda, yo qué sé, las finanzas y la burguesía financiera como tema de investigación de historia económica y social porque alguien haya escrito un exitoso libro sobre los banqueros y la jet-set; o la Cámara de los Lores del Reino Unido como tema de historia institucional porque alguien haya divulgado los secretos de alcoba de sus miembros. En todo caso, el historiador futuro, si es serio, ha de considerar la influencia de la vida privada, y de los códigos morales sobre el sexo, en la historia reciente de las clases dirigentes occidentales, particularmente en los países angloamericanos.

Apliquemos el mismo criterio a todas las líneas de investigación. Insistimos: no son tanto los objetos los que condicionan la utilidad científica de una indagación, como el propio investigador con sus conocimientos, métodos aplicados y resultados obtenidos. Los temas de investigación no son ni de “izquierdas” ni de “derechas”, el historiador sí, lo que pasa es que raramente lo dice, tal vez porque pretende que su trabajo se juzgue por sí mismo y no por las ideas políticas del autor.

¿Qué futuro auguramos a la historia de las mentalidades? Decir, de entrada, que la situación varía según cada historiografía nacional. Unos países han ido asimilado a su modo la historia francesa de las mentalidades (Italia, Estados Unidos, Inglaterra, Alemania), entroncándola y criticándola en función de tradiciones intelectuales e historiográficas preexistentes (marxismo gramsciano, historia cultural, antropología social), que han servido para el desarrollo de vías más o menos paralelas, y siempre enriquecedoras, para el estudio histórico-social de la subjetividad humana. En cambio, en otros países ha habido, por las razones que sean, un retraso evidente en la recepción de los terceros Annales, como resulta evidente en el caso de España122.

En todo caso, existe un denominador común tocante a la viabilidad y utilidad presente y futura de la historia de las mentalidades: la necesaria fusión con los ahora viejos modos de hacer la historia coadyuvando a su renovación. Nos referimos en primer término a la historia social, asunto del que hemos hablado hoy largo y tendido, pero también a la historia política123, biográfica o narrativa. Disponemos de ejemplos de conjunción de la historia de las mentalidades con la historia narrativa, acontecimental y biográfica en dos obras de Georges Duby124: Le dimanche de Bouvines- 27 juillet 1214, París, 1973 (traducción española, Madrid, 1988) y Guillaume le Maréchal ou le meilleur chevalier du monde, París, 1984 (traducción española. Madrid, 1986).

La tendencia deseable de la historiografía hacia un referente global que permita superar la fragmentación actual, posmoderna, de los objetos y de los métodos, favorecería la integración que estamos planteando -y que practicamos- de la historia de las mentalidades en la historia a secas. De forma que, perdiendo parte de su “autonomía” -no al punto de abandonar su metodología específica, claro está-, la historia de las mentalidades contribuirá en mejores condiciones con sus conceptos y técnicas, preguntas y respuestas, descripciones y explicaciones, a renovar otros géneros historiográficos al tiempo que se renueva a sí misma.

Se trata pues de revisitar la historia, esta vez desde el sujeto, pero sin renunciar al punto de vista objetivo, lo cual nos lleva de nuevo a la historia global, piedra de toque, sin lugar a dudas, de toda renovación historiográfica en el umbral del nuevo milenio, tanto para unificar objetividad/subjetividad o diversos enfoques metodológicos y temáticos, como para intensificar la interdisciplinaridad de la historia con las restantes ciencias sociales y consigo misma.

Se trata de enriquecer e incluso desmentir, según los casos, la determinación económica en última instancia estudiando la determinación mental en primera instancia, punto de vista bastante inédito que, sobre todo en el tiempo corto de las coyunturas, explica muchas veces más los hechos que la causalidad material, cuya eficacia histórica por lo demás no tiene duda, sobre todo si nos ubicamos en los tiempos medios y largos de las estructuras. Estamos hablando, claro está, de la mentalidad como cooperante de la acción humana y como factor de cambio; la pertinencia de la mentalidad como factor de resistencia cultural corresponde más bien a la larga duración…

En total, ¿cómo mélanger la historia subjetiva con la historia objetiva?, pues llevando a cabo un análisis concreto de cada situación concreta (como dijo un famoso filósofo ruso de principios de siglo). El buen oficio del historiador es la regla principal si se quieren averiguar las interrelaciones que aseguran la investigación global de un hecho histórico. El conocimiento histórico acumulado, las grandes regularidades verificadas, la mejor historia teórica o metodología aplicada no pueden sustituir el rol del historiador individual -o mejor aún, colectivo; la super especialización actual compele a la coordinación, el consenso y la síntesis- a la hora de calibrar la relación compleja mentalidad/política/sociedad/economía en la historia.

