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Sobre el origen y el desarrollo histórico de la nación

Salvador López Arnal

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Nos habíamos quedado en el tercer capítulo del libro de Barros, un capítulo extenso (pp. 33-66). Una breve aproximación, injusta por breve.

Una idea central del autor se expone en los compases finales del capítulo. Es esta: “La realización externa de lo que hay de abstracto en la nación moderna es la manera que tiene ésta de disolverse presuntamente en el comunismo. Este es el último sentido que tiene la posición de Marx y Engels sobre la desaparición futura de la nación, matizada por el reconocimiento de la perduración de la desigualdad entre las condiciones de vida y producción que justifican, en nuestra opinión, nuevas formas de nación. Las desigualdades económicas entre las partes de la totalidad social subsisten en la etapa comunista, así como la subdivisión de la sociedad en comunidades autogobernadas, más las diferencias lingüísticas y culturales que presumiblemente perdurarían: “comunismo significa variedad”. Todo esto nos permite entrever un nuevo tipo de comunidad nacional, que superará dialécticamente el tipo nacional de comunidad específica de cada sociedad clasista, que dejarán sin duda su impronta en las nacionalidades comunitarias post-socialistas” (p. 66) [el énfasis es mío]

Cojo el hilo inicial. En el siglo XX, señala Barros, buena parte de los intentos epistemológicos en relación con el término nación se concentran en encontrar una definición adecuada, siendo la conocida definición de Stalin (a la que, recordemos, hacía referencia en los compases iniciales del libro) la más difundida. Barros recuerda a este respecto una consideración -muy pero que muy hegeliana- de Engels al respecto en los Materiales para el Anti-Dühring: “las definiciones no tienen ningún valor para la ciencia porque son siempre insatisfactorias. La única definición real es el desarrollo de la cosa misma, lo cual no es ninguna definición… En cambio, para el uso corriente puede que a menudo sea útil y necesaria una breve exposición de los caracteres más generales, y al mismo tiempo, más identificadores que una sediciente definición, y tampoco puede perjudicar si no se pide de ella más de lo que pueda decir”.

En mi opinión, las definiciones conceptuales tienen mucho valor en ciencia (son imprescindibles de hecho). Pero no entremos en ello. Retengamos, en cualquier caso, la defensa engelsiana de su utilidad para ‘su uso corriente’ siempre y cuando no pidamos de ellas más de lo que pueden dar. Probablemente Engels usó aquí la noción de ciencia en un sentido muy distinto (como Wissenschaft) de nuestro uso actual del concepto.

Ni Marx ni Engels, señala Barros en sintonía con los clásicos, dejaron escrita una definición vulgarizadora de ‘nación’ pero sí conceptos, notas y retazos, sobre el desarrollo de la cosa misma, o sea, la definición real. No están definidas, acaso por sabidas, las nociones de definición real y definición vulgarizadora. La vulgarizadora tal vez esté asociada al uso corriente al que aludía Engels en su anterior reflexión.

Barros hace referencia a pasajes marxianos de La ideología alemana y la Introducción de 1857 (“[un individuo forma parte de un] todo más grande, en primer lugar, de una manera aún muy natural, de una familia y de una tribu, que es la familia desarrollada; luego de una comunidad bajo sus diferentes formas, resultando del antagonismo y de la fusión de la tribu”), también engelsianos de El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado (“en ciertas comarcas tribus parientes en su origen, y separadas después, se reunieron de nuevo en federaciones permanentes, dando así el primer paso cara a la formación de naciones”), y recuerda que en los años 70, otros autores (Poulantzas, Rodinson) han insistido en situar el comienzo del fenómeno nacional en el paso de las sociedades sin clases a las clasistas, en el momento de superar las primeras el nivel de clanes y tribus.

La nación es para los clásicos un hecho en continua mutación, ni ahistórico ni atemporal, lejos de las concepciones que el autor etiqueta de metafísicas “que construían y construyen, retrospectivamente, una historia nacionalista donde tal pueblo aparece como predeterminado a mantener una relación de nacionalidad constante, inalterable, durante siglos y siglos”. La realidad es que los cambios de fuerzas, relaciones y condiciones de producción, imperios y conquistas, luchas nacionales y de clases, cambian a menudo las relaciones de nacionalidad. Los factores larga duración (fronteras naturales, idiosincrasia, cultura, poblamiento continuo) ni son eternos ni inmutables, ni garantizan una historia nacional lineal, o que una determinada nación no pueda escindirse, incorporarse a otra, absorber otra nación “a causa de las contradicciones internas y externas de la estructura económica y de clase, de la acción política o de los efectos de las colisiones internacionales”. La historia no es una línea recta.