Nada más, y muchas gracias por vuestra atención.

* Transcripción, revisada y ampliada en 1996 con inclusión de notas, de la conferencia pronunciada por Carlos BArros el 2 de octubre de 1992 en el Coloquio Internacional “Los Annales en perspectiva histórica”, organizado por la División de Estudios de Posgrado de la Facultad de Economía de la Universidad Nacional Autónoma de México y coordinado por Carlos Aguirre Rojas; publicado en: “La contribución de los terceros Annales y la historia de las mentalidades. 1969-1989”, La otra historia: sociedad, cultura y mentalidades, Bilbao, 1993, pp. 87-118; Iztapalapa. Revista de Ciencias Sociales y Humanidades, México, 1995, nº 36, pp. 73-102.

1 Miembro hoy del comité de dirección de la revista Annales, y hasta hace muy poco su secretario de redacción; su aportación al Coloquio de la UNAM fue “Los Annales, hoy”, Iztapalapa. Revista de Ciencias Sociales y Humanidades, México, 1995, nº 36, pp. 103-122; Bernard Lepetit falleció en marzo de 1996.

2 La posterior ampliación y rejuvenecimiento de la dirección de la revista, anunciada en el nº 1 de 1994, junto con el nuevo subtítulo, Histoire, scieces sociales, son cambios para tener en consideración.

3 Peter BURKE, La revolución historiográfica francesa. La escuela de los Annales: 1929-1989, Barcelona, 1993 (1ª ed. en inglés, 1990), p. 92.

4 En 1975 se funda l’École des Hautes Études en Sciences Sociales a partir de la VIe Section de l’École Pratique des Hautes Études.

5 Véase el tercer capítulo del libro de Hervé COUTAU-BEGARIE, Le phénomène “nouvelle histoire”. Stratégie et idéologie des nouveaux historiens, París, 1983.

6 Tras las huellas del materialismo histórico, Madrid, 1986, págs. 30-33; véase también Carlos AGUIRRE ROJAS, “De Annales, marxismo y otras historias. Una perspectiva comparativa desde la larga duración”, Secuencia, México, nº 19, ene.-abril 1991.

7 Keith Thomas propone, en 1963, la convergencia entre historia y antropología, habida cuenta de que en Gran Bretaña no arraigaran ni la psicología social norteamericana ni la historia de las mentalidades sociales de Febvre, Mandrou y Dupront, Historia Social, nº 3, 1989, p. 78.

8 Hobsbawm reconoce, en 1971, la influencia de la historia de las mentalidades  de Dupront y Lefebvre, en la historia social británica: “De la historia social a la historia de la sociedad”, Historia Social, nº 10, 1991 (Daedalus, nº 100, 1971), pp. 16, 21; véase asimismo su contribución al Coloquio  franco-británico de julio de 1980 (por España estuvo presente Antonio Eiras Roel, de Santiago de Compostela), organizado por Le Roy Ladurie y Gadoffre, Y a-t-il une Nouvelle Histoire?, p. 90.

9 Xavier Gil Pujol ha estudiado este tema en Recepción de la escuela de Annales en la historia social anglosajona, Madrid, 1983, págs. 26-32.

10 ídem, p. 26.

11 Véase la entrevista a Robert Darnton en La Jornada (25 de julio de 1993), reproducida en Luz y contraluz de una historia antropológica, Buenos Aires, 1995, pp. 179-182.

12 Lo cual, sin embargo, es negado por James Amelang en él, por lo demás, logrado artículo “Sociedad y cultura en el Europa moderna: la contribución de Natalie Z. Davis”, Historia Social, nº 6, 1990, p. 168.

13 Y hacer frente al reto de la antropología, François DOSSE, La historia en migajas. De “Annales” a la “nueva historia”, Valencia, 1989, p. 179; Roger CHARTIER, El mundo como representación. Historia cultural: entre práctica y representación, Barcelona, 1995, p. 46.

14 Sobre los orígenes annalistes de Ginzburg, véase Justo SERNA, Anaclet PONS, “El ojo de la aguja. ¿De qué hablamos cuando hablamos de microhistoria?”, La historiografía, Pedro RUIZ TORRES, edit., 1993 (Ayer, nº 12), pp. 100-101, 113, 117, 119, 123.

15 En la traducción española, de 1981, de El queso y los gusanos, Ginzburg es presentado por la editorial Muchnik como un joven investigador ligado a las tendencias de la revista Annales y del seminario parisino de Le Goff.

16 Hacer la historia, III, p. 85.

17En el coloquio de Moscú de 1989, Les Annales, hier et aujourd’hui, Carlo Ginzburg insiste en la misma crítica a Le Goff, “The Philosopher and the Witches: An Experiment in Cultural History”, punto nº 9.

18El queso y los gusanos. El cosmos, según un molinero del siglo XVI, Barcelona, 1982, pp. 25-26; a partir de Gramsci el concepto de cultura popular encuentra una buena acogida en Italia.

19 El paso de la historia de las mentalidades a la antropología histórica ¿no significa el fracaso de las intenciones iniciales de los terceros Annales de hacer valer la historia frente a la antropología?; véase la nota 13.

20 El fracaso de los intentos, a principios de los años 70, de asumir críticamente la historia francesa de las mentalidades en España (siguiendo a Vicens, Pastor, Tuñón, Maravall y Fontana) ha significado el aislamiento del debate internacional y facilitado el mimetismo respecto de la experiencia francesa.

21 Ni siquiera que no existan mentalidades globales que atraviesen las clases sociales.

22Indagini su Piero. Il battesimo, Il ciclo di Arezzo, La flagellazione di Urbino, Turí, 1981 (Barcelona, 1984); eso sí, estudiando el individuo en su contexto, de la combatividad de Ginzburg contra la fragmentación y la historiografía posmoderna no cabe duda, véase “Microhistoria: dos o tres cosas que sé de ella”, Manuscrits, nº 12, 1994, pp. 40 ss.

23Sin embargo, en la última obra colectiva de los terceros Annales, dirigida por André Burguière, el Dictionnaire des Sciences Historiques, editado en 1986, no consta la voz “michohistoria”.

24 “La microhistoire. Une vue de l’extérieur”, Problèmes et objets de la recherche en sciencies sociales, París, 1988; Lepetit volvió sobre el tema en el Congreso de Santiago, “La societé comme un tout”, Historia a debate, I, 1995, pp. 147-158.

25 La traducción española, publicada por la editorial Nerea en 1990, ha respetado el título original italiano.

26 Los redactores del editorial (Bernard Lepetit, Jacques Revel) sobre el “tournant critique” no lo sabían, pero nosotros ahora sí, el viraje intelectual que intentan en Annales coincide con un viraje intelectual y político en el mundo de grandes proporciones, que a su vez condiciona el desenlace final del debate francés y nos obliga a todos a revisar y poner al día nuestras concepciones sea historiográficas, sea filosóficas, sea políticas.

27 Sobra decir que la sensibilidad actual de Annales, hacia determinados aportes historiográficos extranjeros tiene mucho de necesidad, de no querer perder el tren de la globalización historiográfica, no se trata de una apertura generalizada: la relación con otras contribuciones historiográficas -entre ellas la española, a pesar de los esfuerzos de Bernard Vincent- sigue siendo unidireccional, si bien los españoles  todavía no hemos hecho mucho por cambiar esto.

28Un análisis de los viajes de estudio de los investigadores de la École des Hautes Études al extrajero, y de la lista de los directeurs d’études associés de otros países, invitados por aquélla, fundamentarían sin duda nuestra afirmación.