Barros muestra en este punto una aguda crítica de inspiración marxiana que conviene retener: “Aplicable también a la crítica de la tradición historiográfica que, por ejemplo, en la misma Francia, no distingue el espacio historiográfico de la Francia actual las relaciones identitarias prerromanas de las nacionalidades feudales; proyectando al pasado la bonapartista homogeneidad nacional del presente (relativa como indicó el resurgir en los ‘70 de los movimientos nacionales en Córcega, Bretaña y Occitania).” Quien dice Francia dice muchos otros países, al igual que algunas nacionalidades de nuestros Estados-nación.

En la página 42 resume su exposición. Recojo su comentario: “En los modos precapitalistas de producción de las sociedades históricas, llegaba con un poder señorial o estatal fuerte, para hacer posible la coacción extraeconómica sobre la población trabajadora y la reproducción social global. En el modo de producción capitalista, en cambio, es indispensable idealmente una poderosa sociedad civil, separada del Estado, junto con unos lazos nacionales que aten a los individuos entre sí y al territorio, a una cultura y una tradición histórica, y a determinadas instituciones, al objeto de asegurar sin coacción directa un marco estable -la nación moderna- de compraventa de fuerza de trabajo, y demás mercancías, y de realización de plusvalía”.

Gramsci, añade Barros, apuntó esta desemejanza precapitalismo/capitalismo pero no la dedujo teóricamente de la propia naturaleza del capitalismo. Era consecuencia del fracaso de la revolución en Occidente (En nota al pie de página, una observación de interés sobre el revolucionario sardo: “Gramsci no concebía, a diferencia de Marx, la sociedad civil en el campo de la estructura económica, sino de la superestructura, como momento de hegemonía; ubicando en el Estado el momento de la coerción. La lucidez de la cita es en cualquier caso notable, si bien conviene reinterpretarla desde la posición original de Marx. Las fortalezas y casamatas ideológicas de la sociedad burguesa tienen su origen, desde luego, en las relaciones materiales que constituyen la razón de ser de la gran fuerza de la sociedad civil en Occidente”.

Barros señala a continuación que el elemento nacional, como factor de cohesión del cuerpo social, fue subestimado muchas veces, “por pensar que era de orden solamente superestructural, ilusorio o consecuencia de la dominación de la burguesía”. Pero, en su opinión, sin contemplar su dimensión económica y nacional, “no se entiende la robusta estructura de la sociedad civil burguesa, ni las divisiones y retrocesos del movimiento obrero y de los partidos marxistas, desde 1848, en las naciones que hicieron, en su momento, la revolución burguesa, por una u otra vía”.

Para Marx, que identifica nación con sociedad civil o burguesa y las separa del Estado en un contexto capitalista, la sociedad civil-nacional separada del Estado era un objeto social muy notable. Le parecía un hecho moderno. En contraposición, la sociedad civil en el feudalismo tenía un carácter directamente político, vinculado al poder señorial.

Marx, nos recuerda Barros, diferenciaba tres tipos de conflictos: entre clases; entre la sociedad y el Estado; entre potencias. Releyendo los pasajes iniciales del Manifiesto, y parafraseando a Pierre Vilar, señala que la historia de todas las sociedades existentes es la historia de las luchas de las clases y las luchas de las naciones. “La determinación última de las luchas de las naciones por las luchas de clases no anula la dialéctica entre unas y otras, y tampoco que continuamente las luchas nacionales llenen el inmediato escenario de la historia humana”.

La identidad nación-sociedad civil, prosigue, nos conduce, por consiguiente, “a la conclusión marxiana de que la anatomía de la nación debe buscarse en la economía política. La representación estatal, oficial, política y superestructural de la nación es lo secundario: lo principal es la nación como reino de las relaciones económicas”. La nación, por consiguiente, no cae del cielo. Tampoco es un mero invento subjetivo de las clases dominantes o que aspiran a serlo. Tiene su explicación “en que hay un vínculo (interés común o general, relación de mutua dependencia, comunidad real, voluntad general) que afecta a todos los individuos de una sociedad dada, independientemente de la clase social a la que pertenezcan”.