29 Tenemos que confesar que, en estos últimos cuatro años, no se ha avanzado tanto como esperábamos, en 1992, en la apertura de la historiografía francesa al exterior, basta comprobar la casi nula participación de historiadores extranjeros en los libros colectivos se han publicado, últimamente, sobre debates historiográficos en París.

30 París, 1985 (Madrid, 1988).

31El fenómeno se repitió con la biografía del Conde Duque de Olivares de John Elliott.

32Véanse las nuevas biografías de Azaña y Lerroux publicadas, en 1990, por Santos Juliá y José Álvarez Junco, respectivamente (reseñadas por Manuel Tuñón de Lara y Demetrio Castro en Historia Contemporánea, Bilbao, nº 5, 1991).

33 Efecto y también causa de los emergentes valores neoliberales, animados desde el poder, que oponen individuo a sociedad y mercado a sector público.

34 Historia y conciencia de clase, Barcelona, 1975, pág. 55.

35 Tom BOTTOMORE, dir., Diccionario del pensamiento marxista, Madrid, 1984, p. 156.

36 Vistos los componentes mentales que introduce Reich en el término “ideología” sería más riguroso sustituirlo, insistimos, por el concepto de mentalidad, más amplio y por lo tanto preciso; Althusser comete el mismo error conceptual cuando escribe sobre los aparatos ideológicos del Estado; esta imprecisión “ideológica”  deriva de la infravaloración de los factores no ideológicos (racionales y conscientes) de la mentalidad, y está tan arraigada que afecta incluso a marxistas críticos que amplían creadoramente su campo de interés a todo lo psicológico, pero siguen utilizando definiciones restrictivas, cartesianas, como conciencia e ideología para hablar de dominios mentales extensos.

37 Casi con la única y llamativa excepción de Antonio Gramsci, que nos hace comprender mejor la fácil acogida en Italia, con respecto a España, de la historia francesa de las mentalidades.

38 Jacques LE GOFF, “Les retours dans l’historiographie française actuelle”, Historia a debate, III, pp. 157-165.

39 Por ejemplo, Engels se quejaba, en 1894, del desdén imperdonable que se advierte en la literatura [en Alemania] hacia la historia económica, Obras escogidas, II, Madrid, 1975, p. 540.

40 En realidad, el “error francés” no es un hecho aislado, se enmarca en un fracaso general: el de la historiografía del siglo XX en relación con la historia total.

41 Críticas que tuvieron un carácter constructivo en Gran Bretaña, USA e Italia, dando lugar a enfoques subjetivos más elaborados, que pasados los años fueron admitidos en Francia, y un carácter destructivo en España, dando lugar a una ruptura parcial – podemos llamar a ésto el “error español”-con la historiografía francesa que lastró, hasta hoy mismo, el desarrollo de nuestra historiografía.

42 Queremos hacer notar las connotaciones idealistas, utópicas, que, aún en 1992, tenía para nosotros dicho término.

43 La reconstrucción del materialismo histórico, Madrid, 1986, p. 185.

44 Resumimos aquí, para el público mexicano, lo expuesto en la conferencia de Salamanca (https://cbarros.com/historia-de-las-mentalidades-posibilidades-actuales/).

45 Jacques Le Goff. Une vie pour l’histoire, París, 1996, p. 157; sobre los efectos del 68 sobre los Annales braudelianos véase también: loc. cit., pp. 155 ss, 192 ss; Pierre DAIX, Braudel, París, 1995, pp. 427; Mai 68 et les sciences sociales, París, 1989, pp. 75 ss; Peter BURKE, La revolución historiográfica francesa, pp. 48, 68, 70.

46 Miembros ya de la dirección de la revista, con anterioridad a mayo del 68, junto con Braudel, Friedmann y Morazé.

47 Quien a su vez animó nuevas cooptaciones de jóvenes hasta llegar a la más amplia -comparable a la que siguió al 68- que fue dada a conocer el primer número del año 1994.

48 Carlo GINZBURG, “Microhistoria: dos o tres cosas que sé de ella”, Manuscrits, nº 12, 1994, p. 22.

49 Passés recomposés, París, 1995, p. 19.

50 Review, nº 3/4, 1978, p. 255.

51 Pierre DAIX, Braudel, París, 1995, pp. 495-496; sin embargo, todavía se le nombra, a continuación de Bloch y Febvre, en la presentación de Hacer la historia, I, p. 7.

52 El mismo Jacques Le Goff escribe, en 1971, lo siguiente de La Méditerranée et le monde méditerranéen à l’époque de Philippe II (1949): es el libro más grande producido por la escuela de los Annales, Lo maravilloso y lo cotidiano en el Occidente medieval, Barcelona, 1985, pág. 147; y, todavía en 1987, niega diplomáticamente que los cambios en la revista, habidos en 1969, hubieran tenido que ver con mayo del 68, Essais d’ego-histoire, París, 1987, p. 224 (véase, en sentido contrario, la nota 45); un resumen de las notas necrológicas publicadas en 1985 en Pierre Daix (Braudel, París, 1995, pp. 539-540), autor que considera que el derribo de la estatua de Braudel comienza con la conclusión de Pierre Nora a Essais d’ego-histoire (op. cit., p. 541).

53 Primero, Le Goff propone, en 1971, una nueva historia política (enfoque que fructificará… 15 ó 20 años después, y al margen de Annales), “Is Politics still the backbone of History?, Daedalus, invierno 1971, pp. 1-19; artículo que, no por casualidad, se traduce 14 años después  (véase la nota 92); en un segundo intento, en 1973, el presidente de la VIe Section, en combinación con Furet -que publica un artículo complementario: “L’histoire et l’homme sauvage”-, propone una historia antropológica que asimismo resulta prematura, “L’histoire et l’homme quotidien”,  Mélanges en l’honneur de Fernand Braudel, II, Toulouse, pp. 233-243 (retomado en Pour un autre Moyen Age, París, 1978; Tiempo, trabajo y cultura en el Occidente medieval, Madrid, 1983);  por fin, a la tercera va la vencida, en 1974, Le Goff, después de que otros se interesaran por el tema (Duby, Dupront, Mandrou, Chaunu), contesta positivamente a la pregunta de si a la historia de las mentalidades ¿Hay que ayudarla a ser o a desaparecer? en Faire l’histoire, y es así como encuentran los terceros Annales su línea directriz, su paradigma, en las mentalidades “ambiguas”.

54 En 1971 Pierre Nora crea, con esa idea, en la editorial Gallimard, la colección Bibliothèque des histoires, y deja asimismo su traza en la presentación de Faire le histoire, que oscila entre el tipo nuevo de historia que quiere Le Goff y los cantos al émiettement de la historia de Nora (cuya caracterización de la historiografía francesa de los años 70 y 80 influirá en François Dosse y su libro La historia en migajas.

55 Pierre NORA, “La vuelta del acontecimiento”, Hacer la historia, I, pp. 221-239.

56  Presentación de La Nueva Historia, Bilbao, 1988, p. 15.

57François Dosse subtitula, en 1987, su libro anti-terceros Annales así: De los “Annales” a la “Nueva Historia”.

58 Véase https://cbarros.com/spanish/paradigma_comun.htm.

59 El retorno del sujeto resulta hoy evidente en todas las ciencias humanas y sociales, así como en acontecimientos inmediatos como la caída del muro de Berlín y el avance posterior de nacionalismos y fundamentalismos religiosos.

60 Hablando de su “otra” Edad Media, tal como aparece en La Civilisation, Le Goff dice querer que sea también muy material y también muy espiritual, Savoir et mémoire, nº 12, París, 1993, p. 11.

61Hacer la historia, III, Barcelona, 1980, págs. 81-98.

62 En cualquier caso, una cosa es la intención del autor, y otra con frecuencia distinta la recepción y puesta en práctica de su propuesta, que depende de múltiples factores ambientales, que actúan más fácilmente conforme la proposición original sea menos precisa.

63 Hacer la historia, III, p. 96.

64 op. cit., p. 95.