La razón de ser de este nexo social-nacional está en la economía, en las relaciones económicas. La nación es, en última instancia, un hecho económico. Marx y Engels explicitaron esta afirmación en el caso de la nación moderna: el modo de producción capitalista hizo la nación. En los años 70, autores como Weil o Haupt aceptaron que, en efecto, en Marx y Engels hay elementos de una teoría de la nación moderna-contemporánea “que debemos ampliar -siguiendo a los fundadores- a la nación en las diferentes etapas históricas, tratada con menos detalle por parte de MyE (con la excepción tal vez de la Irlanda de Engels)”.

Las preguntas teóricas pertinentes, que Barros anuncia que responderá siguiendo a los clásicos, son: 1. ¿Cómo se articula el concepto materialista de la nación con las categorías fundamentales del materialismo histórico? 2. ¿Cómo se articulan los factores objetivos con los subjetivos en los procesos nacionales? 3. ¿Cómo se articula el concepto de nación en general con el contenido de nación moderna? 4. ¿Cómo se articulan las clases y las naciones?

La tercera pregunta plantea un problema metodológico según Barros: ¿qué validez histórica tienen los conceptos de la sociedad burguesa? Las categorías y principios metodológicos que explican la sociedad capitalista, y que nacen en su seno, han de utilizarse, sostiene el autor, para el conocimiento del pasado “siempre y cuando se tengan en cuenta los diferentes contextos históricos”, como aclara Marx en un texto que Barros cita a continuación de la Introducción de 1857: “Pero no según el método de los economistas que borran todas las diferencias históricas y ven la forma burguesa en todas las formas de sociedad… Sí es cierto, por consiguiente, que las categorías de la sociedad burguesa resultan ciertas para todas las demás formas de sociedad… pero siempre esencialmente distintas”. Válidas, resume Barrios, pero hay que contextualizarlas históricamente. “En conclusión: los modos de producción pretéritos necesitan herramientas metodológicas propias, a la vez comunes y dispares de las propias del capitalismo.” Nada más usual, en el que Barros llama el método de Marx (que, en mi opinión, no es propiamente un método), que contemplar un doble significado de las categorías teóricas: “genérico y restringido, histórico y actual, acomodable a la sociedad capitalista y a todas las formas de sociedad”.

Lo dejo en este punto. Insistamos, en todo caso, que hay mucha más cera que cortar en este capítulo. Dos ejemplos de esa cera. El primero: “La nación madura es una categoría tan moderna como lo son las condiciones productivas que dan pábulo a tal abstracción. La nación como idea abstracta nace en el contexto del capitalismo, pero como realidad es muy anterior. Con su forma burguesa, la nación produce la conciencia más desarrollada, las teorías sobre si misma y el movimiento nacionalista. La clase dominante puede de este modo presentar su propio interés como el interés nacional, la causa de todos, construyendo unas concepciones que, sobre una base real, introducen lo ilusorio, lo irreal, el mito.” (p. 57). La segunda ilustración: “Marx y Engels estaban contra la nación burguesa en nombre una nación proletaria, que llevaría en su interior las bases para poner fin a todas las formas de opresión nacional. Anunciaba la desaparición de un tipo particular de nación, no de la nación general, es como si dijeran: ‘la nación murió, viva la nación’ Llamaban a los trabajadores a desentenderse de la nación burguesa (ficticia) para que, además de constituirse en movimiento internacional, luchasen por la hegemonía política en cada país para instaurar la nación de los trabajadores (verdadera)”.

PS: En ocasiones, el autor usa la expresión método dialéctico. Por ejemplo: “La fidelidad de Marx y Engels al método dialéctico se observa en que…” (p. 59). En mi opinión, la dialéctica no es un método si seguimos el uso acuñado de la noción en la epistemología contemporánea.

Primera parte: https://rebelion.org/desde-un-punto-de-vista-historico-materialista-temperado-y-documentado/

Segunda parte: https://rebelion.org/sobre-el-uso-del-termino-nacion-y-nociones-afines/

Cuarta parte:  https://slopezarnal.com/procesos-nacionales-en-la-epoca-de-marx/#more-1664