65 Ideologías y mentalidades, p. 9.

66 Véase la nota 62.

67 La reforma y la revolución de paradigmas en historia rara vez acontece a la luz del día; esperamos que un mayor desarrollo de la historiografía, y de la historia-debate, contribuyan a resolver el problema de la frecuente invisibilidad de los cambios historiográficos.

68Hacer la historia, III, p. 96.

69 Hay que decir que la fluctuación conceptual es una característica bastante general, consecuencia de su “debilidad” teórica, positiva y negativa, de la escuela de Annales, y afecta asimismo a otros términos (sociedad, totalidad y cultura, por ejemplo).

70 La idea de fagocitar a las restantes disciplinas culturales es algo que está muy claro en los miembros más jóvenes cooptados después del giro de 1968, para la dirección de Annales:  André BURGUIÈRE, La Nouvelle Histoire [1978], París, 1988, p. 159; Jacques REVEL, “Génesi i crisi de la noció de ‘mentalitats”, L’Avenç, nº 106-108, 1987, p. 16.

71 Adeline Rucquoi habla de una definición a contrario: todo lo que no fuera estudio de las “infraestructuras” socio-económicas exclusivamente podría recibir la calificación de “historia de las mentalidades”, Temas Medievales, Buenos Aires, nº 1, 1991, p. 212.

72 ¿Por qué si no se abandonó la historia de las mentalidades por enfoques metodológicos vecinos menos polémicos?

73 Véase nuestra proposición en Historia de las mentalidades: posibilidades actuales (https://cbarros.com/historia-de-las-mentalidades-posibilidades-actuales/).

74 En función de la experiencia adquirida al elaborar nuestra tesis doctoral, Mentalidad y revuelta en la Galicia irmandiña: favorables y contrarios, Universidad de Santiago de Compostela, Tesis doctoral en microficha nº 46, 1989 (https://cbarros.com/wp-content/uploads/2017/06/TESIS%20parte%201.pdf).

75 Annales, nº 16, pág. 10.

76 Quien por aquel entonces defendía una posición que bien podemos denominar marxiste-annaliste, cuyos representantes franceses más destacados eran, y son, Pierre Vilar y Michel Vovelle, participantes asimismo en dicho libro-diccionario.

77 Artículo que fue, en el año 1988, de nuevo seleccionado por Le Goff para la reedición parcial de la obra en francés; ese mismo año el libro completo fue traducido al español, La nueva historia, Bilbao, 1988.

78 La nueva historia, p. 432.

79 Véanse si no las aportaciones de Bloch, Febvre y Braudel a la concepción de la historia, y las enseñanzas del materialismo histórico, y ante todo de los historiadores marxistas, en el terreno de los problemas, los enfoques y los temas de la investigación.

80 La nueva historia, p. 446.

81 Críticas de las que hablamos en nuestros trabajos anteriores sobre mentalidades, y que vinieron a añadirse a las que, desde los años 70, venían haciendo los braudelianos y que resumiremos más adelante (véase asimismo la cita de la nota 50).

82 Habida cuenta que la historia de las mentalidades forma parte de la matriz disciplinar de Annales, las resistencias a su puesta en práctica reflejan igualmente la lectura objetivista, determinista y economicista que se impuso.

83 Véase la tesis 11 de La historia que viene (https://cbarros.com/spanish/historia_que+viene.htm).

84 Bernard Lepetit hizo, en este sentido, su valiosa aportación en el Congreso de Santiago: “La societé comme un tout”, Historia a debate, I, pp. 147-158.

85 Apuntar solamente un dato anterior, aunque referente a otros países: durante los gobiernos de Margaret Thatcher y de Ronald Reagan en Inglaterra y Estados Unidos, respectivamente, tuvo lugar, por reacción, en la historiografía, y en el mundo académico en general, una notoria recuperación de la incidencia del materialismo histórico, un giro a la izquierda en la coyuntura intelectual.

86 En el momento de revisar este texto -diciembre de 1996- no podemos asegurar que se esté dando ese giro social y cultural del que hablábamos en la nota anterior -escrita en 1992- , si bien hay sobrados indicios de unos años 90 menos conservadores que los años 80.

87 Le phénomène “Nouvelle Histoire”, París, 1989, pág. VII.

88 Publicada en 1996.

89 Ni tampoco François Dosse en sus últimos trabajos: “L’écoles historiques”, L’histoire en France, París, 1990, págs. 22-28; “La historia contemporánea en Francia”, Historia Contemporánea, nº 7, Bilbao, 1992, págs. 17-30.

90 Véase La historia que viene (tesis 8).

91 Finalmente Jacques Le Goff no pudo asistir personalmente al Congreso de Santiago, aunque envió el texto, que está publicado en las Actas: “Les retours dans l’historiographie française actuelle”, Historia a debate, III, pp. 157-165.

92 “Is Politics still the backbone of History?, Daedalus, verano de 1971, pp. 1-19; “L’histoire politique est-elle toujours l’épine dorsale de l’histoire?”, L’imaginaire médiéval, París, 1985; “¿Es la política todavía el esqueleto de la historia?”, Lo maravilloso y lo cotidiano en el Occidente medieval, Barcelona, 1985; véase la nota 53.

93 Lo maravilloso y lo cotidiano en el Occidente medieval, p. 177.

94 Madrid, 1983.

95 La traducción francesa del artículo de Le Goff es de 1985, y la primera edición del libro de Coutau-Begarie de 1983.

96 François Dosse cita, de manera desvalorizadora, el artículo de Le Goff ¡bajo un apartado que habla de La negación de lo político por parte de los terceros Annales! (La historia en migajas, p. 242): así se escribe la historia de la historiografía.

97 París, 1987; Valencia, 1988.

98 “La ‘Nouvelle Histoire’ y sus críticos”, Manuscrits. Revista d’Història Moderna, Barcelona, nº 9, 1991.

99 Sí lo hacía en 1987, La historia en migajas, p. 242.

100“La historia contemporánea en Francia”, p. 27.

101 L’histoire en France, p. 27.

102 ¿No cae Josep Fontana cae en la misma contradicción cuando aplaude el materialismo cultural de E. P. Thompson y su renovador interés por los mecanismos de formación de una conciencia colectiva, y envía al infierno -en bloque y sin pasar por el purgatorio- a la historia francesa de las mentalidades?, Historia. Análisis del pasado y proyecto social, Barcelona, 1982, p. 243; Manuscrits, nº 2, 1985, pp. 32-36.

103 Esta afirmación ha resultado correcta en relación con las historiografías española y latinoamericana, por ejemplo, pero no así con la historiografía angloamericana donde más bien se ha retrocedido respecto a la escuela de Past and Present.

104 Véase también la nota 114.

105 loc. cit., pp. 101-112.

106 Comparémoslo si no con la intervención de Fontana en la mesa redonda que organizó la revista Manuscrits en su segundo número, basada en una truculenta identificación de la historia francesa de las mentalidades no con Duby, Le Goff, Mandrou, Dupront, Agulhon o Vovelle, sino con Philippe Ariès a quien ataca, desde el más puro academicismo, por sus posiciones políticas y por no ser historiador de oficio: home d’extrema dreta, historiador ‘dominguero’…, Manuscrits, nº 2, 1985, pág. 32.

107 Las críticas destructivas confunden lamentablemente innovación con “moda” al juzgar estas subdisciplinas, y desvalorizan lo primero en nombre de lo segundo, olvidando que también el marxismo fue “moda” intelectual en los 60 y buena parte de los 70, y ello no impidió su impronta renovadora en las ciencias sociales.

108 El “peligro” es si cabe más irreal en España, donde el peso del corporativismo de las áreas de conocimiento ha impedido, hasta ahora, un desarrollo apreciable de experiencias de interdisciplinaridad entre las ciencias humanas y sociales.

109 Propugnamos intensificar la interdisciplinar hacia fuera y, sobre todo, hacia adentro, practicando una suerte de interhistoria, véase la tesis 11 de La historia que viene.

110 Se continúa aquí lo escrito (conferencia de Valladolid, 1989) titulado Historia social de las mentalidades (https://cbarros.com/historia-de-las-mentalidades-historia-social/).

111 Europa ante el espejo, Barcelona, 1994; quiere ser un estudio sobre la alteridad , un tema por lo tanto propio de la antropología histórica y de la historia de las mentalidades, para cuyo estudio el autor acude poco (lo cual no ayuda al libro) a la bibliografía de los terceros Annales (reducida a algunos libros de Le Goff, Duby, Delumeau y Flandrin), mucho a la bibliografía etnohistórica angloamericana, algo a la historiografía portuguesa sobre mentalidades, y nada a la historiografía española sobre estos  temas, en nuestra opinión, por dos razones: la tradicional minusvaloración hacia lo que se hace en España, y el retraso de la historia de las mentalidades en nuestro país (en buena parte debido a las “resistencias”).

112 Tratamos más específicamente el tema del tournant critique en https://cbarros.com/spanish/tournant.htm.

113 Y defenderse de ellas, puesto que como suele acontecer las críticas son excesivas, a causa de los intereses en juego; concretamente, los historiadores de la escuela se han quejado, con toda la razón del mundo, que los más de entre sus críticos no leen la revista Annales desde hace varios años.

114 El tournant critique si algo prueba es que la dirección de Annales, o un parte de la dirección de Annales, diga lo que diga, quiere continuar de algún modo funcionando como escuela de historiadores: democrática y abierta, proyectada internacionalmente e interconectada con otras corrientes historiográficas e intelectuales, pero escuela, al fin y al cabo.

115 Últimamente la situación ha cambiado: Bernard LEPETIT, dir., Les formes de l’expérience. Une autre histoire social, París, 1995 ; François BEDARIDA, dir., L’histoire et le métier d’historien en France, 1945-1995, París, 1995 ; Jean BOUTIER, Dominique JULIA, dirs., Passés recomposés. Champs et chantiers de l’Histoire, París, 1995 ; Gérard NOIRIEL, Sur la “crise” de l’histoire, París, 1996.

116 Celebración en Moscú del Coloquio Internacional sobre Annales, con motivo del 60 aniversario de la revista en 1989, a cuyos materiales ya hemos hecho referencia (véase la nota 17).

117 La mesa redonda sobre el tournant critique de Annales es la más solicitada por los ponentes que van a participar en Santiago de Compostela en el Congreso Internacional “La Historia a Debate”, para cuya organización hemos contado con la colaboración académica de la École des Hautes Études.

118 Jacques LE GOFF, Tiempo, trabajo y cultura en el Occidente medieval, Madrid, 1983, p. 365.

119 Perspectiva que Fernand Braudel, entre otros, había ya planteado en “Histoire et sociologie” [1955], Historia y ciencias sociales, Madrid, 1980, págs. 107-129.

120 Julián CASANOVA, La historia social y los historiadores, Barcelona, 1991, pág. 166; también Fontana para ridiculizar el Montaillou, village occitan de Le Roy Ladurie escribe: un libro picante y vacío, donde todo se reduce a sexo y religión, Historia. Análisis del pasado y proyecto social, pp. 209-210.

121 Verbigracia, trabajos norteamericanos de investigación sobre la homesexualidad en la historia: Michael ROCKE, Forbidden Friendships. Homosexuality and Male Culture in Renaissance Florence, Oxford, 1996 ; Bernardette J. BROOTEN, Love Between Women. Early Christian Responses to Female Homoeroticism, Chicago, 1996; o españoles sobre la prostitución, Fancisco VÁZQUEZ, Andrés MORENO, Poder y prostitución en Sevilla, Sevilla, 2 vol., 1995-96.

122 Hemos argumentado ya sobre ello en la conferencia “Historia de las mentalidades: posibilidades actuales”, Problemas de la historia, hoy, Salamanca, III Jornadas de Estudios Históricos, 1991 (https://cbarros.com/historia-de-las-mentalidades-posibilidades-actuales/).

123 Jacques LE GOFF, “¿Es la política todavía el esqueleto de la historia?”, Lo maravilloso y lo cotidiano en el Occidente medieval, págs. 172, 176.

124 Revisando este texto hemos tenido noticia de su fallecimiento el 3 de diciembre de 1996 en Aix-en-Provence.